Álvaro Salvador Selección de poemas

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Álvaro Salvador
Selección de poemas
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1
Álvaro Salvador
Selección de poemas
Foja de Poesía no. 019
Círculo de Poesía
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CANCIÓN DEL REINCIDENTE
uno
no se quita de amar
ni de fumar
uno descansa
son
como treguas que
uno mismo inicia
y donde uno
firma la paz
o acusa la derrota
y mira uno
salir a caminar
sin el cigarro
decir que no
que ahora va de veras
uno que quiere descansar
y uno se sienta
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en ese mismo tranco
de una calle
cualquiera
y uno piensa
lo toma uno en serio
casi siempre
uno espera vencerse
y derrotarse
porque uno es capaz
el primer día
uno después
camina sin cigarro
y sin recuerdo uno
se recrea
y se hace fuerte uno
y se autoengaña
uno
marcha y trabaja
sin cigarro
y sin fijarse apenas
en lo otro
uno olvida que aquello
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es una tregua
uno
de pronto se tropieza
y uno empieza
y si hace falta reza
y baja la cabeza
y la pereza
y es que ama uno
otra vez
agarra la colilla
y recomienza.
(De La mala Crianza)
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LA GAYA CIENCIA
Si de las olas tenues que alejaron tu nido
cortaras un ramal, un ala líquida, sobrante,
y embrujado en palabras abarcaras
la cerrazón del día,
recuerda tu soledad, tu personal prisión, tu miedo,
y mira
con qué suerte de inútiles y mágicas palabras,
supuestamente mágicas, en realidad trucadas,
confías en levantar una belleza,
una falsa belleza que a nada te conduce
a nada de lo que amas y, en realidad, te importa,
con qué torpe mentira: premeditado engaño
has llegado hasta aquí
construyendo un poema.
(De Las Cortezas del Fruto)
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PONTE VECCHIO
Bajo los pies...
el agua,
la corriente que lenta se desliza y suave
nos abraza y nos ama.
Y desde atrás...
el aire
que como fiel amante limpia de cal el cielo,
la silueta crispada del orfebre,
el eterno homenaje que a Benvenuto hicieron los dioses y la
historia.
Indiferente miras los adornos,
la mercancía que dora el sol
y arranca
los velos del amor y la ilusión del tiempo,
del recuerdo.
Con indolencia pisas las baldosas
y a los labios acercas la ceniza
de la alucinación, la dulce brasa
que en tus manos ha puesto el joven camarada.
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Y de repente sientes
que otra nueva belleza invade tu pupila
a la par que su música seductora te acoge
en la inquietante bruma de la felicidad.
¿Te llamas?
–Beatrice– dicen, desde el amor.
No huyas.
(De Tristia )
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SUENA UNA MÚSICA.
Más allá del espejo que el silencio concluye
están todos los años no luchados,
turbulentos, frondosos,
llenos de voces, símbolos, banderas
(Miquel Marti I Pol, versión de Joan Margarit)
I
Esta ciudad que miras no es la tuya.
Acaso los herrajes,
el húmedo correr del aire transparente,
los tímidos faroles,
la yedra que resbala por las ingles
del río, puedan
trazar las sombras de un pasado efímero
con posos en la sangre: era una historia
sobre todo extranjera.
Mírala,
mírala bien...
quizá descubras entre los gallos signos,
señales de otra edad sobre las azoteas,
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tesoros sumergidos en sus aguas,
esas aguas que nunca fueron tuyas
aunque en ellas quisieras hoy perderte.
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II
Tu infancia son perfumes
de un carmen granadino,
naranjos y jazmines esparcidos
sobre la prisionera lluvia de su estanque.
Detrás de aquel jardín,
el ruido de las ocas o el color de los peces,
sólo un cristal-recuerda-amurallaba
la inocente tibieza del reino afortunado.
Y allí
junto a los cierres,
en la dulce ventura del picón y la tarde
inundaba la vida tus pulmones
desde el azul gramófono; la música
también como un reloj
cuando en la puerta
puntual se detenía la canción del cuchillo.
Fuiste feliz entonces
porque ella
te mesaba el cabello con un gesto de ausencia
cada hermosa mañana
en aquel tiempo
cuando el amor aún era posible.
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III
Después vino el destierro
casi sin presentirlo.
