Textos Apócrifos

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BLIZZARD ENTERTAINMENT
Textos Apócrifos
por Matt Burns
La ceniza flotaba por los Pináculos de Arak. Así lo haría durante días. Quizás, semanas.
Reshad había decidido que no le importaba. Podía soportar el humo y las cenizas, mas no el
genocidio.
Estaba en un bosque carbonizado lleno de árboles destruidos y de los cadáveres calcinados de
sus compañeros arakkoa desterrados. Sobre todo ello, se erguían las escarpadas cumbres de
Trecho Celestial, hogar de los altos arakkoa, quienes buscaban erradicar a Reshad y a los de su
clase. Las torres de roca naturales se aferraban al vientre del cielo como garras. En la cima de la
más alta, descansaba un cristal de oro gigante, el arma de los altos arakkoa, causante de la
lluvia de muerte y destrucción que cayó sobre los desterrados y su boscoso hogar.
Si Reshad cerraba sus ojos, podía verlo todo de nuevo: el rayo de fuego blanco y ardiente
desprendiéndose del cristal con el poder del sol y encendiendo todo su mundo. Podía escuchar el
crujir de la madera rompiéndose y los gritos de los desterrados al quemarse en vida.
Pero todo eso había terminado, se dijo a sí mismo.
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La orden que regía a los altos arakkoa con fanatismo inflexible —los Partidarios de Rukhmar—
estaba en ruinas. Su arma, destruida. Algo nuevo estaba emergiendo de las cenizas que dejaron.
Emergía lento, pero seguro.
Reshad lo veía justo frente a sus ojos. La Orden de los Iluminados, una nueva sociedad arakkoa
que se esforzaba por abandonar todo el odio y las rivalidades que habían reinado por
generaciones entre su gente. En el bosque destruido, antiguos enemigos caminaban como
amigos. De un lado, los desterrados sin alas, retorcidos por la Maldición de Sethe. Del otro, sus
hermanos, los elegantes y poderosos altos arakkoa alados, que alguna vez consideraron como
inferior todo lo que residía bajo los pináculos.
“Ya era hora”, pensó Reshad. “Estos viejos huesos ya están cansados...”.
Un graznido familiar llamó la atención de Reshad. Una mancha de plumas rojas lo sobrevolaba
en círculos. Su kaliri, Percy, descendió en picada sosteniendo un bolso rebosante de pergaminos
entre sus negras garras.
—Ah, ¡los encontraste! —Reshad aplaudió con sus manos retorcidas. Había enviado a Percy a
revisar uno de sus escondites de pergaminos. Durante años, el astuto erudito había escondido
muchos por todo el bosque—. Tráemelos aquí...
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Percy lanzó el bolso a un lado de Reshad, lo que hizo que los pergaminos cayeran sobre el suelo
tiznado. —¡Raaak! —chirrió el anciano desterrado— ¡Cuidado, Percival! ¡Sabes que son
delicados!
El kaliri aterrizó sobre un tronco serrado y contestó con un chillido.
—Sí, sí... —suspiró Reshad mientras hurgaba en un bolso de tela en sutogavioleta con adornos
dorados, de donde surgió su mano, dejando ver una mezcla de semillas y nueces— no me olvido
de tu recompensa...
Las esparció a sus pies y, luego, se limpió las manos en la toga. Percy saltó desde el tronco y
acabó con las semillas en un frenesí de pico y garra.
—Muestra algo de dignidad. Hay extraños cerca —dijo Reshad mientras miraba los pergaminos
caídos. Los recogió con cariño, como si se tratara de huevos de kaliri. Eran historias antiguas
que describían la sociedad arakkoa antes de que se dividiera entre los alados y los desterrados.
Textos apócrifos, cuentos reprimidos por los Partidarios de Rukhmar en un intento por
manipular y adoctrinar a su clase.
Reshad puso con cuidado los pergaminos dentro del bolso, examinando cada uno de ellos en
busca de signos de daño a causa del fuego. Se detuvo al encontrar uno que hablaba sobre
Terokk, el antiguo rey que gobernó a los arakkoa, titulado Antes de la Caída. Lo pesó en su
mano.
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“Un objeto tan pequeño”, pensó. Solo tinta y pergamino. Pero a la vez tan poderoso como para
hacerle frente al falso sol que los altos arakkoa blandían.
—¡Reshad! —Un desterrado se acercó rengueando, sus plumas manchadas con cenizas tenían
el color de un cielo muy nublado. Un alto arakkoa, con una túnica de cuero azul oscuro sobre su
plumaje verde azulado, marchaba a su lado.
—Aún no hemos encontrado a Iskar —continuó el desterrado—, los exploradores lo están
buscando, pero pasará algo de tiempo antes de que regresen.
—Que así sea —respondió Reshad con gran frialdad. Iskar, el Sabio de las Sombras, era el líder
de los desterrados. Su ausencia era desconcertante. En las últimas semanas se le había visto
distante y enojado, y Reshad se preguntaba cuáles serían sus intenciones. Iskar siempre había
estado un poco obsesionado con el poder, una consecuencia de su historia personal.
“Pero ¿qué busca? ¿Esta nueva sociedad arakkoa no es suficiente para él?”.
—¿Debemos preocuparnos? —preguntó el alto arakkoa.
—Todavía está por verse —contestó Reshad—. Siéntense, ambos, descansen.
El alto arakkoa asintió mientras se posaba sobre un árbol caído. El desterrado tomó asiento
sobre un pequeño tronco cercano, al tiempo que se quitaba el hollín de su rostro.
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Reshad desenrolló el pergamino que tenía en su mano, ese pergamino seco que se asemejaba
mucho a él, viejo y débil, pero lleno de secretos. El trabajo de su vida había sido recolectar este
conocimiento y enseñárselo a las nuevas generaciones de su pueblo. Arakkoas que seguirían la
sensatez en lugar del prejuicio y fanatismo mecánico del pasado.
