A mi señora, Patrica Lee ya mi hija Victoria. A

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A mi señora, Patrica Lee
y a mi hija Victoria.
A Monseñor José Dammert
y a Hans Hillenbrand.
Contenido
Capítulo 1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario
Una breve historia de las rondas
El debate sobre la justicia campesina
Comprendiendo el derecho consuetudinario
El presente estudio
13
15
19
24
34
PRIMERA PARTE
LAS RONDAS CAMPESINAS DE CAJAMARCA
Capítulo 2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina
en Cajamarca en los años setenta
Chota y Hualgayoc: donde nacieron las rondas
Un pie en el campo, otro en la ciudad: la sobrevivencia familiar
en Cajamarca
Comunidad o la ausencia de la misma
La crisis de la economía campesina
El abigeato en Cajamarca
Otros factores
47
54
59
61
65
Capítulo 3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento
de las rondas
La formación de las rondas
La propagación de las rondas
Estructura y funcionamiento de las rondas
Luchas tempranas y mitos fundacionales
Las rondas expanden sus funciones
Las debilidades de la justicia estatal
Justicia campesina
Hacia el gobierno local
67
67
71
74
75
79
80
87
91
43
45
Capítulo 4. Un poderoso movimiento en permanente crisis
El ocaso de las rondas
El asalto externo: divisiones partidistas
El asalto externo: el acoso del Estado
El acoso externo: las acusaciones penales
La presión externa: las ONG
El asalto desde adentro: las divisiones internas
Tendencias seculares en la vida campesina
Sobrevivencia y fuerza
Conclusión: un fuerte movimiento en permanente crisis
95
96
99
102
106
107
108
111
115
117
SEGUNDA PARTE
LA JUSTICIA CAMPESINA
Capítulo 5. Un panorama de la justicia rondera
Dos casos de intento de violación
Justicia campesina: un análisis e interpretación
Ambigüedades
Conclusiones
Interludio: un comentario sobre los resultados
Conclusiones
121
123
130
142
146
147
153
Capítulo 6. Entre vecinos hay que arreglar
Disputas entre vecinos
Problemas menores
157
160
162
Capítulo 7. Entre familiares es más difícil
Los derechos de una segunda esposa
Problemas familiares
El problema del abuso físico
Separaciones
El abandono, la manutención de los hijos, el reconocimiento
y los matrimonios forzados
Herencias
Conclusiones
185
185
190
191
197
199
202
205
Capítulo 8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato
Notas de campo: Apán Bajo, 28 de abril, 2005
En respuesta a los abigeos
Persiguiendo a los ladrones
Interrogatorios
Las grandes asambleas (mítines)
209
209
214
218
221
224
Capítulo 9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería
Demetrio Mendoza
Natalio Rimarrachín
Aníbal Carmona
Conclusión
237
250
254
256
262
TERCERA PARTE
EL DEBATE SOBRE LA JUSTICIA CAMPESINA
Capítulo 10. El Estado, las rondas y los derechos humanos
La respuesta del Estado: las “acusaciones”
El caso del cuerpo que faltaba
El debate sobre los derechos humanos
Conclusiones
269
271
275
283
288
Capítulo 11. La búsqueda sin fin del protagonismo
Un vigilante rondero
Un juez de paz
Luchando contra el problema en el nuevo milenio
El acuerdo plenario
291
291
292
307
314
Bibliografía
319
Capítulo 1.
Rondas, justicia y derecho consuetudinario
Un ladrón había robado algunas radios. Mientras investigábamos otros
robos, descubrimos quién era. Las rondas campesinas habían organizado
una comisión que buscaba casa por casa. Todos —si no eran culpables—
aceptaban la comisión y la dejaban pasar. Encontramos los objetos
escondidos en una pared cubierta con papel. La ronda detuvo al ladrón y
lo puso enfrente de la asamblea de toda la comunidad. En una asamblea
toda la comunidad participa y todos votan. En este caso, le dieron al ladrón
un castigo: una semana de trabajo comunitario, ayudando a construir
los campos deportivos en la escuela, y una semana de ronda en la noche.
También le dimos cinco latigazos para hacerle confesar, porque al inicio no
quería, a pesar de que teníamos todas las pruebas. Antes de castigarlo, tuvo
que jurar frente a la comunidad y la organización que no volvería a robar
nunca más, porque si no el castigo iba ser aún peor. Funcionó, y ahora es un
leal miembro de la comunidad.1
¿Qué es “justicia” para el campesino andino peruano, profundamente empobrecido, discriminado y que lucha para sobrevivir en un mundo hostil?
A finales de los años setenta, el campesino del departamento de Cajamarca, en el norte andino del Perú, acosado por el robo de ganado y bajo
un sistema judicial en el mejor de los casos distante y en el peor de estos
corrupto, organizó un sistema de patrullas locales, las rondas campesinas, a
1.
Numerosas citas en el presente capítulo y en los siguientes son de campesinos ronderos, muchos de los cuales fueron entrevistados entre los años 1995 y 2000. A pedido
de estas personas, se decidió no identificarlas.
14 | John S. Gitlitz
partir del cual empezó a administrar la justicia fuera de la esfera del Estado.
Para mediados de los años ochenta, se había creado un sistema de justicia informal que trataba prácticamente toda disputa local, no solo los casos
dramáticos de abigeato, sino también los problemas cotidianos, como los
conflictos familiares, las enemistades entre vecinos, los pequeños robos, las
disputas sobre propiedades, entre otras. Orgullosos de lo que habían logrado, los campesinos afirmaban que la justicia de su ronda era más efectiva,
rápida, barata, justa y misericordiosa que la del Estado. Pero los críticos señalaban abusos, tanto que se le llamó “bárbara” a la justicia campesina. Se
acusó a los ronderos de detener y castigar injustamente y con pocas pruebas, y
de conseguir las confesiones a través de la coerción, frecuentemente violenta.
Sin embargo, las rondas nunca trataron solamente sobre justicia, sino
también sobre dignidad y empoderamiento político de los campesinos. Los
agricultores del norte peruano —pobres y gobernados por funcionarios
y no por campesinos— han sido largamente discriminados, explotados y
marginados políticamente. El surgimiento de las rondas les otorgó un nuevo poder y presencia. Los políticos locales empezaron a considerarlos como
algo más que una masa pasiva susceptible de ser manipulada y nunca
escuchada. Para el campesino, su justicia era un medio de reconocimiento,
respeto y control de su vida diaria. Comentan cómo, a partir de las rondas,
aprendieron a “levantar cabeza”. A la inversa, para el Estado el problema
no era solo la prevención del abuso sino controlar, mantener o expandir su
presencia en las regiones donde ella era débil.
Desde un inicio, hubo tensión entre las ambiciones de los ronderos y
los temores del Estado. A mediados de los años ochenta el Estado contraatacaba. Cuando las rondas capturaban a sospechosos, el Estado acusaba a
sus líderes de secuestro; cuando los ronderos maltrataban a los detenidos,
los magistrados los acusaban de asalto; varias veces los fiscales los culparon
de “usurpar” las funciones de la magistratura. Durante los años noventa la
nueva generación de líderes, incierta del apoyo de sus comunidades, retrocedió ante la amenaza. Si bien la justicia campesina no desapareció —las
rondas seguían persiguiendo a los ladrones de ganado y resolviendo disputas—, existía un sentimiento de que algo se había perdido. Los líderes hablaban nostálgicamente de los días en que la justicia campesina estaba en
su apogeo. En la lista de demandas que los ronderos presentaron al Estado
peruano, el derecho de administrar la justicia era una de las principales.
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 15
En la década del noventa, la pregunta sobre cómo construir la presencia del Estado en el campo —parte de una discusión mayor sobre la
gobernabilidad—, y si reconocer el derecho de las rondas de administrar
justicia, entró al debate político en el Perú. La nueva Constitución de 1993
proveyó un reconocimiento ambiguo a las “comunidades campesinas” y “
nativas”, al otorgarles legalmente el derecho de administrar la justicia de
acuerdo con sus costumbres tradicionales, siempre y cuando no violasen
ningún derecho fundamental, dejando abierta la pregunta de quién determinaría qué derechos habían sido violados. Para las rondas, la Constitución les otorgó un rol de “apoyo”, sin definir lo qué significaba eso.
Así, la justicia campesina plantea tres preguntas. La primera se refiere
principalmente a la manera en que las rondas se aproximan a las disputas
y las arreglan. En un mundo en el cual, desde la Ilustración, se ha buscado
frenar el uso arbitrario del poder y la violencia, ¿cómo evaluar la “justicia”
rondera? La segunda concierne a las rondas como actores políticos. La justicia
campesina se ha convertido en una parte fundamental de la identidad de los
agricultores como ronderos y de su creciente importancia política. ¿Cómo
afecta el surgimiento y declive de la justicia rondera al campesinado como
una fuerza política? La tercera es una pregunta política: ¿debería el Estado
peruano reconocer el derecho del campesino de administrar justicia?
Una breve historia de las rondas
Las rondas campesinas surgieron a mediados de la década del setenta en
el departamento de Cajamarca, como una respuesta comunal organizada
al robo de ganado y a los pequeños hurtos. Era un “esfuerzo colectivo para
proteger la propiedad individual”.2 El robo de ganado, que había alcanzado
proporciones epidémicas, era una actividad altamente estructurada que involucraba a pandillas estilo mafias y a agentes en los pueblos. Sin embargo,
el Estado ofrecía muy poca protección, y rara vez la policía intervenía o los
jueces procesaban los casos.
2.
La cita proviene de Pérez Mundaca 1992: 459-485. Para una discusión sobre las
condiciones que permitieron el surgimiento de las rondas, véase Gitlitz y Rojas
1982-1983: 163-197; Estela Díaz 1987; Huamaní, Moscoso y Urteaga 1988: 6386; y Starn 1999.
16 | John S. Gitlitz
En diciembre de 1976, los campesinos de Cuyumalca, un caserío en la
provincia cajamarquina de Chota, organizaron la primera ronda campesina: una patrulla local cuyo objetivo explícito era ponerle fin al robo de ganado, así como al pequeño hurto. Las rondas patrullaban caminos, pastos
y campos “con el único objetivo de prevenir el robo continuo de ganado,
cosecha, de la casa, asaltos y abusos que eran perpetuados contra nuestras
indefensas esposas por personas que vagaban en las noches bien armadas”.3
Al principio, por temor a las represalias de los ladrones o a la represión del Estado, pocas comunidades siguieron el ejemplo de Cuyumalca.
Sin embargo, para el año 1978 el éxito de la primera ronda era evidente:
el abigeato había sido contenido y el pequeño hurto considerablemente reducido. En 1980, prácticamente toda comunidad en el centro del departamento Cajamarca había organizado su propia ronda. A finales de la década
del ochenta, unos 3400 pueblos —a lo largo de cinco departamentos del
norte andino peruano— habían hecho lo mismo.4
En el 2001, las federaciones nacionales de rondas estimaron que había
aproximadamente 250 mil campesinos que participaban en patrullas organizadas. Estas se distribuían a lo largo de doce departamentos andinos,
desde la frontera con Ecuador hasta la frontera con Bolivia.5 En el norte
peruano, el corazón de los comités de ronda seguían siendo, como lo fue en
Cuyumalca, los minifundistas que vivían en pequeñas y dispersas parcelas.
En el sur, en cambio, donde predominaban las comunidades campesinas
legalmente reconocidas —con título colectivo de la tierra—, las rondas eran
formadas como subcomités de las asambleas comunales establecidas por ley.
3.
“Acta de instalación de la Junta Directiva de las Rondas Nocturnas de la Comunidad
de Yasavilca, distrito de Chota, departamento de Cajamarca, noviembre 26 de 1979”.
4.
Starn 1999: 3-4.
5.
“Actualmente existirían entre 200,000 y 250,000 ronderos […] agrupados en
unos 8,000 comités de ronda […] Los Comités de Rondas Campesinas del norte,
a pesar de no tener el dinamismo y participación masiva que tuvieron en los 80,
son actualmente las organizaciones ronderas más numerosas. En Cajamarca
cuentan con unos 100,000 ronderos activos, en Piura con 15,000 y un número
similar […] actúan en los departamentos de La Libertad, Amazonas, San Martín
y Ancash. Existen 20,000 ronderos en el altiplano puneño y unos 10,000 ronderos
en los departamentos de Cuzco, Apurímac, y la sierra de Arequipa y Tacna” (Laos
Fernández, Paredes y Rodríguez 2003: 20).
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 17
Las rondas de las que se está discutiendo en el presente trabajo no
deben ser confundidas con los comités de autodefensa (CAD) que se organizaron también en las décadas del ochenta y noventa durante la lucha
contra Sendero Luminoso. Aunque también se les llamó frecuentemente
rondas, los CAD fueron un instrumento de contrainsurgencia del Estado,
definido por ley y, en la práctica, organizaciones temporales que se encontraban subordinadas a los jefes militares locales. Aquí me centro solo en
las rondas del norte peruano, aquellas que surgieron independientemente
para confrontar el robo de ganado, y no en las organizadas bajo la tutela
del Estado para combatir la subversión, ni en aquellas asociadas con comunidades legales.
Inicialmente, las rondas entregaban a los ladrones a las autoridades
judiciales. No obstante, rara vez los delincuentes eran procesados. Esto se
debía en parte a que la legislación peruana no consideraba el robo de ganado como un asunto serio; a que las rondas no alcanzaban los estándares
legales de pruebas; y a que, como los campesinos creían, las autoridades
estaban coludidas con los abigeos. El resultado fue una dramática serie
de enfrentamientos tanto contra los ladrones como contra el Estado.6 Las
rondas prendieron la comisaría de Cutervo y echaron de Chota a un juez
conocido por su amor por los sobornos. El evento decisivo ocurrió en el año
1978, cuando en una asamblea de ronderos conformada, según se dice,
por unos cinco mil campesinos provenientes de unas doce comunidades,
se ejecutó a media docena de abigeos. Si bien el hecho es censurable, el
acto demostró la fuerza de los ronderos y los estableció como un poder que
debía ser respetado y temido.
Si las rondas eran capaces de castigar a los ladrones, ¿por qué no lidiar
también con otros problemas? Para la década del ochenta, los comuneros/
campesinos utilizaron las estructuras que habían desarrollado para combatir el robo de ganado con el fin de resolver otros múltiples conflictos
que dividían a sus comunidades. Aquellas eran disputas que el sistema
legal estatal había fallado en resolver. En poco tiempo, la justicia rondera
se ocupó virtualmente de todo tipo de problemas, desde la circulación de
rumores y las enemistades vecinales, hasta el maltrato a las esposas, el
6.
Estos eventos serán plenamente discutidos en el capítulo 3.
18 | John S. Gitlitz
abuso de menores, los conflictos por herencia, los pequeños hurtos y hasta
los casos de brujería. Muchos de estos problemas podrían haber sido llevados
a los tribunales de justicia, en donde hubiera podido pasar años antes de
solucionarlos, con la rara satisfacción de las partes y a un gran costo. Por otro
lado, los problemas menores hubieran sido ignorados. Según los campesinos,
la justicia rondera era más efectiva, rápida, barata y justa que la del Estado.
Para mediados de los años ochenta, las rondas habían asumido la función,
según Nora Bonifaz, de “mantener el orden”.7 Con el abigeato controlado, la
justicia campesina se volvió una actividad nuclear de las rondas.8
La Federación Provincial de Rondas Campesinas de Cajamarca reportó que entre 1987 y 1989 sus miembros manejaron más de 12 mil disputas; 600 casos de abigeato; 500 hurtos; 280 altercados familiares; 2900
casos de comportamiento público inapropiado; 3500 problemas de agua
y tierra; 400 disputas sobre caminos; 1600 quejas por incumplimiento
de contratos; y 400 casos de brujería.9 Esta cantidad puede ser exagerada,
pero solo una pizca de ella ya es impresionante.
Las rondas también empezaron a coordinar proyectos de desarrollo en
sus pueblos, negociando con las agencias del gobierno y con organizaciones
no gubernamentales (ONG). Demandaron cada vez más que las autoridades locales, asignadas por el Estado, respondieran a la organización. En
esencia, se habían convertido en una suerte de gobierno del pueblo. Ahora,
merecidamente orgullosos, los campesinos se hacían llamar “ronderos” en
vez de simplemente “campesinos”.
Sin embargo, la justicia campesina no estaba libre de problemas. La
amenaza de represión del Estado estaba siempre presente, atemorizando a
los líderes y debilitando a la comunidad. Repetidas veces, los líderes eran
convocados por las autoridades provinciales para explicar sus acciones, por
lo cual muchos enfrentaron cargos criminales y algunos hasta fueron encarcelados. No obstante, los obstáculos más desmoralizadores eran internos. A veces los conflictos se resistían a la solución, las parejas se negaban
a reconciliarse y los vecinos no eran capaces de superar sus rencores. Por
7.
Bonifaz s/f.
8.
Para una interesante introducción sobre la justicia campesina, véase Bonifaz s/f.;
Huamaní, Moscoso y Urteaga 1988; Sánchez Ruiz 1992; y Revilla y Price 1992.
9.
Citado en Revilla y Price 1992: 193.
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 19
más que la ronda tratara, esta podía carecer del poder para obligar a los
tercos litigantes a dejar de lado su ira y, si bien la asamblea podía llevar
a las personas a un buen comportamiento temporal, no podía forzar el
amor y el perdón. Incluso este buen comportamiento solo se podía lograr
cuando la asamblea se ponía de acuerdo en qué hacer. Muchas veces, los
intereses familiares y de facciones dividían profundamente a las comunidades, más que los conflictos particulares del momento. Por otro lado,
algunos dirigentes venales manipulaban a las asambleas para sus propios
fines; en ocasiones, la corrupción asomaba y mostraba su terrible rostro; y
siempre hubo algunos que, no queriendo aceptar la autoridad de la ronda,
se quejaban a las autoridades. Estos funcionarios, mayormente hostiles a
las rondas, estaban siempre deseosos de escuchar las quejas.
El debate sobre la justicia campesina
Las comunidades campesinas —sospechamos que en todas partes— han
administrado siempre la justicia por cuenta propia. La tradición inglesa
tiene a su Robin Hood y España a su Fuenteovejuna.10 La historia popular andina está repleta de historias sobre abigeos linchados, terratenientes
abusivos fuertemente golpeados, y brujas azotadas por campesinos iracundos. Las autoridades locales —tenientes gobernadores, jueces de paz,
catequistas y hasta policías y terratenientes— han sido siempre mediadoras informales, que resolvían las disputas entre esposos o vecinos. Bajo
esta perspectiva, las rondas estaban haciendo lo que los campesinos habían
hecho siempre. Sin embargo, su justicia era en cierto sentido nueva. Los
propios ronderos sentían que lo que estaban haciendo iba más allá de la
tradición. No solo estaban resolviendo disputas, sino creando un sistema
para administrar la justicia en sus estancias y, en el proceso, construyendo una identidad de comunidad. Era su intento agresivo y articulado de
asumir la “jurisdicción” sobre todo tipo de conflicto, reemplazando a otros
mediadores informales y a las cortes judiciales, y creando estructuras y
procesos institucionalizados para aplicarla. Además, era su manera de afirmar que hacerlo era su “derecho”.
10. Sobre estudios de formas “primitivas” de protesta campesina, véase Hobsbawm
1959 y 1981.
20 | John S. Gitlitz
Ciertamente, en el Perú muchos vieron la justicia rondera como algo
nuevo y significativo. Los años ochenta fueron una década difícil. El país
sufrió una creciente inflación, la producción decayó y los estándares de
vida disminuyeron drásticamente cuando los cincuenta años previos de
crecimiento económico, basado en un Estado intervencionista y proteccionista y en la industrialización por sustitución de importación, se volvieron
insostenibles. Simultáneamente, el surgimiento de Sendero Luminoso y del
Movimiento Revolucionario Túpac Amaru y la brutal reacción del Estado
trajeron niveles alarmantes de violencia. Los espacios para las organizaciones y protestas pacíficas se redujeron. Además, se vivían cambios internacionales —el colapso del socialismo “real” y el nacimiento de un consenso
mundial sobre la necesidad de llevar a cabo reformas estructurales neoliberales, las cuales reforzaron tendencias internas. La izquierda peruana,
que al comienzo de la década se mostró como la fuerza del futuro, vio
su influencia drásticamente reducida casi hasta desaparecer. Su lenguaje
revolucionario sobre el conflicto de clases y la redistribución económica,
que dominó el argumento político de toda una generación e influyó mucho
en las primeras rondas, fue reemplazado por un nuevo discurso político
que defendía la democratización, la ciudadanía y los derechos humanos.
En el Perú, como en México, Guatemala, Colombia, Ecuador y Bolivia,
la demanda en defensa de los “derechos indígenas” apareció en el debate
político.
Para los intelectuales peruanos, las rondas eran un ejemplo de las
nuevas experiencias de las que ellos hablaban. La justicia campesina no era
simplemente una mejor justicia ante la ausencia del Estado, sino era sobre todo empoderamiento y ciudadanía para los campesinos, parte de una
agenda progresista para la sociedad en conjunto. Para otros, era también el
derecho a una cultura diferente.
Esto fomentó la inclusión del artículo 149 en la Constitución del año
1993. El artículo en mención estableció lo siguiente:
Las autoridades de las Comunidades Campesinas y Nativas, con el apoyo
de las Rondas Campesinas, pueden ejercer las funciones jurisdiccionales
dentro de su ámbito territorial de conformidad con el derecho consuetudinario, siempre que no violen los derechos fundamentales de la persona.
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 21
No obstante, la aprobación del artículo 149 tenía límites, pues explícitamente ponía dos condiciones que llevaban a un reconocimiento ambiguo
de las rondas. En primer lugar, solo “las autoridades de las Comunidades
Campesinas y Nativas” estaban empoderadas para administrar justicia. El
rol de las rondas era simplemente proveer un “apoyo”, sea lo que eso significase. En segundo lugar, mientras la Constitución hablaba del derecho a
administrar justicia de acuerdo con el “derecho consuetudinario”, este estaba condicionado al respeto de los derechos fundamentales. ¿Eran las sanciones tradicionales aplicadas frecuentemente por las rondas —como los
latigazos, los baños o las labores forzadas en proyectos comunales— una
violación de los derechos humanos? Toda justicia tiene un lado coercitivo.
Si el Estado podía castigar, ¿podían hacerlo también las rondas? Además,
la Constitución contenía una contradicción. Mientras que el artículo 149
reconocía la justicia campesina, otros artículos afirmaban que el único encargado de administrar justicia era el Poder Judicial.
Por un lado, los opositores de la justicia rondera argumentaban que
era cualquier cosa menos justicia. Estaban horrorizados con los juicios
de las asambleas populares, y temían sus arbitrariedades, parcialidades
y potenciales abusos, sin contar su invasión en la esfera privada. De la
manera como los jueces y fiscales locales lo relatan, los ronderos eran
vigilantes autodesignados que practicaban una forma dura y vengativa del
ojo por ojo. No tenían interés en las pruebas, en el debido proceso ni en
una justicia elemental.11 Quienes se oponían a esta clase de justicia, temían
también que cualquier reconocimiento de una jurisdicción campesina fuese
a debilitar la integridad del Estado.12 Por otro lado, los defensores de la
justicia rondera —que incluían a la mayoría de los ronderos, muchas ONG
y grupos religiosos y de derechos humanos— argumentaban presentando
su propia y larga lista de abusos cometidos por la policía y el sistema
judicial del Estado. Afirmaban que la justicia rondera era una forma válida
de justicia, más eficiente, rápida, más cercana a la gente, menos abusiva
y más justa que la del Estado. Es más, decían que la justicia rondera era
válida —si bien podía parecer exótica y en ciertas ocasiones ofensiva—
porque se basaba en valores ampliamente comprendidos y compartidos
11. Informe del Segundo Taller Nacional… 1993: 8-9.
12. Trazegnies 1993: 13-15.
22 | John S. Gitlitz
por la comunidad. El “derecho consuetudinario” era la expresión de una
sociedad multicultural, un derecho largamente ignorado por el sistema
legal del Estado, pero bien comprendido por el campesinado.
Los sistemas comunitarios indígenas […] son cercanos a la población […]
entre otras razones, por: a) la pertenencia a los mismos códigos culturales, y
por compartir normas y valores comunes entre quienes resuelven conflictos
o toman decisiones y los usuarios del sistema.13
El debate, sin embargo, es más complejo. Aun entre los defensores de
la justicia rondera existen diferencias significativas. Mientras que todos están de acuerdo en que debería existir una suerte de espacio autónomo para
la solución de conflictos comunales, un menor consenso surge a la hora de
especificar cómo debería ser ese espacio. El argumento se mueve alrededor
de dos posiciones. María Teresa Sierra, que discute temas similares en México, califica a la primera perspectiva como “indigenista” y a la segunda
como “campesinista” o “pluralista”. La primera considera a las rondas como
una expresión de la cultura indígena. El Convenio 169 “Sobre pueblos
indígenas y tribales independientes” de la Organización Internacional de
Trabajo afirma que, debido al respeto por la diferencia cultural, a las rondas debería otorgársele una casi completa autonomía y discrecionalidad, y
que estas organizaciones deberían estar sujetas a límites mínimos y estar
libres de cualquier revisión externa. En un mundo multiétnico, la justicia
campesina es una forma de resistencia cultural.
Jurídicamente, pueden regular y conocer todas las materias, sin límite alguno de cuantía o gravedad […] Cabe inferir […] es el espacio territorial en
el que se ubican los pueblos y comunidades indígenas […] una vez que el
derecho indígena regula, conoce o resuelve un caso de su competencia, este
no puede ser sometido al derecho o la justicia estatal, pues entonces dejaría
sin contenido el reconocimiento del derecho indígena.14
Aquellos que defienden una autonomía más limitada ven a la justicia campesina, no como una manifestación de la cultura indígena, sino
13. Yrigoyen 1999: 44-45.
14. Ibíd.: 90-92.
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 23
como una cuestión de democracia, ciudadanía y derechos humanos. En su
necesidad de justicia, los campesinos no son diferentes de otras minorías,
como los grupos que residen en barrios marginales, los trabajadores informales o las mujeres. Si los campesinos son únicos, es solo porque están más
marginados, aislados y explotados. La ronda y la justicia campesina son
una pieza entre varias —como el fortalecimiento de la sociedad civil, la
descentralización y la reforma judicial— en el complejo proceso de democratización. En vez de una total autonomía, que podría abrir las puertas al
abuso, sería necesario un espacio más delimitado. Este podría empoderar
al campesino como ciudadano, construir democracia y proteger tanto los
derechos individuales como los colectivos.
Asuntos similares han sido planteados por los zapatistas en México,
debatidos en las negociaciones de paz en Guatemala, enfrentados en la
Corte Suprema de Colombia, y discutidos en Ecuador y Bolivia. Pero en la
práctica, el problema es más complejo. Para Sierra, se lo puede comprender mejor centrándolo en dos ámbitos: uno individual y otro el de la comunidad, ya que las familias campesinas persiguen complejas y múltiples
estrategias para defender sus intereses, recurriendo tanto a las instituciones
comunales como a las estatales, y apelando tanto a las normas campesinas como a las oficiales. En esa esfera, la justicia campesina es un híbrido
impuro, una de las muchas maneras mediante las cuales las comunidades
y sus miembros resuelven las disputas. Junto a esta diversidad local, los
campesinos dibujan una justicia campesina idealizada como una estrategia
para la defensa y el poder político comunal.15
Sin embargo, el debate no es solo sobre justicia, sino también sobre
empoderamiento, un tema que no es exclusivo del Perú:
Para las personas indígenas de América Latina, la recuperación del derecho
consuetudinario es parte de una larga lucha por rechazar el Estado “neocolonial” latinoamericano y ajustar el mito de las élites de América Latina de
una nación homogénea a la realidad de su población heterogénea […] el
reconocimiento de un pluralismo legal es parte de un proyecto más grande
para afirmar un derecho a la autodeterminación: es un aspecto de la autónoma ciudadanía colectiva que buscan dentro del Estado.16
15. Sierra, 2004.
16. Van Cott 2000: 211 (traducción propia).
24 | John S. Gitlitz
Comprendiendo el derecho consuetudinario
Los hechos legales, como señala Clifford Geertz, no son meros hechos: son
la selección y ordenamiento de eventos construidos en respuesta a una “sensibilidad legal” que les da sentido. Para comprender cualquier orden legal,
ya sea del Estado o de una comunidad rural, uno debe primero entender
la “sensibilidad legal” que subyace tras él. “El lado legal de las cosas no es
un grupo definido de normas, reglas, principios o valores sobre el cual las
respuestas jurídicas pueden ser estipuladas a partir de eventos mostrados,
sino que es parte de una manera distintiva de imaginar lo real”.17 La tarea
de “un acercamiento comparativo a la ley es un intento [...] de formular las
presuposiciones, las preocupaciones y los marcos de acción característicos
de un tipo de sensibilidad legal en los términos característicos del otro”.18
El término “derecho consuetudinario” destaca en el debate sobre la
justicia rondera. Pero, ¿qué es el “derecho consuetudinario”? Intuitivamente, la respuesta parece obvia. Es lo que la gente común y corriente —ya
sea los habitantes de las favelas en Río, los campesinos del norte peruano
o los vecinos de Manhattan— utiliza para resolver sus disputas. Es una
suerte de justicia popular de sentido común, basada en normas, reglas y
procedimientos ampliamente compartidos que no están escritos, pero que
se encuentran enraizados en la tradición. No son, por lo tanto, leyes explícitas impuestas por la legislación estatal o los tribunales.
La resolución informal de conflictos existe en todas partes, y en sociedades muy pequeñas donde la justicia del Estado es débil responde a
necesidades vitales. No obstante, el problema no es tan simple. Para comprender cualquier patrón particular de resolución de conflictos, uno debe
primero entender la concepción de justicia —su “sensibilidad legal”— que
subyace tras él. Ningún sistema existe, sin embargo, de manera aislada.
En el Perú, como en todas partes, su reconocimiento por parte del Estado es contencioso. Donde Estados débiles buscan extender su hegemonía
sobre grupos históricamente marginados, y en donde esos mismos grupos
se resisten a un Estado que perciben distante u hostil, la jurisdicción es
inevitablemente impugnada.
17.
Geertz 1993: 174 (traducción propia).
18.
Ibíd.: 218.
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 25
Sobre la base de Merry, resumo aquí la literatura dividiéndola en cuatro categorías generales: “Ley como cultura”; “Ley como solución de problemas”; “Pluralismo legal”; y “Ley como dominación”.19
“Ley como cultura”: aproximaciones a la justicia campesina
Algunos investigadores consideran que existe un sistema jurídico autóctono, contenido en las reglas del juego de la estructura social y de su funcionamiento, que se expresa de manera más o menos directa en todas las prácticas sociales y a manera de costumbre; y asumen la tarea de aislar y ordenar
tales normas en un cuerpo al que llaman derecho consuetudinario [...] se
propone codificar [...] estas costumbres [...] para favorecer su preservación,
su aplicación y su reconocimiento.20
La perspectiva de la “ley como cultura” parte del supuesto de que las
aldeas campesinas —pequeñas sociedades, relativamente autocontenidas,
donde la vida es cara-a-cara— personifican, en mayor o menor medida,
culturas distintas a las dominantes. Tienen sus propias normas, valores,
instituciones y prácticas tradicionales para resolver conflictos que han sido
configurados por sus historias en interacción con un mundo más grande,
y si bien rara vez estos son explícitos o escritos, pueden ser descubiertos
observando su práctica.
El “derecho consuetudinario” como área de estudio en las ciencias
sociales surgió a finales del siglo XIX. Las fuerzas coloniales europeas,
reconociendo que no podían simplemente aplicar sus propias leyes a contextos culturales radicalmente diferentes, decidieron codificar las prácticas
tradicionales de los pueblos que conquistaban. Observando las maneras
en que las sociedades nativas resolvían las disputas, y con la ayuda de expertos indígenas que generalmente eran líderes religiosos o políticos, buscaron reducir las prácticas tradicionales a una serie de reglas. Su objetivo
19. Esta descomposición es similar a la sugerida en un artículo por Sally Falk Moore.
Los términos “ley como cultura”, “ley como solución de problemas” y “ley como
dominación” son suyos, bajo traducción propia. Decidí descomponer el último en
dos categorías, distinguiendo la ley como expresión del poder nacional o regional de
la ley como poder dentro de las comunidades. Véase Falk Moore 2001.
20. Stavenhagen 1990: 53.
26 | John S. Gitlitz
era principalmente instrumental: permitir un mayor, o de ser posible una
forma descentralizada de, dominio estatal colonial.21
Los resultados no fueron satisfactorios. Si bien en ciertas áreas de la
vida social era relativamente fácil identificar las costumbres nativas, en la
mayoría de áreas inferir principios abstractos de prácticas fluidas resultó
ser una tarea difícil. La ley nativa era “situacional”: problemas específicos y
personas eran puestos en contexto; las reglas que parecían precisas y claras
en una situación eran ignoradas en la siguiente. El supuesto asumido de
que las prácticas nativas eran homogéneas y coherentes, reducibles a un
grupo coherente de “leyes”, demostró ser insostenible. Tampoco resultó
fácil definir lo “tradicional”. Las culturas coloniales eran dinámicas. En
la medida en que el crecimiento de las economías exportadoras afectaba
los patrones de uso de las tierras, los misioneros desafiaban las religiones
tradicionales y nuevas formas de productos transformaban el consumo y
comercio, las culturas locales cambiaron. La idea de “tradición” debía ser
ampliada para incluir nuevos aspectos. Para que algunas prácticas fueran
consideradas “tradicionales”, quizás lo importante era simplemente que
fueran aceptadas por la comunidad y que esta las hiciera “suyas”.
Si se puede o no identificar una tradición indígena “pura”, es importante
reconocer que las costumbres y prácticas identificadas como “indígenas”
continúan teniendo un significado en la vida de los grupos indígenas. Más
que la persistencia de tradiciones antiguas, las dinámicas de cambio y poder
caracterizan las costumbres y el derecho consuetudinario.22
El esfuerzo por estudiar el derecho consuetudinario mediante la
abstracción de reglas discretas que surgen de la observación de prácticas
concretas continúa siendo una importante metodología de la antropología
legal (así como de las políticas indígenas). Por ejemplo, es un tema central
21.
Snyder 1981:141-164.
22.
Sierra 1995 (traducción propia). Sieder argumenta de manera similar al decir que el “derecho consuetudinario, no es un vestigio de un pasado tradicional, sino una parte integral
de un orden (político) asimétrico en marcha [...] constantemente renegociado de acuerdo
a cambiantes circunstancias políticas y económicas [...] el enfoque clave [...] debería estar
en las dinámicas de poder y cambio social; en los contextos en los cuales las reglas son
construidas, en vez de en la persistencia de las tradiciones” (Sieder 1997: 17).
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 27
en el estudio de la ley maya en Guatemala. Mayen define el derecho consuetudinario como:
[…] el derecho consuetudinario es ‘un sistema jurídico que, de acuerdo a
la cultura propia de una comunidad o un pueblo, define: a) normas para
ordenar la vida social en general; b) acciones perjudiciales o delictuosas; c)
las sanciones paraestas acciones delictuosas o perjudiciales; d) cómo y ante
quién debe el perjudicado buscar satisfacción o reparación y e) cómo deben
aplicarse estas sanciones y quien debe aplicarlas’.23
Raquel Yrigoyen resume estas ideas de la siguiente manera:
El derecho consuetudinario consiste en el sistema de normas, valores, principios normativos, autoridades, instituciones y procedimientos que permiten
a los pueblos y comunidades regular su vida social, resolver conflictos y organizar el orden en el marco de su cultura y necesidades sociales [...] incluye
pautas antiguas o nuevas, propias o adoptadas, pero correspondientes al
sistema cultural de sus usuarios y percibidas como propias. También incluye
reglas para crear o cambiar reglas.24
Todas estas definiciones tienen un elemento en común: el derecho
consuetudinario se encuentra enraizado en la diferencia cultural e identificar un espacio para su práctica es un medio para la defensa de la cultura.
“Ley como solución de problemas”: aproximaciones a la justicia campesina
El énfasis está en la justicia social en vez de en la justicia legal; el objetivo
está en situar a la justicia en un contexto en donde el daño más que la culpa se considera importante [...] la meta es trabajar juntos para negociar
resultados mutuamente aceptados y donde la culpa es compartida [...] el
empoderamiento y la creencia en la necesidad de “restaurar” las relaciones
entre los ofensores, víctimas y comunidades, son centrales.25
La perspectiva de la “ley como solución de problemas” entiende al derecho consuetudinario por su funcionalidad. Utilizando una frase de Hans
23.
Dary 1997: 248.
24.
Yrigoyen 2000: 4.
25.
La Prarie 1966: 2-3.
28 | John S. Gitlitz
Jürgen Brandt, la meta es “construir la paz comunal”.26 La resolución de
conflictos está menos enraizada en distinciones culturales que en su necesidad práctica. En las pequeñas comunidades campesinas, donde todos se
conocen, en donde los campesinos viven al borde de la vida, los conflictos
amenazan tanto a la supervivencia familiar como a la integridad de la
comunidad. Ahí donde los tribunales del Estado no logran garantizar el orden, la justicia campesina tiene que entrar. Así, esta justicia resulta ser un
esfuerzo pragmático, práctico y normativo por construir una paz comunal.
La justicia campesina se diferencia de la ley del Estado no porque está
enraizada en la diferencia cultural, algo que puede ser o no ser cierto, sino
porque enmarca el problema del orden de una manera distinta. El derecho
oficial busca crear el orden en las sociedades de gran escala a través de
reglas fijas, explícitas y universales que especifican determinadas consecuencias para determinadas acciones. Su ideal es juzgar actos —no personas— igualitariamente. La justicia campesina, en cambio, busca restaurar
el equilibrio en sociedades de pequeña escala en donde las personas, más
allá de lo que se hayan hecho entre ellas, deben continuar viviendo juntas.
Enfatiza la reconciliación y la reparación en vez del castigo. Analizando la
justicia aborigen canadiense, Depew observa lo siguiente:
La cualidad distintiva de justicia promovida por la tradición comunitaria
[...] es de una naturaleza social y no estrictamente legal. Está principalmente referida a las complejidades de las disputas que surgen de las demandas
sociales de la vida comunal. Por ello, la calidad de la justicia popular se refleja en la manera en que las historias sociales y circunstancias personales y comunales de los litigantes se ejercen en la adjudicación de las transgresiones,
y en la habilidad de los litigantes de reanudar relaciones sociales armoniosas
o de continuar interacciones armoniosas en el futuro [...] el objetivo general
es “curar” las relaciones individuales e interpersonales, y restituir la “salud”
de la comunidad.27
Allot, en discusión sobre el derecho consuetudinario de las colonias
británicas en África, utiliza un argumento similar:
26.
Brandt 1990.
27.
Depew 1969: 23-24.
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 29
Las reglas del derecho consuetudinario no eran [...] en general tan precisas como los tribunales hubieran querido que sean; el objeto de muchos
procedimientos legales consuetudinarios era la negociación que llevaba al
compromiso y reconciliación de las partes, y no la aplicación estricta de las
reglas a los hechos. Las “reglas” del derecho consuetudinario [...] brindaban
usualmente tan solo un estándar o proveían un punto de conversación.28
Desde esta perspectiva, en vez de asignar culpa por acciones específicas, es indispensable determinar las causas y resolver los problemas subyacentes, así como reparar el daño ocasionado. La construcción del consenso,
a través de un paciente diálogo, es central. El compromiso de todos de vivir
unos con los otros y con la comunidad en paz, debe ser reafirmado. Sin embargo, el consenso no tiene por qué ser voluntario; si es necesario, el acuerdo puede ser impuesto, ya sea por presión o hasta utilizando la fuerza.29
El derecho consuetudinario es caracterizado generalmente por un proceso
flexible de negociación y conciliación entre las partes [...] y tiende a enfatizar
medidas restituidoras como solución [...] El principal elemento procesal […] es
el uso extendido de la discusión [...] El proceso es usualmente igual de importante que el resultado final y constituye un espacio subsanador, una forma de
mediación y una sanción moral por sí mismo [...] La idea principal, por tanto,
es que el culpable reconozca y enmiende su error frente a la comunidad. El concepto de perdón, así como el reconocimiento del error, es central [...] En el caso
de que la parte culpable falle en corregir su comportamiento, sufría una sanción
moral que era la exclusión de la vida comunitaria.30
Consecuentemente, la justicia campesina es la búsqueda pragmática,
ecléctica, fluida pero poderosa y, sin embargo, moral, de la comunidad
para ponerle fin a un conflicto y reconstruir la paz comunal.
Pluralismo legal: la justicia campesina como un “campo semi-autónomo”
El pluralismo legal pasa de explorar el derecho consuetudinario como
tradición o reconciliación a examinar la relación entre los “órdenes
28.
Allot 1994: 296.
29.
Brandt 1987.
30.
Sieder 1997: 41-45.
30 | John S. Gitlitz
normativos” informales y el Estado. En una sociedad cualquiera, coexisten
múltiples espacios para resolver las diputas: los pueblos campesinos, la
fábrica, la familia, la escuela, entre otros. Cada uno de ellos impone el orden
a su manera. Estos órdenes coexisten con el Estado y son parcialmente
construidos en interacción con este. Sin embargo, la relación no se da entre
iguales. El derecho oficial aspira a ser hegemónico, si bien nunca goza de
un dominio indiscutible.31 Moore contempla los órdenes no-estatales como
“campos semiautónomos” que generan internamente reglas, costumbres y
símbolos, los cuales son, sin embargo, vulnerables a las reglas, decisiones y
fuerzas externas. Hay espacio para la resistencia y autonomía.32
Así, el pluralismo legal centra su atención en los límites, en la tensión
entre los órdenes normativos no-estatales y la ley del Estado, en donde esta
última busca expandir su autoridad y aquellos se resisten. Esta tensión se encuentra enraizada en el poder, pero se esconde bajo un discurso ideológico. El
Estado y aquellos que son poderosos buscan ocultar su poder bajo un alegato
moral, pues “la ley como una ideología contribuye a la construcción social de
un mundo equitativo y justo”.33 Pero como la ley no puede entregar la justicia
que ofrece, el discurso que legitima la ley del Estado mina su legitimidad. “El
derecho moderno es un intento continuo de fijeza y cierre que es minado por
la imposibilidad de su proyecto”.34 Sin embargo, argumenta Sieder, “el Estado
de derecho está lejos de ser neutral […] la construcción en cualquier sociedad
de un Estado de derecho es un proceso ideológico impugnado […] tampoco es
[…] una simple representación de los intereses de clase […] puede ser movilizado por los grupos dominados en luchas contra hegemónicas”.35
Actores no estatales manipulan el discurso de la ley para sostener los
reclamos por la defensa del derecho a una diferencia cultural. Para Van Cott,
el reconocimiento de un pluralismo legal es parte de un proyecto mayor de
afirmar el derecho colectivo a la autodeterminación. Aun así, ella se preocupa
de que “la necesidad de afirmar las demandas en vías compatibles con el
31. Fuller 1994: 9.
32. Merry 1988.
33. Merry, citada en Harris 1996: 8.
34. Harris 1996: 5.
35. Véase Sieder 1997 y Triana 1990.
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 31
discurso legal ha resultado en la esencialización, reificación e idealización del
derecho consuetudinario indígena”.36 Para Sieder:
[…] las identidades indígenas en Guatemala son en efecto narradas y codificadas bajo los discursos legales dominantes, especialmente aquellos sobre
los derechos humanos internacionales y multiculturalismo. Esto ha llevado
frecuentemente a proyectar una identidad indígena esencializada, idealizada y atemporal.37
Así, el pluralismo legal lleva nuestra atención a la constante tensión
entre la ley oficial y los órdenes legales no-estatales. Sin embargo, lo que
está en juego no es tanto un choque de valores sino de poder.
La respuesta del Estado no es invariablemente hostil. Por una parte,
en lugares donde los órdenes no-estatales están dispuestos a aceptar la primacía de la ley estatal, a cambio de un cierto grado de jurisdicción circunscrita, el efecto puede extender la hegemonía del Estado y ser bienvenido
por este. Por otra, donde la justicia comunal desafía el control del Estado,
es probable que este responda con represión.38
La resistencia no se encuentra libre de sus propias ambigüedades morales. Existe una tensión inherente entre la demanda colectiva por la diversidad cultural y los derechos individuales.39
El vigilantismo como fenómeno es implícita o explícitamente una crítica a
las deficiencias de la ley del Estado […] pero el vigilantismo tiene un lado
ambiguo y hasta brutal. En tales circunstancias, la ley del Estado es la única
defensa de los grupos subordinados […] La costumbre es, entonces, ambigua: por un lado, representa la posibilidad de actos violentos en contra de
mujeres, de minorías étnicas, de aquellos que han ofendido a los detentadores locales de poder; por el otro lado, invoca valores locales frente a un
Estado ajeno que se impone.40
36. Van Cott 2000: 212.
37. Sieder 2000a.
38. Nina y Schwikkard 1996: 69-87.
39. “En muchos casos, el orden legal dominante (el Estado), ayuda a los miembros de
las comunidades a luchar contra las relaciones de opresión que surgen dentro de su
grupo o comunidad” (Sieder 1997: 20).
40. Harris 1996: 8 (traducción propia).
32 | John S. Gitlitz
Desde la perspectiva individual, el pluralismo legal también nos lleva
a un mundo fluido y ambiguo. En la persecución calculadora y estratégica del interés propio, el individuo utilizará el orden legal estatal y el noestatal, según le convenga. Esto es etiquetado por Nader como un forum
shopping.41 Las facciones apelarán a la ley del Estado como un arma en las
luchas internas de poder; la ley del Estado puede ser evadida ahí donde
la necesidad de consenso predomina, etc.42 Sierra se percata de que en las
cortes comunales indígenas en la sierra de Puebla, México, apelar tanto
a la tradición como a la ley del Estado era una práctica normal. Sin embargo, cuando el consenso de la comunidad desaparecía o había luchas de
poder, los comuneros preferían a veces acudir a los tribunales estatales. Las
autoridades del Estado apelaban también tanto a la tradición como a la
ley oficial. Al final, concluye Sierra, lo que importa es menos el concepto
particular de ley que el poder.43
Resolución de conflicto como un reflejo de poder en la comunidad
Equilibrio y “armonía” social o comunal son pocas veces el resultado de la
justicia popular en la práctica. Los litigantes que buscan compensación […]
no se les puede considerar como independientes de sus propios intereses
[…] las personas se juntarán con un lado o registrarán contra-demandas en
tanto sus intereses se muestren compartidos […] Estas situaciones no revelan, por tanto, la “estructura normativa cohesiva de la sociedad” […] Lo que
sucede […] no es un microcosmos sobre cómo el equilibrio y armonía de la
comunidad son reproducidos, sino un reflejo incompleto de las estructuras
dinámicas de la comunidad.44
Según los puntos de vista arriba detallados, el derecho consuetudinario deriva su legitimidad del consenso de la comunidad y de la heterogeneidad cultural. No obstante, ¿no deberíamos plantear una posibilidad
alternativa, es decir, que las acciones comunales son la imposición de unos
sobre otros, el reflejo de un poder local desigual?
41.
Nader 1975: 151-170.
42.
Ibíd.
43.
Sierra 1995.
44.
Depew 1996: 30-31.
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 33
Un tema principal en la reflexión sobre el derecho ha sido siempre que
los órdenes legales son la voz del poderoso. La ley no es un conjunto abstracto de normas que persiguen un ideal universal de justicia ni un conjunto de procedimientos y reglas. Es una de las principales maneras mediante
las que el poderoso busca mantener el poder, enmascarar y legitimar su
hegemonía; es un “poder social organizado y legitimado”.45
Ciertamente, en América Latina, cuando los intelectuales discutían la
relación entre el Estado y los grupos marginales, esta idea de la ley como
una imposición estuvo siempre presente. La ley del Estado existe (y falla
en impartir la justicia que promete), precisamente porque sirve al rico y
poderoso.
¿Por qué no asumir que lo mismo sucede en las sociedades campesinas? Yo podría pegarle a mi esposa y ella podría resentirse por ello; sin
embargo, cuando la asamblea comunal acepta la violencia conyugal como
algo normal, ¿está dando voz a los valores locales o está reflejando el hecho
de que se encuentra dominada por hombres? Del mismo modo, el derecho consuetudinario no es tanto la expresión de normas culturales o de
necesidades pragmáticas, sino más bien una herramienta en la lucha entre
facciones poderosas.
En África, cuando los ingleses pretendieron ganar control sobre sus
colonias forjando un espacio para la aplicación de las normas tradicionales,
buscaron a los líderes de esos lugares para descubrir esas normas aceptadas.
Al hacerlo, estaban consultando a las mismas personas que detentaban el
poder y que buscaban mantenerlo, entre otros aspectos, aliándose con los
nuevos señores coloniales. Para Depew, quien estudió el restablecimiento
de los tribunales aborígenes en Canadá, estos organismos no han sido tanto la expresión de una armonía cultural, sino más bien de las dinámicas del
poder local. Es más, él sugiere que gracias a que la justicia aborigen refleja
las relaciones locales de poder, esta carece tanto de legitimidad como de
efectividad.
Llama la atención que los números de casos de la justicia popular sean invariablemente pequeños, sin importar qué tipo de comunidad sea, y existe
cierta evidencia de que los métodos de justicia popular están generando
45.
Sieder 1999.
34 | John S. Gitlitz
arreglos sin sentido e inefectivos […] La justicia popular puede no ser muy
atractiva para ciertos sectores de la población para la cual fue originariamente diseñada.46
Snyder, quien cita a Nader, argumenta algo similar:
Nader sugiere que los antropólogos deberían colocar de mejor manera los
procesos legales en sus contextos sociales […] Estudios recientes sobre las
reglas han enfatizado que las normas mismas son una forma de poder, manipuladas y usadas selectivamente por las partes en disputa.47
En la literatura latinoamericana, la tendencia en el derecho consuetudinario ha sido a idealizar la justicia campesina. Muchos de los que han
estudiado el derecho consuetudinario lo han hecho debido a un importante
compromiso de fortalecer y no debilitar la organización y autonomía campesinas. Ciertamente, ser críticos arriesga colocar las armas en manos de
los enemigos de los campesinos. Sin embargo, ¿no podríamos abrazar la
posibilidad de que la opresión local es tanto parte del derecho consuetudinario como lo son las virtudes locales?
El presente estudio
Este estudio se centra en dos provincias del departamento norandino de
Cajamarca: Chota, donde nació la primera ronda, y Hualgayoc, donde las
rondas ganaron una temprana fuerza. Ambas son provincias que he visitado y estudiado desde los inicios de los años setenta. Así, muchos de los
informantes con los cuales he trabajado son personas que conozco desde
hace ya cuarenta años.
El estudio tiene como objetivo principal explicar la justicia rondera, el
proceso de resolución de conflictos de las rondas campesinas. Argumentaré, principalmente, que esta justicia no representa tanto la defensa de una
diferencia cultural, sino más bien la búsqueda de soluciones prácticas a través de la reconciliación y la solución de problemas que amenazan la integridad de la comunidad. Es la reafirmación consciente, pública y explícita
46.
Depew 1995: 36.
47.
Snyder 1981: 144-5. 153.
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 35
del pacto social que hace posible la vida de la comunidad. Sin embargo, la
diferencia cultural no deja de ser relevante. Tras la justicia rondera existe
un debate moral que configura su sentido de lo bueno y lo malo.
Si bien la justicia rondera es inherentemente más indulgente, la reconciliación no se alcanza con facilidad y, como todo sistema judicial, esta
justicia también reposa en la coerción. Para que se sometan a la voluntad
comunal, algunas personas tienen que ser persuadidas. Explorar la tensión entre justicia y reconciliación, y su a veces violenta imposición es, por
tanto, un tema que se verá a lo largo del libro. La autoridad de las rondas
tampoco debe darse por sentada; movilizar la unidad y la fuerza para imponer una decisión no es siempre fácil. Los caseríos están divididos y en
conflicto; las personas quieren que la ronda mantenga el orden, pero sin
que interfiera en sus asuntos privados. La necesidad de mantener la fuerza
y autoridad de la organización es, por tanto, un segundo tema. Es más,
la justicia campesina no existe en un espacio vacío. Su misma existencia
desafía la hegemonía de la ley del Estado y la ronda se encuentra muchas
veces bajo el ataque de un Estado que busca exigir de la justicia campesina
un estándar que no se aplica a sí mismo. Cooperar con el Estado, pero
mantenerlo también a cierta distancia, constituye así un tercer tema de
este trabajo. También existe la cuestión del poder y su abuso. No todo
líder es honesto ni sabio. La política de facciones puede estar presente y el
poder público puede ser utilizado para fines privados. Finalmente, para los
campesinos de Cajamarca no es solo una cuestión de justicia. A través de
las rondas y la justicia campesina, los campesinos han logrado un nuevo
sentido de sí mismos, de empoderamiento y de ciudadanía. Han redefinido
la relación entre el campo y la ciudad. Sus dirigentes ven a la administración de justicia, y al derecho de administrarla, como parte de un todo más
grande, fundamental para su identidad, dignidad y poder.
El presente estudio se ha organizado en tres partes. La primera se
centra en el surgimiento y crecimiento de la ronda. El capítulo 2 discute la
crisis que afectó la economía campesina en los años setenta, la ausencia de
un autogobierno efectivo, la difícil división entre el campo y la ciudad, y la
amenaza que representaba el abigeato. El capítulo 3 explora la formación
de las primeras rondas y su expansión hacia un movimiento social de ancha base y un gobierno local informal. No obstante, en los años noventa las
rondas se habían debilitado debido a serios problemas: represión estatal,
36 | John S. Gitlitz
manipulación externa y divisiones internas. Estos temas serán analizados
en el capítulo 4.
La segunda parte se concentra en la justicia campesina misma. El
capítulo 5 devela la dinámica básica de la justicia rondera, centrándose en
la interacción de tres temas: reconciliación/imposición; división/consenso;
y las relaciones con el Estado. Este capítulo muestra los procesos básicos
de la resolución de conflictos penales: investigación, castigo “ejemplar”,
confesión y reparación, así como también la idea de la resolución como
la reafirmación de un pacto social. Los capítulos 6 hasta el 9 exploran la
administración de la justicia por parte de la ronda de manera más profunda, centrándose en las disputas de vecinos y familias, en el abigeato y la
brujería.
Como conclusión, la tercera parte explora la relación entre la justicia
rondera y el Estado. El capitulo 10 analiza la tensa interacción de cooperación y represión en las relaciones entre ronda y Estado, y el surgimiento de
una reflexión sobre los derechos humanos en las rondas. De la mano con
el regreso del Perú a la democracia en el año 2000, el debate sobre si a las
rondas debía concedérseles el derecho de administrar justicia se convirtió
en parte de una discusión mayor sobre gobernabilidad y reforma judicial.
Este debate, que aún permanece irresuelto, así como mis propias reflexiones, son el tema del capítulo final.
Una nota sobre las fuentes y métodos
Los datos para el estudio fueron recolectados de tres tipos de fuentes: los
libros de actas, otros documentos dispersos y entrevistas.
Todas las rondas guardan libros de actas más o menos detallados de
sus actividades en el ámbito de la comunidad y la provincia: la mayoría
poco específicos. Muchos de estos libros incluyen no solo lo hecho en las
asambleas sino también en las reuniones del comité de ronda. Pude obtener libros de actas completos que cubren casi veinte años de tres caseríos
muy diferentes; de otros tres, logré conseguir libros incompletos que cubrían periodos más cortos de tiempo, y también actas dispersas de dos “zonas”, una instancia intermedia y una federación. Las actas constituyen el
registro formal de las rondas. Si bien dicen mucho, revelan poco. Proveen
un resumen del tipo y frecuencia de problemas que trata la asamblea. Una
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 37
lectura cuidadosa de los conflictos y nombres que pueden o no reaparecer,
de los problemas anotados en detalle y de otros apenas mencionados, dibuja un paisaje sobre lo que le preocupa al campesino, sobre conflictos fácilmente resueltos y otros que se arrastran, y sobre personas que cooperan
y otras que son problemáticas. Sin embargo, rara vez las actas presentan
algún tipo de detalle sobre los problemas mismos o sus soluciones, y prácticamente nunca relatan algo sobre el proceso a través del cual se alcanzó
una resolución o sobre los castigos aplicados. El arreglo, que ponía fin a
las disputas, es generalmente el único elemento incluido con cierto detalle
y, aun así, es usualmente vago sobre aspectos cruciales. En las actas, uno
busca en vano poder comprender a las personas involucradas, su interrelación o los problemas debatidos. Para obtener mayor información, tuve que
indagar otras fuentes.
Para mi investigación, obtuve asimismo una variedad de documentos:
“libros de denuncias” guardados por los dirigentes de la ronda, “oficios”,
notificaciones formales entre rondas, “arreglos” (contratos firmados por las
partes), expedientes de las fiscalías, reportes policiales, etc. Estas fuentes
revelan mucho más que los libros de actas. Por ejemplo, solo luego de
haber leído esta documentación secundaria me percaté de que un gran
número de disputas nunca llegaron a la asamblea. Muchas fueron resueltas
en el momento por líderes individuales o comités de ronda, algunas fueron
derivadas a otras instancias, como el juez de paz o los tribunales formales,
y un gran número simplemente no fue tratado. A veces las disputas dejaban un rastro considerable de papeles que me permitieron seguirlas a lo
largo del tiempo e identificar con mayor detalle a los actores, problemas
e intereses. Otras veces ofrecían indicios, ausentes en las actas, sobre los
castigos impartidos. También develaron la cooperación y las tensiones con
las autoridades de otros caseríos, la policía y los tribunales, así como el
diálogo altamente formal entre los caseríos. Estos documentos dibujan una
relación con la justicia estatal mucho más compleja que lo sugerido por la
retórica de las rondas o sus enemigos.
No obstante, también son limitados. Relatan poco sobre el carácter
o historia personal de aquellos que están involucrados. Tampoco ofrecen
más que vagos indicios sobre cómo se alcanzaron las decisiones. Es más,
mi acceso a estos documentos fue azaroso y no sistemático. A diferencia
de las actas, no son considerados parte del “archivo oficial” de las rondas,
38 | John S. Gitlitz
Valico de rondero.
ni guardados en un solo lugar, ni transferidos de una generación de líderes
a otra.
Para profundizar mi conocimiento, complementé el archivo escrito
con entrevistas a ronderos y a otros personajes. Algunas han sido personas
que conozco desde hace tiempo, muchas de las cuales entrevisté en más
de una ocasión, y a unas pocas, repetidas veces, quedándome en sus casas mientras observaba cómo trabajaban. También entrevisté a abogados,
jueces, policías, sacerdotes, comerciantes y hasta abigeos. Los archivos judiciales y policiales proveyeron una información adicional.
Numerosos campesinos, particularmente los dirigentes, relatan con
facilidad hermosas historias de rondas, llenas de detalles. Rara vez se resisten a hablar, si bien en determinados temas —como el uso de la violencia— se muestran vacilantes. Para permitir que nuestras conversaciones
sacaran a la luz lo inesperado, confié principalmente en las preguntas
abiertas, dejando que los entrevistados discutieran lo que quisieran. Sin
embargo, estas conversaciones fueron guiadas tanto hacia preguntas generales sobre la justicia campesina como hacia preguntas sobre casos particulares. Usualmente, en entrevistas posteriores, y a veces en un periodo de
dos o tres años, retornaba a las mismas preguntas y casos.
Sin embargo, las entrevistas, como cualquier tipo de fuente, tienen
también sus limitaciones. La memoria es rara vez confiable. Los informantes
1. Rondas, justicia y derecho consuetudinario| 39
no recuerdan muchas situaciones y otras que creen recordar, probablemente
nunca ocurrieron. Es más, los entrevistados te dirán aquello que ellos creen
que quieres escuchar o lo que ellos quieren que tú escuches, y no dejarán
de tergiversar los hechos para hacerlo. Es frecuentemente difícil distinguir
cuando la intención del informante es revelar u ocultar información.
Existen, después de todo, materias sobre las cuales se encuentran reticentes
a discutir, tales como los castigos físicos, los conflictos entre facciones
dentro del caserío, o la corrupción entre dirigentes. Cuando hablan de estos
temas, los entrevistados lo hacen con mucha menor franqueza.
Si bien estaba preparado para estas dificultades, me topé con dos
problemas que no había previsto. Para mi frustración, me encontré con
frecuentes limitaciones lingüísticas. Varias veces preguntaba, tan solo para
que los informantes respondieran: “Ya respondí eso”. Repasaba mentalmente todo lo que habíamos discutido y no encontraba nada que pudiera
ser una respuesta. Las palabras, por supuesto, son símbolos con sutiles
connotaciones. Frases aparentemente sencillas son usualmente metáforas
que, para aquellos familiarizados con su uso, transmiten mucho más que
su literal significado. Como alguien ajeno, cuyo segundo idioma es el castellano, fallé mucho en comprender.
Más sorprendente fue lo que llamo “el lenguaje del mito”. El relato
de los entrevistados sobre la justicia rondera no era un recuento frío de
los hechos. Lo que ellos contaban era una suerte de fábula, una historia
idealizada configurada para transmitir una moral implícita: la historia tal
como debió ser. Tales narraciones eran frecuentemente reveladoras porque
develaban aquello que era importante para las personas que las contaban.
Al mismo tiempo, sus historias engañaban: mucho era ocultado u omitido,
y frecuentemente fue difícil distinguir la retórica y su verdad del recuento
de los hechos que yo deseaba conocer.
Con todas estas fuentes, he construido historias detalladas sobre
casos específicos. Estoy seguro de que en mi recuento existen inexactitudes
significativas, si bien espero y creo que las historias son razonablemente
ciertas. A través de la interpretación de estos relatos es que he construido
mi análisis. No obstante, en al menos una manera, esta metodología crea
un parcialidad sistemática. Inevitablemente, los casos que más rastros
de papel dejaron y que despertaban el interés de los campesinos, son
los más desafiantes y problemáticos, y los que muchas veces las rondas
40 | John S. Gitlitz
tuvieron menos éxito en resolver. Los campesinos, por tanto, pueden haber
exagerado los problemas a los cuales se enfrentaron las rondas.
A partir de esta variedad de fuentes, he alcanzado una visión de la
justicia campesina de las rondas. Lo que emerge es una justicia ambigua,
altamente exitosa pero frecuentemente débil, generosa e indulgente, pero
en ocasiones abusiva y violenta, usualmente equitativa y justa, pero a veces
arbitraria. Es una justicia de la cual los campesinos se encuentran orgullosos
—pero que no siempre están dispuestos a apoyar—, en interacción siempre
tensa con el Estado.
Primera parte
Las rondas campesinas de Cajamarca
Asamblea presidida por el dirigente Lino Gálvez.
Capítulo 2. Sobreviviendo en un mundo hostil:
la vida campesina en Cajamarca en los años setenta1
Creo que el robo solamente ha sido el último chupo, ya que en esta fuerza
del […] campesino por tener presencia, por querer recuperar su ciudadanía,
es el derecho de adquirir la palabra […] el autoritarismo de los grupos
urbanos, la ciudad como símbolo de la república española [...].2
Las rondas, en la forma en que los campesinos las describen, eran la respuesta a la creciente fuerza de pandillas de abigeos fuertemente armadas,
que se encontraban entrelazadas con el poder local y cuyos audaces robos amenazaban su supervivencia. Hasta el día de hoy, los símbolos de la
identidad rondera —el campesino rondando en noches de lluvia, con su
poncho, sombrero de paja y látigo— evocan recuerdos de luchas por proteger su ganado. Pero aquello que hizo necesario las rondas fue algo más
profundo: el reclamo de una población empobrecida por adquirir orden,
dignidad y ciudadanía.
En el imaginario de los campesinos que suelen recordar el periodo
previo a las rondas, predominan memorias de caos, inseguridad y explotación. Lo que existía era un tipo de desorden, enraizado en la mínima
existencia de instituciones políticas en sus caseríos, y en una dependencia
e inferioridad frente a los mercados y ciudades. En sus pequeños caseríos,
las instituciones formales de autogobierno brillaban por su ausencia. La
presencia directa del Estado estaba limitada a la débil figura del teniente
gobernador (designado por el prefecto del departamento para que vigilase
1.
Este capítulo y el siguiente son una revisión de un artículo mío escrito hace tiempo
con Telmo Rojas. Véase Gitlitz y Rojas 1982-1983: 165-197.
2.
Rolando Estela, citado en Starn 1993: 20-21.
44 | John S. Gitlitz
los intereses del Estado en el campo), unos pocos policías a los que se podía
recurrir en caso necesario, y un puñado de profesores escolares. Los demás
servicios del Estado estaban ausentes o solo disponibles en ciudades distantes.
En los años setenta, pocos campesinos poseían tierras suficientes para
vivir de lo que producían. Para cubrir la brecha entre aquello que cosechaban y lo que necesitaban para sobrevivir o perseguir sus sueños, tenían
que recurrir al mundo exterior, participando en el mercado, buscando
un empleo u obteniendo apoyo del gobierno. Las capitales de provincias
eran el vínculo que hacía la vida posible. Sin embargo, en estas pequeñas ciudades los campesinos eran sometidos a humillación, explotación y
discriminación. Sus historias hablan de humildes campesinos, sombrero
en mano, bajándose de la acera para dar paso a sus “superiores”, de comerciantes estafadores que les cobraban de más y les pagaban menos, y de
burócratas que les exigían sobornos, impuestos arbitrarios y trabajos gratuitos. La brecha entre la ciudad y el campo era palpable; era un abismo de
inequidad recordado con resentimiento.
La necesidad de orden en el campo y de un tipo de equilibrio en las
relaciones con la ciudad fue lo que hizo de las rondas algo necesario. Los
robos en los años setenta se habían convertido en una amenaza real para la
supervivencia de la economía campesina, y fue precisamente en respuesta
a uno de ellos ocurrido en una escuela que la primera ronda se formó.
Pero fue la necesidad de orden y representación, y el éxito de la ronda en
alcanzar ambos, lo que explica su permanencia, poder y centralidad en la
vida de los campesinos.
La justicia campesina, que era simultáneamente un sistema de justicia y un símbolo de la nueva autoestima de los campesinos, fue una pieza
tan emblemática de las rondas como lo fue la lucha contra los abigeos. El
poncho, el látigo y la asamblea se convirtieron en el símbolo del empoderamiento de campesinos asumiendo un mínimo de control sobre un mundo
hostil, y en la afirmación de su dignidad y ciudadanía. La ausencia hasta
ahora de alternativas reales a las rondas, en una sociedad que aún trata a
los campesinos como inferiores, explica su importancia y duración.
En los capítulos siguientes ofreceré un breve resumen de la historia
de las rondas en las dos provincias del norte andino peruano en donde
ellas se fundaron: Chota y Hualgayoc, que pertenecen al departamento
de Cajamarca. En este capítulo me centraré en las condiciones que dieron
2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina en Cajamarca en los años setenta| 45
origen a esta organización. En el capítulo 3 examinaré sus primeros tiempos: su formación, su lucha contra los abigeos, el surgimiento de la justicia
campesina y su rol como un gobierno local informal. Sus debilidades y
semidecadencia serán examinadas en el capítulo 4.
Chota y Hualgayoc: donde nacieron las rondas
Las provincias de Chota y Hualgayoc se encuentran a unos 250 kilómetros
de la costa peruana y a unos 150 kilómetros al norte de la ciudad de Cajamarca, capital del departamento del mismo nombre. Ambas se centran en
valles interandinos, con altitudes que van desde los 2000 hasta los 3500
metros sobre el nivel del mar, y se encuentran dominadas por un pequeño pueblo que sirve de mercado y, a la vez, de centro de gobierno. Según
el censo de 1981, la provincia de Chota tenía una población de 139.583
habitantes, de la cual aproximadamente el 14% era urbana. La capital
provincial, la ciudad de Chota, tenía 8512 habitantes. En cuanto a la provincia vecina de Hualgayoc, en 1981 tenía 66.185 habitantes, de los cuales
un 13% constituía una población urbana y 6541 vivían en la capital de la
provincia, Bambamarca. Estas dos provincias estaban unidas a la capital
del departamento mediante una sola carretera sin asfaltar en pésimo estado. En 1976, un autobús que pasaba de vez en cuando, recorría la ruta de
Cajamarca a Bambamarca en un viaje de ocho horas. Una vez a la semana
continuaba hasta Chota, un trayecto que duraba unas tres horas adicionales. Esta última provincia estaba conectada también a la costa por otra ruta
en pésimas condiciones, la cual era recorrida diariamente por autobuses en
un viaje que duraba 12 horas.
La agricultura ofrecía pocas posibilidades de ganancia. Aunque existía
una limitada demanda de maíz y granos en las ciudades provinciales, ni
Chota ni Hualgayoc producían productos de gran importancia económica
para el mercado nacional. Durante la colonia, la minería de plata había
sido el eje de la economía regional, pero para los años setenta, las minas
producían poco, empleaban menos, y habían contaminado durante siglos
grandes áreas de las cuencas situadas debajo de ellas. La pobreza de la
región se reflejaba en la exportación más importante de las dos provincias:
su población. Al final del siglo XIX, los campesinos migraban para
trabajar en las plantaciones costeñas de azúcar, y para la modesta élite
46 | John S. Gitlitz
local terrateniente la venta de trabajo de sus colonos era una importante
fuente de ingreso y poder.3 A mediados del siglo XX, los campesinos ya
se estaban trasladando a las ciudades de Lima, Trujillo y Chiclayo, donde
el rápido crecimiento de la industria requería de mano de obra. Pero para
los años setenta el boom industrial se había acabado. En la selva amazónica,
los cultivos legales e ilegales alimentaban una nueva burbuja económica,
la cual atrajo a los campesinos cajamarquinos. El principio fue siempre el
mismo: era la exportación de personas más que la de la agricultura o minería
la que formaba el eje de la economía local. Recién en 1994, la apertura
de una mina de oro al norte de la capital departamental trajo por primera
vez la promesa de un crecimiento. Para el año 2000, esta era una de las
minas de oro más grandes del mundo. Sin embargo, generaba relativamente
poco empleo y la mayoría de la riqueza local que creaba se quedaba en la
capital departamental, llegando muy poco a los campesinos. Las provincias
se mantuvieron como lo que siempre habían sido: no aisladas, pero sí
empobrecidas y económicamente insignificantes y dependientes.
En realidad, había poco a partir de lo cual impulsar un desarrollo
local, algo por lo que valiera la pena invertir o estimular el desarrollo
de caminos o transportes. Los campesinos de la región cultivaban principalmente para su subsistencia y para la venta en los mercados locales,
mientras que mantenían pequeños rebaños que no les generaban muchos
ingresos. Así como los limitados recursos de la región determinaban la
pobreza de sus pequeños agricultores, también impedían el surgimiento
de una fuerte élite terrateniente. Algunas grandes haciendas se desarrollaron a lo largo de las cordilleras del este por encima del río Marañon, pero
estaban relativamente poco pobladas. Su principal actividad económica era
la extensiva e ineficiente crianza de ganado. En los pequeños valles alrededor de las capitales de provincia, donde vivía la mayoría de la población,
las pocas propiedades grandes que existieron alguna vez habían entrado
en decadencia luego de la guerra con Chile (1879-1883). Un puñado de
grandes y medianas fincas sobrevivió, dando origen a una clase de terra3.
Durante los primeros años del siglo XX, el contrato de trabajo no solo era una
importante fuente de riqueza y poder para la élite de la región, sino que numerosos
conflictos por el control de esos contratos estaban detrás de los problemas y divisiones políticos. Véase Gitlitz 1980.
2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina en Cajamarca en los años setenta| 47
tenientes cuyo poder era regional y limitado. Sin embargo, a partir de la
Gran Depresión, estas propiedades se volvieron crecientemente inviables.
Muchas se habían dividido y vendido en los años sesenta, aun antes de la
reforma agraria de 1969. Para ese entonces, tampoco hubo en Chota ni en
Hualgayoc comunidades indígenas con una fuerte identidad colectiva o
con instituciones de autogobierno.4
La población local era mayormente mestiza y de habla castellana. Sus
propiedades iban desde minúsculos minifundios —tan pequeños que ni
proveían para la subsistencia—, hasta parcelas de tamaño mediano —con
al menos una docena de hectáreas—, y ocasionalmente una pequeña hacienda. Si bien las peleas por herencia eran comunes, la posesión de estas
tierras era generalmente segura. Sin embargo, lo que distinguía a estas
provincias no era la pequeña propiedad, sino la combinación de minifundios, ausencia de grandes haciendas y, consecuentemente, ausencia de una
élite terrateniente poderosa y hegemónica.
Un pie en el campo, otro en la ciudad: la sobrevivencia familiar en
Cajamarca
La organización andina respondería más bien a dos lógicas: […] aquella
propia del intercambio y la reciprocidad internas al grupo [...] y aquella
impuesta por el mercado.5
En la década del setenta, el 86% de la población de estas provincias era
clasificada como rural. La mayoría vivía en pequeños caseríos, llamados
también estancias, anexos u ocasionalmente, comunidades, rara vez conformados por más de un centenar de familias. Pocos caseríos poseían un
centro urbano. La gente vivía en sus tierras y la pequeñez de sus propiedades hacía que pocos residieran lejos de sus vecinos. Si bien decían “Yo
soy de San Luis o de Pampagrande”, más allá de algún colegio como punto
de referencia y/o de algún sentido de identidad comunal, era muy difícil
diferenciar un caserío de otro.
4.
Para un fascinante estudio de una de estas comunidades quechuas, léase Coombs
Lynch 1987.
5.
Diez Hurtado 1999: 128.
48 | John S. Gitlitz
A pesar de que los campesinos eran pobres, eso no significaba que
estuvieran aislados, ni que fueran agricultores autosuficientes que vivían
solamente de su tierra, algo que tampoco querían hacer. Habían estado
largo tiempo vinculados al mundo urbano, la economía de mercado y la
historia nacional. No se identificaban como indígenas, sino como parte de
la sociedad nacional. Es más, aunque pocos tenían mucha educación, la
mayoría —al menos los hombres— estaban alfabetizados.
La unidad social básica de la vida campesina era la familia nuclear
—madre, padre, hijos y a veces abuelos—, unida a complejas cadenas
de parientes más lejanos y compadres vinculados entre sí por redes de
reciprocidad. Las familias seguían múltiples estrategias de sobrevivencia y
progreso, mirando hacia adentro a sus tierras y hacia afuera al mercado.6
Sus pequeñas parcelas constituían una base y un refugio, un recurso con
el cual podían alcanzar oportunidades cuando estas aparecían y obtener
seguridad en tiempos difíciles. Muchas familias luchaban por cultivar lo
que iban a comer y comían la mayoría de lo que producían. Sin embargo,
pocas poseían suficiente terreno para vivir únicamente de la cosecha y menos aún para ahorrar pensando en el futuro. En toda la región, la escasez
6.
A pesar de las románticas imágenes de la solidaridad comunal y la autosuficiencia, la
conclusión de que el núcleo familiar es la unidad básica de la sociedad andina —y no
la comunidad ni la familia extendida—, y que ha estado larga y profundamente involucrado en la economía de mercado, ha sido reafirmada varias veces por estudiosos
de los campesinos de los Andes peruanos. Diez Hurtado, que estudió las comunidades mestizas en el departamento norteño de Piura, nos dice que “La mayor parte de
las unidades familiares son nucleares […] Una familia típica se conforma […] por
una pareja y 4 o 6 niños, y quizás por uno o los dos padres de uno de los adultos
[…] generalmente, las familias extensas están conformadas por un par de unidades
nucleares, habitualmente porque uno de los hijos casados permanece un tiempo en
casa de sus padres […] las tierras son divididas entre todos los hijos e hijas” (Diez
Hurtado 1999: 120-121, 128). Peña Jumpa, al describir a la comunidad aymara
de Calahuyo, en Puno, llega a conclusiones similares: “en el ámbito económico la
comunidad campesina tiene como primera característica [...] que la unidad de producción y la unidad de consumo lo conforma la familia comunera [...] una segunda
característica [...] es la tendencia hacia su autosuficiencia [...] sin embargo […] las
comunidades campesinas, hoy, se encuentran integradas a la economía nacional a
través de tres aspectos […] por el intercambio de productos […] por la venta de
su fuerza de trabajo […] por el cambio en la estructura de consumo” (Peña Jumpa
1998: 67-68).
2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina en Cajamarca en los años setenta| 49
de tierra limitaba la vida campesina. En la mayoría de las estancias, tener
cinco o seis hectáreas —apenas suficiente para mantener aceptablemente
a una familia—era sinónimo de ser un campesino rico. Tres hectáreas o
menos era la norma y muchas familias sobrevivían con menos de una. En
sus pequeñas parcelas sembraban maíz, papas y una variedad de vegetales,
y criaban unos cuantos animales, unas pocas ovejas, gallinas y cuyes. Pero
la tierra no producía lo suficiente. Para sobrevivir, tenían que ir más allá
de la familia y acudir a vecinos, compadres y a la economía de mercado.
Tabla 1. Acceso a la tierra en el departamento de Cajamarca, según tamaño
de la estancia. Estancias según tamaño, en hectáreas estandarizadas7
0,1-4,9
5,0-9,9
10,0-49,9
50 o más
(%)
Unidad
(%)
Área
(%)
Unidad
(%)
Área
(%)
Unidad
(%)
Área
(%)
Unidad
(%)
Área
Departamento
63,6
25,7
18,0
22,0
16,6
37,5
1,8
14,8
Ronda prov.
65,8
30,6
19,0
25,3
14,1
34,6
1,1
9,5
Cutervo
56,7
22,7
23,3
26,2
18,6
41,1
1,4
10,0
Chota
65,9
31,2
19,2
25,0
14,0
32,9
0,9
16,5
Hualgayoc
80,0
47,4
12,0
23,9
7,2
24,4
0,8
4,3
Fuente: censo agrícola de 1972.
Nota: la tabla revela el abrumador dominio de los pequeños minifundios y la relativa ausencia
de grandes haciendas.
Para incrementar su acceso a los productos que necesitaban, las familias formaban redes de reciprocidad con parientes (la familia extendida),
compadres y vecinos. Los campesinos intercambiaban las papas cultivadas
en las alturas por frutas y camotes de los valles. Para sembrar o cosechar
sus tierras, intercambiaban trabajo con sus vecinos. Todos se juntaban para
construir un canal de riego o una casa y, una vez terminada esa tarea, celebrarla con una fiesta conocida como pararaico. Estas fluidas y fuertes redes
de reciprocidad constituían el círculo social inmediato de la familia nuclear
y configuraban, más que el caserío como un todo, la vida social. Los lazos
7.
Hectáreas estandarizadas: un constructo artificial que tiene en cuenta la calidad de
la tierra y el acceso al agua.
50 | John S. Gitlitz
así establecidos podían ser increíblemente sólidos, ya que la provisión de
trabajo o el regalo de comida creaba una obligación casi sacrosanta de reciprocar. Los campesinos construían vínculos de lealtad a los cuales podían
apelar en caso de emergencia —para pagar a un médico o cubrir una necesidad imprevista. Estas relaciones formaban la base de las facciones dentro
de la comunidad, el corazón de las rivalidades y de las políticas del caserío.
No obstante, aun con la ayuda de estas redes, la sobrevivencia era
difícil. La vida campesina dependía profundamente de un mundo más
amplio. En los años setenta, los campesinos cajamarquinos necesitaban
dinero para adquirir linternas, radios, kerosene, lámparas, insecticidas,
fertilizantes, comida como fideos, azúcar, sal, aceite y ocasionalmente latas
de atún, y algo de ropa y calzado. También requerían dinero para revolver
cualquier emergencia: cuando la esposa o el hijo se enfermaba, para enfrentar una sequía, o para contratar a un abogado en juicios interminables.
Así como intercambiaban la papa de altura por el azúcar del valle, también
solían hacerlo por dinero. Para cerrar la brecha entre lo que cosechaban y
lo que requerían para sobrevivir, necesitaban ingresos monetarios.
Además, como en todas partes, los campesinos cajamarquinos también soñaban con progresar. Con el dinero podían invertir en un sistema
de riego o en una mejor cocina. Podían educar a sus hijos y cumplir el
sueño de que estos tuvieran una vida mejor, y así —según se dice mucho
en los Andes— “no serían engañados como lo hemos sido nosotros”. Para
lograrlo, muchas familias perseguían estrategias multifacéticas con un ojo
puesto en la sobrevivencia y el otro en su mejoría personal, dirigiendo la
mirada hacia sus parcelas, sus vecinos y el mundo exterior. Por eso, por
necesidad o elección, la mayoría estaba profundamente involucrada con el
mercado.
Si bien casi todas las familias vendían una pequeña parte de sus cosechas, pocas sembraban cultivos de mayor valor comercial o tenían la
suficiente tierra como para producir un excedente. Por ello, era raro que
las ganancias obtenidas bastaran para cubrir sus necesidades. Algunos
campesinos también vendían productos de manufactura casera o artesanal
—la región era bien conocida por sus coloridas alforjas tejidas, sus ponchos
de lana de color rojo oscuro y sus sombreros de paja. Los campesinos tejían
sogas o fabricaban herramientas toscas, pero útiles, con las latas usadas.
Algunos eran carpinteros, otros tenían un horno para hacer tejas. Por lo
2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina en Cajamarca en los años setenta| 51
general, se especializaban vendiendo aquello que producían a los vecinos
o en los mercados de los pequeños centros urbanos que dominaban sus
valles.
Para otros, el pequeño comercio proveía un modesto ingreso. Muchas
familias tenían tiendas en sus casas y vendían a sus vecinos productos
básicos o lujos menores: lapiceros, papel, medicinas simples, comida enlatada, velas, fósforos, etc. Si bien las ganancias eran escasas, estas tiendas
se encontraban en todos lados.
Otros buscaban trabajos asalariados para complementar sus exiguos ingresos. Era posible encontrar trabajos esporádicos en la región misma, por
ejemplo, en las chacras de los vecinos con más tierras durante la temporada
de cosecha, en las ciudades de la provincia o en las minas cercanas. Pero para
obtener trabajo, lo común era la migración. Antes de la Gran Depresión, los
campesinos acudían a las haciendas azucareras, en ese entonces el corazón de
la economía exportadora. Luego de la segunda guerra mundial, las emergentes ciudades costeñas donde se encontraban las nuevas industrias demandaban trabajadores. Más recientemente, los campesinos vienen migrando a la
selva, donde las nuevas vías hacia el Amazonas han abierto tierras para la
colonización o para trabajar en el cultivo de la coca.