Sin darnos cuenta apenas
crecimos y crecimos
entre las avenidas y los parques;
recorrimos despacio, cogidos de la mano,
callejas y rincones, oscuros, inquietantes,
arrastrando paquetes, soldaditos de plomo,
colchones y tarimas, y el gramófono
encima de la casa, abanderando
el éxodo imprevisto, fuera ya de tu reino.
IV
Sobre los saledizos y cornisas
cansados o burlones,
nos miraban los ángeles custodios
cerrando la frontera de los sueños.
V
Esta ciudad que miras no era tuya.
Te deslumbró su luz y los neones
desde el palacio gris de los cinematógrafos,
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y aprendiste a buscar en las aceras,
en las escalinatas turbias y grandiosas,
en el reflejo fiel de los escaparates
–víspera de los Reyes
besando la ilusión en la bufanda–,
el vértigo profundo de la vida
más allá de jardines clandestinos,
más acá del cemento y de la infancia.
VI
Y creciste
con la complicidad del tiempo,
de una historia
envuelta en celofán,
celebrada por otros desde Abril
hasta abril
saltando primaveras.
Era el mes más cruel
y también eras tú tímido y solo,
sólo con tu impreciso y pálido deseo.
Era el mes más cruel y tú
te alzabas tímido
entre las alamedas
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bajo el bosque fugaz de hormigón y hojalata.
Creciste
buscando la armonía de unos ojos hermosos
por tardes de domingo, entre sábanas sucias,
cerca de los crepúsculos tu primer cigarrillo.
VII
Esa ciudad que has visto no era tuya,
aguilucho de un tiempo y una historia
que te tocó vencer.
Eran tiempos difíciles, la vida
nos enseñó sus garras, sus sirenas,
los uniformes grises de sus calles
y una necesidad imperiosa de encontrar buenos puertos,
cuestiones trascendentes para sentirnos vivos.
Fueron tiempos difíciles,
tiempos de amor también
y de trabajo, horas
en las que la felicidad, furtiva
como una vieja hipotecada ruina,
nos visitaba siempre sin pasar de la puerta
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Eran tiempos difíciles, la vida
nos enseñó a mentir, nos obligaba
a tener en la casa un calor clandestino.
VIII
Has llegado hasta aquí
mirándote al espejo.
Sólo una vez la indignidad, la anciana
traición que nos ocupa la memoria,
pudo instalarse cómoda en tu casa,
y esa fue por amor
y compartida.
Sabrás
que todo ha terminado en este instante,
que la ciudad que amas finaliza
más allá de esta luna enronquecida
en donde los vestigios de otra historia
se cruzan con tu vida, inexorables.
Ahora
puedes mirar al fin esta puerta vacía
sin miedo a los salobres
rencores de esa gente que amas
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y te ignora,
porque has llegado aquí venciendo a tu destino,
cuidando la madeja que te guió y te guía
fuera ya de esa luz,
de la ciudad que amas
y fue tuya.
(De El Agua de Noviembre )
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CUANDO TRASPIRA EL AIRE
Quiero escribir un poema
que viva como un cuerpo,
como un cuerpo tendido al sol
como tu cuerpo
desnudo
tendido en el calor
de un mediodía.
Quiero decir
cómo traspira ese poema,
cómo ofrece su piel a las caricias
de la vida que pasa lentamente
montada en una estela de reactor.
Quiero indicar que late,
que palpita,
que tiene un corazón embovedado,
resbaladizo y blando como gato
pero fuerte también; en ocasiones
suele cambiar incluso de postura.
Lo que quiero aclarar
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es que el poema
llega a sufrir calor, sudar,
sentir la piel quemada,
desperezarse al rato y dar la vuelta
con la indolencia de la satisfacción.
Ese poema, a veces,
se incorpora,
rojos sus miembros, llenos,
castigados
por la mano del dios que lo acaricia,
alza su rostro, exhibe
la poderosa y tierna geografía.
Y, a veces, el poema
da sus labios
donde la sed se advierte
como un río,
abre los ojos llenos de campanas
y se marcha hacia el borde de la arena
y penetra en el agua
y se refresca.
Quiero vivir un cuerpo
que sea como un poema,
como un poema escrito al sol
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como tu poema
desnudo
tendido en el calor
de un mediodía.
Quiero decir...
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SIESTA
Si escribo estas palabras temo dar una imagen
de escritor que conoce su oficio y sus recursos,
temo no dar la talla, carnal, enamorada,
de un hombre que ha pisado el umbral de sus sueños.
