Poder Judicial de la Nación

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37.890. “V. D.”. Sobres. Homicidio legítima defensa. I. 49/169. Sala VII. v
Poder Judicial de la Nación
////nos Aires,
4 de diciembre de 2009.Y VISTOS:
I. Los agravios que motivaron las apelaciones de los querellantes se
dirigieron a cuestionar la aseveración referida a la configuración de la causa de
justificación de la legítima defensa en el accionar de D. V., pues según lo alegado el
testigo E. M. no corroboró la versión aportada por el imputado, en el sentido de que
los agresores portaran armas de fuego.
Por otra parte, entendieron que no se verificaba el requisito de la
racionalidad del medio empleado, toda vez que “las dos armas que supuestamente se
le encuentran a las víctimas estaban sin señal alguna de haberse producido disparo
con ellas”, extremo que, acorde a tal argumentación, contradice el relato de V. –que
por lo demás fue introducido mediante una presentación escrita y no según las
formalidades del art. 294 del Código Procesal Penal- respecto a que tales agresores
USO OFICIAL
tenían la intención de acabar con su vida.
Se encuentra probado que el 8 de julio de 2009, a las 15:00
aproximadamente, quienes luego fueron identificados como N. E. B. y J. L.
abordaron al agente policial D. V., quien se encontraba vestido con ropas de civil, en
momentos en que se aprestaba a ingresar a su automóvil particular, estacionado
sobre la vía pública en el Pasaje El Zonda a la altura del (…) –frente a su domicilio-,
de esta ciudad.
Según el relato de V., un sujeto que apareció por detrás le manifestó
“quedate quieto hijo de puta, la concha de tu madre subí al auto”, apuntándolo en la
espalda con un revólver negro de cañón largo y obligándolo a ascender al vehículo,
previo arrebatarle las llaves correspondientes.
Así, una vez que se encontró en el asiento delantero del acompañante,
el agresor se dirigió hacia la parte trasera del automóvil, mientras un segundo sujeto
que empuñaba un revólver plateado se ubicó en el asiento del conductor.
Quien se encontraba detrás, al observar una campera con el logo de la
institución policial, le refirió a su compañero “matalo que es rati”, le apuntó y
martilló el revólver, sin que se efectuara disparo alguno.
En ese interín, V. logró extraer su arma reglamentaria y disparar
primero contra quien estaba su lado y luego contra el otro sujeto, ocasionándole la
muerte en forma inmediata a este último, identificado como N. B., mientras que J. L.
falleció momentos más tarde en el “Hospital Piñero”.
El testigo presencial E. M. relató que a las 15:00 del día del hecho se
encontraba en la casa de su hermana, ubicada en Pasaje El Zonda (…) , y escuchó
“como gritos o una discusión en la calle”, observando a través de las endijas de la
persiana al joven a quien conoce como D. que estaba siendo víctima de un robo por
parte de dos sujetos masculinos, junto al automóvil de aquél, extremo por el que sólo
logró observar a los intervinientes de la cintura para arriba.
Así, vio cómo uno de los agresores lo obligó a subir al rodado -aquél
que vestía una prenda superior de color blanco con rayado horizontal-, y luego
observó a otro sujeto ascender al vehículo. Frente a esa situación, se dirigió al
interior del inmueble a fin de comunicarse telefónicamente con el número 911,
ocasión en que escuchó tres o cuatro disparos, “estimando que los delincuentes se
habían dado cuenta que D. era policía y lo habían ultimado”.
M. egresó de la vivienda y vio a V. salir del vehículo, “totalmente
shockeado con su arma en la mano”, al tiempo que permaneció junto a él hasta el
arribo del personal policial.
Ahora bien, de un lado, se encuentra acreditado que tanto L. como B.
llevaban armas de fuego, no sólo por el relato de V. sino ante la circunstancia de que
ambas fueron secuestradas del interior del vehículo, así como por el hecho de que el
testigo M. permaneció en la vereda desde que observó salir al imputado del rodado
hasta el arribo del personal policial, extremo que descarta toda duda en torno a ese
aspecto.