Migrar o no, por lo general, era una decisión familiar y parte de una
conversación compleja sobre cómo sobrevivir y mejorar la calidad de vida.
Una hija podía ser enviada a Lima para trabajar como empleada doméstica,
ahorrar y enviar dinero a su casa, mientras simultáneamente estudiaba.
Un hijo podía ser enviado a buscar trabajo en la industria, otro a la selva,
mientras otros se quedaban en el campo para trabajar. Las migraciones
podían ser temporales o permanentes. Durante el periodo muerto entre
la siembra y la cosecha, cuando había poco que hacer en el campo, no era
raro encontrar estancias prácticamente despobladas de esposos y jóvenes.
Además, un joven podía pasar uno o dos años en Lima, ahorrar lo suficiente y fundar una familia de regreso a su tierra. Otros no parecían tener
la intención de volver, pero mandaban remesas a su familia a cambio de
comida o de mantener su derecho a la herencia.
Finalmente, estaba el ganado. Toda familia trataba de criar un par de
ovejas, una vaca o uno o dos toros. Las que tenían suficiente tierra, algunos
animales más. Los cerdos y las gallinas proveían comida, las ovejas suministraban lana para confeccionar ropa, y las vacas daban leche. Pero lo más
52 | John S. Gitlitz
importante es que el ganado era una manera de ahorrar que funcionaba
como una cuenta bancaria y como una póliza de seguro.8 Para los agricultores más pobres, una vaca era un fondo de emergencia que podía ser vendido en caso de necesidad. Para aquellos que tenían un poco más, las vacas
eran una forma de acumular un modesto capital para construir una casa,
abrir un negocio o enviar un hijo a la escuela. Con todo, un indicador de la
pobreza de los campesinos era cuan pocos animales en realidad poseían, y
era esto lo que hacía del abigeato algo tan amenazador.
Tabla 2. Número de ganado, unidad agrícola, según el tamaño del fundo,
en las provincias ronderas de Cutervo, Chota y Hualgayoc
Caballos/Mulas
Ganado vacuno
Ovejas
0,1-4,9
0,6
1,7
1,8
5,0-9,9
1,3
3,8
3,2
10,0-49,9
2,0
6,6
4,4
50 o más
3,8
18,3
8,6
Tamaño del fundo (ha)
Fuente: censo agrícola de 1972.
Por tanto, toda familia campesina adoptaba múltiples estrategias
para cubrir tanto sus necesidades básicas como sus deseos consumistas,
tratando de maximizar su acceso a las tierras de cultivo, pastos y agua, incrementando sus rebaños, construyendo redes de reciprocidad con compadres y vecinos, asumiendo otro tipo de actividades económicas en su hogar
y migrando ya sea por temporadas cortas, por periodos largos o perman8.
“¿De donde sale el dinero? […] muy pocas unidades familiares se ocupan únicamente de la agricultura: la mayor parte de los ingresos monetarios de los campesinos
proviene sobre todo de la comercialización de su ganado o de uno de sus derivados
(queso) y también del trabajo temporal fuera de la comunidad [...] El ganado es
generalmente destinado a la venta y representa una especie de caja de ahorros […]
la mayor parte de las cabras y carneros es vendida y sacrificada en el pueblo cada vez
que sus propietarios tienen necesidad de dinero. En cambio, los vacunos son comprados por intermediarios que se presentan en las casas de los campesinos tratando
de convencerlos de vender” (Diez Hurtado 1999: 159).
2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina en Cajamarca en los años setenta| 53
entemente. A lo largo del tiempo, mientras que las ciudades crecían y otras
oportunidades surgían, los niños adquirieron un mayor nivel educativo y
las estrategias para ganar más dinero en el mercado cobraron importancia.
Para el año 2000, los paneles solares y la televisión habían reemplazado a
las linternas y la radio. Sin embargo, los campesinos nunca fueron agricultores premodernos aislados: constituyeron siempre familias con un pie en
su tierra y el otro en la moderna economía de mercado.
No obstante, para los campesinos de la década del setenta el mercado parecía estar en su contra. Era una necesidad y una oportunidad, y al
mismo tiempo, un reflejo del poder local. Por un lado, proveía lo necesario
para su supervivencia y, por el otro, los amarraba a comerciantes y a empleados públicos de tal modo que se convertían en dependientes. Puede
que no haya habido una aristocracia terrateniente en Hualgayoc y Chota,
pero existía una élite política y económica. Los campesinos recitaban una
retahíla de quejas en contra de la población urbana: los comerciantes compraban sus productos y animales a costos por debajo del mercado, pero les
cobraban mucho más por las cosas que vendían; los prestamistas ofrecían
préstamos a tasas de interés excesivas; y los funcionarios exigían sobornos
por servicios mínimos. Los campesinos se veían forzados a pagar impuestos especiales y a proveer fuerza de trabajo gratuita para los festivales del
pueblo. La población urbana no perdía ninguna oportunidad de expresar
su superioridad y desdén. Las palabras que utilizaba para dirigirse a los
campesinos enfatizaban la inferioridad: “niñito”, “hijito”. En la ciudad se
esperaba que los campesinos adoptaran un comportamiento humilde, que
se pusieran de lado con el sombrero en mano, que respondieran a los insultos con palabras de respeto. La ciudad era un lugar de humillación y
explotación: “No teníamos lugar en la ciudad”.9
9.
Theidon describe la situación en Ayacucho de la siguiente manera: “Nunca nos había
gustado Severino […] ocupaba un lugar importante en su pueblo […] ejercía el liderazgo en su ronda […] Tenía una forma presumida […] Un día nos encontramos en el
mismo carro bajando hacia Huanta […] Fue cuando notamos a Severino: él también
había cambiado […] Su propio cuerpo era diferente […] se había encogido […] Se había
convertido en un campesino humilde llegando a la ciudad” (Theidon 2004: 56-57).
54 | John S. Gitlitz
Comunidad o la ausencia de la misma
Existen siempre conflictos alimentados por la perpetua tensión entre la necesidad de una organización colectiva y la posibilidad de obtener ventajas individuales, una tensión entre los intereses colectivos y aquellos de las familias.10
El mundo occidental industrializado ha construido durante mucho tiempo
una imagen romántica del mundo rural. En contraste con el individualismo, la anomia y el materialismo de la ciudad, nosotros evocamos el mundo
rural como un espacio más simple, en el que sus habitantes poseen una
clara identidad y sus caseríos un fuerte sentido de comunidad. El pensamiento peruano indigenista del siglo XX articulaba una imagen similar.
Retrataba la supervivencia —o lamentaba la pérdida—de un mundo nativo construido sobre la solidaridad de las tradiciones comunales. La imagen del ámbito rural como un lugar de armonía y solidaridad mantiene
un atractivo poderoso, pero en el mejor de los casos es solo parcialmente
cierta, y en el peor, está profundamente equivocada.
Sin lugar a dudas, la idea del individuo autónomo con “derechos”
inherentes a su persona es ajena a la vida en los Andes. Pocos campesinos
conciben al individuo como algo aparte de la familia o la vida comunal.11
La “humanidad” es vista como una característica adquirida, construida en tanto uno se encuentra inserto en relaciones sociales dentro de
la comunidad. Si ese vínculo no existe, uno es un huérfano, lo cual es
lamentable. Del mismo modo, los derechos son adquiridos cuando uno
se convierte en un miembro que aporta a la sociedad.12 No obstante, esto
está muy lejos de ser la solidaridad comunal alabada por el imaginario
indigenista.
10. Diez Hurtado 1999: 162.
11. “El individuo campesino, propiamente no existe; lo familiar lo disborda en todos los
espectos de la vida diaria.” (Peña Jumpa 1998: 128).
12. Theidon 2004: 60-61. He quedado intrigado de cuán frecuentemente cuando le
preguntaba a los campesinos sobre cuáles eran sus derechos, me respondían con lo
que yo describiría como obligaciones. En el 2004, en un seminario en Cajamarca,
se le pidió a los campesinos enumerar los derechos de un padre. La respuesta más
frecuente fue: “Proveer y educar a sus hijos”.
2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina en Cajamarca en los años setenta| 55
Durante los años cincuenta y sesenta, los antropólogos que estudiaron
las aldeas campesinas desde México hasta Italia desarrollaron una imagen
contraria: la de pequeñas sociedades desgarradas por intensas rivalidades
debido a sus escasos recursos, en donde la riqueza era percibida como finita
y el progreso personal no podía explicarse sin la desgracia del otro. La
desconfianza, rivalidad y envidia eran las emociones que prevalecían. Edward Banfield, al describir las aldeas del sur de Italia, las etiquetó como
de un “familismo amoral”. Del mismo modo, George Foster, al explicar la
vida aldeana en México, habló de una “imagen del bien limitado”.
[…] los campesinos veían sus universos sociales, económicos y naturales
—su ambiente completo— como un lugar en donde las cosas deseadas de
la vida, como tierra, riqueza, salud, amistad, amor, virilidad, honor, respeto
y status, poder e influencia y seguridad existían en cantidades finitas y eran
siempre escasas […] El “bien”, como la tierra, es visto como inherente a la
naturaleza y, por tanto, podía ser dividido y redividido si fuera necesario,
pero nunca aumentado […] De ello se sigue que un individuo o una familia puede mejorar su posición solo a expensas del otro […] cada unidad
mínima social se ve a sí misma en perpetuas y implacables luchas con sus
compañeros por la posesión o control de aquello que considere ser su parte
de los recursos limitados.13
Las familias campesinas en Hualgayoc y Chota vivían en un mundo inseguro. Hasta los problemas más leves podían amenazar la supervivencia. La naturaleza ahí es siempre inconstante: un año con la suficiente
lluvia en el momento adecuado es una rareza. Así, mucha lluvia o muy
poca puede ser la diferencia entre la abundancia o la hambruna.14 Si los
13. Foster 1967: 304-305 y 311 (traducción propia).
14. Es difícil retratar la inseguridad de la vida campesina. En 1972 pasé unas semanas
cercanas a la temporada de cosechas viviendo en una comunidad aledaña a Cajabamba. Al inicio de mi estadía, un grupo de comuneros me llevó a una cima detrás de sus
tierras. Estando ahí nos agarró una tormenta de granizo. Uno de los comuneros se
sentó en una roca a llorar, porque había visto cómo en quince minutos la tormenta
había destrozado toda su cosecha de trigo. Mi anfitrión, el presidente de la comunidad, dependía de la venta de un ternero para cubrir las necesidades mínimas de su
familia. Sin embargo, él poseía solo una vaca que cada tres o cuatro años no tenía
crías o estas nacían muertas. En esos casos, para ganar el equivalente, abandonaba a
56 | John S. Gitlitz
caprichos de la naturaleza son una fuente de inseguridad, también lo son
las amenazas del hombre. Los desafíos más dramáticos han provenido del
exterior. Históricamente, estos han sido la usurpación de tierras comunales
y de minifundios por parte de las haciendas. En la décadas del cuarenta y
cincuenta, en el centro del departamento de Cajamarca, las mayores usurpaciones habían terminado hace tiempo, aunque permanecían vivas en la
memoria del campesino por los abusos y sufrimientos que representaron.15
En menor grado, aunque mucho más común, se mantuvo el hostigamiento
del Estado y la dominación de los intereses económicos urbanos. El reclutamiento militar forzado, los gravámenes de trabajo para construir caminos, los impuestos a la propiedad campesina, las repetidas exigencias de los
empleados públicos, todos estos elementos se combinaron para dificultar
la sobrevivencia. Así también la explotación en la plaza de mercado, las
estafas de los comerciantes, los créditos usureros, las deudas y los abigeos.
Sin embargo, en la lucha diaria por la sobrevivencia, la competencia y
el conflicto por los escasos recursos de la comunidad eran, y siguen siendo,
lo más intenso. Los campesinos luchaban entre ellos por los límites de sus
tierras y por el acceso al agua, los vecinos se peleaban por animales extraviados, los hermanos reñían por la herencia (al punto que un dicho local
dice que “los hermanos van con cuchillos a los velorios”). Hasta las peleas
más simples entre esposos traían consigo la amenaza de complicarse y convertirse en conflictos que enfrentaban a una familia con otra. Después de
todo, el matrimonio no es solo la unión de dos personas, sino de dos familias extendidas. Ambas contribuyen con la pareja brindando tierra, agua,
su familia y se trasladaba, caminando cuatro días a lo largo de peligrosos caminos, al
valle del río Marañón. Ahí trabajaba tres meses recogiendo hojas de coca, mientras
que su hija se ausentaba de la escuela para ayudar a su madre y compensar la ausencia del padre. Como una estudiante de sociología me comentó una vez en Lima, “Si
fuera campesina, también bailaría, oraría y haría sacrificios en honor de los dioses
para que llueva”.
15. Desde los años noventa, la amenaza más seria para el acceso de los campesinos a
la tierra proviene del emergente sector minero. Si bien las áreas ocupadas y el número de campesinos que han perdido sus tierras frente a la mina han sido pocos, la
agresiva expansión de las compañías mineras ha despertado miedos enraizados en el
pasado. Eso, más la potencial contaminación de las tierras y cuencas, ha llevado a
muchos campesinos a percibir a las minas como las haciendas del nuevo milenio.
2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina en Cajamarca en los años setenta| 57
animales y otros recursos, y cada una de las partes desconfía de que, si la
unión se disuelve, la otra pueda quedarse con más de lo que le corresponde.
En la sierra, la envidia es una fuerza poderosa y hasta casi mística; la
desconfianza y los celos están siempre presentes. Cuando una familia obtiene un poquito más, los motivos son siempre cuestionados. Los dirigentes
son sospechosos de corrupción, y cualquier persona que logra acumular un
pequeño capital inspira desconfianza, pensando que puede haberlo hecho
por medios ilícitos. Las enfermedades, desastres y mala suerte son atribuidos a la intervención malévola de otros. La vida social y familiar forma, por
tanto, un mundo en donde las profundas lealtades basadas en el parentesco, la reciprocidad y la necesidad de cooperación coexisten con la envidia,
las divisiones, la desconfianza y el conflicto.
Aun así, los vínculos comunales son importantes porque la comunidad es necesaria. Es ella quien moviliza la mano de obra para construir
y mantener los canales de riego, los caminos y los cercos. Es ella quien
solicita y organiza los proyectos de desarrollo para construir un colegio o
una posta médica. Es la actividad comunal como un todo la que defiende
a la comunidad y a sus familias en contra del mundo exterior, en contra de
las haciendas y minas, de las autoridades corruptas y de los comerciantes
que especulan. Es la comunidad la que negocia diariamente las relaciones
con las autoridades de la ciudad y la que resuelve las disputas entre vecinos
que ponen en riesgo la convivencia comunal.16
16. Sospecho que esto es cierto para las comunidades quechua y aymara-hablantes legalmente reconocidas en el centro y sur peruano, las reconocidas portadoras de las
tradiciones antiguas, así como para las comunidades mestizas en Cajamarca. Curiosamente, Diez Hurtado, al describir a las comunidades mestizas legalmente reconocidas
de Piura, no utiliza la cultura o la solidaridad en su definición de comunidad. Lo que
él enfatiza es la proximidad geográfica, la utilidad y cierta relación con el Estado. Las
comunidades son: “un conjunto de campesinos emparentados entre sí, que comparten
un mismo territorio y sus recursos, que interactúan cotidianamente en una serie de trabajos y obligaciones colectivas fijadas por ellos mismos y que tienen una organización,
una serie de procedimientos y ciertas normas para administrar sus espacios y bienes
comunes y para resolver los conflictos que se presenten entre sus miembros […] las
comunidades están incluidas en un conjunto social mayor, generalmente un Estado,
que les impone ciertos límites económicos en los circuitos mercantiles y de mercado,
reglamentando las formas legales de la propiedad de la tierra e imponiendo también
ciertas instituciones de representación política” (Diez Hurtado 1999: 131-132).
58 | John S. Gitlitz
Sin embargo, los campesinos sienten una fuerte ambivalencia. Mientras que la comunidad existe para defenderlos del mundo exterior, también
es una intermediaria que puede ser manipulada por ese mundo; trata con
las necesidades comunes, pero también es una herramienta de poder de las
diferentes facciones. Los campesinos acuden a las instituciones de la comunidad para mantener al vecino en línea, pero cuando se trata de sus propios
intereses, prefieren que los dejen solos. De este modo, los lazos comunales,
si bien necesarios, son débiles y cuestionados. La lealtad a la comunidad
puede ser instrumental y tiene sus límites. Para Diez Hurtado,
[…] las condiciones o limitaciones internas responderían a la necesidad de
organizar colectivamente ciertos trabajos […] y de racionalizar el acceso a
determinados recursos: la pertenencia a instituciones comunitarias sería la
condición para disfrutar del estatus de comunero y […] de los recursos colectivos […] el carácter obligatorio del trabajo es siempre contestado por algunos campesinos que se rehúsan a aceptar la voluntad de la mayoría; estos
casos de resistencia nos muestran los límites de esta obligación comunal.17
La lealtad primaria del campesino es para con la familia, los parientes
(incluidos los compadres) y la facción.18
En otras regiones del Perú, las grandes haciendas habían impuesto un
determinado tipo de orden, basado en la explotación, a quienes trabajaban
en ellas y a los caseríos vecinos. Por otro lado, las comunidades campesinas, oficialmente reconocidas por el Estado y gobernadas por asambleas y
juntas elegidas por sus miembros, también implantaban su propio orden.
Pero en Cajamarca la población es abrumadoramente mestiza. Hay pocas
comunidades legalmente reconocidas y los caseríos son un conjunto de
pequeñas propiedades privadas. Oficialmente llamadas estancias, caseríos
o anexos, las comunidades son las unidades políticas del campo que unen
a los campesinos con el Estado, definidas como anexos de los distritos, que
17. Diez Hurtado 1999: 129, 178.
18. “De manera principal, es la familia nuclear la unidad productora y propietaria, pero
los parientes consanguíneos y rituales también cumplen su rol, y, para tal efecto, es
el ayni la institución histórica que los unifica […] solo tienen su razón a partir de un
compromiso familiar” (Peña Jumpa 1998: 127).
2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina en Cajamarca en los años setenta| 59
a su vez forman parte de las provincias y estas de los departamentos.19 En
los años setenta, la estructura política que existía era una extensión del
Estado y no una expresión de la solidaridad campesina. El Estado ejercía
su autoridad a través del teniente gobernador, un campesino designado por
el subprefecto de la provincia y que dependía de él. Si existía un pueblo
clasificado como centro poblado menor (había pocos en los años setenta),
existía un agente municipal. En algunos caseríos podía haber también un
juez de paz. Estas tres figuras constituían la representación gubernamental
en el campo. Designadas desde arriba y no elegidas por el pueblo, eran
débiles y respondían más al Estado que a la comunidad.
Sin embargo, estas autoridades cumplían importantes funciones. Eran
ellas las que organizaban los equipos de trabajo comunales para mantener
los caminos de herradura y los canales de riego, así como para construir
escuelas y postas médicas. Conservaban el orden, recurriendo a la policía
cuando era necesario. Servían como intermediarias entre las comunidades
y el gobierno provincial, comunicando a las máximas autoridades lo que
los caseríos requerían. Aun así, el hecho básico se mantenía: eran representantes del Estado, no de los campesinos, y constituían a lo sumo una
mínima forma de gobierno.
La crisis de la economía campesina
Existen razones para pensar que la participación de los campesinos en el
mundo exterior, siempre necesaria y complicada, estaba tornándose cada
vez más difícil en los años setenta. Un factor principal era el crecimiento
de la población, que provocó la división de la propiedad, una sobreexplotación de la tierra y una menor cantidad de tierra en descanso y de cosechas. Es decir, los campesinos poseían menos tierra y su producción había
disminuido. Tenían menos para comer, menos para vender y necesitaban
comprar más. Un par de años de severas sequías empeoró el problema.
19. Anexos, caseríos y estancias son, para nuestro propósito, esencialmente sinónimos.
En sus orígenes, sin embargo, indicaban diferentes estatus legales. Las estancias,
ahora minifundios, antes formaban parte de una misma hacienda. Por su parte, los
caseríos y anexos tenían relaciones legales ligeramente diferentes con los distritos de
los cuales formaban parte.
60 | John S. Gitlitz
Tabla 3.Creciente presión sobre la tierra, población/hectáreas estandarizadas
1940
1961
1972
1980
Departamento
1,5
2,3
2,7
3,2
Provincias con rondas
2,3
3,2
3,6
4,0
Chota
2,6
3,1
3,4
3,8
Hualgayoc
2,7
3,0
4,5
5,1
Fuente: censo agrícola de 1972 y censos poblacionales de 1940, 1961 y 1972.
A principios de los años setenta, todo el Perú estaba inmerso en una
aguda crisis económica. Los años desde la segunda guerra mundial hasta la
década del sesenta se caracterizaron por un boom económico, sobre todo en el
área urbana del país. Como en muchas partes de Latinoamérica, las políticas
proteccionistas que favorecían a la industria nacional (la industrialización por
sustitución de importación – ISI), financiadas por las reservas de divisas acumuladas durante la guerra, habían estimulado un crecimiento exponencial
en la producción y el empleo industrial. Esto generó a su vez el surgimiento
de una creciente clase media y, por consiguiente, un aumento en la demanda
por productos de la agricultura campesina. De este modo, el boom también
había sido modestamente bueno para los campesinos, quienes encontraron
crecientes mercados y mejores precios para su pequeño excedente, acceso a
una gran variedad de bienes de consumo a costos módicos en los mercados
locales y, lo más importante, empleo fácil en las ciudades. Sin embargo, para
los años sesenta la ISI había terminado. Se disponía de poco dinero para
mantener el ritmo de crecimiento y las industrias protegidas mostraron ser
ineficientes y poco competitivas. La dictadura militar del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975) mantuvo la ilusión de prosperidad por un tiempo
a través de políticas populistas distributivas. No obstante, entre los años
1973 y 1974 se hizo evidente que el modelo era insostenible. El país estaba
ahogándose en deudas y la inflación era cada vez mayor. Presionado por las
instituciones financieras internacionales, el gobierno del general Francisco
Morales-Bermúdez —que había derrocado a Velasco en 1975—, adoptó el
primero de lo que se convertiría en una serie de programas de austeridad. El
país entró en una fuerte depresión combinada con una alarmante inflación
que duraría los siguientes 20 años.
2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina en Cajamarca en los años setenta| 61
En 1979, pregunté a un grupo de adolescentes en Hualgayoc cuál era
el principal problema que enfrentaban. Todos respondieron en coro: “No
hay trabajo en la ciudad”. El boom ya había socavado una de las estrategias
económicas campesinas. Los productos manufacturados relativamente a
buen precio habían hecho de la artesanía local una actividad cada vez menos competitiva. La ropa de fábrica era más barata que el producto local,
las mantas industriales costaban menos que las tejidas, y lo mismo sucedía
con los gorros y sombreros de paja. Hasta para las tiendas en el campo la
situación era difícil, ya que la recesión económica, la inflación y la escasez
de dinero hacían que la gente tuviese menos para gastar.
Mientras tanto, los precios de aquello que los campesinos requerían
comprar aumentaron rápidamente. Así, les era más difícil conseguir
dinero, mientras que pagaban más por lo que necesitaban. En Chota y
Bambamarca, los comerciantes pagaban lo menos posible por sus papas y
maíz, pero les cobraban más por los fertilizantes, insecticidas, medicinas y
baterías, productos de los cuales dependía su vida.
Por tanto, lo que existía en Chota y Hualgayoc era una masa de
pequeños propietarios, íntimamente involucrados en el mercado, con una
mayor necesidad de dinero, pero cuyas tierras producían menos, con más
dificultad para obtener empleo recurriendo a la migración, y con artesanías que dejaban de ser una fuente de ingreso. Con poca habilidad para
retirarse al mundo de la agricultura de subsistencia, la vida comenzó a ser
cada vez más insegura para los campesinos.
Bajo estas circunstancias, el ganado era aún más crucial. Veinte años
antes, la pérdida de una vaca debido a una enfermedad o a un robo era ya
algo serio. Pero para los minifundistas de los años setenta (más numerosos que antes y con menos tierra), podía ser un desastre. Fue la creciente
dependencia del ganado, como un medio de ahorro o como una fuente
disponible de dinero, lo que hizo del abigeato un problema tan serio y, al
mismo tiempo, una actividad tan tentadora.
El abigeato en Cajamarca
El abigeato había sido un problema en las alturas norteñas al menos desde
fines del siglo XIX, cuando la consolidación de las plantaciones de azúcar en la costa y el crecimiento de las ciudades costeñas ocasionaron una
62 | John S. Gitlitz
creciente demanda de comida.20 Tradicionalmente, existían dos niveles de
robo: uno a gran escala, organizado y profesional, y el otro pequeño y
local. Según los campesinos, ambos niveles operaron históricamente más
o menos de manera independiente. Sin embargo, la progresiva demanda
de carne por parte de las ciudades y la crisis económica provocaron un aumento del robo en general, así como la colaboración entre ambos niveles.
En la década del setenta, el abigeato profesional estaba organizado
alrededor de pequeñas bandas que iban desde dos o tres personas hasta
media docena. Muchos abigeos eran bien conocidos. Había incluso caseríos que a lo largo de los años habían sido identificados como base de los
robos. Si bien los abigeos robaban en cualquier lugar donde se pudiera
encontrar animales, los centros principales de operación habían sido tradicionalmente las jalcas —las partes altas—, particularmente el macizo que
separa las provincias de Hualgayoc y Chota del valle del río Marañón.
Estas tierras escasamente pobladas estaban cubiertas de pastos naturales
que se prestaban para un uso extensivo. El pasto cubría grandes áreas y
había poca gente para cuidar el ganado. Las jalcas estaban lejos de los más
importantes centros poblados de la región, lo que significaba también que
no había policía cerca. Así, en las partes altas los abigeos conseguían robar
con impunidad.
Algunas pandillas robaban directamente, en incursiones a las alturas
que podían durar varios días. Más común era, sin embargo, que trabajaran
a través de contactos. Un campesino en las alturas robaba algunas vacas
y las llevaba de noche a la casa de un compadre a unos kilómetros de
distancia. La noche siguiente, este compadre se las llevaba a otro, y así
sucesivamente, hasta que el ganado era entregado a la pandilla principal.21
Existía por tanto una suerte de especialización: algunos campesinos eran
efectivamente ladrones; otros escondían, pastaban y engordaban al ganado
20. Véase López Albújar (1936), así como la descripción de Ciro Alegría del bandido
Fierro Vásquez en su novela El mundo es ancho y ajeno (1961). Un reciente y serio
análisis del abigeato en el Perú se centra en el departamento sureño de Cuzco. Véase
Orlove 1989: 179-194. Por otro lado, no he encontrado buenos estudios sobre el
abigeato en Cajamarca. La imagen que presento aquí es producto de las entrevistas
con los campesinos, abogados de las ciudades y académicos locales.
21. Información basada en conversaciones con campesinos, policías y fiscales.
2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina en Cajamarca en los años setenta| 63
en sus tierras; y otros se lo llevaban a los compradores. De este modo,
los principales abigeos eran tanto intermediarios como ladrones reales. Su
bases solían estar en los principales valles poblados, cerca de donde los
caminos de herradura se unían con las carreteras hacia la costa. Esto explica por qué muchos de los abigeos eran ampliamente conocidos, y por
qué a algunas áreas específicas, incluso comunidades, se las identificaba
como centros de abigeato.
Vale la pena mencionar uno de esos centros: el abra de Samangay.
Varios caminos desde las alturas desembocaban en Samangay, donde
se juntaban con la carretera que unía a Chota con Bambamarca. Según
muchos campesinos, esta había sido una importante ruta de salida para
el ganado que se robaba desde comienzos del siglo XX. Fue precisamente
en las comunidades a ambos lados del abra de Samangay donde se organizaron las primeras rondas.
Ser un abigeo era menos riesgoso de lo que uno podría imaginarse.
Era relativamente fácil atrapar a los animales en las escasamente pobladas alturas, ya que estando estas lejos de donde vivía la mayoría de los
campesinos, la reacción popular en contra de los ladrones era limitada.
Los abigeos rara vez robaban a su propia parentela o comunidad, lo que
generaba que la comunidad tuviera pocas razones para entregarlos y que
hasta llegara a protegerlos. De cualquier manera, los campesinos temían a
los abigeos pues estos solían estar bien armados. Es más, dado que podían
ser protegidos por sus caseríos, confrontarlos representaba el riesgo de enfrentar a una comunidad con otra.
Una pregunta más difícil de resolver es por qué la policía y los jueces
no le pusieron fin al abigeato. En teoría, existían cuatro lugares en donde
las autoridades podían interceptar a los abigeos: en las jalcas donde se
robaba el ganado; a lo largo de los principales caminos de herradura; en los
puntos de encuentro con las carreteras y los mercados donde los animales
eran vendidos; y en las rutas hacia la costa. No existía, sin embargo, manera de que la policía pudiera ser efectiva en los dos primeros. Las distancias
eran muy grandes, las montañas estaban muy despobladas, los policías eran
escasos, y los peligros eran muy serios. Pero entender por qué no eran capaces
de frenar el abigeato en los puntos de encuentro o a lo largo de los caminos es
más difícil. Los lugares de transferencia eran bien conocidos y, por ley, todos
los camiones debían declarar su cargamento en los puestos de control, donde
64 | John S. Gitlitz
Juicio a Abigeo (Apan Bajo).
cualquiera que transportara ganado debía presentar un certificado, demostrando la propiedad del mismo. Sin embargo, la policía hizo poco. Casi todos
los campesinos opinaban que estaba asociada con los ladrones.
Junto con el abigeato profesional, los pequeños robos entre vecinos
eran un problema cotidiano. Ya sea por necesidad, venganza, simple
maldad o bromas de adolescentes, continuamente había campesinos que
robaban a otros —un chancho, una gallina, maíz, menos frecuentemente
una vaca o una mula. Los campesinos afirman que antes de la década del
setenta este tipo de robos era más una molestia que un problema serio.
Sin embargo, durante esa década dos factores convergieron para aumentar
su frecuencia. Uno fue la crisis económica, particularmente la creciente
necesidad de dinero que tenían los campesinos; el otro, la progresiva
demanda de carne por parte de las zonas urbanas del país. Los abigeos
profesionales intensificaron entonces sus actividades, robando ya no solo
en los lugares distantes del Marañón y en las jalcas, sino también, cada
vez más, a los pequeños propietarios en los principales valles poblados.
Del mismo modo, en los caseríos, los campesinos —empujados por la
necesidad económica y atraídos por la oportunidad— extendieron el
2. Sobreviviendo en un mundo hostil: la vida campesina en Cajamarca en los años setenta| 65
pequeño robo. Crecientemente, los ladrones locales empezaron a robar
no solo una gallina o un chancho para consumo personal, sino animales
grandes que podían vender a los profesionales. En suma, los dos niveles se
entrelazaron aún más, mientras que los campesinos tenían pocos medios
para defenderse. La crisis económica, el aumento del robo y la ineficiencia
del Estado precipitaron el surgimiento de las rondas campesinas.
Otros factores
Existieron otros factores que contribuyeron a la formación de las rondas.
Uno de ellos fue la tradición local de tomar la justicia por sus propias manos. A lo largo del norte peruano, los campesinos de Chota y Hualgayoc
son conocidos como macheteros, muy susceptibles a enojarse y siempre listos
para la pelea. Durante las guerras civiles que siguieron a la Guerra del
Pacífico (1879-1883) entre Perú y Chile y la cuasi anarquía de los años
siguientes, los terratenientes y comerciantes —que constituían la élite
local—defendieron sus intereses armando a grupos de hombres o guardaespaldas. Las elecciones se ganaban tanto por balas como por votos. En
los distritos y pequeños pueblos, muchos líderes políticos de poco peso
organizaron sus propios grupos armados de seguidores. En no pocas comunidades los campesinos se acostumbraron a coger sus armas para defender
sus tierras, ganado u honor. El bandidaje era común, con pandillas muchas
veces aliadas a un terrateniente u otro, que intercambiaban apoyo por protección. El último gran levantamiento en la región en contra del gobierno
nacional ocurrió en 1924, pero el bandidaje continuó siendo endémico a lo
largo de los años cuarenta. El hombre fuerte dispuesto a coger su rifle para
defenderse se ganaba el respeto de todos.
A principios del siglo XX, para proteger sus tierras y animales, los terratenientes en las haciendas azucareras costeñas también mantenían grupos armados, llamándolos “rondas de hacienda”. Varios fundadores de las
rondas campesinas tuvieron una experiencia directa con estos grupos en la
costa. Muchos campesinos también habían servido en el ejército, donde adquirieron habilidades de organización, disciplina y fuerza que adaptarían
luego a las rondas.
En los años sesenta, algunos sacerdotes progresistas se hicieron cargo
de la parroquia de Bambamarca, basando su acercamiento pastoral en
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ideas luego identificadas con la teología de la liberación. A través de equipos de campesinos catequistas, estos sacerdotes estimularon la formación
de pequeños grupos que se reunían para discutir no solo cuestiones religiosas sino también problemas cotidianos. Muchos de los campesinos catequistas se encontraban entre los líderes de las primeras rondas.
Otro factor que favoreció la formación de las rondas fue la rápida
expansión de la educación. Si bien el analfabetismo en Cajamarca era aún
alto, sobre todo entre las mujeres, para los años setenta casi toda comunidad rural tenía un colegio. Fue cada vez más común encontrar familias,
incluso entre las más pobres, cuyos hijos estudiaban en las escuelas secundarias de las ciudades u ocasionalmente en la universidad. La educación le dio a la nueva generación habilidades y autoconfianza, así como
también la expuso al discurso político radical de sus maestros.
Finalmente, a mediados de los años setenta el Perú gozaba de un
tiempo próspero para organizarse. Por un lado, la “revolución” militar desde arriba de Velasco, que había destruido lo que quedaba de las antiguas
élites rurales peruanas, alentó un discurso sobre la reivindicación de los
derechos y el rol legítimo de las organizaciones de base, mientras que por
otro, los programas de austeridad del gobierno de Morales hacían cada
vez más necesario defender lo ganado anteriormente. A lo largo del país,
las confederaciones campesinas, los sindicatos, los grupos estudiantiles y
los nuevos partidos políticos de izquierda se movilizaron para desafiar al
Estado.
Consecuentemente, si bien las rondas surgieron como respuesta a una
amenaza específica —el abigeato— que en un contexto de crisis económica minaba la supervivencia del campesino, sus causas son más complejas.
Las rondas se convirtieron rápidamente en una suerte de autogobierno informal en los caseríos, donde no existía previamente, creando un orden en
el campo y enmendando el desequilibrio entre el campo y la ciudad. En el
discurso campesino, las rondas marcaron un punto de inflexión. El tiempo
previo a las rondas era de caos, inseguridad, explotación y humillación.
Las rondas trajeron orden, dignidad y ciudadanía.
Capítulo 3. Aprendiendo a levantar cabeza:
el origen y crecimiento de las rondas
La formación de las rondas
Las rondas nacieron porque en Chota, cerca del camino a Bambamarca,
había robos todas las noches. Teníamos que mantenernos despiertos toda
la noche y traer nuestro ganado adentro de la casa. De mis abuelos primero
los ladrones les robaron dos vacas, luego tres ovejas y luego se metieron a
la casa y robaron hasta las ollas y sartenes. Entonces, se me ocurrió que la
única manera de defendernos era si nos organizábamos. Le dije así a la gente: “Creo que deberíamos organizar rondas. Mientras unos duermen, otros
cuidarán nuestras casas”. (Régulo Oblitas, fundador de la primera ronda,
Cuyumalca, Chota, Perú)
La primera ronda se formó en la comunidad de Cuyumalca el 29 de diciembre de 1976.1 Cuyumalca está ubicada en lo alto de la ciudad de Chota, capital de la provincia del mismo nombre, junto al camino que lleva
a Bambamarca, capital de la provincia vecina de Hualgayoc. En 1976,
la mayoría de sus residentes eran campesinos pobres que vivían en casas
dispersas a lo largo del campo. La mayoría de ellos, al menos los hombres,
1.
Mi estudio sobre la formación de la ronda de Cuyumalca se basa principalmente en
entrevistas a profundidad con Régulo Oblitas y Daniel Idrogo, y en documentos
proveídos por ellos. También en entrevistas más cortas con otros ronderos y gente de
la comunidad. Dos textos que discuten la temprana historia de las rondas son los de
Starn 1999 y Pérez Mundaca 1996.
68 | John S. Gitlitz
eran alfabetos porque desde hace tiempo había una escuela primaria en la
comunidad y, ya que Chota estaba cerca, algunos habían cursado la secundaria.
Un afortunado puñado pudo incluso continuar sus estudios en la universidad.
Según los campesinos, el robo durante los años setenta se volvió endémico. Uno de ellos recuerda: “Los corrales, los perros, ya no detenían a los
ladrones. Hasta se recurrió a guardar los animales dentro de las casas, pero
igual robaban golpeando o matando a sus dueños”. Otro decía: “Criamos
para otros”.2 Los vecinos, temerosos de las represalias de los ladrones, rara
vez ofrecían ayuda.
La principal figura responsable de organizar una respuesta fue Régulo
Oblitas. En 1971, a los 34 años, y luego de haber completado la educación
primaria y de haber trabajado un par de años en la hacienda azucarera
costeña de Tumán, Oblitas había sido designado teniente gobernador de
Cuyumalca. En 1972 ayudó a coordinar el censo nacional en su comunidad, dividiendo a la población en sectores, un esquema que luego aplicaría
a las rondas. En 1976 fue designado teniente gobernador por segunda vez.
Era un católico comprometido y un catequista activo, que formaba parte
de una extensa red de laicos organizada por su parroquia en Chota.
Oblitas comenta que se preocupó por el tema porque le habían robado
tres veces a sus abuelos. La idea de organizar rondas no surgió de la nada.
En Tumán, Oblitas había participado en rondas nocturnas para proteger la
hacienda y se le ocurrió que podía hacer lo mismo en Cuyumalca. La idea
era suya, si bien la había discutido con personas de confianza, entre ellas
un sacerdote español que le instó a seguir adelante. Presentó por primera
vez el proyecto en Cuyumalca, en una asamblea a principios de diciembre.
Sin embargo, por temor a las represalias de los abigeos o del Estado, fue
rechazado por la mayoría.
Durante 1976, los ladrones se metieron ocho veces a la escuela de
Cuyumalca. El último robo ocurrió en diciembre, cuando se llevaron los
instrumentos musicales de la banda.3
2.
Grupo Cultural Martín Quiliche 1994: 170
3.
Las diferentes fuentes difieren en aquello que fue robado. El mismo Oblitas, en
ocasiones distintas, ofrecía diferentes listas. Starn menciona “libros, carpetas, ropa y
hasta una pelota de fútbol” (Starn 1998: 56). Qué fue lo que exactamente se llevaron
es menos importante que el hecho de que se lo hayan robado a una escuela.
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 69
Se produce el robo por cuarta, quinta vez, de un centro educativo y ese es el
motivo que origina el surgimiento […] de los grupos de rondas. Es decir, no
fue un gran asunto. No fue un robo de diez vacas. No fue una muerte de dos
o tres campesinos. No fue la corrupción de una autoridad el motivo […]
fue el robo a una escuela […] Allí en Cajamarca tener una escuela en una
comunidad es motivo de progreso, de desarrollo. Perder una escuela es signo de que a una comunidad le quitan lo más importante. (Óscar Sánchez)4
El 29 de diciembre de aquel año, los maestros, que pensaban que los
ladrones podían ser campesinos de la propia comunidad, convocaron a cuatro guardias civiles de Chota para que investigasen el asunto. Su llegada
representó para Oblitas la oportunidad que necesitaba. Por sugerencia suya,
estas personas instaron a la asamblea de campesinos a formar rondas para
vigilar el colegio durante la noche. Esta vez respondieron afirmativamente,
así como también aceptaron el consejo de Oblitas de que rondaran la comunidad entera. En el acta formal de la asamblea figura la siguiente anotación:
En la estancia de Cuyumalca, siendo las 2:00 pm. del día veintinueve de diciembre de mil novecientos setenta y seis, reunidos los ciudadanos de dicha
comunidad, luego de intercambiar ideas se llegó al acuerdo de organizar
“rondas nocturnas” para defender los intereses del centro educativo y de
toda la comunidad a consecuencia de los continuos robos que se vienen suscitando en agravio de dicho centro y de algunos vecinos […] Esta acta tiene
la finalidad de organizar a la comunidad y solicitar la licencia respectiva
para que sea posible comprar armas. El encargado de organizar las rondas
será el Teniente Gobernador [...].5
Esa misma noche, diez campesinos participaron en la primera ronda.
Al día siguiente, Oblitas notificó al subprefecto de la provincia, Augusto Yngar Garay, de la formación de la ronda y solicitó su autorización
oficial. El subprefecto respondió el 6 de enero:
4.
Citado por Starn 1993: 14. Sánchez, proveniente de una familia campesina de la
estancia de Cabracancha, era un profesor de colegio, activista de Patria Roja y miembro del concejo de Chota. El mismo punto es tratado por Starn 1998: 58.
5.
Acta firmada por los campesinos de Cuyumalca el 19 de diciembre de 1976. Este
hecho se basa en mi entrevista con Oblitas y en la historia presentada por Starn
1998: 54-56.
70 | John S. Gitlitz
El que subscribe, Sub-Prefecto de la provincial de Chota, AUTORIZA el funcionamiento de las Rondas nocturnas de la fuerza Cívica de la Estancia de
Cuyumalca, correspondiente al Sector […]; cuya finalidad es la de vigilar
la estancia contra los robos que vienen ocurriendo en la expresada Comunidad, siendo función principal de los Jefes de cada brigada, organizar los
grupos por sectores, para incursionar durante la noche en el control contra
los autores de robos y capturarlos, poniéndolos a disposición de las autoridades competentes de la provincial […].6
Vale la pena resaltar tres puntos. En primer lugar, los propios campesinos organizaron la ronda. Esta no fue creada por gente de afuera ni para
servir a intereses externos. Fue el resultado de una necesidad de los campesinos y, más que todo, de los esfuerzos de una persona: el teniente gobernador
Régulo Oblitas. Por otro lado, Oblitas no era un campesino sin experiencia.
Tenía cierta educación, había trabajado en la costa y poseía una experiencia
previa de liderazgo. Era catequista y el representante formal del Estado en
Cuyumalca. Este patrón se repetiría una y otra vez. Nora Bonifaz entrevistó
a 32 de los primeros líderes ronderos: todos habían trabajado previamente
en la costa, cinco habían participado en luchas para formar sindicatos en las
haciendas azucareras, 25 habían servido al ejército, y ocho eran tenientes
gobernadores cuando se formaron las rondas.7
En segundo lugar, quizás la idea nunca hubiese sido aceptada si no
hubiera sido por la aprobación de las autoridades del Estado. Oblitas, como
teniente gobernador, representaba al Estado y disfrutaba de la legitimidad
que este le confería. También los maestros, la policía que vino a investigar
el robo y el subprefecto. Su apoyo fue vital para superar la resistencia de
los campesinos.8
6.
Carta de Augusto Ingar Garay, subprefecto de Chota, del 6 de enero de 1977.
7.
Bonifaz s/f.
8.
Este fue un tema que traté en mi primer artículo sobre las rondas, publicado en 1983,
y que luego ha sido repetido por prácticamente todo comentarista sobre los primeros
años de este movimiento. Por ejemplo, Starn sostiene que “Se volvió evidente para
mí que la aprobación de los oficiales del pueblo era crucial […] La insistencia y hasta
acoso por parte de la policía y maestros animaron a los cuyumalquenses a iniciar
una ronda. La aprobación días después por parte del subprefecto Yngar dio mayores
ímpetus […] Oblitas y otros líderes comunales llegaron a tal punto que le sacaron
una fotocopia y distribuyeron el documento (Starn 1998: 66-67).
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 71
Sin embargo, y en tercer lugar, el apoyo oficial no era incondicional.
Desde el inicio hubo una tensión entre la visión de los campesinos y la del
subprefecto. El documento firmado por los campesinos hablaba de la organización de la comunidad para defender su propiedad e intereses, manifestando implícitamente el deseo de que la ronda estuviera bajo su control
autónomo. La autorización del prefecto especificaba que los ladrones capturados debían ser entregados a la autoridad, implicando esto la subordinación de la ronda al Estado. La tensión entre autonomía y cooptación sería
una constante en la historia de las rondas.
La propagación de las rondas
En pocos meses, las rondas se propagaron a lo largo del valle de Chota.
Rápidamente mostraron su efectividad, y el hecho de haber controlado el
robo nocturno fue transmitido a amigos y parientes en las comunidades
vecinas. El rol de los tenientes gobernadores fue crucial. Muchos de ellos
conocían a Oblitas personalmente y luego, uno a uno, siguieron su ejemplo.
También fue importante, durante el año y medio antes de que la política
gubernamental cambiara, la autorización extendida por el subprefecto a
Cuyumalca y a cada comunidad cuando organizó su ronda. Asimismo, existía el importante apoyo de otros actores. La Iglesia en Bambamarca y, de
cierta manera, en Chota, los partidos de izquierda recientemente formados
y el partido populista APRA ofrecieron su ayuda, aunque cada uno buscó
manipular a las rondas según sus propios intereses.
Otro líder que merece una mención especial es Daniel Idrogo Benavides. Nacido en Cuyumalca, tenía 24 años en 1977. Luego de haber asistido a la escuela secundaria en Chota, se fue a la costa en busca de trabajo
y en 1973 se matriculó en la Universidad de Trujillo para estudiar derecho.
Allí se volvió militante de Patria Roja, un partido político maoísta. En
1976 regresó a Chota, en donde ayudó a organizar protestas en contra del
aumento de los precios y la escasez de comida. Cuando Oblitas organizó
la primera ronda, Idrogo, que se percató de su potencial y animado por su
partido, regresó a Cuyumalca.9
9.
Mi evaluación sobre el rol de Idrogo se basa en conversaciones con él, con Oblitas,
con campesinos y con otras personas del distrito de Chota. Starn (1998: 108-116)
72 | John S. Gitlitz
Sus partidarios, que eran muchos, reclamaron luego, falsamente, que
fue Idrogo el que fundó la primera ronda. Sus detractores, también numerosos, insistían en cambio en que él no era más que un demagogo que buscaba
politizar a las rondas. Lo que sí es cierto es que este personaje caminó de
comunidad en comunidad fomentando la organización de las rondas y que
muchas de las que se formaron tempranamente en Chota se debieron a él.
Igualmente claro es que, a diferencia de Oblitas, Idrogo tenía una visión
más amplia de lo que la organización podía llegar a ser. La idea de Oblitas
era limitada: crear una organización en Cuyumalca para rondar en contra
del robo. Al ponerla en marcha, cumplía con su trabajo de teniente gobernador respondiendo a una necesidad sentida de su comunidad. Probablemente
nunca se le ocurrió que las rondas podían convertirse en un movimiento
político poderoso de ancha base, que uniría a los campesinos a lo largo de la
región para tratar sus múltiples necesidades. En contraste, Idrogo previó las
rondas como un fenómeno de empoderamiento campesino, un movimiento
de base que respondería a las necesidades locales y opresiones externas para,
así, empezar a construir un poder popular basado en el campesinado. Esta
idea era compartida por mucha gente, pero no por toda. Idrogo se convirtió
así en una figura polémica, en tanto trataba de otorgar a las rondas una
ideología de conciencia de clase, conflicto y acción colectiva. Si bien muchos
lo siguieron y la federación de rondas de Chota fue controlada por su partido
—Patria Roja—, se puede cuestionar el grado de apoyo de los campesinos
a su visión política radical. De hecho, muchos de ellos, tanto líderes como
simples seguidores, se opusieron a su esfuerzo por politizar las rondas.
Una figura más influyó en la temprana propagación de las rondas:
Pedro Risco. Risco era un comerciante en Chota y un importante político
aprista en la provincia. En 1976, fue gobernador del distrito de Chota, y
entre 1978 y 1980, alcalde del consejo provincial. También contribuyó con
su peso y el de su partido a la organización de las rondas, colaborando con
su expansión, pero iniciando lo que se convertiría en una amarga rivalidad
partidaria entre el APRA y la izquierda que duraría más de una década.
De esta manera, en dos años casi todas las comunidades a lo largo del
valle de Chota habían organizado rondas.
discute la influencia de Idrogo con considerable detalle, aunque él lo considera un
agente más decisivo que yo.
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 73
Aproximadamente un año después de la aparición de la primera ronda en Chota, las rondas se extendieron a la provincia vecina de Hualgayoc,
donde las primeras comunidades en organizarse fueron San Antonio y Alto
Perú. La iniciativa en San Antonio provino de cuatro campesinos, de los
cuales dos eran tenientes gobernadores locales y uno era un catequista.
En marzo de 1978, los cuatro invitaron al subprefecto de la provincia, el
alcalde, la guardia civil y los notarios a una asamblea en la comunidad. El
resultado fue la organización oficial, con el reconocimiento de las autoridades, del Comité de Ronda de San Antonio.10
Seguidamente, San Antonio asumió el rol de otorgar reconocimiento a
las rondas que se formaban a lo largo del valle. Una vez más, el hecho de que
las rondas demostraran su efectividad y fueran reconocidas formalmente por
el Estado fue crucial. El comité de San Antonio, alegando una autoridad derivada del reconocimiento del subprefecto, se tomó la libertad de “autorizar”
la formación de nuevos comités imprimiendo documentos formales para ello.
A mediados de 1979, apenas un año y medio después de que San Antonio
organizara su ronda, ya se habían organizado alrededor de 70 comités.
En ambas provincias, algunas federaciones de mayor nivel empezaron
a emprender y coordinar actividades con las bases ronderas y a defenderlas
de un ambiente oficial que para el año 1979 comenzaba a volverse hostil.
En marzo de 1978 ya se había llevado a cabo una asamblea de coordinación
en Hualgayoc, y en diciembre del siguiente año se organizó la primera
reunión conjunta entre Hualgayoc y Chota. Sin embargo, las diferencias
ideológicas entre Patria Roja, el APRA y otras facciones impidieron hasta
una simple apariencia de unidad. Para el año 1981, cada una de las provincias tenía su propia federación.
La Federación Provincial de Chota, dominada por Patria Roja, era la
más radical; consideraba a las rondas como las “semillas” de la futura milicia campesina. En Hualgayoc, donde algunos partidos de izquierda más
moderados y la Iglesia católica tenían una mayor influencia, el Frente de
Defensa Cívico definía a las rondas como un “gremio”, esencialmente un
tipo de sindicato. Por último, las rondas aliadas a Pedro Risco y el APRA
formaron una tercera federación llamada Rondas Pacíficas. Reflejando el
10. Entrevistas con los campesinos de la estancia de San Antonio, así como el acta firmada en San Antonio el 8 de marzo de 1978.
74 | John S. Gitlitz
dominio del APRA en Chota, sus estatutos definían a las rondas como organizaciones que coordinarían cercanamente con las autoridades locales.11
Las tres federaciones se convertirían en amargas rivales.
Estructura y funcionamiento de las rondas
En los caseríos, la estructura básica de las rondas estaba conformada por
el grupo de ronda, la asamblea y el comité de la ronda. Todo adulto varón
participaba en los grupos —unidades de cinco a diez campesinos— que
rondaban por turnos semanales los caminos, carreteras, pastos y tierras de
cultivo desde la noche hasta el amanecer. Detenían a toda persona desconocida o que parecía sospechosa. Cada ronda era conducida por un “jefe de
ronda”, responsable de que los miembros del grupo se presentaran al turno
que se les había asignado y rondaran con disciplina, así como de reportar
cualquier problema al comité.
En cada estancia, la máxima autoridad de la ronda era la asamblea,
en donde toda la comunidad (hombres y mujeres) participaba. La asamblea
se reunía una vez al mes (o más de ser necesario) para discutir problemas y
elaborar políticas. Para tratar los problemas cotidianos, elegía a un comité
de ronda, con un presidente, un secretario, un tesorero y varios vocales.
Cuando ocurrían robos, el comité organizaba búsquedas e investigaba, coordinaba a través de una notificación formal con los caseríos vecinos y traía
a los sospechosos a la asamblea. Al comienzo, la participación en la ronda
era obligatoria y la disciplina estricta. “La ronda es como el servicio militar”, se escuchaba decir con frecuencia. Los campesinos que no cumplían
con sus responsabilidades eran puestos al frente de la asamblea y castigados con multas, rondas adicionales o latigazos.12 En varias comunidades
se asignaba a las mujeres la tarea de disciplina. A los ronderos les encanta
contar historias en las cuales ellas sacaban de la cama a miembros recalcitrantes de una ronda, a altas horas de la noche, para enviarlos a rondar.
11. Bonifaz s/f. y Pérez Mundaca 1981. También, entrevista con Pedro Risco, presidente
de las Rondas Pacíficas, Chota, 1983.
12. “Si por una o dos veces no hacen su turno, tendrán que salir a rondar en su sector
y trabajar un día en obras comunales […] si son de 3 a 5 veces […] la obligación
de rondar todos los sectores durante la noche y dos días de trabajo más” (Valentín
Mejía. Ayuda en acción, 1992: 91).
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 75
Las rondas detenían a cualquier persona que encontraran, conocida o
no, y exigían saber por qué estaba afuera. A todo desconocido se le pedía
una identificación. Si la ronda opinaba que las razones dadas por el detenido eran legítimas, lo dejaban seguir su camino o lo acompañaban hasta los
límites de la siguiente estancia. Si creían que era sospechoso, podían exigir
que pasara la noche rondando. Al amanecer, lo dejaban ir o se lo entregaban al comité de ronda para que este decidiera qué hacer con él.
El documento original que registra la formación de la ronda en Cuyumalca menciona explícitamente el deseo de los campesinos de llevar armas. Muy
pocos poseían armas de fuego, casi siempre viejas, que no funcionaban bien o
que eran de fabricación casera. Las armas que llevaban consigo era mayormente instrumentos de trabajo: látigos, machetes o garrotes. Es más, el látigo se
convirtió en el símbolo de la identidad, poder y orgullo del rondero.
Un campesino me contó una anécdota pintoresca. Una noche anduvo rondando con un grupo de seis compañeros, tres de los cuales cargaban rifles hechos en casa. Los hombres decidieron probar su puntería con
ellos, pero cuando el primero levantó su rifle y jaló el gatillo, nada pasó.
El segundo tuvo mejor suerte. Su rifle funcionaba, pero la bala estuvo al
menos a cinco metros de distancia de su objetivo. Cuando voltearon a ver
al tercero, este sonrió tímidamente, admitiendo: “Aún no he encontrado la
pieza principal”.
Luchas tempranas y mitos fundacionales
Había un tipo de complicidad entre los abigeos y las autoridades estatales. Si
hoy los abigeos robaban una pierna, mañana la policía tendría una pierna.
(Segundo Muñoz, catequista y líder de ronda)
Las rondas, en tanto sistemáticamente organizadas y ligeramente armadas,
funcionaron ante todo como una fuerza disuasiva, diseñada tanto para
desalentar a los ladrones como para capturarlos. Pero los robos seguían
ocurriendo y las rondas ocasionalmente encontraban al ladrón con “las
manos en la masa”. En un inicio, las rondas lo entregaban a las autoridades
—generalmente a la policía—, aunque usualmente luego de haberlo azotado. Sin embargo, las autoridades pocas veces procesaban a los ladrones.
Era común ver a los abigeos, luego de un par de días de detención, vagando
76 | John S. Gitlitz
libremente. Esto era percibido por los campesinos como una evidencia de
corrupción. Los jueces decían que la ley no les daba otra opción: no podían
procesarlos sin pruebas legales válidas, las cuales rara vez eran proporcionadas por las rondas.
Para presionar más a las autoridades, las rondas empezaron a entregar
a los ladrones con ceremonias dramáticas. En lo que pretendía ser un avergonzamiento público, una masa de ronderos —a veces cientos de ellos—
entraba al pueblo y desfilaba alrededor de la plaza, arrastrando a los
abigeos capturados, quienes lucían signos y letreros que proclamaban su
culpa: “Soy un ladrón”. Aun así, pocos eran procesados. Era más frecuente
que los propios ronderos fueran procesados por sus acciones “ilegales”. De
este modo, el resultado fue una serie de dramáticas confrontaciones con los
abigeos y, a la vez, con las autoridades del Estado.
En 1979, los ronderos forzaron el desalojo de un juez de Chota, Manuel Carhuay, más conocido como “¿Cuánto hay?”. Starn ofrece una descripción del incidente:
Yo era presidente del comité de rondas en esa época. Una de las cosas que
hacíamos era ocuparnos de mantener el orden durante las fiestas, para evitar
peleas y desorden. Había un muchacho que estaba dando problemas. Le
dimos un par de azotes para calmarle. Al día siguiente, él acudió al tribunal.
Me acusó a mí y a dos más de secuestro y de intento de asesinato […] Carhuay
nos mandó llamar. Nos dijo: “Hijos míos, necesito 50 soles de cada uno de
ustedes”. Yo me negué a pagar […] Él mandó llamar a un policía para que
me esposara. Yo los empujé y salí corriendo hacia el campo. Lanzamos una
llamada urgente a las otras rondas para que se movilizaran […] Al día siguiente
fuimos a la ciudad, lo arrastramos fuera de su oficina golpeándolo. Queríamos
llevarlo al campo para obligarle a hacer la ronda sin zapatos, para que viera
cómo vivimos. Pero la PIP [Policía de Investigación del Perú] se encontraba
a la vuelta de la esquina. Salió disparando y salvaron al juez arrastrándole de
vuelta a la comisaría […] Más tarde, hicimos una petición al Presidente y al
Tribunal Supremo para pedir que se le destituyera para siempre.13
En la provincia vecina de Cutervo, en marzo de 1980, los ronderos de dos
comunidades capturaron a una banda de abigeos con los animales que habían
13. Starn 1998: 98-99.
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 77
robado. Entregaron a los ladrones y el ganado a la Policía de Investigaciones
del Perú (PIP), la cual los dejó libres. La explicación de los campesinos era previsible: “Deben haber sido pagados”. Luego, los campesinos descubrieron a los
abigeos y policías en un banquete con uno de los animales robados.
Mi esposo formaba parte de la ronda que acababa de comenzar allí […]
Él y los otros rodearon la casa donde había una fiesta. Les pidieron a los
abigeos que salieran. Salieron dando disparos. Había dos PIP. Estaban con
los abigeos, compartiendo lo que habían robado. A mi esposo le dispararon
en la pierna.14
Al día siguiente, una masa furiosa de ronderos —un periódico de
Lima habló de unos 2500, Starn de 250 campesinos—, liderada por mujeres, descendió a Cutervo para protestar en frente del cuartel de la PIP.15
Rosalía le dijo al policía: “¿Quien te mandó matar a ronderos?”. Luego el
PIP le apuntó con su pistola […] Ella recogió un montón de estiércol y se
lo tiró en la cara. Seguidamente se metió al puesto y todos la siguieron […]
Hicimos una hoguera con sus cosas en la calle […] Tuvimos cuidado de no
tirar la bandera peruana o el escudo en la hoguera.16
La historia contiene un mensaje adicional. Las rondas se oponían a
las autoridades corruptas, pero no al Estado como tal, un aspecto que numerosos líderes repitieron enfáticamente, pero que muchos en el poder no
llegaron a comprender.
La confrontación más dramática y decisiva en la lucha contra los abigeos ocurrió en abril de 1978, cuando las rondas capturaron a cinco hombres de la estancia de Lanchibamba, los cuales eran acusados de haber
robado cuatro cabezas de ganado. De nuevo, Starn describe el incidente:
Dos de los lanchibambinos sacaron pistolas para intentar escapar, pero se
encontraron rodeados y acabaron amarrados […] Se juntaron más de mil
vecinos de caseríos de ambos lados del abra […] A los cinco les pegaron y
14. Ibíd.: 99.
15. Martinez 1980: 28-29.
16. Starn 1998: 100-101.
78 | John S. Gitlitz
murieron apuñalados […] Tres días más tarde, salió un camión de Chota
con treinta policías […] para investigar. Cuando llegó a Alto Perú la policía
encontró el camino bloqueado por una multitud de por lo menos tres mil
personas.17
No he conocido a ningún campesino dispuesto a admitir que estuvo
en la matanza de Alto Perú, si bien muchos me han descrito el incidente
con gran detalle. Los linchamientos eran actos brutales e ilegales. Aun
hoy, 30 años después, muchos los recuerdan con dolor e incomodidad;
su impacto fue profundo. Estos actos de violencia hicieron de las rondas
una fuerza que debía ser respetada y temida, tanto por los abigeos como
por las autoridades. Como me comentaba alguien que vivía en la ciudad:
“La policía se empequeñeció”. Junto con las historias de Régulo Oblitas,
Daniel Idrogo, el juez de Carhuay y el incendio al cuartel de Cutervo, los
linchamientos del Alto Perú forman parte de los mitos fundacionales de
las rondas.
Para 1978, la tolerancia del gobierno para con las rondas estaba llegando a su fin. La dictadura de Morales-Bermúdez, que perdía su control
ante una creciente inflación y descontento, empezó una compleja y cuidadosa transición hacia un gobierno civil. Esta nerviosamente veía resurgir a
sus antiguos enemigos —el APRA y la izquierda marxista. Las encuestas
sugerían que el APRA, némesis de los militares desde los años treinta,
controlaba un sólido tercio del electorado. La izquierda marxista, históricamente insignificante, estaba consolidando una base igualmente fuerte
aunque profundamente dividida. Alcanzando una tenaz unidad bajo el
nombre de Izquierda Unida, ganó las elecciones municipales en Lima y se
convirtió en la segunda fuerza electoral del país. Una pequeña minoría, sin
embargo, rechazó participar en las elecciones y se movió en la dirección de
la revolución armada.
En 1976, las autoridades locales habían ofrecido apoyo a las rondas
recientemente formadas. Estas serían toleradas, hasta oficialmente autorizadas, pero solo en tanto colaboraran con el Estado. No obstante, para
1978 las rondas se propagaban rápidamente y se convertían en un movimiento fuerte e independiente del control estatal. Peor aún, distintas
17. Ibíd.: 83-84.
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 79
federaciones habían desarrollado fuertes lazos tanto con la izquierda como
con el APRA. Augusto Yngar Garay, el subprefecto que había concedido el
temprano apoyo a las rondas, fue reemplazado. Además, ese mismo año las
protestas en Chota en contra del aumento del precio de la comida acabaron
en disturbios.
La ronda había organizado una protesta en contra del acaparamiento de las
necesidades básicas, como papas o aceite vegetal [...] Uno de los principales acaparadores era el señor Camacho. Nuestra demanda de que vendiera arroz terminó en que saqueáramos su tienda. Traté de ir a aconsejar al
subprefecto, pero ya era muy tarde. El ejército había llegado y fui uno de los
primeros en ser detenido e interrogado. (Régulo Oblitas)
Poco tiempo después, el ministro del Interior envió una orden secreta
al prefecto de Cajamarca: “No se puede permitir que continúen”.18 Las
autoridades de las provincias no acataron la orden, pero tuvo que pasar
una década para que las rondas recibieran aunque sea una “pincelada” de
tolerancia oficial.
Las rondas expanden sus funciones
Los campesinos se percataron de que la ronda no era simplemente el cuidado de la vaca, sino una lucha en contra de todo aquello que marginalizaba al
campesinado. (Segundo Muñoz, catequista y líder de ronda)
El abigeato era parte de ello. Así también el comportamiento del Estado, la
corrupción e ineficiencia. Pero lo que explica a las rondas va más allá, es más
profundo. Es que los campesinos se sentían marginados como campesinos.
Era su decisión el afirmar: “Yo puedo hacer que me respeten”. En las asambleas ellos construían respeto y eso les daba identidad. (Óscar Sánchez).
Oblitas había establecido la primera ronda con un propósito muy
definido: proteger la propiedad de su caserío de los ladrones. Pero si las
rondas podían capturar y castigar a los abigeos, si podían confrontar a los
jueces, ¿por qué no podían tratar también otros problemas? Rápidamente,
18. Ibíd.: 103.
80 | John S. Gitlitz
comenzaron a utilizar las estructuras que habían creado para combatir el
abigeato con el fin de resolver las numerosas disputas que dividían a sus
comunidades. Tanto como rondar, la “justicia campesina” —o más ampliamente, como lo llama Nora Bonifaz, el “mantenimiento del orden”—19
comenzó a definir la actividad y, cada vez más, la identidad de las rondas.20
La justicia no era la única tarea nueva que captaba su atención. Durante los
años ochenta, varias organizaciones no gubernamentales (ONG) iniciaron
proyectos en el campo. Crecientemente, en sus asambleas las rondas exigieron que las organizaciones coordinaran su trabajo con ellas.
En el proceso, las rondas se convirtieron en algo más que la suma de
sus partes. Las asambleas y los comités de ronda llegaron a conformar una
suerte de gobierno local no-oficial, una estructura que tomaba decisiones
colectivas sobre todo aquello que afectaba la vida de la comunidad, y cuya
tarea era también negociar con el Estado, en donde tal estructura no había
existido previamente. Ahora, cada vez más, los campesinos de Chota y de
Hualgayoc se referían a sí mismos con orgullo no como campesinos sino
como ronderos. Con las rondas, ellos habían aprendido a “levantar cabeza”
con una nueva dignidad.
Las debilidades de la justicia estatal
Existen tres tipos de justicia en el Perú: la justicia que se compra, la justicia
que se impone, y la que tiene que ser rogada. (Pastor Paredes, director de los
Servicios Educativos Rurales, Cajamarca, citando a uno de sus profesores
de derecho)
Así como lo cuentan los ronderos, el avance desde combatir el abigeato hasta administrar una justicia campesina fue directo. Inicialmente, las
rondas entregaban a los ladrones al Estado, pero estos eran siempre puestos
en libertad por un sistema judicial que los ronderos consideraban desdeñoso, corrupto y aliado con los abigeos. Fue en ese momento cuando los
19. Bonifaz s/f.
20. Para una interesante introducción al tema de la justicia campesina, véase Bonifaz s/f;
Huamaní, Moscoso y Urteaga 1988: 63-86; Sánchez Ruiz 1992; y Revilla y Price
1992.
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 81
ronderos decidieron tratar ellos mismos con los abigeos y, al descubrir que
podían administrar con éxito la justicia en contra de ellos, dirigieron también su atención a otros problemas. En poco tiempo, las rondas resolvían la
gama entera de problemas que afligía a sus caseríos.
Si bien la memoria simplifica bastante, trae a la luz un punto
central. Tanto de facto como en la percepción, la justicia campesina
nació de un problema concreto: la incapacidad o la renuencia del Estado de proveer orden, menos aún justicia, en el campo. Solo si logramos
comprender la debilidad del Estado, entender que la opción para los
campesinos no era entre justicia estatal y justicia campesina, sino entre
justicia rondera y una casi ausencia de justicia, podremos comprender
por qué administrar la justicia se volvió tan fundamental para la práctica e identidad rondera.
Gorge Farfán relata el caso de Gosvinda, una viuda que vivía en el
departamento de Piura, a quien un ladrón bien conocido le robó en el año
1996 una vaca valorada en 650 nuevos soles. Bajo la ley peruana, en esos
tiempos un robo de menos de mil soles no merecía encarcelamiento, a no
ser que hubiera otros factores que agravaran el asunto (lo que no ocurría
en este caso). Por más que el ladrón fuera capturado, llevado a juicio y
encontrado culpable, no se lo podía sentenciar con cárcel. Lo máximo que
podía obtener Gosvinda era una reparación por daños civiles, la cual podía
ser solicitada solo luego de que al ladrón se le encontrara culpable. Según
cuenta Farfán, la búsqueda de una reparación por parte de Gosvinda fue
frustrante, cara y un fracaso. Ella tenía, en primer lugar, que caminar al
menos la mitad del día hasta la capital de la provincia para presentar su
demanda a la policía (es más, la primera vez la policía se negó a aceptar
su demanda; solo luego de acudir cuatro veces a la comisaría, los policías
registraron su denuncia y, aun así, no investigaron). En segundo lugar,
Gosvinda tenía que esperar que la policía concluyera su investigación y la
enviara al fiscal de la capital distrital, para luego viajar y presentar su evidencia (un viaje que demoraba un día para llegar, otro para regresar y otro
en la ciudad para hacer los arreglos legales). Si, y solo si, ella tenía suerte,
el fiscal presentaba el caso a los tribunales. En tercer lugar, si el caso era
efectivamente escuchado, ella tendría que volver a viajar a la capital distrital para rendir su testimonio y presentar su prueba (otros cinco días, más
el costo de alojamiento). En cuarto lugar, para todo esto iba a necesitar un
82 | John S. Gitlitz
abogado. Si el abogado mostraba ser más o menos honesto, un viaje sería
suficiente; ella obtendría su vaca de vuelta, aunque el ladrón nunca iría a
la cárcel. Por último, solo en ese momento podría demandar para recibir
una reparación, la cual si era otorgada, la obligaría a volver a demandar
para cobrar. Lo más probable es que Gosvinda tuviera que solicitar que la
propiedad del ladrón fuera incautada, algo que solo ocurriría si ella tenía
éxito en obtener una orden judicial que el juez de paz estuviese dispuesto
y fuera capaz de aplicar.
Cada paso en este largo, complejo y costoso proceso dependía de que
las cosas fueran bien, algo que para Farfán estaba fuera del reino de lo
posible. Él calculó el costo total de la víctima —en tiempo, viaje, costos
legales, trabajo perdido— y concluyó que Gosvinda hubiera tenido que
invertir un total de 1215 soles para recuperar, si es que tenía suerte, el valor
de una vaca que valía 650.21
Cuando los campesinos de Cajamarca cuentan sus experiencias con
la justicia peruana, recitan una letanía de quejas: es lenta, cara, desdeñosa, abusiva y, al final, injusta. Los campesinos atribuyen todo esto a
la corrupción, pero el problema es más complejo. Joanna Drzewienieck
centra los problemas de la justicia peruana en cuatro características: idealismo, paternalismo, legalismo y formalismo. La ley peruana, argumenta Drzewienieck, no es un conjunto de reglas legítimas, con autoridad
y prácticas que dan orden a la vida cotidiana, las cuales deben ser obedecidas porque si no lo son, se sufre las consecuencias. Es más bien una
expresión de ideales abstractos que invocan frecuentemente principios, si
bien admirables, inalcanzables. Es decir, una ley escrita en subjuntivo:
lo que debería ser. Las leyes se aprueban y nuestras conciencias son mitigadas, pero nadie espera que las cosas cambien ni se siente obligado a
obedecer. Según la autora, este “idealismo” se encuentra enraizado en la
segunda característica: la ley es otorgada al pueblo por las élites y por un
Estado enamorado de las teorías abstractas, pero con poco conocimiento
de, o con poco interés en, las condiciones reales, convencido de que su
trabajo es civilizar pero no necesariamente escuchar. Los dos rasgos restantes, legalismo y formalismo, derivan de ello. Para hacer cumplir lo
que no se puede, el derecho se basa en reglas y demandas complejas,
21
Farfán, 2002.
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 83
detalladas y arcanas que deben ser observadas al pie de la letra. Esta
apariencia y ritual de obediencia se convierten en una obsesión, mientras
que el espíritu y la intención se pierden.22
Bajo la ley peruana, encarcelar a los abigeos es sorprendentemente
difícil. La ley razonablemente estipula que ningún crimen ha sido cometido a no ser que exista un objeto del crimen; es decir, para que un robo
haya ocurrido, debe probarse primero que algo ha sido robado. Es más
fácil decirlo que hacerlo. Los campesinos carecen frecuentemente de los
documentos legales requeridos, y si bien el teniente gobernador del lugar
está legalmente empoderado para emitir los títulos, estos también pueden
ser obtenidos por el ladrón, solo que con una ligera mayor dificultad que
la del legítimo dueño. Un juez en Cajamarca me contó que más de una vez
ha visto casos en los cuales ambos lados han presentado títulos aparentemente (in)válidos. No obstante, demostrar ser el propietario no es más que
la primera barrera.
Luego de adoptar un código penal progresista en 1992, procesar el
abigeato se convirtió en una tarea aún más difícil en el Perú. El código
buscó enfatizar la rehabilitación, en vez del castigo, y reducir la sobrepoblación en las cárceles peruanas limitando el número de crímenes por
los cuales las personas podían ser encarceladas. Con este fin, se hizo una
distinción entre el crimen en contra de una persona y el que se comete en
contra de la propiedad, castigando más severamente al primer tipo. Con
respecto al robo, el código diferenció entre “hurto” y “robo”. Hurto es un
robo de menor cuantía, mientras que robo es un robo mayor, agravado
por una variedad de factores: el valor del objeto robado, la presencia de
violencia física, etc. El hurto puede ser castigado con una encarcelación no
mayor a los tres años, pero, de acuerdo con el código, aquellos que son
sancionados con menos de cuatro años reciben una sentencia suspendida.
Solo bajo la categoría de robo es que el perpetrador puede ser efectivamente mandado a la cárcel.
22. Drzewieniecki 1995. De Belaúnde y García Sayán presentan una lista diferente,
aunque igualmente útil para explicar la debilidad del sistema legal: 1) problemas
contextuales: recursos económicos y condiciones laborales; 2) ausencia de autonomía; 3) procedimientos obsoletos; 4) falta de confianza en la claridad de las decisiones judiciales; 6) falta de acceso a la administración de justicia; 7) la irrelevancia
social de la administración de justicia (De Belaunde y García Sayán 1991).
84 | John S. Gitlitz
Desde los años sesenta hasta 1993, el abigeato como tal no fue reconocido como una categoría diferente de robo. En 1993, el código penal lo
reconoció como un crimen específico, pero mantuvo la distinción entre hurto
y robo. Si lo robado no excedía un valor específico, relativamente alto, que a
su vez excedía lo que costaba una vaca, un toro o un caballo en la sierra, este
no era calificado como robo. No obstante, si el hecho era acompañado por un
número de circunstancias —por ejemplo, ocurría en la noche, involucraba
a una banda y no a un ladrón solo, los ladrones estaban armados, había
violencia o destrucción de la propiedad—, se podían aplicar sentencias más
severas. Pero obviamente estos agravantes tenían que ser primero legalmente
probados. Los fiscales me dijeron que la ley no tuvo mayor impacto. Aun así,
era poco probable que los ladrones fueran a la cárcel.
Los campesinos se enfrentaron a un problema diferente cuando se confrontaron con las disputas cotidianas que afectaban a su comunidad. Muchas involucraban “crímenes” no contemplados por la ley peruana: chismes,
peleas entre vecinos, brujería, por nombrar solo unos pocos. Si bien estos
conflictos nos pueden parecer insignificantes o exóticos, para los campesinos
son problemas reales que pueden perjudicar la vida comunitaria.
El problema era también el resultado de procesos complejos y arcanos. Históricamente, los procedimientos legales en el Perú se han basado
en testimonios escritos en vez de orales, demandando un gran número de
documentos, todos apropiadamente legalizados y haciendo de la ley algo
prácticamente incomprensible para los campesinos (y para casi todos los
ciudadanos). Incluso el más mínimo error podía llevar meses en ser resuelto. Tradicionalmente, no ha habido nada que se aproximara a una agenda
de casos pendientes en los tribunales peruanos. Los jueces los escuchaban
en el orden que deseaban, pero solo cuando llegaban a su escritorio, si es
que les interesaba. Esto solía darle el control de la agenda del tribunal al
secretario judicial, dado que era él quien llamaba la atención del juez sobre
el caso. Así, que el caso de uno fuese escuchado por el juez se volvía una
cuestión de influencia sobre el secretario. Otro ejemplo: la ley permitía un
derecho casi ilimitado de apelación, la cual se podía realizar una y otra vez
sobre la base de hechos y leyes. En casos criminales, el Estado podía apelar
un veredicto de no culpable. Prácticamente cada caso era apelado, muchas
veces recurriendo a frívolos argumentos. Los tribunales superiores estaban
sobrecargados y los casos podían prolongarse años.
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 85
Era casi imposible seguir la más simple de las demandas sin el servicio
de un abogado, cuya habilidad y honestidad podían ser tan bajas como altas
sus tarifas.23 La necesidad de presentar papel tras papel y de pagar a los
burócratas del Poder Judicial para que hicieran su trabajo podía hacer que
los costos oficiales y no-oficiales aumentasen. Para los campesinos, las barreras para acceder al sistema judicial se volvían inmensas y el acceso a una real
justicia —léase un resultado justo— era prácticamente imposible.24
He encontrado muchos jueces y fiscales honestos dispuestos a trabajar
en la zona rural del Perú, personas que son conscientes de las dificultades
y que, sin embargo, están dedicadas a la idea de hacer del imperio de
la ley una realidad. Pero ser un buen juez demanda creatividad y coraje.
Como me comentó un respetado juez en Chota: “Para hacer justicia, tengo
que caminar en una cuerda floja entre el desacato y la aplicación creativa
de la ley”. Desafortunadamente, no todos son competentes u honestos. A
los jueces y fiscales se les paga poco, reciben insuficiente entrenamiento
y tienen escasa estabilidad laboral. Inseguros en sus puestos, les parece
menos arriesgado refugiarse en lo que dice la ley al pie de la letra.25 La
tentación de comprar justicia es prácticamente irresistible, así como lo es
para aquellos que tienen el poder para pedir dinero. Aun si uno quiere ser
honorable, los pequeños sobornos —quizás el término “costos no-oficiales”
sería más apropiado— son inevitables.
La policía, mal pagada, entrenada y equipada, trabajaba en una estructura legal que en el mejor de los casos no le ofrecía una guía de acción
clara, y en el peor, la sumergía en un círculo vicioso de corrupción. Hasta
1977 no existía ninguna norma legal que definiera claramente los poderes
policiales o que estableciera reglas claras para el uso de la fuerza.26 Había
buenos policías en las zonas rurales, pero el abuso policial era común.
La estructura legal ofrecía la tentación, y a veces requería, que la policía
23. Pásara 1988: 73-112.
24. Óscar Schiappa-Pietra enfatiza la importancia de distinguir entre el acceso al sistema, que es suficientemente difícil, y el acceso a un resultado justo (1997: 21).
25. Muchos autores señalan la pobre calidad del personal de justicia. Por ejemplo, Pásara
1988: 73-112, Schiappa-Pietra 1997: 17-40, y De Belaunde y García Sayán 1991:
21-39.
26. Vegas Torres 1997: 219-232.
86 | John S. Gitlitz
cortase camino, manipulase los hechos y recurriese a la violencia. Generalmente lo podía hacer con impunidad.
El uso de una violencia física para obtener confesiones era legendario. Las
leyes peruanas otorgan considerable peso a las confesiones como prueba, si bien
técnicamente ellas deben estar respaldadas por evidencia que las apoye. En la
práctica, algunos fiscales y jueces aceptaban las confesiones solas como suficiente. A consecuencia de ello, las investigaciones se concentraban en extraer
confesiones mediante cualquier medio. Muy pocos veían algo ilegítimo en el
uso de un poco de fuerza, ni siquiera aquellos en los que la fuerza era aplicada.
Una vez leí el registro legal de un caso criminal derivado de una pelea con
armas entre campesinos y policías en la provincia de Hualgayoc. El reporte
policial incluía el testimonio de 12 testigos, los cuales habían descrito los eventos de la misma manera y, a pesar de tener unos pocos errores tipográficos,
con casi las mismas palabras. Una coincidencia muy improbable. No obstante,
la policía envió el testimonio como evidencia al fiscal público, este lo incluyó
como una prueba y el juez lo aceptó sin cuestionarlo.
En el fondo, es la ley y no la corrupción per se la que hace tan problemático el sistema judicial estatal. Esto no significa que la corrupción no
esté presente. Los pequeños sobornos, los “costos no-oficiales”, son una
realidad. Pero la corrupción no es el problema fundamental. Es más, puede
que sea parte de la solución, la única manera de hacer que el sistema “funcione”. El problema central es una estructura legal que de forma inherente
hace que el acceso a la justicia sea costoso, lento e impredecible para cualquiera, y todo esto de manera abrumadora para los campesinos.
No debe sorprendernos que el cinismo frente a la ley y el sistema
judicial sea algo tan común. Una encuesta nacional en 1990, conducida
por Hans Jürgen Brandt, reveló que solo el 36,3% de los peruanos tenía
mucha confianza en la ley, mientras que el 46,2% tenía poca y el 17,5%
ninguna.27 Los campesinos creían que los jueces eran inherentemente deshonestos y corruptos, y que sus decisiones favorecían a los más aptos para
manipularlos. Sorprendentemente, a pesar del cinismo y las escasas expectativas, con frecuencia los campesinos llevaban sus disputas a los tribunales estatales, quizás esperando manipular al sistema para sus propios
fines, aunque sus quejas sobre los resultados también eran abundantes.
27. Brandt 1990: 139.
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 87
El único juzgado en el que los campesinos tienen confianza es el
juzgado de paz, el escalón más bajo en la jerarquía del sistema judicial. Los
jueces de paz no letrados (que no son abogados) constituyen la categoría
con mayor cantidad de jueces en el Perú. Existen tanto en áreas urbanas
como rurales, aunque no en todas partes, y en el campo suelen ser la única
autoridad judicial a la cual los campesinos pueden recurrir con facilidad.
Las encuestas han mostrado repetidas veces que se le tiene un gran respeto
a la justicia de paz. Esencialmente mediadores, los jueces de paz pueden
tomar en consideración tanto las costumbres locales como la ley formal,
un hecho que les da la flexibilidad y relevancia que a los tribunales del Estado les falta.28 Sin embargo, su competencia legal es limitada. Solo se les
permite ver casos menores, como faltas leves, violencia familiar y deudas
que no sobrepasen los 830 dólares. Muchos asuntos comunes caen técnicamente fuera de su competencia legal: por ejemplo, los robos, los problemas
de herencia o los divorcios. No obstante, muchos jueces de paz se ocupan
de disputas que van más allá de sus competencias formales. Esto porque
tanto ellos como sus comunidades esperan que lo hagan29 y porque nadie
más se encarga de ello.