Si digo que mis sueños, durante tantos años,
repitieron el sueño de tu cuerpo desnudo,
la estación de tu abrazo, el reguero de fresas
que dejas en mis días, festivos desde ti,
unidos desde ti a la fantasía
de una dulce verbena interminable,
puede que mis palabras, palabras de poeta que maneja sus armas,
sean sólo el simulacro
de una emoción, de la pasión que da el conocimiento
cuando rozamos la punta de los sueños.
Si digo que tu rostro, sonriente y mojado,
me guiña contra el cielo de cada escaparate,
el único sonido tu voz que me enajena
más acá de la vida, dentro ya de mis sueños;
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si digo que no tengo otro olfato que el tuyo,
que puedo, como en sueños, reconocer mi aliento
cuando no estás conmigo, cuando no puedo olerte
el vino derramado por tu espalda y mi pecho;
si digo que te quiero como a nadie he querido
en este mundo torpe, lleno de medias tintas,
temo dar una imagen de escritor recurrente,
temo no dar la talla del hombre que quisiera
explicar cómo, a veces, los sueños toman cuerpo,
nos citan una noche, nos besan, nos desnudan,
nos dejan en las sábanas una flor de alegría.
(De La condición del personaje)
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CALLEJÓN DE LA ISLA
…oscuro nido
que suavizó la noche de dulzura de plata.
(Rubén Dario)
Vuelves
cuando la media noche puso ya cerco a tus ventanas
con un muro de sombra y media luna.
Logras
romper las líneas enemigas por sorpresa
y asentar tus reales en un círculo de luces indirectas.
Vienes
de comprobar, una vez más, que el mundo es triste
y la gente infeliz y rencorosa.
Abajo, en la escalera,
ni siquiera una carta te hace sentir calor
con el misterio, la dulce expectativa
de unos sellos alegres y lejanos,
de una letra apacible e imprecisa.
Hace frío,
huele la habitación a tabaco e insomnio,
a desorden de invierno,
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a cubil de animal
que rastrea su olor y lame sus heridas.
Vuelves
cuando la media noche puso ya cerco a tus ventanas
con un muro de sombra y media luna.
Logras
cerrar los párpados cansados, y en silencio
asentar tus reales en un círculo de objetos indefensos.
Piensas
en ese mundo triste, en la gente infeliz,
en la clase de vida que tu mismo elegiste
sólo por alcanzar el umbral de algún sueño.
Y muy de madrugada
en tu ventana brilla solitaria
una luz encendida.
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EL PADRE
El tendría por entonces mi misma edad de ahora
y recuerdo su mano apretando la mía
al cruzar, los domingos, la calle hasta la iglesia.
Después, mi mano olía durante varias horas
a jabón de lavanda y rubio americano.
Solíamos deambular las mañanas soleadas
por céntricos jardines o estrechas callejuelas
y él parecía no tener un rumbo prefijado,
desconocer adrede el destino final de aquellos pasos
que me brindaba a mí, su hijo más pequeño,
con la alegría sin norte de un muchacho.
Al final, el camino siempre nos conducía
a un gran café del centro, hermoso y concurrido.
Y allí me transformaba, feliz explorador de un territorio íntimo,
en héroe sideral o enmascarado rey de los pigmeos
mientras él repasaba lentamente el periódico
o hablaba apasionado con algunos amigos
de temas misteriosos que yo nunca acababa de entrever
más allá de sus risas
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y la expresión profundamente viva de unos rostros
tiernos y cariñosos al dirigirse a mí.
Más tarde, al retirarnos,
siempre con la sorpresa de un truco inesperado
aparecía en su mano un crujiente paquete
lleno de dulces frescos para tomar en casa.
Otras veces, recuerdo, en tardes de verano
solíamos caminar a la luz del crepúsculo
y su mirada de hombre, madura, ensombrecida
por unos pensamientos que yo no comprendía
pero que adivinaba próximos,
cercanos a una suerte de tristeza muy honda,
me acercaba a mí mismo
a la intuición de una edad mayor,
poderosa y extraña como sus palabras.
Se marchó una mañana dorada de Diciembre
–como aquellas mañanas azules de mi infancia–
hace ya veinte años.
Y, sin embargo, aún en los días más serenos
puedo escuchar su voz con un escalofrío,
oír como resuena, amable, enronquecida,
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en mi propia garganta.