Este momento, se dio cuenta, era tan bueno como cualquier otro para empezar.
—¿Qué sabes sobre Iskar? —preguntó volviéndose hacia el alto arakkoa.
—Solo que lidera a los desterrados.
—¿Y qué sabes de la gobernante de los Partidarios, la Gran Sabia Viryx? —le preguntó Reshad al
desterrado.
“La gran sabia muerta, por suerte”, pensó. Ella había sido la responsable de que los altos
arakkoa desataran su arma, con la esperanza de exterminar a los desterrados.
—Ella hizo todo esto... ¡Hrrrrk! —El desterrado observó el bosque destrozado, su voz era cruda y
aguda.
—Sí —continuó Reshad—, parecen muy diferentes, como algunos podrían decir de ustedes dos.
Pero hubo un tiempo en que fueron iguales...
***
6
La Partidaria Viryx inclinó el cetro de madera sobre el nido de unas larvas devastadoras. El
cristal de oro sobre el abalorio latía con calor y energía, brillando como un sol en miniatura.
Una vez más, Viryx se sentía fascinada por el poder contenido en un objeto tan pequeño.
Ella misma había construido el dispositivo con artefactos de una cultura arakkoa perdida y muy
avanzada: los Ápices. Signos de su presencia llenaban la tierra alrededor de los pináculos de
Trecho Celestial. La mayoría de los de la clase de Viryx consideraban los artefactos ápices como
simples baratijas. Ella era una de los pocos que creían que estudiar a los Ápices podía ser de
provecho.
“Algún día... —pensó— verán las cosas como yo lo hago”.
El cristal brilló con más fuerza hasta que un rayo de fuego dorado salió expulsado de la piedra,
perforando las larvas. Los pequeños insectos se retorcían mientras su piel se derretía y
burbujeaba bajo el calor.
—Sácalos ya de su miseria —gritó el Partidario Iskar.
El arakkoa de plumas púrpuras caminó a su lado, adornado con las pulseras de oro, la capucha
azul oscura y el atuendo que lo identificaba como un sabio del sol. Era un arakkoa extraño en
muchas formas. Encorvado y pequeño para su edad. No era el sabio más brillante ni el más
prometedor, pero a pesar de ello era amigo de Viryx. Su hermano de nidada. A Viryx le parecía
que el aspecto peculiar y la rareza de Iskar eran adorables.
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—No te estás volviendo sentimental, ¿verdad? —preguntó Viryx.
—Por supuesto que no, pero llegaremos tarde —siseó él—. Los ancianos nos ordenaron regresar
al anochecer.
—También nos dijeron que limpiáramos la plaga. “Por completo”.
—Pero llegaremos tarde. Así fue como nos metimos en este lío.
Viryx se erizó con furia, pero también sintió una punzada de remordimiento. No era culpa de
Iskar que estuvieran allí, se recordó a sí misma. Ella había llegado tarde al ritual del alba del día
anterior y el castigo por su falta no acabó solo en ella. Años atrás, los ancianos juntaron a Viryx
y a Iskar, tal como lo hacían con todos los jóvenes Partidarios. Al hacer esto, los miembros
novatos de la orden podían vigilarse entre sí y asegurarse de que todos siguieran los decretos
de su dios sol, Rukhmar. Si uno lograba una gran proeza, ambos recibirían los elogios.
De la misma forma, si uno cometía una falta, ambos serían castigados.
Y por eso estaban allí, en el lodo bajo Trecho Celestial, exterminando devastadores molestos. A
menudo, los tontos insectos invadían el territorio arakkoa y construían sus apestosos nidos
entre las rocas de los pináculos.
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Eliminar devastadores era una tarea insignificante, en especial para unos sabios del sol como
Viryx e Iskar. Ellos habían entrenado toda su vida para hacer uso del ardiente poder de
Rukhmar como si fuera suyo, para invocar su luz como arma en contra de sus enemigos.
Sin embargo, una parte de Viryx disfrutaba la tarea. Estaba fuera de Trecho Celestial, fuera del
alcance de los ojos vigilantes de los ancianos. Era libre. Y quería saborear esa sensación tanto
como pudiera.
—Entenderán —dijo Viryx mirando las colinas llenas de hierba que se elevaban y caían como
olas alrededor de los pináculos de roca. Cuerpos carbonizados de devastador tendidos boca
arriba, con sus largas y esqueléticas patas apuntando hacia el cielo—, hicimos un buen trabajo.
No nos castigarán por eso.
—No te castigarán a ti... —añadió Iskar.
Viryx abrió su pico para ofrecer una réplica cuando algo ágil se movió súbitamente desde una
maraña de zarzas cercanas. Otro devastador. El gran insecto con manchas grises se escabulló
por el suelo, desapareciendo en el denso bosque que se alzaba adelante.
—Déjalo... —suplicó Iskar.
Pero Viryx ya se había lanzado a la persecución. —Tenemos nuestras órdenes, hermano. “Por
completo”.
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“Nos azotarán por esto”, pensó Iskar mientras tropezaba tras Viryx. “Corrección: me azotarán”.
Siempre era así. Los ancianos siempre lo castigaban a él más que a su hermana de nidada, sin
importar de quién fuera la culpa. Él sabía las razones. Viryx era brillante. Todo —desde el
estudio del uso de los poderes de Rukhmar hasta el entendimiento de las ciencias— era fácil
para ella. Incluso su apariencia, sus ojos rojizos pálidos y plumas rosadas eran considerados
hermosos en su sociedad. Ella era un Partidario modelo encaminada a grandes y gloriosos
actos.
Pero Viryx tenía sus fallas. Era desobediente, espontánea e inquieta. Disfrutaba romper las
reglas siempre que pudiera, seguramente porque no había un costo real. Debido a sus dones,
creía Iskar, los ancianos no eran tan severos en sus castigos.