A pesar de la eficacia de la justicia de paz y del respeto que merece,
esta no compensa la debilidad del sistema judicial en su conjunto. No todo
caserío tiene una justicia de paz, y aquellos que la tienen saben que sus
competencias para tratar los problemas del mundo rural son limitadas. Los
jueces de paz carecen de poderes para obligar; sobrepasar sus competencias
legales puede ser riesgoso, y a veces son presionados por jueces de mayor
jerarquía que demandan que decidan de acuerdo con la ley estatal y no a
la costumbre local.30
Justicia campesina
Tuve una vez un juicio que duró al menos dos años. Corría de un lado
para el otro, con un montón de pagos, y nada se resolvía. Vimos que la
mejor manera de administrar justicia era en nuestras comunidades. Como
28. Ardito 2001.
29. Ibíd. y Brandt 1990.
30. Ardito 2001 y Brandt 1990.
88 | John S. Gitlitz
vecinos, nos conocemos, lo discutimos. En un día, resolvemos los problemas
de límites, difamación, peleas, ayuda a los niños, herencia, robos, problemas
familiares —aunque no tanto los problemas familiares porque son difíciles
de controlar. (Régulo Oblitas)
Solo si tomamos en serio la grave debilidad del sistema judicial estatal, podremos comprender la importancia de la justicia rondera para los
campesinos. Los campesinos peruanos han buscado siempre alternativas
a la justicia formal. Los hombres y mujeres llevan sus problemas de pareja a parientes o compadres; los vecinos en conflicto recurren al teniente
gobernador o a los amigos de confianza. Sin embargo, aquello que las
rondas hicieron cuando empezaron a administrar justicia era, en cierto
sentido, nuevo. Lo que estaban buscando era crear un sistema inclusivo y
sistemático para resolver disputas, mientras proclamaban que hacerlo era
su derecho legal y humano.
La estructura de la justicia campesina era generalmente similar en todas partes. Los campesinos presentaban su queja a un miembro del comité
de ronda del caserío. Cualquier problema podía ser llevado: desde los clásicos
problemas de propiedad (posesión de la tierra, derechos de agua, contratos,
deudas), hasta problemas de orden público (hurto, ebriedad pública, disputas interfamiliares, chismes y difamaciones), conflictos familiares (adulterio,
abuso sexual, reconocimiento de hijos, alimentos), y problemas más graves,
como el abigeato y la brujería. De ser requerido, el comité organizaba una
investigación: examinaba la evidencia, preguntaba a los testigos, detenía e
interrogaba a los sospechosos. De ser necesario también, se llevaban a cabo
búsquedas casa por casa. Los sospechosos podían ser llevados de un grupo
de ronda a otro, o de una comunidad a otra, para ser interrogados. Las interrogaciones, como aquellas llevadas a cabo por la policía, podían ser duras,
basarse en amenazas y hasta en el uso de la fuerza para forzar la cooperación
y confesión. Los sospechosos recalcitrantes podían ser azotados o bañados
durante la noche en las gélidas aguas de las lagunas.
No obstante, en la mayoría de los casos las rondas eran más indulgentes que duras. Cuando era posible, los dirigentes ronderos trataban de
mediar entre las partes en disputa. Si esto fallaba, o si el caso era lo suficientemente serio, el comité de la ronda presentaba el problema ante una
asamblea a la que asistía toda la comunidad. Si el problema involucraba
a más de una comunidad, el comité notificaba formalmente a las rondas
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 89
vecinas, solicitando su participación en la investigación e invitándolas a la
asamblea. En casos complejos, una docena de comunidades o más podían
estar presentes, llegando a asistir cientos de campesinos.
Las asambleas eran un asunto serio, en parte juicio, en parte junta de
todo el caserío y en parte un ritual. Los campesinos asistentes se reunían
formando un gran círculo, y los dirigentes se sentaban en una mesa al
centro, con las partes en disputa frente a ellos. El presidente presentaba
los hechos tal y como el comité los había contado, mientras que a las partes se les daba la oportunidad de hablar, luego de lo cual comenzaba una
discusión abierta.
El objetivo no era tanto castigar sino reconstruir la comunidad, armando con paciencia un consenso que permitiera reintegrar a la vida comunal a aquellos que habían errado. Los conflictos tenían que consignarse
al pasado y los involucrados tenían que prometer comportarse bien y convivir en paz con el resto. La confesión era un elemento central. Aquellos
que eran juzgados culpables tenían que aceptar la responsabilidad por sus
errores y rogar por el perdón. En teoría, la confesión era voluntaria, pero
en la práctica podía y solía ser coaccionada. La culpabilidad también tenía
que ser purgada generalmente con algún castigo simbólico o “ejemplar”:
una multa, rondas nocturnas, días de trabajo para la comunidad o latigazos. Del mismo modo, tenía que haber alguna manera de reparo para
las partes agraviadas y para la comunidad. La forma y la cantidad de la
misma solían estar sujetas a negociaciones acaloradas. Solo luego de lograr
todo esto, podían ser perdonados los culpables, el conflicto cerrado y el
acuerdo sellado en un “arreglo” escrito. Este era una suerte de contrato
o pacto social firmado por las partes en disputa y por todos los presentes
como testigos, y cuidadosamente registrado en el libro de actas.
Para mediados de los años ochenta, las rondas estaban manejando
un vasto número de conflictos. Nora Bonifaz cuenta de una asamblea a la
que asistió a inicios de esa década, en Cuyumalca, el lugar de nacimiento
de las rondas. En dos horas, los ronderos habían resuelto cuatro casos:
un conflicto sobre herencia de tierra; el robo de unas herramientas; una
disputa limítrofe entre dos vecinos; y el caso de una esposa que había sido
golpeada.31 Starn encontró que “156 casos habían sido presentados ante las
31. Bonifaz s/f.
90 | John S. Gitlitz
asambleas de la ronda en el Túnel Seis (en Piura) entre 1986 y 1987. Los
campesinos de Lingán Pata, en la parte alta del valle de Chota, trataron
con más de 300 casos entre 1990 y 1991”.32
La Federación Provincial de Rondas Campesinas de Cajamarca —una
más de un grupo cambiante de federaciones ronderas en el ámbito departamental— reportó que entre 1987 y 1989 sus rondas afiliadas recibieron
más de 13.400 casos, incluidos 600 casos de abigeato, 500 de otros robos,
2800 disputas familiares, 2941 casos de comportamiento público impropio, 3500 problemas de tierra y agua, 400 disputas sobre caminos, 1600
reclamos por incumplimiento de contratos y 400 casos de brujería.33 Aun
si han sido exagerados, los números son altísimos.
Tabla 1. Casos recibidos por la Federación Provincial
de Rondas Campesinas de Cajamarca
1. Abigeato de animales
600 casos
2. Robos de otras cosas (artefactos, alimentos y otros)
500 casos
3. Líos de familia
3.1 Reconocimiento de hijos
400 casos
3.2 Peleas entre familias (hermanos, esposos y otros)
600 casos
3.3 Pensiones a hijos menores abandonados
700 casos
3.4 Abandonos de hogar
500 casos
3.5 Separaciones de hogar
600 casos
4. Líos de mal vivir
4.1 Violación de domicilio
200 casos
4.2 Desaparición de personas
180 casos
4.3 Asaltos
240 casos
4.4 Difamación de honor
300 casos
4.5 Muerte de personas
240 casos
4.6 Por violación
200 casos
4.7 Por intentos de violación
300 casos
32. Starn 1998: 106.
33. Estos son casos traídos a la ronda, pero no necesariamente resueltos por ella.
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 91
4.8 Por amenazas e intentos de muerte
500 casos
4.9 Rapto a personas
200 casos
4.10 Calumnias
550 casos
5. Líos de tierras y aguas
5.1 Herencia de chacras
800 casos
5.2 Linderos de chacras
700 casos
5.3 Retracción de ventas de tierras
900 casos
5.4 Conducción de aguas
500 casos
5.5 Ventas ilícitas de tierras
600 casos
6. Líos de caminos
400 casos
7. Incumplimiento de contratos
7.1 Contratos (ladrillos, tejas, madera, otros)
800 casos
7.2 Deuda de dinero
800 casos
8. Brujería
400 casos
9. Abuso de autoridades
500 casos
10. Envenenamiento de animales
200 casos
Fuente: Revilla y Price 1992: 193.
Los ronderos hablaban con gran orgullo de lo que habían logrado:
“Las disputas que los tribunales estatales no podían resolver en generaciones, nosotros las resolvimos en una sola asamblea”; “Los que antes han sido
ladrones, ahora son buenos ronderos”. Una implícita comparación con el
Estado está siempre presente. La justicia estatal es lenta, corrupta, inefectiva, costosa, desdeñosa y discriminatoria. Encarcela a las personas, pero
no es capaz de solucionar los problemas. La justicia rondera, insisten ellos,
es una mejor justicia, pues puede resolver problemas profundos, perdona y
vuelve a unir a sus comunidades en paz.
Hacia el gobierno local
Las rondas hicieron más: muchas de las tareas que previamente habían
sido responsabilidad del teniente gobernador fueron asumidas por ellas.
Los caminos en mal estado que servían de acceso a sus comunidades tenían
que ser reconstruidos y mantenidos, los canales de riego tenían que ser
92 | John S. Gitlitz
Ronderos de la localidad de Cabracancha.
limpiados, y alguien tenía que coordinarlo con el Estado. Pero las rondas
eran aun más ambiciosas. Pronto se convirtieron en activas protagonistas del desarrollo de sus comunidades. A principios de los años ochenta,
muchas ONG se establecieron en el campo de Cajamarca, llevando a cabo
proyectos que iban desde la instalación de agua potable y letrinas, hasta
el mejoramiento del cultivo de papas y la construcción de escuelas. Los
proyectos enarbolaban la promesa (haya o no sido esta cumplida) de una
mejor vida, pero su impacto inmediato era traer empleo, comida y dinero
a los caseríos, llenando así una necesidad más inmediata. Las ONG representaron para las rondas tanto una oportunidad como una amenaza. Los
proyectos necesitaban el apoyo y participación de las comunidades en donde trabajaban. Algunas organizaciones trataron de pasar por encima de las
rondas, otras intentaron manipularlas. Las rondas respondieron exigiendo
que las ONG coordinasen sus actividades con ellas.
Por tanto, a mediados de la década del ochenta, las rondas habían
creado un espacio para que la comunidad tomase decisiones de manera
autónoma. Rondaban en busca de ladrones, resolvían disputas, trataban
problemas cotidianos y llevaban a cabo proyectos de desarrollo. En esencia,
se habían convertido en una suerte de autogobierno local, ejerciendo nooficialmente una autoridad real sobre el caserío.
3. Aprendiendo a levantar cabeza: el origen y crecimiento de las rondas| 93
Anteriormente, el teniente gobernador, el juez de paz o el agente municipal habían sido más los representantes del Estado en el caserío que
los defensores de este ante el Estado. Como un subprefecto de Chota me
dijo: “El teniente gobernador es mi representante en las comunidades. Cuando hay problemas, conflictos, debo saber qué es lo que está pasando”.
Las rondas revirtieron el proceso. Los tenientes gobernadores y jueces de
paz rendían ahora cuentas a las rondas: eran nombrados en la práctica (si
no por ley) por la comunidad. “Cada vez que llegaba un subprefecto, al
principio no lo aceptaba, pero aprende. No tiene otra opción”; “Antes el
teniente gobernador tenía [supuestamente] que reportar al subprefecto lo
que decíamos en la comunidad. Ahora él reporta a la asamblea lo que el
subprefecto está diciendo en su oficina”.
Los campesinos se referían a otros grupos organizados en el campo por su nombre: Club de Madres, Vaso de Leche, Grupo Pastoral, etc.
Hablaban, en cambio, de las rondas como “nuestra organización”. Cantaban canciones sobre ellas y sus logros, y celebraban el aniversario de la
fundación de su ronda casi más que el de sus santos. Gracias a las rondas,
se jactaban de haber aprendido a “levantar la cabeza” y haberse convertido
en ciudadanos.34
A inicios de los años setenta, la población urbana trataba a los
campesinos con desdén, dirigiéndose a ellos como “hijitos” o “hijitas” y
haciendo señas con el dedo para que hiciesen su voluntad. Ahora eran “don
Esteban”, “don Mario” o “doña Flor”. Eran ronderos y se sentían orgullosos
de serlo.
34. La idea de que los campesinos estaban afirmando su ciudadanía a través de las rondas
fue repetida por muchos participantes en una mesa redonda de ronderos que tuvo
lugar en Lima en 1992. Véase Starn 1993.
Ronderos con Pencas.
Capítulo 4.
Un poderoso movimiento en permanente crisis
Ay, pero la ronda está débil. Claro, aquí estamos rondando más fuertes que
nunca. Aquí solo somos un poquito débiles.
A finales de los años ochenta, en el norte peruano había rondas en los
departamentos de Cajamarca, Piura, Lambayeque, Amazonas, La Libertad y Ancash. En el sur, habían surgido en Cuzco y Puno algunas rondas
asociadas con comunidades campesinas reconocidas. Al este, en la selva
alta, las había en el departamento de San Martín. Así como en Cajamarca,
todas estas rondas luchaban en contra del abigeato, tomaban decisiones
comunales, administraban justicia, organizaban proyectos de desarrollo y
negociaban con el Estado.
Sin embargo, a inicios de los años noventa, en la región donde el movimiento había nacido —Chota y Hualgayoc— las rondas entraron en un
declive significativo. Las décadas del ochenta y noventa fueron difíciles en
todo el Perú. Acosadas por una fuerte recesión y una alarmante inflación,
atrapadas entre la violencia de movimientos revolucionarios y un Estado
crecientemente autoritario, las organizaciones de base en todo el país perdieron fuerza con respecto a la década anterior. Los alguna vez poderosos
sindicatos de maestros y empleados públicos se desorganizaron, los sindicatos industriales languidecían y las organizaciones en los barrios no eran
ni la sombra de lo que habían sido antes.
96 | John S. Gitlitz
Aunque debilitadas, las rondas sobrevivieron. Su estructura de base
permaneció intacta. Siguieron con sus rutinas básicas —rondar, perseguir
ladrones y administrar justicia—, aunque con menos pasión. En el ámbito local, permanecieron como la más importante estructura de toma de
decisiones, tanto en lo que respecta a sus caseríos como a su relación con
el mundo externo. Los campesinos aún proclamaban con orgullo: “Somos
ronderos”.
Las rondas sobrevivieron porque todavía eran necesarias. Pasaron de
ser un movimiento que se confrontaba con un enemigo externo a un cuasigobierno, llenando un gran vacío y empoderando a los campesinos. Sin
embargo, en el proceso tuvieron que resistir el acoso del Estado, y enfrentarse a nuevas formas de cooptación y corrupción y a los múltiples conflictos que dividían a sus comunidades. La vida del campesino sufrió también
el impacto de algunos cambios de largo plazo. Parecía que las rondas se
habían convertido en una suerte de contradicción: siempre débiles pero
siempre fuertes, un movimiento poderoso en crisis permanente.
El ocaso de las rondas
Dicen en Tallamac: “Si ya no hay abigeos, ¿por qué tenemos que rondar?”. Y
con esto creo que la ronda va a desaparecer.
Hay cuatro o cinco que se resisten a participar, y hemos tenidos dos presidentes que lo han aceptado. La gente dice: “Si ellos no rondan, ¿por qué
lo haríamos nosotros?”. Debería dejar claro a los morosos que si ellos continúan, no serán reconocidos en la comunidad. Sería como si no vivieran
aquí. Si no tenemos disciplina, la ronda se caerá a pedazos.
Una de las razones del debilitamiento de las rondas fue su propio éxito. Aun en sus inicios, un puñado de habitantes de los caseríos se rehusaba
a participar, pero eran pocos y las rondas tenían el poder de imponer la
obediencia. Los morosos crónicos eran llevados frente a la asamblea, avergonzados, multados o hasta azotados. Pero con el abigeato contenido, el
absentismo aumentó. Pocas rondas tenían aún el poder de castigar a los
morosos; a lo mucho les imponían multas o amenazaban con no protegerlos.
El aumento de la población, la crisis económica, la inflación y los
repetidos paquetes de austeridad decretados por el gobierno también in-
4. Un poderoso movimiento en permanente crisis| 97
fluyeron en las rondas. Estos factores se combinaron para hacer de la migración algo aún más necesario. El impacto podía ser dramático. En 1995
visité una comunidad en donde normalmente había 64 ronderos: era temporada baja y solo cuatro permanecían en ella.
Los jóvenes eran otro problema. Las rondas habían sido la batalla de
sus padres. Mientras que muchos participaban con entusiasmo en ellas,
otros creían más importante buscar un trabajo, establecer una familia y/o
estudiar. Así, muchas rondas se vieron forzadas a establecer reglas más
flexibles. Algunas dejaron de exigir que todos los mayores de 18 años rondaran, otras establecieron que solo un miembro de la familia lo hiciera, o
que solo participaran en la organización aquellos que habían fundado un
hogar.
Del mismo modo, las rondas comenzaron a administrar justicia de
una manera menos activa. Continuaron combatiendo el ocasional abigeato
y resolviendo conflictos, pero con menos confianza, difiriendo cada vez
más de los jueces de paz locales, de otros mediadores informales o aun de
la policía.
Por otro lado, también hubo problemas en la organización rondera. Empecé a escuchar quejas. Los ronderos decían que sus líderes eran
incompetentes y hasta corruptos, que las asambleas eran interminables
y que no resolvían nada. Los dirigentes se quejaban de que sus ronderos
no obedecían, que no los apoyaban ni acudían a las asambleas. Todo se
cuestionaba.1
Parecía, además, que nadie quería ser un dirigente.2 Serlo significaba
dedicar dos o tres días semanales a la ronda, convertirse en el foco de todas
1.
Al describir a las comunidades en la provincia de San Miguel, Cajamarca, Salas escribió que “Los pobladores en general perciben a sus autoridades como personas movidas principalmente por la búsqueda de su beneficio propio […] las autoridades se
quejan de la falta de apoyo, pues ya nadie quiere trabajar” (2000: 44). Diez Hurtado
llegó a una conclusión similar: “las directivas que hemos observado […] no solo no
tenían el apoyo mayoritario de los campesinos sino que provocaban un descontento
permanente” (1999: 207).
2.
“En el distrito de Pacaipampa no hemos encontrado un solo caso en el que algún
campesino haya buscado ocupar un cargo y tampoco ninguno que haya aceptado
enseguida y de buena gana su nominación ante la asamblea” (Diez Hurtado 1999:
201).
98 | John S. Gitlitz
las demandas y conflictos en la comunidad, ser blanco de las críticas y
sospechas, y arriesgarse a ser procesado legalmente por el Estado. Muchos
campesinos preferían otras cosas, como migrar o trabajar en proyectos de
desarrollo. En 1995, asistí a una asamblea convocada para reemplazar a un
presidente de ronda que había encontrado trabajo en la ciudad. Durante
dos horas, nadie se ofreció a ocupar el cargo. Todos tenían una excusa: “No
tengo tiempo”; “Mi esposa no me deja”. Los ronderos prometían asistir a
las asambleas y ofrecer su apoyo, pero ninguno quería ser presidente de
ronda. Eventualmente, uno aceptó bajo presión, si bien era obvio que no
deseaba hacerlo.
La organización era aún más débil en los niveles más altos. Ninguna
de las dos federaciones provinciales estaba siquiera cerca de ejercer el poder
que antes tenía. En Chota, la federación se había reducido a un puñado
de bases y los campesinos expresaban abiertamente su descontento por
la politización de este organismo. En Hualgayoc, la Central Única estaba
dividida por rivalidades personales y rumores de corrupción.
Quizás el indicador más claro de la debilidad de las rondas era su desmoralización. Los ronderos percibían que su organización estaba en crisis.
Cuando se les preguntaba por qué, respondían casi unánimemente
que era por los cargos criminales impuestos en contra de ellos por el Estado. Pero el declive era más complejo. Algunos problemas que venían de
largo tiempo empezaron a tener un efecto acumulativo. Considero que
fueron cinco los principales: tres de ellos externos —las divisiones partidistas y el acoso del Estado; las acusaciones en contra de las rondas; y las
tensas relaciones con las ONG —, y dos internos —la plétora de conflictos
en las comunidades y los cambios de largo plazo que se registraron en el
campo.
A pesar de todo, las rondas se mantuvieron sorprendentemente fuertes. Toda comunidad tenía un comité de ronda, y los campesinos seguían
rondando y persiguiendo a los ladrones. Las asambleas continuaban resolviendo problemas serios y urgentes. Cuando se enfrentaba a desafíos agudos, la organización aún podía organizar una poderosa respuesta, ya sea
en contra de oficiales corruptos, de la represión estatal o de la depredación
ambiental de las nuevas compañías mineras.
4. Un poderoso movimiento en permanente crisis| 99
El asalto externo: divisiones partidistas
Durante los años ochenta, tres partidos políticos —el APRA y dos facciones de la izquierda marxista: Patria Roja (PR) y Vanguardia Revolucionaria (VR)— compitieron por ejercer influencia en el campo de Cajamarca.
El APRA era la máquina política mejor organizada y efectiva del país.
Se trataba de una coalición social demócrata multiclasista ensamblada por
Víctor Raúl Haya de la Torre a finales de la década de 1920. Fue durante
mucho tiempo un partido aborrecido por la élite económica y militar del
Perú, y soportó largos periodos de represión. No obstante, permaneció
como el partido político más articulado del país.
Por su lado, la izquierda marxista del Perú era tradicionalmente débil. Sin embargo, luego del golpe de Estado de 1968, el gobierno militar
del general Juan Velasco buscó minar al APRA a través de la represión,
promover reformas populistas, adueñarse de una retórica radical, así como
organizar a los pobres desde arriba. Entre sus muchas medidas estuvo una
reforma agraria de largo alcance que ganó inicialmente el apoyo campesino. Sin embargo, esta reforma trajo pocos beneficios. Para mediados de
los setenta, la dictadura había perdido su empuje revolucionario. Con la
nación trabada en la inflación, la recesión y la crisis política, en 1979 el
sucesor de Velasco, el general Morales-Bermúdez, empezó el proceso de
transición democrática.
Todos estos eventos crearon nuevos espacios para la izquierda.
Algunos partidos marxistas empezaron a emerger con más fuerza, entre
ellos el Partido Comunista (pro-Moscú, organizado por primera vez en
la década de 1920), Vanguardia Revolucionaria (maoísta, pero con un
liderazgo enraizado en la clase media peruana), y Patria Roja (también
maoísta, pero cuyo origen está más en la clase trabajadora).3 Patria Roja
había surgido unos años antes de otro partido, Bandera Roja. Mientras
que la transición democrática se desplegaba, Bandera Roja se dividió una
vez más, con una minoría luego conocida como Sendero Luminoso que
3.
Este resumen simplifica de gran manera las políticas bizantinas de la izquierda peruana.
Tanto Vanguardia Revolucionaria como Patria Roja eran facciones de partidos previos
cuya fortuna gozaba de altibajos. Sin embargo, a principios de la década del ochenta
eran los principales partidos de izquierda en el ámbito nacional y en Cajamarca.
100 | John S. Gitlitz
optó por la revolución armada. Patria Roja y Vanguardia Revolucionaria
también sufrieron pequeñas escisiones que siguieron la misma ruta,
mientras que otras facciones escogieron participar en las elecciones. En
1980, presentándose bajo una tenue coalición llamada Izquierda Unida,
estas facciones emergieron como la segunda fuerza electoral en el Perú.
La rivalidad entre el APRA y la izquierda y la que existía dentro de
la izquierda misma se repitió en las provincias de Cajamarca. Hegemónico
por mucho tiempo, el poder del APRA databa de la década de 1920, cuando este partido consolidó su control sobre el emergente movimiento de los
trabajadores en las haciendas azucareras —el corazón de la oligarquía económica de la nación—. Muchos campesinos de Chota y Hualgayoc trabajaron durante años en haciendas azucareras, ganando experiencia política
y desarrollando lealtades perdurables con ese partido político.
En Chota, la figura clave del APRA era el gobernador distrital, Pedro
Risco, el cual utilizaba su poder económico y político para canalizar
prebendas propias del clientelismo hacia las rondas leales a su partido.
En 1981, Risco reunió a los caseríos que controlaba en la Federación de
Rondas Pacíficas, llamándose a sí mismo “presidente de presidentes”.4
Argumentaba que las rondas debían ser legalmente reconocidas, pero estar
subordinadas al Estado. Por eso, en los estatutos de las Rondas Pacíficas
figura que las rondas debían “colaborar con las autoridades políticas,
políticas judiciales y municipales”.5
El APRA presentó un proyecto de ley en el Congreso Nacional de
1980 para reconocer a las rondas, pero este no prosperó. 6 No obstante, en
1986, durante la presidencia de Alan García, se aprobó finalmente una ley
que les otorgó el reconocimiento.
Por otro lado, aunque la izquierda democrática carecía de las raíces
históricas del APRA, tenía sus propias ventajas. En la década del setenta,
prácticamente todos los caseríos de Hualgayoc y Chota tenían una escuela. Muchos de los profesores —que eran figuras respetadas en los lugares
donde enseñaban— militaban en partidos de izquierda, particularmente
4.
Entrevistas con Pedro Risco y otros en Chota.
5.
Starn 1998: 118.
6.
Véase varios artículos en Correo (Lima), 31 agosto de 1980.
4. Un poderoso movimiento en permanente crisis| 101
en Patria Roja, que controlaba el Sindicato Unitario de Trabajadores en la
Educación del Perú (SUTEP). Desde finales de los años setenta hasta inicios
de los noventa, las rondas de Chota estuvieron divididas, más o menos,
entre las Rondas Pacíficas de Pedro Risco y las independientes de Patria
Roja, las cuales estaban reunidas en la Federación Campesina. Amargas
rivales, ninguna federación fue capaz de dominar la provincia, pero ambas
hicieron mucho por minar a la otra.
En la provincia vecina de Hualgayoc, el APRA nunca tuvo el grado
de influencia sobre las rondas que llegó a tener en Chota, a pesar de que
muchas rondas se llamaban “pacíficas” y se habían aliado con la federación
de Risco. Tampoco Patria Roja tuvo ahí fuertes líderes, si bien gozaba del
apoyo de los maestros en el campo y tenía sólidas raíces en algunas zonas.
En Hualgayoc, la primera fuerza política de izquierda era Vanguardia Revolucionaria. Este partido tenía un apoyo considerable de intelectuales y
universitarios y contaba con la simpatía de algunos activistas del clero. Sus
militantes establecieron contactos en el campo e hicieron un activo proselitismo entre las rondas.7
La Iglesia católica en Hualgayoc también desempeñó un importante
rol. El obispo de Cajamarca, José Dammert Bellido, estaba comprometido
con el trabajo pastoral, especialmente entre los pobres. Aunque el clero católico no tenía una postura definida en lo que respecta a la política, algunos de
sus miembros, particularmente en Hualgayoc, estaban influenciados por lo
que después se llamaría “la teología de la liberación” y simpatizaban con la
izquierda. Desde su comienzo, prestaron apoyo a las rondas. En la década del
setenta, los párrocos de Bambamarca8 habían creado una red de campesinos
catequistas que llegaba prácticamente a todos los caseríos de la provincia.
Muchas de estas personas se convirtieron luego en líderes de rondas.
Hualgayoc, por lo tanto, se dividía entre las Rondas Pacíficas del
APRA, dos pequeñas áreas controladas por Patria Roja y aliadas con
Chota, y una federación “independiente” con simpatías izquierdistas, en
la que Vanguardia Revolucionaria y la Iglesia católica competían en una
tensa cooperación.
7.
Bonifaz s/f.
8.
Gitlitz s/f.
102 | John S. Gitlitz
En ninguna de las dos provincias hubo ganadores, pero sí perdedores:
estas rivalidades perjudicaron sobre todo a las federaciones. En Chota, la
manera fuertemente política como fue manejada la Federación Provincial
provocó que varios de sus miembros renunciaran a ella. Por otra parte, la
forma en que Risco manipulaba a las Rondas Pacíficas producía una obediencia sumisa pero resentida. En Hualgayoc, la rivalidad entre las rondas
“independientes” y “pacíficas” se volvió tan destructiva que para el final de
la década ambas federaciones habían colapsado. Sin embargo, en el ámbito
de las bases, donde el asunto no era tanto la afiliación política sino capturar a los ladrones o resolver conflictos, las diferencias partidistas perdían
importancia.
Muchos ronderos resentían profundamente las peleas partidistas. En
1979, atendí a una reunión llevada a cabo por el SUTEP (controlado por
Patria Roja). Buena parte del público eran ronderos. Cuando el primer
orador se levantó para hablar de la inflación y de los altos precios de los
productos básicos, todos aplaudieron calurosamente. Cuando el segundo
habló sobre el salario que ganaba como profesor y lo difícil que era satisfacer sus necesidades, todos también aplaudieron. Pero cuando el tercero
empezó a hablar de dictadura y revolución, un campesino agarró el micrófono y gritó: “¡¿No puedes darte cuenta de que estamos contigo?! Deja de
jodernos con política”.9
El asalto externo: el acoso del Estado
Desde el inicio hubo una tensión entre el deseo de autonomía de los campesinos y el deseo de control del Estado. Cuando los campesinos de Cuyumalca hablaron de organizarse y armarse para defender su propiedad, la
respuesta del subprefecto subrayó la colaboración con el Estado.10 Durante
9.
Castillo cita una anécdota similar. Cuando se encontraba en un congreso rondero, un
furioso profesor de secundaria trató de llevar a los ronderos a una postura más radical
cuando el presidente del congreso rehusó dejarlo hablar: “Nosotros apoyamos la
lucha del SUTEP, pero con gritar contra el gobierno aquí no vamos a resolver nada”
(Castillo 1993: 9).
10. Huamaní et al. argumentan que las autoridades locales apoyaron inicialmente a las
rondas porque vieron en ellas una herramienta útil para confrontar el abigeato, pero
4. Un poderoso movimiento en permanente crisis| 103
los siguientes veinte años, cuatro gobiernos sucesivos lucharon por cómo
tratar con las rondas. Aunque ninguno ofrecía un pleno apoyo, ninguno
tampoco tomó enérgicas medidas represivas en contra de ellas. En cambio,
cada uno buscó cooptarlas o controlarlas. El resultado fue un patrón de
acoso pequeño pero persistente.
Las políticas gubernamentales fueron también una ramificación de
la violenta guerra interna que traumatizaba al Perú. En marzo de 1980,
en el departamento de Ayacucho, el Partido Comunista Peruano-Sendero
Luminoso había iniciado su lucha por derrocar al Estado. A mediados de
los años ochenta, Sendero Luminoso estaba presente en el centro y sur
de los Andes, así como también en la selva central, y, para finales de la
década, comenzó una campaña de terror en la capital de la nación. 11
Cajamarca era en gran medida periférica en la guerra. Solo en la provincia más sureña de Cajabamba, Sendero Luminoso tuvo una presencia
significativa. En el resto del departamento su impacto fue menor y menos
visible. Durante los años ochenta, escuché varios rumores de militantes
vistos aquí y allá, alguno de ellos viejos amigos, que ahora estaban supuestamente en el partido. Algunas personas en la ciudad hablaban de conocidos que habían pasado a la clandestinidad, de campesinos que regresaban
de la selva hablando el lenguaje de la revolución. Si bien no era gran cosa,
era suficiente para poner a las personas nerviosas.
Sendero Luminoso trató de ganar control sobre las rondas, pero fracasó. Según Lewis Taylor:
En 1981 [...] los senderistas se dirigieron a las asambleas de la ronda y
trataron de persuadir a las figuras líderes de las organizaciones locales
para que se unan al Partido. Sin embargo, su llamado para apoyar
la lucha armada falló en provocar una respuesta entusiasta [...] Un
poderoso argumento era que los ronderos estaban experimentando serias
dificultades con las autoridades, las cuales crecerían significativamente
con el advenimiento de una actividad guerrillera [...] Mientras que
muchos campesinos mostraron simpatía por las metas de transformación
que no se dieron cuenta de su potencial para la organización o desarrollo de un movimiento con presencia política. Cuando lo último se volvió evidente, las autoridades
quitaron rápidamente su apoyo. Ver Huamaní, Moscoso y Urteaga 1988: 63-86.
11. Comisión de la Verdad y Reconciliación 2003.
104 | John S. Gitlitz
social del PCP-SL, una abrumadora mayoría no estuvo convencida de sus
métodos operacionales u oportunidades de éxito.12
Sin embargo, en un Estado y nación obsesionados con un violento
levantamiento rural, las autoridades miraban a las rondas con una inquieta
sospecha.
Ni el gobierno de Belaunde (1980-1985) ni el de García (1986-1990)
desarrollaron un programa coherente de contrainsurgencia. Belaunde asignó inicialmente la responsabilidad a la policía, y luego, cuando la dimensión de la insurgencia se hizo evidente, entregó el control a las fuerzas
armadas, a las cuales les dio prácticamente vía libre para actuar. Sin embargo, prestó poca atención a Cajamarca.
Alan García heredó un país en guerra, en recesión y con una población cada vez más alterada. Luego de tantear brevemente con una represión
más selectiva, regresó a la política de violencia indiscriminada. La política
de García para con las rondas fue, sin embargo, más matizada. Viendo en
ellas tanto un peligro como una oportunidad, combinó la cooptación con el
acoso. En 1986, el Congreso aprobó la ley 24571, una norma que definía a
las rondas como “organizaciones pacíficas, democráticas y autónomas, que
no sirven para fines políticos partidarios”. Dos años después, el gobierno promulgó el decreto supremo 012-88-IN, que limitaba la independencia de las
rondas al afirmar que eran auxiliares de la policía y el Ministerio del Interior,
y requirió que ellas se registraran con el subprefecto local, una exigencia que
muchas decidieron ignorar.13 Mientras tanto, las autoridades locales comenzaron con las acusaciones en contra de los dirigentes ronderos.
A finales de los años ochenta, las comunidades campesinas en el centro y sur de los Andes empezaron a oponerse a Sendero Luminoso, organizando milicias pobremente armadas para pelear contra los revolucionarios.
Los comandos militares regionales rápidamente se percataron del potencial
de la resistencia campesina y ayudaron a formar, entrenar y armar a estas
milicias, llamadas oficialmente comités de autodefensa (CAD). Sin embargo, la prensa etiquetó a estos comités como rondas, creando una confusión
12. Taylor 2006: 89.
13. Para un resumen de las leyes, véase Márquez Calvo 1994, cuarta parte; Gallo 1993b;
o Laos Fernández, Paredes y Rodríguez 2003: 26-27.
4. Un poderoso movimiento en permanente crisis| 105
que aún persiste. En efecto, los CAD eran muy diferentes a las rondas.
Mientras que las rondas cajamarquinas combatían a los abigeos, eran autónomas, actuaban como un gobierno local informal y empoderaban a los
campesinos, los CAD eran instrumentos de contrainsurgencia, vistos como
temporales y controlados en gran parte por el ejército.
Luego de que el gobierno de Fujimori asumiera el poder en 1990, los
CAD fueron centrales para su política de contrainsurgencia y contribuyeron decididamente a la derrota de Sendero.14 En 1991 y 1992 varios decretos legislativos definieron las funciones oficiales de estos comités, entre
ellas investigar la infiltración terrorista, combatir los ataques subversivos,
y apoyar a las fuerzas armadas y a la policía en la tarea de pacificación.
En enero de 1993, el decreto supremo 002-93-DE exigía que las rondas se
reorganizaran en comités de autodefensa bajo el control militar. Al principio, el gobierno ejerció una presión considerable sobre las rondas para que
estas obedeciesen, pero la gran mayoría se negó a hacerlo y el gobierno no
forzó el asunto.15
Por tanto, el estatus legal de las rondas en los años noventa era confuso y contradictorio. Las rondas habían sido legalmente reconocidas en
1986, cuando fueron definidas como organizaciones pacíficas, democráticas y autónomas cuya creación era voluntaria. Las leyes de Fujimori las
definían como obligatorias, transitorias y bajo la supervisión de las fuerzas
armadas. Mientras que las leyes de García solo las autorizaban a defender
la propiedad, los decretos de Fujimori añadían el apoyo al Estado en la
pacificación. Ninguno reconoció otras funciones, en particular la de administrar justicia. Sin embargo, esta última tarea fue comentada, aunque
inadecuadamente, en la Constitución de 1993 de Fujimori. El artículo 149
dice lo siguiente:
Las autoridades de las Comunidades Campesinas y Nativas, con el apoyo de
las Rondas Campesinas, pueden ejercer las funciones jurisdiccionales dentro
de su ámbito territorial de conformidad con el derecho consuetudinario,
siempre que no violen los derechos fundamentales de la persona.
14. Degregori, Coronel, Del Pino y Starn 1996.
15. Véase Márquez Calvo 1994; Gallo1993b; y Laos Fernández, Paredes y Rodríguez
2003: 26-27.
106 | John S. Gitlitz
La ambigüedad de las palabras “apoyo” y “derechos fundamentales”
dejó a todos preguntándose qué era aquello que se había autorizado a hacer
a las rondas.
El acoso externo: las acusaciones penales
El código civil dice que ya no podemos castigar con latigazos, ni con baños,
solo con trabajo comunal. Así que investigamos. Si el abigeo es novato, confesará. Pero si ya tiene experiencia, entonces no lo hará, no importa cuánto
lo presionemos. Los sospechosos amenazan con acusar a los dirigentes y si
estos son nuevos, se dejan intimidar. Es por eso que en muchos casos se los
entrega a la policía, y ellos no hacen nada.
Antes de 1993, las rondas no tenían ningún derecho legal para administrar justicia. Si la Constitución de 1993 les dio ese derecho, no es algo que
queda claro. Podría argüirse que, al resolver conflictos, las rondas estaban
usurpando funciones reservadas a los tribunales; al detener a sospechosos
y utilizar la fuerza durante sus investigaciones, también podría señalarse
que eran culpables de crímenes en contra de la libertad individual y de
agresiones. Las familias de los abigeos detenidos, las personas que sentían
que habían sido tratadas injustamente, o aquellas que pensaban que podían obtener un mejor resultado en los tribunales, corrieron en busca de
la protección del Estado. A principios de la década del noventa, docenas
de líderes ronderos se encontraban bajo investigación, enfrentando cargos;
algunos hasta fueron condenados a la cárcel. Me han hablado de casos que
involucraban al menos a 30 ronderos en los juzgados de Chota. En Hualgayoc, varios dirigentes de la Central Única estimaron que entre 1991 y
1994 más de 140 ronderos enfrentaron cargos judiciales. Como lo señala
un sacerdote de la localidad:
En Negropampa las rondas capturaron a un abigeo. No sé cómo lo castigaron, pero más tarde este fue a acusarlos ante un juez en Chota. Los ronderos
no fueron detenidos ni se les formularon cargos, pero fueron convocados
una y otra vez. Tuvieron que contratar a un abogado, les tomó tiempo, dinero y fue una amenaza permanente. Los cansó.
Los ronderos consideraban esto una gran hipocresía: los criminales
eran liberados, mientras que a ellos se los procesaba. Pocos creían haber
4. Un poderoso movimiento en permanente crisis| 107
transgredido la ley, o al menos, una ley razonable. Ellos no veían en la
detención del sospechoso un secuestro. Si utilizaban un poco de fuerza,
también lo hacía la policía. Algunos pensaban que las acusaciones eran un
esfuerzo sistemático por reprimir a las rondas; otros opinaban que eran los
actos de una burocracia celosa. Pero todos las veían como un problema que
minaba a la organización.
Sin lugar a dudas, algunos jueces percibían que no tenían alternativa.
Como uno de ellos me argumentó: “Si no proceso, no solo voy a ser culpable por debilitar el respeto por la ley, pero también podría ser procesado
por desacato. Puedo dar la sentencia mínima, pero debo aplicar la ley”.
Otras personas, sin embargo, pensaban que los fiscales y jueces podían ser
más flexibles, si es que querían serlo. Muchos funcionarios trabajaban bien
con las rondas. Había jueces que las aconsejaban para que procediesen sin
violar la ley, fiscales que desestimaban las acusaciones de los ladrones y policías que coordinaban las investigaciones. Pero para aquellos que querían
atacar a las rondas, o que buscaban protegerse refugiándose en la letra de
la ley, esta permitía complicarle la vida a las rondas.
Las acusaciones en la década del noventa desgastaban a la organización. Algunos dirigentes ronderos dejaron de resolver las disputas agresivamente, temerosos de las consecuencias o preocupados por el apoyo de la
comunidad. Cuando se les preguntaba, casi todos negaban enérgicamente
que la ronda de su comunidad utilizara la fuerza: “Quizás en otro lugar,
pero aquí no”. No obstante, todos sabían que lo hacían, incluso si en menor
grado que antes.
La presión externa: las ONG
Dar comidas no es apoyo, es hacerle a la gente pelear.
En los años noventa, docenas de proyectos de desarrollo se llevaban a cabo
en el campo cajamarquino. Algunos eran patrocinados por las ONG, otros
por el gobierno. Si bien estos proyectos hicieron valiosas contribuciones,
también traían su propia agenda y crearon problemas, intencionalmente o no, para las rondas. Para entender por qué esto sucedió, uno debe
comprender la importancia de los proyectos. Era la precariedad de la vida
campesina lo que hacía central a los proyectos. Cualquiera que haya sido
108 | John S. Gitlitz
su contribución a largo plazo, su ayuda inmediata consistía en brindar
comida, trabajo e ingresos. Como un rondero me dijo: “Quizás con los
proyectos no tenga que migrar”.
Las rondas no eran una prioridad ni para el gobierno ni para las ONG.
El gobierno estaba más interesado en movilizar apoyo para sí mismo ante
un posible rival. La postura de las ONG era más compleja. Pocas estaban
interesadas en las rondas per se. Aun aquellas que en principio apoyaban a
las organizaciones de base, priorizaron en la práctica las necesidades de sus
proyectos. Y lo que las ONG necesitaban era tener acceso a los campesinos.
Las rondas podían proveer eso, pero también otros podían hacerlo. Sin embargo, si las ONG pasaban por alto a las rondas, se arriesgaban a perder su
centralidad en la satisfacción de las necesidades de los campesinos.
Es más, inevitablemente unos se beneficiaban más que otros con los
proyectos. Por ejemplo, el Vaso de Leche era un programa administrado
por las municipalidades para proveer de leche a las familias necesitadas.
¿Quién debía recibir la leche? El alcalde de Bambamarca consideraba que
eran las madres lactantes y los niños. Otros opinaban que todos debían
recibirla. Los dirigentes ronderos querían que la leche fuera a dar a aquellos que cumplían con sus obligaciones. Casi todos encontraban una razón
para quejarse. En una y otra comunidad los campesinos se encontraban
divididos —llegando a veces a los golpes— por programas como el Vaso
de Leche. Un líder rondero me comentó: “Parece tonto, pero los vecinos
pelearían un mes por un kilo de arroz”.
Los proyectos de desarrollo también corrompían, no tanto en el sentido de una ganancia ilícita (si bien esto era también un problema), sino en
tanto que atraían a la gente a sus agendas. Los ronderos no asistían a las
asambleas o a las labores comunales porque estaban demasiado ocupados
trabajando para los proyectos; los campesinos exigían que se les pagase por
los trabajos comunales porque, después de todo, los proyectos sí lo hacían;
los presidentes de ronda que necesitaban dinero, renunciaban para trabajar
con las ONG.
El asalto desde adentro: las divisiones internas
El poder y la autoridad de la ronda derivaban y dependían de la unidad y
apoyo de la comunidad. Ninguno de ellos podía darse por sentado. Mien-
4. Un poderoso movimiento en permanente crisis| 109
tras que las rondas asumían más y más las múltiples funciones de un gobierno local, se enfrentaban crecientemente a los problemas que dividían a
sus caseríos. Construir consenso y mantener la unidad se convirtió en una
lucha constante.
En el Perú andino, las luchas por los recursos —tierra, agua, mercados, beneficios del Estado— separan tanto a una comunidad de otra, como
a las diferentes facciones dentro de cada comunidad y a las familias. Cada
centímetro de tierra y gota de agua pueden ser amargamente disputados.
No obstante, en los inicios de las rondas, estas alcanzaron un increíble
grado de unidad que se construyó sobre la base de la lucha contra los enemigos comunes y que se sostuvo por el entusiasmo del éxito. Esa unidad
continuó en las primeras experiencias de la justicia campesina.
No obstante, el momento de orgullo y entusiasmo que pudo sobreponer la unidad a la división pasó, mientras que los conflictos permanecieron.
A la vez que las rondas asumían más responsabilidades, conflictos de todo
tipo se centraban en la organización. Como suele suceder, lo correcto para
uno estaba mal para el otro. Las rondas podían ser despedazadas por los
intereses de facciones y los rencores personales. A mediados de los años
noventa, escuchaba dudas: “No es justo, dicen que la mayoría decide, pero
no hay mayoría, solo pequeños grupos”. Mantener la unidad, legitimidad y
fuerza ante las divisiones, desconfianzas y envidias era una tarea de enorme
proporción.
La siguiente disputa sobre una herencia tuvo lugar el año 1994.
Una anciana analfabeta con dos hectáreas de tierra en Pueblo Nuevo, un
pueblo en el valle de Llaucán, murió sin dejar descendencia. Dos sobrinos
se presentaron para reclamar la herencia, cada uno con un testamento
supuestamente firmado con la huella digital de la anciana, en el que le
dejaba la tierra. Un sobrino era el primo del presidente de la Federación de
Rondas del Valle Llaucano, cuya ayuda sería supuestamente recompensada
con un novillo (o así lo aseguraron sus enemigos). El otro sobrino llevó su
caso al tribunal de tierras en Chota, también con un generoso regalo para
el juez (una vez más, a decir de sus enemigos), el cual ordenó que el primer
sobrino fuera desalojado de la propiedad de la anciana. En agosto de 1994,
el juez se apareció con 18 policías para efectuar el desalojo, parando en el
camino en la casa del sobrino que había favorecido. Cuando la policía, ahora
acompañada por la familia del sobrino, llegó a la propiedad en disputa,
110 | John S. Gitlitz
encontraron al otro sobrino y su familia atrincherados, respaldados por
un número de ronderos de la Federación. Ambos grupos habían estado
bebiendo alcohol. La confrontación se convirtió en una batalla, los policías
en pánico dispararon sus armas y tres campesinos fueron heridos, uno de
ellos seriamente. La policía se retiró entonces a la capital de la provincia,
donde aseguró que los ronderos la habían esperado en una emboscada. El
fiscal provincial presentó cargos por agresión en contra del sobrino que se
había resistido y de casi 50 ronderos.16
En realidad, el incidente es más complejo. El valle de Llaucán tiene
dos pueblos pequeños. Tradicionalmente, el más importante era el mismo
Llaucán, pero desde 1980, el otro, Pueblo Nuevo, había surgido como su
rival. Cada uno quería consolidar su posición para convertirse en la capital
de un nuevo distrito. La mayoría de las rondas en el valle estaban afiliadas
a la federación provincial, la Central Única, pero el presidente de Pueblo
Nuevo había organizado su propio grupo independiente, la Federación del
Valle Llaucano, el cual afilió a la federación rondera de la vecina provincia
de Chota. Para hacer el tema aún más complejo, la federación de Chota estaba aliada con un partido político de la izquierda marxista, mientras que
la Central Única, si bien era oficialmente independiente, estaba influenciada por otro. Lo que parecía en un primer momento una simple disputa por
una herencia que se había ido de las manos, se entretejió con ambiciones
personales, rivalidades entre comunidades, rivalidades entre rondas y federaciones ronderas, y políticas partidistas. Y en el proceso, todo esto puso a
la ronda en conflicto con el Estado.
Para mediados de los años noventa, los líderes ronderos de Bambamarca se habían obsesionado con la idea de elegir a un alcalde rondero.
Esta fue una idea que sedujo a muchos. Después de todo, las rondas habían
nacido del dominio de la ciudad frente al campo. Elegir a un alcalde rondero pondría de cabeza esta dominación, pero ¿quién podía ser el candidato?
Antes de cada elección, los rivales competían por el honor e, imposibilitados de ponerse de acuerdo, dos, tres o cuatro ronderos se presentaban. Inevitablemente perdían y se culpaban entre ellos. Sus celos y resentimientos
desmembraban a la Central, dejando después de cada elección la dolorosa
tarea de reconstruir la unidad.
16. Reporte policial del incidente.
4. Un poderoso movimiento en permanente crisis| 111
De esta manera, las disputas de largo tiempo y las ambiciones personales
—muchas de las cuales no tenían nada que ver con las rondas— llegaron
a reflejarse en la organización. Quizás esto era una manifestación, no de la
debilidad de las rondas, sino de su fortaleza. Aun así, el conflicto minó la
unidad y dejó a las rondas y a los liderazgos debilitados y desmoralizados.
Tendencias seculares en la vida campesina
En 1976, el viaje de la ciudad de Cajamarca a Bambamarca duraba ocho
horas, y a Chota unas tres horas más. Un puñado de trochas llevaba a los
distritos y anexos, pero muchas zonas permanecían aisladas por la ausencia
de carreteras. Para llevar sus productos al mercado, los campesinos tenían
que caminar a lo largo de caminos de herradura, usualmente por horas.
Para el 2005, la carretera principal, incluso con polvo y huecos, había mejorado bastante, reduciendo el tiempo de viaje de Cajamarca a Bambamarca a menos de cuatro horas y de ahí a Chota a una hora y media. Al menos
cuatro buses recorrían la ruta cada día, así como muchas camionetas y
combis repletas y listas para partir cuando el chofer consideraba que ya no
cabía un pasajero más. Docenas de rutas secundarias llegaban al campo y
solo unos cuantos caseríos más distantes eran inalcanzables vía carretera.
Las carreteras contribuyeron a profundos cambios. Los campesinos
de Chota y Hualgayoc habían sido dependientes del mercado por largo
tiempo, pues este cubría las necesidades que sus pequeñas parcelas de tierra
no podían satisfacer. Pero en la década del setenta, muchos aún trataban
de sobrevivir por cuenta propia. Veinte años después, la economía de los
campesinos era más diversa y estaba más integrada al mercado. Nuevos
caminos carrozables facilitaban el transporte y los campesinos vendían
cada vez más de lo que producían para abastecer la demanda urbana. La
producción de leche en particular tuvo un importante crecimiento. En los
años cuarenta, Nestlé había construido una pequeña planta para producir
leche condensada en la ciudad de Cajamarca. En ese momento, su red
de suministro llegaba un poco más allá de las grandes haciendas y de
los pequeños productores en los valles y laderas circundantes a la capital
departamental. El pobre estado de las carreteras hacía que la compra de
leche de los caseríos más distantes no fuera rentable. Para el año 2000,
Nestlé y su nuevo competidor, Leche Gloria, habían construido plantas
112 | John S. Gitlitz
de enfriamiento en las provincias y estaban llegando, gracias a los nuevos
caminos, a proveedores en los distritos más distantes. Es más, ambas
empresas estaban competiendo con las grandes cadenas de supermercados
nacionales que compraban queso, no aquel queso fresco que siempre
habían producido, sino nuevas variedades: suizo, edam, tilset, entre otras.
Cada vez más, los campesinos vendían su producción, convirtiendo sus
cultivos en pastos, y hasta invirtiendo su dinero en ganado mejorado.
Como resultado de ello, producían menos de aquello que les daba de comer
y compraban más a las ciudades.17
Las mejoras en educación eran igualmente notables. En la década del
setenta, había escuelas primarias en la mayoría de los caseríos y casi todos
17. Por años me he estado quedando con una familia en el campo cerca de Chota. En
las tres hectáreas de tierra que tiene, ha producido siempre mucho de lo que comía.
Alrededor del año 2000 un nuevo camino carrozable, a unos veinte minutos caminando de su casa, abrió nuevas oportunidades. La familia tomó rápidamente ventaja
de ello, como siempre utilizando múltiples estrategias, algunas de las cuales resultaron, mientras que otras pocas no. Cada vez más vende parte de lo que produce en
el pequeño mercado urbano de Chota: papas, maíz, frijoles y alverjas. También está
criando más cuyes, vendiendo un puñado cada semana en el mercado del domingo.
Hace un par de años experimentó con chanchos, pero no resultaron económicos y
luego de uno o dos años abandonó esta idea. Usó esa ganancia, más lo obtenido por
la colocación de cemento para una ONG local, para invertir en un nuevo reservorio
y sistema de irrigación —el cual ha incrementado su producción y, por tanto, su
habilidad para vender más en el mercado local. En el 2002, un miembro de su estancia, residente en Chota, compro una pick-up y empezó una vez al día a recorrer el
nuevo camino comprando leche para vendérsela en Chota a Nestlé. Ahora la familia
vende casi toda la leche que sus vacas producen, unos quince litros diarios. Al mismo
tiempo, se percató de que algunos de sus vecinos más ancianos tenían problema para
llevar la leche, así que decidió enviar a sus hijos para que los ayudase, cobrando un
pequeño porcentaje por el servicio. Cada vez más empezó a comprar una pequeña
parte de lo que comía en la ciudad: tallarines, arroz, algunas frutas y vegetales, algo
de carne. El resultado fue una dieta más balanceada. El hijo mayor, que acabó la escuela secundaria en Chota en el 2002, se ha convertido en comerciante, comprando
fruta y vegetales frescos en la costa de Chiclayo y vendiéndolos en un puesto al lado
del mercado. Dedica cuatro días a la semana a su nueva profesión. Los otros tres
hijos ayudan a su familia en el campo. El ingreso de estas múltiples estrategias no
es estupendo, pero ha representado una nueva comodidad en sus vidas. Esta familia
ha invertido en paneles solares para tener electricidad en su hogar y poder usar su
nueva televisión. Ha conectado un conducto del reservorio a una nueva (aunque fría)
ducha afuera de la casa, construido una nueva cocina con un horno técnicamente
más avanzado y, más recientemente, un baño más moderno. Por último, en el 2010,
su casa fue conectada a la red nacional de electricidad.
4. Un poderoso movimiento en permanente crisis| 113
los jóvenes eran al menos mínimamente letrados, así como lo eran cada vez
más las mujeres. Las escuelas secundarias, sin embargo, aún se ubicaban
principalmente en las ciudades, donde los estudiantes que provenían del
campo tenían que enfrentarse a poderosas barreras sociales y de discriminación. A finales de la década del noventa, no solo muchas de las estancias
tenían escuelas secundarias (aunque de calidad limitada), sino que cada
vez más campesinos enviaban a sus hijos, tanto hombres como mujeres,
a las escuelas secundarias urbanas, donde la hostilidad hacia ellos había
disminuido. Un número también mayor seguía carreras superiores en las
escuelas normales de Bambamarca y Chota y en la Universidad Nacional
de Cajamarca.18 Ha habido también otros cambios significativos. En la década del setenta, las radios eran algo común; hoy en día casi todas las casas
tienen televisión y los teléfonos celulares están en todas partes.
Sin embargo, la migración sigue siendo un fenómeno importante.
Una economía en expansión ha significado que la necesidad de obtener
dinero también aumente, y si bien las oportunidades en el campo son más
variadas, siguen siendo limitadas. Para muchos, la migración es todavía el
principal medio para acumular dinero, ya sea para cubrir las necesidades
primarias o para financiar mejoras.
Paradójicamente, lo que pudo haber sido bueno para los campesinos
dificultó la vida de las rondas. En 1992, José Pérez Mundaca definió a las
rondas como “un esfuerzo colectivo para proteger la propiedad privada”.19
La definición era perspicaz. Las rondas eran medios colectivos para fines
individuales, lo que generaba que siempre hubiera tensión en la relación de
la familia con las rondas. Estas protegían la propiedad de los campesinos,
daban coherencia a sus comunidades, y los empoderaban para enfrentar a
la ciudad. Sin embargo, las estrategias que los campesinos perseguían para
sobrevivir y avanzar eran estrategias familiares. Los campesinos necesitaban
a la ronda, pero los intereses familiares e individuales podían desviarlos hacia
18. En la familia descrita anteriormente, el padre tiene dos años de escuela primaria y la
madre es analfabeta. De sus doce hijos, en el 2004 los tres mayores habían acabado
la secundaria en la ciudad de Chota. La mayor, una mujer, estaba estudiando en
Lima para convertirse en monja. La segunda estaba estudiando enfermería, también
en la capital. De los hombres, el mayor había decidido no seguir estudiando, decepcionando a su padre, y convertirse en comerciante. Luego viajó a Lima para postular
a la academia policial, pero no pudo pagar la inscripción.
19. Pérez Mundaca 1992: 469.
114 | John S. Gitlitz
otras direcciones. Esto siempre ha sido así, pero hoy en día lo es aún más.
La actual juventud campesina, con un mayor nivel educativo que sus padres
y con nuevas oportunidades en el mercado, tiene aspiraciones que van más
allá del campo. En la decisión cotidiana de quedarse en casa para rondar o de
viajar a la ciudad para llevar un curso de computación, las rondas no siempre
ganan. Y, por supuesto, el abigeato ha dejado de ser la amenaza de antes.
En la década del setenta, la brecha social entre el campo y la ciudad
era inmensa y palpable: los campesinos eran despreciados, maltratados y
sometidos a abusos en los centros urbanos. Ellos recuerdan aquellos tiempos con una letanía de quejas: los comerciantes compraban lo que ellos
producían a bajo precio y vendían lo que necesitaban a uno mayor; se los
forzaba a contribuir con impuestos que no pagaban los habitantes de la
ciudad; eran llamados para trabajar en las celebraciones del lugar, pero no
bienvenidos en las fiestas. Los campesinos se vestían de manera diferente y
hablaban con un acento distinto. Se esperaba que trataran a la gente de la
ciudad de “usted”, si bien ella los llamaba “hijito”, “niñito” o “indio”.
Esta situación ha cambiado. Los campesinos se visten y actúan más
como sus vecinos urbanos. En las calles de Chota y Bambamarca, especialmente entre los jóvenes, es más difícil distinguir quién viene de donde. Niños urbanos y rurales se mezclan en la escuela, y los campesinos
tienen casa y negocios en la ciudad. Han pasado años desde que escuché
por última vez a alguien dirigirse despectivamente a un campesino como
“hijito”. Tanto en Bambamarca como en Chota hay regidores municipales
que provienen de los caseríos, algo impensable una generación atrás. Los
campesinos siguen siendo pobres, siguen siendo explotados, pero han ganado un nuevo respeto.20 Por años, Chota se ha proclamado orgullosa y
visiblemente “la cuna de las rondas campesinas”.
20. Estos cambios pueden ser reales y palpables, pero son relativos y no han sucedido
del mismo modo en todas partes. En el 2004 visité la ciudad de Santa Cruz, capital
de una provincia próxima a Chota. Se parecía a Bambamarca hace veinte años, una
ciudad cuya identidad es definida al menos en buena parte por su contraste con el
campo. Un profesor nos contó que había dos escuelas secundarias en ella. En una
atendían a los hijos de la gente que vivía en la ciudad y en la otra a los del campo. Los
profesores no se mezclaban, los estudiantes tampoco. Los premios anuales se destinaban a los estudiantes del primer colegio y los eventos deportivos estaban arreglados
de tal modo que los atletas de la ciudad siempre ganaran.
4. Un poderoso movimiento en permanente crisis| 115
En la lucha por la dignidad, las rondas han ganado victorias significativas, pero en un mundo crecientemente globalizado que ofrece nuevas
oportunidades a las personas más educadas, sus victorias pueden haberlas
hecho menos necesarias.
Sobrevivencia y fuerza
Los signos de debilidad de las rondas eran plenamente visibles. Nacidas del
enfrentamiento con los abigeos, las autoridades corruptas y el dominio de
la ciudad, la lucha les había otorgado unidad y orgullo. Pero mientras las
rondas se enfrentaban cada vez más a problemas de la vida cotidiana, se
fueron convirtiendo a la vez en un movimiento en contra de enemigos externos y en un gobierno local informal. Así como los movimientos exitosos
generan orgullo y unidad, los gobiernos manejan conflictos, distribuyen
recursos, producen ganadores y perdedores, y viven con la división.
Paradójicamente, las rondas se mantenían fuertes. Era difícil encontrar a un caserío sin un presidente y comité de ronda. Las asambleas seguían convocándose y resolviendo disputas de la comunidad. Los grupos
seguían rondado, aunque menos activamente; cada vez que parecían estar
al borde del colapso, surgía algún líder que lograba volver a juntarlos. Durante veinte años, las rondas habían sido la voz del caserío. Prácticamente
todos —campesinos, comerciantes, jueces y prefectos— las tomaban aún
en consideración.
Es más, cuando surgía algún problema serio, las rondas todavía eran
capaces de movilizarse rápida y masivamente. Alrededor de 1990, una
nueva ola de abigeato asomó en la provincia vecina de Cutervo, en una
región de valles profundos e inaccesibles que era conocida como refugio
de los forajidos. En 1991, los ladrones no solo estaban robando en los pequeños distritos empobrecidos cerca de su base, sino también en valles
más prósperos y poblados tan lejanos como Chota. En junio de ese año, un
campesino que había organizado a un grupo para perseguir a los abigeos,
fue capturado por los bien armados ladrones y asesinado. Un año después,
doce policías y siete ronderos armados intentaron un infructuoso ataque.
Los ladrones respondieron con una serie de robos espectaculares. En enero
de 1993, un grupo mayor de ronderos, compuesto por unos 200 miembros,
trató de ingresar al territorio de los abigeos, pero tuvo que retroceder. A
116 | John S. Gitlitz
finales de febrero y principios de marzo, las rondas organizaron con la
policía dos grandes operaciones. La primera —se dice— movilizó a unos
3500 ronderos, tanto de Chota como de Cutervo, y a más de 60 policías; la
segunda al menos a unos 6500 ronderos. Barrieron con el territorio de los
ladrones, quemando sus casas, capturando su ganado, forzando a algunos
a huir y, supuestamente, ejecutando a unos cuantos. Los abigeos fueron totalmente derrotados. Fue la mayor movilización en la historia de las rondas
y la primera que supuso una cercana colaboración con la policía.21
Más tarde, en los años noventa, un nuevo tipo de conflicto condujo
a la movilización. En 1994, la primera de varias compañías mineras internacionales empezó a operar en la provincia de Cajamarca. A partir de
entonces han habido repetidos enfrentamientos. En Chugur, un distrito
de Hualgayoc, las rondas locales dirigieron el movimiento de oposición a
la explotación de Tantawatay, forzaron el cierre de Sipán en la provincia
vecina de Santa Cruz, evitaron por un tiempo la explotación de Pulán, y
en la provincia de San Ignacio, al norte, se opusieron a la explotación de
Majaz. Pero su más notable desafío fue la Minera Yanacocha, quien operaba en las alturas inmediatas de la capital departamental. Yanacocha, que
empezó a funcionar en 1994, era en el 2000 la minera más importante de
Latinoamérica. Si bien la compañía invirtió en proyectos de desarrollo muy
visibles, muchos caseríos la acusaron de contaminar la tierra y las cuencas
de agua. Una y otra vez, las rondas, aliadas con grupos ecologistas, se
levantaron en protesta, cortando caminos y llevando a un cese en la actividad minera. En el 2004, en su más notable éxito, una masiva movilización de dos semanas que había bloqueado caminos y la plaza central de la
capital, forzó a la compañía a abandonar la explotación del Cerro Quilish,
considerado sagrado por la población.22
21. Pérez Mundaca 1993.
22. Para documentos sobre los eventos alrededor del Quilish, véase Grufides (www.
grufides.org) y Servicios Educativos Rurales (www.ser.org),
4. Un poderoso movimiento en permanente crisis| 117
Conclusión: un fuerte movimiento en permanente crisis
Cuando los campesinos de Chota y Hualgayoc hablaban de la época antes
de la formación de las rondas, la describen como un periodo de desorden,
inseguridad y explotación. Un tiempo en el que ser campesino significaba ser inferior, según la imagen del padre Gustavo Gutiérrez, ser una
“no-persona”.23 Las rondas cambiaron eso. En sus dramáticas victorias en
contra de los abigeos y autoridades corruptas, en la emoción y entusiasmo
de las asambleas tomando decisiones colectivas, y en las largas deliberaciones sobre la justicia campesina, encontraron un camino para adquirir
un control parcial sobre sus vidas, para imponer un grado de orden y para
empezar a solucionar el desequilibrio con el mundo urbano cercano. En
el proceso, desarrollaron un sentido de unidad, solidaridad, dignidad y
empoderamiento.
Sin embargo, para los años noventa las rondas estaban divididas, debilitadas y desmoralizadas. En 1976, habían emergido como un movimiento
campesino luchando en contra de las amenazas externas. Tales movimientos generan entusiasmo, unidad y solidaridad. Como movimiento, las rondas habían hecho justamente eso. Los abigeos habían sido controlados, las
autoridades corruptas (si bien permanecían) eran más cautelosas con ellas,
y los habitantes de la ciudad trataban a los campesinos con un poco más
de respeto. En el proceso, las rondas fueron cambiando, convirtiéndose al
mismo tiempo en un movimiento y en un gobierno local informal, que
organizaba labores comunales, negociaba con las ONG y trataba toda la
gama de problemas que enfrentaban y dividían a sus comunidades, tareas
que eran menos estimulantes. Y, por supuesto, nadie está nunca satisfecho
con su gobierno.
Para los campesinos, las rondas parecían estar en crisis y nada simbolizaba más esa situación que la debilidad de la justicia campesina. Al comienzo, los comités de rondas y las asambleas se habían ocupado de todos
los pequeños problemas en los caseríos, o por lo menos así lo recuerdan
los campesinos. Para mediados de los años noventa, habían dado un paso
atrás. Resolver tantos conflictos era agotador. Muchos ronderos habían
23. Gutiérrez 1971.
118 | John S. Gitlitz
sido acusados de secuestro, agresión o de usurpar funciones judiciales. La
autoridad de la ronda, que dependía de su habilidad para construir consenso y unidad, estaba siendo cuestionada. Mientras las rondas continuaban
resolviendo disputas, compartieron cada vez más la autoridad con otros actores —jueces de paz, tenientes gobernadores, mediadores informales—,
poniéndose a un lado a favor del Estado, o simplemente dejando asuntos
irresueltos.
Lo que los campesinos sentían que estaba en juego era algo más que
su habilidad para administrar justicia. Era la sobrevivencia de su organización, su capacidad de imponer orden y empoderar al campesinado, léase
todo aquello que las rondas habían logrado. En respuesta a ello, empezaron a exigir al Estado que este reconociera formalmente su “derecho”
legal a administrar justicia. Era una demanda que, en los debates sobre
la democratización y reforma judicial que siguieron al derrocamiento del
régimen fujimorista en el 2000, el Estado parecía más o menos dispuesto
a considerar. En el 2002, el Congreso de la República tomó bajo consideración un número de propuestas para legalizar y regular a las rondas.
Muchos pidieron la creación de una “jurisdicción especial” para otorgar
a las rondas el derecho de administrar justicia de acuerdo con su “derecho consuetudinario”. El consiguiente debate fue apasionado y provocativo
pero, quizás sorprendentemente, estuvo desinformado. Cada uno tenía su
visión de lo que hacían las rondas cuando administraban justicia, pero
pocos entendían cómo funcionaba realmente la justicia rondera. Por ello,
en los capítulos que siguen me centraré en una discusión detallada sobre la
administración de justicia de las rondas de Cajamarca.
SEGUNDA PARTE
LA JUSTICIA CAMPESINA
Asamblea procesando a un abigeo (Apan Bajo).
Capítulo 5. Un panorama de la justicia rondera
La justicia rondera es hacer lo justo y real de todo tipo de problema, con la
participación de las masas haciendo un análisis profundo y dando el fallo
del problema en la asamblea pública de la estancia [...] y ambos litigantes
definen el problema estrechándose las manos (Rodolfo Chilcon Guerrero).1
[…] paciencia y no la venganza dirigía el debate, la verdad a través del
consenso y no el descubrimiento, y un deseo colectivo de resolver los
desacuerdos en vez de un simple castigo. Las asambleas eran llamadas
arreglos […] Mientras que la culpa era importante, el objetivo no era
simplemente señalarla, sino posicionarla para entretejer una relación entre
las partes opositoras, con la comunidad que los rodeaba. Las decisiones
nunca fueron [¿claras?] Ninguna justicia carecía de su historia […] Era la
habilidad de volver a recrear el equilibrio […] el balance de la vida diaria, lo
que era considerado justicia […] nadie era completamente condenado, mas
tampoco nadie era completamente inocente.2
Durante los años de mayor fuerza de las rondas, un gran número de
disputas eran llevadas a la organización. Estas iban desde incidentes
menores —supuestos insultos, pequeños hurtos entre vecinos, peleas
1.
Informe del Primer Taller… 1992.
2.
Kirk 1997: 34.
122 | John S. Gitlitz
de borrachos—, hasta conflictos mayores que podían poner en riesgo la
vida de alguien o dividir a las comunidades —enemistades duraderas y
violentas, abigeato, casos al parecer de brujería. Muchas de estas disputas
eran resueltas rápida, equitativa y eficientemente, o al menos eso decían los
campesinos. Las actas de San Andrés,3 en Hualgayoc, revelaron que entre
1978 y 1997 las rondas atendieron en asamblea 129 problemas; San Luis,
un caserío más pequeño en Chota, atendió 225 casos entre 1980 y 1996; y
Pampagrande, en el distrito de Chugur, se ocupó de 108 casos entre 1985
y 1989. El comité zonal de más alto nivel de Pencasmarca (Hualgayoc), que
reunía a un grupo de bases y resolvía disputas que requerían la intervención
de autoridades mayores, tuvo que considerar entre 1981 y 1987 unos 45
conflictos. Estos números pueden subestimar, por cierto, los logros de las
rondas, ya que muchos problemas eran resueltos antes de llegar a la asamblea.
Los conflictos entre vecinos constituían la mayoría de los casos y su
solución era el proceso en el que las rondas tenían mayor éxito. Estos problemas incluían disputas sobre deudas, contratos, propiedad y agua, daños
por mostrencos, insultos y amenazas, asuntos de orden público, altercados de largo plazo, etc. Tales conflictos son el pan de cada día en la vida
campesina, pero rara vez eran tratados satisfactoriamente por el Estado.
Los problemas familiares —conyugales, actos de abuso hacia la esposa o
hijo, asuntos económicos como la manutención o la herencia— eran también considerados en gran parte por las rondas, si bien de mala gana y no
siempre con el mismo éxito. Los abusos sexuales y el adulterio, que podían
amenazar la paz comunal, eran tomados seriamente. El hurto —de una
gallina, cerdo, maíz, ropa o herramientas— era una molestia común, pero
como todo robo, provocaba una respuesta enérgica. Los casos de abigeato,
el símbolo de la identidad rondera, eran pocos pero dramáticos. Frecuentemente eran tratados en grandes mítines a los que acudían docenas de
comunidades y cientos de campesinos. Algo que quizás nos pueda parecer
extraño, la brujería era otro problema considerado grave. Solo en casos de
homicidio, la ronda los derivaba voluntariamente al Estado.
En este capítulo presentaré un panorama de la justicia rondera.
Comienzo describiendo en detalle dos casos difíciles resueltos por las
3.
Los nombres de los caseríos y de las personas han sido cambiados para proteger a mis
informantes.
5. Un panorama de la justicia rondera| 123
asambleas de la ronda. Utilizándolos como ejemplo, discutiré la lógica que
subyace y la estructura de la justicia rondera.
Dos casos de intento de violación
En los siguientes dos casos —ambos intentos de violación—, los crímenes
fueron similares. Los dos involucran actos considerados como delitos por
los campesinos y, en ambos, las víctimas y victimarios eran vecinos. Sin
embargo, el contexto social y las reacciones de los involucrados, así como
la manera en que estos casos fueron tratados por las rondas, difieren
dramáticamente.
Caso 1
En marzo de 1992, una pareja campesina de mediana edad, que vivía en
un caserío rural en el valle de Chota, viajó a la ciudad por negocios. Dejaron a su hija adolescente, Julia García, y a su abuela a cargo del hogar y
de las cosechas. Esa tarde, Julia estaba trabajando en la chacra cerca de su
casa cuando un vecino, Marcos Díaz, la agarró, la tiró al piso, le cubrió la
boca con su poncho e intentó forzarla a mantener relaciones sexuales. Julia,
sin embargo, luchó hasta liberarse y gritó por ayuda. Marcos huyó y ella
notificó inmediatamente el hecho a la ronda.
Marcos era una persona querida en la comunidad. Sus vecinos lo describían como trabajador, generoso y leal a las rondas. Un poco “payaso”,
tenía muchos amigos cercanos. Era, sin embargo, un alcohólico conocido
por sus ocasionales comportamientos erráticos y se había encontrado más
de una vez en dificultades. Por el contrario, los padres de Julia no eran
personas que agradaban. Su madre tenía reputación de ser una mujer fácil
cuyos amores habían creado problemas que la habían enfrentado ya a las
rondas.
Esa noche, Marcos fue llevado a la asamblea de ronderos, furiosos
por lo que había hecho. Todos estaban de acuerdo en que tenía la culpa,
pero estaban divididos sobre qué hacer. Había básicamente dos posiciones.
Algunos argumentaban que debía ser entregado directamente al Poder
Judicial. El intento de violación es un crimen mayor y merecía un castigo
también mayor. Es más, dado que la agresión sexual es una ofensa seria
124 | John S. Gitlitz
bajo la ley, existía un riesgo real de que las cortes interviniesen. Si la comunidad no lo entregaba, la ronda podía ser acusada de encubrir un crimen.4
Otros se oponían a que el Estado se involucrase. Si Marcos terminaba en
prisión, quizás con una sentencia larga, ¿quién iba a mantener a su esposa
e hijos? La responsabilidad podía recaer en la comunidad. Además, el problema no era simplemente sobre un castigo. El daño que había ocasionado
necesitaba ser reparado y las relaciones que la agresión de Marcos había
roto, tenían que ser reconstruidas. Debía ser castigado dentro de la comunidad, con una golpiza, quizás un baño en las aguas heladas de alguna
laguna o río, u obligándole a cumplir noches de ronda y días de trabajo
comunal. Un castigo que iba a mantener el problema dentro de la comunidad y que, una vez administrado, pondría fin al conflicto.
Pero en ese momento la abuela de Julia habló. La asamblea, dijo ella,
no tenía derecho a decidir hasta que escuchase a los padres de Julia. Ya que
Julia era menor de edad y era la responsabilidad de su madre, solo ella podía decidir qué era lo aceptable. La asamblea aceptó y resolvió que Marcos
“debía recibir un castigo pequeño” —rondando en la noche y cumpliendo
días de trabajo— hasta que los padres de Julia regresaran.
Dos días después, con los padres de Julia ya presentes, la comunidad
se volvió a juntar en asamblea. Ante la masa de ronderos, la madre de Julia
anunció que ella y Marcos habían llegado a un acuerdo voluntario. Él iba
a admitir públicamente su culpa, proveer un pago de 50 soles para reparar el daño ocasionado a la reputación de su hija, y aceptar un castigo de
seis turnos extras rondando en la noche y trabajando durante el día —un
6x6, como dirían los campesinos. Se trataba de un castigo considerable,
pero dado el crimen, relativamente ligero.5 Profundamente avergonzado,
Marcos se paró en frente de la ronda y, llorando, aceptó su responsabilidad.
Se disculpó y rogó perdón. La comunidad aceptó. Luego ambos firmaron
públicamente un “arreglo” en donde prometían que iban a dejar de lado
4.
La ronda en este caso era una “pacífica”, parte de la federación controlada por el
APRA y Pedro Risco. Los estatutos de las Rondas Pacíficas señalaban que aquellos
capturados en casos criminales debían ser entregados a las autoridades locales. En el
debate sobre lo que se debía hacer con Marcos, los que tomaron esta posición pueden
haber estado reflejando la influencia de Risco y del APRA.
5.
En adición a los dos días de ronda que ya había recibido.
5. Un panorama de la justicia rondera| 125
sus diferencias. Ninguno amenazaría al otro, criticaría a las autoridades
comunales o iría a los tribunales. Si alguno no cumplía con el arreglo, él o
ella aceptarían cualquier castigo que la comunidad le impusiera.
¿Por qué Marcos obtuvo un castigo tan leve? Desde el punto de
vista de la comunidad, el arreglo era útil: resolvía un problema que podía
convertirse en algo más grave, afirmando que Marcos había obrado mal.
Reafirmaba la autoridad de la ronda y mantenía el conflicto dentro de los
confines de la comunidad. Cuando comenté este ejemplo a un grupo de
jueces, fiscales y ronderos de otras comunidades —ninguno del caserío
involucrado—, de manera unánime los ronderos opinaron que la ronda
había actuado sabia y justamente. Para ellos, la solución era razonable.
Sin embargo, permanece el hecho de que para ser una agresión sexual
en contra de una adolescente, un crimen que tanto la comunidad como
la ley peruana considera muy serio, a Marcos no se le dio más que una
pequeña palmada como castigo. Un fiscal presente en la reunión era
vehemente en su insistencia de que la ronda había actuado impropiamente
y que, al hacerlo, cometía ella misma un crimen. La ley peruana considera
a la violación, dada su seriedad, no solo un crimen en contra del individuo
sino en contra de la sociedad y de la ley misma, es decir, en contra del
Estado. El Estado tiene el deber de procesar judicialmente y el respeto
por una sociedad de derecho así lo demanda. No está en juego solo una
violación particular, sino la aserción principista y legal de que la violación
está mal. Las rondas no solo no habían administrado justicia, sino que
habían quebrado la ley y se habían interpuesto en el camino de que el
Estado cumpliera con su responsabilidad de proteger a las mujeres y de
administrar justicia.
Un juez de la Corte Superior de Cajamarca ofreció otra observación.
Lo que el caso revelaba era la corrupción de la ronda. Algo fundamental
en el arreglo fue el pago a la familia de Julia. Marcos había comprado
el perdón. “Quizás”, respondió una rondera, pero el pago es una forma
tradicional de reparación, la manera en que las comunidades siempre han
resuelto los problemas que involucraban daños. Lo más importante era que
la reconciliación se había logrado. Marcos había admitido su culpa y los
padres de Julia lo habían perdonado.
Mi esposa y mis estudiantes en Estados Unidos se preocuparon por
otro aspecto del caso: en ninguno de los recuentos parecía haber indicio de
126 | John S. Gitlitz
que Julia hubiera sido consultada. ¿Solo porque Julia era menor de edad
carecía de voz?
Caso 2
En este caso, que ocurrió en un caserío en el distrito de Chugur en 1985,
Jesús Rojas fue castigado por un intento de violación a Alejandra Montes.
Jesús era un alcohólico que, estando borracho, era propenso a violentos
exabruptos. Alejandra y su esposo eran oriundos de una provincia vecina.
Pobres, aun bajo los estándares campesinos, habían venido a Chugur a
buscar trabajo. Jesús y Alejandra habían tenido un amorío durante un
tiempo bajo la protección de la esposa de su patrón. Pero el día del incidente, Alejandra rechazó las insinuaciones de Jesús, ya sea porque tenía miedo
de que su esposo los descubriera o porque ella había acabado la relación.
Los informantes difieren en este punto. En todo caso, el esposo de Alejandra llegó justo en el momento en que su esposa luchaba con Jesús para
evitar la violación. El hombre fue inmediatamente a informar a la ronda.
Jesús huyó a su casa, donde se embriagó hasta quedarse profundamente
dormido. Acosado por una comisión de ronderos, negó todo.
Valorando la seriedad del crimen o preocupados de que si actuaban
muy duramente con Jesús este podía acudir al Estado, los dirigentes de la
ronda se mostraron indecisos. Buscando seguridad en los números, decidieron juntar a un grupo de caseríos aledaños para organizar una reunión
conjunta. Convocaron particularmente a la ronda de San Vicente, que en
el momento era la organización más fuerte en la región, presidida por un
carismático joven militante de Patria Roja. Lo que luego pasó me fue contado por un próspero chugurano.
Tenía solo 16 años cuando ocurrió y estaba en el colegio. Mi padre era un
delegado de ronda, pero como estaba enfermo nos envió a mi hermano y
a mí en su reemplazo. Jesús Rojas vivía aquí. Alejandra Montes y su esposo
vivían cerca. No eran de Chugur sino de otra provincia. Mauro Gómez los
trajo como sus empleados. Jesús Rojas trató de tener relaciones sexuales con
Alejandra. Él había sido su amante. No sé por cuanto tiempo, o si la relación
aún seguía. Sin embargo, esta vez ella se rehusó porque su esposo estaba
cerca y tenía miedo de que los descubriera. Rojas estaba borracho y tenía
una escopeta, así que trató de obligarla. Pero justo ahí llega su esposo y los
5. Un panorama de la justicia rondera| 127
encuentra. Rojas había sido un antisocial, siempre difícil y cuando estaba
borracho se peleaba.
Montes y su esposa vinieron a mi casa para acusar a Rojas. Mi padre era
secretario de ronda y se fue a donde el presidente. Decidieron llamar a una
reunión del comité para discutir qué cosa hacer, porque nunca habíamos
tratado con este tipo de problema antes. El comité concluyó que necesitábamos una asamblea más grande, con más bases ronderas para darle mayor
peso. Esa misma noche, las rondas se juntaron en un mitin grande con un
número de bases de diferentes caseríos.
Primero teníamos que capturar a Rojas e investigar. Afortunadamente, no
tenía ni idea de que estábamos tras de él. De haberlo sabido, seguro que
se escapaba. De todos modos, nombraron una comisión de cuatro o cinco
personas para capturarlo. Yo estaba en el grupo y también mi hermano. El
presidente de ronda era su compadre de Jesús Rojas. Así que tocó la puerta
y le dijo: “Sal un minuto”. Salió, pero cuando vio al resto del grupo sospechó
que algo estaba mal y trató de escaparse. Lo cogimos, lo tiramos al suelo y
amarramos sus manos detrás de su espalda. Pero cuando le preguntamos
por qué había tratado de violar a Alejandra, él lo negó todo. Él dijo que había estado muy borracho, que no se acordaba de nada, y que no había salido
de su casa en todo el día.
La asamblea empezó esa noche. Había varias rondas, quizás 200 o 300 ronderos. Las tres personas involucradas, los esposos y Rojas, permanecieron
inicialmente fuera de la misma. Explicamos el caso e informamos a los ronderos que los tres estaban detenidos y se les preguntó qué debíamos hacer.