A veces veo sus ojos
en mis ojos sin brillo.
Y la mano de mi hijo,
anidada en mi mano,
me hace sentir de nuevo
el amor de su mano.
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LAS APARIENCIAS...
Ese hombre que llega hasta mi casa
en su automóvil rojo
no soy yo.
Yo quedé detenido para siempre
en la última curva peligrosa,
atrapado en las llamas de un incendio
que –dicen los expertos–
seguramente provocó el cansancio.
Ahora tan sólo existo
en el sueño de un muerto,
un muerto que amenaza, cada noche,
la puerta de mi casa
en su automóvil rojo.
(De Ahora, todavía )
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MADRUGADA
A los pies de tu cama,
gandul se despereza
el Lago Washington.
Amanece.
Con lentitud despiertas a otro mundo
entre el bronce plomizo de noviembre
y el ventanal del alma.
Se abre paso la luz
por las grises cortinas del invierno.
Un rayo centellea
–anunciación del día–
desde el agua del lago hasta los vidrios
que rodean tu casa.
La vida te espera tras la puerta.
La has oído rascar esta mañana
con sus precipitadas uñas,
maullar por la tardanza
en salir a su encuentro.
La vida también puede ser tu vida,
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tu “Life”:
ser un gato de nieve
que te sale al encuentro
como una bendición.
¡Da, pues, las gracias a la vida
y al gato
esta mañana regalada y pura!
¡Las gracias por ser, por obsequiarte
un mundo limpio y un corazón sano!
Después, sal a la calle,
ve al encuentro del humano sentir,
al roce de la ciudad civil y hospitalaria.
Y allí,
mientras aguardes
la puntual arribada de tu transporte público,
entre el plomizo bronce de noviembre
y la intensa blancura de la luz invernal,
amable la sonrisa de una gringa bella
hará feliz y duradera el alba.
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EN EL CONCIERTO
Ayer, un poco tarde,
me tropecé de bruces
con seis años y medio de mi vida.
Y estaba muy hermosa.
No lo digo muy bien,
no fue de bruces.
Era un concierto y ella se sentaba
de perfil,
al trasluz de la noche y de la música.
Era Beethoven
y el último suspiro de su Sexta:
los violines se esforzaban por traer
la primavera al monumento,
su perfume de infancia feliz
al auditorio.
Y estaba muy hermosa.
¡Seis años y seis meses y seis días!
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Sin duda un porcentaje muy pequeño
en el total de dos vidas cumplidas.
Y sin embargo ¡cuánto tiempo!
¡Qué intenso!
¡Cómo pesa!
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EN LA BODEGA
Versión de un poema de Richard Sanger.
He aquí, con sus contraluces de mediodía,
en las oscuras y húmedas profundidades
de una vieja bodega
en pleno verano
en Andalucía,
he aquí los parroquianos.
Llevan siglos aquí,
o desde la Guerra Civil
por lo menos, celebrando una tertulia
en torno a una mesa vieja y gastada,
ensombrecido e iluminado cada rostro
como pintado al óleo.
Uno podría estar en medio de
una anécdota subida de tono;
otro confirmando
los resultados de fútbol del día.
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Un tercero se arrasca la entrepierna.
Todos están fumando.
Cada uno desempeña su papel:
en este momento, si hace falta,
su gobierno provisional
podría salir de la oscuridad
y gobernar
con todas las carteras cubiertas.
Una pandilla de viejos compinches
conspirando con el vino
de los barriles que hay detrás
y aguantándose todavía.
Todos unos perfectos caballeros
y jamás se diría que borrachos.
Ellos pueden, tanto solucionar
con facilidad la última crisis,
como discutir sobre la sobrina del vecino,
sobre los hombres extraños que la acompañan.
Se servirá más jerez.
Un sorbo. Un suspiro largo, prolongado.
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Inesperadamente,
uno de ellos soltará un gemido
y correrá a mear
en un agujero abierto en el suelo,
otro carraspeará
o sacará el dominó.
Y dentro de un momento,
alguien parecido a ti o a mí,
al encontrarse él o ella
en una calleja vacía
bajo el mediodía de Sevilla
y cegado por el sol,
podría lanzarse a través de la puerta
y arrojar un rayo de luz
sobre estos ilustres señores
y sobre las actas del día.
Dentro de un momento.