Tratar de complacer a los ancianos, tal como lo hacía Iskar, por lo general terminaba en un
error tonto. Él no era perfecto como Viryx. Debería envidiarla y odiarla por haber nacido con
esos talentos, pero no lo hacía. Cuando los otros lo despreciaban, ella siempre estaba a su lado.
Siempre lo había protegido. Iskar solo deseaba que algún día ella entendiera las consecuencias
de sus pequeñas aventuras y actos de rebeldía.
Pero eso no sucedería hoy.
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Iskar tiritaba con el frío que lo encerraba. El espeso follaje del bosque bloqueaba los últimos
rayos de la puesta del sol. Se paró cuidadosamente sobre unas raíces enormes, sus garras
enterradas en el lodo húmedo.
Extraños talismanes de madera y roca se balanceaban en cuerdas atadas a las ramas sobre sus
cabezas. Eran efigies primitivas de los arakkoa. En las garras cerradas de las figuras se
quemaban varas de incienso, lanzando franjas de humo por todo el bosque. El penetrante olor
llenó los ojos de Iskar de agua.
Habían ido demasiado lejos. Esta era la tierra de los otros: los arakkoa que habían salido de la
gracia de Rukhmar. Las criaturas sin alas y malditas que vivían en la suciedad bajo los pináculos.
Los Desterrados.
Iskar rezó una plegaria silenciosa a Rukhmar. Sacó su atrapasueños de debajo de su grueso
atuendo. Agarró firmemente el talismán circular de madera con ambas manos, tiras de cuero
entrecruzaban su centro.
Iskar sostenía el atrapasueños enfrente de él, justo como le habían enseñado los ancianos. Este
actuaría como una red para capturar la maldición que afectaba a los Desterrados y lo protegería
de sus devastadores efectos.
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En su cabeza, Iskar ya planeaba cómo colgar el atrapasueños fuera de su nido cuando volviera a
Trecho Celestial. Para el mediodía del día siguiente, la luz de Rukhmar limpiaría el sucio dije de
cualquier vestigio de la maldición que contenía.
—Tenemos prohibido venir a este lugar sin la guía de los ancianos —dijo Iskar mientras se
acercaba a Viryx—. Por favor, vámonos.
—Calla, mira. —Viryx señaló al frente.
Iskar observó a través del bosque. Lo único que vio fueron árboles y sombras. —No veo al
devastador.
—Olvida al devastador. Encontré algo más interesante. Ahí adelante.
Entonces Iskar lo vio. Una figura. Un arakkoa.
Estaba merodeando entre los árboles retorcidos. Rojas plumas brillantes se asomaban debajo
de la capa raída de la silueta. Por su paso y tamaño, Iskar determinó que se trataba de un
varón. El arakkoa misterioso también caminaba erguido, lo que significaba que no era un
Desterrado. Era uno de los suyos.
—No debería estar aquí solo y más tan cerca del inicio de la ceremonia —dijo Viryx.
—Sí... a la que se supone que debemos asistir —respondió Iskar.
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Ese día marcaba el inicio de la Gracia de Rukhmar, un momento del año en el que el sol
alcanzaba su punto más alto y los días eran largos y brillantes. Todos los Partidarios debían
asistir a la ceremonia y realizar los ritos, un hecho que Viryx parecía omitir con facilidad a pesar
de las advertencias de Iskar.
—¿No tienes ni la más mínima curiosidad de qué está haciendo? —preguntó Viryx.
—La verdad es que no. Entre más permanezcamos aquí, mayor será el castigo.
Viryx no dijo nada. Solo se abalanzó hacia adelante y se elevó, volando hacia el follaje del
bosque.
“Obstinada”, pensó Iskar mientras la seguía. “Necia”.
Siguieron al extraño arakkoa a lo profundo del bosque, posándose en las ramas de un árbol tras
otro. Iskar sabía que los Desterrados llamaban a esta tierra el Velo Akraz. Chozas primitivas
adornadas con tela violeta con runas grabadas se esparcían por el tenue bosque. La única
iluminación —si podía llamarse así— brillaba desde orbes morados ubicados de cualquier modo
por todo el bosque.
—Por favor... —Iskar tomó el hombro de Viryx mientras aterrizaba a su lado sobre otra rama
gruesa.
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—Parece detenerse.
El arakkoa misterioso desapareció en un gran grupo de chozas de desterrados. Era una especie
de aldea. Un terror frío se apoderó de Iskar, avivando su miedo. Tomó cortas e intensas
bocanadas de aire con la esperanza de no inhalar la maldición que llenaba el aire de este lugar.
—Piensa en lo que haces. —Mantuvo su voz baja—. La maldición...
—No estamos aquí para realizar obras sombrías. Rukhmar nos protegerá. Solo... espérame
aquí.
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Una eufórica mezcla de miedo y entusiasmo desbordó a Viryx mientras se movía lentamente
detrás de las chozas de los Desterrados. Estaba en firme con lo que había dicho. No le daba
miedo estar entre estas cosas. Incluso en este lugar abandonado, la luz de Rukhmar, su calor, la
protegería de la maldición.
El arakkoa oculto se detuvo afuera de una gran choza construida con varas de madera podrida.
Pequeños pergaminos colgaban de la entrada en tiras de cuerda deshilachada. Miró a su
alrededor y luego entró. Viryx aterrizó en una rama torcida y sin hojas que se extendía sobre la
vivienda.
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Amplios trozos de tela violeta y azul oscura habían sido cosidos y tendidos sobre la choza para
formar un techo. Viryx podía observar al arakkoa a través de un espacio entre dos tiras de tela
raída.
Inclinó su cabeza para escuchar.