La asamblea decidió investigar esa misma noche. Formamos tres grupos
para trabajar. Cada grupo tenía al menos tres personas o quizás más: un
relator, que hacía las preguntas, una secretaria y un presidente. En cada grupo los miembros tenían que venir de rondas de distintos caseríos, para que
nadie sospechara que estaban siendo parcializados. Los tres iban a ser cuestionados separadamente, pasando de grupo en grupo. Cada grupo lo iba a
investigar a cada uno por al menos 15 a 20 minutos, para luego comparar
los resultados. Era una manera muy efectiva de investigar, y mucho mejor
de lo que hace la policía. Era la primera vez que me involucraban en una
investigación y estaba muy impresionado.
Jesús negó todo. Dijo que no había ido a ninguna parte, que no tenía una
escopeta, que había estado borracho, que no había salido de su casa y que
128 | John S. Gitlitz
no se acordaba de nada. Pero dijo que solo se tomó una botella de alcohol,
y mencionó otras cosas, así que era bastante obvio de que se acordaba de
algunas cosas. Es decir, había contradicciones en su testimonio.
Cuando se completó la investigación, juntamos a los tres implicados frente
a la asamblea. Pero antes de eso, la asamblea había elegido un comité para
dirigir los procedimientos, con un presidente para que dirija el debate. Primero la pareja presentó su versión de lo que había pasado. Luego los grupos
de investigación entregaron sus informes leyendo lo que Jesús había dicho.
Después le dejaron a Rojas hablar. Negó todo. De nuevo dijo que estaba borracho, que no se acordaba de nada, cómo podría alguien creer que él haría
algo así, etc. Estaba lleno de contradicciones.
El presidente abrió el debate. Un rondero se paró y dijo: “En mi opinión,
esto es claramente un crimen”. Otro comentó: “Creo que deberíamos castigarlo con disciplina de masas”. Debido a las contradicciones, todos creían
que era culpable, así que no se demoró en llegar a una decisión. No hubo
mucho debate. Finalmente, el presidente dijo: “Es hora de votar. ¿Es culpable
del crimen? ¿Se ha probado?”. La votación fue unánime: “¡Culpable!”. Nadie
votó que “no”, y solo algunos se abstuvieron [sus familiares y compadres].
¿Cuál debía ser su castigo? De nuevo la asamblea votó: disciplina de masas
[El autor: ¿Qué es disciplina de masas?]
La ronda tiene su propio reglamento. Allí está escrito.6 Dos latigazos por
cada persona presente en la asamblea. Pero había unas 200, quizás 250 personas presentes. Serían 500 latigazos. Una tremenda tortura. Podía matarlo,
pero era lo que la asamblea había votado.
Luego de los primeros diez o doce latigazos, cuando su espalda estaba sangrando, levantó la mirada. “Ya me acuerdo, es verdad, lo hice”. El presidente
habló: “Ha admitido su culpa. ¿Debemos seguir con el castigo?”. Una de las
mujeres, una de las dirigentes, respondió: “Propongo que solo las mujeres
6.
En este caso, a diferencia del anterior, la ronda envuelta era “independiente”,
afiliada a la Federación Provincial de Chota que estaba controlada por Patria Roja.
El reglamento referido aquí personificaba la postura más radical de Patria Roja de
que las rondas debían ser autónomas, independientes y una expresión militante del
“poder del pueblo”.
5. Un panorama de la justicia rondera| 129
casadas sigamos”. La asamblea aceptó. No había muchas mujeres casadas,
quizás solo 30, pero eso significaba aún otros 60 latigazos.
En total, habrá recibido unos 70 látigos. Realmente estaba sangrando. Cuando se había terminado, prometió que nunca volvería a hacer algo así. Luego,
el presidente le preguntó a la asamblea si el castigo era suficiente. Los compañeros de San Pedro y San Vicente [conocidos por su militancia] dijeron
que no. Debería obligársele a trabajar también. La asamblea volvió a votar,
esta vez para darle cuatro noches de ronda y cuatro días de trabajo comunal
en San Vicente, luego cadena ronderil de base a base, un 2x2, dos noches
de ronda y dos días de trabajo en cada base. Creo que habrán sido algo así
de unos 15 días trabajando todo el día y rondando toda la noche. Un castigo muy severo. La cadena terminaría en San Pedro, justo a tiempo para el
aniversario de la ronda. No estuve presente, pero me contaron que cuando
lo llevaron ante la asamblea, se volteó de espaldas, se bajó los pantalones y
dijo: “Miren lo que me han hecho. Les recomiendo que ninguno de ustedes
haga lo que yo hice”.
La historia es indudablemente exagerada. Aun así, es claro que Jesús
fue castigado severamente. Pero no fue la única persona en serlo. A Alejandra también se le juzgó por estar en falta, por haber tenido un amorío,
y asimismo a su esposo —en palabras de los informantes— por no haber
controlado a su esposa. Se les obligó a azotarse mutuamente. Por último, a
la esposa del patrón se la declaró culpable por haber protegido la relación
adúltera.
El castigo de Jesús fue severo al extremo. Sin embargo, sin el arreglo
formal, el problema no podía darse por acabado. Todos los implicados
tuvieron que prometer, por escrito y públicamente, no volver a repetir sus
errores, perdonarse, no crear problemas a nadie en las rondas ni quejarse
con la policía. Solo entonces, con gran ceremonia, las partes, los comités de
ronda presentes y los campesinos reunidos en asamblea firmaron un acta
escrita que puso punto final al caso.
¿Por qué se castigó tan severamente a Jesús? Para los ronderos, era
esencial que él aceptara su culpa.7 Al negarse tercamente a hacerlo, Jesús
7.
Cuando presenté este caso ante diferentes audiencias, muchos aceptaron fácilmente
la conclusión de los ronderos de que Jesús era culpable. Sin embargo, algunos la
cuestionaron. Ellos sugieren que el encuentro puede haber sido consensuado.
130 | John S. Gitlitz
estaba imposibilitando la reconciliación y, con ello, le estaba dando la espalda a la asamblea rondera y a la comunidad y desafiando su autoridad
moral. Marcos, el personaje del caso anterior, aceptó rápidamente su culpa
y suplicó por perdón. Jesús, en cambio, tuvo que ser forzado a hacerlo.
Justicia campesina: un análisis e interpretación
La justicia moderna occidental se centra en una búsqueda de “lo justo”, entendido en función de imparcialidad y previsibilidad, en el ideal que sostiene
que las acciones deberían tener consecuencias legales conocidas, previsibles
y previstas. Toda persona debe ser igual ante la ley. La justicia está íntimamente entretejida con la idea de los derechos individuales. No obstante, que
la justicia occidental falla en alcanzar ese ideal es algo obvio. Aun así, la justicia debe ser supuestamente ciega —simbolizada en la figura de una mujer
con los ojos cubiertos, que sostiene en su mano la balanza que la representa.
Lo que hay que considerar es el crimen, definido lo más concreta, precisa y
objetivamente posible, y no la persona. Las preguntas relevantes son si los
hechos demuestran que un crimen ha sido cometido y si es que el acusado lo
hizo. Igualmente, los procedimientos deben ser justos e imparciales, basados
en una presunción de inocencia, sin coerción. El castigo tampoco debe ser
arbitrario. Todo crimen específico debe ser estipulado en un rango de castigos proporcional al daño hecho. La violencia física, ya sea como parte del
proceso o como un castigo, es algo que se condena. Recién cuando la culpa
ha sido determinada, permitimos que otros factores, como la circunstancia
individual o los motivos, se tomen en consideración: “las pasiones, instintos,
anomalías, enfermedades, desajustes, efectos del ambiente […] son juzgados
[…] como ‘circunstancias atenuantes’”.8
Evidentemente, si pensamos en una “justicia” abstracta definida como
el ser imparcial, la presunción de inocencia, la aplicación de reglas definidas a situaciones “objetivas”, y un debido proceso en la tradición occidental, ninguno de los casos mencionados anteriormente cumple con esta
idea. En cada uno, igual de importante que el crimen era el carácter del
Alejandra, al ser sorprendida por su esposo, estaría inventando la acusación. Así,
Jesús sería culpable de adulterio, no de violación.
8.
Foucault 1995: 77.
5. Un panorama de la justicia rondera| 131
acusado —cómo se había comportado anteriormente, cómo se relacionaba
con los demás en la comunidad, con sus instituciones y autoridades. Del
mismo modo importante era si aceptaba públicamente la responsabilidad
por sus acciones. El castigo fue en cada caso tanto parte del proceso como
del resultado y, si bien los crímenes eran similares, en uno el culpable fue
mínimamente castigado, mientras que en el otro fue azotado hasta el borde de la muerte. ¿En qué sentido fue esto “justicia”?
La justicia rondera no consiste en un conjunto de reglas definidas sobre cómo deberían ser castigados los abigeos, cómo hacer cumplir los contratos, o cómo debería un esposo tratar a su mujer. Entre los campesinos
hay valores ampliamente compartidos, a veces claros, pero con frecuencia
vagos. En ciertas ocasiones, estos valores reflejan el consenso de la comunidad, pero son frecuentemente impugnados, a veces consecuentes con o
derivados de la ley del Estado, y a veces en contradicción con ella. Estas
normas configuran patrones generales e imponen límites, pero rara vez
definen resultados específicos. Del mismo modo, existen procedimientos
generalmente seguidos; algunos están relativamente institucionalizados,
mientras que otros no son más que tendencias, pero todos son flexibles.
Todo esfuerzo por reducir la justicia campesina en Cajamarca a un conjunto específico de reglas o un marco del debido proceso fracasará, porque se
perderá la esencia de aquello que la justicia campesina es.
Lo que define a la justicia campesina en Cajamarca no son las normas
y los procedimientos específicos ni la reflexión imparcial de los hechos y la
culpa, sino más bien lo que se busca lograr. Idealmente, la justicia rondera
apunta a proteger la integridad y sobrevivencia de las pequeñas comunidades campesinas, y de las familias que las constituyen, reconciliando a las
partes en conflicto a través de un proceso de confesión y reparación que,
de no proceder, desgarra a las comunidades. Es, al mismo tiempo, una
búsqueda pragmática y moral de aquello que funciona y una especie de
ritual de limpieza.
El uso de palabras como “justicia”, “ley” y “juicio” causa confusión.
No se trata de un proceso de “ley”, según entendemos nosotros la palabra.
Sus rituales no son realmente “juicios”.9 En casos que libremente podrían
9.
Empecé a comprender la esencia de la justicia campesina luego de leer Disciplina
y castigo de Foucault, sobre todo su descripción del proceso inquisitorial de justicia
132 | John S. Gitlitz
ser llamados “civiles” —problemas que atañen a la propiedad, las relaciones familiares o entre vecinos—, la justicia rondera es esencialmente un
proceso de mediación o arbitraje que implica la paciente construcción del
consenso comunal y la movilización de presión para que las partes se reconcilien. En casos que libremente podrían llamarse “penales”, la justicia rondera
es esencialmente un ritual de reincorporación, un proceso —en parte legal,
en parte político, en parte religioso y en parte teatral—10 a través del cual la
gente que según la comunidad ha obrado mal es presionada, de ser necesario
con fuerza, para que acepte la responsabilidad de aquello que ha hecho, para
luego ser perdonada y readmitida en la comunidad. La culpa debe ser reconocida y puede ser castigada, hasta severamente, como lo fue en el segundo
caso descrito anteriormente, pero el fin es la reintegración a una comunidad
fuerte, para que la paz de esa comunidad pueda ser preservada.
Por tanto, la justicia rondera gira alrededor del restablecimiento de una
suerte de equilibrio, no solo entre los litigantes, sino también entre los litigantes y la comunidad en su conjunto. Es un proceso tanto generoso como
exigente, tanto indulgente como duro. Demanda que aquellos considerados
responsables de un conflicto se sometan a la voluntad comunal. Su objetivo
es reafirmar un contrato social en donde las partes de una disputa prometen
ser buenos ciudadanos, respetarse el uno al otro, y reconocer la autoridad de
la comunidad. En un sentido amplio, se busca “reconstruir la paz comunal”.11
La justicia rondera es pragmática, en tanto es una búsqueda de aquello
que va a funcionar. Es ecléctica, pues sus valores derivan de una variedad
de tradiciones. En esencia, no es arbitraria —si bien hay un amplio margen
para las arbitrariedades—, porque forma parte de un discurso moral que
viene acompañado de un proceso de reflexión. Los valores y las normas son
importantes ya que forman el sentido de aquello que es moralmente aceptable para la comunidad.12 El establecimiento del hecho —lo que él o ella
que caracterizó a Europa antes de la Edad Moderna. Ibíd., en particular el segundo
capítulo.
10. Theidon 2004: 201.
11. Esta frase es tomada de Brandt 1990. Véase también Huamaní, Moscoso y Urteaga
1998: 63-86.
12. La idea de la justicia rondera como pragmática, ecléctica y moral es tomada de
Huamaní et al. 1998.
5. Un panorama de la justicia rondera| 133
hizo— no es central, ya que aquello que está siendo juzgando no es tanto
el hecho específico sino las personas que están involucradas en él, y lo que
está en juego no es tanto la culpa sino la recomposición de las relaciones
sociales. Lo que ocurre es un debate que coloca los eventos dentro de un
marco moral. Se invocan normas diferentes, influenciadas por tradiciones
comunales compartidas, leyes del Estado, religiosidad popular, modernas
predicas católicas y evangélicas, discursos nacionales e internacionales, así
como también influidas por relaciones de poder local, regional y nacional,
en una discusión en donde todo el mundo puede participar y en donde los
valores son puestos a prueba.
En materia “penal”, tres aspectos son cruciales en la justicia rondera:
la confesión, la reparación y la reconciliación. La confesión es el corazón
de esta justicia. Cuando una comunidad juzga que una o más de las partes
en una disputa es culpable, insiste en que ellas acepten públicamente su
responsabilidad por lo ocurrido, rueguen por el perdón y prometan corregir su comportamiento. Sin esta aceptación, la reconciliación es imposible.
Solo a partir de ella, las relaciones sociales pueden ser reconstruidas y la
paz comunal asegurada.13 Como Brooks indica:
La confesión de que uno ha obrado mal es fundamental para la moralidad,
porque constituye un acto verbal de auto-reconocimiento del malhechor
y, por tanto, provee la base para la rehabilitación. Es la precondición para
terminar con el ostracismo y para reingresar en el lugar deseado de la comunidad humana. Rehusarte a la confesión es ser obstinado, duro de corazón, y
resistente a la corrección. Rehusar la confesión puede ser considerado como
un acto desafiante ante los que juzgan […] la confesión permite que los jueces sentencien con la seguridad de saber que la parte culposa no solo merece
el castigo y lo acepta, sino que en cierto sentido quiere ser castigado.14
13. “La declaración de la verdad constituye el elemento central en el proceso […] solo
con esta confesión de las partes se obtendrá la solución final del conflicto […]
El ‘inculpado’ debe convencer a la Asamblea para que la decisión de esta no sea
demasiado dura, y la única manera de hacerlo es confesar la verdad, reconocer su
error y ofrecer las disculpas del caso […] Los comuneros asambleístas consideran
importante esta intervención del acusado, incluso llegan a esperar una o dos
reuniones para escuchar su descargo” (Peña Jumpa 1998: 210, 217-218).
14.
Brooks 2000: 2. Mi interés en la cita surgió de Theidon 2002.
134 | John S. Gitlitz
Tavuchis hace un comentario similar:
[…] la disculpa […] es aceptada, el infractor es perdonado y la vida continúa como si nada hubiera pasado […] la pizarra social es limpiada […]
la disculpa no deshace ni puede deshacer aquello que se ha hecho. Y, sin
embargo, esto es precisamente lo que logra conseguir.15
El mismo autor continúa:
Disculparse es declarar voluntariamente que uno no tiene excusa, defensa, justificación o explicación por una acción […] el que se disculpa busca
el perdón y la redención por aquello que es inexplicable, injustificable, sin
mérito e injusto […] Cuando nos disculpamos […] nos presentamos desarmados y expuestos […] al asumir una postura tan vulnerable, nosotros
pasamos discretamente la responsabilidad de la creencia y la aceptación a la
parte lastimada […].16
La disculpa también reafirma la legitimidad de la regla quebrantada,
esto es, del orden social del cual todos formamos parte.
Porque […] simultáneamente [las disculpas] representan (y recrean) infracciones consumadas e intentos de reclamar membresía, estas enuncian
inequívocamente la existencia y la fuerza de los supuestos compartidos que
legitimizan los arreglos sociales y límites morales existentes […] no solo
nos disculpamos con alguien, sino por algo […] Las disculpas genuinas […]
sirven para recordar y reafirmar la lealtad a códigos de comportamiento y
creencia cuya integridad ha sido puesto a prueba y desafiada por la transgresión […] Una disculpa, por tanto, habla de un acto que no puede ser deshecho, pero que no puede pasar desapercibido sin comprometer la actual y
futura relación de las partes, la legitimidad de la regla quebrantada y la más
amplia red social.17
No obstante, la confesión sola no es suficiente: la culpa también
debe ser expurgada, el daño reparado y el perdón proclamado. Por ello,
15. Tavuchis 1993: 4-5.
16. Ibíd.: 17-18.
17. Ibíd.: 13.
5. Un panorama de la justicia rondera| 135
la confesión suele ser acompañada por alguna forma de castigo, llamado
por los ronderos “castigo ejemplar”, quizás unos latigazos, una multa,
noches adicionales de ronda o trabajo comunal. También se requiere de
alguna forma de pago negociada o reparación, diseñada para restaurar
una porción del valor de aquello que ha sido perdido por la víctima. Es
más, la importancia de reparar el daño explica en gran parte el apoyo de
los campesinos a la justicia rondera.18 El castigo, la confesión y un acuerdo
sobre el reparo preparan el terreno para la reconciliación. Muchas veces
ocurren antes de la asamblea. Ciertamente son una condición para su
éxito. Solo entonces puede un conflicto llegar a su fin, en un explícito
arreglo escrito que proclama que ha terminado.
La justicia rondera es también una forma de teatro y ritual, con fuertes matices religiosos. No es suficiente que aquellos que son culpables digan simplemente: “Yo lo hice”. Deben decirlo con intensidad, detalle y
dramatismo. Que Marcos haya llorado y rogado por su perdón permitió
que se ganara la gracia de la comunidad. Que Jesús se haya resistido, que
haya insistido en su inocencia frente a lo que la asamblea consideraba pruebas abrumadoras de su culpabilidad, lo hizo merecedor de su castigo. Su
actitud desafiante hizo que el perdón fuera más difícil.
Me fijé en este aspecto “performativo” de la justicia comunal gracias
a Kimberly Theidon. Discutiendo la manera en que algunos antiguos militantes de Sendero Luminoso habían sido reintegrados a su comunidad
luego del fin de la guerra interna en el Perú, ella describe un proceso a la
vez legal, político, teatral y religioso, con ecos de sacramentos católicos de
confesión, absolución y comunión.
[…] la administración de justicia […] es altamente sincrética, basada en
parte en los principios sacramentales […] mezcla de teología, política, economía y derecho […] Hay, además, un “guión moral” que uno tiene que
realizar […] Para representar el guión moral, se requiere algo más que memorizar unas líneas […] los aspectos performativos de la justicia son cruciales, y la performance misma es juzgada. Confesando, llorando, reparando, pidiendo disculpas, rogando, prometiendo […] En estos pueblos, los
comuneros combinan la tradición religiosa de la confesión —la curación
18. “Al campesino no le importa si lo castigan de una u otra manera. Lo que quiere es
que le paguen por su vaca”. Conversaciones con Gorge Farfán.
136 | John S. Gitlitz
de almas y la reafirmación de la comunidad— con la confesión legal y su
necesidad de un proceso de juzgamiento y castigo.19
Un grupo de informantes, en numerosas asambleas, ha enfatizado
una suerte de fin simbólico: las partes en disputa se abrazan en lo que los
entrevistados llaman “el abrazo de la paz”. Confesión, readmisión a la comunión y el signo de la paz hacen que los matices religiosos sean evidentes.
Por supuesto, es fácil presentar una visión idealizada y romántica
de la justicia rondera. Esta tiene también su parte violenta, como lo demuestra el caso de Jesús Rojas. Todos los sistemas de justicia contienen,
quizás necesariamente, algún elemento de coerción. Estos versan sobre la
imposición de un comportamiento a ofensores usualmente recalcitrantes
y resentidos. También giran alrededor de la retribución y hasta de la venganza. La justicia rondera no es una excepción. Las confesiones pueden
ser coaccionadas: el avergonzamiento, y hasta la humillación, son parte
del ritual; la retribución —el castigo por haber obrado mal— puede convertirse en un fin en sí mismo. Aquellos que se resisten a aceptar la responsabilidad por sus acciones pueden ser obligados a hacerlo, y aquellos
que son suficientemente antisociales pueden ser castigados simplemente
para enseñarles una lección y aliviar la ira de quienes los juzgan. Para
terminar la cita de Theiden:
En estas prácticas jurídico-religiosas se administra tanto la justicia
retributiva como restaurativa. Hay lugar para la caridad cristiana, para la
ira justa, y un cierto énfasis en arreglar las cuentas entre los perpetradores
y las víctimas.20
Por otro lado, puede que haya un sentido más profundo y hasta mágico en el castigo de las rondas. Se me presenta como una suerte de exorcismo. No muy distinto a la purificación del chamán, es un ritual a través del
cual el demonio que se ha apoderado de nosotros y que ha ocasionado que
hagamos daño es expulsado. Así como la confesión, es un requerimiento
para el arreglo y no un resultado de él.
19.
Theidon 2002: 128-130.
20.
Ibíd.: 129.
5. Un panorama de la justicia rondera| 137
La violencia es, por tanto, una amenaza permanente, por no decir una
realidad, en la justicia rondera, aunque es severa en relativamente raras
ocasiones. La violencia está presente por cuatro razones: como un medio
para coaccionar las confesiones; como una forma de “limpieza”; en contra
de individuos particularmente problemáticos que repetidamente violan las
normas de la comunidad; y cuando el deseo de venganza sobrepasa el de
la reconciliación.
Mucha de la fuerza física ocurre durante lo que los campesinos llaman
“investigaciones”. El objetivo de las investigaciones no es tanto descubrir
los hechos —que usualmente la ronda conoce o cree conocer y que no son
tan importantes—, sino obtener esa aceptación a través de la confesión.
Muchas veces la confesión es voluntaria, pero puede ser coaccionada. En
ocasiones, la amenaza de recurrir a la fuerza es suficiente, pero si el sospechoso es terco y se rehúsa (peor si tiene una historia previa de hacerlo), la
fuerza puede ser severa, como lo fue para Jesús Rojas. El castigo en este
sentido no es un resultado sino un medio. Un sospechoso es bañado en un
río, o azotado, hasta que diga: “Yo lo hice”. En la asamblea que le sigue, los
ronderos pueden encontrar poca necesidad de impartir más castigos. Esto
“porque ya se le ha castigado suficiente” o simplemente “porque ya aceptó”.
Los reincidentes habituales, quienes al repetir sus crímenes muestran
su desdén hacia la sociedad comunal, así como los culpables de los crímenes más destructivos, pueden ser tratados severamente ya que se han
puesto efectivamente fuera de la comunidad. Es probable que un ladrón
primerizo sea tratado con indulgencia. En cambio, un ladrón que repite sus
crímenes, o que se ha convertido en miembro de las bandas profesionales
de abigeato, se arriesga a tener un trato bien alejado de lo indulgente.
Es durante las investigaciones, cuando los campesinos molestos se enfrentan a las personas que repetidamente han desafiado a la comunidad o
a personas particularmente odiadas, que la violencia puede convertirse en
una retribución: la violencia a manera de venganza. Esto es aquello que
convierte el problema de la violencia en algo tan difícil: puede ocasionalmente ser severa, puede ser ante nuestros ojos desproporcionada frente al
crimen cometido, y puede ser descontrolada. Pero no es fácilmente abandonada, ya que como camino para la confesión y disculpa forma parte del
proceso mismo de reconciliación.
138 | John S. Gitlitz
La mayoría de la coerción física toma una de estas tres formas: latigazos (o más ampliamente, golpiza(s)), baños en las lagunas de las alturas, o
frotaciones con ortiga. Por mucho tiempo, los concebí como simples castigos físicos. El primero, al menos, no está limitado solo a las rondas. Era
una práctica común durante la colonia, en las haciendas del siglo XIX y
XX, y permanece aún —si los comentarios de la gente son ciertos— en los
actuales destacamentos policiales. Sin embargo, puede que haya un simbolismo más profundo que entra en juego. Estudios tanto sobre Ecuador
como sobre el sur peruano han encontrado que los latigazos son usualmente administrados en múltiplos de tres, a veces acompañados por el recitar
de “el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”.21
En los baños que me han descrito, el sospechoso es despojado de su
ropa hasta dejarlo en ropa interior,22 una soga se ata alrededor de su cintura, y luego es arrojado a una laguna, estanque o río. Mientras tanto, los
ronderos le aconsejan que confiese y que cambie de comportamiento. Ya
que pocos saben nadar, el miedo a ahogarse debe ser muy real. La seguridad —salvación— recae en las manos de aquellos que sostienen la soga,
quienes, luego de quince o veinte minutos, lo arrastran poco a poco a
tierra firme. Es posible que haya otro miedo también. Muchos campesinos
creen que las lagunas o estanques son caminos que conducen al mundo de
abajo,23 una idea que me confirmó un curandero cajamarquino. David Flórez ofrece una alternativa. En la religión andina, “el agua es un elemento
purificador”.24 Así, el baño se convierte en la personificación de una lucha
entre la condena y la redención. Ningún rondero de los que entrevisté me
ha ofrecido esta interpretación, si bien un informante me dijo: “Ellos lo
bañaron en el lugar donde lavamos la ropa de los muertos”. Si la interpretación es cierta, debe ser un castigo realmente temible.
21. Flórez, Churats y HenkjanLaats (s/f); García Serrano 2000.
22. Nadie me ha comentado de alguna situación en la que la persona sumergida
haya sido una mujer, si bien he oído una o dos referencias de casos en los que el
sumergimiento fue sugerido.
23. Esta idea me fue sugerida por David Combs, un antropólogo americano que reside
hace largo tiempo en Cajamarca.
24. “El hecho de bañarlos en una laguna tiene referencia al ‘catolicismo andino […]’
siendo el agua un elemento purificador” (Flórez, Churats y HenkjanLaats s/f).
5. Un panorama de la justicia rondera| 139
Dos factores más entran en juego en las asambleas de la ronda. La
justicia rondera ha sido siempre solo tan fuerte como el consenso de la comunidad ha permitido que sea. Ninguno puede darse por sentado. Solo si
los líderes logran armar un consenso, puede la asamblea actuar. Hay quienes sí desafían a la ronda. A largo plazo, para resolver satisfactoriamente
las disputas, la ronda debe construir su autoridad. Sin embargo, esto no
siempre es sencillo.
Uno de los resultados de esto es que, después de los embriagadores y
entusiastas primeros tiempos, cuando la ronda buscaba resolverlo todo, la
organización dio un paso atrás. Sus ambiciones se volvieron más modestas.
En muchos caseríos se ha desarrollado ahora una suerte de “división del
trabajo”: los jueces de paz u otros mediadores informales atienden los problemas familiares y las disputas menores entre vecinos, y son testigos de
los contratos; los comités de ronda y las asambleas se ocupan de los asuntos
más difíciles, los que demandan una mayor autoridad y movilización de
poder para llegar a una solución: conflictos sobre propiedad, enemistades
más serias, hurtos, entre otros.
Los desafíos a la autoridad de la ronda vienen también de otras fuentes. Las rondas deben manejar relaciones muchas veces tensas con instituciones estatales celosas de sus prerrogativas. Por tanto, la represión del
Estado es una amenaza siempre presente. Sin embargo, tanto las rondas
como el Estado comparten un interés en el orden, y frecuentemente encuentran ventajosa la colaboración.25 El Estado utiliza a las rondas para
investigar, capturar criminales y resolver problemas que no consideran
importantes, mientras que las rondas usan al Estado para legitimar sus
acciones y reforzar su autoridad. Aun así, la relación es siempre tensa, llena
de peligros potenciales. Todos son conscientes de los frecuentes cargos criminales en contra de los ronderos, y de las constantes citaciones de la policía y de las jueces para que expliquen sus acciones. Anticipar la reacción
del Estado, mantener una cierta distancia y esforzarse por definir espacios
para la jurisdicción autónoma configuran también la práctica de la ronda.
25. La tensión conflicto-cooperación entre el Estado y las rondas es una constante, que
surgió desde los inicios de la organización. Véase, por ejemplo, la tensión entre los
objetivos indicados en la primera acta que organiza la primera ronda en Cuyumalca
y los objetivos expuestos por el subprefecto en su reconocimiento de la nueva
organización, discutidos en el capítulo 3.
140 | John S. Gitlitz
La esencia de la justicia rondera, como una forma de justicia que antepone la reconciliación al hecho de establecer la culpa y el castigo, que
reafirma el contrato social reconociendo la importancia de las instituciones
comunales, que no está por encima de imponer el cumplimiento a través
de amenazas o del uso la fuerza, y que colabora con el Estado mientras
trata de mantenerlo a cierta distancia, es evidente en los arreglos escritos
que ponen fin a los conflictos. Considérese lo siguiente:
En el local Central de rondas del Centro poblado de […], siendo las 9 de la
noche de día sábado 25 de mayo, nos encontramos reunido comité central
de rondas, representantes del sector no 3, 5, y 4, esto con una finalidad de
llegar a un arreglo de un pequeño problema que según consta en denuncia
en el cuaderno de denuncias […], así mismo las partes se afirmaron y se
disculparon y así mismo se comprometen no más hacerse problemas entre
ronderos y familiares, olvidando todo lo sucedido de igual manera ellos se
encargan de advertir a sus esposas a no hacerse problemas referente a estos
tipos de problemas. De lo contrario si alguna de estas partes no cumplen
este compromiso se sancionará con un turno de ronda por los 6 sectores y
un día de trabajo en obras públicas o se juzgará de acuerdo con el problema.
Los arreglos siguen una estructura común. Se empieza por especificar ante quién fue escuchado el caso. Listar a los presentes certifica que
la resolución es una acción del caserío en su conjunto, la expresión de un
consenso colectivo y presenciado por la comunidad. Para casos menores,
puede ser solo el comité de ronda. La presencia de otras autoridades comunales, el juez de paz o el teniente gobernador, da al arreglo un mayor peso
o “legalidad”. Para problemas más difíciles o amenazantes, que requieren
una mayor discusión, que necesitan apoyarse en un consenso comunal más
amplio o que demandan una presión social más fuerte, el arreglo tendrá
lugar frente a la comunidad entera. Si aún se necesita un mayor peso social,
la asamblea puede incluir a grupos de ronda de otros caseríos; si la disputa
involucra a campesinos de más de un caserío, este será siempre el caso.
Pocos arreglos especifican con detalle cuál había sido el problema.
Su propósito, después de todo, es dejar de lado el pasado y construir un
futuro en paz. Incluir los detalles del pasado, cuál fue el problema y qué
lo ocasionó es arriesgarse a mantener el problema vivo. Aun así, ya que
se requiere de cierta aceptación pública de responsabilidad, casi todos los
arreglos incluyen una sentencia sobre la culpabilidad relativa.
5. Un panorama de la justicia rondera| 141
Todo arreglo contiene un compromiso a futuro de buenas intenciones.
Los involucrados se comprometen a dejar de lado el conflicto, vivir en paz
y no causar más problemas, ni a otros, ni a las autoridades de la ronda, ni
a la comunidad. Muchos incluyen un compromiso explícito de no acudir
tampoco al Estado. Si una de las partes del conflicto ha sido encontrada
particularmente culpable, el arreglo puede señalar explícitamente que él
o ella rogó ser perdonado y que la otra parte prometió hacerlo. Solo si el
acuerdo requiere de un comportamiento específico, como por ejemplo, en
las disputas sobre herencias, este se detalla.
A modo de amenaza, para asegurar la obediencia, muchos de los arreglos contemplan también un castigo condicional, declarando que si una de
las partes continúa creando problemas, será castigada severamente.26 Sin
embargo, se trata de una amenaza más simbólica que real. No he encontrado un solo caso en donde un castigo condicional se haya llevado a cabo.
En todo este proceso, hay un elemento generalmente ausente: rara
vez se menciona, ni siquiera vagamente, los castigos. Al igual que los
problemas, estos son parte del pasado; incluirlos es también arriesgarse a
mantener vivo el conflicto. Es más, cualquier referencia explícita escrita a
un castigo físico puede abrir las puertas a una represalia del Estado. Finalmente, el arreglo es firmado, con gran formalidad, por todos los presentes:
las partes comprometidas, la ronda, las autoridades de la comunidad y los
ronderos en general. Se convierte, por tanto, en un contrato “legal” que
todos se comprometen solemnemente a respetar.
Así, los arreglos representan lo que significa hacer justicia para las
rondas, literalmente, “hacer” o “construir” justicia. La justicia no es tanto
un asunto de administración, sino más bien un proceso de construcción.
No es un análisis del pasado ni un cuidadoso recuento legal de los hechos:
es un contrato a futuro. Para los ronderos, esto es lo que se supone que la
justicia debe ser, una reafirmación del pacto social que hace manejable la
vida comunal, construyendo una futura paz mientras se mantiene en reserva la amenaza de la fuerza.
26. Los castigos condicionales son frecuentes en las “sentencias” (o arreglos, esencialmente) emitidas por los juzgados de paz. Bajo la ley peruana, no son legales. Véase
Brandt 1990: 156.
142 | John S. Gitlitz
Ambigüedades
Por supuesto, esta es la imagen de un ideal, algo que no siempre se alcanza.
En conjunto, he sido sorprendido por la sabiduría de la justicia rondera,
su generosidad, su énfasis en la reconciliación en vez de en la venganza y
en reparar más que en castigar, su sentido de la justicia como reincorporación —objetivos que en la justicia occidental son poco más que buenas
palabras. En general, es una justicia efectiva, rápida, barata, y por ello, accesible al campesino. Es más, es parte de un proceso mayor, el movimiento
de ronda, que ha hecho tanto por otorgar dignidad a los campesinos del
norte peruano.
Sin embargo, como toda justicia, la justicia rondera no siempre cumple con sus ideales. Puede ser débil, en ocasiones arbitraria, hasta corrupta,
y capaz de reflejar los intereses de los poderosos en vez de los de la comunidad. Puede ser discriminatoria contra las mujeres y puede ser violenta. No
le haríamos ningún favor si pretendemos que su retórica es una realidad,
así como seríamos injustos si nos fijáramos solo en sus problemas e ignoráramos sus logros. (Del mismo modo, también estaríamos equivocados
si tratamos a la justicia estatal como el ideal que dice ser e ignoramos su
turbia, y a veces, violenta realidad).
Leyendo los libros de actas, me he sorprendido por la cantidad de
veces que las partes se han negado a reconciliarse, que las resoluciones
han sido apeladas en los juzgados estatales o que los arreglos no han sido
respetados. Muchas disputas no son ni siquiera tratadas, otras se arrastran
durante meses —resurgiendo para frustración de los campesinos asamblea
tras asamblea—, y otras nunca llegan a resolverse. Algunas de estas debilidades se deben al acoso del Estado, pero gran parte de su causa es interna
y está enraizada en la naturaleza misma de la sociedad campesina.
Como todas las pequeñas comunidades en un contexto de escasez,
los caseríos de Cajamarca están divididos y son conflictivos.27 Hay escasas
comunidades campesinas reconocidas legalmente.28 Pocas tienen tradicio27. Diez Hurtado 1999, Salas 2000 y Peña Jumpa 1998.
28. El punto es importante. Dejando de lado el asunto de su tradicionalismo, las
comunidades reconocidas disponen por ley de una estructura de autoridad
organizada. Aunque sea débil, esta estructura es una forma legal de gobierno que
5. Un panorama de la justicia rondera| 143
nes arraigadas de gobierno comunal. Es más, pocos campesinos son simplemente campesinos. Muchos tienen un pie en el campo y el otro en otro
lugar: las ciudades, las minas o la selva, a donde migran por temporadas o
por periodos más largos. Los campesinos tienen necesidades comunales e
intereses individuales que no siempre tiran hacia la misma dirección.
La justicia rondera refleja esta realidad. Los campesinos están orgullosos de su ronda, pero desconfían y cuestionan a sus dirigentes; no los quieren involucrados en sus asuntos personales, y frecuentemente desafían su
autoridad. Además, tienen otras opciones. Pueden acudir a otras instancias
para resolver sus disputas y a veces lo hacen, particularmente cuando las
decisiones de la ronda están en su contra. Es más, no todos los dirigentes de
ronda son honestos y dedicados. Algunos usan su posición para satisfacer
intereses personales o de facciones. Mientras que prácticamente todos los
ronderos a quienes entrevisté expresaron un gran orgullo por la justicia
campesina, sobre asuntos particulares sí escuché ocasionalmente quejas:
“En este caso, nuestra justicia fue mala”; “Era un dirigente manipulador”.
Al reflejar actitudes tradicionales, la justicia rondera puede ser también discriminatoria con las mujeres. La violencia física por parte de los
esposos en contra de sus mujeres e hijos es frecuentemente tolerada. Cuando presenté el caso de Marcos y Julia a mis estudiantes —de los cuales
la mayoría simpatiza en teoría con la justicia rondera—, muchos de ellos
estaban escandalizados con que el intento de violación pueda ser olvidado
por una mera promesa y un pago en dinero que ellos consideran mínimo.
La reconciliación ya no les parece tan importante si significa borrar de
la memoria —para ellos tolerar— el abuso cometido con las mujeres. Si
bien el abuso físico contra las mujeres es menos tolerado hoy de lo que lo
fue en el pasado, otras prácticas discriminatorias en contra de las mujeres
continúan. Las rondas pocas veces permiten que las parejas se separen, aun
cuando el mal comportamiento es obvio y reiterativo y cuando la seguridad de la mujer se ve amenazada. Las mujeres son discriminadas en temas
relacionados con la propiedad. Los presidentes de ronda y miembros del
comité de ronda son siempre hombres, las asambleas están dominadas por
ellos, y si bien existen comités de mujer, tienen relativamente poco poder.
representa a la comunidad ante el Estado. Las estancias de Cajamarca nunca han
poseído este tipo de autonomía mínima.
144 | John S. Gitlitz
Finalmente, está la cuestión de la violencia. Es fácil exagerar —como
lo hacen los críticos— la violencia de las rondas. En teoría, el ideal no es
la venganza sino la corrección. Los castigos físicos están presentes, pero
sirven para limpiar la culpa y hacer posible el perdón y están generalmente restringidos: algunas noches rondando, unos días de trabajo comunal,
quizás algunos azotes con látigo, los suficientes como para que duela pero
no para hacer un daño real. La violencia es en gran parte simbólica, en
algo parecida a las palmadas que se le da a un niño por portarse mal o a la
penitencia para absolver el pecado luego de la confesión —requisito para
la comunión. Se trata, como dicen los ronderos, de un “castigo ejemplar”.
Los campesinos argumentan que sus castigos son en cualquier caso menos
violentos que la encarcelación, que destruye familias, causa dificultades
económicas y siembra resentimiento.
Sin embargo, la justicia rondera puede ser dura, en especial durante
las investigaciones, en los procesos que se llevan a cabo en contra de los
reincidentes, o simplemente cuando el deseo de venganza vence a la necesidad de reconciliación —un hecho que los críticos de las rondas les encanta
exagerar y que sus defensores prefieren no reconocer.
El antropólogo americano Orin Starn debate largamente esto en su
libro Nightwatch: The Politics of Protest in the Andes. Aunque claramente
perturbado por el tema, Starn argumenta que en el Perú rural la justicia
y la violencia han estado siempre muy vinculadas. Después de todo, la
violencia en contra de los detenidos no es algo que inventaron las rondas.
La brutalidad e intimidación eran difícilmente algo único de los campesinos
norteños. La tortura sigue siendo un lugar común en la interrogación de los
criminales comunes a lo largo de los Andes […] Las acciones de las autoridades alentaban perspectivas de violencia como necesaria para mantener el
orden […] El comportamiento de la policía podía proveer una hoja de ruta
para las interrogaciones.29
Encontré entre mis papeles una acción urgente de Amnistía Internacional de 1981 que se refiere también al tema.
29. Starn 1998: 86-7.
5. Un panorama de la justicia rondera| 145
Amnistía Internacional ha recibido reportes de que cinco campesinos indígenas de áreas cercanas a la pequeña ciudad de Chota, en el departamento
de Cajamarca, en el norte de los Andes peruanos, fueron detenidos a inicios
del mes de noviembre y severamente torturados bajo la custodia de la PIP,
en el curso de una investigación sobre las explosiones con dinamita que han
ocurrido en el área. Los cinco han reportado que fueron “crucificados” al ser
amarrados a las vigas de madera al aire libre en los cuarteles de la PIP, y que
fueron dejados desnudos por una semana sin comida ni agua, por parte de
oficiales de la PIP que demandaban que ellos acusaran a los dirigentes de sus
comunidades de ser “terroristas” o de poseer dinamita.30
Starn sugiere que la violencia de la ronda es en la práctica menor que
la de la policía.
El ejercicio de intimidación y violencia era temperado […] Muchos fiscales
y jueces consideran a las rondas como ilegales e ilegítimas. Estaban felices
de encarcelar a los campesinos advenedizos. El castigo a los campesinos se
contrastaba con la prácticamente total impunidad de los soldados y policía.
Una ideología del perdón era la otra moderación […] “Somos todos campesinos, todos pobres. ¿Por qué castigar a alguien tan feo que no puede trabajar? […] En las rondas recibes tus pencazos y te corriges […]”. A esta
visión subyace una creencia en la posibilidad de reforma. El imaginario de
conversión tiene tintes cristianos […] El lenguaje de “amor” y “caridad” venía de los manuales mimeografiados de la diócesis de Chota […] Así también la visión de imperfección, expiación y perdón […] La ronda asusta a
las personas, sin embargo, permite que cambiemos nuestro comportamiento sin tener que ir a la cárcel o sufrir los abusos de las autoridades.31
Aun así, la práctica rondera incluye el uso de la coerción y de la fuerza para obtener la confesión. ¿Pueden ser inocentes las personas forzadas
a confesar lo que han hecho? Cuando he preguntado sobre esto, muchos
no tienen respuesta, otros niegan que hayan ocurrido errores o insisten en
que han sido pocos. Sin embargo, tal vez existe una diferencia muy real
entre la tortura de la policía y la violencia de la ronda. Ambas producen
30. Acción urgente de Amnistía Internacional del 9 diciembre de 1981.
31. Starn 1998: 87-89.
146 | John S. Gitlitz
confesiones, pero en el sistema judicial estatal esto lleva a la sentencia de
culpabilidad y encarcelamiento. En las rondas, en cambio, hacen posible el
perdón. Una golpiza en la policía es el comienzo, mientras que en la ronda
es el principio del fin, un paso hacia el proceso de reintegración.
Conclusiones
La justicia rondera alcanza con frecuencia su objetivo de construir la paz
comunal y por eso goza de gran legitimidad entre los campesinos. Si embargo, puede ser débil y no siempre logra resolver los problemas, hacer
cumplir sus arreglos o imponer su autoridad cuando las partes deciden
dirigirse a otras instancias. Como un reflejo de la cultura campesina, es
también discriminatoria con las mujeres, puede ser dura y violenta, y como
toda justicia, es en ocasiones corrupta. Además, está siempre amenazada
por el Estado.
No obstante, no es justo juzgar a la justicia rondera en función de un
ideal abstracto. La justicia estatal es también débil, inefectiva e incapaz de
resolver muchos de los problemas que se le presentan o de hacer cumplir
sus resoluciones. Su práctica también es discriminatoria, frecuentemente
violenta y en ocasiones corrupta, quizás hasta más que la justicia rondera.
Es más, a diferencia de esta, la justicia estatal es lenta y cara.
Por otro lado, no es solo una cuestión de justicia. Las rondas organizaron a un campesinado previamente desorganizado y le dieron un sentimiento de dignidad. La meta de las rondas es, por tanto, doble: resolver
los innumerables conflictos que amenazan a la vida comunal en el campo
y, al mismo tiempo, fortalecer su organización. Cuando el Estado formula
acusaciones en contra de los ronderos por haber violado la ley, a juicio de
los campesinos amenaza con recrear el mundo de desorden sin ofrecer ninguna alternativa viable. Además, mina a una institución —las rondas—
que los campesinos sienten suya y que los ha convertido, a su parecer, en
ciudadanos.
5. Un panorama de la justicia rondera| 147
Interludio: un comentario sobre los resultados
Para este estudio revisé libros de actas que cubren un periodo de 18 años (de
1978 a 1996) de la estancia de San Andrés,32 en la provincia de Hualgayoc.
Uno de los primeros dirigentes me suministró documentos adicionales de
uno de los sectores del caserío, incluidos papeles sueltos y los llamados “libros de quejas”. De estos documentos compilé una lista de 124 conflictos
tratados por la ronda. Setenta y siete (63%) ocurrieron tan solo durante cuatro años, con dos picos de actividad (1985-1986 y 1993-1994).33 El año más
activo fue 1985, cuando la ronda se ocupó de 23 problemas.
Problemas tratados por la ronda de San Andrés, 1985
15 de abril. Vecinos: disputas y amenazas
SB, el ex teniente gobernador, acusó al actual teniente gobernador de ir a la
casa de la mujer con quien él estaba viviendo y amenazarlo. No queda claro si
se trató de un problema político, de faldas o de algo más, ni cómo fue resuelto.
6-7 de mayo. Vecinos: pequeño robo
HS reportó que le habían robado ropa de su casa. La ronda organizó una
búsqueda casa por casa, sin éxito. Ella sospechaba de sus cuñados, pero
nada pudo ser probado. La ronda no castigó a nadie y derivó el caso al
juzgado de paz.
6 de mayo. Familia: herencia
Unos hermanos intentaron desalojar a la amante de su difunto padre y a su
hija. La ronda decidió que podían hacerlo, pero solo si la familia les proveía
un nuevo hogar. Los hermanos llevaron el caso a los tribunales, que reafirmaron la decisión de la ronda.
32. El nombre de esta estancia, al igual que el de otras citadas a continuación, es inventado.
33. No puedo dar explicaciones de esta concentración, aunque puede reflejar lo que
largamente había sospechado con respecto a que las rondas son en cierto modo un
fenómeno cíclico: se organizan, funcionan enérgicamente, y empiezan a marchitarse
cuando los primeros activistas son reemplazados por nuevos dirigentes menos
competentes y cuando las hostilidades por parte del Estado pasan factura, luego de
lo cual se vuelven a organizar, solo para decaer nuevamente.
148 | John S. Gitlitz
16 de mayo. Familia: disputa con los suegros
Una pareja había estado viviendo en casa de los padres del esposo. La madre de este último desalojó a la nuera, la cual acudió al juez de paz. Este
pidió a la ronda que investigara. No hay indicios de cómo fue tratado el
asunto.
20 de mayo. Vecinos: daños
Se le ordenó a RD pagar 2000 soles por los daños causados por mostrencos.
24-25 de mayo. Vecinos: pequeño robo
EC reportó el robo de un queso. La ronda formó un grupo de búsqueda que
encontró al ladrón, el cual fue azotado para que confesara y dijera a quién
le había vendido el queso. El ladrón aceptó pagar el valor de lo que había
robado y el caso fue cerrado.
17 de junio. Ronda: indisciplina y supuesto abuso
FB acusó al jefe de un grupo de ronda de haber abusado de su hijo, el cual
fue forzado a correr, azotado dos veces y obligado a rondar una segunda
rotación. El jefe de grupo explicó que el castigo se debió a que el joven había
llegado borracho a su turno. La ronda respaldó la decisión del jefe de grupo.
20-24 de junio. Vecinos: disputa por el agua
Un proyecto que involucraba a la comunidad, a una ONG local y al Ministerio de Agricultura buscaba abastecer a la población de agua potable,
extrayendo el recurso hídrico del río. El proyecto iba a afectar a un colegio,
un sector que sería beneficiado con agua potable y otro que usaba el agua
del río para su ganado. Los tres negociaron una solución detallada con la
ronda, los representantes de la ONG y el ministerio.
18 de julio. Vecinos: daños (envidia, ¿brujería?)
FA reportó que alguien le había cortado la cola a su ternero. La ronda investigó, pero no pudo descubrir quién era el responsable.
21 de julio. Ronda: absentismo
MA fue castigado por no presentarse a la ronda.
5. Un panorama de la justicia rondera| 149
Julio. Vecinos: chismes
La ronda ordenó que dos mujeres que habían estado difundiendo rumores
una sobre la otra dejaran de hacerlo y amenazó con que, si ellas continuaban haciéndolo, se lo comunicarían a las “autoridades competentes”.
Julio. Vecinos: chismes
Se le ordenó a CB dejar de propagar rumores acusando al juez de paz de
haber aceptado un soborno en una disputa de tierras.
23 de agosto. Familia: pequeño robo
Un abuelo acusó a su nieto de robo. No quería que se lo castigara, sino que
la ronda le “metiera miedo”.
3 de setiembre. Vecinos: hurto
SS reportó un robo, acusando a V. La nota es mayormente ilegible.
5 de setiembre. Vecinos: sin especificar
Dos vecinos firmaron un arreglo resolviendo un problema no especificado.
14 de setiembre. Abigeato (¿?)
La ronda acordó encontrarse con las rondas de Ramoscucho, en la provincia de Celendín, para resolver un “serio” problema no especificado.
14 de setiembre. Vecinos: amenazas, brujería
Un caserío vecino acusó a un curandero local. Él pidió ser protegido e investigado por su propio caserío. La ronda aceptó su pedido.
14 de setiembre. Ronda: indisciplina, abigeato
Un jefe de sector fue acusado de no haber respondido enérgicamente al
robo de un ternero. Fue amonestado.
20 de setiembre. Vecinos: hurto
AD reportó el robo de unos paneles de vidrio. Aquellos a los que culpó,
respondieron acusando a una joven mujer, su tía y tío, y se infiltraron en
el grupo de ronda investigador. La asamblea pudo esclarecer lo que había
pasado. Los tres fueron absueltos y la ronda determinó que los acusados
150 | John S. Gitlitz
originalmente eran los culpables. El acta no indica qué fue lo que se hizo
luego.
29 de octubre. Vecinos: venta
Para evitar futuros problemas, dos vecinos vinieron a la ronda para atestiguar la venta de coca.
2-18 de noviembre. Vecinos: hurto
EF acusó a SV de meterse en su casa y de robarle. La ronda detuvo al acusado, lo interrogó durante dos noches, pero no encontró nada y lo dejó ir.
4 de noviembre. Familia: disputa, hurto
VE se fue de su casa luego de haber tenido una violenta discusión con su
mujer. En su ausencia, alguien le robó sus herramientas. Él acusó a su vecino. La ronda investigó, pero no encontró nada y archivó el caso.
Noviembre. Sin especificar
Una nota corta y mayormente ininteligible alude a un conflicto sin especificar. El que notificó el hecho falló en presentarse para la resolución.
28 de diciembre. Ronda: robo perpetrado por dirigentes
El comité de trabajo público de la estancia, un contratista y el vigilante
del caserío fueron acusados de robar cemento del almacén de un caserío,
para un proyecto de desarrollo. Los tres fueron castigados, y el que obtuvo
mayores ganancias fue luego entregado al Poder Judicial.
En Pampagrande (distrito de Chugur, Hualgayoc), en un periodo de
cuatro años (1985-1988), las asambleas de ronda se ocuparon de 109 conflictos. En San Luis, un caserío mucho más pequeño en Chota, en 17 años
(1980-1996) se vio 225 conflictos. El comité zonal de Pencasmarca, que
agrupa a un número de caseríos y que se encarga de los asuntos graves
que las rondas de base no pueden resolver, trató con 45 casos entre 1981
y 1997.34
34. Curiosamente, cada uno de los cuatro caseríos estaba bajo la influencia de una
tendencia política diferente. San Andrés y Pencasmarca estaban principalmente
5. Un panorama de la justicia rondera| 151
Casos inscritos en las actas de la ronda y en otros documentos
Pencasmarca
(1981-1987)
Pampagrande
(1985-1988)
San Luis
(19801996)
San Andrés
(19781997)
Total
17 (40,4%)
14 (14,6%)
35 (18,9%)
12 (10,9%)
78 (18,0%)*
Pareja
6
4
6
1
17
Parientes
3
2
4
6
15
Familia
Manutención
(alimentos)
Separaciones
2
Paternidad
Herencia
5
Incesto
1
6
Disputas
1
Adulterio
1
Abandono
Vecinos
2
2
3
5
2
1
3
15
4
30
1
2
1
2
1**
1
1
10 (23,8%)
52 (54,2%)
60 (32,4%)
31 (28,2%)
153 (35,3%)
Chisme/
Insultos/
Amenazas
1
6
7
7
21
Disputas
(peleas)
1
7
14
4
26
8
11
8
27
3
5
Daños
Abuso sexual
1
Adulterio
3
Tierra/Agua
2
14
12
5
33
Deuda/Ventas/
Contratos
2
15
6
7
30
8 (19,0%)
14 (14,6%)
45 (24,3%)
33 (30,0%)
100 (23,1%)
Hurto
8
5
8**
influenciados por la Iglesia y Vanguardia Revolucionaria, Chugur por una tendencia
mucho más radical representada por Patria Roja, y San Luis por las Rondas Pacíficas
de Pedro Risco y el APRA.
152 | John S. Gitlitz
Problemas de
comunidad
Pencasmarca
(1981-1987)
Pampagrande
(1985-1988)
San Luis
(19801996)
San Andrés
(19781997)
Total
3 (7,1%)
3 (3,1%)
24 (13,0%)
13 (11,8%)
43 (23,1%)
Caminos
1
Omisos/
Absentismo
1
Abusos
de la ronda
1
3
Otros
Problemas
mayores
4 (9,5%)
Abigeato
13 (13,5%)
21 (11,4%)
3
21 (19,1%)
59 (13,6%)
8
Otros robos
1
Brujería
2
Homicidio
1
Sin especificar/
Diversos
3
Total
45
12
2
40
18
108
225
Elaboración propia.
* Los porcentajes se basan en el total menos aquellos sin especificar.
** Cuando en las actas la acusación por adulterio es hecha por el esposo, la incluyo como un
problema familiar. Cuando es hecha por las familias, la circunscribo en la categoría de disputas
vecinales.
Problemas familiares. En total, fueron setenta y ocho (78) los problemas
familiares inscritos en las actas de la ronda y en otros documentos, lo que
representa un poco menos de un quinto (18%) del total de casos. Más
de la mitad (41) eran conflictos que involucraban cuestiones económicas
(alimentos, separaciones, paternidad, herencia, abandono). Treinta y dos
guardaban relación con problemas generales en la familia nuclear o con los
parientes. El restante involucró adulterio (2) o violencia sexual (4).
Las cifras presentan un enigma. Toda persona familiarizada con la
Cajamarca rural sabe que el abuso físico en las familias —esposos en contra de sus mujeres, padres en contra de sus hijos— es un problema serio.
Si las actas son tomadas literalmente, este no fue un problema usualmente
llevado a la asamblea.
5. Un panorama de la justicia rondera| 153
Disputas entre vecinos. Estas disputas representaban más de la mitad del
total (253), e iban desde cuestiones triviales (chismes) hasta problemas bastante serios (hurto, peleas). De nuevo, los asuntos económicos predominaban, constituyendo casi cuatro quintos de todos los problemas entre los
vecinos. Los casos que involucraban una falta de respeto a las instituciones
de la comunidad y a las obligaciones (43) son un indicio de las dificultades
que las rondas enfrentaban para imponer su autoridad. En esta categoría,
los crímenes de violencia sexual y física eran los que prevalecían.
Abigeato y robos mayores. Estos casos representaban menos del 10% del total.
El abigeato no era el problema que había sido antes, pero el número de
casos (45) es aún importante, dada la pretensión de las rondas de haber eliminado el robo profesional. Presente en una menor cantidad (9) estaba la
inesperada categoría de brujería. Otras categorías de crímenes serios, como
el homicidio, estaban ausentes.
Estos números incluyen solo conflictos registrados en las actas de las
asambleas. Otros documentos que he tenido a la mano, pero con acceso
limitado, revelaban otros aspectos, indicando las fortalezas y, a la vez, las
debilidades de las rondas. Dejan en claro que había un número considerable de conflictos —pequeños problemas familiares, hurtos, disputas entre
vecinos— que, o no eran nunca tratados por las rondas o no lo eran exitosamente. También muestran que hubo campesinos que evitaban a la ronda
y llevaban sus problemas a otras instancias.
Por tanto, lo que surge es un complejo patrón en donde las rondas
nunca gozaron del completo monopolio sobre la administración de la
justicia en el campo. Y, sin embargo, al mismo tiempo, resolvieron
exitosamente un gran número de disputas —un logro para nada pequeño.
Conclusiones
Un recuento de los conflictos sugiere seis conclusiones.
En primer lugar, en todos los caseríos un puñado de personas eran
particularmente problemáticas. Ciertas personas aparecen repetidas veces
y frecuentemente en conflicto con las mismas personas.
En segundo lugar, el principal interés de la ronda no era evaluar la
inocencia, culpa o castigo, sino reconstruir las relaciones, reparar el daño,
reintegrar a los malhechores y negociar compromisos.
154 | John S. Gitlitz
En tercer lugar, esto no era fácil. El arreglo no era querido frecuentemente, no siempre era alcanzado y con frecuencia era involuntario. A las
personas les resultaba difícil dejar de lado su enojo y deseo de venganza.
La reconciliación podía ser impuesta, y en determinadas ocasiones forzada.
Los resentimientos permanecían y había una evidente tensión entre perdón
y venganza.
En cuarto lugar, ante una posible debilidad, las rondas estaban
preocupadas por cimentar su fuerza, autoridad y legitimidad. No era suficiente con resolver las disputas; tenían que repetidamente establecer, defender y reestablecer su derecho a hacerlo.
En quinto lugar, las actas también revelan una preocupación por la
tensa, pero útil, relación con el Estado. La amenaza de acusaciones por
parte del Estado estaba siempre presente. Sin embargo, ambos, los campesinos y la burocracia, compartían el deseo de orden. A menudo ambas
partes encontraron que la colaboración era lo mejor.
En sexto lugar, el poder influyó. Puede que la justicia rondera haya
sido una justicia de reconciliación, pero no siempre fue entre iguales. Algunos dirigentes ambiciosos manipulaban a las asambleas y las distintas
facciones peleaban por el control. A primera vista, el problema podía ser
dos ancianas gritándose o un adolescente robándose el maíz del vecino. Sin
embargo, lo que estaba en juego podía ser las profundas divisiones dentro
de la comunidad.
Así como había similitudes, también había diferencias. Algunos problemas eran más fáciles de resolver que otros o más fáciles de perdonar.
En casos “civiles”, la ronda actuaba mayormente como una mediadora o
árbitro, alentando a las partes a zanjar sus diferencias, presionándolas para
que lo hicieran, y garantizando sus acuerdos. En casos “criminales”, que involucraban daños y comportamientos que violaban las normas comunales,
la confesión, la disculpa, el castigo y la reparación cimentaban el camino
hacia el perdón.
En general, los problemas entre vecinos eran más sencillos de resolver
que los conflictos familiares. Los vecinos no tenían que agradecerse entre
ellos, solo necesitaban acordar que se iban a comportar bien. Un poco de
presión social por parte de la asamblea podía echar una mano. Los problemas maritales demandaban reconciliaciones más profundas, en las que un
debate público podía ser inapropiado. Estos asuntos eran, de preferencia,
5. Un panorama de la justicia rondera| 155
derivados a otros. Solo cuando involucraban violencia, cuestionamientos
sobre la propiedad o rivalidades entre facciones, la ronda entraba a tallar
en ellos.
En temas que involucraban a la propiedad (herencia, contratos, deudas y a veces separaciones), el rol de la ronda como mediadora o árbitro era
evidente. Los hechos asumían una mayor relevancia y las soluciones necesitaban ser descritas con mayor detalle. No obstante, tales casos podían
ser riesgosos, ya que, de quedarse insatisfechas, las partes podían apelar
al Estado.
Cuando las partes de una disputa se rehusaban a respetar las reglas
del juego —cuando rechazaban la conciliación, negaban su responsabilidad, se resistían a reparar los daños o desdeñaban la negociación, y al
hacerlo le daban la espalda a la comunidad y a su ronda—, la organización respondía enérgicamente, a veces con dureza. Esto en ocasiones traía
consecuencias no solo para aquellos que estaban siendo castigados, sino
también para los líderes y la organización en su conjunto.
En los casos donde la justicia rondera era más exitosa, sus logros reflejaban no solo su sabiduría sino también su voluntad de colaborar con
otras instituciones de la vida campesina. Lo que surgió en muchos caseríos
fue una división del trabajo: los asuntos en los que el poder coercitivo de
la asamblea era importante eran manejados por la ronda; los que demandaban una mediación más discreta podían ser asumidos por el juzgado
de paz o los conciliadores informales; y los crímenes más serios, como el
homicidio, eran derivados por la ronda directamente al Estado.
Dirigentes de Rondas Campesinas.
Capítulo 6.
Entre vecinos hay que arreglar
Marcos Díaz y Roberto Ruiz, mejores amigos, rondaban en el mismo grupo. Roberto estaba comprometido con la hermana de Marcos y solía pasar
la noche en casa de su amigo con su prometida. Una noche en 1989, ambos se encontraron en la casa de un tercer amigo para tomar unos tragos
juntos. A tempranas horas de la madrugada, Marcos se había embriagado
hasta el atontamiento y Roberto, levemente más sobrio, se dirigió a casa
de su amigo para pasar lo que quedaba de la noche con su futura esposa.
Al encontrar que ella no estaba allí, se acostó en la cama de la esposa de
Marcos mientras esta dormía. Antes del amanecer, encendió su linterna,
agarró la radio de Marcos y se dirigió a la puerta. El hijo de Marcos se
despertó con la luz y lo reconoció.
A la mañana siguiente, Marcos llegó tambaleando a su casa. Al enterarse de lo ocurrido, acudió al presidente del comité de ronda. La acusación
de Marcos era doble: en primer lugar, Roberto había dormido con su esposa; en segundo, había robado su radio. Pero su dolor era más profundo:
Roberto había traicionado su confianza y amistad.
La noche siguiente, la comunidad se reunió en asamblea. Según un
rondero:
Roberto llegó a casa de Marcos, abrió la puerta, se quitó el poncho, y se metió
a la cama junto a la esposa de Marcos. Ella es completamente sorda y estaba
muy oscuro, así que no protestó. Para ver dónde estaba la radio, Roberto
buscó con su linterna. Por ella, el hijo mayor de Marcos lo reconoció. Marcos
158 | John S. Gitlitz
fue a la ronda y presentó su acusación. Fue bastante abierto al respecto. Dijo
que Roberto se había acostado con su esposa. Toda la comunidad se reunió
y capturó a Roberto. Roberto confesó inmediatamente. El presidente de la
ronda lo interrogó y él no negó lo ocurrido. Dijo que sí había tratado de
tener relaciones sexuales, pero que como estaba borracho, no había podido
hacerlo. Sin embargo, la esposa de Marcos dijo que esto sí había ocurrido,
así como el hijo de Marcos, quien dijo haber escuchado el chirrido de la
cama.
La gente estaba bastante molesta. Las mujeres reprendían a la esposa
de Marcos: “¿Cómo no has reconocido que no era tu esposo? ¡Roberto es
lampiño y Marcos es barbudo!”.
Roberto fue acusado de dos crímenes, sexo ilícito y robo, y por más
que admitió voluntariamente su culpa, lo que había hecho no podía ser
fácilmente perdonado. La comunidad estaba furiosa. Aun así, Roberto era
el mejor amigo de Marcos y el novio de su hermana. El problema era cómo
equilibrar el castigo con el perdón.
Luego de un acalorado debate, la asamblea votó a favor de sancionar
a Roberto con lo que se llama “cadena ronderil”: una noche de ronda y un
día de trabajo público en cada una de las tres comunidades: San Luis, en la
que él vivía, y los dos caseríos vecinos.
Al final, apenas castigaron a Roberto. Tres noches de ronda y tres días de
trabajo en tres comunidades. Por supuesto, primero lo hicieron hacer ejercicios, planchas, pero no lo penquearon. Luego fue enviado a rondar, pero
sin llanques, descalzo. Y sin su cinturón. Le gustaba usar ropa que fuese un
poco grande, así que tuvo que rondar y trabajar con una mano sujetando
sus pantalones.
La cadena ronderil era un castigo común para el mal comportamiento. La participación de varios caseríos daba mayor peso a las decisiones
comunales, aumentaba la vergüenza y hacía del castigo algo más aterrador.
Después de todo, en la propia comunidad los compañeros del inculpado
solían distanciarse un poco del problema. Eran sus amigos y tenían que
vivir con él. Ellos le brindaban una mano al no ser tan severos con él. Las
otras comunidades, en cambio, se sentían menos obligadas a hacerlo.
6. Entre vecinos hay que arreglar| 159
Por tal motivo, la cadena ronderil siempre era cuidadosamente documentada. El presidente de la ronda local enviaba una notificación oficial u
oficio a sus homólogos, solicitando apoyo y cooperación y exponiendo las
razones y condiciones del castigo. Una comisión de ronderos era designada para escoltar al acusado a la frontera con el caserío vecino, donde otra
comisión esperaba al prisionero. Ambas firmaban un documento formal,
anotando cómo debía ser este tratado y testificando por su bienestar físico.
El mismo proceso se repetía cuando el cautivo era entregado al siguiente
caserío, y así sucesivamente, hasta regresarlo a su comunidad de origen.
Curiosamente, el oficio mencionaba únicamente el robo, y no la agresión sexual.
Es nuestro placer dirigirnos a su honorable persona para informarle que
tenemos un prisionero bajo el nombre de Roberto Ruiz. Dicho prisionero
entró a una casa y robó una radio Nivelco 360. Por tal error lo hemos
castigado aquí en nuestro caserío y después de eso lo hemos pasado a
Pencabamba, donde completó el castigo de una noche y un día, y le rogamos
señor Presidente recibir al prisionero en su comunidad para que complete
su castigo durante 24 horas, un día y una noche, y así devolverlo a nosotros
el domingo a las 5PM en el lindero entre nuestros caseríos. Por esa razón
le solicitamos que su castigo sea ejercicios y trabajo, de acuerdo con los
estatutos bajo su posesión.
En el caserío vecino de Rosapampa, la ronda decidió interrogar a Roberto nuevamente y, quizás de manera un poco más brusca que sus compañeros de caserío, logró que admitiese lo que anteriormente había negado:
que sí había satisfecho sus deseos sexuales con la esposa de Marcos. Es más,
Lograron que admita otro robo de siete paneles de calaminas destinados
al techado de una iglesia de aquí. Las había vendido a su hermana, quien
estaba construyendo su propia casa. Se enteraron porque preguntaron. No
se nos había ocurrido a nosotros.
Para los ronderos de Rosapampa, lo que importaba no era tanto reconstruir las relaciones sociales o preservar la amistad entre Roberto y
Marcos, sino que el primero fuera castigado por el crimen cometido. Pero
no era su responsabilidad castigar a Roberto; esa prerrogativa pertenecía
160 | John S. Gitlitz
a San Luis. Furiosos, enviaron un oficio protestando por la levedad de su
castigo.
[…] si es el caso que usted tiene la certeza de que él cometió el crimen, entonces no estamos de acuerdo con que se resuelva con una sanción tan pequeña como esa, porque ese es el castigo que les damos a los campesinos que
faltan a las rondas. No le han dado el castigo reservado para ladrones […].
Aun así, Rosapampa no insistió en el asunto y cinco días después de
que Roberto se acostase con la mujer de Marcos, fue devuelto a los ronderos de San Luis. El último documento referente al caso dice que “su castigo
fue administrado por el crimen de robar una radio”. No hubo mención
alguna al encuentro sexual.
En la opinión de los ronderos, el asunto fue bien manejado: Roberto
admitió su culpa públicamente, se disculpó y rogó perdón; la radio fue
devuelta y el robo remediado; hubo un castigo, pero no severo; Marcos
perdonó a Roberto; y los aspectos más vergonzosos fueron excluidos del
registro oficial. El fastidio del caserío vecino se disipó, y un delito que
pudo haber causado rencor y amargura fue relegado al pasado. Roberto y
Marcos volvieron a ser amigos.
Disputas entre vecinos
Los problemas tratados más frecuente y exitosamente por las rondas eran
los que había entre vecinos. Abarcaban desde asuntos serios —triángulos sexuales, conflictos sobre recursos que podían terminar en violencia
y robos significativos—, hasta asuntos relativamente triviales —insultos,
peleas entre ebrios que herían egos más que cuerpos, desobediencias y
rebeldías de adolescentes, daños menores de mostrencos y asuntos parecidos. En general, las disputas entre vecinos eran más fáciles de resolver que
otros conflictos, menos peligrosas que las confrontaciones con los abigeos o
brujos (quienes tenían la capacidad de responder), y menos complejas emocionalmente que las querellas familiares, que combinaban lo sicológico con
lo material. Después de todo, los vecinos no necesitan ser amigos unos de
otros. Solo debían estar de acuerdo en reparar el daño y comportarse bien.
6. Entre vecinos hay que arreglar| 161
No obstante, los problemas entre vecinos podían ser difíciles. Las
personas involucradas podían estar profundamente enojadas. Por razones
emocionales y materiales, podían resistirse a conciliar. Lo que superficialmente parecía ser un incidente trivial, podía reflejar algo más complicado,
el producto de una enemistad duradera. Un encuentro violento entre dos
vecinos podía acabar en divisiones más profundas entre familias o facciones políticas.
Fundamentalmente, la capacidad de la ronda para resolver conflictos
dependía de tres factores: el éxito en negociar los compromisos morales y
pragmáticos que todos los involucrados debían estar dispuestos a aceptar,
aunque sea renuentemente y bajo presión; su habilidad para avergonzar o
de otra manera forzar a los litigantes a disculparse, reparar y perdonar; y
su voluntad o destreza para garantizar que los acuerdos fueran respetados.
Esto no fue siempre fácil: la ronda tenía a veces que ejercer una considerable presión social, e incluso recurrir a la fuerza. De este modo, existía una
cuarta condición para el éxito: la habilidad de la ronda para movilizar el
consenso efectivo de la comunidad, necesario para actuar.
El éxito de la ronda nunca estaba garantizado. Argumentos morales, intereses individuales, y disputas políticas podían interponerse en el
camino. La ronda tampoco podía dar por sentado que su autoridad sería
respetada. Los litigantes podían siempre acudir a otras instancias. Sabios
dirigentes sabían que la necesidad de reforzar la autoridad de la ronda
también estaba en juego.
Así, el resultado fue un proceso parcialmente legal, en el que las rondas buscaron determinar hechos, asignar responsabilidades y administrar
castigo en caso fuese necesario; en parte una suerte de negociación de paz
y en parte un avergonzamiento público.
Los conflictos entre vecinos caen dentro de tres categorías. La primera puede denominarse “problemas menores”. Estos incluyen una amplia
variedad de pequeños pero perjudiciales eventos, algunos tan insignificantes que pueden ser fácilmente ignorados, otros con el potencial de escalar
a discordias mayores. Para resolverlos, los dirigentes requerían paciencia,
una disposición a escuchar y una habilidad para ejercer presión social e
inducir a los litigantes a reconciliarse.
En conflictos que involucraban recursos reales —propiedades, contratos, deudas, etc.—, la reconciliación podía ser más difícil. Más que otros
162 | John S. Gitlitz
desacuerdos, ellos se aproximaban a juegos suma cero: la tierra dada a uno
le era negada a otro. Las partes insatisfechas podían desafiar a las rondas
y apelar a los tribunales, al igual que los tribunales podían verse tentados
a intervenir.1 Aun así, las rondas tenían ciertas ventajas: los ronderos conocían la tierra, su historia y a las personas involucradas. Además, podían
velar directamente por el cumplimiento de sus decisiones.
Hacer frente a los hurtos presentó distintas dificultades. Robar era
un crimen que tocaba la existencia misma del campesino. Despertaba en
sus víctimas ira y un deseo de venganza. Aun así, cuando el robo se daba
entre vecinos, era importante perdonar. Era necesario descubrir a los responsables y demostrar su culpa, para poder reconstruir los lazos comunales. El robo a veces ponía en relieve otras dificultades. Frecuentemente,
los ladrones no eran exactamente vecinos, sino personas conocidas por los
ronderos pero de caseríos cercanos, los cuales podían inclinarse a proteger
a los suyos.
Curiosamente, los libros de actas contienen relativamente pocas referencias a conflictos sobre propiedades, aunque ellas eran más comunes en
las historias que contaban mis informantes. Otros estudios sobre justicia
rondera han encontrado que los conflictos sobre propiedades son mucho
más frecuentes. Sin embargo, en lo que queda de este capítulo me centraré
en los otros dos: los “problemas menores” y los pequeños robos.
Problemas menores
A altas horas de una noche en 1998, estaba sentado en la casa del presidente de ronda en el caserío de San Andrés, cuando una mujer de mediana
edad se presentó en la puerta. Sin aliento y furiosa, por cerca de una hora
denunció a su vecina por robo: su ternero había desaparecido, ella lo había
dejado en el campo esa tarde y en la noche ya no estaba. Había escuchado
a alguien decir que otra persona lo había visto, aseguraba que su vecina
lo había robado, que su vecina la odiaba y que ese era el tipo de cosas que
ella siempre hacía. La mujer no paraba de hablar, lanzando acusaciones,
1.
Por ley, las disputas sobre la propiedad generalmente caen fuera de la competencia
de los jueces de paz y, para algunos campesinos por extensión, de las rondas.
6. Entre vecinos hay que arreglar| 163
repitiendo y contradiciéndose a sí misma. El presidente de la ronda escuchaba pacientemente, asintiendo con la cabeza por momentos, anotando
cuidadosamente sus acusaciones en un pedacito de papel. Cuando la mujer
hizo una pausa, la interrumpió en un tono que mezclaba simpatía con
escepticismo. “¿Está segura? ¿Estaba el ternero amarrado? ¿Alguien vio a
la vecina? ¿Tiene usted alguna evidencia?”. Ofreció entonces una opinión.
“Necesitamos evidencia. Mantenga los ojos abiertos, escuche lo que la gente dice, vaya abajo y pregunte por ahí. Si escucha cualquier información específica, venga a decirme. Mientras tanto, le diré a mi gente que indague”.
Satisfecha, la señora le agradeció profusamente y se retiró.
Riéndose, el presidente de la ronda se levantó y rompió inmediatamente en pedazos las anotaciones que había hecho. “No pasó nada. No
hubo ningún robo. Ellas se odian y cada cierto tiempo una viene aquí a
quejarse. Mi trabajo es escucharlas y ver que el asunto no se salga de control. Vamos a comer”.
Campesinos furiosos traían cualquier cantidad de conflictos a sus dirigentes. Los libros de los delegados están llenos de denuncias: insultos
reales o imaginados, pleitos entre borrachos, animales que entraban a propiedad ajena, dañando cercos y chacras, acusaciones de mal obrar —un
cuy envenenado, una fiebre causada por el hechizo de una bruja. Todos
estos actos eran debidamente registrados. La gran mayoría tenía poca importancia. “Se convirtió en un verdadero dolor de cabeza, la gente traía cosas mínimas y estúpidas, teniendo que involucrarnos en todo”. Muchos de
los conflictos podían ser y eran ignorados; otros eran resueltos al momento.
Por ejemplo, el conflicto entre María Chávez y Juana Bueno. Mujeres
mayores las dos, habían peleado por años y todos lo sabían. Una mañana,
María irrumpió en la casa de uno de los delegados de ronda y furiosamente
acusó a su vecina de haber envenenado a sus gallinas. Ese día, había visto
a Juana caminando sospechosamente cerca de su casa, y poco tiempo después sus gallinas murieron. Cuando confrontó a Juana, su vecina burlonamente negó los cargos. María demandaba que la ronda interviniese para
reparar el daño. El delegado de ronda no quería ser molestado y le sugirió
que fuera a la policía, quien por supuesto no demostró mayor interés que
él y la envió de vuelta a la ronda. “El jefe de la policía le dijo que lleve sus
problemas al presidente de la ronda, ya que las rondas son autoridades
también”.
164 | John S. Gitlitz
Arrinconado, el comité de ronda siguió los pasos de una investigación.
Se visitó la escena del “crimen”, se examinó a las gallinas muertas y se cuestionó a las dos mujeres, sus esposos y sus vecinos. No se encontró nada, ni
la más mínima evidencia de que los animales hubiesen sido envenenados.
Al final, se reunió a María y a Juana para un arreglo, aunque nadie
esperaba mucho.
Siendo las 8 de la mañana del día lunes 2 de junio de 1986, las dos mujeres
envueltas en la acusación de las gallinas se presentaron ante nosotros, y
como no encontramos nada, ambas acordaron que todo quedaba en paz
y prometieron que no iban a continuar con sus repetidas peleas. En caso
de que cualquiera se volviera a portar mal, cualquiera de ellas tendrá dos
noches de ronda y luego pasarle a disposición de la autoridad competente
conforme la ley.
Como era de esperar, el arreglo no funcionó. Ambas continuaron peleando, pero a nadie le importó.
Sin embargo, no todos los conflictos eran tan triviales. Muchos involucraban daños reales o profundos enojos; algunos eran los últimos incidentes de una larga historia, otros, un ejemplo más del mal comportamiento
de personas problemáticas. Lo que destaca en los registros de las rondas es
que en medio de cientos de denuncias, la gente realmente conflictiva era
escasa. Los mismos nombres aparecen una y otra vez, a menudo en conflicto con la misma gente.
Generalmente, no era tanto el incidente específico lo que debía ser
solucionado, sino más bien las relaciones subyacentes. Algunos problemas
más profundos, por supuesto, no podían ser resueltos —personas que se
odiaban continuarían haciéndolo. Pero las tensiones podían reducirse, las
barreras podían removerse, y todos los involucrados podían ser obligados
a comportarse bien. Convocados a asamblea, los ronderos se reunían formando un gran círculo, con las autoridades del caserío, el presidente de
ronda, el secretario, quizás el teniente gobernador sentados en una mesa
en el centro, y las partes del conflicto de pie frente a ellos. Usualmente,
no había necesidad de investigar; todos ya conocían los hechos o al menos
pensaban eso, y en cualquiera de los casos los hechos imaginados o reales
eran menos importantes que las dinámicas interpersonales. El presidente
explicaba el problema tal cual lo veía. Cada una de las partes se defendía
6. Entre vecinos hay que arreglar| 165
a sí misma, a menudo en arrebatos pasionales, con mayor interés en ventilar su ira que en llegar a un acuerdo. Luego, el presidente abría el debate,
invitando a todos a participar. Esto podía prolongarse horas. Casi nunca se
limitaba la atención al incidente en particular, sino también a las personas,
las familias involucradas y su historia. Con suerte y habilidad de liderazgo, un consenso emergía gradualmente. A los litigantes se les aconsejaba
dejar la ira de lado, reflexionar, perdonarse y reconciliarse. Las cuestiones
concretas eran negociadas cuidadosamente, las obligaciones articuladas en
mayor o menor detalle, según fuese necesario. Lo que realmente contaba
era el compromiso público de dejar el conflicto de lado, reparar daños y
comportarse bien. No todos cooperaban. Tragarse el orgullo y la ira era
difícil. Pero en el avergonzamiento público y, de ser necesario, en la aplicación de un poco de fuerza, la comunidad contaba con poderosas herramientas para imponer el acuerdo.
Los siguientes ejemplos fueron mas serios. Presentados en orden de
gravedad, surgieron de los celos que brotan de las relaciones sexuales. En
cada uno de ellos, a juicio de los ronderos, el problema no era la conducta
sexual per se —considerada un asunto privado—, sino los conflictos públicos generados por esas relaciones.
El caso de la dentadura perdida
Cuando todavía era joven, Héctor había dejado el campo en busca de
trabajo en la ciudad. Las cosas le habían ido bien. Diez años después, ya
era dueño de su propio negocio —transportaba comida de la sierra a la
costa—, había comprado una casa, se había casado y tenía hijos. Una o dos
veces al año regresaba a su caserío, tanto para lucir su nueva riqueza como
por negocios. Al poco tiempo, se consiguió una amante, un hecho bastante
comentado por la gente, pero que no fue visto como algo que requería de
la intervención de la comunidad. La verdad es que encontró dos amantes,
lo cual era un poco más sorprendente en un pequeño caserío de menos de
cien familias, pero aun así no hubo problema. Las dos mujeres se llevaban
bastante bien. El problema eran sus madres, quienes, profundamente
celosas la una de la otra, peleaban cada vez más en público. Pero había
otro factor bastante mencionado: una de las amantes tenía un hermano
homosexual.
166 | John S. Gitlitz
Un día, el hermano en mención y su madre se encontraban trabajando
en su maizal cuando la madre de la otra amante pasó cabalgando en mula.
Al poco tiempo, ambas estaban insultándose furiosamente. El incidente
se agravó, se fueron a los golpes y el hermano se involucró en la pelea. A
la madre que había llegado en mula, la otra la arrastró por el piso, provocando que su dentadura postiza se desprendiese y rompiese, o al menos
eso alegó. Ambas, furibundas, corrieron a la ronda demandando justicia.
Esa noche, la comunidad se reunió en asamblea y formó un gran círculo
alrededor de las dos mujeres y el hermano.
¿Qué se decidió? Me cuentan que las dos madres no fueron castigadas, al menos no físicamente. “No había necesidad. El solo hecho de
hacer que se paren ahí y admitir lo que habían hecho era castigo suficiente
[…] Al hermano le dimos cinco latigazos. ‘¿Por qué?’, pregunté. Porque
verdaderos hombres no se meten con ancianas. ‘¿Y las dos amantes?’. No
podíamos castigarlas. No habían hecho nada malo. ‘¿Y el comerciante?’.
No podíamos tocarlo [enfatizando] él ya no pertenece a la comunidad”.
El tono de voz me hizo pensar que le habían dicho que no regresase más.
Había sido desterrado.