Mas, ahora hay una pausa:
como las partículas de sedimentos
dentro de los barriles,
un pensamiento se posa
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en la oscura mente de alguien
y, en alguna parte, un perro se mueve.
He aquí los parroquianos.
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EL MUELLE DE MATTHEWS BEACH
A diez mil kilómetros de distancia de ti,
desde la otra orilla del mundo,
tu hermano combate con la muerte
en la pálida habitación de un hospital.
Tú corres, mientras tanto,
por el sendero que bordea el lago,
te cruzas con ciclistas silenciosos
y sonríes
a las amas de casa, a las muchachas, a los gatos,
a jubilados que sueñan con un corazón nuevo.
Pero, a diez mil kilómetros de ti,
en la otra orilla del inmenso lago,
tu hermano disputa su carrera con la muerte
sólo de amor fraterno, sin tu vela,
sin tu compasión, sin tus lágrimas.
No sabes si son ellas, o el sudor,
o el agua delicada de la llluvia
quienes lavan tu rostro,
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cuando buscas respuesta entre los árboles
o en la interrogación con la que, más allá,
se te anuncia el sendero:
respuestas sumergidas bajo el manto
gris del lago.
Demasiados muertos,
a demasiados cientos,
a demasiados miles de kilómetros
sin que sepamos nunca con certeza
los porqués.
Te detienes exhausto, buscando entre las olas
desde el muelle escondido de Matthews Beach.
Y en el cielo,
el silencioso trazo de las aves
lo escribe para ti:
“Aquí, allá ...
No merece la pena.”
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EL DIOS DE LOS PECES
A mi hermano Antonio
Si existe algún dios,
si hubo alguna vez un dios en tu corazón,
el dios que ahora te acoge y te consuela,
habrá de ser el dios de los pantanos,
el dios de los peces.
Te recuerdo estos días junto a la orilla
con el pañuelo al cuello y las gafas oscuras,
fijas en mí, pendientes de la caña
que quiero sostener con mis dos manos.
–¡Lanza el sedal con fuerza! ¡Lánzalo!
Lánzalo como si en ese esfuerzo
apostaras tu vida.
Y la apostábamos. Entonces
yo era casi un niño y tú
un hombre fuerte,
un hermano fuerte y poderoso
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que intentaba enseñarme a pescar,
a robar tesoros en las profundidades del lago:
tesoros como animales perlados,
misteriosos y elásticos, imposibles
rayos de luz.
Aprender a pescar era tan grave
como saber vivir. Y yo intuía
en tu entusiasmo esa enseñanza:
el rito de iniciación que nos brindaban
las mañanas de domingo en el pantano.
Me recuerdo, yo mismo,
con saquito de lana y con pañuelo al cuello,
la cabeza muy alta, sosteniendo la caña,
y un modo de mirar al horizonte
que fingía ser maduro.
Hermano
si existe algún dios,
si hubo alguna vez un dios en tu corazón,
el dios que ahora te acoge y te consuela,
habrá de ser el dios de los pantanos,
el dios de tus pantanos y mis peces.
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PIZARRA NEGRA
He soñado que sueño...
(Ludwig Zeller)
He soñado que sueño
y en el sueño yo entro
en la casa vacía.
¿Qué casa es esa casa
que yo soñé perfecta
en mi sueño soñado?
¿El patio de mis padres
con su pozo y su higuera,
la casa de mis hijos
y sus sillas sin nadie?
¿O quizá he soñado
con la casa extranjera,
aquella en donde fuimos
por una vez felices?
¿Qué casa es esa casa
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que yo soñé perfecta
en mi sueño soñado?
He soñado que sueño
soñar en las alcobas
de mis casas perdidas.
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LA BALADA DE SAM MURAO
Osama Murao cierra la puerta de su casa en Durland Avenue,
mientras medita sobre la vida que le queda.
Deja que Lionel Hampton le distraiga lo justo
para servirse un bourbon en la cocina.
Lo penoso de la vida
es que uno la conoce
cuando se acaba.
San Murao llegó a San Francisco en 1940
y desde entonces trabajó como un animal,
como un animal de carga entre los blancos.
Después vino la guerra y San Murao
estuvo retenido en un campo de concentración,
una cárcel para peligrosos japoneses
en la ciudad de Los Ángeles en California.
Y allí descubrió la cara oculta de la Tierra Prometida,
la verdadera hospitalidad de los emperadores.