De otro lado, pese a que las armas que llevaban L. y B. no fueron
disparadas, el revólver secuestrado cuyo mecanismo de apertura del tambor se
encontraba trabado, es aquél que se encontraba en el asiento trasero del automóvil
propiedad de V. (fs. 13), lugar en el que se ubicaba quien, luego de observar la
campera con el escudo de la Policía Federal Argentina y su identificación, le refirió
a su compañero “matalo que es rati”, tras lo cual escuchó V. que se martilló un
arma, sin que se produjera el disparo (fs. 47).
Analizada la totalidad de los elementos probatorios reunidos, puede
concluirse que el relato del imputado resultó corroborado en el tramo
correspondiente a la agresión de la que fuera víctima -que incluyó que lo obligaran a
ascender al vehículo- por los dichos del testigo E. M.
37.890. “V. D.”. Sobres. Homicidio legítima defensa. I. 49/169. Sala VII. v
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Superado ello, es decir, la verificación de una agresión ilegítima y de
la falta de provocación alguna por el imputado D. V., corresponde analizar al
agravio referido a la irracionalidad del medio empleado.
En tal sentido, se ha sostenido que “El defensor debe elegir, de entre
varias clases de defensa posibles, aquella que cause el mínimo daño al agresor. Pero
para ello no tiene por qué aceptar la posibilidad de daños en su propiedad o de
lesiones en su propio cuerpo, sino que está legitimado para emplear como medios
defensivos los medios objetivamente eficaces que permitan esperar con seguridad la
eliminación del peligro. Por tanto, en primer lugar la defensa ha de ser idónea”
(Roxin, Claus, Derecho Penal, Parte General, Tomo I, Fundamentos. La estructura
de la teoría del delito, Civitas, Madrid, 1997, pág. 628/629).
Analizados los acontecimientos a la luz de tal premisa, puede
afirmarse que la circunstancia de haber sido V. amenazado en su integridad física
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con armas de fuego, una de las cuales fue, inclusive, martillada, el medio escogido
no resultó desproporcionado, pues la idoneidad debe relacionarse directamente con
la posibilidad de éxito en la defensa.
Así, el principio del medio menos lesivo resulta relativizado ante
determinadas situaciones, pues “ante agresores especialmente peligrosos (…) puede
estar justificado efectuar disparos mortales aunque no se haya hecho antes la
advertencia de usar las armas o no se haya efectuado un disparo de aviso” (op. cit.,
pág. 629).
En el caso, la rapidez con que se desarrollaron los eventos y,
particularmente, la circunstancia de encontrarse V. junto a sus agresores en un
espacio muy reducido, permite afirmar ex ante que la medida de la defensa necesaria
no resultó desproporcionada, de modo que se verifica el requisito exigido en el art.
34, inciso 6°, punto “b” del Código Penal.
Ello, siempre que “En tanto que en el estado de necesidad el orden
jurídico se resigna a que tenga lugar el ‘mal menor’, y por ello el límite de lo injusto
termina en cuanto se actúa para impedir el ‘mal mayor’, en la legítima defensa se
trata de evitar el resultado de la conducta desvalorada. De esta última circunstancia
se deriva que aquí no será una simple ponderación de ‘males’ la que nos indicará el
límite, sino que en la legítima defensa el injusto comenzará cuando el empleo del
medio necesario para evitar el resultado tenga por efecto la producción de un
resultado lesivo que, por su inusitada desproporción respecto de la agresión,
provoque más alarma social que la agresión misma (Zaffaroni, Eugenio Raúl,
Tratado de Derecho Penal, parte general, Ediar, Buenos Aires, 1981, Tomo III,
pág. 590), extremo que en modo alguno puede sostenerse en el caso del sub examen,
acreditado como se encuentra que V. fue agredido mediante el empleo de armas de
fuego y que, en orden a cómo se desarrolló el evento, entendió válidamente que su
vida se encontraba seriamente en riesgo.