Quedó, sin embargo, el problema de la dentadura postiza. La asamblea nunca determinó qué pasó con ella. Algunos me dijeron que, de hecho, se había roto; otros que la mujer que la usaba la había escondido y
que una semana después apareció con los dientes en su sitio. Inclinada
a creer que algo había sucedido con la dentadura, por más que no sabía
exactamente qué, la asamblea ordenó a la madre y a su hijo pagar por ella,
aunque la cantidad negociada resultó ser menor que su valor.
Algunos informantes me contaron esta historia con una risa apenas
contenida, pero el incidente no fue trivial. La cuestión de fondo era el comportamiento de las dos mujeres, quienes se habían dejado llevar por la ira.
Sin embargo, la asamblea se esforzó poco en aclarar los hechos. No hubo una
investigación, e incluso lo ocurrido con la dentadura no fue considerado lo
suficientemente importante como para esclarecerlo. El núcleo del conflicto
era el odio entre estas dos mujeres, y que los campesinos sintieran que la
asamblea ya sabía todo lo que necesitaba. El asunto fue resuelto, no a través
de una profunda reconciliación (lo cual era imposible), ni de la detallada
negociación de un acuerdo (aunque sí hubo algunas negociaciones sobre el
reembolso por la dentadura rota), ni de castigos severos (aunque el hermano
6. Entre vecinos hay que arreglar| 167
recibió un castigo ejemplar), sino a través del avergonzamiento público de las
dos ancianas, obligándolas a disculparse públicamente entre ellas. Me han
dicho que las dos siguen odiándose, pero que en público frenan su comportamiento. El problema que amenazaba a la paz comunal había sido resuelto.
Dos señoras resistentes
Paula Gómez era una “mujer fácil”; se creía que había tenido una serie de
romances con varios hombres casados. En 1983, Imelda Ruiz, tildándola
de prostituta, la acusó de haber seducido a su esposo, Benjamín López.
Paula huyó, intentó primero lanzarse a un precipicio, luego estrangularse
con un chal y finalmente amenazó con tomar veneno. La ronda, preocupada, notificó al subprefecto.
La mala sangre entre Paula e Imelda continuó. Ocho años después
de este incidente, en 1991, ambas discutieron en público, amenazándose
violentamente una a la otra. En esa ocasión sí intervino la ronda: el adulterio podía ser tolerado, mas no las intimidaciones violentas. Sin embargo,
cuando las dos fueron llevadas a la asamblea de ronda, su ira era demasiado intensa como para lograr una reconciliación. Aunque se les aconsejó
dejar de lado su odio, los insultos continuaron. Su resistencia a aceptar el
consejo de la asamblea, por otra parte, cambió el problema: ahora también
se estaba ante un caso de desafío a la autoridad de la ronda.
Los recuerdos de los ronderos acerca de lo que sucedió después varían.
No había consenso sobre quién era la culpable, un desacuerdo que puede
haber reflejado las divisiones entre facciones en el caserío. Según el teniente
gobernador:
Paula estaba en falta. Imelda es una buena persona. La asamblea decidió que
Paula debía ser castigada. Hubo un buen debate para ello. Ella fue castigada
por el comité de mujeres con latigazos y, luego, le tiraron baldes de agua y la
desvistieron en frente de toda la asamblea.
No obstante, no todo el mundo estuvo del lado de Imelda.
El presidente decidió que era Imelda quien había provocado la pelea, y quería que ella fuera castigada. Imelda estaba embarazada. Así que intervine,
168 | John S. Gitlitz
usando mi autoridad como teniente gobernador, diciendo que no, que no
era la culpa de Imelda. Paula había sobornado al presidente con huevos y
una gallina. La asamblea estuvo de acuerdo y ella [Imelda] no fue castigada.
Otros creían que ambas tenían la culpa por igual y recuerdan que las
dos fueron castigadas.
La asamblea las hizo correr dos vueltas alrededor del campo deportivo, y
salir a rondar una noche con las mujeres, porque no se les podía obligar a ir
con los hombres. Las mujeres las penquearon. Luego les tiraron agua para
que las heridas no se hincharan, en caso fueran a las autoridades estatales
a quejarse.
Pero el castigo no fue suficiente para resolver el problema. Los dirigentes de la ronda, exasperados, amenazaron con enviar el asunto a la
justicia ordinaria. Aparentemente eso funcionó, pues ambas aceptaron
cooperar. Según el arreglo:
Estando reunidos la directiva de rondas campesinas y el teniente gobernador
y así mismo el comité de sexo femenino […] se hicieron presente la señora
Imelda Ruiz de 32 años de edad […] Paula Gómez edad 39 años […] las que
tenían problemas y discusiones de palabras y amenazan la una contra la otra.
Y por no ser función de la ronda les dimos a conocer que las teníamos que
llevar a la ciudad de Chota, y al mismo tiempo rogaron no las enviemos a
las autoridades competentes y se comprometieron ambas partes no hacerse
problemas otra vez, y se manifestaron que ellas están de acuerdo tanto la
una como la otra parte que la primera que busque será sometida a una
sanción en cadena ronderil y una multa […] También se comprometieron
a no hacer problema a ningún directivo ni al teniente gobernador, tampoco
al comité de sexo femenino. De lo contrario se hará cumplir de acuerdo
con esta acta de arreglo […] Por lo expuesto de tales problemas haremos
prevalecer los derechos de las organizaciones ronderiles en coordinación
con las autoridades competentes de nuestra ciudad.
Como ya dijimos, el adulterio podía ser tolerado, pero no el conflicto
público. Lo que hizo a este ejemplo más difícil que el anterior era la resistencia de las dos mujeres a reconciliarse. Al continuar su disputa, también
estaban desafiando a la asamblea. La ronda respondió con el uso de tres
6. Entre vecinos hay que arreglar| 169
herramientas para aumentar la presión: la fuerza física, tanto para ejercer
presión como para castigar; la amenaza de enviar el caso a los tribunales; y
la amenaza de un castigo futuro. Aparentemente esta estrategia funcionó:
las dos continuaron odiándose, pero se portaron mejor.
El caso es notable por dos razones adicionales. En primer lugar,
está la relación de la ronda con el Estado. Cuando Paula amenazó con
suicidarse, preocupada por el riesgo que ello suponía, la ronda refirió el
problema al subprefecto; años más tarde, fue la amenaza de enviar el caso
a los tribunales lo que llevó a las dos mujeres a un acuerdo; y mientras el
arreglo afirmó la independencia y autoridad de las rondas, también hizo
hincapié en el compromiso de coordinar “con las autoridades competentes”.
En segundo lugar, está la referencia a la corrupción en el relato de un
informante —Paula habría sobornado al presidente de la ronda—, que no
fue repetida por nadie más.
El apuñalamiento
Benjamín López, esposo de Imelda, era un mujeriego. Tres años antes, en
medio de su larga relación con Paula, había tenido otro romance, esta vez
con Margarita Díaz. Como resultado, Imelda se había peleado con la madre de Margarita, Rosa, una anciana de 75 años. En diciembre de 1988, la
familia de Rosa acusó a Imelda de haber atacado a su madre con una hoz,
hiriéndola en la cabeza, piernas y nalgas.
Que Rosa hubiera sido apuñalada complicaba la situación. Las leyes
peruanas reservan cualquier caso que involucre un daño físico serio a la
justicia del Estado. Si las rondas no notificaban a las autoridades estatales, si las heridas se infectaban, o peor aún, si Rosa moría, las rondas
podían tener una responsabilidad legal. Muchos opinaron que el caso era
muy peligroso como para que las rondas lo manejasen: debía ser enviado
directamente a los tribunales. Otros objetaban. El ataque de Imelda era
inaceptable, pero sus celos eran comprensibles. Merecía ser castigada, pero
solo por la comunidad.
Esta última era también la postura del hijo de Rosa, Marcos. Él pensaba que llevar el caso a los tribunales sería costoso, que el resultado era
impredecible y que además no curaría las heridas de su madre. Lo que se
lograría al mandar a Imelda a la cárcel era dejar a su familia huérfana.
170 | John S. Gitlitz
Después de todo, su esposo estaba teniendo un romance. Según Marcos,
Imelda debía recibir solo un castigo leve, pero debía pagar el tratamiento
médico de su madre.
El argumento de Marcos ganó. La asamblea lo aceptó, y también
Imelda. Ella se disculpó públicamente, rogó perdón, y prometió pagar y
comportarse mejor.
No obstante, no todos pensaron que esa era la decisión correcta. Un
rondero indicó que el asunto debió ser llevado a los tribunales y cuestionó
los motivos de Marcos.
Imelda había apuñalado a la madre de Marcos, a Rosa, una anciana, dos veces
con una hoz. Su madre había estado recogiendo hojas de penca, e Imelda
pasó por ahí y le gritó: “Vieja alcahueta”. La anciana respondió de la misma
manera e Imelda fue tras ella, clavándoselo en el trasero. Dos centímetros de
profundidad. Por suerte, ella se vestía con polleras. De haber estado vestida
como se visten hoy en día las mujeres, solo con una falda o pantalón, la herida
hubiera sido más grave. Yo era presidente de la ronda en ese tiempo. Con el
teniente gobernador fui a su casa para ver las heridas de la anciana. Había
un montón de sangre y le lavamos bien la herida con alcohol. Pero Marcos
no quería mandarla al hospital. Eran al menos un 20 por 20, 20 días en el
hospital y 20 en la casa descansando.2 Convocamos a Imelda para que pague
los costos de su curación y para que arregle el asunto con Marcos. Lo hicieron
delante de la asamblea. Sin embargo, era una mala justicia porque la ronda
o juez o teniente gobernador solo tiene derecho para determinar hasta un
diez por diez. Tuvimos suerte de que nadie nos acusara. En la asamblea había
opiniones diferentes. Algunos decían que no debíamos resolverlo aquí, que la
señora tenía que ir a la cárcel, especialmente porque el metal estaba oxidado.
Pero Marcos no quería eso. La señora fue castigada, dos por dos. Marcos era
un poco alcohólico y la señora le prometió pagar el dinero. Pensó que con
ello iba a poder comprar medicina y tener lo restante suficiente para comprar
alcohol. Eso pasó hace tres años, y la señora aún cojea.
El vicepresidente de ese entonces estuvo de acuerdo con lo anterior:
“En este caso, nuestra justicia estuvo mal”.
Los conflictos arraigados en las pasiones, las frustraciones, los odios,
los celos —sin mencionar el chisme— de aquellos que, sin embargo, deben
2.
Por ley, más allá de un diez por diez constituye un crimen y no un delito menor.
6. Entre vecinos hay que arreglar| 171
vivir juntos, son el pan de cada día en las pequeñas comunidades y constituyeron los más numerosos presentados a las rondas. Los campesinos consideraban que una solución era buena y justa, no tanto cuando el castigo se
ajustaba al crimen, sino cuando, sin violar sensibilidades morales básicas,
se reparaba el daño y se permitía a la comunidad vivir en paz. Los vecinos
no necesitaban caerse bien entre ellos, pero tenían que tratarse con respeto
y saber comportarse. En caso contrario, eso requería una disculpa pública
y pedir perdón, algo solicitado por la comunidad.
Los hechos específicos eran menos importantes que la sensibilidad hacia las personas involucradas. Los problemas debían ser situados en función
a sus historias y contextos sociales. Para reunir a los litigantes, la ronda
tenía dos herramientas: la mediación, ya fuera a través de dirigentes individuales, de los comités de ronda o de la asamblea del caserío; y la presión social. El poder de avergonzar públicamente a alguien, de hacerle decir frente
a sus vecinos, “Yo actué mal y lo siento”, era fundamental. No obstante, a
veces era necesario utilizar medios más fuertes. La ronda podía amenazar
con imponer una sanción más drástica —multas, trabajo comunitario, castigos físicos. Sin embargo, recurrir a la violencia era algo poco frecuente y
limitado. No he encontrado instancia alguna en que fuera excesiva.
Me he topado con algunos casos en los que los ronderos criticaban decisiones particulares de las rondas, afirmando que no habían actuado bien
ni con prudencia, o sospechando que había un grado de corrupción. Sin
embargo, para la gran mayoría de informantes lo dispuesto por las rondas
era justo y efectivo. La queja más común era que resolver tantos conflictos
menores se convertía en un “dolor de cabeza”.
Un robo pequeño
Siempre hubo pequeños robos. Las rondas salen; a veces descubren al
ladrón; a veces no. Es difícil. Cuando efectivamente encontramos a los
ladrones, hacemos que devuelvan lo que han robado: el cuy, la gallina, fuese
lo que fuese, o su valor. Y tenían que pagar una multa. El castigo es hacer
cadena ronderil, patrullar cuatro o cinco noches en diferentes comunidades.
Nosotros hacemos lo mismo a cualquiera que robe cosechas de los campos.
En la mayoría de los casos, son castigados, pero siempre aconsejándoles que
cambien sus costumbres.
172 | John S. Gitlitz
Por ejemplo, el caso de una gallina, un robo entre vecinos. Alguien viene a la
ronda y dice que le han robado, y eso ha pasado ya un número de veces. Le
preguntamos: “¿De quién sospechas?”. Tenemos técnicas. Organizamos una
búsqueda de casa en casa. Nos dividimos en grupos. Un grupo va a una casa,
otro a otra, y así sucesivamente. En este caso, fuimos de casa en casa, pero no
descubrimos nada. Así que cambiamos de táctica. Empezamos a amenazar.
“Sabemos quién es, lo vamos a sentenciar a hacer cadena ronderil”. Al día
siguiente, la gallina apareció, pero nunca supimos quién lo hizo.
O por ejemplo, la pérdida de un chancho. Algunas veces lo resolvíamos, algunas
veces no. Los ronderos, incluso los más flojos, todos salían a la búsqueda. La
ronda hace lo que sea que la asamblea decida. Algunas comunidades son más
estrictas, otras no tanto. Algunas solían castigar a los ladrones; los hacían
cargar piedras pesadas. Otras los azotaban. En mi comunidad, castigábamos
menos. Quizás era porque todos trabajábamos con la Iglesia. Nuestros castigos
eran menos severos, tal vez cinco latigazos, o ejercicios, planchas, cosas así.
Las zonas difieren mucho entre una y otra. Algunas son muy estrictas, otras
menos, algunas entre ambas. Pero han impuesto orden. Pampa, por ejemplo,
ese caserío ha sido muy severo, bañando en agua helada a gente a medianoche,
haciéndolos participar en cadena ronderil, algunas veces descalzos, durante
una semana o dos. Nunca he visto bañar a nadie; es la decisión de las bases.
Tal vez es porque nunca me gustó ver ese tipo de cosas.
Cuando las noticias de un robo serio llegan a la base o a la zona, formamos
grupos para investigar. Estos grupos deciden cómo se va a actuar. Primero,
hay un grupo que intenta convencerlos para que confiesen, hablándoles,
haciendo que vean sus errores, para que confiesen por su cuenta. Y un
montón de personas sí admiten lo que han hecho, un poco porque hay una
especie de promesa que no serán castigados más adelante. Y esa promesa
debía ser guardada y cumplida. Pero si no confesaban, los pasábamos a
otro grupo. En cada zona existen bases que son más severas y otras que
no lo son tanto, y en cada base hay personas que son más severas, que
cuando capturamos a un abigeo, piden que se les entregue. Por lo que les
entregaríamos a los ladrones. Dos o tres horas después, regresarían con
un acta y una confesión escrita. Luego de ello, llevamos al ladrón ante la
asamblea. Le preguntamos al dueño qué quería de nosotros. A veces eran
demandantes, otras veces entendían y eran compresivos, pidiendo la mitad
del valor o dejándolo a discreción de los dirigentes. A veces, el acta también
especificaba que el ladrón prometía no ir donde la policía. O lo que había
eran amenazas —si vas donde la policía, tu castigo va a ser mucho peor
6. Entre vecinos hay que arreglar| 173
porque la policía no será capaz de protegerte siempre. (Víctor Luna, ex
presidente de la Central Única de Rondas Campesinas de Hualgayoc)
A pesar de la fama de su lucha contra los abigeos, lo más común era
solo el pequeño robo entre vecinos. A diferencia del robo de una vaca o de
un caballo, el de una gallina, un cuy, unas cuantas manzanas del huerto
o una bonita blusa del tendal de ropa no era gran cosa. Pero una buena
radio, una bomba de riego o un panel solar podían valer unos cientos de
dólares, una porción considerable del ingreso anual de la mayoría de las
familias campesinas.
La distinción entre lo que yo llamo pequeño robo y robo (el abigeato,
por ejemplo) no es tanto el valor de lo sustraído, sino el contexto social. El
pequeño robo es un acto entre vecinos, cometido por ladrones que no son
profesionales. Los abigeos, en cambio, son ladrones por costumbre que se
ganan la vida mediante el robo, y que rara vez provienen del mismo caserío
donde cometen sus fechorías.
Por otro lado, en las historias sobre robos que cuentan los ronderos,
siempre hay un poco de mito. Algunas frases se repiten cada cierto tiempo:
“Nosotros siempre preguntábamos: ‘¿Robó por costumbre o por necesidad?’”; “Él era un ladrón, pero ahora es un leal rondero”. Una vez salí a
caminar con un dirigente de los primeros años que me contó lo siguiente:
¿Ves esa casa? Hace un par de años nosotros los ronderos la construimos.
El dueño solía ser un ladrón. Lo habíamos capturado y castigado un par
de veces. Así que en una asamblea le preguntamos: “¿Por qué continúas
robando?”. Y respondió: “Porque soy muy pobre. No tengo tierra, ni casa,
ni familia”. No tenía opción. Tenía que robar para sobrevivir. Por ello,
decidimos que le íbamos a dar un poco de tierra y construir una casa para él,
pero a condición de que prometiera ante toda la asamblea que no volvería a
robar. Funcionó, y ahora es un leal rondero.
La historia tiene un aire de fábula, casi demasiado buena para ser
cierta. Claramente, busca transmitir una lección acerca de qué son las rondas o qué deberían ser. Al tratar el robo como un problema existencial a
ser resuelto con generosidad y perdón, buscando las causas que subyacen
tras él en lugar de sus razones específicas, las rondas abrían sus brazos a
174 | John S. Gitlitz
un malhechor, quien respondía uniéndose nuevamente a la comunidad.
Implícita pero tácita era la comparación: esto era algo que la justicia del
Estado era incapaz de hacer.
La historia tiene un significado más profundo. Situar el delito en su
contexto era importante. A veces, los ladrones eran simplemente eso, ladrones, a lo sumo personas a ser disuadidas, pero el hurto podía ser la manifestación de otras cosas: una broma de adolescentes, la venganza por un
amor no correspondido, el ojo por ojo de los conflictos diarios, una expresión de envidia, e incluso un abuso del poder. Eran las causas subyacentes
las que debían ser tratadas.
Los adolescentes a menudo eran un problema. En las actas encontré
quejas sobre ellos por borracheras y peleas, propuestas sexuales inapropiadas, destrucción de infraestructura escolar y, comúnmente, hurtos menores —manzanas de un huerto, un poco de leña. Sin embargo, el robo es
robo, por más que el ladrón sea menor de edad y que lo extraído no tenga
mucho valor. Como el resto, los adolescentes de quienes se sospechaba eran
llevados a la asamblea para que confesasen y reparasen lo hecho. Para los
ronderos, el robo adolescente era una cuestión de control de los padres. En
1992, Alonso, un adolescente bajo el cuidado de su tío, hurtó unas hojas
de cactus empapadas en agua que se utilizan para fabricar soga. Cuando la
ronda lo capturó, admitió lo que había hecho. Sin embargo, para la asamblea, el problema real era el fracaso de su tío en mantenerlo bajo control.
Tal cual figura en el acta, la asamblea ordenó impartir un “pequeño castigo” (probablemente una leve paliza) al tío —no a Alonso—, y que fuese el
propio Alonso quien lo administrase.
Para los campesinos, robar era una afrenta tanto para la comunidad
como para la víctima. Confrontar a los ladrones era de lo que se encargaban
las rondas, ser severas con los ladrones era parte de su imagen. Los ladrones
se enfrentaban a la ira de la comunidad y a invocaciones furiosas para su
castigo. Sin embargo, la ira también debía ser dejada de lado. Cuando el
ladrón y la víctima eran vecinos, el delito de uno contra el otro siempre
representaba “los riesgos de represalias y de escalar progresivamente hacia
el conflicto”.3 Que el robo era intolerable debía ser fuertemente afirmado,
3.
Tavuchis 1992: 17.
6. Entre vecinos hay que arreglar| 175
pero sin dejar los resentimientos irresueltos. Los infractores debían ser
reintegrados a la comunidad.4
Una vez descubierto un robo, las rondas tenían la obligación de actuar
rápidamente. En las actas, cuadernos de acusación y entrevistas encontré
referencias a numerosos problemas entre familias y vecinos que no tuvieron
respuesta. Sin embargo, solo hallé un caso de robo en el que la ronda falló al
no intervenir prontamente, y en esa instancia el jefe del grupo fue castigado.
Los dirigentes preguntaban a las víctimas de quién sospechaban, buscaban
testigos y hablaban con los vecinos. A veces esto era suficiente. A menudo,
las víctimas identificaban a los ladrones, porque sospechaban de parientes o
vecinos, o porque ellas mismas silenciosamente buscaban pistas o testigos.
Si el robo resultaba más complicado, la ronda podía mandar una notificación formal a los caseríos vecinos o transmitir noticias acerca del hecho en
estaciones de radio provinciales. Podía conducir búsquedas, dividiendo a las
personas en grupos e indagando casa por casa. “Cualquiera que se rehusara a
dejarnos entrar, inmediatamente era sospechoso del crimen”.
Una vez identificado, el sospechoso era capturado e interrogado. En
los casos de robo, los hechos eran importantes. La culpabilidad del sospechoso debía ser demostrada; además, la revelación de los hechos ayudaba a
presionar a los sospechosos renuentes a cooperar o a identificar cómplices.
Pero el principal propósito de estas “investigaciones” era obtener una confesión, la admisión oficial de “Yo lo hice y lo siento”, y así empezar con el
proceso de limpieza.
Con el tiempo, las rondas desarrollaron múltiples técnicas para desenmascarar a los ladrones, algunas sofisticadas, otras duras, muchas imitadas
de la policía. A veces era suficiente con que los sospechosos fuesen puestos
a un lado e interrogados. Los dirigentes de ronda cuentan de casos en los
que los sospechosos eran encerrados durante toda la noche, a manera de
4.
“Porque al mismo tiempo representan (y recrean) infracciones consumadas e intentos de recuperar la membresía, quienes inequívocamente enuncian la existencia y la
fuerza de supuestos compartidos que autorizan arreglos sociales existentes y demarcan límites morales. Una disculpa por lo tanto se dirige a un acto que no se puede
deshacer, pero que no puede pasar desapercibido sin comprometer la relación actual
y futura de las partes, la legitimidad de la norma violada, y la red social más amplia
[…]” (Ibíd.: 13).
176 | John S. Gitlitz
invitarlos a reflexionar sobre sus errores (o quizás sobre lo que había reservado para ellos), y luego eran silenciosamente engatusados a admitir
lo que habían hecho. A veces la ronda se separaba en grupos, algunos
conocidos por su habilidad para construir lazos de confianza, otros por
su habilidad para intimidar. Si había más de un sospechoso, estos podían
ser cuestionados por diferentes grupos con el fin de buscar contradicciones, o el mismo sospechoso podía ser interrogado por diferentes grupos
con el mismo propósito. Con frecuencia, los sospechosos eran enviados
a rondar una noche entera. Caminando horas en la oscuridad, a menudo
descalzos, rodeados de vecinos y otras personas hostiles que lo cuestionaban sin descanso, quizás siendo golpeados o sumergidos en agua fría, no
era fácil resistirse. Aquellos que sí lo hacían, podían ser asignados a la más
intimidante cadena ronderil, rondando dos o tres noches seguidas en una
serie de caseríos vecinos.
En 1985, por ejemplo, Pedro Condori sufrió un robo menor. Él sospechaba de un familiar que habría actuado en complicidad con otras
personas. Los sospechosos fueron capturados y obligados a rondar, cada
uno con un grupo de ronderos diferente, quienes los interrogaban e instaban a confesar. Al día siguiente, fueron presentados a las autoridades de
ronda, confesaron su delito, se humillaron y rogaron perdón.
La presión por confesar era intensa. Las amenazas de violencia estaban
siempre presentes, y si los sospechosos se rehusaban a cooperar, estas se
convertían en realidad. En 1983, cuando Telmo Vargas robó una oveja a
su sobrina, ella investigó por su cuenta, encontró a su tío con el cadáver del
animal, y se acercó a las autoridades ronderas. Debido a que el tío negó su
culpa, fue llevado a un lado y golpeado, lo que el acta describe con inusual
(aunque aún mínimo) detalle.
Cuando la ronda lo había capturado, el teniente gobernador y el agente lo
llevaron a un lugar tranquilo para castigarlo. El teniente gobernador le pegó
con un palo y el agente lo azotó con su correa. El teniente gobernador lo
entregó luego a las rondas. Este ordenó a los grupos que lo trajeran de vuelta
a la oficina del agente a las ocho de la mañana para firmar un arreglo con
la víctima.
Nótese que fue el teniente gobernador, y no la ronda, quien administró
en este caso el castigo.
6. Entre vecinos hay que arreglar| 177
En aquellas raras ocasiones en las que los ladrones obstinadamente se
rehusaban a confesar, la ronda podía ser más contundente, como ocurrió
en el siguiente robo de unos sombreros de paja.5 El caso era lo suficientemente importante como para que cuatro informantes diferentes lo describan al detalle. A pesar de que los relatos difieren sutilmente, la historia
básica es similar. Según el más pintoresco:
Trece sombreros fueron robados de una casa justo en el centro de la ciudad.
Al principio, no había ninguna pista, ningún sospechoso. Pero una semana
más tarde surgió otro problema, rumores de una mujer casada que estaba
teniendo un romance —habían sido vistos por un tal Pancho. La señora acusó
a Pancho de esparcir rumores maliciosos. La ronda capturó a Pancho, y Pancho dijo en su cara que la había visto con otro hombre. Ella lo negó, y nadie
sabía si era cierto. Sin embargo, era necesario castigar a Pancho por chismoso,
y además, todos sabíamos que era un ladrón, aunque no teníamos pruebas.
Por lo que la ronda lo llevó a un lado y empezó a penquearlo con el fin de
que confiese lo que había robado, y empezó a hablar. Admitió que había
robado los sombreros, pero dijo que solo lo había hecho a petición de
Gualter. Gualter era el hijo de Aníbal Carmona, el brujo. Él era un hombre
muy peligroso, un abusador vengativo.
El caso ahora pasó al comité de ronda. Los dirigentes pidieron leer la
confesión firmada de Pancho. Luego ordenaron que Gualter fuese detenido.
Fue capturado y llevado esa noche a ser interrogado, cerca de la frontera con
San Felipe. Todo el mundo vino. Gualter y Pancho fueron puestos cara a
cara. Pancho le dijo: “Tú me hiciste robar”, Gualter negó todo, pero Pancho
insistía que había dicho la verdad. Y llegamos a la conclusión de que ambos
eran culpables.
Todos teníamos miedo de Gualter; cuando te odiaba, siempre buscaba la
manera de vengarse, por lo que la estrategia fue la siguiente. El presidente
dijo: “Quiero dar la bienvenida a los compañeros [de la parte alta] de San
Felipe”. De hecho, no estaban ahí, estábamos disfrazados. La ronda había
5.
Un robo de sombreros puede parecer algo trivial, pero en la sierra norte del Perú los
sombreros tejidos de paja son probablemente lo más costoso que hay en el armario
de un campesino. Un buen sombrero de tejido apretado puede llegar a costar de 30
a 300 dólares.
178 | John S. Gitlitz
nombrado a una comisión de 20 ronderos que estaban escondidos en San
Felipe, y llegaron ahora haciendo mucho ruido. El presidente habló: “Les
pido a mis compañeros de arriba que guarden silencio, por favor. Los hemos
convocado para disciplinar a estos ladrones por el robo de tantos sombreros”. Pretendían ser de caseríos conocidos por ser duros.
Los ronderos llevaron a Gualter 200 metros por el camino, a donde el
río forma una especie de piscina. Se llevaron a los dos, azotándolos, y los
lanzaron al agua. Por 20 minutos, siempre diciéndoles que cambien sus
maneras. Pancho dijo que lo sentía, pero Gualter era muy macho. Después
de eso, fueron traídos nuevamente a la asamblea, el secretario leyó el
registro de todo lo que habían dicho, que Pancho había pedido perdón, pero
que Gualter había sido terco, y que se les ordenó devolver los sombreros
o pagarlos. Luego se les dio un castigo: una noche de ronda y un día de
trabajo comunitario. Después, Pancho se convirtió en un buen rondero,
pero Gualter siempre era un problema.
Ha que tener en cuenta el castigo. Ambos fueron tratados con dureza
para hacerlos confesar, pero luego de ser encontrados culpables por la
asamblea, apenas fueron castigados.
Otro rondero cuenta la historia de una manera ligeramente diferente:
Nosotros estábamos investigando a Pancho por otro robo. Lo habíamos
bañado en agua helada y ahora lo teníamos en la casa rondera, cuestionándolo
gentilmente, y él soltó todo. Era verdad. Él también había robado los
sombreros, pero lo había hecho con Gualter. Dijo cómo había entrado a la
casa, trepándose por el balcón. Se habían llevado 13 o 15 sombreros. Pancho
los había robado y se los pasó a Gualter, que huyó y solo le dio dinero por
uno de los sombreros.
Nosotros inmediatamente capturamos a Gualter, pero no lo admitía. Dijo
que pagaría por ellos, pero negó haberlos robado. Convocamos a las rondas
[de muchos caseríos], y realmente lo penqueamos. Le sacamos la piel. Pero
aun así, no confesó y nos acusó a la policía.
La víctima concuerda:
Gualter no admitió nada, absolutamente nada. Le dieron su buena paliza,
y luego Gualter demandó a la ronda. Él no quería confesar. No podíamos
6. Entre vecinos hay que arreglar| 179
sacar nada de él. Salió libre. Pero la policía le dijo a los ronderos: “Van a ir
a la cárcel. Ustedes se juntan, acuerdan en cómo se va a pagar para que lo
curen, o se van a la cárcel”. Gualter les sacó 80 soles. Se suponía que me iba a
pagar [por los sombreros], y no me ha dado siquiera diez soles.
Para Pancho, la paliza fue suficiente. Admitió su culpa, rogó perdón
y fue disculpado. De acuerdo con los campesinos, nunca volvió a robar.
Pero Gualter, abusador del pueblo, hijo de un poderoso brujo, se resistió.
En su caso, no se llegó a un arreglo, no hubo reparaciones ni perdón, y fue
la ronda la que se metió en problemas con la ley.
Las confesiones obtenidas por la fuerza son un anatema para la justicia occidental. Las leyes peruanas especifican que las confesiones deben ser
corroboradas con evidencia independiente, y que las obtenidas a la fuerza
son inadmisibles como prueba legal. En la práctica, sin embargo, los jueces
rara vez cuestionan cómo se ha obtenido la evidencia —un hecho que los
ronderos rápidamente señalaron. Sin embargo, es probable que exista una
diferencia. En los juzgados del Estado, las confesiones proveen las pruebas
necesarias para sentenciar a un sospechoso a prisión. Agredir y golpear
para obtener una confesión a menudo puede resultar en el encarcelamiento
prolongado. En las rondas, en cambio, la confesión es el primer paso para
lograr el perdón, pasando la responsabilidad a la víctima y a la propia comunidad, para que ella perdone.6
Una vez que confesaba, el sospechoso era presentado a la asamblea,
donde se le pedía admitir su culpa nuevamente, ahora de manera pública y
en voz alta. Tenía que rogar por el perdón. También se le pedía reparar el
daño cometido con su robo. El monto estaba sujeto a negociación, tomando en cuenta lo que el ladrón podía pagar. Para purgar su culpa, algún
castigo podía ser necesario, aunque este solía ser simbólico y relativamente
suave: “ejemplar” en palabras de los ronderos. El esquema mostrado anteriormente, en el cual el castigo físico usualmente acompañaba a la “investigación”, seguido de la decisión de la asamblea, era lo común.
Aun así, el deseo de venganza podía ser fuerte.
6.
“Al asumir una posición tan vulnerable, ahora cambiamos discretamente las cargas
de la creencia y aceptación a la parte perjudicada” (Tavuchis 1992: 18).
180 | John S. Gitlitz
En las asambleas, la gente tomaba todas las posiciones. Siempre hay alguien
con la cabeza caliente que grita: “Vamos a darle”. Pero también siempre
hay otros que son más moderados. A veces, los más enojados y rígidos
convencen a la gente; a veces, nosotros los catequistas debemos hablar y
calmar a la gente. (Segundo Muñoz, dirigente y catequista en Chota)
Sin embargo, el objetivo, idealmente, era lograr un arreglo. Los crímenes debían ser dejados en el pasado.
Abordar el hurto fue, por lo tanto, más difícil que lidiar con los
incidentes menores discutidos anteriormente. A estos últimos la ronda
les brindaba principalmente las herramientas para la mediación y vergüenza pública. El hurto demandaba un trabajo de detective, presión
(o fuerza) para obtener la confesión, y la habilidad de equilibrar el
castigo violento con la reconciliación. También representaba un riesgo
adicional. El hurto era un robo entre vecinos, pero no siempre entre
vecinos inmediatos. Frecuentemente el ladrón provenía de otro caserío
cercano, y la primera inclinación de su pueblo podía ser defender a los
propios, como en el siguiente caso.
En noviembre de 1985, en San Luis, Marcos Díaz, a quien anteriormente le habían robado una radio, descubrió que había perdido un costoso
reloj. Él sospechaba de dos hermanos adolescentes del caserío vecino de
Condorpampa, quienes tenían la reputación de robar ocasionalmente y de
quien se creía que el padre era un abigeo. Marcos llevó su acusación a la
ronda de su caserío, que organizó una búsqueda casa por casa. Aunque la
ronda falló en encontrar los objetos perdidos, capturó a los dos muchachos,
quienes fueron obligados a rondar de noche con uno de los grupos del caserío. Esta era una práctica habitual, considerada aceptable como castigo
inicial y como una oportunidad para interrogar a los sospechosos.
No obstante, los hermanos escaparon y huyeron a Condorpampa,
donde su padre protestó ante el presidente del caserío por la captura de
sus hijos y por el castigo brindado. Este último respondió furiosamente a
San Luis:
Por medio de estas letras me dirijo para hacer la pregunta por el joven […]
que lo han localizado en San Luis, y quiero saber cuál es el motivo de captura, porque sin hacer ninguna cosa no es posible estar con sanción y a lo más
es personal que pertenece a mi estancia de este caserío de Condorpampa
6. Entre vecinos hay que arreglar| 181
[…] y a lo más es un joven que todavía no está en actividad de hacer servicio
de ronda.
San Luis contestó con una nota formal dirigida al padre de los muchachos, demandando que los entregase y amenazando que, de no hacerlo,
recurriría a cuatro comunidades vecinas para solicitar ayuda. También envió una notificación formal a la ronda de Condorpampa, pidiendo permiso
para ingresar al caserío y capturar a los jóvenes. Esto era una práctica común, una formalidad exigida por cortesía entre rondas. Menos común fue
el rechazo de los campesinos de Condorpampa.
Nunca pude saber si los dos muchachos fueron capturados nuevamente o si los objetos robados fueron devueltos, pero una semana después,
Condorpampa informó formalmente a San Luis que el padre de los jóvenes
había sido castigado por no poder controlar a sus hijos.
Lidiar con el hurto podía también provocar represalias del Estado.
Las rondas detenían a personas, las obligaban a rondar y las castigaban,
algunas veces de manera violenta. Todo esto puede decirse que constituían
crímenes bajo las leyes peruanas. Algunos campesinos, como Gualter, podían acudir al Estado en busca de protección o venganza, y las acciones
de las rondas ofrecían excusas fáciles para que los funcionarios pudiesen
acosarlas. Al igual que en el siguiente caso, no era gran cosa, pero los peligros eran reales.
El 30 de junio de 1986, Santos Gurrión informó a la ronda de que
alguien había entrado a su casa para robar cuatro sacos de maíz. El robo
resultó fácil de resolver. Uno de los sacos se rompió y dejó un rastro de granos derramados que conducía de la casa de Gurrión a la del ladrón, una tal
señora Castro que fue detenida y castigada en el acto, forzada a correr en el
campo del colegio del caserío —un castigo más embarazoso que doloroso.
Grupos de ronderos discutían sobre si debían darle además un baño, pero
como era mujer, decidieron no hacerlo.
Dos días más tarde, la señora Castro llegó a la casa del presidente de
la ronda acompañada de dos policías. En tono amenazante, estos exigieron
saber en qué estaban pensando los ronderos al hacer lo que habían hecho.
El presidente, tranquilamente, les presentó la evidencia que tenía la ronda,
mostrándoles el camino de maíz derramado. Aplacados, los policías reconocieron la evidencia. Sin embargo, la señora Castro acudió nuevamente al
182 | John S. Gitlitz
Estado, y pocos días después los líderes de la organización fueron convocados a una audiencia en la capital de provincia.
Solo teníamos que hablarlo con la policía. Ellos sabían que estábamos en
lo correcto y no hubo abuso alguno. Al final, la policía me dijo: “Si tú en la
ronda no vienes a informarnos primero, y luego bajan y te acusan, y aquí,
¿qué sabemos?”. Ahora, si castigamos a alguien, le decimos a la policía.
En este caso, el cargo no iba muy lejos. Después de todo, no es tan fácil
demandarnos. Tenemos que pedirles a todos que paguen los costos y no es
fácil lograr que todos lo hagan. La policía siempre acusa solo a dos o tres, y
luego el resto siente que no les afecta.
Aun así, la relación con el Estado no siempre era mala, y había momentos en los que las autoridades estatales respaldaban a las de las rondas.
Hubo un caso que involucraba a un ladrón que le robó a una señora.
Ella salió corriendo a la policía. Pero personas de la ronda habían visto
lo sucedido y corrieron detrás del ladrón y lo atraparon y lo llevaron a
la estación de policía. El comandante les dijo que lo sacaran a la cadena
ronderil y lo trajeran de vuelta a las ocho de la mañana. Se lo llevaron
caminando a lo largo de las cumbres ásperas toda la noche, desnudo, en el
frío. Al día siguiente, lo llevaron nuevamente a la estación de policía, donde
admitió lo que había hecho y devolvió el dinero.
También había otros problemas. No todos los dirigentes de ronda
eran honestos, y la corrupción, aunque poco común, existía.
Yo había estado trabajando en la costa. Mi casa estaba cerrada con candado
y alguien se metió. Se robaron un Petromax [una linterna], ropa, tres
molinos, y dos pares de zapatos de minero que pertenecían a mis hijos. El
presidente de la ronda acusó a dos jóvenes, de 12 y 13 años de edad, como
responsables del crimen. Ellos eran los hijos de mis cuñados. Él dijo que
había investigado. Los amenazó con 30 días de ronda. Tan solo eran jóvenes,
de puro miedo confesaron. Pero cuando les preguntaron dónde estaba todo,
ellos no sabían qué decir. Así que fuera del miedo, culparon a sus padres, y
sus padres, que estaban siendo amenazados también, no dijeron nada. En
la asamblea, el presidente los acusó y los ronderos querían darles una paliza
por negarse a confesar.
6. Entre vecinos hay que arreglar| 183
Pero yo sospechaba que esto no era cierto, así que me paré frente a la
asamblea. Pregunté cómo podían ser castigados si no había prueba alguna.
¿Dónde estaban las cosas que habrían robado? Tal vez eran inocentes; el
castigarlos entonces sería una violación de sus derechos. Propuse un
acuerdo. Yo repondría lo que supuestamente habían robado, y ellos me
pagarían poco a poco. Estuvieron de acuerdo, y la asamblea aceptó. Por lo
que no fueron castigados.
Un año más tarde, descubrimos que había sido el mismo presidente el que
estaba detrás del robo. Debido a que trató de vender los zapatos y las otras
cosas, pero no aquí, en la costa, y alguien lo vio. ¿Por qué lo hizo? No lo sé.
Tal vez porque estaba enojado con mis cuñados, o conmigo, porque yo era
un líder y tenía más influencia y respeto que él.
Poco después, los campesinos organizaron lo que mis informantes
llamaron un “golpe de estado”, y obligaron al presidente del caserío a
renunciar.
Mujeres de la localidad de Cashapampa.
Capítulo 7. Entre familiares es más difícil
Los derechos de una segunda esposa
El distrito de Chugur se encuentra a cuatro horas al norte de la ciudad de
Cajamarca, y a él se llega por un camino sinuoso, aunque afirmado, de
pobre calidad, incluso para el estándar de los Andes peruanos. El distrito
se encuentra aislado, rodeado de altas montañas. Sin embargo, comparado
con Chota y Hualgayoc, es relativamente rico. Con una pequeña población, un clima húmedo, tierras fértiles y extensos pastos naturales, muchos
de sus agricultores poseen las suficientes tierras como para mantener a
un número considerable de ganado. Los rebaños son su principal fuente
de riqueza, particularmente desde los años setenta, cuando los campesinos empezaron a producir nuevas variedades de queso para el mercado de
Lima. No es por lo tanto sorprendente que en esos años los campesinos de
Chugur vieran a los abigeos como una seria amenaza. Por eso, las rondas
se formaron tempranamente en este lugar, desde el inicio cercanamente
vinculadas con Patria Roja.
Si el hecho de que Chugur dependía fuertemente de su ganado fortalecía a sus rondas, su riqueza funcionaba a la inversa. Muchos chuguranos eran
campesinos a medio tiempo, con casas también en la capital, donde trabajaban y pasaban gran parte del año. Regresaban a Chugur solo en temporadas
agrícolas o dejaban a parientes o peones trabajando en sus tierras.
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En 1987, durante casi un año entero, los ronderos del caserío de Pampagrande se ocuparon de una disputa entre Carmen Mejía, la esposa de
Enrique Hernández, y Mariella Núñez, la amante. Enrique y Carmen habían nacido en Chugur, aunque vivían en la ciudad de Cajamarca, donde
trabajaban y criaban una familia. En Cajamarca, contrataron a una empleada, Mariella Núñez, de una provincia lejana. Poco después, Enrique
entabló una relación amorosa con Mariella, con quien eventualmente tuvo
hijos. Carmen, inicialmente tolerante —o sin haberse dado cuenta de lo
obvio—, exigió en algún momento durante los inicios de los años ochenta
que Mariella fuese expulsada. En lugar de cortar su relación, Enrique la
instaló en una de sus propiedades en Chugur.
En 1987, Carmen, alegando que recién había descubierto la infidelidad de su esposo, demandó a Mariella para que esta fuera desalojada. Los
más cínicos dicen que ella siempre supo de la relación extramarital, pero
que solo actuó cuando se dio cuenta de que estaba en juego la herencia de
sus hijos. Para entonces, Mariella tenía seis hijos. Enrique admitió ser el
padre de uno de ellos, aunque ella insistía en que todos eran suyos.
Inicialmente, Carmen llevó su denuncia a la policía. Cuando esta no
prestó atención, contactó a la ronda, que también la ignoró. Luego acudió
a una de las federaciones de ronda con sede en Cajamarca donde tenía
amigos. La federación escribió a Chugur, y la ronda local, sintiéndose presionada, intervino.
El año siguiente, la ronda realizó repetidas asambleas para resolver
la disputa, luchando por lograr una reconciliación. Pero Carmen se mantuvo firme: quería que Mariella fuese desalojada, sin derecho a ninguno
de los bienes o tierras de su esposo. Incluso llegó a pedir a la ronda que le
concedieran el total control sobre las propiedades de su esposo, así como
poder disponer de su producto sin que él tuviese voz ni voto —un signo
de su falta de confianza (o codicia). La federación y quizás la mayoría de
los ronderos la apoyaron, si no en todo lo que demandaba, al menos en su
convicción de que ella era la parte ofendida. Ella era la legítima esposa de
Enrique,1 había dado a luz a sus hijos legítimos, y ambos eran parte de
1.
Ninguno de los documentos indica si estaban “legalmente” casados. Siguiendo una práctica
local, puede haber sido solo una unión consuetudinaria. Sin embargo, a juicio de los campesinos, eso era irrelevante. Ella fue su primera y principal esposa y, por tanto, la “legal”.
7. Entre familiares es más difícil| 187
familias extendidas en el caserío. Mariella, en cambio, era una forastera. Es
tradicional que en las comunidades campesinas peruanas se rechacen los
reclamos de propiedad en su territorio de gente extraña, pues lo ven como
el primer paso hacia la pérdida de sus tierras. Por otro lado, Mariella tenía
un poderoso argumento: es una norma comunal que nadie se quede sin
ningún medio de subsistencia. Si a ella la dejaban sin nada, la responsabilidad de mantener a sus hijos recaería en la comunidad. Aunque ella era de
una provincia lejana, sus hijos —al menos el reconocido por Enrique— no
eran forasteros. Ni Carmen ni Mariella estaban dispuestas a reconciliarse,
y Enrique, atrapado en el medio, tenía poco que decir.
El 24 de enero de 1987, ante una asamblea con las dos bases del caserío donde Enrique y Carmen tenían propiedades y donde Mariella ahora
vivía, la ronda elaboró un arreglo. Enrique se quedaría con Carmen, su
esposa “legal”, y mantendría a los hijos de ella; ella lo aceptaría de vuelta;
y ninguno traería problemas al otro. Mariella sería desalojada de la propiedad de Enrique y no tendría ninguna relación con él de ahí en adelante.
Para no dejarla sin nada, Enrique le daría una casa en la ciudad, algo de
apoyo para mantener a sus seis hijos, un ternero y un chancho. Si alguno
de los involucrados no cumplía con el acuerdo o creaba problemas a los
demás, esa persona recibiría el castigo de 15 días de cadena ronderil. La
asamblea también incluyó una amenaza específica para Enrique. Si fallaba
en mantener a sus hijos, la ronda confiscaría la mitad de sus propiedades.
Así, el acuerdo trataba de mantener la integridad de la familia “legal”;
exigía romper la relación amorosa que había ocasionado el problema; reconocía el derecho de la amante y su familia a cierto nivel de manutención;
y amenazaba con un fuerte castigo condicional.
Rápidamente, el arreglo colapsó. Mariella, sin confiar en Enrique, en
su esposa, o quizás incluso en la ronda, se negó a abandonar su parcela.
Carmen exigió a la ronda que la desalojaran, proclamando: “Sáquenla o lo
haré yo”. Incluso insistió que a ella —no a Mariella— se le diera el ternero.
Por su parte, la federación departamental nuevamente intervino con una
dura nota, exigiendo a Chugur que protegiese los “derechos” de Enrique y
Carmen desalojando a Mariella.
Un mes más tarde, la ronda intentó nuevamente arreglar el problema. Para darle mayor peso a sus decisiones, convocó a las bases de cuatro
rondas cercanas. El resultado fue otro arreglo, quizás como respuesta a la
188 | John S. Gitlitz
intransigencia de Carmen, ligeramente más favorable para Mariella. Ahora
le ofrecía una pequeña parcela de tierra que sería sacada de la propiedad
de Enrique en Chugur, aunque en un lugar lejano y menos fértil. Esto le
daría a Mariella algo de independencia, aunque con limitados medios para
sostener a su familia. El arreglo también explicaba con mayor precisión
qué animales y herramientas se quedarían con quién. Enrique tendría que
pagar la manutención de sus hijos, y se estipulaba que él debía pagarle
indirectamente a Mariella, depositando el dinero en la ronda.
Este arreglo tampoco funcionó. Carmen se rehusó a firmar, Mariella
exigía más, y Enrique continuaba atrapado en el medio. En mayo, las rondas intentaron una vez más arreglar el problema, ahora en una asamblea a
la que asistieron media docena de caseríos, así como representantes de dos
federaciones. De nuevo, el arreglo fue algo más favorable para Mariella. Ya
no debía ser reubicada en una granja lejana, sino que recibiría una parte de
la pequeña pero fértil parcela en la que ella estaba viviendo en el corazón
del caserío. Se le daría un poco más de la mitad, lo suficiente para brindar
a sus hijos y a ella una vida mínimamente confortable. Un poco menos se
quedaría con Enrique, con la condición de que parte de sus productos fuesen dedicados a mantener a sus hijos. No se le permitiría vender o disponer
de su parte hasta que sus hijos alcanzasen la edad adulta.
Carmen, furiosa, se negó a firmar. Mariella sí lo hizo, pero pocos meses después llevó nuevos reclamos a la ronda, exigiendo más tierras y una
mayor manutención para sus hijos. Los ronderos ya no aguantaban más.
Carmen y Enrique habían regresado a Cajamarca, y no importaba mucho
lo que ellos decían. Mariella tenía su parcela y la manutención de sus hijos.
La comunidad sintió que el resultado era justo. El acuerdo se mantendría,
así las partes estuviesen descontentas con él. Durante los siguientes dos
años, varias entradas en las actas señalaban que Enrique había depositado
las sumas estipuladas, las cuales habían sido entregadas a Mariella por la
ronda.
En 1989, Mariella murió por causas naturales, dejando huérfanos a
sus seis hijos pequeños.
Ella no tenía ningún familiar acá, y sus hijos eran muy jóvenes, por lo que
hicimos una colecta y la enterramos. Los niños fueron a vivir con diferentes
familias. O sea, había unas familias que voluntariamente los adoptaron y
7. Entre familiares es más difícil| 189
aceptaron criarlos. La comunidad asumió el control de las tierras hasta que
los hijos llegasen a la edad para heredarlas. Mientras tanto, la comunidad
lo da en alquiler y el dinero de las rentas va a las familias encargadas de los
niños.
En cada uno de los casos similares que he encontrado, las rondas llegaron a soluciones semejantes.2 Mantener la unión familiar era la prioridad. Carmen era la legítima esposa de Enrique, sus hijos eran legítimos,
y ella era la parte ofendida. Por eso, su reclamo pesaba más, a pesar de
que desperdició la simpatía de la ronda al negarse a aceptar su decisión.
Como segunda esposa y forastera, la posición de Mariella era débil, pero
la petición de que ella y sus hijos no se quedasen en la indigencia era una
contrademanda poderosa, y cualquiera que fuesen sus orígenes, sus hijos
pertenecían a la comunidad. Estas tres ideas —que se debía evitar la separación de la pareja y que el matrimonio otorga privilegios; que nadie debía
ser dejado en la pobreza; y que se debía cuidar a los hijos— formaron la
2.
El siguiente caso —un problema de herencia que fue manejado de manera similar—
también muestra una interesante relación con la policía y los tribunales. Cuando
Segismundo Blanco murió, dejó una viuda y sus hijos, así como una segunda
esposa y su hija. Sus herederos legítimos trataron de desalojar a estas últimas de
las tierras de la familia en las que habían estado viviendo, afirmando que no tenían
derecho a la herencia. Los líderes de la ronda aceptaron su argumento. Sin embargo,
la segunda esposa de Blanco llevó su reclamo a un anciano respetado, un catequista
y fundador de ronda, quien protestó airadamente. Como resultado, el problema fue
reconsiderado en una sesión extraordinaria del comité de ronda, en la que se llegó
a una conciliación. Ella no tendría ningún derecho a la herencia y sería desalojada,
pero los herederos “legítimos” tendrían que construirle una casa y encontrarle un
poco de tierra para ganarse la vida. No era lo ideal desde su punto de vista, pero
era demasiado para los hijos de Blanco, quienes fueron a la policía. Como relata el
rondero que respondió a la causa de la segunda esposa: “La policía me llamó y me
preguntó por qué me había entrometido, así que les dije que era porque estaba sola y
que no era correcto. La policía envió el caso al juez, quien me preguntó lo mismo. Así
que yo le dije ‘¿Cómo podemos dejar que derriben su casa? Dejen que le construyan
otra’. El juez estuvo de acuerdo, y les ordenó que le construyeran una casa, y eso fue
lo que hicieron”. En este caso, el juez ratificó la decisión de la ronda y los hermanos
aceptaron. Le encontraron una pequeña parcela y le construyeron una modesta casa.
“Ella sigue viviendo ahí ahora, pero es muy pobre porque no tiene mucha tierra”. Por
lo tanto, se le dio algo a la segunda esposa de Blanco, aunque no demasiado.
190 | John S. Gitlitz
base para una conciliación pragmática/normativa que, según la asamblea,
debiera haber sido aceptada.
Pero este fue un arreglo en el cual la ronda tuvo que luchar para imponerse, y podría decirse que nunca tuvo éxito. Inicialmente, la ronda ni
siquiera quería involucrarse. La misma Carmen fue primero a la policía,
y solo recurrió a la ronda cuando la policía la ignoró. La ronda tomó el
caso únicamente después de haber sido presionada desde afuera. Cuando
la ronda propuso una conciliación pragmática, ambas partes se resistieron,
y Carmen intentó movilizar un apoyo externo. En las siguientes asambleas,
la ronda trató de fortalecer su posición mediante la incorporación de cada
vez más bases. Aun así, falló. Al final, la disputa fue resuelta solo porque
Enrique y su esposa, campesinos a medio tiempo, regresaron a la ciudad.
Problemas familiares
No nos involucramos más en problemas familiares. Hemos aprendido
que todo lo que hacen es meternos en problemas. (Castinaldo Vásquez,
expresidente de la Central Única de Rondas Campesinas de BambamarcaHualgayoc)
Generalmente, las rondas intentaban evitar involucrarse en problemas familiares, particularmente en los que ocurrían en las familias nucleares.
La experiencia les enseñó que esos asuntos eran mucho más difíciles de
resolver que los conflictos entre vecinos. Los vecinos que discuten por los
límites de su propiedad o por daños provocados por los animales ajenos
que entran a sus chacras, pueden ser engatusados, presionados o forzados
al menos a encubrir sus diferencias. Deben ponerse de acuerdo en dejar de
pelear, pero no tienen que ser amigos. Las relaciones familiares, en cambio,
lo abarcan todo, son más íntimas y privadas. Una pareja tiene que compartir la tarea de criar una familia. Entre hermanos tienen que solucionar la
división de la herencia. Los hijos tienen que cuidar de sus ancianos padres.
Al mismo tiempo, un matrimonio no es solo la unión de dos personas.
Es la unión de dos familias extensas, entrelazadas por amor, casualidad o
intereses económicos. Las dificultades entre un esposo y su mujer pueden
fácilmente convertirse en problemas entre parientes, especialmente si hay
propiedades involucradas. Cuando se presentan conflictos familiares ante
7. Entre familiares es más difícil| 191
la asamblea de toda la comunidad y estos se dejan para una discusión
pública, la conciliación puede hacerse difícil. Una negociación discreta,
privada, ante un padrino, un juez de paz, un teniente gobernador, un
pastor o un catequista puede ser más productiva. No es de extrañar que
las rondas a menudo estuvieran dispuestas a derivar los asuntos familiares
a otras instancias.
Tradicionalmente, las parejas llevaban sus problemas primero a sus
padres, y luego a otros familiares o compadres. Solo si estos fallaban, recurrían a alguien fuera de la familia, por lo general a líderes informales o
jueces de paz, quienes podían mediar sin dirigir una atención no deseada a
las dificultades de la pareja. Cuando los conflictos familiares se hacían públicos, cuando existía la amenaza de daño físico o las dificultades llevaban
a familias extendidas a confrontarse o a presentar problemas económicos,
era más probable que las rondas interviniesen. Si bien no podían resolver
los problemas subyacentes, sí podían presionar a los esposos que se portaban mal, a los parientes que se peleaban o a los hermanos recalcitrantes
para que se llevaran bien. Pero esto no siempre sucedía. Incluso los arreglos
justos y equilibrados no siempre duraban.
El problema del abuso físico
Hubo otro caso en el que tuve que castigar a alguien. Para entonces, estaba
de jefe de grupo. Había un campesino que solía emborracharse todos los
días, y cuando lo hacía, iba a su casa y le pegaba a su esposa. Lo soportó
durante mucho tiempo, pero llegó un momento en el que había tenido
suficiente, y vino a la ronda. Un grupo de ronda lo capturó y lo trajo. Le
dije que se quitara los zapatos y la ropa, para que esté descalzo y en ropa
interior. Luego le dije a uno de los de mi grupo, un hombre joven que
recién había salido del ejército: “Sácalo al camino y hazlo correr, tres veces
de arriba abajo, alrededor de la curva”. Después lo llevamos a las alturas,
a un lugar donde el camino era bastante malo. Ahí lo dejamos vestirse y
lo hicimos trabajar llenando los huecos en el camino con piedras, durante
cuatro horas. Alrededor de las siete o siete y media de la mañana, lo llevé
a un lado y le pregunté: “¿Por qué le pegas a tu esposa?”, y dijo: “Porque
estoy borracho”. “No le pegues, ¿acaso te está traicionando? ¿Acaso no te
prepara ella la comida?”. Yo lo aconsejaba. Luego lo amenacé. “Esta vez el
castigo ha sido fácil, sin penca. Si tu esposa alguna vez se vuelve a quejar,
va a ser mucho peor”. Dos meses después, me encontré con los dos, y la
192 | John S. Gitlitz
señora estaba sonriendo. Me dijo que todo estaba bien ahora. Llamamos
a ese tipo de castigo “de grupo en grupo”. Se nos permite hacerlo sin una
asamblea. Durante la noche, en la ronda, el grupo tiene toda la autoridad.
Se ha acordado eso con la asamblea. (Neptalí Vásquez, catequista y uno de
los fundadores de la primera ronda de Bambamarca, contando un caso de
los primeros años de las rondas)
La violencia contra mujeres y niños es demasiado común en el campo
cajamarquino. Se espera que los maridos “controlen” a sus mujeres, así
como que los padres controlen a sus hijos. De acuerdo con José Rodríguez
Villa, el problema está arraigado en los valores patriarcales ampliamente
compartidos por la sociedad campesina regional.
El patriarcalismo es un problema evidente […] Los hombres pueden salir
solos de noche, viajar a su libre albedrío, embriagarse en público. Ellos
controlan la economía y representan a la familia en asuntos comunales. Las
mujeres […] están atadas a la cocina, el lavado, el pastoreo y la crianza de los
hijos. La mujer joven que asiste a una fiesta sin la compañía de sus padres o
hermanos es pronto blanco de la maledicencia local. La mujer casada que se
aventura a hacer lo mismo se arriesga a ser golpeada, no solo por su marido
sino por sus propios padres y familiares varones […] el esposo es el “jefe”;
el resto de la familia sirve bajo su mando.3
De esta manera, se espera que los hombres dominen, y que lo hagan
públicamente. Los hombres que no logran controlar a sus esposas (o que al
menos aparentan no hacerlo) son ridiculizados por sus pares. La violencia
ocasional contra la mujer para recordarle quién manda o para imponer disciplina, no es solo considerada aceptable, sino apropiada. “Una chica no te
respetará si no la golpeas cada cierto tiempo”;4 “Llamar a un hombre ‘saco
largo’ es devaluarlo e insultarlo, es invitar a una bronca”.5
La violencia es visible en la vida cotidiana: en la forma como los adultos y niños tratan a los animales, como los padres crían a sus hijos y como
los hombres se comportan con sus esposas e hijas.
3.
Rodríguez Villa 2001.
4.
Starn 1998: 177.
5.
Ibíd.: 170.
7. Entre familiares es más difícil| 193
Cuando [los niños] no cumplen […] reciben fuertes reprimendas que se
acompañan casi siempre de jalones de pelo, cachetadas o golpes con piezas de
madera o la reata. La madre que está más en contacto con los hijos es la que
castiga con más frecuencia. El padre ejerce esta función cuando las faltas de
los hijos se consideran más graves. […] También las relaciones entre la pareja
están a veces mediadas por la violencia […] Casi siempre bajo el efecto del alcohol, los hombres suelen insultar y golpear brutalmente a sus mujeres […].6
No obstante, pocas mujeres suelen reclamar, al menos en público.
Sin embargo, estas mujeres no ubican esta situación de violencia como un
problema prioritario […] Es casi como que lo consideran una parte natural
[…] lo que más resienten son aquellas situaciones que las marginan del
grupo, que las hacen ver y sentirse como inútiles, inservibles, sin familias,
huacchas […].7
La dominancia del hombre es evidente no solo en la familia, sino también en asuntos del pueblo y en la ronda.
La exclusión de mujeres en puestos oficiales de autoridad en los caseríos era
completa. Nunca escuché de siquiera una instancia en la que una mujer se
convertía en teniente gobernador, juez de paz, o siquiera presidente de una
asociación de padres de familia en una escuela. Los estándares de buenas
costumbres hacían que fuera riesgoso para las mujeres asistir a reuniones
ciudadanas solas —especialmente durante la noche.8
La ronda es una cuestión de hombres. También lo son las asambleas,
aunque un tanto menos. Las mujeres hacen conocer sus opiniones murmurando, pero hablan con menos frecuencia y menos firmeza que los hombres. Numerosos caseríos tienen comités de mujeres, pero pocas veces se les
concede mucha autoridad.
En los primeros días de la ronda, la violencia contra la mujer era considerada por la mayoría como un asunto privado y no como algo inaceptable.
6.
Rodriguez Villa: 2001.
7.
Ibíd.
8.
Starn: 163.
194 | John S. Gitlitz
Los hombres pegaban a sus esposas, quienes sufrían en silencio sin tener a
quién recurrir. Starn estimó que al menos la mitad de las mujeres en Túnel
Seis, el pueblo donde él vivía en Piura, habían sido agredidas físicamente
por sus esposos al menos una vez.9 Cuando las mujeres reclamaban, los
tenientes gobernadores, policías, jueces de paz o tribunales del Estado rara
vez tomaban en serio sus quejas. Si los problemas eran tratados, lo eran por
la familia extensa. Temerosas, las mujeres recurrían a sus padres o padrinos en busca de protección. En algunas ocasiones, los padres negociaban
en nombre de sus hijas.10 Solo cuando la violencia amenazaba con causar
serios daños corporales o cuando se repetía con frecuencia, se sobrepasaba
las normas de la comunidad.
Al revisar los libros de actas de cuatro comunidades, no encontré ni
una sola acta escrita de casos en los que los problemas de abuso físico hayan sido presentados a una asamblea y solo unos cuantos que sí llegaron
a los comités de rondas. En el 2004, cuando le pregunté al líder de una
ronda en Chota si su estancia había tomado acción alguna para prevenir
la violencia familiar, él no pudo presentar un solo ejemplo de los primeros
años, aunque aseguró que ahora sí se involucra regularmente en ese tipo
de conflicto.
Sin embargo, cuando la violencia era extrema o si los casos eran traídos por terceros, las rondas a veces actuaban. En 1984, cuando Juana
Valdez fue golpeada cruelmente por su marido, sus vecinos la auxiliaron
y convocaron a la ronda. Las heridas de Juana eran serias. Quizás para
justificar su intervención, el acta expone las lesiones con inusual detalle:
Se encuentra golpeada todo el cuerpo, golpeada sin heridas, como también
la glosa del brazo izquierdo roto. También lleva golpes en la cabeza y pie
derecho. Primeramente le golpeó a puñetes y puntapiés, y también le quitó
la rueca y le pegaba con la misma, y también declara que había sacado
machete, poniéndolo al pescuezo.
El comité de la ronda ordenó capturar y castigar al esposo, aunque en
el acta no se especifica cómo. Aun así, el simple hecho de que se mencione
9.
Ibíd.: 175.
10. Peña Jumpa 1998.
7. Entre familiares es más difícil| 195
el castigo es algo inusitado. Sin embargo, no menciona ninguna acción
más, ni de reconciliación de la pareja, ni medidas para protegerla, ni un
arreglo formal. El acta solo indica que el caso sería enviado a las “autoridades políticas”.
El caso de Jesús Rojas, quien pocos años después sería castigado por
el intento de violación presentado anteriormente, es similar. Jesús era alcohólico y frecuentemente golpeaba a su esposa e hijos. Temerosos por su
seguridad, sus propios hijos llevaron el problema a la ronda, no porque
querían que se le castigase sino para proteger a su madre. El comité de la
ronda presionó a la pareja para que llegase a un arreglo.
1. El señor Jesús Rojas le pidió disculpas a su señora esposa por lo sucedido,
excusándose de que estaba en estado etílico el momento que sucedió dicho
problema.
2. La señora agraviada en presencia de sus hijos Esperanza y Francisco Ríos
Pérez le dio el perdón a su señor esposo bajo las siguientes condiciones.
—El señor Santiago se comprometió ante todos los asistentes no volver más
cometer dichas agresiones y problemas con su esposa.
—En caso de incumplir o de seguir con el mismo problema será sancionado
con una multa de 10,000 intis y será pasado a otras rondas para ser sometido
a la disciplina de masas.
—Ambas partes se comprometen vivir en paz común ayudándose mutuamente.
3. El señor Santiago se comprometió hacerla medicinar intensivamente a su
esposa hasta que quede en perfecto estado de salud.
El arreglo no funcionó. Jesús continuó pegándole a su esposa, pero el
comité no intervino nuevamente.
Presionados por aliados a quienes respetaban —el clero local, grupos de derechos humanos, organizaciones feministas— y, cada vez más,
por sus propias esposas e hijos, poco a poco los ronderos se fueron dando
cuenta de que la violencia física contra la mujer está mal, y para la segunda
década de la ronda, este acto era menos tolerado. Starn reporta que entre
1986 y 1987 la ronda de Túnel Seis consideró ocho casos de abuso físico.
196 | John S. Gitlitz
Dos fueron descartados, en cuatro casos los maridos fueron obligados a
firmar un acuerdo comprometiéndose a no abusar de sus esposas; y en
tres de ellos fueron penqueados.11 Rodríguez reporta que los esposos que
repetidamente golpean a sus esposas son ahora duramente castigados, que
a menudo reciben latigazos en las nalgas, algunas veces impartidos por el
propio comité de mujeres.12
También me han contado algunas historias de maridos abusivos que
han sido castigados de una manera creativa. En cierto caserío, la organización encerró durante una noche entera a un esposo violento, ordenándole
reflexionar sobre sus acciones leyendo la Biblia. En dos casos en los que
la violencia se relacionaba con el alcohol, la ronda mandó a los dueños de
cantinas que no vendieran nada al esposo culpable, y amenazó con latigar
a cualquiera que lo hiciera. En uno de estos ejemplos se delegó la responsabilidad de hacer cumplir las órdenes a un enérgico comité de mujeres, cuya
presidenta relató la historia con alegría, aunque añadió que lograr que los
hombres prestaran atención había sido una “verdadera batalla”.
Sin embargo, la mayoría de las veces, según consta en las pocas actas
que lidiaban con el abuso, las rondas se limitaban a advertir a la pareja
—no solo al marido— que debía comportarse bien. Muchas ni siquiera
asignaban culpa, sosteniendo que la esposa era igualmente responsable por
la violencia de su marido. Algunas hasta le echaban la culpa a la víctima
por no haber cuidado adecuadamente a su esposo e hijos.
Aun así, a medida que las percepciones han ido cambiando, las rondas
han ofrecido un espacio en el que las mujeres pueden comenzar a dar la
cara. He escuchado comentarios de mujeres que, gracias a la ronda, logran
que sus maridos les peguen menos. El mismo líder que no lograba citar
ni un solo ejemplo de los primeros años de la ronda, dijo que desde que el
gobierno empezó a promover la formación de comités para “defender a las
mujeres, niños y adolescentes”, su ronda había asumido un rol más activo
en prevenir y castigar la violencia familiar. En el mismo caserío, el año
2011, el juez de paz me indicó que en los últimos seis meses solo habían
llegado a su despacho dos casos de abuso. Cuando le pregunté por qué tan
11. Starn 1998: 180.
12. Rodríguez Villa 2001.
7. Entre familiares es más difícil| 197
pocos, me explicó: “Cuando hay problemas, la ronda le da unos pencazos a
los esposos. Ahora ellos están asustados”.
Separaciones
A veces el maltrato llegaba a tal punto que las mujeres querían abandonar a sus maridos. Si sus familias no podían negociar una reconciliación,
los problemas podían terminar en la ronda, generalmente en el comité.
Rara vez este accedía a las peticiones de las mujeres. Las normas locales y
las necesidades económicas valoran inmensamente la unión familiar, y las
separaciones pueden acarrear problemas difíciles sobre división de propiedades y custodia de los hijos, y por ende, representar el riesgo de una confrontación y conflicto mayor. Según la ley peruana, mientras a los jueces de
paz locales se les permite reconciliar diferencias entre cónyuges que no se
comprenden, no se les permite ordenar más que separaciones temporales.13
Algunos ronderos me han argumentado que, por extensión, tampoco la
ronda puede hacerlo.14
13. “En la sierra hay menor tolerancia ante la ruptura […] El artículo 67 de la Ley Orgánica del Poder Judicial prohíbe expresamente al juez de paz conciliar o fallar —entre
otras materias— asuntos relativos al vínculo matrimonial y los jueces de paz —por
regla general— conocen tal prohibición […] Sin embargo […] empujados por la
necesidad de dar solución a conflictos conyugales complejos a los que con frecuencia
se suman la violencia familiar o la infidelidad, han extendido su competencia conciliatoria […] en dos direcciones […] Por un lado, disponiendo la separación temporal
o definitiva de los convivientes, esto es, de aquellas uniones estables que forman un
hogar ‘de hecho’ […] formalmente no es un vínculo matrimonial y, por ende, no
existe impedimento alguno para que se separen también ‘de hecho’ ante el juez de
paz […] Por otro lado, en cuanto a los que sí tienen un vínculo matrimonial formal,
en efecto los jueces de paz no pueden separar […] pero sí pueden —en virtud de la
ley de protección contra la violencia familiar— disponer, como medida de protección, el retiro temporal del agresor o de la víctima del hogar conyugal” (Lobatón y
Ardito 2002b: 67-8).
14. Este argumento —el de que el “derecho” de la ronda de escuchar cierto tipo de
casos era de alguna manera limitado a la jurisdicción legal de los jueces de paz—
surgió numerosas veces en mis entrevistas. Me pareció bastante curioso, dado que
claramente no era aplicado de manera consistente. Nadie, por ejemplo, lo comentó
en referencia a la ronda en busca de abigeos o ladrones. Por otra parte, a menudo se
198 | John S. Gitlitz
Solo he encontrado un puñado de casos en los que se pide a las rondas
que autoricen una separación. En cada uno de ellos, las rondas presionaban a la mujer para que se quedara con su esposo, advirtiéndole a él que
desistiese de su comportamiento agresivo. De manera más usual, la ronda
tomaba sus decisiones según los roles de género asumidos tradicionalmente, justificando la violencia del esposo, al señalar la supuesta falta de la
mujer al no atender adecuadamente las necesidades de su cónyuge e hijos,
y amonestándola oficialmente para corregir su comportamiento. En otros
casos, la ronda simplemente “pasaba la pelota” a otras autoridades.
Por ejemplo, cuando Julia Rojas apareció ante una asamblea de la ronda para solicitar la separación de su esposo César, quien la había golpeado
salvajemente, toda su familia respaldó la decisión. Su padre, Jesús, prometió a los ronderos reunidos que la aceptaría de vuelta en su hogar, apoyándola a ella y a su familia. Acusó a César de ladrón y afirmó quererlo
totalmente alejado de su hogar, hija y familia. Por otra parte, el hermano
de Julia hizo hincapié en que no era la primera vez que César había golpeado a su esposa e hijos; ya había pasado dos veces.15 Sin embargo, César
se mostró arrepentido. Admitió su culpa, confesó que lo sentía, y dijo que
deseaba seguir viviendo con su esposa. Si Julia lo aceptaba, prometía no
volver a abusar de ella nunca más. Julia y su familia se mantuvieron firmes; ella quería una separación.
La asamblea no simpatizó con su pedido. No estuvo en contra del
reclamo de Julia, pero rechazó su petición. Además, en el acta formal, ni
siquiera se culpó a César.
1. Se disculparán ambos esposos llegando a un mutuo acuerdo de perdonarse y vivir tranquilo […] terminar una cantina de licor que es su negocio.
basaba en un desconocimiento de la competencia jurídica de los jueces de paz. Muy
frecuentemente, aquellos que planteaban la idea procedían de las rondas, las cuales
durante los años ochenta habían sido “pacíficas”, es decir, controladas por el APRA,
el partido en gobierno en ese momento. La política oficial del APRA acerca de las
rondas era que debían cooperar con las autoridades judiciales.
15. “Cuando una esposa maltratada por fin decidía buscar una reparación, por lo general
necesitaba el apoyo de al menos una figura de autoridad masculina, usualmente el
padre […] Al buscar protección de un padre o de un hermano […] una mujer señalaba que no se estaba rebelando contra la autoridad masculina” (Starn 1998: 180).
7. Entre familiares es más difícil| 199
2. Con la condición de que si siguen en su mismo problema de pelearse
cualquiera uno de ellos será castigado o sancionados de acuerdo a lo
cometido.
3. También se hace constar que ambas partes de sus familiares no se pongan a discutir con palabras insolentes sobre las personas ya mencionadas de
ambas partes.
César no solo no fue castigado, sino que ambas partes fueron amonestadas, y la única acción que tomó la ronda para proteger a Julia fue ordenar
a la pareja que cerrase su bar.
Tanto en los casos de separaciones como en los de violencia familiar,
la ronda se mostraba reacia a intervenir, y cuando tenía que hacerlo, por
lo general no simpatizaba con las quejas de las mujeres. Al comportarse
de esta manera, no hacía más que reflejar las normas locales. Desde la
perspectiva de los campesinos, la ronda estaba actuando correctamente.
El abandono, la manutención de los hijos, el reconocimiento y los
matrimonios forzados
Los hombres que abandonaban a sus esposas, que no apoyaban a sus hijos,
o que no reconocían a los hijos nacidos fuera del matrimonio, también
generaban problemas. Cuando estos implicaban cuestiones económicas, de
propiedad o la posibilidad de un conflicto más serio, los involucrados podían recurrir a la ronda.
Un marido que abandona a su mujer no solamente rompe una relación sentimental. Las familias son una unidad económica en la que ambas
partes aportan recursos. Las cuestiones acerca de quién era dueño de qué
—la casa, la tierra, los animales—, y quién apoyaba a los niños, tenían
que ser resueltas, y a menudo existía el peligro de que las tensiones pudieran involucrar a los parientes. Rara vez bastaba la buena voluntad para resolver este tipo de problemas fácilmente o de forma voluntaria. La presión
social y la participación continua de la ronda podían ser necesarias, aunque
también podían ser insuficientes.
La manutención de los hijos era un problema común. Los maridos que
abandonaban sus hogares a menudo dejaban de mantener a sus familias.
200 | John S. Gitlitz
Los jueces de paz podían ordenar que pagasen los alimentos, pero no contaban con los medios efectivos para hacer cumplir su decisión. Por lo tanto,
el problema caía en manos de la ronda. Las esposas, respaldadas por sus
padres, hacían las demandas; los esposos, con el apoyo de sus parientes, inventaban excusas; y la ronda tenía el papel de mediar, ordenar y, si era necesario, cobrar a la fuerza. A diferencia de otro tipo de conflictos, en estos
casos las actas especifican en detalle qué, cuánto y cuándo se debía pagar
a la esposa, e incluyen no solo alimentos y ropa, sino también otras cosas,
como útiles escolares. Para asegurar que sus órdenes fuesen cumplidas, podían exigir que los esposos depositasen el dinero directamente en la ronda,
a donde iría la mujer a recibirlo. Si aun así los maridos se mostraban reacios, las rondas podrían amenazar con castigarlos. En una ocasión conocí
a una ronda que colocó lo que equivalía a un gravamen sobre la propiedad
del marido. Si este no cumplía con los pagos, una porción de su tierra sería
confiscada a favor de su esposa e hijos. Sin embargo, las actas que revelan
casos en los que mes tras mes las asambleas emitían las mismas órdenes,
indican que hacer cumplir su voluntad no siempre era fácil.
Los hombres que tenían hijos fuera del matrimonio presentaban problemas parecidos. La mujer de la relación extramarital o su familia podían
recurrir a la ronda, pidiendo que se obligase al supuesto padre a reconocer
su descendencia. Los líderes ronderos eran reacios a involucrarse en esos
asuntos. Demostrar la paternidad era difícil. Además, como un líder me
admitió silenciosamente: “Muchos de nosotros enfrentamos problemas similares”. Sin embargo, en ocasiones las rondas intervenían, a veces aconsejando, presionando o hasta forzando a los hombres a reconocer y brindar
apoyo a sus hijos.
El cortejo planteaba otros retos. ¿Qué sucede cuando una pareja de
jóvenes se ha frecuentado, ha tenido relaciones sexuales, tal vez incluso
un niño, y luego rompe su relación? ¿Qué sucede si los padres de la mujer, sintiendo que su reputación ha sido mancillada y preocupados por las
consecuencias económicas, solicitan que la pareja se case?16 Un puñado de
16. Dos costumbres comunes de cortejo hacen que este problema sea más difícil. La primera es la del “robo” o secuestro. El concepto es similar a la idea en inglés de fuga,
aunque tiene más connotaciones de fuerza. Cuando un pretendiente en el campo
desea casarse con una mujer, pero duda de la aprobación de sus padres, o encuentra
7. Entre familiares es más difícil| 201
casos, en los que las rondas sí intervinieron por lo general para obligar al
expretendiente reacio a contraer matrimonio, llamó mi atención.
Se presentó el señor Edilberto Aguilar ante el Comité Central de Rondas
Nocturnas para imponer una denuncia por violación a su hija Anita
Aguilar, abuso cometido por el joven Eloy Marín. Haciendo la investigación
por segunda vez a la muchacha, declara que ya había sido su comprometida
con su gusto. Hacemos constatar también la edad de la muchacha, más o
menos dieciséis años de edad.
Haciendo también las investigaciones al muchacho Eloy Marín, declara que
la muchacha ya había sido su comprometida hace dos meses […] En la
primera declaración, declara que no se hace cargo de la muchacha, prefiere
irse a la cárcel por no ser de su gusto, y dice que él tiene otro compromiso.
En la segunda declaración declara que él sí la ha encontrado muchacha y
dice que se hace cargo juntamente con sus padres […].
¿Qué hizo que Eloy cambiase de opinión? ¿Fue esto simplemente el
resultado del consejo de líderes respetados animándolo a actuar responsablemente? ¿Fue acaso la amenaza implícita de sanciones de la comunidad?
¿Hubo quizás presión de su familia? Ni las actas ni los informantes proporcionan una respuesta.
Para algunos ronderos, esto estaba yendo demasiado lejos. Me han
contado de otros tres casos en los que las rondas obligaron a las parejas
a casarse; cada uno de estos asuntos, los informantes me los describieron
como un ejemplo de abuso de la ronda. La ronda había intervenido en lo
que ellos consideraban asuntos privados y personales.
que ella está interesada pero no del todo convencida, él puede simplemente llevársela con un consentimiento en mayor o menor grado entusiasta. La práctica es común,
incluso una parte regular del cortejo. La segunda costumbre es la del matrimonio
de prueba (servinacuy). Antes de establecer un hogar permanente, las parejas suelen
elegir vivir juntas por un tiempo para ver si se llevan bien. Hasta que hay descendencia, existe poco estigma social si terminan su relación por un común acuerdo. Pero si
uno abandona al otro en contra de los deseos de uno de ellos, o si hay niños de por
medio, pueden surgir problemas. En esos casos, la mujer o sus padres pueden apelar
a terceros —el juez de paz, el teniente gobernador o la ronda.
202 | John S. Gitlitz
Herencias
En una economía de escasez, si un hijo o una hija hereda suficientes tierras,
ganado u otros recursos, este hecho puede moldear toda su vida —configurando el matrimonio, la migración y la movilidad social. Un refrán
tradicional de la sierra reza que “Los herederos venderán cada animal que
tengan, peleando por un centímetro de tierra”; otro dice que “Los hijos van
al velorio con sus cuchillos”. Sin embargo, el orgulloso alarde de las rondas:
“Hemos resuelto en una noche herencias que los tribunales no han podido
arreglar durante años”, al igual que la lucha contra los abigeos, forma parte
del mito de la ronda.
Los conflictos sobre herencias requerían de una negociación paciente,
frecuentemente continua y larga, así como de una cuidadosa construcción de
consensos comunales. Rara vez podían ser resueltos en una sola reunión del
comité, y menos aún en el ambiente politizado de una asamblea, donde los
celos fraternales se entremezclaban con las alianzas políticas entre familias.
La presión social podía producir acuerdos, pero hacer que estos se acatasen
ponía a prueba el poder de la ronda. Además, debido a que las herencias,
como las separaciones, implican la distribución de bienes, están legalmente
fuera de la competencia de los jueces de paz. Por extensión, algunos ronderos
argumentaban que las rondas tampoco podían ocuparse de ellas.
Sin embargo, si se tomaba en serio la pretensión de las rondas de
administrar justicia, era necesario tratar cuestiones de herencia. Estas eran
públicas, visibles y polémicas. Tenían que ser resueltas tanto para preservar
la paz en el caserío como para mantener la legitimidad de las rondas, y las
rondas tenían algunas ventajas que el Estado no poseía. Los ronderos conocían la tierra y su historia, así como la personalidad de sus vecinos. Por otra
parte, podían supervisar in situ, con mayor facilidad que los tribunales, la
división de los bienes, y vigilar su cumplimiento.
En cada uno de los caseríos que estudié, los libros de actas incluían un
pequeño número de conflictos por herencia. A diferencia de la mayoría de
los arreglos, estos eran explicados cuidadosamente, detallando tanto quién
se quedaría con qué, como los procedimientos para su distribución. Las actas indican claramente que lograr un acuerdo no era fácil: “Sin posibilidad
de lograr una decisión, el asunto fue pospuesto para una futura asamblea”,
“por presentarse problemas en el arreglo firmado hace un mes”. Fuera lo
7. Entre familiares es más difícil| 203
que fuera que la ronda determinara, siempre había un hermano descontento con la decisión. No era infrecuente que conflictos ya “arreglados” por
la asamblea terminasen en los tribunales estatales, llevados por aquellos
herederos insatisfechos con las decisiones de la ronda. Curiosamente, me
han dicho con cierta frecuencia que había casos en los que los tribunales
ratificaban la decisión de la organización rondera.
Los siguientes ejemplos, uno exitoso y el otro un fracaso, ilustran lo
difícil que era conseguir que los herederos llegasen a un acuerdo. En el
primero, se logró un arreglo no por mediación, sino por imposición. En el
segundo, mientras que se llegó a un acuerdo inicialmente, su imparcialidad fue luego cuestionada, dando lugar a más conflictos.