—La oscuridad desciende... —dijo el arakkoa disfrazado.
Una nube de humo se formó en el aire, revoloteando y girando hasta transformarse en un
Desterrado de carne y hueso.
“Intrigante”. Viryx había leído historias de los poderes oscuros que usaban los Desterrados.
El que tomó forma era un varón con plumas rojas mate. Sus dedos eran del color de la ceniza,
retorcidos y gastados como la piel de algo muerto. Un pequeño kaliri rojo, recién salido del
cascarón por como lucía, se aferraba a un chal púrpura con orfebrería que adornaba su
hombro.
—... cuando el cuervo se traga el día —rugió el Desterrado—. ¿Puedo recomendar un mejor
disfraz?
—El tiempo es de vital importancia, Reshad. ¿Dónde está el pergamino?
—Un momento, un momento… —Al que llamaban Reshad bajó la voz.
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Viryx se acercó al borde de la rama para escuchar lo que decían. Un poco más cerca. Un poco...
La rama se rompió por su peso. El arakkoa disfrazado miró hacia arriba con brusquedad.
Y por un breve e inquietante momento, los ojos de Viryx se encontraron con los suyos.
En un instante ya no estaba, había lanzado su capa, huido de la choza y volado dentro del
follaje.
Viryx maldijo. Abandonó toda sutileza y saltó por el aire, elevándose por sobre la aldea. Gruesas
marañas de ramas arañaban su espalda y alas mientras emprendía la persecución.
El denso bosque le ofrecía poca visibilidad en su camino. Saltaba de rama en rama, aplastando
hojas, sus ojos casi cerrados para protegerse de los desechos. Se lanzó a un grupo de ramas y,
por accidente, se estrelló contra la espalda del otro arakkoa. Ambos cayeron al suelo,
golpeándose con raíces y deslizándose en el lodo.
Él era rápido. Se puso de pie, con una de sus manos en lo alto. Espirales de fuego se enrollaban
en sus garras como dragones alados mientras empezaba a invocar el poder de Rukhmar.
“¡Por Rukhmar!”, pensó Viryx. Lo había reconocido. “Es Ikiss. ¡Un Partidario!”.
—¿Te enviaron a buscarme? —Hizo crujir el pico y elevó las plumas de la cresta para parecer
más imponente.
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—Yo... —balbuceó Viryx. —¿Quién?
El otro arakkoa entrecerró los ojos. —¿Qué haces aquí?
—Podría preguntarte lo mismo. Sin perder de vista al otro arakkoa, Viryx llevó su mano a la
pequeña daga de hueso atada a su cinturón. Consideró sus opciones. ¿Era él un enemigo de
Trecho Celestial? ¿O los Partidarios lo habían enviado aquí por asuntos oficiales? Esto último
era una posibilidad, si bien remota. Después de todo, él era un Partidario.
A lo lejos, Viryx escuchó voces y aleteos. Ramas que crujían y se partían.
—No... —Ikiss se giró y miró el follaje—. Lo saben. Lo saben.
Se apresuró hacia adelante y tomó a Viryx por sus vestimentas de sabio del sol antes de que
pudiera desenfundar su daga. —Terokk. El antiguo rey. Es mentira... todo es mentira. Lo que
era. Lo que hizo. Lo que es la maldición.
Cuatro garracorvos, guerreros de élite de los Partidarios, atravesaron el bosque. En cada mano
llevaban una espada de ala, un arma con forma de media luna tallada con filigranas de oro.
—¡Todo es mentira! Todo... ¡hraaaawk! Las palabras de Ikiss terminaron en un estridente
chillido luego de que uno de los guerreros golpeara su cabeza con el lado romo de una espada
de ala. Ikiss cayó de rodillas, sin aliento.
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Un segundo garracorvo deslizó una capucha cegadora de cuero negro sobre la cabeza de Ikiss,
cubriendo sus ojos, mientras otro empujaba un anillo de metal grabado con runas por el pico
del prisionero, obligándolo a cerrarlo. El último garracorvo ató los brazos de Ikiss con una larga
y gruesa cuerda carmesí.
—¡Viryx! —Iskar aterrizó a su lado—. Me encontraron tan pronto entraste a la aldea. Parece
que lo han estado siguiendo por algún tiempo.
—Y tú casi arruinas nuestra cacería. Uno de los garracorvos se acercó a Viryx, duplicándola en
tamaño. —Ustedes no deberían de estar aquí.
Viryx tuvo que retroceder para evitar cortarse con los bordes serrados de la armadura cobriza
que se desprendía del pecho del garracorvo y que se elevaba sobre sus hombros. —Estábamos
cazando devastadores... —dijo ella, su voz era tímida. Por primera vez, una corriente de miedo
la recorría.
—No veo ningún devastador. —El guerrero hizo el ademán de mirar alrededor. Volvió su mirada
a los otros garracorvos y señaló a Viryx—. Llévense a estos dos, estuvieron entre los malditos.
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El crujido de la Cola de Rukhmar retumbó en la cabeza de Iskar. El látigo rasguñó su espalda
como garras de fuego, arrancando plumas y carne. Un dolor incandescente explotaba detrás de
sus ojos.
Gritaba en agonía a pesar de decirse a sí mismo que permanecería en silencio y soportaría el
castigo con dignidad. El día anterior había hecho la misma promesa, rompiéndola también. Y el
día anterior a ese.
—He terminado. —Una voz suave y severa hizo eco en la oscuridad.
El dolor cegador menguó. La visión de Iskar volvió lentamente, absorbiendo la poca luz que
llenaba la habitación. Un solo orbe solar, ardiendo como un sol de vidrio en miniatura, colgaba
sobre una cámara sin ventanas. Era uno de los muchos lugares remotos de la Gran Cumbre de
Trecho Celestial en donde se ubicaban las academias, cámaras rituales y cuartos de disciplina
de los Partidarios de Rukhmar.