Años más tarde,
los viejos, los sagrados peces del Noroeste
salvaron al joven Murao de la miseria y la muerte;
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los astutos salmones, las viejas truchas, los poderosos
esturiones
le proporcionaron la prosperidad y la paz
que había buscado durante tantos años.
Y desde entonces, la vida le sonrió.
Tuvo amores y amor, familia, hijas,
y una hermosísima casa a la orilla del lago
Washington, el gran lago de la capital del Estado.
San Murao se sienta en el sofá
con la copa en la mano y los ojos perdidos
en las oscuras aguas del lago.
Y piensa en la mujer que se fue,
en la hija que le quiere
y en la que no le quiere,
en el amor lejano de la lejana Rusia,
mientras Lionel Hampton inunda con sus notas
el confortable salón de la hermosa casa en Durland Avenue.
Hasta que, de improviso,
se le agarra en el pecho el presente
con su mala noticia.
Cuando se sirve la segunda copa,
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San Murao acaricia el lomo de su gato,
un gato blanco, turco y angorino,
en cuyos ojos rojos se refugiará esa noche
toda la vida que le queda.
Lo penoso de la vida
es que uno la conoce
cuando se acaba.
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CÁRMENES
“Como el niño que enseña, lleno de asombro...”
(Federico García Lorca)
Ladran los perros a mi paso, ladran
y parecen saber que este hombre anda solo
tan perro como ellos.
Esta ciudad, estas calles, este barrio,
este nido de perros retumba en el umbral
de mi noche y del mundo,
del mundo que se extiende más al Norte
fuera ya de murallas y jardines.
Como tambores suenan los ladridos,
y también los redobles que responden
desde el hondo declive de la historia.
Oigo un rumor de estrellas,
huelo el jazmín helado de Noviembre,
siento batir de alas en mi pecho.
¿Por qué no puedes tú encontrar los cuerpos,
esa carne de amor, como un regalo
de cumpleaños, esparcida al viento?
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45
¿Por qué el naufragio te condena siempre,
a encallar en su dársena, cuerpo conocido,
presentido cuerpo de mujer, único y solo?
¿Qué buscas en su carne, quién lo busca
cincuenta años atrás, desnudo cuerpo,
cuerpo tendido lejos de mis brazos?
Esta luna me mira con tus ojos, madre,
como todas las reinas de mi vida.
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46
UN HOMBRE NO SIEMPRE ES TODOS LOS HOMBRES
Voy en la multitud y mi nombre es nadie
(Juan Manuel Roca)
A Waldo y Roberto
Yo no fui hace siglos un guerrero en la cordillera de los Andes
ni un sacerdote en la ciudad sagrada de Sechín,
tampoco un jaguar
ni un tejedor de estrellas
ni un pastor de vicuñas
ni un centauro extranjero con escamas de plata.
El dios Chall nunca me concedió su gracia,
no permitió que me encarnara en la fogosa flor del flamboyán
ni en el abundante fruto del macuili.
No pude ser el aura que vigila los aires de los secos desiertos
ni el cóndor que preside las cimas de las altas montañas
o el humilde colibrí que labora en los claros de la selva sagrada.
Oigo el constante grito que lanzan los hijos de esta tierra,
ese constante grito que intenta seducirme, dominarme,
y me llena de turbación con su esplendor,
con tanto exceso de afirmación,
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47
tanta sobreactuación de luces y colores
(mil palabras donde yo aprendí a pronunciar tan sólo una).
No, yo no he sido un guerrero del Imperio del Sol,
ni siquiera un centauro plateado nacido de los mares furiosos,
no he sido un sacerdote levantando su daga en el templo sagrado de Tulum
ni un patricio caído en la batalla por la gloriosa bandera de la libertad.
No, yo no fui, no estuve allí, no lo vi.
Lo leí, lo tuve que creer, me lo contaron.
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48
NOCTURNO DE NUEVA INGLATERRA
Toda una historia, un alma se te muestran
Ahí, y las piensas hermosas,
Hechas de recatada confianza en lo sabido,
De respeto sin miedo en lo ignorado,
Viendo tratar así los pobre muertos
que recuerdo impotente son tan sólo.
(Luis Cernuda)
Oigo el rumor del viento restregarse
contra los abedules y los arces,
en esta noche oscura, desolada,
noche de insomnio lejos de mi tierra.