La disputa entre los herederos de Benjamín Núñez involucraba no la
división de la tierra sino el producto de esa tierra: los troncos de eucalipto
para fabricar tablas. Para el momento en que la disputa se presentó ante
la ronda en 1991, esta tenía ya ocho años de duración. En 1983, cuando
la tierra del padre fue dividida entre sus hijos, una hermana recibió un
bosque de eucalipto. Los árboles se cortaron y la madera se repartió entre todos los hermanos, pero los eucaliptos retoñaron. En 1991, habían
alcanzado un tamaño con el que se podía extraer nuevamente madera, y
todos los hermanos reclamaron su parte. Sin poder llegar a un acuerdo,
se dirigieron al comité de ronda, que, incapaz de llevarlos a un consenso,
derivó el problema al comité zonal, una instancia que agrupaba a más bases. Aun así, los herederos no llegaron a un acuerdo. No fue sino hasta dos
meses después que, en una reunión masiva que movilizó a siete caseríos,
aceptaron un arreglo.
[…] los hermanos o herederos llegan a un acuerdo definitivo de darse por
aceptados y terminar el problema en forma muy voluntariamente ante
los presentes que al final firmarán junto a los litigantes y a [inteligible] de
testigos del acuerdo.
La definición del problema queda subsanado y aceptado cuando por voluntad de la Sra. Hermelinda Cruzado Mejía, quien venía poseyendo la madera,
hace la entrega de tres eucaliptos grandes a cada uno, de lo cual el resto de
herederos se dan por aceptados a propia voluntad; comprometiéndose a
terminar los malos entendidos y a la vez […] a no seguir dándose mal trato
oralmente y peor física.
204 | John S. Gitlitz
En el caso de suceder cualquiera de estos líos será la organización quien
sanciona ejemplarmente, dándole su merecido a cada causante de acuerdo
con su provocación por desacato ante la organización.
Las maderas a entregarse a los hermanos es señalado en este momento
mediante la organización a voluntad de los litigantes en mención y a los
troncos que los sacarán su voluntad, con término de diez días, y en esto no
habrá ningún reclamo posterior del resto que queda en el poder de la señora
Hermelinda Cruzado Mejía.
Que el arreglo mencione más de una vez que el acuerdo fue “voluntario” sugiere que probablemente no lo fue. El texto especifica, no que la madera sería distribuida equitativamente —una fórmula general que podía
ser empleada normalmente—, sino que cada heredero recibiría tres grandes troncos, y que la determinación de qué troncos serían correspondería
a la ronda y no a los herederos. La condena condicional también incluye
una formulación un tanto inusual. Aquel que rompiese el acuerdo no sería
castigado por hacerlo, sino por desobedecer a la ronda, una idea que rara
vez está explícitamente expresada. Era una solución impuesta desde arriba,
aunque me dijeron que fue respetada.
El segundo caso involucra una disputa entre la esposa de un rondero
fallecido y sus cuñados. Se trata de un caso para el que no he encontrado
actas escritas, y que me fue relatado por un solo informante, un expresidente de la federación de rondas. Sin embargo, creo que es lo suficientemente convincente como para repetirlo.
Como presidente debí confrontar un problema de un caserío de altura hace
tres o cuatro años atrás. Un rondero más o menos acomodado murió, dejando a su esposa y cinco hijos. Tenía propiedades en la comunidad, ganado,
trabajaba en las minas, tenía una pequeña tienda en el caserío e incluso una
camioneta. El problema empezó porque su esposa no era del lugar, sino de
otra comunidad en el valle, bastante lejos. Después de morir, sus hermanos
tomaron todo; se llevaron la camioneta, vaciaron la tienda, dejando nada
para su esposa e hijos. La ronda […] apoyó a los hermanos, porque ella era
una forastera. Sin el apoyo de la comunidad, ella apeló a la […] federación.
Con ocho miembros del comité […] y con cerca de 400 ronderos, entre
hombres y mujeres, y yo subimos a la comunidad para intentar lograr un
arreglo. Estábamos casi listos para firmar […] cuando de pronto fuimos
7. Entre familiares es más difícil| 205
atacados por los mineros, desde un cerro. Empezaron a lanzarnos piedras.
Un grupo de los 400 ronderos que habían venido conmigo, trataron de pasar desapercibidos y contraatacar por detrás, pero los miembros del comité
y yo decidimos evitar una confrontación sangrienta. Dejamos la camioneta
[…] y huimos. El arreglo nunca fue firmado, y la mujer quedó sin nada. Es
el único caso de ese tipo que conozco, en el que la base de ronda se rehusó a
aceptar la autoridad de la federación.
En este caso, la base había violado una norma que dice que nadie debe
ser despojado de todo. Si la viuda fue ignorada porque era una mujer (algo
muy posible), porque era una forastera, o porque los hermanos de su esposo
gozaban de prestigio y poder en la comunidad, no tengo forma de saberlo.
Conclusiones
A pesar de sus alardes de resolverlo todo, las rondas por lo general trataron
de evitar involucrarse en asuntos de familia. Tanto sus dirigentes como las
bases ronderas tuvieron esa actitud. Una vez asistí a una asamblea convocada para elegir a un nuevo presidente de ronda. Cuando los ronderos reunidos interrogaron a sus candidatos, le preguntaron a cada uno si prometía
no involucrar a la organización en cuestiones familiares.
La razón es simple: las disputas familiares son a menudo muy difíciles
de resolver. Los miembros de la familia se sentían avergonzados de airear
sus dificultades en público, no se hallaban en disposición de reconciliar,
y tampoco querían que la ronda decidiese sobre sus asuntos personales.
La asamblea no era el lugar idóneo para una conciliación discreta. Los
asuntos familiares podían tratarse con mayor facilidad en otras instancias,
ante miembros de la familia extensa, ante otros dirigentes informales de la
comunidad, u ante otras autoridades —tenientes gobernadores, jueces de
paz, pastores, catequistas e incluso la policía.
Sin embargo, algunas veces la ronda intervenía. La violencia doméstica era generalmente vista como un asunto privado, pero cuando los maridos golpeaban a sus esposas brutal o repetidamente, las rondas podían
actuar, a menudo porque las esposas, los hijos o los vecinos pedían que lo
hiciese, más para proteger a las víctimas que para castigar a sus cónyuges.
Con el tiempo, las rondas fueron tomando un papel más activo en la lucha
contra la violencia doméstica, aunque quizás nunca lo suficiente.
206 | John S. Gitlitz
Una de las razones de esta actitud era que la ronda concedía un gran
valor a la unión familiar. Cuando una pareja quería separarse, la ronda
casi siempre la presionaba para que permaneciese junta. Los cónyuges eran
empujados a enmendar su comportamiento, generalmente de acuerdo con
las responsabilidades tradicionales de género: el marido prometía mantener a su esposa y no golpearla; la esposa prometía cocinarle, lavarle la ropa,
cuidar de sus hijos y obedecerlo. Los arreglos afirmaban su deseo de permanecer juntos (aun si en el fondo no era eso lo que querían), y su promesa
que de si los problemas continuaban, aceptarían cualquier castigo que la
ronda considerase apropiado.
Las rondas eran más propensas a involucrarse cuando los problemas
tocaban cuestiones económicas o de propiedad. Intervenían en disputas
sobre casamientos (algunas veces forzando a las parejas a contraer matrimonio), manutención de los hijos y derechos de una segunda esposa.
Los campesinos consideraban tal participación “justa”, no cuando se conseguían soluciones acordes a la ley formal o a normas tradicionales específicas, sino cuando el arreglo funcionaba, incluso si ello requería de una
considerable presión social o de la amenaza de un castigo.
Sin embargo, las rondas encontraron límites en lo que podían lograr.
A veces uno u otro cónyuge no estaba dispuesto a someterse a su decisión.
Los más obstinados simplemente se negaban; los más sutiles aceptaban
verbalmente los arreglos, pero pronto los ignoraban. En las peleas entre
esposos, hermanos o familias, llegar a un acuerdo no era una tarea fácil.
En asuntos familiares, sin embargo, la justicia rondera rara vez era
una justicia violenta. Su papel era más bien mediar, negociando pacientemente paso a paso una reconciliación, construyendo consenso en la asamblea, y utilizando un poco de presión o hasta la amenaza de la fuerza solo
si era necesario. Con la excepción de la violencia doméstica, solo en raras
ocasiones los problemas familiares conducían a un castigo, lo más probable
no por el problema per se, sino porque las partes habían rechazado la autoridad de la ronda. Es evidente que no todos eran iguales. Las mujeres se encontraban en una posición más débil que los hombres, tan o más propensas
a ser culpadas por la violencia familiar que sus esposos. Los reclamos de
las amantes eran más débiles que los de las esposas, y los forasteros tenían
menos derechos que los que pertenecían a la comunidad.
7. Entre familiares es más difícil| 207
A pesar de las dificultades, a menudo las rondas fueron exitosas. Las
políticas familiares y las facciones siempre estuvieron presentes, había que
tener el poder en cuenta, y a veces las decisiones eran parciales, pero había
un esfuerzo por buscar un equilibrio entre la culpa y el beneficio, que tomaba en consideración las necesidades de ambos litigantes. A largo plazo,
la legitimidad de la justicia rondera y, por extensión, de la propia ronda,
dependía de su capacidad para hacer precisamente eso.
Castigo físico a abigeo durante su proceso ante la Asamblea (Apan Bajo).
Capítulo 8.
No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato
Notas de campo: Apán Bajo, 28 de abril, 2005
Hoy pude presenciar el juicio de un abigeo, acusado de haber robado
dos caballos hace unos siete meses. Había vendido los caballos por 750
soles, apenas más de la mitad del mínimo exigido por la ley para que el
delito sea castigado con encarcelamiento. Alrededor de 350 ronderos, dos
tercios de ellos hombres, de cinco caseríos diferentes, se pusieron de pie
en silencio, solemnemente, agrupados en un gran círculo con el ladrón,
de 18 años de edad, regordete y con cara de niño, quien llevaba un cartel que decía “Yo soy el autor”, solo y parado visiblemente en el centro.
Descalzo, nervioso, con la mirada baja, absorbía las miradas furiosas de
los ronderos reunidos.
El presidente de la zona, el presidente de la federación provincial y
tres secretarios, cada uno tomando notas en su respectivo libro de actas, se
sentaron en una mesa cerca del borde del círculo. El comité de disciplina,
media docena de ronderos armados con látigos, patrullaban el perímetro.
La escena era intimidante; el aislamiento, la vergüenza y la humillación del
prisionero eran palpables.
El ladrón había sido capturado tres días antes. Desde entonces, las
rondas lo mantenían trabajando de día y rondando de noche en cadena
ronderil. Como me susurró un campesino, ablandándolo, interrogándolo
210 | John S. Gitlitz
y engatusándolo para que confesase. Sospecho que lo golpearon también,
aunque no vi señales obvias de maltrato. Había confesado y lo estaban
llevando ante la asamblea para ser juzgado.
La asamblea se prolongó por más de cuatro horas, desarrollándose en
cuatro etapas:
(1) Bienvenida (alrededor de una hora): la sesión fue inaugurada por el
presidente, quien agradeció a los ronderos por su presencia e invitó a un
representante de cada caserío a hablar. Cada uno hizo una arenga furiosa
en contra de los ladrones en general y del sospechoso en particular, condenándolos y condenándolo, como una plaga en sus comunidades que debía
ser extirpada. Cada uno alabó la valentía, la fortaleza, la unidad y la tenacidad de las rondas por su incesante lucha contra los ladrones. Durante
todo este tiempo, el acusado permaneció de pie, en silencio, con los labios
temblorosos, moviendo los pies con nerviosismo, mirando al suelo, absorbiendo la hostilidad de la multitud.
(2) Confesión (poco más de dos horas): el presidente empezó consultando
a los miembros de la reunión. ¿Deseaban que el sospechoso fuese interrogado ante la asamblea entera o preferían designar pequeñas comisiones
que lo llevaran a un lado para luego informar? Casi en coro, los ronderos
respondieron: “La asamblea entera”. Durante las siguientes dos horas, el
joven ladrón se vio obligado a relatar detalle tras detalle todo lo que había
hecho, gritándolo al viento, girando lentamente para que todos pudieran
escuchar, el brazo en alto para enfatizar sus puntos, repitiendo lo que decía
una y otra vez. No fue suficiente decir “Yo lo hice, lo siento”. Tuvo que explicar cada paso del proceso, siendo interrumpido persistentemente por los
campesinos que lanzaban preguntas. Dos asuntos siguieron apareciendo:
¿por qué lo hizo?; ¿quién lo había ayudado? Sus respuestas —porque estaba borracho y que había actuado solo— no satisficieron a nadie.
— Yo lo hice, compañeros.
— ¿Quiénes fueron tus cómplices? ¿Con quién trabajaste?
— Con nadie, actué solo, lo hice yo solo.
— No te creemos.
— Estoy diciendo la verdad. Actué solo.
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 211
— ¿Por qué lo hiciste?
— Porque estaba borracho.
— ¿Durante cuánto tiempo lo planeaste?
— No lo planeé. Lo hice porque había estado bebiendo. Estaba borracho.
— ¿Mantuviste a los caballos por siete meses porque estabas borracho?
— Estaba asustado.
— ¿Con quién estabas bebiendo?
— No recuerdo.
— Vamos, ¿cómo se llamaba?
— No recuerdo.
— No te creemos.
— Él no sabía. Él no estaba en esto. Yo lo hice solo.
— Vamos, ¿cuál es su nombre?
— Su nombre era… No sé su apellido. Él no sabía. Lo hice solo.
— ¿Qué hiciste con los caballos después de robarlos?
— Los escondí.
— ¿Dónde?
— En la propiedad de mi esposa. Ella tiene un poco de tierra.
— ¿Ella sabía que eran robados?
— No, le dije que los había comprado. Ella no lo sabía.
— ¿Ella nunca sospechó?
— No.
— ¿Durante siete meses?
— No, nunca supo.
Los dirigentes preguntaron si su esposa estaba presente. Él la señaló y
ella, bastante joven (yo diría alrededor de 16 años), apenas conteniendo las
lágrimas, dio un paso adelante. No se le pidió hablar.
El interrogatorio siguió y siguió. Comenzó con el robo del primer
caballo, con los ronderos exigiendo saber los pormenores, expresando escepticismo en cada punto, para luego ser repetido con el segundo animal.
El ladrón nunca cambió su historia: él lo había hecho solo y porque estaba
borracho. La multitud se enfureció más, el interrogatorio se avivó. La gente
empezó a murmurar: “Se está burlando de la asamblea, tiene que ser castigado para que confiese la verdad”.
Tal vez intimidado por nuestra presencia e intentando mantener el
control, el presidente propuso que debía ser obligado a hacer ejercicios
físicos. La asamblea aprobó la decisión, a pesar de que quería un castigo
212 | John S. Gitlitz
mayor.1 El acusado se vio forzado a hacer ranas y planchas, seguidas de
diez vueltas alrededor del círculo, descalzo, mientras los miembros del
comité de disciplina corrían tras él, insistiéndole para que corriese más
rápido, azotándolo suavemente. Cada vez que pasaba al lado de su esposa,
ella miraba al suelo, mordiéndose el labio. El castigo fue menos brutal que
humillante, aunque dejó al prisionero agotado. Pero de nuevo interrogado,
siguió insistiendo en que había robado los caballos porque estaba borracho,
y que había actuado solo.
Uno de los puntos despertó un particular escepticismo. Por ley, cuando se vende un animal, el vendedor debe presentar un certificado de propiedad emitido por el teniente gobernador local. El ladrón había vendido
dos caballos a un comprador en Hualgayoc, a quien le había presentado
los certificados necesarios. Ordenado a identificar al teniente gobernador
que emitió aquellos certificados, el ladrón señaló a un hombre parado en el
círculo. Él ofreció disculpas, pidió perdón, pero insistió en que había sido
engañado por el ladrón. No sabía que los animales habían sido robados.
Parecía que nadie le creía tampoco, si bien nadie insistió en el asunto.
Lo que yo había presenciado, por supuesto, no era en realidad un
juicio, al menos como yo entiendo la palabra. Era una confesión pública,
durante la cual el presunto ladrón fue obligado a declarar contra sí mismo
y a humillarse, con amplitud y detalle, para luego rogar el perdón de la
asamblea. Sin embargo, pocos creían que estaba diciendo la verdad, ya sea
porque él creía que nuestra presencia lo protegería o porque temía más a
sus cómplices que a los ronderos. Aun así, la asamblea aceptó al final su
historia. Cuando pregunté por qué, me dijeron que era porque se había
disculpado, se había sometido, y su humillación había sido real. No tenía
sentido seguir con el asunto.
(3) Reintegración (aproximadamente una hora): dos puntos quedaban pendientes: ¿debía el acusado ser sometido a un castigo mayor? (la asamblea
dijo no); ¿cómo debía reparar el daño que había ocasionado? El tenor de la
asamblea ahora cambió a una constructiva (aunque aún tensa) negociación.
1.
Me dijeron que su castigo físico en la asamblea había sido inusualmente suave,
probablemente, una vez más, debido a nuestra presencia. Normalmente, un
prisionero tan desdeñoso de las rondas es tratado con más dureza.
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 213
El ladrón había vendido el primer caballo a 350 soles, el segundo a 400 soles; un total de 750 soles. El primer comprador había vendido los dos caballos a otra persona, quien los vendió a un tercero. Las comisiones dedicadas
a investigar habían generado costos. Las partes perjudicadas demandaron
cuatro mil soles al ladrón. Él respondió ofreciendo la inaceptable suma de
mil. El presidente ordenó a todos los involucrados dar un paso fuera del
círculo para negociar un compromiso entre ellos. Por primera vez su esposa
participó, hablando aparentemente de manera más activa que su esposo,
aunque no pude escuchar lo que decía. Después de unos diez minutos, el
grupo regresó. Las víctimas ahora pedían dos mil soles, el ladrón ofrecía
1500. El presidente le dijo que entregara más. Vacilando brevemente, subió su oferta a 1800 soles, la que a sugerencia del presidente fue aceptada.
En este punto, para mi sorpresa, arrancó un debate. ¿Cómo iba a pagar y de qué manera iba a reunir la suma solicitada? La ronda del caserío
del ladrón pidió estar a cargo; la comunidad de su esposa solicitó lo mismo.
La discusión se acaloró. Luego de haber sido sometido a votación, la asamblea optó por la primera iniciativa. Sería puesto en una suerte de arresto
domiciliario bajo el control de su familia, la cual fue advertida por el presidente: “Nosotros en la ronda respetamos los derechos humanos. Él es su
responsabilidad. Si algo le pasa, ustedes serán los culpables”. El asunto me
fue esclarecido por un informante: su comunidad natal, furiosa y humillada por el crimen, quería seguir castigándolo, probablemente de manera severa; en cambio, la comunidad de su esposa quería que lo protegieran para
que él siguiese manteniéndola. La asamblea había votado por el castigo. El
presidente, consciente de los riesgos, estaba poniendo los límites.
¿Cómo iba a pagar? El ladrón ofreció una cuota inicial a cambio de
que le permitiesen volver a la panadería del pueblo donde trabajaba. La
asamblea se negó. Él permanecería bajo arresto domiciliario. Su familia
tendría que pagar por él y, por tanto, reunir como pudiese la suma
demandada.
(4) Arreglo (truncado por una tormenta): el asunto fue resuelto. El ladrón
había sufrido, confesado (aunque no del todo), y había rogado por el perdón,
sometiéndose a la voluntad de la comunidad. Los perjudicados por su acto
serían recompensados; aunque no estaban del todo satisfechos, al menos
aceptaban el acuerdo. Una vez pagada su deuda, el joven sería readmitido
214 | John S. Gitlitz
a la comunidad, aunque bajo la mirada vigilante y la responsabilidad de
su familia extensa. Repentinamente, una granizada inesperada dio fin
a la asamblea. Me dijeron que el arreglo fue firmado después, rápida y
silenciosamente, sin la formalidad tradicional.
En respuesta a los abigeos
El abigeato profesional nunca fue simplemente un tipo más de robo. Era más
grave, tanto un ataque a la subsistencia campesina, como un símbolo de todo
lo que estaba mal en el mundo. El ganado, después de todo, no era un cultivo
como el maíz o las papas. Era una inversión mayor, un medio de subsistencia,
una herramienta de trabajo, y una cuenta bancaria, en la que los ahorros
fácilmente se convertían en efectivo para cubrir gastos inesperados. Además,
el ganado eran seres vivientes, seres que debían ser criados, amados y acariciados, y que eran parte de la familia. El robo de una vaca o de un toro era
más que amenazar la subsistencia económica familiar, era atacar una forma
de vida, algo que socavaba el sentido de ser y seguridad de los campesinos.
Los abigeos profesionales eran odiados y también temidos. Pocos
robaban solos. La mayoría lo hacía en pandillas, cuyos miembros no solo
eran cómplices, sino que podían estar relacionados por lazos de parentesco o compadrazgo. Los mejor organizados estaban inmersos en una
red de cómplices. Los abigeos tenían aliados en los caseríos para poder
identificar y robar el ganado, otros que pastaban al ganado robado en
sus campos, y otros más que conducían a los animales a los puntos de
contacto a lo largo de los caminos para venderlos a los camioneros o a los
mercados de ganado en las ciudades cercanas. Los abigeos profesionales
construían vínculos con comerciantes locales y camales, así como con
autoridades que facilitaban y protegían el intercambio: tenientes gobernadores que brindaban certificados de propiedad fraudulentos, miembros de la policía que hacían la vista gorda, y jueces dispuestos a retirar
los cargos —o al menos eso creían los campesinos. Para inspirar temor,
numerosos abigeos cultivaban lazos con brujos, e incluso algunos tenían
la reputación de tener ellos mismos poderes mágicos.
Muchos eran hombres peligrosos, bien armados, con reputación de
violentos y vengativos, que caían rápidamente en la ira y en los ajustes de
cuentas. Con frecuencia tenían refugios desde donde actuar con impunidad.
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 215
Pocos robaban en sus propios caseríos. Entablaban amistad con sus vecinos
y parientes, con el fin de contar con la protección de sus comunidades.
Así, en los primeros días de las rondas, enfrentarse a los abigeos no
solo significaba confrontar a ladrones individualmente, sino a todo un
mundo de bandas, cómplices y aliados, concreto y sobrenatural, real e
imaginario, en los caseríos y en las ciudades.
Históricamente, el gobierno peruano hizo muy poco para controlar el
abigeato. Todo rondero tiene su propia historia favorita de abigeos capturados, entregados a la policía, y luego liberados. Para los campesinos, la
explicación era simple: los tribunales, la policía, la burocracia en general,
eran corruptos.
[…] en el mejor de los casos, los policías bien intencionados seguían los rastros de los ladrones para terminar diciendo que es imposible descubrir los
autores. El resto de autoridades, incluido el juez, exigían pruebas, cosa que a
la larga eran los mismos que decían: “No hay nada que hacer” [...] la mayoría
de las veces ni siquiera reinó la buena intención. Cantidad de policías, jueces,
abogados, tinterillos y comerciantes hicieron su agosto con los robos.2
De hecho, en los primeros años, los ronderos hablaban de una batalla combinada contra ladrones chicos (los abigeos) y ladrones grandes
(los del mundo urbano y los del Estado). Sin embargo, en gran medida
las autoridades locales se hallaban indefensas ante los ladrones. Por ley,
solo si el valor de los bienes robados superaba una fuerte suma de dinero
o si existían otros factores agravantes —como, por ejemplo, violencia o
destrucción de la propiedad—, los abigeos podían ser enviados a prisión.
Incluso entonces, la prueba legal necesaria podía ser inexistente o difícil de
obtener. Así, los ladrones robaban, en ocasiones la policía o los campesinos
lograban capturarlos, pero ante los tribunales quedaban libres. Para los
campesinos parecía no haber más remedio que actuar por su propia cuenta
para combatir el abigeato.
2.
Estela Díaz 1987: 11. Gino Costa hace un apunte similar: “La percepción que tienen
las rondas del sistema de administración de justicia es cuando menos hostil, pues
consideran que sus formalidades son un obstáculo para la realización de la justicia
y su funcionamiento en la práctica lo hace cómplice del abigeato y el delito [...]”
(Costa 2004).
216 | John S. Gitlitz
Los campesinos siempre se habían organizado para perseguir, capturar y castigar a los abigeos, pero con la formación de las rondas, la confrontación con los ladrones se hizo más organizada, sistemática y global.
A partir de entonces, se trató no solo de la búsqueda de un abigeo u otro,
sino de una batalla en contra de todo el fenómeno, una lucha de poder
contra el poder que las rondas estaban decididas a ganar. A los ronderos les
encanta relatar su combate contra los ladrones, grandes y pequeños. Hasta
hoy en día, su uniforme —sombrero de paja, poncho, látigo y silbato— es
el símbolo de esa confrontación.
La justicia rondera presume la importancia de la comunidad. Se basa
en el supuesto de que aquellos que violan las normas comunales prefieren
el perdón al ostracismo. Pero los abigeos profesionales se negaban a seguir
esta regla del juego. Sus acciones demostraban su desdén por la comunidad.
Con un largo historial de reincidencia, cuando eran castigados, en vez de
someterse, amenazaban con represalias. Su reintegración a la comunidad
era algo que se deseaba, pero había que confrontarlos, detenerlos y disuadirlos. No era de extrañar que la ira se impusiera al perdón. Sin embargo,
la reconciliación no era algo que se olvidaba. En las historias contadas por
ronderos sobre sus batallas incluso con los ladrones más experimentados,
la imagen de la fuerza se combina con la del perdón; se habla de ladrones
que aprendieron su lección y que se convirtieron en fieles ronderos.
Por cierto, no todo aquel que robaba una vaca, un toro o una oveja era
un abigeo a juicio de los campesinos. La palabra abigeo implica a aquellas
personas para quien el robo es una profesión, una manera de ganarse la
vida. Los ronderos hacían una distinción entre los abigeos y aquellos que
solo robaban ocasionalmente y por otra razón. El joven aprendiz que sustraía algo por primera vez, cometía un crimen grave que no podía quedar
impune, pero podía ser perdonado, aunque debía confesar primero, aceptar el castigo, arrepentirse y reparar el daño ocasionado. En cambio, los
ladrones profesionales en general —entre ellos los abigeos— despertaban
poca simpatía.
Enfrentar a los abigeos era una labor arriesgada, porque ellos podían
contraatacar. Por otra parte, al capturar y castigarlos por su propia cuenta,
podría decirse que los ronderos violaban en realidad la ley. Al detener
a sospechosos, estaban secuestrando; al castigarlos, estaban cometiendo
el delito de lesiones; y al juzgarlos, estaban usurpando una facultad
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 217
reservada al Estado. Las autoridades, ya sea porque estuvieran celosas de
sus prerrogativas o ante la insistencia de los abigeos o de sus familiares,
podían responder presentando cargos contra los ronderos. De hecho, a los
campesinos a menudo les parecía que el Estado era tan enemigo suyo como
los ladrones. Los abigeos salían libres; los ronderos iban a prisión.
En las siguientes páginas describo cómo la justicia rondera trataba el
abigeato, pero primero haré un breve comentario sobre los datos que pude
obtener. En primer lugar, debo decir que me resultó más difícil investigar
el manejo del abigeato por parte de las rondas que cualquier otra área de
actividad de esta organización. Cuando traté de reconstruir otros problemas —violencia familiar, peleas entre vecinos o pequeños robos—, tuve
acceso a múltiples fuentes —actas escritas y otros documentos diversos—,
y pude entrevistar a dirigentes, participantes de asambleas y litigantes.
Regresando año tras año, tuve la oportunidad de repetir esas entrevistas a
las mismas fuentes, logrando ganar su confianza e investigar más profundamente. Aun cuando los numerosos datos que obtuve de estas personas
no siempre son consistentes, se trata de una información valiosa que me ha
permitido reconstruir los hechos. En los casos de abigeato, en cambio, no
me ha sido posible acceder a ese nivel de información, tal vez porque las
rondas trataban a los abigeos con mayor dureza o porque estas historias
presentaban el riesgo de que el Estado tomase represalias contra los ronderos. Por ello, los casos de abigeato eran más delicados que el resto. De
hecho, muchos ronderos se mostraron reticentes a compartir los detalles.
Si bien las rondas me facilitaron sus actas de asambleas regulares, nunca
me dieron un acta que resumiera un caso serio de robo de ganado, a pesar
de que durante años se lo pedí. Aun así, pude obtener algunos expedientes
judiciales de presuntos abusos contra los abigeos. Tampoco he sido capaz
de conseguir demasiados relatos de casos específicos que me permitieran
comparar los hechos para reconstruir un evento. Solo una vez tuve el privilegio de asistir a una asamblea en la que se juzgaba a un ladrón. Lo que
tengo, entonces, son tal vez una cantidad de historias de robos que han
sido investigados, de ladrones capturados, interrogados y castigados, y de
represalias del Estado. Sin embargo, rara vez estas son descripciones directas y objetivas que se puedan tomar en cuenta sin cuestionar. Son contadas
como fábulas, con una coherencia y una moral enraizadas tanto en el relato
como en la realidad y, por lo tanto, deben tomarse con cautela.
218 | John S. Gitlitz
Aun así, una serie de temas aparecen una y otra vez en estas historias.
El coraje, el sufrimiento, la determinación y el orgullo de la ronda al buscar a
los animales robados y a los ladrones es uno de los argumentos recurrentes.
Otro es el acoso del Estado. Las historias repiten que la policía detenía a los
ronderos y no a los ladrones. Solo en un puñado de relatos se habla del apoyo
estatal, de policías, fiscales y jueces que cooperaban con las rondas, incluso
incitándolas a actuar. Un tercer tema es el de las difíciles relaciones que a
veces se daban entre las rondas. Las historias enfatizan cómo todos participaban en la búsqueda de los ladrones; hablan de una ira compartida, de
caseríos que se unían para investigar y capturar a los ladrones, de asambleas
a las que asistían docenas de bases y cientos de ronderos. Los números son
obviamente exagerados, pero la solidaridad que transmiten es real. No obstante, al mismo tiempo estos relatos aluden a problemas, a casos irresueltos,
a caseríos que protegían a los ladrones, y ocasionalmente a dirigentes de ronda que eran sobornados por los ladrones. Más difícil de interpretar es el tema
del castigo y la reconciliación. Las historias relatan castigos severos e incluso
brutales, pero también hablan de perdón. Sin embargo, hay indicios de una
lógica subyacente tras ellas: las que hablan de hombres jóvenes que roban
por primera vez o que son solo cómplices ocasionales, suelen hacer hincapié
en el perdón de la ronda; las que se refieren, en cambio, a ladrones duros y
profesionales apuntan a respuestas severas, fuertes e inflexibles.
Persiguiendo a los ladrones
Alguien robó una vaca de Colpapampa en pleno día. Habíamos escuchado
rumores: “Tengan cuidado si tal y tal se aparece con una vaca”. Los jefes
de grupo la encontraron en Campo Grande. La ronda interrogó al ladrón
ahí mismo donde lo capturaron, pero se rehusaba a confesar, por lo que lo
trajeron aquí. Aquí también lo cuestionamos, de manera gentil. Pero él solo
bromeaba, sin admitir nada. Por lo que lo entregamos a los campesinos
de La Pampa, a sus dirigentes. Ellos también investigaron, nuevamente sin
usar la fuerza, sin embargo aún no confesaba. Solo bromeaba. Así que le
hicieron cavar un hueco: “En ese hueco morirás si no confiesas”. Él solo
reía. Lo pusieron en el hueco y empezaron a llenarlo con rocas. Cuando las
piedras llegaron a los hombros, empezó a llorar y admitió que había robado
la vaca. Pero mientras tanto su familia había ido donde la policía. Llegaron
y se lo llevaron. Su cómplice lo había resuelto con el juez. Ni siquiera
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 219
devolverían la vaca. Dijeron que fue una extraviada y que nadie conocía al
dueño. El ladrón negó haber admitido su culpa. Por lo que ese robo nunca
fue resuelto, el dueño nunca recuperó su vaca y el ladrón salió libre.
En las pequeñas comunidades rurales de Hualgayoc y Chota, la gente
sabía quién andaba con quién, quién había robado en el pasado, y quiénes eran sus cómplices. Los campesinos conocían las rutas que usaban los
abigeos y sabían dónde se vendía el ganado y quién lo compraba. Como
una cuestión de rutina, los ronderos debían informar a sus dirigentes sobre
cualquier cosa fuera de lo común —gente extraña deambulando por la
noche, animales desconocidos en los pastos locales, etc.—, por más que no
tuviesen conocimiento de algún robo reciente. No hacerlo se consideraba
una falta. Por otro lado, cuando se descubría un robo, el grupo inmediatamente debía convocar a toda la comunidad, tocando un silbato cuyo
agudo zumbido se deslizaba fácilmente por el aire de la montaña. De no
responder la gente rápidamente, eso también era considerado una falta
grave. En los primeros días de las rondas, quienes no participaban eran
multados o castigados.
La víctima del robo y la ronda se disponían entonces a investigar, poniéndose al tanto de los rumores y en búsqueda de testigos. Los dirigentes
enviaban oficios a las rondas vecinas y a las más distantes, pidiéndoles
ayuda e información. Las noticias acerca del robo se transmitían en las
emisoras locales de radio. Se esperaba que todo el mundo —la comunidad, los caseríos vecinos y la región completa— cooperase. Más de una
vez, estando sentado alrededor de un fogón en la madrugada o atardecer,
escuché decir en la radio: “Una vaca ha sido robada del caserío de […] Sus
características son […]”. Los campesinos oían con atención, luego empezaban a discutir dónde podría estar el animal, quién podría tenerlo, qué
habían visto y qué podían hacer. A las pocas horas, todos los caseríos se
habían enterado de la noticia.
Pero los ladrones también eran hábiles: se movían rápido, sabían dónde buscarían los ronderos y cómo esconder a los animales robados. Por otro
lado, no todos los ronderos eran leales y los ladrones tenían aliados. Algunas veces, ciertas autoridades corruptas los cubrían. De esta manera, no
todos los robos eran resueltos. Sin embargo, a menudo se encontraba a los
animales cerca del lugar donde se los había robado, en pastos al otro lado
220 | John S. Gitlitz
del valle o en los mercados de ganado de las ciudades cercanas. Los campesinos, con más miedo a las rondas que a los abigeos, indicaban quién había
dejado a los animales en sus tierras. Los comerciantes, también temerosos
de la ira de las rondas, señalaban a los cómplices, y una vez capturados
estos, los cómplices delataban a los ladrones.
Identificar a los ladrones era, a veces, más sencillo que capturarlos.
Ellos se podían resistir y muchos estaban bien armados. Su captura requería astucia, coraje, sigilo y, a veces, una participación masiva. El éxito
dependía de la cooperación con otros caseríos. Por una cuestión de compromiso y reciprocidad práctica, la mayoría de las rondas cumplía de buena
gana con ayudar. Sin embargo, la cooperación no podía darse por sentada.
Las comunidades podían proteger a los suyos. Por otro lado, las respuestas
violentas de los vecinos eran más débiles cuando los ladrones procedían de
caseríos distantes. Los ronderos de una comunidad a veces temían, también, lo que los otros pudieran hacer. Podían interponerse además rivalidades y celos entre los pueblos.
Había un terrateniente con tierras en las alturas colindantes a la comunidad,
una persona con una buena suma de dinero que vivía en Cajamarca. Era
dueño de su propio negocio y una camioneta. Él había robado 13 vacas,
aunque alegaba que se habían extraviado y que habían vagado en su
propiedad. Las 13 vacas pertenecían a un campesino, un miembro de la
comunidad, quien llevó el caso ante la ronda. Pero otro problema surgió
que complicó las cosas. El terrateniente tenía muy buenas relaciones con
los campesinos de un caserío cercano en la frontera con Chota, y recurrió
a su ronda por apoyo. La comunidad del campesino afectado apeló a la
federación de Hualgayoc, y nuestro comité central decidió solicitar una
asamblea conjunta. Temiendo una posible confrontación, empezamos
a movilizar a nuestras bases. Alrededor de 700 ronderos vinieron desde
Bambamarca. Un número similar vino de Chota, de un número de
comunidades. Después de una tensa confrontación, llegamos al acuerdo
que los comités centrales de cada provincia deberían compartir dirigiendo
la asamblea. Las discusiones duraron todo el día, hasta la noche, alrededor
de las diez. Al final, Bambamarca prevaleció, y todos acordaron que debía
devolver el ganado, pero no hubo castigo alguno.
Con el tiempo, las rondas desarrollaron normas que rigen cómo se
debe manejar las relaciones entre los caseríos —cómo debía capturarse a
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 221
los ladrones, dónde serían juzgados y quién debía ir. Cuando un toro era
robado en un caserío A, luego ubicado en los pastos de B y un sospechoso
del mismo caserío era identificado, los ronderos de A no podían simplemente ir a recuperar el toro y capturar al sospechoso. Necesitaban un permiso que tenían que solicitar formalmente y por escrito a B. La mayoría
de veces, B capturaba al ladrón y lo entregaba. Con menos frecuencia, B
le concedía a A un permiso para entrar. Pero si había desconfianza, o si las
autoridades de B tenían lazos con el ladrón, entonces B podía negarse. En
ese caso, A tenía que ejercer presión, quizás apelando a otras comunidades.
Si A dejaba de lado la costumbre rondera y entraba sin permiso al caserío
B, corría el riesgo de provocar una confrontación.
Interrogatorios
Los arreglos exigían la confesión. Así, una vez capturados los ladrones,
se les obligaba a confesar. Con la palabra “investigación”, los ronderos se
referían tanto al proceso de identificar al sospechoso como de obtener su
confesión. La presión para confesar era continua desde el momento de la
captura hasta que el ladrón era llevado ante una gran asamblea o mitin.
No había una presunción de inocencia, particularmente si se tenía antecedentes de robo. El objetivo era llevar a decir al ladrón: “Yo lo hice, es mi
culpa y lo siento”.
Sin embargo, los hechos eran importantes. Exponer al detalle la
historia del robo era parte del ritual de confesión, una manera de demostrar
que el acusado era culpable y un medio a través del cual el ladrón
demostraba estar verdaderamente arrepentido.3 También constituía una
prueba de la culpabilidad del ladrón en caso las autoridades del Estado
interviniesen. Por otra parte, las rondas a veces querían información
adicional: si el ladrón había robado antes, a quién había vendido a los
animales, quiénes eran sus cómplices y con quién había trabajado en los
caseríos y ciudades.4
3.
El acusado tiene que convencer a la asamblea para que su decisión no sea demasiado
dura con él, y la única manera de hacerlo es confesando la verdad, admitiendo su
error y ofreciendo disculpas profusas. Peña Jumpa 1998: 217.
4.
Bonifaz s/f.
222 | John S. Gitlitz
Las rondas utilizaban una variedad de métodos para obtener confesiones, algunos imitados de la policía, otros de su propia invención. Los
sospechosos eran obligados a rondar la noche entera, tiempo durante el
cual eran interrogados, aconsejados, presionados y, si aun así se resistían,
penqueados o bañados en aguas frías.
El sospechoso estaba llorando, reclamando que todas las acusaciones en su
contra eran mentiras. Por lo que decidieron amenazarlo. Lo ataron con una
cuerda y lo llevaron al río, pretendiendo que lo iban a lanzar. Y al escuchar
eso, confesó. Luego le dieron ocho latigazos. El problema es que algunos de
los ladrones son bastante duros. Si no los penqueamos, no confiesan. Pero
todo es relativo. En cada ronda ha habido debates sobre qué hacer.
La intimidación era una parte importante del proceso. A veces las
rondas formaban pequeños grupos llamados comisiones para interrogar,
pasando los sospechosos de una comisión a otra, y luego comparando lo
que habían declarado. En otras ocasiones, los sospechosos podían ser llevados a cadena ronderil, siendo trasladados de una base rondera a otra, cada
una aconsejando, preguntando o amenazando a su manera.
En nuestras investigaciones, nosotros ya no penqueamos a la gente, pero
la amenaza asusta a los sospechosos. A veces habrá diferentes comisiones
investigando. Hay mucha presión. Si el sospechoso es culpable, en algún
punto empezará a contradecirse.
Mientras un sospechoso era llevado de ronda en ronda, se volvía más
difícil para su propio caserío protegerlo. Algunas rondas tenían la reputación
de tener mano dura. Un rondero me habló de una especie de secuencia:
Existen tres niveles. En el primer nivel los interrogamos suavemente, sin
usar la fuerza, aconsejándolos. Si ahí no confiesan, los llevamos a la asamblea, que nombra una comisión diferente, ahora con una mano más dura,
y los llevarían a un lado, ahora con un poco de fuerza. Y si aun así no confiesan, en el tercer nivel, los desnudarían y les darían una paliza de verdad.
Cuánta fuerza se usaba dependía de quién era el sospechoso, de su
historial, de la naturaleza del delito y de su deseo de cooperar. También
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 223
dependía de cuán molestos estuviesen los ronderos. Las investigaciones tenían un objetivo pragmático, pero también había momentos en los cuales
los campesinos volcaban su ira.
Había un ladrón llamado Gumercindo. Todos en la comunidad sabían que
era un ladrón. Había estado dentro, luego soltado de la cárcel un montón
de veces, siempre pagando. Pero después de que la ronda lo castigó aquí,
se arrepintió. Ahora era un rondero. Sin embargo, había una cosa más: era
demasiado activo. Siempre se presentaba a la ronda, casi todas las noches,
aun cuando no era su turno. Eso era sospechoso. Resultó que estaba observando qué grupos eran los menos vigilantes, los menos cuidadosos, para
que pudiese robar nuevamente. Un día hubo un robo y se ofreció a dirigir la
comisión para investigar. Dividió a todos los ronderos en grupos y se apuntó a dirigir uno de ellos. Por suerte, descubrimos que era él quien lo había
hecho. Todo el mundo empezó a gritar, y aprovechó el desorden y huyó. Se
escapó durante un año entero, pero luego regresó, quizás pensando que la
ronda se había olvidado. Pero no fue así. Debido que anteriormente había
jurado ante la asamblea que nunca más robaría, le dieron un castigo severo,
20 pencazos. La ronda hizo que su sobrino le administre el castigo, porque
su sobrino había resultado ser ladrón también, aunque se había arrepentido. No había robado nada por cuatro o cinco años.5
Los ronderos afirman que los castigos eran más severos en los primeros tiempos de la organización, cuando el abigeato era más fuerte y la
respuesta del Estado frente a las rondas no estaba todavía definida. Los
sospechosos eran obligados a rondar descalzos, penqueados, bañados en las
alturas de noche, frotados con ortiga, o sometidos a castigos aun más imaginativos y aterradores, como el entierro simulado descrito anteriormente.
Sin embargo, a medida que las rondas se han vuelto más sofisticadas al
ejercer presión, han sido objeto de procesos judiciales y han empezado a
debatir cuestiones de derechos humanos, su uso de la violencia ha disminuido. Los interrogatorios se han vuelto menos severos y, para pena de
algunos, menos exitosos.
5.
Me han contado una serie de historias en las que los castigos eran administrados por
los familiares.
224 | John S. Gitlitz
Las grandes asambleas (mítines)
[…] se presentó el caso de un ladrón en Coymolache, arriba en el abra.
La asamblea siguió durante tres noches. Al final hubo al menos quinientos ronderos presentes. Decidieron darle al ladrón dos latigazos por cada
base presente, y había 16 bases en la asamblea —32 latigazos—, que serían
seguidos por cinco días de cadena ronderil durante la noche y trabajando
en proyectos comunitarios durante el día. Firmó el acta y prometió que no
informaría a la policía. Después de recibir los latigazos, me pidió que lo deje
libre durante un mes antes de rondar para que sus heridas puedan sanar, y
yo accedí.
El ritual de captura, investigación, confesión y castigo culminaba en
grandes asambleas o mítines. Me han contado de asambleas masivas a las
que asistían 20, 30 o incluso más bases de ronda, y cientos de campesinos.
Probablemente los números son míticos, pero la acumulación de poder es
real. Las asambleas podían llevarse a cabo en las comunidades donde los abigeos habían robado, en sus comunidades de origen, o en otras más neutrales,
más cercanas o más aisladas. Eran reuniones solemnes, con un aura de gran
formalidad. En una escena que buscaba ser intimidante, los ronderos formaban un gran círculo de pie, aquellos que dirigían la discusión se sentaban
al medio en una mesa, y el acusado, portando un cartel que proclamaba su
culpa, se mantenía de pie mirando a todos desde el centro. Los ronderos de
los diferentes caseríos se ubicaban por separado, más que entremezclados.
Algunas comisiones especiales, encargadas de la disciplina y armadas con
látigos, patrullaban la periferia con el fin de mantener el orden.
Los mítines seguían un patrón similar: durante la primera parte se
proclamaba la culpa del acusado; durante la segunda, se negociaban las
reparaciones y el arreglo. El corazón del proceso era, como siempre, la
confesión. Las comisiones preparaban el escenario al presentar sus informes:
¿había confesado el sospechoso?, ¿había aceptado su responsabilidad?, ¿lo
había hecho voluntariamente? Luego se le daba al acusado la oportunidad
de declarar: para confesar de nuevo su delito, para proclamar su inocencia
o para defenderse. Algunos permanecían desafiantes, pero los más
inteligentes o los más intimidados admitían su culpa y pedían perdón.
La confesión nunca era un asunto sencillo. El acusado debía explicar su
error al detalle, respondiendo a cada una de las preguntas que le gritaba la
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 225
gente, explorando cada aspecto del crimen cometido. Tan importante como
decir la verdad era mostrar una actitud sincera de arrepentimiento. Se
esperaba que los sospechosos, en palabras de los ronderos, “se humillaran”.
El proceso podía durar horas, a veces días. Para convencer a la asamblea,
los sospechosos eran incitados a confesar otros robos o a denunciar a sus
cómplices. Si los ronderos creían que el acusado no era lo suficientemente
comunicativo, con el fin de animarlo a hablar, podían volver a castigarlo.
En los primeros años de las rondas, los acusados solían ser penqueados;
más recientemente —según dicen los ronderos— se les obliga a hacer
ejercicios físicos.
En las asambleas, siempre había algunos que pedían más castigo para
el culpable, otros que solicitaban sanciones más leves u otros que decían
que había sufrido lo suficiente. Algunos dirigentes me contaron que cuando se llegaba a ese punto, su rol era calmar las pasiones —una tarea en la
que no siempre tenían éxito.
A continuación, el sentido del mitin cambiaba, al igual que el estado
de ánimo de quienes participaban en él. La ronda debía entonces centrarse en cómo reparar el daño causado por los ladrones. Para las víctimas,
la reparación era fundamental. A veces pedían montos exagerados y los
ladrones se proclamaban incapaces de asumirlos. La cantidad final era negociada entre todos los involucrados, no solo las víctimas inmediatas y los
ladrones, sino todos los que habían sido afectados por el robo. El valor total
de lo que habían sustraído servía como referente, pero se podían tomar en
cuenta otros factores. Los ladrones tenían que arreglar el daño que habían
ocasionado —por eso era muy importante que la reparación no fuese ligera—, pero también era primordial no dejarlos en la pobreza ni darles
motivos para tomar represalias.
Luego de que los ladrones confesaban, luego de imponer un castigo
adicional cuando era necesario y de negociar la reparación, el mitin podía
acabar. Un arreglo escrito era entonces firmado por los ladrones, las víctimas, los dirigentes y, como testigos, todos los presentes. En ese documento
figuraba la confesión de culpa de los acusados, su promesa de portarse bien
y, a veces, la promesa de la comunidad de perdonarlos. Si dejaban de robar,
los ladrones eran readmitidos en la comunidad —bajo la mirada siempre
vigilante y la responsabilidad de sus familiares y vecinos; si no lo hacían,
la próxima vez se los trataría de una manera más dura.
226 | John S. Gitlitz
Por otro lado, no todo el que robaba era un ladrón profesional, un
abigeo. Algunos trabajaban solos, no tenían un largo historial de robo,
habían sustraído cosas u animales por motivos que no se relacionaban con
el abigeato, o no eran más que cómplices accidentales. La lógica de reconciliación seguía siendo fuerte en esos casos
Hubo una vez un robo justo frente al río. Alguien robó un toro. De inmediato, silbatos. Los escuchamos alrededor de las dos de la mañana. Inmediatamente todos salieron. Se requiere que lo hagan. Pero no pudimos encontrar
nada. Al día siguiente formamos comisiones para investigar. Fuimos por
los diferentes caminos, porque conocemos qué caminos usan los abigeos.
Después de tres días obtuvimos información de que era así y así. [Así que lo
capturamos] La asamblea se llevó a cabo esa noche. Mucha gente asistió. Lo
amenazamos con sanciones drásticas. Aun así, se negaba a hablar. Por lo que
nombramos a una comisión interna, con máscaras para que nadie pueda
ser identificado. La comisión le dio una paliza y luego habló. Nos dijo que el
toro había sido vendido, y que la persona que lo llevó al mercado era fulano.
Al día siguiente, lo capturamos. Era un joven, con una familia, y confesó sin
necesidad de castigo. Dijo que se había llevado al toro porque el otro ladrón
le ofreció pagarle. Incluso dijo cuánto. Y pidió perdón. Se puso de rodillas y
dijo que era la primera vez y que nunca lo volvería a hacer.
Pero no se supo nada del toro, por lo que la ronda decidió que los dos tenían
que pagar por el animal. La asamblea decidió que el joven debería pagar
una mitad y el ladrón la otra mitad. El papá del chico se ofreció a donar
un becerro, que fue un valor aproximado de la cantidad correcta, pero el
verdadero ladrón se negaba a pagar. Así que toda la asamblea decidió que
en grupo marcharían hasta su casa y confiscarían una vaca. La tomaron a la
fuerza y la condujeron de vuelta aquí. El ladrón no intentó detenerlos. Estaba demasiado asustado. Pero nuestra idea no era tomar la vaca y devolverla
al dueño. Era presionar al ladrón a hacer lo que fuese para recuperar al toro
que había robado y vendido. No funcionó y nunca recuperamos al toro. Por
otro lado, vendimos la vaca que habíamos tomado. Una parte del dinero fue
para el dueño, la otra para la ronda.
El tono es no es nada suave, pero transmite una distinción. El cómplice, el joven, es descrito no como un criminal experimentado, sino como un
hombre que había cometido un error, que había confesado voluntariamente y que podía ser perdonado. El castigo fue mencionado de pasada, sin
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 227
necesidad de ser anotado. La cuestión crucial era la reparación; su familia
—símbolo de su pertenencia a la sociedad— había dado un paso adelante
para asumir la responsabilidad. En contraste, el ladrón más terco tuvo ser
penqueado para hacerlo confesar y debía ser forzado a reparar el daño que
había hecho.6
6.
En el siguiente caso, de un robo en el que un sobrino hurtó una yunta de bueyes a
su tío, las rondas estuvieron en desacuerdo acerca de cómo debía manejarse el problema. El sobrino, el tío y la ronda del caserío en el que el sobrino vivía llegaron a
un arreglo. Las rondas de la zona donde ocurrió el robo y de la estancia donde fue
encontrada la yunta querían que el robo fuese severamente castigado.
“Durante la noche del 31 de agosto de 1996, una yunta de bueyes fue robada a Lino
Caruajulca, del caserío de San Pedro. Caruajulca notificó al delegado de su base de
ronda, quien a su vez avisó a las rondas de todo el valle. Dos días después, los bueyes
fueron encontrados en las alturas de la vertiente opuesta del valle, en el caserío de
Jerez. Investigando, las rondas de Jerez y San Felipe pronto identificaron al ladrón:
César Humberto Ruiz, del caserío de Corral, al fondo del valle. Así, tres diferentes
bases de ronda, distanciadas entre sí, se involucraron en el caso. San Felipe y Jerez
luego le pidieron a Corral, puesto que era el caserío del ladrón, convocar a una asamblea de los tres. Sin embargo, en esa reunión, que se llevó a cabo el 3 de setiembre,
ante el asombro de San Felipe y Jerez, el propietario de los bueyes anunció que quería retirar los cargos, y Corral accedió. Las otras rondas estaban furiosas y la reunión
terminó en un fracaso.
¿Qué había pasado? Al parecer, el ladrón, Valentín Caruajulca, era el sobrino del
dueño de los bueyes, Lino Caruajulca. Valentín los había robado, no porque los quería vender y lograr una ganancia [sino] porque estaba molesto con su tío. Este le había prestado previamente una fuerte suma de dinero, y le había estado presionando
para que le devolviera el dinero. El tío, por su parte, simplemente quería su dinero
de vuelta y, ahora, su yunta también, pero no quería venganza, ni hacer un escándalo
involucrando a sus familiares. Él y César llegaron a un acuerdo en privado. El sobrino
prometió devolver todo a cambio de ser liberado. La estancia de Valentín, Corral,
estaba dispuesta a seguir lo acordado.
Las otras rondas no eran tan fáciles de aplacar. Valentín había robado los bueyes, y
eso lo convertía en un abigeo, aunque no fuera un profesional. Por otra parte, Lino
había denunciado en voz alta el crimen a las rondas y todo el valle se movilizó para
buscar al ladrón. ¿Ahora quería simplemente olvidar el asunto? Para San Felipe y
Jerez, fue una bofetada en la cara de las rondas. Insistieron en que Valentín fuese
castigado.
Tres semanas más tarde, las rondas de los tres caseríos nuevamente se reunieron en
asamblea. Por el tono del acta, fue una reunión llena de enojo. Los ronderos de Jerez
propusieron que cada base de ronda presente su propia propuesta por escrito sobre
228 | John S. Gitlitz
Con los ladrones profesionales, la lógica de la reconciliación era menos
apremiante. Ellos eran tratados con dureza porque, a juicio los campesinos,
tenía que ser así.
Teníamos que ver el caso de un tal Luis Miguel […] ocho meses después
de formadas las rondas por primera vez. Sus hijos eran dueños de algunos
camiones Volvo. Él vino de aquí, y había sido secretario de la comisión
cómo resolver el asunto, una señal segura de que desconfiaban de Corral. San Felipe
estuvo de acuerdo con Jerez, pero Corral respondió que ya había un borrador del
arreglo. Valentín Caruajulca fue llamado a declarar. Admitió que había robado los
bueyes, pero insistió en que no tenía intención de causarle daño permanente a su tío.
Como es habitual, en el acta que describe la asamblea, no existe referencia alguna
a que haya sido castigado. Finalmente, se llegó a un arreglo firmado por el acusado
en presencia de los tres presidentes de ronda. En el arreglo el robo fue olvidado, o al
menos perdonado, por lo que ni siquiera se lo mencionó. Valentín, sin embargo, reconoció y se comprometió a saldar la deuda con su tío antes del 9 del siguiente mes.
También prometió que no amenazaría o acosaría a ningún involucrado en la disputa:
su tío, los testigos, o cualquiera en las rondas, tampoco iría a las autoridades. Si él
violaba, o cualquiera violaba, el acuerdo de alguna manera, el arreglo especificó que
esa persona no solo sería sometida a castigo físico —aunque uno no definido—, sino
también a una multa de S/. 10 por base de ronda presente. Dado que las bases de las
tres zonas estaban presentes en la asamblea, sería una fuerte cantidad.
¿Por qué los ronderos estaban tan enojados? Lo que estaba en juego ya no era solo
el conflicto entre el ladrón y el dueño. Eso había sido resuelto satisfactoriamente. Lo
que molestaba a los ronderos de San Felipe y Jerez era la relación entre ambas partes, y en particular, de Lino, en vez del ladrón, y las rondas. La reconciliación no es
simplemente una cuestión entre los contendientes, sino que es también es un asunto
de reconciliación con la comunidad. Aquellos que se han equivocado no solo deben
sanar sus diferencias sino también unirse a la comunidad, y para ello se debe reconocer la autoridad moral y práctica de las organizaciones comunitarias. En este caso,
Lino, al elegir ignorar el robo después de haber llamado a la ronda para movilizarse
en su favor, había socavado la autoridad de la ronda, y lo había hecho en su función
principal, la lucha contra el abigeato. El robo de Valentín podía ser perdonado; el
comportamiento de Lino, no. Pero si San Felipe y Jerez estaban furiosos, era poco lo
que se podía hacer. Las acciones de Lino habían hecho más que socavar la autoridad
de la ronda; habían dividido a la organización.
“No podíamos hacer otra cosa; ahí se quedó el asunto. Pero la ronda advirtió al señor
Lino, diciéndole que no volviera a la ronda de nuevo, porque ahora no lo defenderíamos, porque primero había acusado, luego había defendido. Había hecho que la
ronda se viera impotente”.
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 229
organizadora. La ronda lo encontró cerca del hospital con una buena vaca,
y lo trajeron de vuelta acá, un poco asustado. Le preguntaron si había
comprado la vaca, y él dijo que sí, pero que no tenía los papeles. De inmediato
se tornaron sospechosos. Lo seguían cuestionando, pero él insistía que la
había comprado. Así que esa noche la ronda lo castigó, y no solo confesó
sino que admitió que había estado involucrado en otros robos. Trabajando
con sus hijos mataba y cortaba a los animales, y luego enviaba la carne a la
costa. Dijo que todavía tenía diez animales que había robado que todavía
estaban vivos, ocho caballos y dos vacas. La ronda recuperó los ocho. Al día
siguiente llegaron los hijos. Encontraron a su padre en un estado lamentable
debido a que la ronda lo había golpeado. Lo habían bañado y le habían dado
sus pencazos. Seguimos pegándole porque creíamos que podía tener más
ganado robado. Fue la decisión de la asamblea; todo el mundo estaba ahí.
Una gran multitud se había reunido, y todos estuvieron de acuerdo. Bueno,
luego sus hijos acudieron a la policía. Regresaron aquí con la policía, no
para arrestar a los ronderos, sino para rescatar a su padre. Al pie del cerro,
un grupo de casi cien ronderos los esperaban. La policía ordenó que los
ronderos los dejasen pasar, amenazando con arrestarlos, pero los ronderos
dijeron que querían garantías de que la policía no permitiría que el ladrón
quede libre.
Los ronderos son naturalmente reacios a discutir en detalle los castigos.
Sus historias mezclan imágenes de bravuconería de machos, severidad inflexible y trato duro con el perdón. Claramente, hubo oportunidades en las
que los ladrones fueron castigados severamente. La sanción violenta de los
abigeos era en gran medida intencional y deliberada, así como una expresión
de ira contra personas cuyos crímenes habían hecho daño, contra el mundo
más grande y opresivo del que ellas formaban parte, y contra aquellos a
quienes los campesinos temían. El castigo alentaba la confesión, llevaba a los
ladrones a revelar quiénes eran sus cómplices, y fue un elemento disuasorio,
no solo para quienes estaban siendo castigados, sino también para otros ladrones —los ladrones chicos que robaban y los ladrones grandes que eran
sus aliados urbanos. El castigo era también una forma de retribución, una
manera de ventilar la ira por lo que los ladrones habían hecho. Y puede haber sido una especie de limpieza, un ritual para librar a los ladrones de las
fuerzas malignas que los habían llevado a la delincuencia.
Los ladrones eran puestos a rondar de noche y a trabajar en tareas
comunales durante el día, a veces durante varios días, con pocas horas de
230 | John S. Gitlitz
sueño o de descanso, un castigo que rápidamente se convertía en agotador
y doloroso. Los ladrones eran azotados a veces con severidad. Eran llevados
a las lagunas de las alturas, a menudo a las que los campesinos (al menos
los de las generaciones más antiguas) asociaban a poderosos espíritus malignos, donde se les desnudaba hasta que quedaban en ropa interior y se les
lanzaba con una soga alrededor de la cintura. Luego los sacaban, a veces
obligándolos a correr descalzos, casi desnudos para que no se congelaran,
para después lanzarlos otra vez al agua. Además, podían ser frotados con
ortiga.
Starn describe una noche en Piura, cuando la ronda a la que había
estado acompañando capturó a un ladrón.
Un grupo de ronderos […] había capturado a un presunto ladrón llamado
Claudio Reyes. Tratando de escapar, Reyes le rompió la cabeza al presidente
de ronda […] con el mango de un hacha […] Un hombre joven en zapatillas
y una casaca ligera que protegía contra el viento. Reyes negó las acusaciones
de haber robado un caballo y una prensa de caña. Las heridas del presidente
de ronda dejaron a los ronderos sin ánimo de un combate meramente verbal. Lo llevaron afuera, a un árbol de acacia en la parte trasera del colegio.
Un hombre ató sus brazos por detrás de la espalda. Otros tres amarraron el
extremo suelto a la rama más robusta. La cuerda se rompió por el peso del
cuerpo. Reyes fue suspendido en el aire, girando en círculo con el pecho
paralelo al piso. Un minuto pasó y Reyes gemía. La cuerda estiró sus brazos
y le desencajó los brazos […].7
¿Fueron más allá de esto? ¿Llegaron a ejecutar a algún ladrón? En
los momentos de íntima conversación, algunos campesinos que llevo conociendo por años me han contado de un puñado de casos en los que los
abigeos fueron asesinados. La mayoría fueron accidentes, el resultado de
interrogatorios en los que los ronderos furiosos perdieron el control. Unos
pocos pudieron haber sido deliberados, aunque nunca me quedó claro
quién tomaba la decisión. En sus historias susurradas, los ladrones ejecutados siempre fueron lo peor de lo peor: reincidentes, asesinos muy temidos,
aliados de los brujos.
7.
Starn 1998: 85-86.
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 231
Para aquellos que vivimos en un mundo donde el Estado es capaz
de proporcionar cierta seguridad, para los que estamos familiarizados con
la tradición contemporánea de derechos humanos, según la cual existe la
presunción de inocencia y el debido proceso, y la negación de la libertad
está permitida, pero no el dolor físico, esto tiene que incomodarnos. Sin
embargo, debemos recordar que las rondas, una organización informal
sin derecho legal de administrar justicia, sin el peso del Estado detrás de
ellas, disponen de pocas armas que no sean la presión social y la violencia.
No cuentan con cárceles. En cualquier caso, ¿es el encarcelamiento menos
violento que una paliza? Una paliza —si no se va de la mano— termina
rápidamente, pero el encarcelamiento persiste, y no solo afecta al criminal,
sino también a su esposa e hijos. Por otra parte, cuando las rondas entregaban a los ladrones para que fueran juzgados en las instancias judiciales
del Estado, estas a menudo les fallaban. Incluso para los evangélicos y los
catequistas católicos, los más sensibles a los argumentos en contra de la
violencia, se trataba de una canje. Si no los penqueamos, ¿cómo podemos
hacer que nos respeten?
Concluyo este capítulo con una historia más larga y compleja, que
describe un asesinato en el que las rondas no estuvieron involucradas. Sin
embargo, fue un crimen a consecuencia de un robo que las rondas no pudieron solucionar porque el Estado se interpuso. Como tal, este asesinato
revela mucho acerca de una relación tripartita: la de los ladrones, las rondas y el Estado.
El 28 de julio de 1985, Óscar Aguilar y Beto Gutiérrez se escondieron
junto a un camino que conduce de Chota al caserío de Condorpampa. Su
intención era tender una emboscada a un ladrón odiado por la comunidad,
Mario Hernández. Cuando Hernández apareció caminando con su joven
hija, le dispararon en el pecho, lo mutilaron con un machete, y le aplastaron la cabeza con una roca. A petición de la policía, la ronda ayudó a
capturar a Aguilar. Gutiérrez huyó, nadie supo a dónde.
Los acontecimientos que llevaron a este asesinato habían comenzado
siete meses antes. En noviembre de 1984, una vaca había sido robada del
caserío de Ojo de Agua, al otro lado del valle, a tres horas de caminata.
Investigando silenciosamente, la ronda de Ojo de Agua ubicó al animal pasteando en los campos de Demetrio Mendoza, en un tercer caserío, San Luis,
junto a Condorpampa. El presidente de Ojo de Agua mandó de inmediato
232 | John S. Gitlitz
una notificación formal por escrito (un oficio) a su compañero el presidente
de San Luis, solicitando que Mendoza fuera capturado y entregado.
Los ronderos de San Luis dudaron. Mendoza no era muy querido, nunca
cooperaba con las rondas y, peor aún, desafiaba abiertamente su autoridad.
Más de una vez había sido castigado por faltar su turno en la ronda o por
negarse a participar en las tareas comunales. Por otra parte, Mendoza tenía
fama de ser un brujo y muchos le temían. Al ser interrogado, admitió que
había visto una vaca extraña en sus campos y que se había olvidado de informar el hecho a la ronda. Esto era una falta grave, pero no un robo y, por
mucho que no era querido, no se creía que Mendoza fuese un ladrón.
Hubo una segunda razón para dudar. La ronda de Ojo de Agua estaba afiliada a la federación departamental con base en Chota. Utilizaba
un lenguaje —y hasta cierto punto una práctica— que enfatizaba el conflicto de clases, los castigos duros y la confrontación con el Estado. Ojo
de Agua era una de las rondas más combativas de la federación, con una
reputación de dura. San Luis, por otro lado, era una ronda pacífica, afiliada al partido socialdemócrata del APRA. Las rondas pacíficas usaban un
discurso moderado, con énfasis en la cooperación con las autoridades. Las
dos federaciones eran rivales acérrimas, y los ronderos de San Luis temían
lo que podía pasar si Mendoza era entregado; por más que no lo quisieran,
él era uno de los suyos. Devolvieron la vaca, pero hicieron caso omiso a la
demanda de Mendoza.
Sin embargo, Ojo de Agua fue insistente. Tres veces enviaron oficios
exigiendo la entrega de Mendoza, el último de ellos amenazando con capturarlo ellos mismos. Sintiéndose atrapado, San Luis empezó a investigar.
Las sospechas recayeron en Mario Hernández, un residente de San
Luis, con familiares en Condorpampa. Hernández era un ladrón conocido.
En el pasado había sido castigado por diferentes rondas en varias ocasiones.
Sin embargo, seguía siendo terco y desafiante. Extrañamente (y quizás imprudentemente) para un ladrón de peso, robaba aun en su propio caserío y
en caseríos vecinos,8 a veces tomando cosas de menor valor: cuyes, gallinas,
8.
La mayoría de los ladrones dependían de sus pueblos para su protección. Al igual
que San Luis protegió a Mendoza, se esperaba que una comunidad defendiera a los
suyos. La mayor parte de los ladrones eran buenos padres de familia y contribuían
con los proyectos de desarrollo comunitario, mientras robaban en estancias distantes.
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 233
los cultivos de los campos, radios, dinero. Incluso una vez se metió a la
casa de su propio cuñado y extrajo una radio, herramientas, tablones de
madera y dinero.
Hernández también era bastante temido. Tenía reputación de vengativo, estaba bien armado y era un buen tirador. Poseía un aspecto feroz
—su rostro guardaba marcas de batallas anteriores— y se creía que tenía
poderes mágicos que lo protegían; llevaba amuletos y a menudo se jactaba
de que ninguna bala podía hacerle daño.
Como dijo un rondero de San Luis:
Un hombre recontramaleado había robado una vaca de Ojo de Agua. De
allí oficiaron a nuestras comunidades y fuimos una comisión de unas diez
comunidades. Tuvimos que caminar toda la noche. El señor ya había robado antes en Condorpampa. Allí le dieron dos por dos, dos noches de ronda
y dos días de trabajo. Pero antes, para que declare, lo habían bañado en una
laguna y con una soga lo jalaban. Después de declarar y cumplir su sanción,
le dieron la libertad.
El problema es que el ladrón tenía buenas armas, tenía fama de ser de armas
tomar, con buena puntería, daba a pájaros en pleno vuelo.
Bueno, en este caso nos reunimos de ocho a diez comunidades, todos los
ronderos con sus machetes, sus escopetas, cerca de mil personas.
Primero nos reunimos en la casa del presidente. Y de allí nos fuimos a la
casa del abigeo. Tuvimos que caminar toda la noche, sin luz, por caminos
que no conocíamos, cayéndonos en las acequias. Al acercarnos, ya los perros
ladraban, por ver la cantidad de gente.
Como el ladrón era de San Luis, nos dijeron que los de San Luis deberían
entrar primero. Pero el malo era fuerte, tenía sus armas y nadie se atrevía.
Así que nos entramos todos a la vez, despacito. A las 4:45 de la mañana entramos. Uno rompió la puerta, entró al terrado. El ladrón estaba durmiendo
todavía. El que había entrado saltó al terrado. El ladrón, al despertarse y verlo, trató de agarrar su arma, pero el otro tenía un palo y le ha dado primero
Hernández era una excepción, pues robaba incluso a sus vecinos. Por esta razón, era
particularmente menospreciado.
234 | John S. Gitlitz
duro a la cabeza. Lo hemos sacado afuera calato, no del todo, en trusa. Su
señora y sus hijos lloraban, rogando que no debiéramos llevarlo.
Tenía un cicatriz grande en la garganta; en una de sus ladronerías le habían
tirado.
Lo llevamos así calato a la casa del presidente de ronda. Su mujer llegó poco
después trayéndole su ropa.
[¿Y como supieron que él era el ladrón?] Se había encontrado a la vaca aquí,
en un terreno, en San Luis, y sabíamos cómo era, tenía una larga historia. Investigamos. Y después de capturarlo, él declaró. Bueno, después lo pasamos
a la comunidad de Ojo de Agua y lo metieron a cadena ronderil.
Pero el castigo de Hernández se interrumpió a mitad de camino. Su
esposa corrió a la policía de Chota para acusar a la ronda de secuestrar a
su marido, y la policía exigió a las rondas entregar al detenido. Temerosas
de las consecuencias, las rondas cumplieron. “Nos ordenaron que lo entreguemos. Así que lo llevamos a Chota, por supuesto, primero haciendo que
desfile por la plaza, para que todo el mundo sepa que era un ladrón, y luego lo entregamos a la policía”. Hernández pasó solo unas horas detenido,
lo suficiente como para negar todo lo que había confesado a las rondas. La
policía, argumentando que no había evidencia alguna, lo dejó ir. La ronda
se sintió incapaz de hacer algo más. La policía había asumido el control, y
cualquier acto que emprendiera la ronda de ahí en adelante corría el riesgo
de recibir cargos criminales.
Arrogante y desafiante como siempre, Hernández regresó a San Luis.
Como se señala en el informe de la policía después de su asesinato:
[…] tal Mario el día 19 del presente, que tuvo la libertad inmediata, le llamó
a su vecino, llegando a su casa y desafiándole quitarle la vida al señor Óscar
Aguilar, y haciéndole disparos con arma de fuego diciéndole que compre su
atuendo y su mortaja, porque le dijo que hoy está libre para descalarlo a su
casa, llevar su ganado, y para que hable con razón.
En seguida se produjo el mismo día de la asamblea la denuncia de las señoras Norma Gutiérrez, Virgilia Gutiérrez, Beatriz Gutiérrez, a las quienes
viene haciéndoles imposibles su vida el tal delincuente Mario. Los envenena
8. No siempre es tan fácil perdonar (1): el abigeato| 235
sus animales y perjuicios en sus chacras, les pega diciéndoles que ellas son
las que hablan como vecinas de los animales sustraídos que hace llegar de
distintas partes.
Y también viene desafiando a dichas personas que son Javier Núñez y
Almagro Núñez […] que llegaban como cuñados a su casa […] llegaron
apartarse del sujeto malo Hernández porque les hizo descalo a sus casas.
Óscar Aguilar odiaba a Hernández, quien le había robado, insultado,
desafiado en repetidas ocasiones, y ahora amenazaba su vida. Ocho meses
después, el 28 de julio de 1985, con la ayuda de su amigo Beto Gutiérrez,
Aguilar preparó la emboscada para Hernández. No contento simplemente
con dispararle, también lo cortaron en pedazos y le aplastaron la cabeza con una roca. Al preguntarles por qué habían mutilado su cuerpo, de
acuerdo con el informe de la policía, Aguilar respondió:
El hombre asesinado era mago y en una oportunidad le ha mostrado un
libro posiblemente de magia, por lo que el instruyente también le creía
como mago que no le importaba en ningún momento la bala, que también
se escuchaba de un tal Juan Hernández que no podía ser vulnerable a los
disparos de arma de fuego, en tal sentido creyéndolo así, para asegurarse de
que era muerto le golpeó la cabeza con la piedra.
Aguilar y Gutiérrez habían actuado por su propia cuenta. Nadie nunca me insinuó que las rondas estuvieran involucradas en este asesinato, si
bien estaban frustradas por su fracaso anterior. A petición de la policía, las
rondas capturaron a Aguilar y lo entregaron. Su cómplice-asesino huyó y
nunca fue atrapado. Aguilar fue juzgado en los tribunales estatales, declarado culpable y sentenciado al mínimo de dos años en prisión, después de
los cuales regresó a casa.
Hernández dejó una viuda y once hijos. Su cuñado, a quien había robado una vez y a quien había amenazado después de su liberación, acogió a
los huérfanos, dándoles una parcela de tierra, y con la ayuda de las rondas,
les construyó una casa. Ellos continúan viviendo en San Luis.9
9.
Lo anterior se reconstruyó sobre la base de actas, informes de la policía y testimonios
de campesinos de San Luis, incluido el cuñado de Hernández.
Capítulo 9.
Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería
Podemos pensar en el alcanzo, que agarra a una persona que pisa o se sienta
donde no debe, provocando así a los gentiles. Esta imagen de un mal que es
exterior a uno mismo, esperando para agarrarlo. Planteamos que el mal no
se ubica dentro de la persona; más bien agarra a la persona y entra en ella.1
Una bruja en un pueblo es una maldición de Dios, cierto, pero al mismo
tiempo es necesaria si se quiere golpear a alguien sin recurrir al puñal o al
tiro a la espalda [...] La bruja, asimismo, sabe combatir a las demás brujas
y defender a la comunidad. La bruja es la ministra del mal, tiene el diablo
y a la noche por maestros; pero el mal en los Andes es parte integrante del
mundo.2
En febrero de 1986 alguien robó media docena de cuyes a Mario Mejía. No
fue un gran robo, pero sí lo suficiente para ser una molestia. Al principio,
Mario ni siquiera acudió a la ronda, prefiriendo investigar por sí mismo.
No fue sino hasta un mes después que se acercó a la ronda, acusando a tres
personas del crimen. Los tres habían estado rondando la noche del robo, y
Mario afirmó que se habían aprovechado de ello para robar.
1.
Theidon 2004: 58-59.
2.
Polía 2001: 145.
238 | John S. Gitlitz
Esta noche los investigamos la ronda, y no había nada. Ellos simplemente
habían asistido a su turno. Pero el dueño insistió. Pidió que les demos sus
pencazos. Les cogimos esa noche a las nueve, a los tres y al dueño. Y les
dimos un par de pencazos. Pero no cambiaron, negaron, dijeron que no
eran del robo.
¿Qué había llevado a Mario a hacer tal acusación? Admitió que había
ido donde un vidente, un brujo llamado José Santos, quien leyó en sus
cartas los nombres de los tres.
José Santos era mi tío. Y no era la primera vez. La ronda siempre lo
escuchaba brujeando. Todo el mundo lo sabía. Brujeó a Felipe Vásquez,
a su sobrino Julio Marín, a Tomás Hernández. A Felipe Teodoro, cuando
estaba coqueando, se le pasó la bola por la garganta, se enfermó y se murió.
Julio tenía el estómago mal, no podía retener la comida. Algo raro le había
pasado. José ya no trabajaba con la gente de acá, ya lo conocían. Se sabía que
era malero. La gente venía desde lejos para consultarle. Pero no era ladrón.
No causaba otros problemas. Sí, que todas las mujeres que venían para ser
curadas, las abusaba. Era cuyambero. Pero la ronda lo persiguió por malero.
En la noche del 6 de marzo, los ronderos se reunieron en asamblea.
Después de escuchar a todo el mundo y oír la evidencia de la comisión
investigadora, encontraron inocentes a los tres acusados que Mario había
señalado, pero vertieron su ira en contra de José Santos, designando a una
comisión para que lo capturase y para que confiscase su altar, o mesa,
prueba de sus prácticas malévolas. La comisión regresó poco antes de la
medianoche.
Aquí se ha hecho una investigación total. Salieron todos a la casa rondera,
después a la pampa deportiva. No ha durado horas sino días. Lo hemos
colgado de los testículos, alfileres hemos puesto bajo sus uñas. […] Declaró
que sí, era verdad, incluso hizo escenas de lo que hacía. Le dieron excremento
de personas, bien batida —lo llamamos chocolate— y tenía que tomarlo.
Uno podía sentir la intensidad de la asamblea por el lenguaje del
arreglo.
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 239
Siendo las 12 pm de la noche del día jueves 6 de marzo de 1986, ante todo
el personal de […] rondas de San Andrés y en presencia del comité central
se localiza al señor José Santos conocido como el hechicero maligno del
sector cinco. Se desmantela la banca hechicera ante todos y jura ante todos
los presentes nunca más continuar en dicha maniobra seguir realizando
esta profesión. En caso de que yo continuara si es posible que me saquen el
cuero, y pido a mis hermanos ronderos que jamás y nunca estaré ejerciendo
esta maldad. Además el coco o calavazo lo entrego a la comisión que se
apersonará a dejarme en mi casa y para constancia entrego toda esta banca
al personal de rondas, y yo firmo esta constancia. También de nunca desafiar
a ninguna persona ni a preciso de lo sucedido. En presencia de todos los
ronderos se da por terminado este problema, firmando todos los ronderos
de los seis sectores presentes y comité central.
No hubo necesidad de más castigo; ya había sufrido bastante. Avergonzado o asustado, José Santos huyó a un caserío lejano al otro lado del
valle para recuperarse. “Murió poco tiempo después. Había pedido permiso para irse, para ser curado, y allí le dieron una maja de primera, de la
cual murió”.
Su esposa e hijos, rechazados por sus vecinos, sobrevivieron en la pobreza extrema en una pequeña choza, en una parcela minúscula de tierra
cerca de donde su marido y padre había hecho brujería.
A finales de las décadas de 1980 y 1990, caserío tras caserío, las rondas
entraron en repetidas confrontaciones con los “brujos”, lo que un rondero me
describió como una “verdadera guerra”. Los problemas con los abigeos eran
siempre más frecuentes. El conflicto con los brujos no ha sido visto, en gran
parte, por el mundo exterior; no obstante, era un problema real. Los brujos
eran perseguidos, sometidos a castigos terribles, y sus mesas eran destruidas.
En todos los caseríos que he visitado, los campesinos me han contado casos
como este, casi dos docenas en total. Sin embargo, rara vez los informantes
hablaban espontáneamente de instancias de brujería, aunque cuando se les
preguntaba, lo discutían con intensa emoción. Los campesinos hablaban de
los brujos con un tono diferente, con miedo pero también con vergüenza y
fingido rechazo. La creencia en los brujos era el vestigio de un pasado del que
los campesinos se sentían vagamente avergonzados.
La brujería no era como las pequeñas disputas entre vecinos, a ser
tratadas con paciente ánimo de reconciliación, o como el robo, que debía
240 | John S. Gitlitz
ser confesado, reparado y perdonado, sino que era un mal que debía ser
eliminado. Los brujos eran gente poderosa, culpable no solo de actos malévolos sino intrínsecamente malos. Muchos eran acusados de múltiples
crímenes, a veces atroces.
Sin embargo, los brujos cumplían funciones importantes en el pueblo.
Hacían sus hechizos no solo para hacer el mal gratuitamente, sino también
por retribución, a pedido de aquellos que habían sido (o se sentían) dañados para vengarse, o de aquellos que buscaban defenderse de un futuro
mal. La brujería era una forma de justicia, de protección o de venganza, lo
que contribuía a mantener el equilibrio y el control social. Esto convertía a
los brujos, de cierta manera, en rivales de las rondas, lo cual, quizás inevitablemente, llevó a que se enfrentaran.
En todos los casos que examiné, excepto en uno, los supuestos brujos eran curanderos de los que se creía usaban sus poderes curativos para
fines malignos. Los curanderos son herederos de antiguas tradiciones en
los Andes. Combinan un conocimiento a veces detallado de las plantas
medicinales locales, con rituales católicos populares, ritos precolombinos y
un agudo sentido de la sicología para tratar una amplia gama de enfermedades y desgracias, desde resfriados y depresiones hasta la mala suerte en
el negocio o en el amor.
El curanderismo, sin embargo, puede desplazarse fácilmente hacia un
reino oscuro de más dudosa moralidad, el de la brujería.3 Para los campesinos, la habilidad de curar o de hacer daño son los dos lados de la misma
moneda. Los curanderos y los brujos usan poderes mágicos pero con fines
diferentes. La magia negra, o brujería, alude al uso de hechizos para dañar
a los enemigos. Cada enfermedad o muerte inexplicable puede levantar
sospechas de brujería. Un curandero que hace alarde de sus poderes, o
cuyas pociones no logran curar a un paciente moribundo —como inevitablemente ocurre—, corre el riesgo de ser acusado de haber pasado a un
reino más cuestionable.
3.
Por ejemplo, un cargo frecuente —en el que los informantes a menudo plantean la
transición de la curación a la brujería como prueba— es que se utilizan los conocimientos de hierbas o hechizos para ayudar a mujeres a interrumpir embarazos no
deseados.
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 241
Para entender el poder de los brujos y el temor de los campesinos, se
requiere comprender dos elementos relacionados entre sí: en primer lugar,
la concepción de la enfermedad que tienen los campesinos, o más ampliamente, del mal; y en segundo lugar, la idea de envidia y su corolario, la
retribución. La unión de los dos define el rol social de los brujos.
Según la visión del mundo de los campesinos cajamarquinos, muchas
de las enfermedades que sufrimos, y más ampliamente de las desgracias
que nos aquejan, tienen su origen no en nuestras acciones o en nuestros
cuerpos, sino en fuerzas externas y ajenas a nosotros, en encantos que agarran nuestros cuerpos y nuestras almas. Todo en la naturaleza —los ríos,
las montañas, las cascadas, las rocas— tiene tanto un aspecto físico como
uno metafísico, una presencia concreta y una energía o poder. Algunas
energías son positivas o buenas, otras son negativas o malévolas, y la vida
es una batalla constante entre ambas. Las fuerzas omnipresentes del mal se
encuentran a la espera de tomar nuestras almas, de hacernos daño. Cuando
caminamos incautamente y pisamos una piedra cuyo poder es malévolo, o
cuando cruzamos aguas que emanan de una fuerza negativa, esos poderes
se apoderan de nuestras almas.