Iskar conocía bien estos últimos.
Dos garracorvos le dieron vuelta a Iskar para que mirara a su torturador: el Gran Sabio Zelkyr. El
gobernante de Trecho Celestial, un arakkoa cuya palabra podía cambiar la ley y conceder la vida
o la muerte, observaba al sabio del sol. Iskar temblaba ante la presencia de este arakkoa, la voz
viva de Rukhmar.
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Zelkyr vestía una toga naranja ornamentada sobre sus plumas verde azuladas con puntas
amarillas. La tela brillaba con la luz del orbe solar, un sutil encantamiento tejido en la tela que
le hacía recordar a Iskar el cielo al amanecer. En su mano derecha, el Gran Sabio sostenía la
Cola de Rukhmar. Una intrincada filigrana de oro rodeaba el cetro. En el extremo colgaban tres
largos tentáculos de fuego crepitante.
—Me decepcionaste, Partidario Iskar —entonó Zelkyr.
¡No fue mi culpa! Iskar quería gritar. Intenté... Intenté detenerla...
Pero no podía discutir con la voz de Rukhmar.
—No sucederá de nuevo —respondió Iskar—. Lo prometo.
—¿Cuántas veces te he escuchado decir eso? —suspiró Zelkyr.
—Lo intentaré... con mayor ahínco. —Iskar se inclinó hasta que su pico tocó el suelo—. Por la
gracia de Rukhmar, lo intentaré.
—Ya veremos —respondió el Gran Sabio—. Tengo una tarea para ti. Una importante.
—Lo que sea.
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—Vigilarás a Viryx. Observa sus actividades, a dónde va, con quién habla, qué hace. Me
informarás directamente a mí cuando notes algo inusual.
—¿Inusual?
—Ella estuvo entre los desterrados. Un sacerdote del sol le realizó ritos de purificación, así que
no nos amenaza la maldición. Pero puede tener algunos efectos prolongados en su mente.
Había algo que le preocupaba a Iskar. ¿Ese hereje, Ikiss, le había hecho algo a Viryx? Iskar no
estaba seguro de qué tramaba ese tonto. Pero no le correspondía a él preguntar. Si el Gran
Sabio considerara esa información como importante para Iskar, ya se la hubiera dicho.
—Sssí... —Asintió Iskar—. Le pertenezco, Gran Sabio. Estoy a las órdenes de la voluntad de
Rukhmar.
Más tarde, Iskar deambulaba por una de las muchas terrazas abiertas de la Gran Cumbre. Hacía
muecas de dolor siempre que sus pies tocaban una plataforma de piedra, ya que cada paso
enviaba una sacudida de dolor por su espalda.
Nadie le prestó atención mientras cojeaba. Un puñado de Partidarios se acordonaba en otra
parte de la terraza, casi como si discutieran la noticia de la captura de Ikiss y la suya.
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Iskar ignoró las discusiones y se abrió paso hasta un gigante reloj solar cobrizo que se erguía en
el centro de la plataforma. Muescas en el borde del dispositivo señalaban las diferentes horas
del día. Siempre que la sombra del reloj solar se posaba sobre una de estas muecas, todos los
Partidarios se detenían a susurrarle sus agradecimientos a Rukhmar por compartir su luz con los
arakkoa.
Iskar repitió las invocaciones para sí, compensando las que se había perdido mientras recibía su
castigo en el cuarto de disciplina. Cuando terminó con sus oraciones, encontró un lugar en el
borde de la terraza y se apoyó contra la barandilla chapada en oro.
Una fuerte brisa corrió por la plataforma, quitándole su capucha y haciendo que los estandartes
bordados que colgaban de la terraza subieran en un frenesí.
Un kaliri carmesí aterrizó en la barandilla emitiendo un graznido. Iskar acarició las plumas del
ave y respiró profundo, en un intento por relajarse, tratando de encontrarle sentido a los
últimos días.
Abajo, un mar de bosque verde, rojo y amarillo se extendía a todas las direcciones,
quebrantado solo por las elevadas garras de piedra de Trecho Celestial. Los arakkoa planeaban
en el aire sobre y bajo el lugar en el que Iskar se encontraba. Entre ellos, parejas de jóvenes
Partidarios.
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Iskar se preguntaba si a alguno de ellos se le había asignado la misma tarea que a él. Vigilar a su
hermano o hermana de nidada, esa era una parte normal de la vida de un Partidario. Ese era el
objetivo de poner a los seguidores de Rukhmar en parejas. Los entrenaban para detectar los
síntomas de la maldición: letargo, lentitud, cuestionar las órdenes de los ancianos. Esos eran los
primeros signos de alerta de que la aflicción estaba presente, ideas inculcadas en todos los
arakkoa desde el momento en que rompían el cascarón.
Pero espiar activamente cada acción de tu hermana de nidada y reportarla... eso era un asunto
diferente.
Al hacerlo, ¿traicionaba a Viryx? ¿O la estaba protegiendo?
---
Mentira... todo es mentira...
Esa voz había nublado los pensamientos de Viryx los últimos tres días. Había pasado ese tiempo
aislada en su nido, ese había sido el castigo que el Gran Sabio le había dado. Cada día, un
sacerdote del sol había llegado a realizar un rito de purificación para eliminar cualquier
remanente de la maldición que llevaba.
A pesar de todo, los pensamientos de Viryx siempre habían permanecido con Ikiss. No le tenía
compasión al hereje. De acuerdo con el sacerdote del sol, Ikiss había estado conspirando con
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los desterrados en contra de los Partidarios. Sería exiliado en unos días. Sus alas serían cortadas
y sería desterrado. Se merecía eso y más.
¿Pero que podría haber hecho que alguien como Ikiss, alguien tan talentoso y respetado en su
orden, desperdiciara su vida? ¿Y qué era ese pergamino que buscaba? ¿Por qué algo como eso
podía ser tan peligroso?