Consecuentemente, cabe confirmar el auto recurrido, con imposición
de costas en el orden causado (at. 531 del Código Procesal Penal), pues las
características del caso, donde dos personas encontraran la muerte y la
argumentación desarrollada en los escritos recursivos, permiten concluir en que
pudo existir razón plausible para litigar.
El sobreseimiento arbitrado, por lo demás, torna inoficioso cualquier
análisis vinculado al informe oral que motivara el pronunciamiento documentado a
fs. 388, acorde a la mención formulada por la defensa en la audiencia que ha
motivado este pronunciamiento.
II. En los escritos por los cuales L. A. B. (fs. 334/335) y M. A. U. (fs.
339/340) solicitaron ser tenidos por querellantes, se formuló la mención relativa a
que, pese a las denuncias que habían formulado por la desaparición de sus
respectivos hijos N. E. B. y J. E. L., recién más de dos meses después fueron
informados de que habían fallecido en las circunstancias aquí examinadas.
En torno a tal extremo también hicieron referencia sus letrados
patrocinantes en oportunidad de la audiencia oral celebrada en el marco de lo
dispuesto en el art. 454 del Código Procesal Penal.
De las actuaciones surge que el mismo día del hecho (8 de julio de
2009), se cargaron los datos respectivos de los fallecidos en el sistema SUT-1 de la
Policía Federal Argentina (fs. 38) y que ya desde el 10 de julio se practicaron
consultas al C.O.P. (Centro de Orientación de Personas) –fs. 66-.
Según lo actuado a fs. 158 y ante el expediente iniciado en la Seccional
52° de la Policía Federal el 10 de julio por M. A. U. (madre del menor L.), se
practicaron consultas al C.O.P y otro tanto ocurrió ante la denuncia formulada por
M. E. V. (fs. 168), hermana del fallecido B., en la misma Comisaría, que motivó el
libramiento de oficio al C.O.P. el 12 de julio (fs. 175) y su reiteración el 17 de julio
(fs. 182), pese a lo cual, la misma institución policial lo había identificado ya desde
el 13 de julio, según la constancia agregada a la causa a fs. 83, identidad que quedó
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corroborada con el informe del Registro Nacional de Reincidencia documentado a
fs. 130, recibido en el juzgado interviniente el 24 de agosto último.
Como el reconocimiento de los cadáveres se concretó el 15 de
septiembre de 2009 a partir de la información suministrada por la División
Búsqueda de Personas de la Policía Federal el día 11 de ese mes (fs. 205, 213, 214 y
252) y la inhumación por vía administrativa a instancias de la Morgue Judicial se
había ordenado el 28 de agosto de 2009 (fs. 134), a lo cual cabe agregar que,
llamativamente, la señora M. A. U. transmitió a través de la Defensoría del Pueblo
de la Ciudad su interés “en mantener alguna reunión con personal de la fuerza, más
especialmente con personal del COP”, es que el Tribunal considera pertinente que la
instancia de origen extraiga testimonios de la totalidad de esta causa y los remita a la
Oficina de Sorteos, para que se desinsacule el Juzgado Nacional en lo Correccional
que establezca si pudo haberse cometido alguna conducta con relevancia penal.
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Por ello, el Tribunal RESUELVE:
I. CONFIRMAR la resolución documentada a fs. 323/329, punto
dispositivo I, en cuanto fuera materia de recurso, con imposición de costas en el
orden causado (art. 531 del Código Procesal Penal).
II. DISPONER que el señor juez de la instancia anterior extraiga
testimonios de la totalidad del sumario y los remita a la Oficina de Sorteos de esta
Cámara, en orden a lo referido en el segundo apartado de esta resolución.
Devuélvase y sirva lo proveído de respetuosa nota de envío.
El juez Rodolfo Pociello Argerich integra esta Sala por resolución de
la Presidencia del 5 de agosto último, mas no suscribe por no haber intervenido en la
audiencia oral celebrada, con motivo de su actuación simultánea en la Sala V del
Tribunal.-
Juan Esteban Cicciaro
Mauro A. Divito
Ante mí: María Verónica Franco
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