El poder de estas misteriosas fuerzas y su susceptibilidad de ser manipulado por los hombres han dado lugar a la brujería. Según Bonnie GlassCoffin:
La hechicería y la curación son dos lados de la misma moneda. Los hechiceros que hacen el daño y los curanderos que lo curan; ambos utilizan las
fuerzas de un mundo invisible más allá del ámbito de la percepción sensorial normal4 […] Montañas, cascadas, lagunas y otras expresiones de la
naturaleza brindan a los humanos la comida, agua y refugio a cambio de
ofrendas periódicas. Pero cuando no es propicio, sus encantos pueden atacar a los humanos, capturando la esencia de vida de los transeúntes desprevenidos […] El encanto captura y posee el espíritu suelto […] El poder de
los encantos de capturar y poseer el espíritu humano es lo que hace posible
la práctica de la hechicería.5
4.
Glass-Coffin 1998: 18.
5.
Ibíd.: 25.
242 | John S. Gitlitz
Marco Mosquera, un chamán de la ciudad de Cajamarca, hace una
observación similar:
Hay dos energías en el mundo místico, una positiva y una negativa. El curandero, haciendo uso de las leyes cósmicas, trata de hacer el bien. El brujo,
empujado por sus clientes, intenta dañar a las personas, sus cosechas o su
salud, pero sobre todo hacer algo por lo que se volverá loco.
Todo está vinculado a las leyes de la naturaleza. La magia negra invoca a
los poderes del diablo. El brujo tiene un pacto con el diablo, sus piedras
están ligadas a lugares específicos —las montañas, la naturaleza— donde las
energías negativas están presentes. El brujo hace un pacto con el diablo por
medio de las fuerzas del mal en la naturaleza.
Cuando alguien que está enfermo acude a un curandero, el curandero toma
el cactus San Pedro Ayahuasca (alucinógenos naturales) con el fin de ver la
causa de su enfermedad, ya sea orgánica o funcional. Si es orgánica, la causa
radica en la naturaleza, que viene de Dios. Pero si es funcional, la causa radica en el mal o en la envidia, o en cosas extrañas y desconocidas. Luego el
curandero usa plantas de tres regiones del Perú —la costa, las montañas, y
la selva— para sacar al mal. Pero lo tiene que hacer rápido, porque si no lo
hace, el mal agarrará cada vez más el cuerpo del paciente y lograr una cura
será imposible.
Theiden señala:
Los campesinos manejan la diferencia entre las enfermedades que tratan
en la posta y los males que le llevan al curandero. Campesinos y campesinas van a la posta para obtener sus bolsas de pastillas y medicamentos.
Sin embargo, de los curanderos buscan tratamiento de lo que está mal en
el mundo: los ancestros que están enojados, el vecino envidioso, los llakis
que atormentan el cuerpo y el alma, los ex-enemigos cuya presencia en el
pueblo irrita al corazón […] y la tierra misma que los agarra cuando pisan
descuidadamente.6
Por lo tanto, el poder de la brujería reside en su capacidad de convocar
a las energías negativas presentes en toda la naturaleza para robar las almas
6.
Theidon 2004: 90.
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 243
de nuestros cuerpos. El poder del curanderismo reside en lo contrario: en
la habilidad de proteger a nuestras almas de ser llevadas o de recuperarlas
cuando han sido tomadas. Nuestros cuerpos constituyen un campo de
batalla, por el que y dentro del cual, luchan las fuerzas del bien y del mal.
Las buenas y malas energías en la naturaleza están también asociadas
con la gran corriente de la historia, con un mundo bajo nuestro mundo de
épocas anteriores y de caos y violencia.
El concepto andino de “inca” […] Se refiere a un orden ancestral convulsionado y destruido por la llegada de los blancos. Un orden que se había
impuesto sobre el caos de los orígenes, sobre el mundo de los gigantes […]
“Los gentiles eran seres humanos”, contó Dionisio, “como nosotros, pero
más grandes, fuertes y salvajes. Vivían mucho pero no tenían leyes. No
conocían vínculos familiares […]”. Pero el castigo divino cogió desprevenidos a los gigantes que, habiendo ingerido el jugo del San Pedro, vieron
el final próximo y se escondieron, precisamente, en las profundidades del
subsuelo […] Los brujos usan los objetos de los gentiles encontrados en las
grutas para contagiar enfermedad y desgracia, para matar. Por el contrario,
los curanderos —para defender, defenderse y curar— usan los objetos que
pertenecieron a los incas […] Bajo la superficie del mundo, en el subsuelo
inmediato, se esconden las fuerzas creadoras […] En un subsuelo próximo,
en el fondo de las lagunas, viven los incas, maestros de medicina y de encantamientos solares, raíces de un mundo aún no desaparecido del todo […]
Aún más abajo, en la sombra que el sol no penetra, viven las larvas de los
gigantes, hijos de la noche, maestros de maleficios y de encantamientos de
tinieblas, instructores e iniciadores de los brujos que actúan en el mundo
cotidiano como ministros de las fuerzas destructoras del caos. Actúan en
función del odio, de la avidez, de la envidia, de la lujuria propia y de los
demás […].7
Cuevas, lagos, remolinos en los ríos llevan directamente a este submundo incontrolable del pasado.8
7.
Polía 2001: 99-102.
8.
Téngase en cuenta mi discusión de los baños en el capítulo 5. En una ocasión, a
altas horas de la noche de un viernes, los adolescentes de la pequeña ciudad de Tacabamba, cerca de Chota, me llevaron al otro lado del valle para ver algunas lagunas
termales. Cuando sugerí quitarme la ropa para bañarme, me advirtieron: “No, estos
pozos tienen duendes, pueden agarrarte y jalarte hacia abajo”. Cerca de Llacanora,
244 | John S. Gitlitz
Para llevar a cabo sus curas o realizar sus hechizos, los curanderos y
los brujos hacen uso de objetos poderosos y de rituales.
El altar alrededor del cual se realiza la ceremonia ritual […] se compone
de objetos de poder llamados artes, que también son percibidos como objetos que contienen una esencia espiritual o poder. Estos incluyen espadas,
varas de diferentes tipos de madera […] para defenderse contra ataques de
hechiceros y fuerzas de espíritus, así como para lanzar contraataques9 […]
La mesa sirve como un tipo de punto focal para el viaje chamánico […]
Abre las líneas de comunicación entre dos mundos porque los objetos en
la mesa contienen el poder de los encantos de los que se han apoderado.
Los objetos representan las fuerzas del universo que están involucradas en
la causa y curación de la brujería10 […] Las batallas muy elaboradas con los
espíritus y los rituales de limpieza que están destinados a “botar” o “voltear”
la brujería son señal del increíble poder de los que han sido llamados a este
reino turbio.11
A través de sus rituales, curanderos y brujos consiguen el poder de sus
artes para lograr el bien o mal que desean producir:
La persona que desea llevar a cabo el daño le da al hechicero algo que contenga la imagen de, o algo que pertenezca a la víctima. Lo que constituye la
imagen de la víctima es libremente interpretado y puede incluir la huella
dejada al caminar por un camino polvoriento […] Estas anexidades facilitan la capacidad del brujo para llamar al espíritu del cuerpo de la víctima y
encomendarlo al espíritu del encanto […] El hechicero prepara una poción
o un polvo que contiene lo que pertenece al encanto o ánima a la que el
espíritu de la víctima ha sido encomendado. Esta poción o polvo debe de
una capital distrital no lejos de Cajamarca, hay una gran cueva con pinturas prehistóricas. Aunque los lugareños ya están acostumbrados a los turistas, cuando visité
por primera vez el lugar hace algo más de veinte años, se me advirtió repetidas veces
que aquellos que entran corren el riesgo de volverse locos. Theidon reporta que
en la provincia de Huanta, Ayacucho, los comuneros rastrean los orígenes de una
epidemia vinculándolos a un periodo en el que, huyendo de Sendero Luminoso, se
refugiaron en las cuevas.
9.
Glass Coffin 1998: 19-20.
10. Ibíd.: 142.
11. Ibíd.: 146.
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 245
alguna manera entrar en contacto con la víctima, para que él/ella pueda
absorber los efectos mágicos […] Puede ser introducida en la comida o
bebida de la víctima. En este caso, se llama daño por boca […] y es usualmente fatal. Si se coloca en el camino de la víctima a fin de que sin darse
cuenta él/ella lo pise, lanzándolo al aire para que sin darse cuenta lo respire,
o puesto en la ropa de la víctima […] se le llama daño por aire […] Para
curar la brujería, un curandero debe ser capaz de determinar qué chamán y
qué encanto o ánima es responsable del daño […] El curandero de alguna
manera debe localizar el espíritu de la víctima, persuadir u obligar al encanto o ánima que lo mantenga para liberarlo, y ayudarlo en su reintegración
con el cuerpo de la víctima.12
La descripción de Marco Mosquera es un poco más pintoresca:
Uno puede identificar al brujo por su mesa, la cual es diferente a la de un
curandero. Lo que caracteriza a la mesa del brujo es el uso de piedras negras, animales disecados; mientras que el curandero utiliza piedras blancas
y plantas. A partir de estos animales y plantas, que contienen energías negativas, el brujo hace polvos, los cuales logra que sus víctimas coman, en
bebida o en comida. Deben ingerir estos polvos. Para hacer los polvos, él
utiliza serpientes, tarántulas, ranas, la piel de los zorros, gatos, perros, el
mono huayhuash que vive en las montañas y chupa el cerebro de los cuyes,
lagartijas y águilas para que la gente se vuelva loca […] El brujo malero
pide una prenda de vestir, una fotografía, y el nombre de la persona a la
que dañarán. Si estos no están disponibles, él recoge su huella. Cuando una
persona camina y pisa la tierra, el brujo recoge esta tierra y eso es el rastro.
Y con eso puede lanzar su hechizo […] Luego le dará esos polvos a algún
amigo que pueda lograr que la víctima los coma o los tome.
El curanderismo y la brujería son, por lo tanto, prácticas opuestas que
se enfrentan en una batalla constante: el brujo haciendo daño, el curandero
defendiéndose y protegiendo a sus clientes. Pero para Mosquera existe otra
distinción.
Es posible ser brujo sin ser curandero, porque en este mundo es más fácil
aprender a hacer el mal que hacer el bien. Uno puede aprender a ser un
brujo, pero un curandero debe nacer con el don de curar, es algo que viene
12. Ibíd.: 25-26.
246 | John S. Gitlitz
de sus ancestros. Un curandero puede lanzar maleficios, pero una vez que
lo haga ya no puede volver a curar. Muchos también se enferman, y mueren
de enfermedades extrañas. Es porque son consumidos lentamente por las
mismas energías que usan para hacer el mal. Los brujos viven en la pobreza,
a veces se vuelven locos, y muchas veces sus familias son consumidas por las
mismas energías también.
Tal vez cuando me dijeron que la esposa y los hijos de José Santos
vivían en la miseria, esto no era solo la declaración de un hecho, sino la
evidencia de que Santos era un brujo —y parte de la moral de la historia.
¿Por qué se identifica a ciertas personas como brujos y a otras no? Tal
vez la respuesta la encontramos en otro aspecto del comportamiento de los
brujos, y en otra idea, la de la “envidia”.
Recientemente le pregunté a un campesino a quien conozco hace años,
un hombre que ha progresado notablemente en la vida debido al trabajo
duro, el ahorro diligente y la prudente inversión, si mis visitas le causaban
problemas. Riéndose respondió: “Por supuesto, todo el mundo dice que
tengo lo que tengo porque tú me lo traes”. Cualquiera que haya vivido en
un pequeño pueblo andino, sabe lo poderosa que puede ser la fuerza de la
envidia. En un mundo tan de cerca interrelacionado, de escasos recursos,
pobreza, inseguridad e interdependencia, no es fácil entender cómo otros
han salido adelante, sobre todo si uno no lo ha hecho. Foster llamó a esto
la “imagen del bien limitado”: en las pequeñas sociedades la gente percibe
la escasez de recursos como algo finito y fijo, la vida es un juego de suma
cero, y cualquiera que se ponga por delante lo debe haber hecho a costa de
otros —lo que viene a ser un tipo de robo.
En el Perú rural, la “envidia” es una presencia palpable que casi parece
flotar en el aire. Los conflictos, al igual que las desgracias, están en todas
partes en los Andes, así como también está la brujería para explicarlos. Los
modestos éxitos de los vecinos rara vez se atribuyen al trabajo duro, sino
más bien a la mejor de las suertes o, en el peor de los casos, a la maldad;
las desgracias de uno no se explican por los propios fracasos, sino por la
intervención malévola de los demás. Cuando una joven acepta ser “robada” por un joven que anteriormente ella había desdeñado, es posible que
haya sido brujería (capítulo 7); si mis gallinas mueren misteriosamente
pero no puedo probar que mi vecino las envenenó, puede haber sido asi-
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 247
mismo brujería (capítulo 6); cuando no podemos tocar a los ladrones que
conocemos, que se mueven sigilosamente en la noche, a quienes la policía
nunca encuentran y los jueces nunca juzgan, quizás están protegidos por
los brujos (capítulo 8).
Más que simples malhechores, los brujos también actúan para contrarrestar el mal de los demás, para proteger a los individuos y a la comunidad, y para buscar venganza. Ellos son, en sus propias palabras, agentes de
justicia, control social y equilibrio. Como Marco Mosquera comenta: “En
la ciudad, cuando alguien te hace daño, corres a la fiscalía para presentar
una queja y demandas. En los caseríos, corres al brujo para vengarte”.
Así, los brujos y las rondas eran ambos agentes de justicia, el primero
representando una justicia de retribución en un mundo de malevolencia
humana, el segundo, al menos idealmente, una justicia de reconciliación
que busca construir una comunidad. Cuando las rondas confrontaban a
los brujos, se trataba de un conflicto de poder, así como también de un
conflicto entre el bien y el mal.13
Sin embargo, cuando he preguntado a los ronderos acerca de la brujería y las creencias mágicas, a menudo responden: “Nosotros no creemos
en esas cosas”. Ellos hablan de sus conflictos con los brujos con vergüenza,
utilizando frases como: “La gente decía que era un brujo pero yo no sé…”.
Pasaron años hasta que me di cuenta de la persecución de las rondas a los
brujos. Sin embargo, cuando me percaté de este hecho, empezó a aparecer
por todos lados. Parecía que todos habían tenido una experiencia con el
mundo de la brujería. Entonces, ¿por qué se mostraban tan reticentes a
hablar de ello?
He argumentado en capítulos anteriores que las rondas surgieron en
parte como un reclamo por la dignidad y la ciudadanía. Ante un mundo
que despreciaba a los campesinos como “indios”, ignorantes e inferiores, los
campesinos demandaban ser escuchados y respetados. Parte de su demanda fue insistir en que “no somos salvajes, somos tan civilizados como tú”.
Los brujos y su arte simbolizan ese mundo salvaje, el cual era negado por
las rondas, pero considerado por algunos. La brujería tuvo que ser extirpada y relegada al pasado.
13. Le debo esta idea a José Rodríguez Villa.
248 | John S. Gitlitz
Aun así un problema permanece. Cuando un ladrón roba mi vaca,
el delito es claro. Con suerte puedo identificar inequívocamente quién es
el delincuente. Pero cuando mi hijo cae inexplicablemente enfermo y yo
sospecho que es brujería, ¿cómo puedo demostrar el hecho o identificar
a los culpables? En resumen, ¿por qué algunas personas son culpadas de
magia negra y otras no? Parte de la respuesta puede estar en la manera
en que algunos odios específicos se expresan. Las reputaciones ambiguas
se tornan claras cuando se las enfrenta a sucesos inexplicables. Sin embargo, sospecho que la respuesta se basa más en el rol social de aquellos
que son identificados como brujos. Ellos son la quintaesencia de la gente
problemática.
En muchos de los casos que he examinado, la brujería era solo uno de
los múltiples cargos contra los acusados. Se trataba de personas antisociales con un comportamiento que las situaba fuera de los límites normales
de su comunidad, que desafiaban todas las normas locales y que abiertamente rechazaban la autoridad de las instituciones comunales. Algunas
tenían desviaciones sexuales: eran polígamas, abusaban de niños, habían
sido acusadas de incesto o de aprovecharse sexualmente de sus clientes
mujeres. La mayoría se comportaba de manera arrogante y abusiva con sus
vecinos, robando el agua del riego, traspasando los límites de las parcelas,
cerrando caminos o permitiendo que sus animales pasearan en los campos
vecinos. Sus hijos eran conocidos por abusivos o por ser pequeños ladrones,
muchachos que golpeaban a los hijos de sus vecinos, que perturbaban la
escuela y robaban frutas de los huertos cercanos. Un cargo habitual era
que estas personas antisociales actuaban junto con los abigeos, ofreciendo
protección a cambio de una parte de las ganancias.
El hilo común que atraviesa a todos estos casos es su abierta falta de
respeto a las convenciones sociales de la vida en comunidad. Los brujos
eran personas que peleaban con sus vecinos por cualquier cosa y por todo.
La acusación más frecuente era su falta de respeto a la ronda. No solo no
cooperaban, sino que ponían en duda su autoridad. Los brujos se negaban
a rondar, a asistir a las asambleas o a participar en los proyectos comunales. Cuando la ronda los llamaba a trabajar, ellos se negaban abiertamente
a hacerlo, desafiando de esta manera a la organización.
En muchos casos, lo primero que llamaba mi atención eran las actividades antisociales de estas personas, no su brujería. Solo cuando pregun-
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 249
taba por estas personas claramente problemáticas, la brujería salía a la luz:
“Él era un brujo”, me decían.
En resumen, para los ronderos, los brujos eran una fuerza maligna
que habitaba en los caseríos. Personas con un poder misterioso, proveedoras del mal, practicantes de magia negra. Mientras negaban ser brujos, y
abiertamente desafiaban las normas sociales y la autoridad de la comunidad, inspiraban profundo temor, un sentimiento que, sin embargo, los
ronderos no admitían en su búsqueda de modernidad y respeto. Debido a
que los brujos tenían vínculos con los ladrones, su poder iba más allá de
lo meramente mágico. No obstante, como fuerzas de retribución, así como
del mal, eran también agentes de control social y retribución, y por tanto,
rivales de la ronda.
La lucha contra los brujos era difícil y delicada; era una mezcla de
fuerza física, política y mágica que exigía a la ronda reunir todos sus recursos y actuar con energía. Sin embargo, a diferencia de los abigeos, los brujos eran vecinos, personas con quienes el trato diario no podía ser evitado.
Los brujos debían ser reintegrados a la comunidad, pero primero había que
destruir su poder mágico.
Por eso, los brujos eran severamente castigados. Los abigeos eran azotados y bañados en agua fría. Lo mismo ocurría con los brujos, pero a ellos
también se les clavaba agujas debajo de las uñas y eran obligados a beber
esa mezcla nociva de su propio excremento llamada chocolate. Sin embargo, existe una lógica detrás de su castigo que Mosquera me explicó. Para
derrotar a un brujo, su poder sobre las energías negativas de la naturaleza
debe ser destruido. No es solo una cuestión de castigo, como sucede con los
abigeos: es una batalla. Se les debe quitar sus artes, su mesa, y las fuerzas
negativas de su cuerpo tienen que ser extirpadas. Esto se logra obligándolos a luchar contra ellos mismos. Se piensa que el poder de un brujo
proviene de una especie de imposición de manos, de ahí las agujas bajo las
uñas. Más importante aún, el brujo debe ser obligado a ingerir su propio
mal, ya sea bebiendo su sangre o comiendo su excremento. Así, el chocolate
es menos un acto de sadismo que un enfrentamiento terrible con el mal
que existe dentro de esas personas.
En lo que queda de este capítulo, describo tres casos de rondas que
persiguieron a brujos. Ninguno demuestra todo lo discutido anteriormente, pero juntos ofrecen un buen retrato de la brujería.
250 | John S. Gitlitz
Demetrio Mendoza
Demetrio Mendoza, un campesino relativamente acomodado, era un reconocido curandero al que acudían clientes de toda la provincia. Al mismo
tiempo, tenía la reputación de ser brujo, no despertaba simpatía y era temido por muchos. Varios informantes me comentaron sus poderes mágicos.
Demetrio era un brujo. Tenía tres esposas al mismo tiempo, viviendo en una
misma casa, en una sola habitación. Con dos de esas mujeres había tenido
hijos, pero parece que la mujer fuerte en la casa, la jefa que manejaba las
cosas, la que ordenaba al resto, era la esposa que no tenía hijos. En eso no
había problemas. Todos vivían bien juntos. Y si no lo hacían, Demetrio les
pegaba con un palo. Él era de estatura baja, con una gran barriga, pequeño
pero fuerte en una pelea.
Él era un completo problema. Una noche lo encontramos brujeando en
contra de toda la ronda, para que lo dejásemos en paz, pero no lo dejamos
tranquilo y le quitamos su mesa.
[Él usó un hechizo] en el caserío de Condorpampa. Había un cargamento
de arroz, para hacer que la gente venga a trabajar. Tomás Julca y Salvador
Pérez fueron a pedir trabajo. [Al no conseguirlo, contrataron a Demetrio
para vengarse]. Él embrujó a nueve personas, porque las odiaba, para que
mueran. Y las nueve habían caído bajo la misma enfermedad. Es así como
lo descubrimos.
Pero solo lo descubrimos 15 años después. Hace dos años, Julio Rolón fue a
comprar coca, pero debía un poco de dinero al hombre que usó para vendérsela, quien ya no quería darle más crédito. Julio era el asistente de Demetrio, la persona que entregaba los polvos. Cuando el vendedor de coca no
le dio crédito, Julio se enojó, y fue así como descubrimos los hechizos. La
ronda capturó a Tomás y confesó. En Condorpampa le dieron una tremenda maja […] Luego lo entregaron al juez de paz, que lo devolvió a la ronda.
Ahora ese juez tiene un enorme problema. Pero no pudieron hacerle nada a
Demetrio porque ya no vive aquí.
También era un ladrón. Se robó una vaca de Wenceslao Díaz. La cogió alrededor de las cuatro de la mañana. Algunas personas lo encontraron arreando a la vaca e intentaron amarrarlo ahí mismo, pero escapó a su casa. Dijo
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 251
que le había quitado la vaca a la persona que era el verdadero ladrón. Bueno,
la ronda lo investigó. Lo llevaron a Condorpampa, donde lo hicieron confesar. Debido a que eran enemigos, le pusieron agujas debajo de las uñas.
Realmente lo odiaban. Lo bañaron en una laguna a la una de la madrugada,
en la laguna donde lavaban la ropa de los muertos […] Luego frotaron su
cuerpo con ortiga. Es una hoja que pica fuertemente y quema. También lo
penquearon, y luego lo llevaron a rondar durante una noche. Era un castigo
apropiado. El tipo era realmente poderoso.
Tenía tres mesas: una para curar, una para embrujear [sic], y otra para la
cuyumbería. Sin embargo, era un buen curandero. Mucha gente iba a consultarlo. O sea para el bien, era bueno; y para el mal, era malo. Tenía las tres
profesiones.
Se suponía que a Demetrio le tocaba rondar los días viernes. Los días martes
y viernes son los días que hacía su brujería. Pero no rondaba. Enviaba a un
peón, pagándole, para que pueda quedarse en casa y hacer sus hechizos. Yo
solía rondar los viernes también, pero en un grupo de ronda diferente. Pasábamos por su casa soplando silbatos para hacerlo enojar y que no pueda
embrujear [sic].
Entre 1982 y 1988, hay 22 referencias en las actas de San Luis a
Demetrio Mendoza y a los problemas que él, sus tres esposas y sus hijos
causaban. Julia Álvarez lo acusó de dejar a su ganado vagar libremente
en sus campos, destruyendo sus cultivos, comiendo su pasto y derribando
sus cercas. Cuando llevó al teniente gobernador para evaluar los daños, la
esposa de Demetrio comenzó a gritarla y a amenazarla con tirarle piedras.
Mario Silva acusó a Demetrio de alentar el mal comportamiento de sus
propios hijos. Repetidas veces los atrapó en sus huertos, robando fruta
y molestando a sus animales. También dijo que Demetrio incitaba a sus
esposas a robar leña. Hasta la propia familia de Demetrio sufrió. En un
momento dado, su hermano lo acusó de robar dos toros de su anciano y
enfermo padre. Tampoco sus esposas salieron ilesas. Un acta menciona que
una de ellas, tras haber sido golpeada por su marido, había recurrido al
esposo de una vecina buscando protección.
Considerados uno por uno, estos delitos no eran gran cosa, pero juntos
articulaban un patrón persistentemente molesto y, en el caso de Mario
Silva, una enemistad duradera. Por otra parte, en al menos un caso descrito
252 | John S. Gitlitz
anteriormente, Demetrio fue cómplice en un robo de mayor importancia.
En 1984, una vaca fue sustraída de Pozo de Agua, cuya ronda encontró al
animal en los pastos de Demetrio. Interrogado por la ronda de San Luis,
Demetrio admitió que había encontrado un animal ajeno en sus campos,
pero que había “olvidado” informarlo a las rondas. Demetrio era cualquier
cosa menos inocente. La vaca había sido robada por un ladrón conocido, y
Demetrio había estado cuidándola a petición de esa persona. Además, no
era la primera vez que esto ocurría.
Demetrio se mostró abiertamente indiferente con la ronda. Cerca de
la mitad de las actas menciona su negativa a cooperar. Faltaba a su turno
de ronda, como jefe de grupo le pagaba a un peón para que tomase su lugar, y como controlador a cargo de registrar la asistencia se olvidaba de sus
funciones, negándose incluso a abrir la puerta a los ronderos que acudían a
registrarse. Se burlaba abiertamente y en voz alta de la ronda, proclamando frente a todos que las rondas no tenían poder alguno sobre él. Más de
una vez, cuando los ronderos pedían su cooperación, se encontraron con
maldiciones y disparos.
Curiosamente, casi ninguna de las referencias en las actas mencionaba
que Demetrio era un brujo, aunque una serie de entradas se refiere a sus
habilidades (o más bien, a su incapacidad) como curandero. La familia de
un caserío cercano, cuyo hijo había sido tratado por Demetrio por un trastorno nervioso, se quejó con su ronda alegando que era un charlatán, cuyos
servicios habían agravado la salud de su hijo. Solo dos de las 22 entradas
hacen referencia de pasada a las habilidades mágicas de Demetrio. En una
de ellas, el acta señala su escandalosa y descarada afirmación de que, por
ser un brujo, la ronda no tenía poder sobre él. En otra, la esposa del hogar
donde la mujer de Demetrio se había refugiado después de ser golpeada,
lo acusó de buscar venganza lanzando un hechizo contra ella. Lo que se
destaca en las actas no es la brujería de Demetrio, sino su mal comportamiento. En las historias de los informantes sucede todo lo contrario: se
subraya su poder como brujo.
La ronda de San Luis intentó en varias ocasiones, y con muy poco
éxito, tratar con él. Fue trasladado continuamente de un grupo de ronda
a otro, fue nombrado “jefe de grupo”, y finalmente “controlador” —un
puesto cuyas funciones no incluían rondar, sino simplemente mantener
un registro escrito de quién cumplía sus obligaciones. Todo fue en vano:
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 253
Demetrio simplemente no cooperaba. En 1982, fue castigado con una noche de ronda adicional y un día de trabajo comunitario. En 1984, fue sancionado de nuevo, otra vez con un “uno por uno”, por faltar a las rondas
y porque se había encontrado leña robada por una de sus mujeres en su
hogar. Nuevamente, las sanciones no lograron nada. Demetrio incluso se
negó a aceptar el castigo que la asamblea decretó. Se atrincheró en su casa,
disparando al aire para amenazar a los ronderos que llegaron a capturarlo.
Dos meses después, la ronda de San Luis atrapó de nuevo a Demetrio.
Esta vez fue sentenciado a un “seis por seis” a llevarse a cabo en cadena
ronderil, dos noches de ronda y dos días de trabajo en cada uno de los tres
caseríos vecinos. Los oficios escritos a las rondas vecinas establecían explícitamente que sus sanciones debían incluir su respectiva física, probablemente
una señal de que podía ser castigado de la forma en que cada ronda considerase apropiada. En Condorpampa fue golpeado con dureza. Además de
los acostumbrados latigazos y baños que se les daba a los abigeos, recibió
los castigos tradicionalmente reservados a los brujos: agujas insertadas debajo de las uñas y el chocolate. Bajo tales torturas, Demetrio confesó sus
delitos fácilmente —sus pequeños robos, sus vínculos con los abigeos y la
brujería—, y prometió cambiar. No sirvió de nada.
A mediados de 1986 la ronda de San Luis lo capturó de nuevo. Curiosamente, esta vez las rondas acudieron a las autoridades estatales. Acompañadas de los dirigentes de ronda de caseríos vecinos, llevaron a Demetrio
a Chota para una reunión con el subprefecto y el presidente de las rondas
pacíficas, Pedro Risco. Los campesinos expusieron cuidadosamente el caso,
presentando documentos que detallaban la historia de difícil comportamiento de Demetrio. Una vez más, Demetrio fue obligado a firmar un
arreglo. El acuerdo incluía una amenaza específica. Si no se portaba bien,
las rondas serían libres de castigarlo —con el respaldo de las autoridades—, como se especifica en los estatutos de las rondas. Si aun así no
cambiaba de comportamiento, su caso sería enviado a los tribunales del
Estado. Todo fue en vano. A los dos meses estaba nuevamente causando
problemas, esta vez acusado por sus propios hermanos de robar el ganado
de su moribundo padre.
Después de 1988 no se encuentran más referencias a Demetrio en las
actas. Ese mismo año, emigró a la costa peruana, sin intención de regresar
a San Luis.
254 | John S. Gitlitz
Natalio Rimarrachín
El caso del segundo brujo de San Luis es similar, aunque no tan grave.
Natalio Rimarrachín era propietario de un terreno bastante grande y fértil
al lado de la escuela del caserío, que colindaba con el camino principal que
conduce de San Luis a la capital de la provincia. Tenía la reputación de ser
una persona problemática y porfiada, arrogante con sus vecinos, que no
cooperaba en lo absoluto con la ronda, y propensa a las reacciones violentas cuando se emborrachaba. Había sido llevado ante la ronda en varias
ocasiones por diversos delitos, mayoritariamente menores (como no acudir
a su turno de ronda), agravados por su irrespetuosa insistencia en que los
ronderos no tenían derecho alguno a obligarlo a participar. Pero de vez en
cuando se lo había capturado por delitos más graves, en una ocasión por no
pagar una deuda importante y un par de veces por robos menores.
Característico de su comportamiento fue un incidente que ocurrió a
mediados de 1980. Tarde una noche, regresaba borracho a su casa, cuando
fue interceptado por una ronda que le pidió identificarse. Él estalló en ira,
sacó un rifle y empezó a disparar a los ronderos, afortunadamente sin consecuencias. La ronda lo detuvo y lo llevó al teniente gobernador, quien confiscó
su rifle. En respuesta, Natalio se quejó ante el subprefecto, afirmando que la
ronda lo había tratado de forma abusiva. El subprefecto convocó a los dirigentes de ronda, reprendiéndolos y ordenándoles devolverle su arma.
Los conflictos más serios y de larga data entre Natalio y la comunidad
estaban relacionados con el camino que pasaba al costado de su casa. Era
una vía importante, la principal desde el centro de la comunidad, bajando el
cerro, hacia Chota, y el principal acceso desde la parte baja del caserío a la
escuela. Natalio se negó a ceder terreno cuando se quiso ampliar el camino.
Incluso, cuando el comisionado provincial de obras públicas le ordenó hacerlo, cerró el camino, sin dejar pasar a nadie. Luego se apoderó de la tierra de la
escuela como “compensación” y molestaba a los niños en camino a sus clases.
Sin embargo, Natalio fue menos etiquetado como un brujo. No era,
como sí lo eran otros brujos, un curandero. Aparentemente sus poderes
solo habían salido a la luz como resultado de un conflicto particular con
un vecino, Wilfredo Ruiz. En 1993, Ruiz se acercó al teniente gobernador
de San Luis y acusó a Natalio de haber embrujado a su hijo, quien había
muerto de una misteriosa enfermedad. Cuando se le preguntó cómo se
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 255
había enterado del hechizo, dijo que había sido informado por la nieta de
Natalio. Además, afirmó, otro campesino le había confirmado que Natalio
tenía una mesa de brujería escondida en su casa.
Pero, ¿por qué Natalio Rimarrachín hechizaría al hijo de Ruiz? El libro de actas de la ronda no lo dice. Los informantes, sin embargo, cuentan
la historia.
Había robado una yunta de bueyes a Wilfredo Ruiz. Era un buen grupo de
bueyes que ahora puede valer más de tres mil soles. Al comienzo, Chávez no
tenía pista alguna de quién podía ser el ladrón […] pero más tarde, a través
de un vidente, Julio descubrió quién le había robado. En un matrimonio
anunció que Natalio era el ladrón y lo golpeó. Es por eso que Rimarrachín
embrujeó [sic] al hijo de Julio. Y fue por eso que murió. En ese momento, él
todavía era un joven. Murió joven.
Otro ofrece una explicación menos sabrosa.
Natalio Rimarrachín se puso celoso de Wilfredo. Natalio tenía una hija, a
quien había criado, Anita. Pero al mismo tiempo, ella era la mujer de Natalio,
a pesar de ser su propia hija. Tenía tres hijos con ella, y él los reconocía. Ella
era una especie de mujer fácil. Él no hechizó a Wilfredo porque lo golpeó,
pero porque Wilfredo también se acostaba con Anita.
La ronda podía no hacer frente a la relación incestuosa de Natalio, pero
sí investigó la brujería. Citado para ser interrogado, Natalio insistió en que
no tenía mesa de brujería alguna, a pesar de que había entregado una serie
de objetos considerados por los ronderos como sospechosos: un pavo real de
yeso, un cuchillo con doble filo y otros más especiales, una espada de madera
y una bola de cristal —todas cosas que los campesinos asocian con hechizos
mágicos. Los objetos son ahora almacenados en un escritorio de la casa rondera, como orgullosas reliquias de la lucha contra la brujería.
¿Fue castigado Natalio? Las actas no lo mencionan. Tampoco mis
informantes. Una frase breve en el libro de actas, sin embargo, sugiere
que los ronderos pueden haber considerado el conflicto Ruiz-Rimarrachín
como demasiado grave para ser manejado por ellos. “Debido a que el asunto es serio, y porque los demandados piden justicia, lo vamos a informar a
las autoridades judiciales”.
256 | John S. Gitlitz
Aníbal Carmona
El 6 de mayo de 1987, cientos de campesinos se reunieron en el caserío de
San Andrés, cerca de Bambamarca, en la provincia de Hualgayoc, para el
juicio de un supuesto brujo, Aníbal Carmona. Habían venido de docenas
de comunidades de ambos lados del abra que separa Hualgayoc de Chota.
Muchos de los dirigentes regionales de ronda más importantes también
estuvieron presentes: Segundo Benavides, presidente de la federación de
Bambamarca, así como altos funcionarios de la federación provincial de
Chota. Se habían reunido a petición de los ronderos de Chota, a pesar de
que la asamblea se estaba llevando a cabo en San Andrés, Hualgayoc, porque Aníbal provenía de esa estancia, y era costumbre de la ronda que los
juicios se llevasen a cabo en la comunidad de los acusados.
Aníbal era un curandero conocido en todo Cajamarca central. Nunca
mantuvo en secreto su profesión, de la cual proclamaba con orgullo haberla
practicado con honor por más de 30 años. Incluso anunciaba sus curaciones en algunas estaciones de radios locales, y afirmaba tener una “licencia”
emitida por las autoridades gubernamentales de Bambamarca. Como curandero, sin embargo, se había encontrado a veces en dificultades, como
por ejemplo, cuando sus tratamientos fallaban y sus clientes, descontentos,
llegaban a exigir una restitución. A mediados de 1980 se corrió la voz de que
era un poco charlatán y pidió protección al subprefecto provincial. También
solicitó ayuda a la ronda, pidiendo que se restringiese el acceso a los caseríos
a personas extrañas que podían estar viniendo a acosarlo. La ronda aceptó.
Durante mucho tiempo corrían rumores de que Aníbal era un brujo
—una acusación que él negó. Sin embargo, admitió ser un vidente, una
persona que lee el futuro y el pasado en cartas y hojas de coca. La gente
recurría a él no solo por curaciones, sino también para saber si tendría éxito
en los negocios, o en el amor, y sobre todo cuando había sufrido desgracias
o robos para conseguir pistas sobre quién podría ser el responsable. En las
actas había una entrada de dos años atrás que resumía la investigación de
un robo grave. Aníbal describía su papel en él:
Que sí es cierto que un día viernes llegó el Sr. […] y su hermano donde su
casa […] le dijeron que les hiciera el grande servicio de verles un suertecito.
Primero dice el Sr. Aníbal yo no quise servirles ya que estuve cansado y quería
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 257
ver televisión junto con mi familia, pero como mi vida lo dedico a la cartomancia, les acepté y él me dijo que tenía un objeto perdido y según las cartas
me salía que el objeto era de un valor cuantioso y que era robado, además les
dije que el robo lo hacían hombres y no era hechura de mujeres pero jamás
les dije quién era ni de dónde eran. Yo el único que les aconsejé que asentara
su denuncio en la ronda […] yo no les cobré ni un centavo por la naipeada;
él con su propio gusto dejó $ 5,000 en la mesa donde los naipes […] tengo
30 años de experiencia y jamás me he visto obligado a mencionar nombre o
persona de algo […] Es por eso que yo sigo esa vida de cartomántico y no soy
ninguna persona que ejerzo esa profesión en una forma clandestina.
Sin embargo, como brujo, Aníbal era inusual. A diferencia de muchos
otros brujos con cuyos registros me he topado, no tenía historial como
pendenciero. No era conocido como un ladrón, como un mujeriego o como
una persona que evitaba las obligaciones comunales. Hay pocas menciones
de él en las actas. Sin embargo, cuando se pedía describir su personalidad,
la gente usaba palabras como “intratable”, “difícil” y “vengativo”. A muy
pocos les caía bien, y la mayoría lo consideraba un brujo. Cuando pedí conocerlo y así poder tener una entrevista con él, la gente se negó, diciendo:
“Él no va a hablar”, “No es una buena idea”. Además, tenía un hijo que era
conocido por belicoso y por ser un serio ladrón (véase capítulo 6).
El juicio fue sin duda importante. La nota es una de las más largas
en el libro de actas de San Andrés, y registra los eventos con detalles poco
frecuentes en minutas. La reunión fue larga, difícil y tensa. Sin embargo,
mucho se queda fuera. Hay muy poca información sobre cómo se llevó a
cabo la investigación o sobre si Aníbal fue castigado y cómo. También hay
muy poca historia como para darle un contexto al conflicto.
Para obtener esos datos tuve que depender de mis informantes, un
método muy poco fiable. La descripción más completa y pintoresca me la
brindó el hijo de un dirigente de Bambamarca.
Lo que sucedió fue que una mujer se había quitado la vida con veneno.
Pero en realidad no fue suicidio. Fue realmente un asesinato. Había un campesino, que tenía una esposa, pero además tenía una amante. No era de
Bambamarca, sino de Chota. Y había dejado a su esposa. Ya no estaba con
ella. A primera vista, todo parecía normal. Cada día regresaba a casa. Sin
embargo, por debajo no era normal. Y así fue que la señora murió. Se dijo
que había sido un suicidio, pero corrían rumores entre la gente. Así que la
258 | John S. Gitlitz
ronda capturó a su esposo. Es decir, la ronda de Chota. Llevaron a cabo una
investigación, lo interrogaron, y les dijo qué había pasado. Él admitió que la
había matado con una sustancia venenosa que había puesto dentro de una
alforja. Pero, dijo, el veneno había sido preparado por un brujo que vivía en
San Andrés, y ese brujo era Aníbal Carmona. Carmona siempre decía que
era solo un curandero, que curaba a las personas con plantas medicinales,
pero todos sabían que era como un brujo.
Junto con el asesino, hubo un aprendiz, también de Chota, quien declaró que Aníbal le había enseñado. Las [rondas] castigaron al aprendiz ahí
mismo en Chota, bañándolo. Su secretario había escrito todo lo que había
dicho, y lo había hecho firmar.
Así que es por eso que los campesinos de Chota vinieron a Bambamarca,
vinieron a buscar a Aníbal.
El caso se prolongó por dos o tres días: por dos o tres días los chotanos
se quedaron en San Andrés. Todos se reunieron en el campo de deportes.
Tuvieron que empezar las investigaciones de nuevo. Primero capturaron a
Aníbal Carmona, quien no se resistió, y luego empezaron la investigación.
El caso fue particularmente sensible por otra razón. Los ronderos de
Bambamarca desconfiaban de los chotanos. Solo unos años atrás, en el incidente más famoso que marcó la formación de las rondas, los campesinos
bambamarquinos habían capturado a una familia de conocidos ladrones
de Chota, la habían arrastrado a una asamblea masiva de unas 20 comunidades (véase capítulo 3), la hicieron declarar y ejecutaron a los cinco.
Algunos de los chotanos que venían para lo de Aníbal pertenecían a las comunidades de aquellos que habían sido ejecutados. Varios de Bambamarca
pensaban que lo que realmente querían era venganza. Otros, por más que
estuvieran convencidos de que los cargos eran ciertos, andaban preocupados por lo que podría pasarle a Aníbal si los bambamarquinos cedían el
control. Puede que Aníbal no haya sido de su agradado, puede que haya
sido considerado un brujo, pero no era odiado y era uno de ellos. Así, cada
etapa de la asamblea tuvo que ser cuidadosamente negociada y manejada:
se vio, entonces, quién iba a presidirla (los bambamarquinos insistieron en
que fuera el presidente de la federación, un nativo de San Andrés), quién
iba a mantener la disciplina (una comisión mixta), quién iba a hablar en
representación de quién, etc.
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 259
Curiosamente, el acta no hace mención alguna al asesinato. Tal vez
este no fue discutido, o quizás era mejor omitir tales detalles en las actas,
o sea, en el registro oficial y escrito. En cualquier caso, el acta, que es esencialmente un resumen de la evidencia presentada por los chotanos, se centra casi exclusivamente en demostrar que Aníbal era un brujo. La asamblea
empieza con el enfrentamiento cara a cara entre Aníbal y quien lo acusa,
el aprendiz Pedro González. González presenta los cargos básicos. Cuando
parece enfatizar más las habilidades de un curandero que las de un brujo,
sus compañeros de Chota interrumpen para redirigir la discusión.
Pedro González […] comenzó diciendo que el Sr. Aníbal me ha enseñado a
jugar en el arte, y me cobró la suma de 100 intis, ya hace tiempo me enseñó
a curar con plantas para las enfermedades del aire, dijo que es bueno la
cabalonga, ishpingo, para dolor cabeza, cerebo, tónico valeriano, me enseñó
libros, la magia negra, y un libro infernal, o sea más la mágica […] en la
ceniza y a la mañana aparece escrito su nombre. También me enseñó hacer
el compacto con el espíritu pero no lo hice […]
Rondero de la comunidad de Lingán […] Dijo, él nos manifestaba que el Sr.
Aníbal tiene una bancada.
Respondió el acusado Pedro, una bancada, chontas, cruz, lagartijos,
diamantes, bancada de bronce, dagas, manta roja, cartas, soldadito de
bronce, un venadito […] Nunca me dijo que cómo se hace daño a nadie y
comencé a curar […]
Rondero de Lingán [...] en su base nos han dicho que tienden ceniza por la
tarde y amanece el nombre a la mañana […] y había rumores donde han
encontrado con calaveras magia negra, cochinada, y un papel escrito dentro
de una calabaza, el nombre de dos señores […] Los nombres que escribe
en la calabaza son los Srs […] y […] que están ya a Lucifer, dice por qué lo
hicieron a su madre, se ha encontrado un nombre envuelto en papel en una
piedra negra, y [ininteligible] de una Sra. en medio del monte.14
14. El testimonio está lleno de referencias a lo que era seguramente percibido como
brujería: por ejemplo, “obtener la enfermedad del aire”, muy probablemente refiriéndose al daño por aire (respirar malas energías), que junto con el daño por boca
(comerlas o tomarlas), era una de las dos maneras de hacer hechizos efectivos; las
260 | John S. Gitlitz
Aníbal tuvo la oportunidad de responder:
Dijo, llevo trabajando desde la edad de 15 años con […] las plantas
folclóricas del Perú. Este señor la trajo a su madre, y ella tenía reumatismo,
y cuando lo ocupé, él me enseñó, dijo el acusador. A mí me conocen en
esta sierra y selva, soy un hombre curandero, difundido por la radio. Este
señor me pidió hacer un compacto, y lo mandé gritar en el [ininteligible] El
acusador dijo que se lo vendió un libro negro, de signos y filosofía.
Después de la autodefensa de Aníbal, en la que negó haber practicado
la brujería, el presidente abrió el debate. Una serie de personas, la mayoría
de Chota, tomaron la palabra, muchas repitiendo rumores —dice la gente,
o han oído decir, que Aníbal había hecho algún acto mágico en particular.
El acto no hace mención al castigo, pero un informante dice que Aníbal fue golpeado en un esfuerzo por obligarlo a confesar.
Aníbal negó todo, por lo que un campesino de Chota sugirió: “Tenemos
que traerlo con nosotros para bañarlo”. Los chotanos estuvieron de acuerdo,
pero los campesinos de San Andrés se opusieron. Los cuatro hijos de Aníbal
Carmona estaban asustados. Alguien de San Andrés habló: “No, él tiene que
ser castigado aquí”. Y eso fue aceptado. Primero le dieron cuatro pencazos.
Pero no confesaba. Así que fue penqueado otra vez. Luego confesó que sí,
era un brujo, y que el aprendiz había recurrido a él para aprender y que le
había enseñado magia, pero no brujería. La brujería es cambiarse a sí mismo
a algo que no es humano. Es para leer cartas. La brujería es hacer daño a una
persona.
Sin embargo, se exigían más pruebas, y la discusión se trasladó a la
pregunta de si Aníbal tenía la mesa de un brujo. Una comisión enviada a
su casa regresó con varios objetos que luego fueron cuidadosamente listados en las actas.
Luego de esto se dirigió a su domicilio del Sr. Eliseo y donde se obtuvo la
mesa de arte, como son:
lagartijas secas o un ciervo disecado son signos del inframundo; es obvia también la
conexión con la brujería de la historia de la calabaza y del vestido, lo que permitiría
que el hechizo capture el alma de la víctima.
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 261
3 culebras de bronce
1 mando de cristal
1 venado disecado
4 diamantes
1 soldado
8 piezas de [ilegible]
3 lagartijos disecadas
1 diamante
1 zorro
1 caracol
12 santos de bronce
2 piedras de cristal
1 piedra diamante
1 santo
1 tuerca de bronce con su cristal
1 campanilla
1 copita
1 San Antonio
2 tuercas de bronce
1 caracol pequeño
1 coco de madera, 1 puñal de acero inoxidable
Libros
1 cuaderno manual de primeros auxilios
1 “Vamos caminando”
1 “Medicina del campo” (DAS)
1 “Maravillas de la naturaleza”
1 “Las plantas que curan”
1 “La medicina natural al alcance de todos”.
Se decidió que los libros fueran devueltos a su propietario y que los
elementos de la mesa quedasen bajo el poder del comité de ronda.
Algunos de estos artículos se pueden encontrar en cualquier hogar,
mientras que otros son las herramientas propias de un curandero. Sin embargo, para los ronderos, varios eran clara evidencia de brujería: los ciervos,
por ejemplo, de los cuales se cree que son animales del demonio; el zorro,
que es un signo de duplicidad; la lagartija, que seca una fuente de poderosas pociones.
Curiosamente, con esto el acta termina. No existe afirmación de que
Aníbal haya sido encontrado culpable. Tampoco se menciona castigo alguno. Más sorprendente aún es que no hay un arreglo final, ninguna promesa
de Aníbal de corregir su comportamiento. Sin embargo, según el informante, el problema del castigo fue tratado, y no fácilmente.
262 | John S. Gitlitz
Un tema muy serio surgió. Los chotanos nos pidieron que entreguemos a
Aníbal Carmona para que pueda ser castigado en Chota. El comité de San
Andrés convocó su propia asamblea. Tenía enemigos en San Andrés que estaban de acuerdo en que fuese entregado, pero el comité dijo que sabíamos
que desde que capturamos a los cinco y fueron ejecutados, los chotanos han
querido venganza. Por esa razón era bastante difícil entregarlo, porque era
posible que su real intención fuese matarlo. Finalmente, después de horas
de discusión, se llegó a un acuerdo de que fuese castigado en San Andrés.
Luego todos se reunieron nuevamente, los campesinos de San Andrés y los
chotanos. Como los chotanos estaban en territorio ajeno, no tenían más
remedio que aceptar. Luego se procedió a la sanción, alrededor de unos 40
o 60 latigazos. Usaron un instrumento, un látigo, al que llamamos “pene de
toro”. Toman el pene de un toro, lo secan al sol y lo enroscan. Son las arrugas
que duelen.
No obstante, nada de esto se encuentra en las actas. Tal vez no sea
más que la imaginación de un hombre joven y de un buen contador de
historias.
El acta termina con dos breves frases llamando a la unidad y la
confianza.
Dándose las más sinceras comprensiones y confianza y apoyo único entre
todas las comunidades y en especial entre los provincianos de Chota y
Bambamarca.
Pidiendo la unificación y comprensión de todos los errores sean
enmendados se da terminado esta Asamblea.
Posteriormente, solo existe una referencia adicional a Aníbal Carmona
en los documentos. Unos años después, su hijo fue capturado por la ronda
y acusado de un robo grave (capítulo 5). En el acta se le identifica como el
hijo de Aníbal Carmona, el brujo.
Conclusión
Unos años atrás, José Rodríguez, un antropólogo de la Universidad de
Cajamarca, me indicó que la persecución de brujos en la década de 1980
había sido una lucha real por el poder. Para establecer la hegemonía de
la ronda en su comunidad, había que enfrentarse a los brujos, personas
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 263
poderosas que, a su manera, establecían un orden y una justicia. Entonces, la lucha contra los brujos no era solo un conflicto con gente mala; era
también un enfrentamiento entre los poderes del bien y del mal, y con las
misteriosas fuerzas de la naturaleza. Para derrotar a los brujos, su poder
debía ser destruido, y era esto lo que explicaba los espantosos castigos, las
agujas y el chocolate, a los que los brujos, y nadie más, eran sometidos.
Tal vez eso nos dice algo más acerca de la naturaleza de la justicia
campesina. A lo largo de este ensayo, he tratado de comprender la lógica
que subyace al sentido de justicia de los ronderos, en particular, el uso de
la fuerza en estas organizaciones. Mi inclinación desde el principio fue que
la justicia rondera se entiende mejor en términos funcionales. Los campesinos, empobrecidos y explotados, resolvieron la necesidad de crear un
orden en sus caseríos, manteniendo al Estado al margen con una respuesta
pragmática, práctica y ecléctica. Desde ese punto de vista, la justicia rondera, formada en torno al castigo, la confesión, la reparación y el perdón, es
una reafirmación pública y formal del contrato social. Aunque ocurre en el
marco de un debate moral, es la búsqueda de lo que funciona en la práctica. Su violencia no es tanto el resultado de una sentencia decretada por un
tribunal, un castigo proporcional al delito, sino un medio de presión para
lograr la confesión, para evocar la aceptación pública de responsabilidad y
el arrepentimiento, lo cual hace posible el perdón.
Sin embargo, nunca he estado cien por ciento convencido de este argumento. La discusión de Foucault sobre la Inquisición y sobre el uso del
castigo físico como un proceso simultáneo de sanción y redención me dio
una idea útil.15 El uso de la fuerza por parte de la ronda no era meramente
instrumental: su intención era al mismo tiempo establecer, sancionar y
borrar la culpa. La idea de Geertz de que para entender los detalles de
cualquier sistema de leyes, primero debemos comprender su sensibilidad
legal subyacente, su sentido del significado de la justicia, también ayudó.16
Tal vez estas historias de juicios a los brujos nos dicen algo más. En el
mundo andino, los curanderos son el contrapeso de los brujos. Si los brujos
hechizan para permitir que las fuerzas del mal presentes en la naturaleza
15. Foucault 1995.
16. Geertz 1993.
264 | John S. Gitlitz
puedan apoderarse de sus enemigos, los curanderos usan sus poderes para
liberar a nuestros cuerpos de esas malas energías y para protegernos de
futuros ataques. El principal ritual de los curanderos son las limpiezas, una
purga o exorcismo a través de la cual los pacientes son ayudados a expulsar
el mal que hay dentro de ellos. Hace unos años participé de una limpieza en grupo. No fue una experiencia agradable, pero sí simbólicamente
poderosa. De pie, frente a un altar de artes —piedras, cristales, ceramios
precolombinos, plantas secas e imágenes de santos, todos incorporando
las fuerzas de la naturaleza y protegidos por un muro de espadas—, durante la noche bailamos, cantamos, nos “florecía” el curandero con agua
perfumada, y bebimos alucinógenos. Según el curandero que dirigía la
ceremonia, el objetivo era determinar la naturaleza y fuente de las energías malévolas que había dentro de nosotros, y concentrar esas energías en
nuestros estómagos. Al amanecer, absorbimos a través de nuestras narices
una poción de tabaco, alcohol y hierbas de sabor dulce, una mezcla que
nos produjo unas violentas arcadas, llegando a eliminar el mal de nuestros
cuerpos. Con la luz del alba, con nuestros cuerpos y almas ya purificados,
recurrimos a las oraciones y a nuevos rituales mediante los cuales pasamos
nuestro espíritu limpio a una botella de agua perfumada, un seguro, un
amuleto para protegernos de la “recontaminación”.
Quizás en algún vago, tal vez subconsciente, nivel, la justicia rondera
es similar: es un ritual de limpieza. Si la gente comete delitos, si daña a
otros, si se comporta mal, no es porque sean malas personas sino porque
han sido poseídas por las fuerzas malévolas de la naturaleza. Antes de
resolver las infracciones, esas fuerzas deben ser expulsadas de sus cuerpos.
Ese es el trabajo de los curanderos y, tal vez (solo tal vez), en un nivel simbólico es lo que las rondas también hacen.
¿Cómo debemos entender, por ejemplo, uno de los más comunes y
severos castigos ronderos, como el baño en agua helada en lagunas de
altura por la noche? ¿Es simplemente un castigo destinado a causar sufrimiento e inspirar temor a fin de obtener la confesión y el arrepentimiento?
¿Es una especie de tortura? ¿Es algo más? ¿Representa quizás la amenaza
de ser arrastrado a un mundo subterráneo, un purgatorio terrible lleno de
caos y violencia? O de lo contrario, ¿es un ritual de purificación, con ecos
del bautismo, que abre una posibilidad hacia la salvación? O ambas, ¿una
batalla entre el bien y el mal? Atar al acusado con una cuerda alrededor
9. Cuando no es tan fácil perdonar (2): la brujería| 265
de su cintura, tirarlo al agua, con el temor de ser arrastrado a la perdición, e instarlo a confesar, ¿es el paso para luego sacarlo a su seguridad y
salvación? A lo largo de los Andes, el agua es una fuerza mística capaz de
hacer tanto el bien como el mal. Los curanderos renuevan sus poderes en
las aguas de las lagunas Huaringas; los adolescentes se niegan a bañarse de
noche en las aguas termales de Tacabamba, temerosos de sucumbir a los
duendes que allí habitan; y los campesinos lavan las ropas de sus muertos
para remover su esencia contaminada. Tal vez los baños tienen un carácter
místico, aunque este sea solo vaga o inconscientemente entendido. Cuando
pregunto a los ronderos, niegan todo esto. Según ellos, los baños son un
castigo espantoso y nada más.
Los pencazos y los baños, las largas horas de ronda noche tras noche,
seguidas de humillaciones y confesiones agotadoras, y de negociaciones sobre la reparación —todas reunidas en el arreglo—, son una forma práctica
de reintegrar al malhechor a la comunidad, de reconciliarlo con la víctima
y de dejar los conflictos en el pasado. Son una manera efectiva de contener
el odio y de reconstruir la paz comunal, mientras se mantiene al Estado
a distancia. No obstante, tras la búsqueda de una solución pragmática
existe tal vez una dimensión más cultural. La justicia rondera quizá sea
una especie de ritual de limpieza parecido al de los brujos con quienes los
ronderos luchan. Los ronderos, sin embargo, aseguran: “Ya no creemos en
ese tipo de cosas”.
Dirigentes Eladio Huamán y Eladio Carranza presidiendo un asamblea.
TERCERA PARTE.
EL DEBATE SOBRE LA JUSTICIA CAMPESINA
Ronda llamando a asamblea en Llasavilca.
Capítulo 10. El Estado, las rondas
y los derechos humanos
Desde mediados de los años noventa, la nación peruana, el gobierno peruano y las rondas han estado debatiendo si el Estado debe reconocer legalmente el derecho de las rondas a administrar justicia, lo que se denomina
una “jurisdicción especial”. Aunque en las rondas este debate ha sido dictado, en gran medida, por la necesidad práctica de evitar la represión y las
repetidas acusaciones formuladas en su contra, al defender su administración de justicia las rondas han utilizado frecuentemente el lenguaje de
los derechos humanos —el derecho de los campesinos y sus comunidades
a tener un orden con justicia en el campo, a la dignidad, el respeto y la
ciudadanía. Las rondas exigen el “derecho” a administrar justicia y el “derecho” a no ser procesadas por ello, y elevan estas demandas al Estado. Sin
embargo, algunos críticos de esta organización argumentan que la presión
que utilizan las rondas para obtener confesiones, la violencia con la que
algunas veces castigan, la falta de una presunción de inocencia y la discriminación contra la mujer, son todos elementos que van en contra de las
actuales normas internacionales de derechos humanos y de la legislación
peruana. Para las rondas, esto ha planteado una cuestión moral y legal y,
en el proceso, se ha abierto una discusión acerca de los derechos humanos,
aunque se trata de un debate difuso y todavía no concluyente.
Durante gran parte de la segunda mitad del último siglo, las discusiones sobre los derechos humanos se han visto divididas entre los llamados
270 | John S. Gitlitz
“universalistas” y “relativistas”. Los defensores del universalismo sostienen
que ciertos derechos son inherentes a todos los individuos, independientemente de su contexto cultural. “Basado en la filosofía política liberal, el
universalismo propone al individuo como la unidad básica social, cuyos
derechos inalienables son civiles y políticos […]”.1 Por otro lado,
[…] los relativistas culturales sostienen que los valores son culturalmente
específicos y que el grupo comunal, ya sea tribu, pueblo o de parentesco,
y no el individuo, es la unidad básica social [...] las nociones tales como el
individuo autónomo, el individualismo, la libertad de elección o la igualdad
jurídica son conceptos ajenos y muchas veces sin sentido.2
En América Latina, el debate se ha enredado también con una discusión sobre los “derechos indígenas”. Stavenhagen sostiene que en un
contexto en el que la población indígena ha sido explotada durante siglos, “los derechos humanos básicos no pueden ser disfrutados, ejercidos y
protegidos si los derechos periféricos a los grupos en consideración no son
simultáneamente disfrutados, ejercidos y protegidos”.3 Sin embargo, esta
demanda plantea dos dilemas adicionales. En primer lugar, ¿quién califica
como “indígena”? En segundo lugar, cuando a los grupos indígenas se
les garantiza autonomía para administrar sus asuntos de acuerdo con sus
propias “costumbres” —un concepto en sí mismo cada vez más aceptado
como derecho humano—, ¿qué pasa cuando el comportamiento con sus
propios miembros se opone a las normas internacionales?
Asumido de manera tan general, el debate es rara vez constructivo.
Sin duda, los orígenes de los modernos “derechos humanos” residen en Occidente, y en las naciones occidentales se ha manipulado el concepto según
sus propios intereses. Sin embargo, también es cierto que muchos estados
—tanto occidentales como no-occidentales— han tratado de enmascarar
el trato abusivo a sus ciudadanos con un discurso de relativismo. También
lo han hecho una serie de actores no-estatales. Quienes defienden a las
rondas han hecho uso del lenguaje de los derechos culturales para evitar
1.
Pollis 2000: 10.
2.
Ibíd.: 11-12.
3.
Stavenhagen 1996: 148.
10. El Estado, las rondas y los derechos humanos| 271
serias discusiones sobre los aspectos más problemáticos de esta organización, así como sus enemigos han manipulado el discurso sobre los derechos
humanos para socavarlas.
Cualquiera sea su contenido específico, la idea ha cobrado fuerza. La
noción de que la gente tiene algo que se llama “derechos humanos” se ha
convertido en parte de la realidad política en todo el mundo.
En varias “remotas” partes del mundo, diferentes discursos sobre los derechos humanos se han convertido en un vehículo para la articulación de una
amplia variedad de preocupaciones de diferentes personas en diferentes niveles de sociedad [...] Los derechos humanos se han “universalizado” como
valores sujetos a la interpretación, negociación y acomodación.4
Por lo tanto, las rondas se han visto atrapadas en una contradicción.
Por un lado, creen que están defendiendo sus propios “derechos humanos”
—para protegerse de un mundo que rara vez ha respetado esos derechos.
Por otro, se encuentran acusadas de violar los derechos humanos —por la
violencia de sus castigos, la coacción en las confesiones y la supuesta falta
de un proceso debido, es decir, por administrar justicia. El concepto de
“derechos humanos” adquirió significado para los ronderos precisamente
porque guardaba relación con sus vidas y sus necesidades, y con el futuro
de su organización. Los ataques en nombre de los derechos humanos y el
debate que provocaron en las rondas son los temas de este capítulo.
La respuesta del Estado: las “acusaciones”
Una noche en setiembre de 1999, en un caserío aislado en las alturas de
la provincia de Hualgayoc, Santos Luna se dio cuenta de que dos caballos
faltaban en su corral. Lo notificó al presidente de ronda, quien convocó a
las rondas, pero la búsqueda de los animales fracasó. Unos días después,
Luna oyó rumores de que tres hombres de la comunidad eran los ladrones,
pero cuando le pidió al presidente que los convocase para interrogarlos, el
presidente se negó a hacerlo. Le dijo a Luna que no tenía pruebas y que,
además, era un omiso, no había cooperado con la ronda, no había asistido
4.
Preis 1996: 289-290.
272 | John S. Gitlitz
a las asambleas ni había salido a rondar. Solo ahora que había sido víctima
de un robo, recurría a la organización. ¿Por qué la ronda debía apoyar a
aquellos que no la ayudan?
A principios de diciembre, Luna llevó su denuncia a la policía de Llaucán, un pequeño pueblo a una hora de camino por una carretera de tierra
de la capital provincial de Bambamarca. Sobre la base de esta acusación,
la policía notificó a Nativo Medina Soberón, el presidente de la federación
provincial de rondas, pidiéndole capturar a los ladrones utilizando todos
los medios necesarios y entregarlos a la policía de Llaucán. Las rondas rápidamente atraparon a uno de los tres: Ricardo Solís.
Ahí, sin la presencia requerida por ley de un fiscal, Solís fue interrogado. Confesó que él había robado a los animales, pero añadió un detalle
preocupante: él y sus cómplices lo habían hecho a instancias del propio
presidente de la base rondera del caserío, quien les dijo que había que darle
una lección a Luna, por ser omiso a la ronda.
Una semana después, ya en Bambamarca, asesorado por un abogado y en presencia de un fiscal, Solís cambió su declaración. Dijo que era
inocente, que había confesado solo porque había sido golpeado, no por la
policía, sino por la ronda. Según el informe policial:
Yo di esa confesión porque el rondero, Natividad Medina Soberón, me amenazó cuando me llevó a la policía. Él me dijo que tenía que aceptar la culpa
por el robo de los caballos, que debía contar la misma historia que di la
noche anterior cuando me había hecho confesar frente a las rondas.
Según decía ahora, los ronderos lo habían torturado cruelmente.
Después de llevarlo a un lugar oscuro, vestido solo con ropa interior, lo
amenazaron, diciéndole que si no confesaba lo llevarían a [rondas más militantes] donde podía ser asesinado, pero a medida que continuaba resistiéndose ellos [...] le vendaron los ojos, ataron sus muñecas, y luego lo empujaron al río donde el agua le llegaba hasta la cintura, tratando de obligarlo a
que hable y acepte la culpa del robo. Pero como continuó negándolo todo,
Medina Soberón tomó la cuerda, se fue a un puente, luego tiró de la cuerda
para que cuelgue de los brazos atados detrás de su espalda. Medina hizo
esto dos veces, y cuando Solís gritó por el dolor intenso que sentía, Medina
de nuevo le dijo que acepte la culpa del robo. Luego se lo llevó, todavía desnudo en su ropa interior, sin zapatos, siempre con los ojos vendados por la
10. El Estado, las rondas y los derechos humanos| 273
colina hacia la sala de ronda, donde le azotaron las piernas y lo golpearon
en la cabeza y el pecho.
¿Era Solís el ladrón, como inicialmente había declarado, o solo había
confesado porque los ronderos lo torturaban (si es que efectivamente lo
habían hecho)? ¿Estaba cambiando su declaración por sugerencia de su
abogado, deseoso de sentar las bases para su defensa, por insistencia de la
policía, cuya intención podía ser acosar a las rondas, o por un deseo de venganza contra los líderes con quienes se había peleado? Todas estas opciones
son posibles. Sin embargo, la policía no investigó más. El expediente judicial consiste en poco más que un resumen de las dos confesiones de Solís.
El fiscal claramente no estaba convencido de la inocencia de Solís y
recomendó procesarlo. Sin embargo, aceptó las quejas del sospechoso de
haber sido torturado por las rondas y también recomendó procesar, bajo
los cargos de secuestro y lesiones, al presidente de la federación. Irónicamente, pidió acusar a Solís de robo simple y no de robo agravado. Así, aun
si se lo encontraba culpable, no iría a la cárcel. Por el contrario, los cargos
de secuestro y asalto contra Medina Soberón eran más serios, a pesar de
que se basaban en el testimonio contradictorio de una persona, el ladrón.
Para colmo de la ironía, fue la propia policía la que había solicitado ayuda
a la ronda para capturar a los ladrones, incluso diciéndole que usase “todos
los medios necesarios” para lograrlo. Medina fue citado a la corte, pero en
lugar de acudir, pasó a la clandestinidad. En una carta a la corte escrita por
su abogado, invocó de manera enfática su inocencia.
No pasó mucho más. El caso permaneció abierto un par de meses
más, después de los cuales quedó silenciosamente olvidado, aunque hasta
donde yo sé los cargos nunca se retiraron. Durante ese tiempo, el presidente de la federación se mantuvo “semiclandestino”; no se escondía realmente, pero si conservó un perfil bajo. La policía no hizo ningún esfuerzo real
por capturarlo, aunque probablemente de quererlo, lo habría podido hacer.
Es más, estando “oculto”, el dirigente de ronda me contó acerca del caso
¡en la plaza de Bambamarca! Como él mismo lo percibía, la intención de
las autoridades no era mandarlo a la cárcel. El Estado estaba utilizando el
caso como una amenaza para lograr que se portara bien. Acusaciones similares se le habían hecho en varias ocasiones y nunca había ido a juicio. Era
un acoso, lo que él llamó una “campaña de persecución de las autoridades”.
274 | John S. Gitlitz
Resolver los conflictos en los caseríos nunca fue fácil. Siempre había
alguien insatisfecho, y la desconfianza y la crítica a los dirigentes eran
constantes. Sin embargo, los ronderos insistían en que los problemas más
graves se encontraban en otra parte. Las leyes peruanas prohíben la administración privada de la justicia. Cuando las rondas detenían a los sospechosos, algunos argüían que estaban, en el lenguaje de la ley, cometiendo
el delito de secuestro. Podía decirse que, cuando usaban la fuerza para
alentar las confesiones, eran culpables de lesiones. El hecho de que la policía hiciera lo mismo y de que los fiscales y jueces se hicieran de la vista
gorda, no era defensa alguna. Cuando las rondas no entregaban a los delincuentes a las autoridades, para el Estado estaban impidiendo la administración de justicia, y cuando se adjudicaban la solución de conflictos,
estaban usurpando funciones reservadas al Poder Judicial. Al menos eso
era lo que los funcionarios sostenían.
Los enemigos de las rondas se aprovechaban rápidamente de ello. Los
abigeos y otros delincuentes que sentían el peso de la justicia rondera, corrían a la policía para presentar su denuncia. Los jueces y fiscales, celosos
de proteger su poder o defensores entusiastas de la “ley”, estaban listos
para presentar cargos. Las autoridades políticas, en una nación dividida
por tensiones raciales y de clase y azotada por la violencia política, veían
la independencia de las rondas como una amenaza y estaban siempre dispuestas a actuar en contra de ellas.
Aun cuando la intención de las autoridades estatales era más buena
que mala, el problema continuaba. La ley peruana obliga a los fiscales a
recomendar cargos ante el juez de instrucción, si existe alguna evidencia
razonable de que un crimen ha sido cometido. En teoría, los fiscales tienen
el derecho a no hacerlo, pero en la práctica corren el riesgo de ser acusados
de prevaricación o corrupción.5 Como cuentan algunos fiscales, más valentía supone el no hacer nada que el hecho de actuar. Varios fiscales me han
contado con orgullo casos en los que han demostrado su “coraje” —según
sus propias palabras—al no presentar cargos contra ronderos. Por otro
lado, para los jueces de los tribunales de instrucción, sujetos a presión y
con temor a ser acusados de corrupción o de desacato, es también un acto
5.
Cuando pregunté por qué lo que a mí me parecen incidentes triviales da lugar a
largos procedimientos judiciales, dos fiscales y un juez me dieron este argumento.
10. El Estado, las rondas y los derechos humanos| 275
de coraje rechazar la recomendación del fiscal; es mucho más fácil pasar la
responsabilidad al siguiente nivel. Incluso los problemas triviales pueden
resultar en cargos criminales, y una vez presentados, los cargos adquieren
vida propia.
Los campesinos me contaron el siguiente caso que, aunque excepcional por su complejidad, brinda una idea de lo que enfrentaban las rondas.
El caso del cuerpo que faltaba
En octubre de 1992, una anciana del caserío de Pencasmarca cabalgaba a
través de un abra en medio de una densa niebla. De repente perdió el control de su mula, que se alzó en dos patas, y cayó en la maleza. En su pánico
y casi dormida, le pareció ver un cadáver. Al llegar a Pencasmarca, informó
de este hecho a la ronda. Una comisión rastreó la zona, pero no encontró
ningún cuerpo, ni siquiera evidencia alguna de que algo había ocurrido.
El problema pudo haber terminado ahí, pero lamentablemente no
fue así. De alguna manera, la policía de la capital provincial de Bambamarca se enteró del incidente. Según los ronderos que cuentan esta historia, una semana después la policía envió una notificación a la ronda de
Pencasmarca solicitando que continuase la investigación. Una vez más los
ronderos subieron al abra, no encontraron nada e informaron a las autoridades. Sin embargo, la policía no se tranquilizó. Unos días más tarde
envió una segunda notificación, exigiendo a las rondas investigar más a
fondo e insinuando que estaban encubriendo un crimen.6 Los ronderos se
vieron atrapados en un dilema: no habían encontrado nada, no creían que
se hubiera cometido un crimen, pero la policía les exigía llegar a algo y
amenazaba con una acción judicial si no investigaban más —al menos ese
era el mensaje que habían escuchado.
El caserío solicitó entonces el asesoramiento de un vidente local, quien
leyó en sus cartas que un crimen había sido cometido y hasta dio el nombre
de un posible culpable, Leoncio Muñoz. Según me cuentan, no había nada
específico que vinculara a Muñoz con el delito (si es que lo hubo), pero la
6.
Este relato se basa en algunos documentos cortos y en una serie de entrevistas con
los campesinos. Aunque no he visto estas notificaciones, las nombro porque para los
campesinos forman parte importante de la moral de la historia.
276 | John S. Gitlitz
policía insistió en que la ronda hiciera algo y Muñoz era conocido por ser
un matón y una persona problemática. Cinco años atrás, había cometido
un asesinato, o al menos así se creía. Huyó a la selva para evitar el castigo
y había vuelto hace poco tiempo, pero el supuesto crimen no había sido ni
olvidado ni perdonado.
Muñoz fue capturado y detenido menos de una semana. Según los
dirigentes de ronda, durante ese tiempo fue trasladado de sector en sector
en cadena ronderil para ser interrogado, y llevado ante dos asambleas, cada
una de ellas integradas por unos 800 campesinos. En estas reuniones confesó (ningún informante especificó precisamente qué), aunque más tarde
le dijo a la policía que lo había hecho solo porque había sido brutalmente
torturado —golpeado, pateado en la ingle y cabeza, y amenazado con ser
ejecutado— por diez ronderos enmascarados que no pudo identificar. El
médico forense del Estado confirmó que había sufrido lesiones que se elevaban al nivel de delito. Las rondas negaron todo.
Mientras tanto, la familia de Muñoz había notificado a la policía,
quien vino ahora a su rescate y detuvo a los ronderos. Cargos de usurpación, asalto y secuestro fueron presentados en contra de 28 campesinos. La
mayoría de ellos se archivaron al poco tiempo, aunque solo después de haber pasado los campesinos un mes en la cárcel. Eventualmente, un puñado
de ronderos fue llevado a juicio. Sus casos se prolongaron por más de dos
años, tiempo durante el cual languidecieron en la cárcel, sin ser capaces de
mantener a sus familias y teniendo que pagar abogados para su defensa. Al
final, fueron declarados culpables, pero recibieron sentencias suspendidas.
Por otro lado, las relaciones entre las rondas y el Estado no eran siempre conflictivas. Después de todo, ambos tenían interés en poner orden en
el campo. Los funcionarios locales a menudo colaboraban con las rondas.
Los fiscales y la policía coordinaban investigaciones, solicitaban ayuda a
las rondas al notificar a los campesinos de procedimientos judiciales o pidiendo su asistencia para capturar a sospechosos. La policía, como sucede
en todas partes, resentía el hecho de que las definiciones legales de lo que
constituye un crimen, los estándares de la prueba, los complejos procedimientos o simplemente la corrupción dificultaban su desempeño. En ocasiones, estaba dispuesta a entregar a los ladrones a la ronda, diciéndole que
los sacasen una noche para darles una lección. A veces los jueces reconocían
la sabiduría de los campesinos y ratificaban las decisiones de la ronda, y
10. El Estado, las rondas y los derechos humanos| 277
los políticos, por mucho que temían la independencia de la organización,
también encontraban útil su apoyo.
Pero la represión era real, y lo suficientemente frecuente como para
intimidar a los campesinos. A mediados de 1990, tanto en Chota como en
Hualgayoc hubo cientos de casos como el anterior, en los que los dirigentes
de ronda eran citados para ser interrogados, detenidos, en ocasiones acusados formalmente y en otras encarcelados. En Bambamarca, la central
única de rondas campesinas estimó que entre 1990 y 1995 más de 140
ronderos enfrentaron cargos judiciales. Los casos podían prolongarse y el
costo —en abogados, viajes, tal vez sobornos— era enorme.7 En el 2005,
Gorge Farfán encontró 44 casos pendientes en las cortes de Chota y Hualgayoc, algunos de los cuales involucraban a entre cinco y diez ronderos.
Treinta por ciento fueron acusados de secuestro, 22% de uso ilegal de la
coacción y 22% de usurpación. La mitad de los casos estaban inactivos,
esperando una fecha en la corte. Aunque era poco probable que llegaran a
algún lado, se quedaron colgados de los acusados. Más preocupante fue el
patrón percibido por Farfán. En varios casos, los fiscales habían recomendado absolver a todos los involucrados, excepto a los líderes provinciales
que en algunas ocasiones ni siquiera habían estado presentes cuando ocurrieron los presuntos abusos. En Chota, el 25% de los casos involucraban
a una sola persona, el ex presidente de la federación local, mientras que en
7.
Por ejemplo, el siguiente apareció en La República el 4 de mayo de 1993: “En los
últimos cinco meses […] noventa y cinco ronderos han sido acusados de los crímenes
de usurpación de autoridad, en contra de la administración de justicia, desacato, allanamiento de morada, contra la libertad individual, secuestro y asalto.
Muchos de ellos han tenido que abandonar sus hogares huyendo de las órdenes
de detención solo porque habían participado en las operaciones de los ronderos en
contra de los abigeos, estafadores, asesinos y ladrones, porque las autoridades locales
creen que no tienen derecho alguno a actuar.
Las rondas, que han nacido, se han desarrollado y se han consolidado en áreas donde
las autoridades no cumplen con sus tareas o simplemente no existen, paradójicamente son ahora consideradas ilegales porque administran justicia para hacer
cumplir la ley.
Jesús Luna Cubas, un dirigente que apoyó la formación de varias rondas en la provincia, ha estado detenido desde el 5 de noviembre del año pasado, acusado del supuesto crimen de terrorismo […]” (citado en Grupo Cultural Martín Quilche 1994:
195-197).
278 | John S. Gitlitz
Hualgayoc, dos dirigentes principales fueron acusados en el 30% de los
casos.8
Podría decirse que bajo la ley peruana, no había necesidad alguna de
seguir dichos procesos. Dos disposiciones, una en el código penal, la otra
en la Constitución de 1993, los hizo innecesarios. Desde el siglo XIX, el
código penal ha definido a los “indígenas” como personas que aún no son
legalmente adultas, semejantes a los menores de edad o a las personas con
retraso mental que no pueden ser totalmente responsables de sus actos; en
definitiva, según la perspectiva, como niños inocentes o como salvajes. En
su versión actual, el artículo 15 del Código Penal Peruano de 1992 establece lo que se llama “el error de comprensión culturalmente condicionada”.
Así, indica que “Una persona que por su cultura o sus costumbres comete
un acto punible sin poder comprender el carácter criminal de su acto […]
será eximida de la responsabilidad”.9
Claramente el artículo se basa no en el respeto a las diferencias culturales, sino en un sentido de superioridad, paternalismo y en la asunción de
la ignorancia de esas personas. Raquel Yrigoyen señala:
Incluso si es capaz de entender, incluso si sabe que lo que hizo es un acto
prohibido o un crimen [el sujeto puede] pensar que es justificado de alguna manera. Por ejemplo, se puede considerar (saber y entender) que el
asesinato en general está prohibido, pero matar a un “brujo” —quien en su
cosmovisión hace daño y mata a personas— se justifica.10
Los campesinos con los que he hablado encuentran degradante el artículo 15; les molesta que implique ser considerados salvajes e inferiores.
Sin embargo, el código ofrece motivos para una defensa, aunque en raras
ocasiones funciona.
Yrigoyen examinó seis casos en los que los jueces tomaron en cuenta
el artículo 15 en su decisión, a pesar de que lo utilizaron no para absolver
a los acusados, sino para atenuar sus sentencias.
8.
Farfán 2005.
9.
Yrigoyen 2000.
10. Ibíd.
10. El Estado, las rondas y los derechos humanos| 279
Los jueces carecen de categorías para hablar acerca de las diferencias culturales sin necesidad de usar conceptos peyorativos [...] Al ver a los indígenas
como inferiores, los jueces muestran una compasión que se traduce en la
atenuación del castigo [...] muchos abogados de defensa prefieren reforzar
esta idea del indígena como inferior [...] si gracias a ella obtendrían una
sentencia menor.11
El reconocimiento de la diversidad étnica y cultural en la Constitución
peruana de 1993 es más respetuoso, al menos en teoría. En un lenguaje
fuerte y sin ambigüedades, la Carta respalda el valor de la diversidad y la
obligación del Estado de defender y apoyar las diferencias culturales: “Toda
persona tiene derecho a su identidad étnica y cultural. El Estado reconoce
y protege la pluralidad étnica y cultural de la Nación” (artículo 2, 19); “El
Estado respeta la identidad cultural de comunidades Campesinas y Nativas”
(artículo 89). Por otra parte, en el artículo 149, la Constitución reconoce
específicamente el derecho de los pueblos indígenas a administrar justicia.
Las autoridades de comunidades Campesinas y Nativas, con el apoyo de
las Rondas Campesinas, pueden ejercer las funciones jurídicas dentro de su
ámbito territorial, en conformidad con el derecho consuetudinario, siempre que no violen los derechos fundamentales de la persona. La ley establece
las formas de coordinación de dicha jurisdicción especial con los Juzgados
de Paz, y con todas las demás instancias del Poder Judicial.
Si bien la Constitución deja en claro que las comunidades campesinas
y nativas legalmente reconocidas disfrutan del derecho a administrar justicia, con respecto a las rondas, el artículo es ambiguo.12 ¿Qué quiere decir
11. Ibíd.
12. He escuchado dos explicaciones de esta redacción aparentemente extraña. Una hace
hincapié en que en el momento en que la Constitución se estaba debatiendo, el
Perú estaba recién saliendo de un conflicto interno largo y violento. Los legisladores
no estaban dispuestos a ampliar las competencias y autonomía de un movimiento
campesino relativamente desconocido y descontrolado. Las comunidades nativas y
campesinas, en contraste, se comprendían bien y tenían una estructura por mandato
legal controlada por el Estado. La otra explicación sostiene que el artículo 149 fue
pensado como una forma de protección cultural, incluida en la Constitución, de
acuerdo con el Convenio 169 de la OIT que el Perú ratificó en 1994. Las rondas, a
280 | John S. Gitlitz
“con el apoyo de las Rondas Campesinas?”. Por otra parte, si la frase “siempre que no violen los derechos fundamentales de la persona” es tomada
literalmente, eso podría hacer que la aprobación de cualquier jurisdicción
por parte de la Constitución no tuviera sentido. Después de todo, lo que
hacen las rondas viola en parte las normas internacionales de derechos
humanos. Durante la década de 1990, pocos jueces estuvieron dispuestos
a admitir que el artículo 149 tuviera alguna relevancia para las rondas.
La mayoría simplemente lo ignoró; otros sostuvieron que, a falta de reglamentación, no había entrado en vigor; y, aun así, otros argumentaron que,
dado que las acciones de la ronda violaban los derechos fundamentales del
individuo, el artículo en mención no era importante.