La intriga la carcomía, la poseía. No podría descansar hasta encontrar una respuesta.
Así que, en el día de su liberación del aislamiento, se encontró a sí misma en los rincones más
profundos del Gran archivo de Trecho Celestial, rodeada de libros viejos y polvorientos.
Viryx frotó sus ojos, alejándose de la pila de libros en la mesa del nicho de lectura que había
solicitado. Era uno de los muchos que había en los muros de piedra del archivo. Afuera, cientos
de nidos en forma de lágrimas, llenos de tomos y pergaminos, colgaban de las paredes,
rodeando toda la cámara. Varios kaliri planeaban hacia y desde los nidos para entregar los
libros a los visitantes y volver a guardar los que dejaban en los nichos de lectura.
Por un rato, observó a las aves altamente entrenadas, pensando sobre lo que había leído. Había
algo allí, lo sabía. Algo no estaba bien.
Se inclinó hacia delante, leyendo nuevamente un pasaje sobre Terokk que encontró en Sobre
las historias de los reyes antiguos. Contaba la historia del legendario rey arakkoa Terokk, que
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alguna vez gobernó en Trecho Celestial. El libro contaba sus muchos crímenes y actos
depravados, y en una imagen de Trecho Celestial bajo su mandato se veía un tiempo de
sufrimiento y tiranía. Esta trágica era solo terminó cuando los valientes Partidarios de Rukhmar
desafiaron a Terokk. Derrocaron al rey, lo expulsaron de Trecho Celestial y liberaron a todos los
arakkoa de la opresión. Rukhmar luego le dio la espalda a Terokk. Se convirtió en un
desterrado, marchitado y enloquecido por la maldición.
Esto no era nuevo para Viryx. Había escuchado la historia muchas veces. Lo que resultaba
extraño era que cada explicación histórica que leía sobre este evento se narraba de la misma
manera. Las Historias contenían los relatos La tiranía de Terokk y La Liberación de Rukhmar,
documentos que se suponía habían sido escritos con décadas, incluso siglos, de distancia.
Aun así, los capítulos sobre Terokk eran idénticos.
Viryx se imaginó a Ikiss sentado en el archivo, leyendo los mismos pergaminos y libros que ella.
¿Qué lo había traído allí en primer lugar? Más importante aún, ¿a dónde había ido después?
Era extraño que las historias fueran idénticas, pero eso no le decía nada nuevo. Debía encontrar
respuestas en otro lugar. El Gran archivo era público, abierto a todos los arakkoa. Pero existían
otros repositorios de historia, escondites de libros poco comunes accesibles solo a los
Partidarios de Rukhmar.
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Viryx golpeaba sus garras contra la mesa, pensando. Estudiar los archivos de los Partidarios
sería algo mucho más difícil que venir aquí. Los escribas del sol que resguardaban estos lugares
sagrados cuestionarían su repentino interés en Terokk. Y eso podría levantar sospechas entre
los ancianos.
“Será un desafío”, pensó, y una corriente de emoción recorrió su cuerpo.
Viryx metió los pergaminos y libros en una pequeña cesta que colgaba fuera del borde del nicho
de lectura. Los kaliri llegarían luego para poner los escritos en sus lugares correctos.
Mientras salía del nicho y empezaba a volar hacia la entrada del Gran archivo, sus
pensamientos volvían a Iskar. Se había obsesionado tanto con este misterio que no lo había
buscado.
El sacerdote del sol le había contado sobre su destino. Tres días de aislamiento y latigazos con
la Cola de Rukhmar. Era su culpa, ella sabía que su castigo no era nada comparado con el de él.
Se prometió a sí misma que no involucraría a su hermano en esta nueva investigación y decidió
que lo buscaría luego. Ahora, ella tenía preguntas por responder.
---
Desde las sombras de su nicho de lectura, Iskar observó cómo Viryx se alejaba volando. La había
estado siguiendo desde que la habían liberado de su aislamiento. El Gran Sabio no le había
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prohibido hablar con ella. Simplemente, Iskar eligió no hacerlo. No creía poder mantener su
tarea en secreto.
Mientras la observaba salir, una suave voz en su cabeza lo instó a contarle a Viryx sobre las
órdenes del Gran Sabio. Pero otra voz, mucho más fuerte, le ordenó obedecer.
Así lo hizo.
Cuando estuvo seguro de que Viryx había dejado el Gran archivo, Iskar emergió de su nicho,
sobrevolando en círculos la biblioteca. Se dirigió al nicho en el nivel más bajo, en el que Viryx
había pasado tantas horas.
Casi todos los otros espacios de lectura estaban abiertos. Entonces, ¿por qué Viryx escogió uno
en el fondo? ¿Por qué había buscado uno así de apartado y remoto?
Un kaliri llegó al nicho justo antes que Iskar. Empezó a hurgar con su pico en la canasta que
colgaba afuera. Iskar espantó al ave y luego descargó los pergaminos y libros. Leyó cada título
mientras los ponía lado a lado sobre la mesa.
Extraño. Todos contaban historias del momento en que los Partidarios llegaron al poder en
Trecho Celestial. El problema era que a Viryx no le gustaba la historia, a menos que estuviera
relacionada con la cultura ápice perdida. Estos libros eran la especialidad de Iskar. La parte
académica era una de las pocas cosas en las que se había destacado en su vida.
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Un gorjeo bajo y molesto retumbó en la garganta de Iskar. Tomó el libro más grande, Sobre las
historias de los reyes antiguos, con su mano. Lo observó de cerca, examinándolo por todos
lados. Por la forma en que el lomo estaba doblado, le era posible saber cuál página Viryx había
pasado más tiempo leyendo. Era un truco que un Partidario más viejo le había enseñado, una
manera que tenían los ancianos para verificar que sus subalternos estudiaran los capítulos o
secciones asignados durante sus horas de estudio.