Ha nevado de nuevo y habrá nieve
mañana. Siempre hay nieve dormida
sobre otra nieve muerta en primavera,
en esta primavera de otro mundo.
El viento arrastra ruidos del pasado,
melancólicas voces que no atiendo
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49
como ayer atendí. Me inunda en cambio
un dulce olor a rama de canela
y a madera de arce perfumada.
Bajo los álamos que escoltan mi ventana
hay nieve, sí, pero también memoria,
memoria que es desvelo de los vivos:
el cementerio extiende sus leyendas
desde mi casa hasta la barranquera.
Mañana, cuando la noche ya no esté,
no sea la noche oscura ni temida,
ascenderé la cuesta del silencio
entre las tumbas frías y serenas.
Inmóviles, debajo de la nieve,
más allá de las noches y los días,
las tumbas nos señalan lo que somos
el futuro de nuestra condición.
Esta noche, el viento cerca inquieto
mi ventana, mi insomnio, mi esperanza,
como lobo estepario de un destino
que me aguarda en el bosque más profundo.
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Pero yo no le temo. Nada puede
temer quien nada tiene, quien nada
espera tener, apenas tiempo:
calor en los inviernos impacientes,
en los cortos veranos, sólo sombra.
Y la digna memoria
que esta noche presiento
bajo nieve dormida,
sobre otra nieve eterna.
(Del libro inédito La canción del outsider)
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Álvaro Salvador nació en Granada en 1950, ciudad de cuya Universidad es actualmente
Catedrático de Literatura Hispanoamericana y Española. Ha publicado ocho libros de
poemas entre los que podemos destacar “Las Cortezas del Fruto” (Madrid, l980),
“Tristia” (En colaboración con Luis García Montero, Melilla,1982) “ El agua de
noviembre”
Impostor”
(Granada, l985), “ La condición del personaje”
(Granada, l992), “El
(Palma de Mallorca, 1996), el volumen antológico Suena una música (
Valencia, 1996 y Sevilla 2008) y Ahora, todavía (Sevilla, 2001). Su poesía ha sido incluida
en numerosas antologías y traducida a varios idiomas, desde el inglés al árabe.Junto a Luis
García Montero y Javier Egea promocionó a comienzos de los ochenta la tendencia poética
bautizada como otra sentimentalidad. Formó parte del consejo de redacción de revistas
como Tragaluz, Letras del Sur, Olvidos de Granada y La Fábrica del Sur y actualmente
del consejo asesor de La Estafeta del viento.
Su obra de teatro Don Fernando de Córdoba y Válor, Abén Humeya, fue
galardonada en l980 con el premio “Ciudad de Granada” y en 1981 con el “Hermanos
Machado” de Sevilla.En 1983 estrenó en Granada el espectáculo Paraíso Cerrado, basado
en la vida y obra del poeta Luis Cernuda. Así mismo por su obra El día en que mataron a
Lennon, recibió el premio de teatro “Castellón a escena” 1996. Ha publicado también
varios libros de crítica literaria como los titulados Para una lectura de Nicanor Parra
(Sevilla, 1975), Rubén Darío y la moral estética (Granada,1986), Introducción al estudio
de la literatura hispanoamericana (en colaboración con Juan Carlos Rodríguez, Madrid,
1987, 1994 y 2005), Muestra de poesía hispanoamericana actual (Granada,1999), varias
ediciones críticas de textos de Rubén Darío y Poesía Completa y Prosa Selecta (Madrid,
2001) de Julián Del Casal, así como los ensayos Las rosas artificiales (Sevilla, 2002) y
Letra pequeña ( Granada, 2003 ) y numerosos artículos en revistas especializadas
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nacionales e internacionales. En 2002 ha recibido el premio Casa de las Américas de
ensayo por su libro El impuro amor de las ciudades (La Habana, 2003 y Madrid 2007).
También es autor de una Guía literaria de la ciudad de Granada (1996), del libro Granada
1900 (Madrid,1997), de dos novelas: Un hombre suave ( Madrid, 2000) y El prisionero a
muerte (Sevilla, 2005) y un libro de aforismos, Después de la poesía (Almería,2007). En
2007 recibió el Premio Antonio Machado de Poesía de la Fundación de los Ferrocarriles
Españñoles y en 2008 el Premio Generación del 27 concedido por el Centro Cultural de la
Generación del 27 en Málaga.
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