Yrigoyen también examinó una serie de casos que involucraban a ronderos cuyos abogados defensores trataron de usar ese artículo. Rara vez
los jueces aceptaban el argumento. Cuando se hacía referencia al artículo,
hacían hincapié en el respeto a los derechos humanos, en vez de en el apoyo
a una jurisdicción campesina.
En el caso de los ronderos de Huaraz […] los jueces en su fallo encuentran
que un crimen contra la libertad individual [fue cometido] Ellos no ignoran el Art. 149 de la Constitución, pero su “razonamiento jurídico” vacía
el concepto de una jurisdicción especial de todo el contenido mediante la
identificación del ejercicio [de la ronda] de esa jurisdicción con la violación
de los derechos humanos […] “Detuvieron a un presunto ladrón”, y como
ellos admiten, “lo hicieron trabajar por tres días en cada base”[…].
Hay que tener en cuenta que el juez no alude a un abuso extremo de
la ronda, sino a las acciones que constituyen el mismo núcleo de la justicia
rondera: la detención y el trabajo comunitario. Para Yrigoyen, estas acciones no violan los derechos fundamentales.
Entre los poderes del Poder Judicial se incluyen formas de restricción de
la libertad individual. Estas restricciones, si se aplican de acuerdo con los
procedimientos establecidos por las autoridades competentes, no constituyen
violaciones de los derechos humanos. La jurisdicción especial [de las rondas]
también incluye el poder para restringir derechos como se entiende en el derecho
diferencia de las comunidades nativas y campesinas, no eran vistas como indígenas y
por tanto, no como una expresión de la diferencia cultural.
10. El Estado, las rondas y los derechos humanos| 281
consuetudinario […] La sentencia no analiza el contenido de la jurisdicción de
las rondas campesinas, sino que solo indica que el hecho que las rondas hayan
detenido a una persona para hacerla trabajar, constituye un delito.13
Los casos como estos son vistos por los ronderos como una hipocresía
monumental: los delincuentes andan libremente, mientras que a ellos se
les acusa y encarcela por administrar justicia. Pocos campesinos creen que
han violado la ley, por lo menos una ley razonable. No perciben el detener
a una persona que creen que ha cometido un delito como un secuestro. Si
usan un poco de fuerza, también lo hace la policía. Si aceptan las confesiones obtenidas mediante coacción, también lo hacen los tribunales. El
Estado ha demostrado ser incapaz de proveer justicia en el campo, y no se
les permite actuar ahí donde el Estado ha fallado.
Las acusaciones contra los ronderos deben ser analizadas en su contexto. Se producen mano a mano con el deseo del Estado de controlar a las
rondas. Lo que el Estado ha hecho de manera consistente en todos los gobiernos es tratar de limitar la autonomía de las rondas, de cooptarlas y de
hacer que dependan de él. Los medios para lograrlo han variado: van desde
la manipulación partidista, el uso consciente del patronazgo estatal y la regulación legal, hasta exigir que las rondas registren y hagan un listado de
sus miembros para obtener reconocimiento, o demandar que se conviertan
en una especie de fuerza policial subordinada al ejército o a la policía. Sin
embargo, ha habido poca represión directa. Incluso las repetidas acusaciones son más un hostigamiento que una represión. Las rondas, a su vez, se
han defendido consistentemente, resistiéndose al control del Estado con un
éxito considerable, pero a un costo determinado.
El gobierno de García (1985-1990) fue el primero en reconocer oficialmente a las rondas. En noviembre de 1986, el Congreso aprobó la ley
14571, que en un breve texto dio reconocimiento legal a las rondas, especificó su función de proteger la propiedad y el sustento de los campesinos,
y reconoció explícitamente su autonomía, exigiendo solo su “cooperación”
con las autoridades estatales. No obstante, hizo muy poco por definir las
prerrogativas o funciones de la ronda; particularmente, omitió cualquier
mención acerca de la justicia campesina. El decreto supremo 012-88-IN,
13.
Yrigoyen 2000.
282 | John S. Gitlitz
promulgado en 1988 para poner en práctica esa ley, contradecía tanto su
espíritu como a la Carta, al definir a las rondas como fuerzas auxiliares
dependientes del Ministerio de Interior y de la Policía Nacional. La administración de García nunca fue capaz de imponer la medida. Sin embargo,
desmoralizó, dividió y debilitó a las rondas.
El gobierno de Fujimori (1990-2000) buscó con más energía, aunque
igualmente sin éxito, situar a las rondas bajo el control estatal. A finales
de 1980, las comunidades campesinas del centro andino peruano habían
empezado a organizar grupos de autodefensa para combatir a Sendero Luminoso, a menudo con apoyo militar. Aunque oficialmente se los denominaba “comités de autodefensa” (CAD), por lo general en la prensa se los
llamaba “rondas”. En varios decretos legislativos promulgados en 1991,
la administración de Fujimori dio reconocimiento legal a los comités y
definió sus funciones: “evitar la infiltración de terroristas, defenderse a sí
mismos de ataques de grupos subversivos, y apoyar a las Fuerzas Armadas
y a la Policía en la tarea de pacificación”. Los decretos colocaron a los CAD
bajo un estricto control y supervisión militar, y autorizaron al Estado a
proporcionarles armas ligeras. Más adelante, el decreto ejecutivo 077 de
1992 definió a los CAD como creaciones temporales.
Los CAD no eran rondas, y respondían a una lógica diferente. Las
rondas habían nacido para luchar contra el robo, no contra la violencia
subversiva; se habían convertido en una forma de gobierno local autónomo, manteniendo el orden en los caseríos y mediando con las autoridades
locales, no como un brazo de la contrainsurgencia del Estado; por último,
aspiraban a ser permanentes. No obstante, después del autogolpe de Fujimori en 1992, el gobierno trató de incorporar a las rondas bajo la figura
de los CAD. El decreto supremo 002, promulgado en 1993, afirmó que
la estructura legal creada para los CAD se aplicaría también a las rondas,
es decir, que estas serían “transitorias”, con una estructura dictada por el
Estado, y bajo la supervisión y control militar y policial. El gobierno hizo
algunos esfuerzos por presionar a las rondas para que cumpliesen, pero
la mayoría simplemente se negó, y la administración de Fujimori, muy
preocupada por otros asuntos, abandonó mayormente la iniciativa.14
14. Márquez Calvo 1994: 19-21; Laos Fernández, Paredes y Rodríguez 2003: 24-25;
Defensoría del Pueblo 2002: 14-16.
10. El Estado, las rondas y los derechos humanos| 283
No es de extrañar que muchos campesinos en Cajamarca percibieran
que las rondas estaban siendo atacadas. Poner fin a las reiteradas acusaciones penales se convirtió casi en una obsesión. Dentro de las rondas se
desató un debate sobre cómo responder.
El debate sobre los derechos humanos
Antes de la década de 1980, los derechos humanos no ocupaban un lugar
destacado en el discurso político peruano. La izquierda política se enfocaba
más en las necesidades económicas que en los derechos políticos, formulando demandas en un discurso que ponía énfasis en la lucha de clases (y
armada), en vez de en la democracia. Las influencias políticas más prominentes en los primeros tiempos de las rondas —Patria Roja, Vanguardia
Revolucionaria (VR), e incluso el APRA— hacían hincapié en un discurso
de conflicto y enfrentamiento, en lugar de derechos. Sin embargo, en las
décadas de 1970 y 1980, dos acontecimientos colocaron a los derechos
humanos en la agenda política del país.
El primero fue la aparición de un movimiento progresista dentro de
la Iglesia católica, tras el Concilio Vaticano II (1961-1965) y la Reunión
del Episcopado Latinoamericano en Medellín, Colombia (1968). El Concilio Vaticano había llamado a la Iglesia para que reforzase su mensaje
sumergiéndose en la realidad social. Medellín había definido la realidad
en América Latina como una de “violencia institucional”, una violencia
no solo de armas, sino también de hambre, falta de educación y discriminación. En su libro de 1971, Teología de la liberación, el padre Gustavo
Gutiérrez pidió que la Iglesia reforzara su mensaje acompañando a los
pobres, aquellas “no-personas” cuya humanidad era apenas reconocida,
en su lucha por el cambio.15 En cientos de parroquias en zonas rurales del
Perú, los sacerdotes y monjas se esforzaron por llegar a los campesinos,
formando a catequistas laicos y a grupos de reflexión bíblica, y predicando una teología de la dignidad humana y empoderamiento de las bases.
Al hacerlo, empezaron a comprometer a los pobres en un diálogo sobre
la dignidad y los derechos.
15. Gutiérrez 1971.
284 | John S. Gitlitz
El otro factor fue la violencia política que estalló a principios de la década de 1980 —los levantamientos de Sendero Luminoso y el Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru y la respuesta brutal del Estado. Atrapada
entre las acusaciones de la guerrilla de que era una lacaya del capitalismo
y la sospecha del Estado de que era un grupo de fachada de la subversión,
entre las campañas de la guerrilla de no-tan-selectivos asesinatos y la represión indiscriminada del Estado, una parte significante de la izquierda
marxista empezó a reevaluar la importancia de los derechos humanos. Así,
un resultado de la subversión y de la guerra sucia del Estado fue el surgimiento de una activa red de derechos humanos, nacional y local, que luchó
por situar a estos derechos en la agenda política peruana. Para muchos en
las bases, asediados por la violencia, las nuevas organizaciones de derechos
humanos se convirtieron en aliadas importantes. Por lo tanto, para finales
de la década de 1980, la idea de los “derechos humanos” se había convertido en parte del entorno político, incluso en esas regiones —como las
provincias con rondas de Cajamarca— donde ni la guerrilla ni la violencia
estatal fueron los principales problemas.
Fue en esta atmosfera en la cual tuvieron lugar las discusiones en las
rondas cajamarquinas. Algunos actores externos jugaron un papel importante en ellas. La izquierda marxista era quizás la menos importante.
Es cierto que la izquierda, particularmente los partidos de Patria Roja y
VR, desarrolló estrechos vínculos con las rondas desde el comienzo. Ambos partidos habían contribuido a la organización desde los inicios de las
rondas y brindaron asesoramiento, protección y apoyo político. Pero para
finales de 1980 la izquierda estaba sumida en su propia crisis, atrapada
en su lucha por el espacio político con Sendero Luminoso, desprestigiada por su histórico lenguaje de confrontación, y sufriendo una crisis de
identidad tras el colapso de la Unión Soviética. Si bien se mantenía como
una valiosa aliada, la izquierda no articuló una posición coherente en
materia de derechos.
En Cajamarca, la Iglesia progresista desempeñó un papel importante en las rondas. Muchos religiosos estaban comprometidos con ellas, un
compromiso enraizado en su teología de la dignidad humana, el empoderamiento y acompañamiento de los más pobres. Sacerdotes, monjas y
obispos apoyaron a la organización, brindando consejo, protección y recursos. Algunos catequistas laicos figuraron entre los fundadores originales
10. El Estado, las rondas y los derechos humanos| 285
de la ronda y futuros dirigentes. Sin embargo, varios de estos trabajadores
pastorales eran también críticos de lo que veían como excesos de las rondas
y trabajaban para comunicar este mensaje a los campesinos. En repetidas
reuniones, los catequistas fueron animados a reflexionar sobre la idea de
los derechos humanos, entendidos como respeto por la dignidad y responsabilidad humana, y a fomentar que grupos cristianos y de ronda hiciesen
lo mismo en sus comunidades. En Chota, a inicios de 1990, el obispo empezó a convocar a retiros anuales a los dirigentes de rondas y catequistas
para discutir los problemas que enfrentaba la organización. Los temas más
frecuentes eran la violencia y las acusaciones.
El lenguaje de los derechos humanos empezó alrededor de 1988, a través de
la influencia de la Iglesia y los catequistas. Yo he asistido a tres cursos, uno
en Chota para catequistas, otro en Cajamarca para ronderos y funcionarios
del Estado, y luego otro en Chota para catequistas. En ellos aprendí qué son
los derechos humanos, y por qué son importantes. Estudié la Constitución
y los derechos que garantiza, el derecho a la vida, el derecho a no ser maltratado, el derecho a no estar incomunicado, los derechos de los niños, etc.
De esos cursos he llevado el mensaje a las bases acerca de los derechos, en
asambleas, en conversaciones, o cuando llegamos a acuerdos de solución
de controversias. Al principio la gente no escuchó, porque había una contradicción con lo que hacían, pero gradualmente los hemos conquistado,
en parte porque vieron que violar los derechos les ha traído problemas, en
parte porque habían empezado a entender.
Los grupos nacionales de derechos humanos influyeron igualmente
en las rondas. Ellos también sintieron un profundo compromiso con ellas,
basado en su creencia en los “derechos campesinos” y la ciudadanía. Al
igual que la Iglesia, ofrecieron consejos, educación y, en particular, asesoría legal. Sin embargo, su mensaje era sutilmente diferente. En primer
lugar, se basaba explícitamente en las normas internacionales de derechos
humanos, no simplemente en las bases de empoderamiento o en nociones
generales de la dignidad humana. En segundo lugar, los grupos de derechos humanos eran más conscientes de la tensión entre la autonomía local
y los derechos individuales. Así, estos grupos fueron más allá de ofrecer
una educación general sobre los derechos —en folletos, seminarios y programas de radio. También organizaron retiros que reunían a los jueces y
286 | John S. Gitlitz
fiscales con los ronderos para discutir la justicia campesina y estatal, patrocinaron cursos para capacitar a los jueces de paz, y aconsejaron sobre cómo
investigar sin violencia.
En esta atmósfera —en la que la crisis económica y la violencia
política colocaba a los derechos humanos en la agenda nacional, los campesinos sentían que su organización estaba en crisis por las repetidas
acusaciones legales, y la Iglesia, los grupos nacionales de derechos humanos y, con menos claridad, la izquierda estaban tratando tanto de proteger a las rondas como de influir en su comportamiento— se llevó a cabo
la discusión sobre la justicia campesina y los derechos humanos en las
rondas. Nunca fue algo formal, un debate que llegara a una conclusión
clara, sino un tema a menudo presente cuando los ronderos se reunían a
discutir sus problemas.
¡Los derechos humanos! Al principio la idea no cuajó en las bases, pero lo
hizo en la federación; y hemos tratado de empujarlo, de modo que los ronderos conozcan las leyes. En Pencasmarca organizamos cuatro cursos, y en
todos los demás caseríos. Para hacer que las rondas entiendan que no deben
cometer errores.
El debate giró básicamente en torno a cuatro posiciones, las cuales
tiraban en direcciones opuestas. Por un lado, una preocupación por mantener el poder de las rondas: si sus manos estaban atadas, si no podían
castigar, ¿cómo conservarían las rondas su autoridad? Las rondas no tenían
ningún poder jurídico claro para garantizar el cumplimiento de sus decisiones y poseían pocas armas que no fuesen la presión social y la fuerza.
En segundo lugar, la posición de que el arreglo requería una confesión.
Los criminales debían aceptar la responsabilidad y pedir disculpas por sus
acciones. Sin el poder para intimidar, ¿cómo podían presionar las rondas a
los abigeos y otros para que confesasen? La propia policía usaba la fuerza
para obtener confesiones. ¿Por qué entonces los ronderos debían ser castigados por hacer lo que la policía hacía? En tercer lugar, el punto de vista
de que las constantes acusaciones habían debilitado a las rondas. La administración de justicia había dado lugar a procesos penales en contra de sus
dirigentes. Las rondas y sus dirigentes estaban sufriendo las consecuencias.
Y en cuarto lugar, el núcleo de su reclamo de legitimidad fue que repre-
10. El Estado, las rondas y los derechos humanos| 287
sentaban a la justicia y que la justicia implica el respeto de los derechos
humanos. ¿Cómo podían los campesinos justificar sus acciones, las mismas
que criticaban al Estado por hacer?
No se logró consenso alguno. En todas partes hubo algunos que, ya
sea por miedo o por convicción, abogaron por la moderación; otros abogaron por la firmeza ya que la autoridad de las rondas estaba en juego.
Algunos campesinos expresaron un claro compromiso con los derechos
humanos: “Nuestra comunidad siempre ha sido más moderada. Tal vez
porque estábamos cerca de la Iglesia”. Otros fueron más ambivalentes:
“Nosotros apenas usamos la fuerza ahora que sabemos sobre los derechos
humanos. Pero el problema es que si no usamos la fuerza, los delincuentes
no nos dirán lo que saben”.
La federación provincial de Bambamarca trató de encontrar una posición intermedia:
Desde la Central hemos recomendado que las rondas no deben dar más de
diez latigazos a lo sumo. Eso fue un acuerdo alcanzado en una asamblea
provincial. Diez no duelen mucho; no es como antes. El médico legista no
dirá que es mucho tampoco. Por supuesto que varía con el crimen. Y les
decimos a las bases que siempre deben considerar otras sanciones también.
Cuando se les pregunta por este asunto, casi todo el mundo niega que
hoy en día la fuerza física siga siendo usada (“Quizás en otros lugares, pero
claro, ciertamente no en nuestro caserío”), aunque muchos, cuando son
presionados, admiten que una ocasional golpiza todavía puede ocurrir. Sin
embargo, insisten —probablemente de manera sincera— que esto sucede
mucho menos que antes.
Las rondas también aprendieron que la coerción física no es la única
manera de ejercer presión.
Las rondas siguen investigando, pero usan mucho menos la fuerza física.
Por ejemplo, ahora vamos a tomar en cuenta los antecedentes. Luego vamos
a averiguar qué estaba haciendo el sospechoso en el momento del problema.
Luego vamos a ver si hay otros testigos. Y después interrogamos. La mayoría de la gente habla; porque están asustados. Pero algunos son bastante
tímidos y no lo harán. Luego diferentes grupos los cuestionan para ver si se
equivocan. Buscamos inconsistencias. Por último, presionamos aplicando
288 | John S. Gitlitz
la fuerza de la amenaza. Por lo general, eso es más que suficiente. Si el delito
es muy grave y el sospechoso se resiste, podemos usar un poco de fuerza, un
par de latigazos, algunos azotes, pero ya no tantos.
El uso de la violencia no ha desaparecido, y no todos ven la disminución de los castigos físicos como algo positivo. Les preocupa la pérdida de
habilidad de las rondas para imponer respeto, que sean ahora más débiles
y que estén desmoralizadas, y que su justicia sea menos efectiva que en
años anteriores.
[La ronda está en crisis] porque ahora ya no castigamos. Ahora ya no tenemos esa imagen de fortaleza. Cuando era más joven, realmente me gustaba
castigar. Pero he aprendido que nos trae problemas.
[¿No puede ganarse el respeto sin castigar?]
Sí, pero menos. Es por eso que la gente no cree en él tanto como lo hacían
antes.
Conclusiones
En este capítulo he hecho una pregunta relativamente precisa: no sobre si
las rondas violan los derechos humanos, sino sobre el significado de la idea
misma que tienen los campesinos del concepto de “derechos humanos”.
Creo que la idea se ha vuelto cada vez más real. Sin duda, un compromiso
con los derechos individuales no es parte de su tradición cultural. Si bien
los campesinos han hablado siempre de su opresión y en su lucha han
aludido a sus “derechos”, tales derechos han sido tradicionalmente concebidos más en términos comunales que individuales. Por otra parte, los
“derechos” y los “deberes”, especialmente los que incumben a los miembros de la comunidad, a menudo se confunden; y, en cambio, ambos están
vinculados y son adquiridos en tanto uno se convierte en un miembro
constructivo que ayuda a la comunidad.16 Pero, mientras que las rondas
16. En un retiro al que una vez asistí, se le preguntó a los ronderos qué entendían por
10. El Estado, las rondas y los derechos humanos| 289
han tratado de crear un espacio para la autonomía comunal, mientras han
intentado administrar justicia donde el Estado no ha podido hacerlo, y
se han encontrado en el proceso con enemigos y con aliados, en una nación que solo hace un poco más de dos décadas fue sacudida por la crisis
económica y la violencia política, la idea de los derechos individuales ha
adquirido significado para ellas.
Eso no quiere decir que la noción de “derechos humanos” se haya
afianzado o que haya un consenso o una profunda convicción sobre esta
materia. En las discusiones sobre la justicia rondera, los derechos humanos
no son más que uno de los muchos valores que entran en juego. Algunos
campesinos están más convencidos que otros; varios aceptan la idea más
por miedo que por convicción. Sin embargo, la idea está presente y ha
adquirido legitimidad, no porque haya sido impuesta desde fuera, sino
porque se ha convertido en relevante en la lucha diaria por defender a las
rondas.
“derechos” de los hombres como jefes de familia. Las respuestas, tal vez reveladoras,
daban a conocer no lo que yo entendería por “derechos” sino como “deberes”: el
“derecho” de criar a sus hijos, de mantener a su esposa, y de asistir a las asambleas
comunales.
Capítulo 11. La búsqueda sin fin del protagonismo
Un vigilante rondero
En julio del 2005 me dediqué a uno de mis rituales anuales: fui a las corridas de toros en Bambamarca. Ruidosas, llenas de personas hacinadas
y empujándose, las corridas son el paraíso para un ladrón. En el pasado
era la policía quien mantenía el orden, pero en el año 2005 docenas de
campesinos, que llevaban puesto chalecos con apariencia oficial que los
identificaban como “vigilante rondero”, patrullaban el coso.
Esa noche participé en el programa de radio semanal de la federación
de rondas, la Central Única. Estuvo dirigido en esa ocasión por el presidente de la Central y el comandante de la policía local, cada uno de los
cuales habló con orgullo acerca de su nueva colaboración y de lo que se
había logrado con ella.
Dicha cooperación fue el resultado de un acuerdo firmado en setiembre del 2002 (y revisado en el 2005) entre la Central y el Ministerio del
Interior. El acuerdo comprometía al ministerio a “validar” las actas de
investigaciones de las rondas y prometía que no se formularían cargos en
contra de los ronderos por perseguir a los que eran sospechosos de algún crimen, dos demandas de largo tiempo de las rondas. Por otro lado,
comprometía a las rondas a respetar los derechos humanos durante las
investigaciones, a garantizar el derecho a la defensa de los detenidos y a
entregarlos a las autoridades del Estado, las cuales los recibirían después
292 | John S. Gitlitz
de un examen médico con el fin de comprobar que no hubiesen sido maltratados. En otras palabras, se les garantizaba a las rondas el poder de
capturar sospechosos y de investigar crímenes, siempre y cuando su uso de
la violencia fuese limitado, pero no se les otorgaba el derecho de juzgar a
los presuntos delincuentes. Por su parte, el ministerio debía garantizar que
los ronderos no fuesen acosados por el gobierno ni que enfrentaran cargos
por cumplir su labor.
El acuerdo fue muy polémico. En esencia, la Central renunciaba a su
“derecho” de administrar justicia en casos “criminales”, a cambio del poder
y protección que provenían de colaborar con el Estado.1 Mientras muchos
ronderos vieron esto como una herramienta útil que los liberaría de la amenaza de acciones judiciales, otros estaban preocupados de que socavase la
autonomía de las rondas y limitase su poder. En lo que se convirtió en un
evento público muy embarazoso para firmar el segundo acuerdo, otras federaciones provinciales se negaron a asistir. Incluso dentro de la provincia,
muchos criticaron la decisión.
Un juez de paz
Un año después, pasé una maravillosa hora en las laderas de Chota conversando con un juez de paz recientemente nombrado, que acababa de regresar de una sesión de entrenamiento en la corte provincial. Recreo nuestra
conversación tal como la recuerdo:
- Nos explicaron que los jueces de paz son el Poder Judicial en los pueblos.
Las rondas no son Poder Judicial, ellas no tienen jurisdicción. No tienen
derecho alguno a actuar.
- Pero usted no tiene fuerza, no puede hacer cumplir sus decisiones. ¿Qué
haría usted si, por ejemplo, ordena a un esposo pagar alimentos a sus hijos
y él se niega?
- En ese caso mi obligación es remitir el problema al Poder Judicial.
- Entonces, ¿no hay nada que la ronda pueda hacer?
1.
Wilfredo Ardito me sugirió otro efecto secundario: el acuerdo ofrecía a los fiscales
locales una justificación adicional para presentar cargos contra los ronderos de las
patrullas que no eran parte de él.
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 293
- La ronda actúa donde yo no puedo, por ejemplo en problemas de linderos.2
- ¿Y los casos de brujería? [Yo sabía que la ronda del caserío estaba investigando uno].
- La brujería no está contemplada en la ley. Los códigos ni siquiera reconocen su existencia. Allí tiene que actuar la ronda. Se tiene que hacer cargo.
Desde la década de 1990, las rondas han estado exigiendo al Estado
que reconozca su derecho a administrar justicia, y el Estado ha estado
debatiendo cómo responder a esta solicitud. La naturaleza e imperio de
la ley son solo una parte del debate. También se trata de la relación entre
los campesinos y el Estado, y de la naturaleza del Perú como una nación
multicultural.
La demanda surge de múltiples motivaciones. Tiene sus raíces en el
deseo de proteger a los ronderos de los procesos penales. Nace de la convicción de que el Estado no ha proporcionado seguridad en el campo y de
que las rondas sí lo han hecho. Además, expresa la preocupación de los
ronderos por recuperar la fuerza de los primeros años del movimiento.
En las décadas de 1970 y 1980, los pobladores del centro de Cajamarca construyeron desde las bases un movimiento de impresionante poder
y duración, que trajo un mayor orden en el campo y enfrentó el abusivo desequilibrio entre el campo y la ciudad. Los ronderos vencieron a los
abigeos, expulsaron a las autoridades corruptas, resolvieron disputas de
larga duración y eligieron a sus dirigentes para los consejos distritales. En
el proceso, dieron a los campesinos un sentido de dignidad y poder. Una
vez le pregunté a una persona que vivía en Bambamarca, un anciano de
profunda sensibilidad social que en su juventud perteneció a una célula revolucionaria, si en ese entonces los campesinos habían participado en su organización política. Su negativa fue un doloroso reconocimiento: “Nunca,
ni siquiera lo consideramos. Para nosotros, los campesinos no eran personas”. Treinta años atrás, los campesinos eran menospreciados, se les hacía
señales con la mirada, se les llamaba hijito(a); hoy en día son “don” Víctor
y “doña” Jesusa, debido en gran parte a las rondas.
2.
Entiendo que en el Perú, este tipo de problemas de propiedad se reservan a los tribunales regulares. Como tales, quedarían fuera de la jurisdicción de los jueces de paz, y
bajo la misma lógica, de las rondas.
294 | John S. Gitlitz
Sin embargo, a mediados de la década de 1990, las rondas habían
perdido fuerza. La organización permanecía, cuando surgían problemas
todavía se movilizaba y las autoridades locales aún la tomaban en cuenta.
Pero en los caseríos, la participación en las rondas había disminuido y
las federaciones provinciales estaban divididas y enfrentadas. Continuaban resolviendo conflictos, pero con menos frecuencia, derivándolos a los
jueces de paz, a los tribunales u a otras autoridades. Con altibajos y con
muchas variaciones dependiendo de la localidad, esta ha sido la situación
de las rondas en los últimos 20 años. Un año las rondas de un pueblo se
reorganizan y fortalecen, mientras que las de otro pueblo se debilitan. El
siguiente año, ocurre a la inversa. Las rondas se han visto envueltas en un
ciclo permanente de crisis y resurgimiento.
Los repetidos cargos criminales que han enfrentado los campesinos
son una de las razones de esta inestable situación. Paradójicamente, el mismo éxito del movimiento es otro de los motivos. Aunque muchos de los
problemas de una generación atrás se mantienen, son menos graves que
en el pasado. Una razón más puede ser el agotamiento. El dinamismo de
los primeros años demandó una inversión enorme de tiempo y energía que
no pudo mantenerse. Otras causas de esta situación tienen sus raíces en
la naturaleza de la vida rural. Las necesidades comunales no siempre se
imponen a los intereses de las personas, las familias o las facciones. Estos
intereses han dividido a las rondas, han condicionado la lealtad de la gente
y han debilitado a la organización. Por último, hoy en día los campesinos
más jóvenes están más capacitados y tienen más oportunidades que sus
padres. Otras cosas compiten por su tiempo y atención.
La necesidad de recuperar la fuerza y la unidad que los ronderos sienten que han perdido, vuelve más urgente su demanda de tener el derecho
de administrar justicia. Es una cuestión que el Estado ha ofrecido de la
boca para afuera, por lo menos hasta hace poco. Para muchos de los que se
oponen a la justicia rondera, la solución es fortalecer el Poder Judicial y no
crear espacios para potenciales rivales.
El Estado siempre ha visto a las rondas con ambivalencia, reconociéndolas útiles pero también potencialmente peligrosas, dispuesto a dejar que
existan, pero sin querer concederles autonomía. El Estado comparte con
los campesinos el interés en el orden, pero teme un movimiento campesino
independiente, poderoso y de gran alcance. Ha permitido que las rondas
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 295
administren justicia informalmente, al tiempo que les recuerda quién es el
“jefe”, pero se ha resistido a concederles cualquier “derecho” legal amplio
para hacerlo. El reconocimiento legal que el Estado ha otorgado, tal como
en el artículo 149 de la Constitución de 1993, se expresa en términos limitados, con pocas consecuencias en la práctica, otra vez hasta hace poco.
La tensión entre la autonomía campesina y la intervención del Estado
ha sido una constante en la historia de las rondas. El Estado ha querido
un movimiento que pueda usar y manipular. El reconocimiento legal ha
enfatizado la subordinación de las rondas al Estado, un sometimiento al
que las rondas se han resistido. Las autoridades locales nunca intentaron
del todo reprimir a las rondas, pero las hostigaban constantemente con la
amenaza de una acción penal. El acuerdo con el Ministerio del Interior y el
rechazo que este provocó en muchos campesinos fue una de las variantes
de este prolongado conflicto.
En un sentido estricto, el tema es si debiera crearse una jurisdicción
legal para que las rondas resuelvan los conflictos que ocurren en sus comunidades, pero en términos más generales, es una cuestión de poder. La
demanda de empoderamiento de una población históricamente marginada
se contrapone al deseo del Estado de conservar su autoridad y poder sobre
una población que quizás teme.
Lo que hace al problema particularmente difícil es la lógica que subyace tras la justicia campesina. Clifford Geertz sugiere que antes de intentar comprender las normas y los procesos que dan forma a un sistema
particular de justicia, debemos preguntar qué se entiende por el término
“justicia”, lo que él llama “sensibilidad legal”. Cuando la mayoría de nosotros en Nueva York, Ciudad de México o Lima escuchamos las palabras
“ley”, “juicio” o “justicia”, pensamos en lo que esos términos han llegado
a significar en la tradición occidental: una cuidadosa consideración de los
hechos, la presunción de inocencia, el derecho a la defensa y al debido proceso, un juicio de culpa cuidadosamente sopesado, y un castigo calibrado
que se adapte al delito. Cuando estos elementos no están presentes, no lo
consideramos justicia.
No obstante, de eso no trata la justicia rondera. Para las rondas, la
justicia es “construir la paz comunal”. Significa un “arreglo”, un tipo de
contrato social compartido por todas las partes en una disputa dada y por
la comunidad. El arreglo requiere la promesa de todos los implicados en
296 | John S. Gitlitz
un conflicto de dejar de lado sus diferencias, de portarse bien, de respetarse entre ellos y obedecer a las instituciones de la comunidad. En los casos
“civiles”, es entendido como una forma de mediación, o aún mejor, como un
arbitraje —la reconciliación a través del diálogo, de la presión de la comunidad y, si es necesario, de la sanción. En los asuntos “criminales”, en el mejor
de los casos, el arreglo es un ritual de reintegración, con menos interés en la
prueba, la demostración de la culpa y la retribución, que en la aceptación de
responsabilidad, la disculpa y la reparación a cambio del perdón.
Es un proceso, como señala Theiden, en parte teatral, en parte político, en parte seudolegal, y en parte simple sumisión a la voluntad comunitaria, de alguna manera un eco de la religión católica —la confesión, la
penitencia, la absolución y la comunión—, e incluso quizás del acto de
limpieza propio de un curandero.
Sin embargo, cualquiera que sea el ideal, la retribución es también
parte de la justicia campesina. Sin castigo, el perdón no puede ser logrado.
Los malhechores deben someterse a la voluntad comunal. Las investigaciones son inherentemente coercitivas. Las confesiones pueden ser forzadas
y los medios para obtenerlas pueden ser duros: noches de ronda, azotes,
baños, etc. Tal vez esto también tenga un lado mágico. En la batalla entre
el bien y el mal, los métodos duros tienen una fuerza purificadora. Y algunas personas —en especial los abigeos profesionales y los brujos— son
difíciles de perdonar. Ahí está el problema. La coacción, la violencia física,
son un anatema para las leyes occidentales, así como también lo son la
falta de defensa, la presunción de culpabilidad, etc. Teniendo en cuenta
lo que las leyes occidentales buscan lograr —la prueba de la culpabilidad
como requisito previo para aplicar la pena—, es natural que así sea. Por
el contrario, en la justicia rondera son parte de lo que hace posible la rehabilitación. No son excesos circunstanciales fácilmente controlables, sino
parte constituyente del proceso mismo. El hecho de que quienes critican
a las rondas exageran su violencia, y que el objetivo de esta organización
sea idealmente más indulgente que vengativo y sea la reintegración y no el
encarcelamiento, puede atenuar el problema, pero no lo elimina.
Toda justicia implica coerción y castigo; a su modo, la justicia occidental es también violenta. Puede condenar el uso de la tortura, pero a menudo se castigan incluso delitos menores con un encarcelamiento prolongado,
dividiendo a las familias y privándolas de sus ingresos.
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 297
Esto es lo que hace tan difícil encontrar un espacio para que la ronda
administre justicia. La Constitución peruana de 1993 puede conceder a las
comunidades campesinas y nativas, con el apoyo de las rondas, el derecho
de administrar justicia según sus leyes consuetudinarias, en la medida en
que respeten los derechos fundamentales. Se podrá exigir que el Congreso
apruebe una legislación que permita coordinar ambos elementos. Pero hacerlo es difícil, quizás imposible. Cierto nivel de violación de los derechos
humanos, tal como se la entiende en la tradición occidental, es casi inherente a lo que las rondas hacen.
Por otra parte, ni el Estado ni la justicia rondera están a la altura de
sus ideales. Aunque las dinámicas que subyacen tras ambos no son arbitrarias, el espacio para la arbitrariedad es grande en los dos. La justicia
rondera puede ser vengativa y corrupta, y contempla poca protección, más
allá de la sensibilidad de la asamblea. Del mismo modo, la policía peruana
golpea a las personas, fabrica evidencia, y las condiciones en prisión son
inhumanas. Los reclamos contra fiscales y jueces que discriminan o son
corruptos son el pan de cada día.
El deseo de castigo y la venganza son humanos, y no están ausentes
en las investigaciones de la ronda ni en las de la policía. Sin embargo, la
violencia de la ronda se equilibra con la búsqueda consciente de rehabilitación. El punto final para el Estado es demostrar la culpa, lo que hace posible el castigo, que es de por sí una forma de violencia. La ronda, en cambio,
busca darle un fin a los conflictos y reconstruir las relaciones sociales de
una manera que el Estado no puede.
La elección no es, pues, entre una justicia rondera idealizada o una
justicia del Estado igualmente idealizada —ninguna de ellas existe—,
pero sí entre la justicia de la ronda tal y como es, y los límites del Estado,
límites hoy en día menos marcados que hace 40 años, pero aun así reales.
Incluso así, el problema de los derechos fundamentales permanece.
De cualquiera manera que se resuelva la cuestión de la justicia rondera,
esta no debería crear nuevos espacios para cometer excesos arbitrarios. Para
algunos observadores, la cuestión es cómo equilibrar objetivos incompatibles: establecer un espacio en el que las rondas puedan administrar justicia
sin el acoso del Estado, sin temor a ser enjuiciadas y sin que el Estado cuestione sus decisiones y, a la vez, no crear nuevos espacios de impunidad o de
violación de los derechos fundamentales. El objetivo a largo plazo debería
298 | John S. Gitlitz
ser construir el imperio de la ley y no la conveniencia a corto plazo. Resolver los dilemas del presente es importante, pero en 50 años el Perú tendrá
que vivir con las estructuras que hoy se crean.
Perú no es el único país que lucha con estos problemas. Desde principios de 1990, una serie de países de América Latina han adoptado constituciones que definen a sus naciones como multiculturales, países que
requieren que el Estado proteja la diversidad cultural y que garantice las
facultades jurisdiccionales a los pueblos indígenas, un término conscientemente más amplio que el de la, geográficamente limitada, “comunidad”.
Pero estas constituciones, así como la peruana, han puesto como condición
del derecho de administrar justicia el respeto por los derechos humanos,
y todas han dejado el problema sobre cómo coordinar entre la jurisdicción
indígena y el Estado a una futura legislación que haga posible este esquema. Hasta ahora nadie ha tenido éxito en la elaboración de dichas leyes.3
Un país que ha luchado seriamente con este dilema es Colombia, donde el Tribunal Constitucional intervino para llenar el vacío. En una serie
de decisiones relativas a cuestiones tan diversas como el uso de castigos
físicos, el encarcelamiento y la definición del debido proceso, esta instancia
ha buscado al mismo tiempo apoyar y definir los límites de la jurisdicción
indígena. El objetivo explícito del tribunal ha sido interferir lo menos posible en la administración de la justicia indígena.
La autonomía de los indígenas debería ser maximizada para asegurar su sobrevivencia cultural. Por tanto, al aplicar su propia justicia, solo se les puede
pedir que respeten el núcleo de los derechos más fundamentales y una forma del debido proceso […] Las limitaciones […] solo pueden referirse a lo
que es realmente intolerable […] este núcleo de derechos intangibles solo
incluye el derecho a la vida, la prohibición de la esclavitud y la prohibición
de la tortura […] solo con respecto a este núcleo es que un existe un real
consenso intercultural […] reconocido en todos los tratados sobre los derechos humanos como derechos que no pueden ser suspendidos.4
Con respecto al debido proceso, el tribunal considera suficiente que “la
sentencia debe ajustarse a las ‘normas y procedimientos’ de la comunidad
3.
Van Cott 2000a.
4.
Assies 2003a.
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 299
indígena”.5 Los castigos deberían ser previsibles, y los procedimientos,
aquellos que habitualmente son seguidos por la comunidad. Para establecer
lo que constituye las llamadas normas “seguidas regularmente”, el tribunal
dictamina que esto se base en el testimonio de expertos antropólogos del
país.
En opinión de algunos observadores, el estándar de la corte es problemático. Por ejemplo, ¿qué constituye la tortura? En los resguardos indígenas colombianos, los tribunales nativos de vez en cuando aplican dolorosos
castigos físicos. ¿En qué momento estos se convierten en algo inaceptable?
La Corte Constitucional de Colombia luchó con este dilema en un caso
que implicaba someter al acusado a un periodo prolongado y doloroso de
confinamiento en un cepo. Según lo resumido por Assies:
González aclamó que la condenación al cepo constituye un “tratamiento
cruel e inhumano”. La corte […] consideró que es una forma de castigo
corporal que es parte de la tradición local y es altamente valorada por la comunidad local por su grado de intimidación. Aunque implica sufrimiento
físico, es aplicado de una manera que no daña la integridad del condenado
[…] ni es tampoco una forma de castigo desproporcionada o inútil.6
¿El hecho de que el confinamiento en un cepo sea “parte de la tradición local” y útil por “su grado de intimidación”, o de que, aunque doloroso, no cause ningún daño permanente, significa que no es “tortura”?7
Comentando esta decisión, un activista de los derechos humanos peruano
la denominó una “abominación”.
Al igual que en otras leyes fundamentales latinoamericanas, en 1993 la
Constitución peruana definió al Estado como multicultural y comprometió
al gobierno a proteger la cultura indígena (artículos 2.19, 89). El artículo
149 reconoció el derecho del “campesino” y de las “comunidades nativas”
a administrar justicia de acuerdo con su “derecho consuetudinario”, pero
5.
Ibíd.
6.
Ibíd.
7.
La similitud con el argumento ofrecido por los funcionarios del gobierno de los Estados Unidos para defender las “técnicas adaptadas de interrogatorio” hace que esto
sea inquietante.
300 | John S. Gitlitz
especificó que debía respetar los derechos fundamentales. Sin embargo, al
definir el papel de la ronda únicamente como de “apoyo” a las comunidades,
se puso de manifiesto tanto la pregunta teórica de si es que los ronderos
mestizos de Cajamarca son indígenas y, por lo tanto, con derecho a las
protecciones establecidas en la Constitución, como la cuestión práctica de
si la Carta les concedía el derecho de administrar justicia. Por otro lado,
en 1994 el Perú firmó el Convenio 169 de la Organización Internacional
del Trabajo (OIT) sobre “Los derechos de los pueblos indígenas y tribales
en países independientes”, que compromete al Estado a respetar, proteger
y consultar a las personas indígenas o “pueblos indígenas” sobre todos
los asuntos que les afecten. Una vez más la pregunta: ¿son indígenas los
ronderos?
Ni la Constitución ni la aprobación del Convenio 169 marcaron una
diferencia en la práctica. Una década más tarde, el Congreso aún no había
aprobado una ley de coordinación, mientras que los jueces continuaban
fallando como antes. En un estudio revelador de una serie de decisiones
judiciales, Raquel Yrigoyen encontró lo siguiente:
Los casos de ronderos perseguidos por “administrar justicia” son numerosos, no obstante el reconocimiento constitucional de la jurisdicción especial. Las decisiones presentadas se refieren a rondas campesinas de comunidades campesinas. Hay un solo caso de sentencia no condenatoria, pero
se funda en la prescripción de los hechos, no en la aplicación del artículo
constitucional.8
El artículo 149 se ha utilizado incluso en contra de los ronderos. En
una ocasión, las rondas detuvieron a un sospechoso por tres días, haciéndolo rondar en cadena ronderil durante la noche y trabajar en proyectos comunales durante el día. El tribunal consideró que se trataba de un trabajo
forzado y que por eso violaba los derechos fundamentales.
“En la sentencia no se analiza cuáles son las funciones jurisdiccionales
de las rondas, sino que simplemente se indica que el hecho de que hayan
privado de libertad a una persona para que trabaje constituye un delito.”9
8.
Yrigoyen 2000a: 12.
9.
Ibíd.: 12.
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 301
Yrigoyen continúa:
[…] los jueces no ignoran el art. 149 de la Constitución, pero el
“razonamiento judicial” realizado supone un vaciamiento del concepto de
jurisdicción especial al identificar el ejercicio de funciones jurisdiccionales
con violación de derechos humanos […] detuvieron a un presunto abigeo
y, según admiten, le hicieron trabajar tres días en cada base.10
En el debate sobre el reconocimiento de las rondas, han surgido
básicamente tres posiciones. La primera percibe el asunto como uno de
“derechos indígenas” y de diversidad cultural, y opina que para proteger
esos derechos, es necesario crear una “jurisdicción especial” con amplia
autonomía para administrar justicia. Para aquellos que optan por esta
posición, la cuestión es clara: se trata del derecho de una población
históricamente marginada a mantener su particular forma de vida. La
pregunta relevante es si los campesinos de Cajamarca califican como
indígenas y no el contenido de la justicia que administran. En su versión
más fuerte, esta posición sostiene que las rondas son una expresión de la
vida indígena protegida por el derecho a la diferencia,11 y que debieran tener
competencia para administrar justicia en todos los asuntos que afectan a
sus comunidades, tanto civiles como criminales, incluidas las cuestiones
que atañen a los que no son miembros de sus comunidades, pero que por
una razón u otra están presentes en ellas, y también las acciones que sus
miembros realizan fuera de la comunidad. Por otra parte, las decisiones de
10. Ibíd: 11.
11. Curiosamente, tengo entendido que Colombia, que pudo haber llegado más lejos
en lo que concierne al reconocimiento de una jurisdicción especial, adopta una idea
restrictiva de lo que es “indígena”. Ese país otorga derechos jurisdiccionales solo a las
reservas indígenas reconocidas (resguardos), un porcentaje relativamente pequeño
de la población rural y del territorio. Los campesinos que viven fuera de los resguardos, aunque culturalmente pueden ser muy poco diferentes de los “indígenas” que
viven dentro, están sujetos a la jurisdicción de la ley del Estado y de los tribunales
estatales. En una conferencia en Lima en el año 2001 sobre la justicia campesina,
después de escuchar a una serie de antropólogos y juristas colombianos elogiando el
experimento de su país, pregunté qué pasaba con un campesino que vivía fuera de
un resguardo. Me respondieron casi como si la pregunta fuera trivial: “Él tendría que
ir donde un juez de paz”.
302 | John S. Gitlitz
la ronda deben considerarse res judicata, asuntos decididos, que no deben
ser puestos en duda o revisados por los tribunales estatales.
Para aquellos que defienden esta posición, la cuestión es tanto de
principios como de prácticas. Una jurisdicción reconocida protegería a los
dirigentes de ronda de las acusaciones y los juicios por violación de las leyes
estatales, contribuiría a la resolución efectiva de conflictos, y daría mayor
poder a la autonomía de los campesinos.
Yrigoyen es tal vez la defensora más destacada de una jurisdicción
especial para las rondas. Ella sostiene que los campesinos del norte peruano
practican costumbres ancestrales y tienen un sentido de su característica
cultural en contraposición al Perú urbano, que concuerda con la definición
de “indígena” establecida en la Constitución, aún si conscientemente no
se identifican como indígenas. Para apoyar su posición, señala costumbres
como la reciprocidad, el pararaico,12 y el “matrimonio de prueba” o
servinacuy.13 Por lo tanto, la Constitución y el Convenio 169 de la OIT:
[…] tiene como efecto directo la descriminalización de los hechos culturales
que podrían configurar hechos punibles, como formas tempranas de unión
conyugal, manejo ritual y social de plantas […], tratamiento de la salud
no convencional, aplicación del derecho y la justicia campesina/indígena, y
hechos vinculados a la creencia en brujería y hechos sobrenaturales.14
La justicia rondera, en ese sentido, constituye un sistema jurídico
válido, con normas sustantivas, regulaciones, procedimientos y autoridades
debidamente constituidas. Se le debe entonces conceder las facultades
12. En muchos pueblos de Cajamarca es costumbre que cuando una pareja construye su
casa, los vecinos se reúnan para ayudarla. La costumbre es explicada no solo en función del apoyo físico, sino también como una forma de honrar tanto la unión como
la comunidad. Cuando la casa está terminada, es decir techada, se celebra una fiesta
colectiva, el pararaico. A menudo la costumbre se extiende a casi cualquier proyecto
de construcción.
13. Las parejas que piensan casarse, pueden primero juntarse en una especie de unión de
prueba. Hasta que no tienen hijos, no hay responsabilidad, al menos en teoría, si es
que luego se separan. En la práctica, sin embargo, esas separaciones son a menudo
una causa de discordia.
14. Yrigoyen 2002a.
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 303
otorgadas a cualquier sistema legal, es decir, las de detener, investigar,
juzgar y castigar.
[…] la jurisdicción especial comprende todas las potestades que tiene cualquier
jurisdicción […] la potestad para conocer los asuntos que le correspondan,
incluyendo funciones operativas para citar a las partes, recaudar pruebas; la
potestad para resolver los asuntos que conoce, siguiendo su propio derecho,
y finalmente, la potestad de usar la fuerza para hacer efectivas sus decisiones
[…] comprende acciones que pueden restringir derechos como ejecutar
detenciones, obligar a pagos, a realizar trabajo, etc. […] actos de coerción
personal derivados del ejercicio de la función jurisdiccional.15
En cuanto a la protección de los derechos fundamentales, Yrigoyen
sostiene que la idea misma de los derechos humanos debe ser interpretada
a través de un diálogo intercultural.
La definición e interpretación de los derechos humanos no puede quedar
en manos de una sola orientación cultural ni un solo aparato institucional,
sin peligro de violentar el derecho a la diversidad. Los derechos humanos
deben ser definidos e interpretados con base en el diálogo intercultural.
En primera instancia cualquier presunta violación […] debe ser tratada
al interior de la jurisdicción especial […] En casos de presunto conflicto
[…] deberán establecerse procedimientos adecuados […] en consulta con
los pueblos indígenas […] Una propuesta podría ser la conformación de
tribunales mixtos.16
Por el contrario, para aquellos que rechazan la idea de una jurisdicción
especial, lo que está en juego no es proteger la diferencia, sino fortalecer
el imperio de la ley y los derechos humanos. Ellos encuentran que el concepto de “derecho consuetudinario” es vago e inaplicable. ¿Es acaso todo
lo que hace una comunidad la expresión de su “derecho consuetudinario”?
¿Cómo podemos distinguir las decisiones basadas en normas tradicionales
de aquellas que se fundamentan en el abuso del poder? ¿Realmente queremos decirles a las campesinas sometidas a abuso, por ejemplo, que debido
15. Yrigoyen 2009.
16. Ibíd.
304 | John S. Gitlitz
a la (mala) suerte de haber nacido en los Andes y no en Lima, no tienen la
misma protección legal que los demás? En nuestro deseo paternalista de
proteger la diferencia, corremos el riesgo de conformar un nuevo tipo de
marginación, creando una ciudadanía de segunda clase, un equivalente a
la “república de indios” de la época colonial en pleno siglo XXI. Al mismo
tiempo, conceder una amplia discrecionalidad a una “jurisdicción especial”
conlleva el riesgo de debilitar al sistema judicial, cuyo problema fundamental ya es su debilidad.
Para José Hurtado, lo que las rondas administran no es una justicia
basada en la tradición ni en el derecho consuetudinario, sino el fruto de
un abuso enraizado en el ejercicio del poder. Incluso si fueran la expresión
de una cultura diferente, las prácticas que violan las ideas contemporáneas
fundamentales de lo que es correcto no pueden ser toleradas.
Un caso […] Rosa, esposa de Mauro, abandonó su hogar, marido y ocho
hijos, porque este la maltrataba. Se trasladó a un pueblo vecino, donde
se unió con Teodosio. Los procesados, actuando como ronderos de la
localidad, detuvieron a Rosa y Teodosio, los sometieron a tratos humillantes
e inhumanos, los obligaron a pagar una suma de dinero, y por último,
impusieron a Rosa que entregue a su esposo la casa que ella había heredado
de su padre. […] La Primera Sala Penal de la Corte Superior de Ancash falló
absolviendo a los procesados. La sala penal de la Corte Suprema confirmó
esta sentencia, basándose en el dictamen emitido por el fiscal supremo en
lo penal […] diciendo que los procesados actuaron con la “finalidad de
poder resolver (la) denuncia conyugal-familiar” interpuesta por Mauro
contra su esposa Rosa, “aplicando las normas del derecho consuetudinario
y ancestral”. […] Si bien admite que “al momento de suceder los hechos
hubieron algunos excesos contra los agraviados […] debe también de
tomarse en cuenta el ámbito cultural y geográfico” […]
Afirmar que no actuaron con malicia resulta vago […] Está claro que
obraron con conciencia y voluntad de humillar, maltratar, coaccionar
y despojar de bienes a los agraviados […] no se menciona cuáles son las
normas consuetudinarias que permiten a los ronderos humillar, maltratar
de manera inhumana, imponer pagos de dinero coactivamente, despojar
de bienes inmuebles […] resulta muy difícil de admitir cuando se trata de
violaciones graves de derechos fundamentales […] Tampoco es posible
aceptar, al menos en la medida en que no se ha establecido en qué normas de
derecho ancestral basaron sus comportamientos, que creyeron que estaban
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 305
actuando conforme a derecho […] Si se admite eso, se trata del abandono
de la protección de los derechos humanos […] resulta muy difícil de admitir
cuando se trata de violaciones graves de derechos fundamentales.17
Fernando de Trazegnies, aunque más comprensivo con los dilemas,
resalta preocupaciones similares:
Un reconocimiento del pluralismo jurídico […] no es nada simple [...] si
se quiere evitar que ese pluralismo jurídico caiga en cualquiera de los dos
extremos patológicos […] De un lado el pluralismo puede convertirse en
un […] simple disfraz de la opresión jurídica […] El otro extremo [...] es la
disolución del Estado peruano en manos de un pluralismo jurídico ingenuo,
y la constitución de una serie de pequeños Estados dentro del Estado.18
Trazegnies continúa:
Hay otro problema [...] valorativo o ético [...] los conflictos de leyes se pueden
compatibilizar; pero en los conflictos de valores que inspiran dos órdenes
normativos diferentes, ¿qué derecho se aplica? […] El Perú actualmente
no tiene pena de muerte [...] imaginemos que una comunidad andina [...]
aplica la pena de muerte a uno de sus miembros […] ¿Podríamos aceptar
que alguien a nombre de la diversidad cultural aplique torturas? ¿Debemos
en estos casos imponer simplemente nuestra propia cultura porque creemos
que es la mejor? [...] Pareciera que no tenemos derecho [...] pero tampoco
podemos quedarnos callados.19
Él concluye que si bien debemos respetar la diversidad, tenemos que
mantener el derecho de veto. “Los derechos humanos son conquistas demasiado importantes de la humanidad”.20
Una tercera posición es la que defienden algunos miembros de la comunidad peruana de derechos humanos. Para ellos, el problema descansa
sobre una cuestión de “ciudadanía” y “democracia”, de plena participación
17. Hurtado 2004.
18. Trazegnies 1993: 18-19.
19. Ibíd.: 32-33.
20. Ibíd.: 35.
306 | John S. Gitlitz
en la vida nacional. Las fallas del sistema judicial peruano son simplemente
demasiado grandes como para ignorarlas. Critican a aquellos que rechazan
cualquier forma de jurisdicción especial sin tomar en cuenta la realidad de
la justicia del Estado, a la vez que se resisten a una jurisdicción especial sin
limitaciones. Para Wilfredo Ardito, por ejemplo, la debilidad del Estado
en el campo exige que a las rondas se les dé más espacio para administrar
justicia, pero ni ilimitado ni permanente.
En el Perú los reclamos basados en los derechos indígenas son problemáticos
[…] La mayoría rechaza la designación de indígena. Las rondas no son pura
o primariamente un fenómeno cultural. Las personas que se adecuan a
las normas de los pueblos jóvenes o rondas no pertenecen a una cultura
particular con autorregulación como característica. La experiencia es nueva
para ellos y motiva nuevas necesidades propias. En todo caso, la ley no
puede ser reducida a una práctica cultural; trata sobre cómo debería ser
una realidad y tiene una función instrumental. En el Perú el sistema legal es
lento, inefectivo, caro, raras veces llega a una solución y es discriminatorio.
Las rondas se ven obligadas a desarrollar estos mecanismos paralelos más
para remediar las deficiencias del sistema legal que para recuperar sus
propias tradiciones culturales.
Mientras que todos los sistemas legales restringen los derechos individuales,
más importante es el hecho de que también funcionan para proteger al
individuo, particularmente al pobre. La autorregulación y mecanismos de
control social están relacionados en última instancia con la distribución
del poder dentro del grupo. Frecuentemente los conflictos sobre el poder
están escondidos. Mientras que en las rondas existe un claro compromiso
de respetar los principios morales incluyendo los derechos humanos,
los prejuicios sociales pueden sobrevivir y reaparecer, sanciones como el
castigo corporal y hasta la muerte, la ausencia de un tratamiento justo
para el detenido, la condición de las mujeres, sin embargo son difíciles de
ser tratados porque su mínima mención es vista como algo políticamente
incorrecto.
Mecanismos no estatales han aparecido usualmente como resultado del
fracaso del Estado, pero no han creado una esfera externa al Estado en
donde los derechos humanos no necesitan ser respetados. En muchas
comunidades campesinas, las personas pueden ir donde las autoridades
comunales o políticas; las personas nunca rechazan de manera absoluta a
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 307
los tribunales del Estado; la gente utiliza simplemente el mecanismo más
eficiente.
Una característica de estos grupos autorregulados es que no son marginales,
ni opuestos al Estado y la ley, sino son grupos que actúan por cuenta propia
por la inefectividad del Estado y tratan de respetar muchos de los derechos
fundamentales proclamados en el sistema legal oficial. Los límites dentro
de muchos de los campos sociales semiautónomos, las prácticas que
violan los derechos humanos y la posibilidad de conflicto entre diferentes
sistemas autorregulados subrayan la necesidad de una autoridad externa.
Un acercamiento al pluralismo legal, que rechaza al Estado al caracterizarlo
como un instrumento o dominación o sistema ajeno a los pueblos indígenas,
tampoco es práctico ni sensible.21
Luchando contra el problema en el nuevo milenio
Después del derrocamiento del presidente Fujimori en el año 2000, se empezó a presionar al gobierno para que elaborase una nueva ley rondera.22
En marzo del 2001, más de 200 ronderos delegados se reunieron fuera de
Lima en el Primer Encuentro Nacional de Rondas Campesinas, en el que
se elaboró un borrador de proyecto de ley para presentarlo al Congreso.
Fuertemente influenciado por Yrigoyen, proponía garantizar amplios poderes jurisdiccionales a las rondas y negaba al Estado cualquier derecho de
revisión: “Las decisiones de las autoridades comunales serán res iudicata.
Las autoridades estatales y los particulares tienen el deber de respetar y
seguir dichas decisiones”.23
Para hacer frente a la delicada cuestión de los derechos humanos, el
proyecto propuso:
21. Ardito 1997.
22. Para los campesinos, el problema era más urgente debido a una revisión de la ley del
código penal después de una ola de secuestros en Lima. La nueva disposición eliminaba la necesidad de demostrar un motivo económico para establecer que un acto
constituía un secuestro. También aumentó la pena por secuestro a 20 años de cárcel.
En el año 2000, bajo la nueva ley, más de cien casos de secuestro fueron llevados a
los ronderos. Véase Laos, Paredes y Rodríguez 2003: 36.
23. Ibíd.
308 | John S. Gitlitz
En el caso de presunta violación de los derechos humanos por la JE, un
tribunal mixto compuesto tanto por juices ordianrios como por autoridades
comuntiarias debe resolver el conflcito bajo reglas de equidad.24
Informados de que el gobierno de transición no se sentía competente
para tratar un asunto tan polémico, los ronderos se reunieron un año más
tarde en un segundo encuentro nacional, junto con Gino Costa, ministro
del Interior en el gobierno democráticamente elegido de Alejandro Toledo,
y varios representantes de la Defensoría del Pueblo. Elaboraron entonces
un proyecto más modesto que afirmó el derecho de las rondas de administrar justicia, pero que evitó otras demandas más contenciosas.
Las rondas campesinas gozan de autonomía en el diseño y conformación
de su estructura organizativa; en la administración de sus bienes […]; en
la administración de sus mecanismos propios de justicia tradicional, en
coordinación con los órganos de jurisdicción estatal.25
El proyecto continuaba:
Las rondas campesinas en uso de sus costumbres y reconocimiento comunal
podrán intervenir en la solución pacífica de conflictos suscitados entre los
pobladores u organizaciones de su jurisdicción.26
Otros siete proyectos de ley se presentaron al Congreso, pero todos
ponían límites a la competencia de las rondas y la mayoría preveía algún
tipo de supervisión judicial. El más detallado fue el de Luis Guerrero, congresista de Cajamarca. Guerrero había iniciado su carrera encabezando una
ONG que llevó a cabo proyectos en el campo, y luego se desempeñó como
alcalde de la provincia de Cajamarca. Sin embargo, su propuesta limitaba
las prerrogativas de las rondas de manera inaceptable para los campesinos.
Su primer artículo especificó lo siguiente:
24. Yrigoyen 2007.
25. Artículo 3, Laos 2003: 85.
26. Capítulo V: “Resolución pacífica de conflictos comunales”, artículo 15: “Actividades
en beneficio de la paz comunal” Ibíd., 87.
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 309
El Estado reconoce el derecho de las rondas de mantener y desarrollar sus
propias formas de prácticas culturales en todo aquello que no es contrario a
la moralidad, buena costumbre y orden público.27
El proyecto de ley de Guerrero describió con cierto detalle los tipos de
conflictos que las rondas tendrían permiso de enfrentar (y, por extensión,
aquellos que no debían) y los medios que podrían utilizar.
Administraran justicia por medio de la Conciliación Extrajudicial,
resolviendo mediante la aplicación de sus costumbres los siguientes tipos
de conflictos: a) abigeato; b) adulterio; c) consumo de drogas y bebidas
alcohólicas; d) violencia familiar; y e) faltas contempladas en nuestro
ordenamiento penal.28
Por otra parte, los ronderos se harían responsables de los “crímenes”
cometidos por ellos en el proceso.
Durante el cumplimiento de sus funciones, está prohibido de usar medios
ilícitos, teniendo responsabilidad penal, civil y administrativa por cualquier
exceso que cometa.29
Por último, la propuesta de Guerrero también presentó un complicado proceso de revisión y crítica, que terminaba finalmente en el Tribunal
Constitucional.30
27. Proyecto de ley de rondas campesinas, artículo 1, Laos 2003: 111..
28. Ibíd., artículo 7. Ibíd.:112
29. Ibíd., artículo 5. Ibíd.: 111.
30. Ibíd., artículo 8: “Las rondas campesinas mantendrán estrecha coordinación con el
Ministerio Público y la Policía Nacional cuando se presenten hechos que revistan el
carácter de faltas o delitos, para efectos de su investigación. Si en la primera instancia
la ronda campesina no es resuelta la falta, esta irá a juez de paz electo democráticamente en la jurisdicción. Si en esta instancia tampoco se resuelve la falta, se podrá
apelar al tribunal de justicia campesino que será la última instancia, salvo la apelación final al tribunal de garantías constitucionales”. Artículo 9: “[…] Créase los
tribunales de justicia en el campo electos democráticamente, los mismos que estarán
constituidas por 6 personas […] mayores de 50 años que tienen como única función
resolver las apelaciones al juez de paz” Ibíd.: 112..
El Poder Judicial y el Ministerio Público se opusieron a cualquier concesión de jurisdicción. Tomando nota de la afirmación de la Constitución
del monopolio del Estado sobre la administración de justicia, se preocuparon por el impacto divisivo de reconocer jurisdicciones excepcionales. Por
otra parte, sostuvieron que cualquier concesión de jurisdicción a las rondas
sería inconstitucional, ya que el artículo 149 extiende explícitamente el
derecho de administrar justicia solo a las autoridades de las comunidades
campesinas y nativas. Finalmente, insistieron, las rondas no eran una expresión de la cultura indígena y, por tanto, no tenían derecho a las protecciones establecidas en la Constitución (curiosamente, este fue también el
argumento de algunos grupos aborígenes de la selva).
Otros organismos del gobierno —la Defensoría, por ejemplo— y muchas ONG adoptaron la posición a favor de algún tipo de jurisdicción, aunque no tan amplia como la propuesta por las rondas. Entre estas entidades
figuraban grupos relacionados con la Iglesia católica y con otras iglesias,
particularmente la Comisión Católica Episcopal de Acción Social (CEAS),
grupos de derechos humanos, como el Instituto de Defensa Legal (IDL), y
organizaciones de desarrollo con amplia experiencia en el campo, tal como
Servicios Educativos Rurales (SER). Por lo general, se hizo una combinación de cuatro argumentos: i) las rondas eran una expresión de la cultura
indígena, por lo tanto con derecho a las protecciones de la Constitución;
ii) el fracaso del Estado en impartir justicia en el campo, como un asunto
práctico, requería del soporte de las rondas; iii) las rondas habían demostrado su eficacia para resolver disputas de manera justa, rápida y barata, y
disfrutaban del respeto de los campesinos —es decir, estaban legitimadas;
y iv) en la administración de justicia, las asambleas de ronda ejemplificaban la democracia en el ámbito del pueblo.
Se aprobó finalmente una ley en diciembre del 2002, firmada en enero del año siguiente, pero esta norma no logró resolver ninguna de las
cuestiones pendientes. El artículo 1 lista las funciones de las rondas campesinas, estableciendo que:
[…] pueden establecer interlocución con el Estado, apoyan el ejercicio
de funciones jurisdiccionales de la Comunidades Campesinas y Nativas,
colaboran en la solución de conflictos y realizan funciones de conciliación
extrajudicial conforme a la Constitución y la Ley, así como funciones
relativas a la seguridad y a la paz comunal dentro de su ámbito territorial.
Los derechos reconocidos a los indígenas y comunidades campesinas y
nativas se aplican a las Rondas Campesinas en lo que les corresponda y
favorezca.31
Algunos abogados y jueces han interpretado esto como algo que reitera el papel solamente de apoyo de las rondas; otros opinan que autoriza a
las rondas a actuar en conciliaciones, pero en muy pocas situaciones adicionales; y otros, centrándose más en la última frase, leída de una manera más
laxa, piensan que la norma permite una amplia jurisdicción. Un abogado
que se opone a la justicia rondera, pero que leyó la ley de esa manera, me
dijo que era claramente inconstitucional.
La ley aprobada no adopta una posición clara en lo que respecta a los
derechos humanos. Cuando he preguntado si las rondas, que utilizan la
fuerza física para obtener confesiones, serían ahora vistas como una organización que ejerce sus prerrogativas judiciales o como una que viola la ley,
nadie me ha podido responder.
Como resultado, la ley no satisfizo a nadie y tuvo poco impacto. Un
estudio realizado por el IDL, que abarca los años que siguieron, encontró
que las acusaciones contra ronderos y comuneros en el ámbito nacional
aumentaron de 18 en el año 1994 a 60 en el año 2000, y a 147 en el
2005.32 La mayor parte de este incremento se concentró en Cajamarca.
Curiosamente, la gran mayoría de los cargos fueron por secuestro o coacción, es decir, por detener a sospechosos (81%). En cambio, las acusaciones
de maltrato físico representaron solo el 5% y por usurpación de funciones
judiciales el 3,6%.33
Durante los años 2004-2005, la Corte Suprema del Perú, en una decisión potencialmente significativa, dio un paso importante hacia el reconocimiento del derecho de la ronda a una jurisdicción especial en virtud
del artículo 149. Dos años antes, en un caso que involucraba la captura y
31. Ley 27908, Nueva Ley de Rondas Campesinas, 7 de enero del 2003.
32. Datos facilitados por el Ministerio Público, aunque faltan los de los departamentos
de Piura y Puno. Véase Levaggi Tapia 2010. Farfan, citado en el capítulo anterior,
encontró en cambio muchas más acusaciones de lesiones.
33. Levaggi Tapia 2010.
312 | John S. Gitlitz
el castigo de una pandilla de abigeos en la selva alta cerca de Moyobamba
(San Martín), once ronderos habían sido declarados culpables por un tribunal penal local de secuestro, resistencia a la autoridad y usurpación de las
funciones del Poder Judicial. Tres meses más tarde, la decisión del tribunal
de primera instancia fue revocada por la Corte Suprema de la nación, la
cual, a pesar de que su dictamen escrito no fue publicado sino hasta casi
dos años más tarde, explícitamente argumentó que el artículo 149 concede
a las rondas el derecho de administrar justicia de acuerdo con su derecho
consuetudinario.
La opinión pone de manifiesto que el crimen de secuestro es cometido
cuando a una persona se le priva de su libertad “fuera de la ley”. Lógicamente,
por tanto, la captura de la policía de una persona que está in flagrante
no es secuestro. En el caso específico de los ronderos de Moyobamba, la
sentencia encuentra que no hubo ninguna negación de la libertad “fuera
de la ley”, porque los cuatro delincuentes habían confesado su culpa y
su detención había sido, por tanto, una sanción permitida por el Art. Nº
149 de la Constitución […] La opinión optó por una lectura amplia de la
Constitución, como si las rondas campesinas que se han organizado en los
caseríos […] tuvieran el derecho a administrar justicia.
La decisión del tribunal, sin embargo, no fue un cheque en blanco.
El tribunal añade que los ronderos encontrados culpables habían actuado
de acuerdo con sus propias costumbres “sin abusar de sus posiciones”. En
otras palabras, no elimina la responsabilidad de ninguna de las detenciones
llevadas a cabo por los ronderos. Al igual que con la fuerza de la policía,
siempre está la posibilidad de que se cometan abusos.34
34. El 11 de febrero del 2004, el Tribunal Penal de Moyobamba, provincia de San
Martín (en la selva alta), condenó a once campesinos del caserío de Pueblo Libre a
tres años de prisión y a una reparación civil de mil soles cada uno por los crímenes
de resistencia frente a la autoridad, secuestro y usurpación de la autoridad. Dos años
antes, los ronderos de Pueblo Libre habían capturado a una banda de cuatro abigeos,
condenándolos a un día en prisión seguido por seis días de cadena ronderil, noches
de ronda y trabajos públicos en una serie de caseríos. A los pocos días, un fiscal de la
provincia capital convocó a Pueblo Libre, pidiendo que los cuatro fuesen entregados
a la custodia de su oficina. En ese momento, los detenidos estaban rondando en
otro caserío y no estaban en condiciones de cumplir. Sin embargo, inmediatamente
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 313
Aunque aclamada por los partidarios de la ronda, la decisión tomada
por la Corte tenía un impacto limitado. En el sistema legal peruano,
las decisiones judiciales no sientan precedentes legales vinculantes, y
pocos tribunales de primera instancia tomaron en cuenta la decisión de
Moyobamba. De hecho, el juez de apelaciones posterior en Moyobamba
describió burlonamente la decisión como una aberración. Los jueces
continuaron tratando los casos en contra de los ronderos de muy diferentes
después de su regreso, fueron entregados a la custodia del Estado y puestos en
libertad.
De hecho, no fueron los abigeos sino los ronderos los que terminaron enfrentando
cargos criminales y siendo enviados a la cárcel. Según Wilfredo Ardito, un abogado
de derechos humanos, el razonamiento del tribunal fue débil. Los ronderos no debieron haber sido considerados culpables de secuestro, pues lo que hacían era “ejecutar
un castigo por el que [los delincuentes] habían sido [adecuadamente] sentenciados”
por su comunidad. No se habían resistido a las autoridades, ya que tan pronto los
delincuentes estuvieron en su poder, la ronda cumplió con la petición del fiscal. Del
mismo modo, los ronderos no eran culpables de usurpación al aplicar una sanción en
conformidad con su derecho consuetudinario, tal como lo establece el artículo 149.
Y, en todo caso, aun si el tribunal no reconocía la existencia del derecho consuetudinario del pueblo, debió haber absuelto a los ronderos bajo el artículo 15 del Código
Penal. Por otra parte, el caso estuvo plagado de irregularidades. Tres de los once que
fueron encontrados culpables ni siquiera habían estado presentes en Pueblo Libre
cuando los eventos ocurrieron. Según los ronderos, durante su detención, habían
sido obligados a firmar documentos que no habían leído, habían sido objeto de insultos raciales, y se les negó el derecho a una defensa adecuada.
Tres meses más tarde, la Corte Suprema peruana revocó la decisión del tribunal inferior y ordenó que los once fuesen puestos en libertad. Sin embargo, no dio a conocer
su opinión por escrito sino hasta junio del 2005. La decisión fue un respaldo fuerte y
amplio al artículo 149, leído en términos generales con el fin de incluir a las rondas.
Ardito resume su razonamiento.
El fallo de la Corte Suprema fue una dramática novedad. Bajo la ley peruana, sin
embargo, las decisiones judiciales solo se aplican a los casos específicos que son abordados. A pesar de que deben ser tomadas en cuenta por otros tribunales en casos
similares, no sientan precedentes legales vinculantes. En el año 2005, negándose
públicamente a reconocer la decisión de la Corte Suprema, el juez recién nombrado
de Moyobamba, la misma ciudad donde se originó el caso, eligió no solo ignorar la
decisión del alto tribunal, sino denunciarla. La tensión entre el Poder Judicial y las
rondas se incrementó notablemente también cuando el juez acusó públicamente a
las rondas de estar ligadas a las guerrillas y de llamar a la policía para que intervengan en su represión. Véase Ardito 2004a, 2004b, 2004c y 2004d.
314 | John S. Gitlitz
maneras, dando lugar a decisiones contradictorias basadas en diferentes
doctrinas jurídicas. El resultado fue una anarquía desconcertante que dejó
el problema de qué pueden hacer las rondas sin resolver.
El acuerdo plenario
A finales del año 2009, la Corte Suprema peruana volvió a llenar el vacío.
El 13 de noviembre, las salas penales de esa instancia emitieron lo que se
llama un “acuerdo plenario”,35 en el que expusieron su perspectiva de la
administración de justicia de las rondas. Un acuerdo plenario es una declaración de la doctrina jurídica en la que el Tribunal establece las directrices
para hacer frente a cuestiones legales particulares. A pesar de no establecer
leyes vinculantes, tiene mayor peso que las decisiones individuales.
La intención de la Corte era clara. Los jueces quisieron dar un amplio
margen de discreción a la administración de justicia de las rondas, manteniendo al mismo tiempo un derecho último de revisión y cierto grado de
protección de los derechos humanos. Para ello, basaron su argumento en
la afirmación de que las rondas sí son una expresión de la cultura indígena
y, por lo tanto, están protegidas por la Constitución. Esto permitió que
la Corte argumentase, en primer lugar, la despenalización de la mayor
parte de lo que hacen las rondas sobre la base de que estaban ejerciendo
una función legítima, autorizada por la Constitución; y en segundo lugar,
otorgar a esas acciones que podrían considerarse violaciones a los derechos
fundamentales, una vía de exoneración o atenuación de las sanciones, al
mismo tiempo que se permitía el castigo de los abusos más atroces a través
de la supervisión de la Corte.
Para elaborar este argumento, la Corte planteó tres preguntas: en
primer lugar, si bajo la Constitución peruana las rondas disfrutaban del
mismo derecho a una jurisdicción especial que las comunidades campesinas y nativas; en segundo lugar, qué se buscaba con la frase constitucional:
“siempre y cuando no violen los derechos fundamentales de la persona”; y,
35. Literalmente, un acuerdo o consenso declarado de todo el tribunal. Corte Suprema
de la República del Perú, V Plenario Jurisdiccional de las Salas Penales Permanentes
y Transitorias, acuerdo plenario 1-2009/CJ-116, 13 de noviembre del 2009 (ver
Corte Suprema de la República del Perú 2010).
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 315
por último, cómo debían resolverse las situaciones en las que el derecho
de administrar justicia implicaba una violación de los derechos humanos.
El derecho de las rondas a una jurisdicción especial
Basándose en Yrigoyen, la Corte sostuvo que las rondas son una expresión
de grupos culturales que se distinguen del resto de la sociedad peruana y,
por tanto, protegidos constitucionalmente. Ellos tienen un derecho consuetudinario identificable, con autoridades reconocidas, normas que protegen a la comunidad y normas de procedimiento.36 Por lo tanto, gozan del
derecho señalado en el artículo 149 de administrar justicia de acuerdo con
su derecho consuetudinario. Las acciones llevadas a cabo bajo el ejercicio
legítimo de ese derecho —por ejemplo, detener sospechosos— no pueden
ser ilegales.
36. La Corte estableció cuatro elementos que deben estar presentes para que la jurisdicción especial pueda ser reconocida: “A. Elemento humano: Existencia de un grupo
diferenciable por su origen étnico o cultural y por la persistencia diferenciada de su
identidad cultural […] B. Elemento orgánico: Existencia de autoridades tradicionales que ejerzan una función de control social en sus comunidades […] C. Elemento
normativo: Existencia de un sistema jurídico propio, de un derecho consuetudinario
que comprenda normas tradicionales tanto materiales cuanto procesales y que serán
aplicadas por las autoridades de las Rondas Campesinas […] han de tener como fundamento y límite la protección de la cultura comunitaria […] D. Elemento geográfico: […] se ejercen dentro del ámbito territorial de la respectiva Ronda Campesina.
El lugar de comisión del hecho […] es esencial para el reconocimiento constitucional
de la respectiva función jurisdiccional […]”. Al juzgar si un caso particular responde
a la competencia, “A. Será del caso establecer […] la existencia de una concreta
norma tradicional que incluya la conducta juzgada por la Ronda Campesina […]
solo podrá comprender la defensa y protección de los intereses comunales o de un
miembro de la comunidad […] C. […] frente a personas que no pertenecen a la
cultura o espacio cultural […] la legitimidad de la actuación comunal-rondera estará
condicionada […] (i) que la conducta del sujeto afecte el interés comunal o de un
poblador incluido […] y esté considerada como un injusto por la norma tradicional
[…] y (ii) que […] el agente de la conducta juzgada por el fuero comunal-rondero
haya advertido la lesión o puesto en peligro el interés comunal […] y/o actuado con
móviles egoístas para afectar a la institución comunal u ofendido a sabiendas los
valores y bienes jurídicos tradicionales”.
316 | John S. Gitlitz
Derechos fundamentales
Los jueces se apoyaron esencialmente en la jurisprudencia de la Corte
Constitucional de Colombia. La intención del artículo 149, sostuvieron, es
proteger ese núcleo de derechos que son fundamentales —“aquellos que
no pueden ser derogados ni siquiera en las situaciones más conflictivas”, específicamente: el derecho a la vida, a la dignidad humana, a la prohibición
de la tortura y de otros castigos inhumanos, degradantes y humillantes,
a la prohibición de la esclavitud, a la legalidad del proceso, los crímenes y
los castigos.37 La Corte luego enumeró aquellas prácticas que consideraría
violaciones:
UÊ œÃÊ i˜Ã>ޜÃÊ Ãˆ˜Ê ˜ˆ˜}Ö˜Ê Ìˆ«œÊ `iÊ œ«œÀÌ՘ˆ`>`Ê «>À>Ê iÊ iiÀVˆVˆœÊ `iÊ >Ê
defensa —que es prácticamente el equivalente a un linchamiento;
UÊ >Ê >«ˆV>Vˆ˜Ê `iÊ Ã>˜Vˆœ˜iÃÊ µÕiÊ ˜œÊ iÃÌ?˜Ê Vœ˜Ìi“«>`>ÃÊ i˜Ê iÊ `iÀiV…œÊ
consuetudinario;
UÊ œÃÊ V>Ã̈}œÃÊ µÕiÊ ˆ“«ˆV>˜Ê ۈœi˜Vˆ>Ê v‰ÃˆV>Ê iÝÌÀi“>Ê pVœ“œÊ œÃÊ µÕiÊ
causan daños graves, mutilaciones— entre otros;
UÊ >ʘi}>Vˆ˜Ê`iʏ>ʏˆLiÀÌ>`ÊȘÊ՘>ÊV>ÕÃ>ʍÕÃ̈wV>`>Æ
UÊ Ê ÕÃœÊ ˆÀÀ>Vˆœ˜>Ê œÊ ˆ˜ÕÃ̈wV>`œÊ `iÊ vÕiÀâ>Ê i˜Ê iÊ “œ“i˜ÌœÊi˜Ê µÕiÊ >ÃÊ
personas son detenidas;
UÊ 6ˆœi˜Vˆ>]Ê>}Àiȝ˜Ê`iÊVœ“«œÀÌ>“ˆi˜ÌœÊ…Õ“ˆ>˜ÌiÊ«>À>ʅ>ViÀʵÕiʏ>ÃÊ
personas den un testimonio particular.38
Equilibrar el derecho de administrar justicia con la protección
de los derechos fundamentales
Sin embargo, las prácticas de la ronda podían entrar en conflicto incluso
con esta lista limitada. ¿Cómo podían los tribunales decidir en tales casos?
Los jueces hicieron tres sugerencias. En primer lugar, hicieron hincapié en
la necesidad de un diálogo intercultural para desarrollar un común entendimiento de lo que estos derechos implican, y expusieron un conjunto
37. Acuerdo plenario.
38. Ibíd.
11. La búsqueda sin fin del protagonismo| 317
de criterios que daría a los jueces la discreción de exonerar o atenuar la
responsabilidad criminal de los ronderos. Los tribunales deberán primero
determinar si las supuestas violaciones ocurrieron bajo el ejercicio de la
jurisdicción especial. (Por ejemplo, mientras el secuestro es un delito, la
detención con fines de investigación por parte de la jurisdicción especial
no lo es). En segundo lugar, si todavía se considera que las violaciones
han ocurrido, los tribunales deben aplicar el artículo 15 del Código Penal
peruano, “El error de comprensión culturalmente condicionado”, para exonerar o reducir penas. Como último argumento, los jueces deben tener en
cuenta otras sanciones, aparte del encarcelamiento, por ejemplo, el trabajo
comunitario. Estas medidas, sin embargo, quedan bajo la discreción de la
Corte y los ronderos todavía pueden ser castigados por violaciones graves.
El acuerdo consideró una última cuestión. ¿Cómo pueden las cortes
determinar en un caso particular, si una comunidad específica es culturalmente distinta?; ¿qué normas constituyen su derecho consuetudinario?;
¿es un rondero en particular capaz de comprender las normas nacionales?
Siguiendo el ejemplo de Colombia, los mandatos de la Corte se basaron en
el testimonio de expertos antropólogos.
El reconocimiento del acuerdo plenario de que el artículo 149 puede
aplicarse a la ronda, representa un gran paso para esta organización. Si la
Constitución otorga el derecho de administrar justicia a los ronderos, como
el acuerdo establece explícitamente, no pueden estar usurpando funciones
judiciales cuando lo hacen. Tampoco se trata de un secuestro cuando detienen a los sospechosos para llevarlo a “juicio”. No solo esto debería resolver
los molestos problemas legales de las rondas —las frecuentes acusaciones
de secuestro y usurpación—, sino también reconocer que la Corte ha otorgado una nueva legitimidad a la organización. Sin embargo, la Corte no
ha roto del todo con la tradición. Mientras otorga amplias facultades a las
rondas, la última palabra queda en manos de los tribunales.
Si el acuerdo representa un paso similar hacia adelante para la justicia
peruana es otra cuestión. En cierto sentido, está pasando la pelota, absolviendo a la judicatura de la responsabilidad de hacer frente a sus propias
debilidades en el campo (aunque debilidades felizmente reconocidas de
manera explícita en opinión de la Corte). Como un juez retirado de Cajamarca me dijo: “¿No deberíamos estar hablando realmente del Poder
Judicial?”.
318 | John S. Gitlitz
Sin embargo, para este observador, la mayor virtud del acuerdo es
también su debilidad. Vuelve a centrar nuestra atención en donde tal vez
debió haber estado desde el principio: la difícil cuestión de los derechos
fundamentales. Por suerte o por desgracia, las prácticas constitutivas del
proceso por el cual las rondas construyen la reconciliación todavía están
prohibidas, y el concepto del derecho consuetudinario sigue siendo vago
y subjetivo. La lucha constante por la autonomía campesina y el control
estatal, y por el significado de justicia, sigue sin resolverse.
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