Iskar buscó la sección que Viryx había estado leyendo. Un solo nombre se quedó mirándolo.
Terokk.
---
Durante los siguientes dos días, Iskar se convirtió en la sombra de Viryx. Seguía sus pasos,
observaba todas sus actividades. Ella nunca regresó al Gran archivo. Sin embargo, pasó muchas
horas a solas en su nido. Con el temor de parecer sospechoso, Iskar no intentó espiarla en esos
momentos. Pero tenía una buena idea de lo que ella estaba haciendo. Por lo poco que sabía de
su investigación, Viryx había estado estudiando al antiguo rey Terokk y la historia de su exilio.
Eso por sí solo no era motivo de alarma. Los arakkoa aprendían sobre Terokk desde que eran
polluelos. Pero su manera de investigar, la naturaleza esquiva y sigilosa, era extraña. Viryx
parecía evitar el contacto con los otros arakkoa siempre que pudiera, por lo que salía tarde en
la noche.
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¿No eran estos signos de la maldición? Iskar no quería creerlo así. Rukhmar adoraba a Viryx. Ella
estaba bendecida. ¿El dios sol no protegería de la maldición a alguien con tanto talento como
Viryx?
Las preguntas pesaban cada vez más en Iskar mientras planeaba hasta los niveles más altos de
la Gran Cumbre para su reunión con el Gran Sabio. No había podido dormir la noche anterior,
preguntándose qué le diría a Zelkyr.
¿Qué podía decir además de la verdad?
Iskar encontró al Gran Sabio en la terraza más alta de la cumbre, una plataforma incrustada con
vidrio de colores que semejaban un penacho gigante. Sobre él, estandartes ornamentados y
piedras solares parpadeantes colgaban de largas astas de madera incrustadas en la superficie
rocosa de la cumbre.
Las decoraciones eran hermosas, pero Iskar no sentía alegría al verlas. Su atención se centraba
en una idea: una jaula de hierro cubierta con tela negra y colgada de una vara de madera justo
sobre la terraza.
Ikiss estaba adentro. Lo había estado desde su captura. Y allí permanecería, solo y en la
oscuridad, hasta el día de su exilio. Un anciano sabio del sol había encantado el material negro
que cubría la jaula para que expulsara el calor y la luz y no los dejara entrar. Esa era parte de su
castigo: estar tan alto, tan cerca del abrazo de Rukhmar, y no poderlo sentir.
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Iskar se estremecía con la idea de ser privado del sol de esa manera. Había escuchado que los
arakkoa se volvían locos al ser encerrados en una jaula. Incluso se arrancaban sus propias
plumas.
Por un momento, se imaginó a Viryx en esa jaula, encarcelada allí por mostrar signos de la
maldición. El corazón de Iskar se comprimía con una terrible sensación de soledad.
—Partidario Iskar —dijo el Gran Sabio Zelkyr.
Iskar se obligó a apartar la vista de la jaula. Se arrodilló y bajó su cabeza.
—Levántate —El Gran Sabio le hizo un gesto para que se acercara—. ¿Qué has averiguado?
—La he estado observando —respondió Iskar.
—¿Y?
—Y ha cambiado.
El Gran Sabio no mostró señales de sorpresa. Permaneció tan estoico como siempre. —¿De qué
manera?
—Ella está... bueno —Dudó—... Está reformada. Más diligente y obediente que nunca.
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La mentira salió por sí sola, como si alguien tomara control de su cuerpo y mente, alguien que
no conocía. Pero mientras hablaba, aunque se tambaleaba conmocionado y temeroso, no se
detuvo. —Pasa su tiempo recitando sus oraciones a Rukhmar. Lo he visto con mis propios ojos.
—¿Estás seguro? —preguntó Zelkyr, fijando su mirada en Iskar.
En cualquier otro momento, esa mirada hubiera quebrado a Iskar y lo hubiera hecho pedir
clemencia.
Pero algo extraño, algo estimulante, afloró desde abajo del desprecio por sí mismo y la
vergüenza que por lo general reinaban en sus pensamientos. Por primera vez en su vida, se
sintió fuerte. El Gran Sabio, el arakkoa más poderoso en el mundo, le creyó a él. Iskar, objeto
del desprecio de los suyos, a menudo ignorado por los ancianos, tenía poder sobre la voz de
Rukhmar.
—Estoy seguro. Las palabras de Iskar fueron tranquilas e impasibles.
El Gran Sabio le dio la espalda, despidiéndolo como se haría con un kaliri. —Sigue con tu
guardia.
Tan pronto se alejó de la terraza, la fuerza de Iskar desapareció. Una ola de pánico se apoderó
de él.
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¿Qué he hecho? Rukhmar, perdóname...
Se posó sobre una pequeña plataforma más abajo en la Gran Cumbre para recobrar el aliento.
Su estómago estaba hecho nudos. Por un momento temió que devolvería su comida matutina.
Fue con un fin justo, se dijo a sí mismo.
No podía volver atrás en la mentira. Pero había ganado una segunda oportunidad para Viryx. Si
pudiera alejarla de ese camino insensato que había tomado, si pudiera salvarla, entonces todo
habría valido la pena.
---
La suave melodía de las campanillas de viento vagaba por todo Trecho Celestial. Viryx la
escuchó desde su corral. Sabía lo que significaba: el hereje sería exiliado mañana al romper el
alba.
Viryx estaba sorprendida de que ya estuviera pasando. Había perdido la noción de los días y
tenía poco para mostrar. Su investigación no la había llevado a ningún lugar importante. Había
hurgado entre los archivos de los Partidarios con lo mejor de su capacidad, pero solo había
encontrado referencias a textos perdidos sobre Terokk. Escritos considerados apócrifos entre
los Partidarios. Si existían en algún lugar de Trecho Celestial, Viryx no lo sabía.
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Daba vueltas por su pequeño corral y se preguntaba qué hacer. El lugar era un caos. Las
sábanas sobresalían del borde del nido en forma de capullo que colgaba del techo. Libros
abiertos y trozos de pergaminos tirados en el suelo. Su mesa de lectura estaba abarrotada de
artefactos de ápices rotos, herramientas, plumas para escribir y tazones con comida podrida a
medio comer.
Pero el hecho era que simplemente no le importaba. La exasperaba llegar a un punto sin salida
como en el que estaba. Esto solo hacía que el misterio la rondara con más fuerza. Nada más,
nada más, importaba.
—¡Viryx! —la llamó una voz desde la parte exterior de su corral.
A través de las ventanas de cristal nubladas dispuestas a ambos lados de la entrada veía a Iskar
posado sobre el nicho exterior. Viryx lo dejó entrar, sintiéndose culpable por los días en que
evitó contacto con su hermano de nidada.
—Iskar. —Consideró algunas excusas diferentes, mentiras inofensivas para explicar por qué se
había recluido ella misma por tanto tiempo—. Lo siento, no he ido a verte. El sacerdote del sol...
—Kreeeek. ¡No mientas! —Iskar la detuvo mientras entraba al corral—. Sé lo que has estado
haciendo.
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Viryx guardó silencio por un instante. No estaba segura de qué debía decir. Finalmente,
preguntó —¿Cómo?
—¿Cómo? El Gran Sabio me ordenó descubrirlo. Y vigilarte. Él cree...
—¿Vigilarme? —Las palabras de Viryx estaban cargadas de veneno—. ¿Y no me dijiste nada?
—¿Dejas que te explique? —Iskar se acercó, bajando su voz—. Él temía que estuvieras maldita.
—¿Maldita? —Viryx pio a carcajadas—. No puede ser en serio.
—No le creí. Por eso mantuve tu investigación sobre Terokk en secreto. Yo... —Iskar le dio la
espalda a Viryx. Dejó salir un largo y cansado suspiro—. Le mentí al Gran Sabio.
Eso sorprendió a Viryx. Nunca imaginó que Iskar tendría el coraje para hacer algo tan atrevido.
—Estuvo mal —agregó Iskar, como si leyera sus pensamientos—. Simplemente dime por qué
estabas investigando a Terokk.
Viryx consideró esto. Y decidió que Iskar merecía la verdad. Viryx le explicó lo que había
sucedido con Ikiss en el Velo Akraz, su reunión con el desterrado y las crípticas palabras que
había pronunciado antes de su captura. Luego le narró sus descubrimientos sobre las
similitudes entre cada historia sobre la caída de Terokk.
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—¿No es extraño que todas sean iguales? —preguntó Viryx cuando terminó.
—Tal vez... —Iskar rodeo la mesa de lectura y olfateó los tazones de comida vieja y retrocedió
estremeciéndose—. Pero si el evento fuera claro, las historias lo presentarían de manera
precisa.
—Hay una diferencia entre precisión e... —Viryx hizo una pausa, insegura de cómo decir lo que
pensaba.
—¿Y qué? —La incitó Iskar.
—E invención.
Iskar negó con la cabeza. —Simplemente evidencia un buen registro. De todas formas, ¿qué es
exactamente lo que buscas?
—No lo sé —respondió ella—. Quizás el pergamino que buscaba Ikiss... Quizás tenga las
respuestas.
Iskar se pasaba las garras sobre las plumas de la cabeza. —¿Por qué habrías de creerle al
hereje? Él quería manipularte, sembrar la duda en tus pensamientos. —Extendió los brazos,
señalando la sucia habitación—. Estás obsesionada. Enloquecida. Despeja tu mente y prepárate
para el exilio de mañana.
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—Hyyeek… No necesito que me cuides. Por un momento, Viryx dejó que su enojo se apoderara
de ella, y las palabras salieron con más severidad de lo que quería. Pero ya se había cansado de
esta conversación. Estaba perdiendo el tiempo, tiempo que podía pasar en su investigación.
Los ojos de Iskar se abrieron con incredulidad. —Sería bueno que, por primera vez, pensaras en
las consecuencias de lo que haces. Que pensaras cómo afectan a los demás.
La ira se apoderó de Viryx, su voz era un chillido agudo. —Nunca te pedí que mintieras por mí.
—Yo... Iskar la miró y ella pudo ver el dolor en sus ojos.
Sin decir una palabra, se giró y salió rápidamente de la habitación.
—¡Iskar! —gritó Viryx, pero ya se había ido.
Se acercó a la ventana y lo observó mientras se alejaba a través de una docena de kaliri rojos
que circulaban en el aire. Viryx sabía que debía estar agradecida. Lo estaba. Él había asumido
un gran riesgo por ella.
Pero ella no podía parar. No cuando existía la posibilidad de obtener respuestas, por pequeña
que fuera.
---
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Antes del alba, casi todos los miembros de los Partidarios de Rukhmar se habían reunido en la
cámara ceremonial de la Gran Cumbre para presenciar el glorioso exilio. Como era tradición, los
ancianos Partidarios tomaron sus posiciones a lo largo de la plataforma de piedra y cristal de la
cámara, en donde se realizaría el ritual. Se organizaron en filas perfectamente organizadas,
mirando de frente a un par de garracorvos que sostenían al hereje con las cadenas que tenía
atadas a sus muñecas. Dos enormes arakkoa de piedra que sostenían cetros en forma de luna
adornados con orbes solares, observaban al condenado.
Los demás Partidarios se encontraban posados sobre las cornisas encima de la plataforma. Se
habían organizado según su vocación. Iskar tomó su lugar entre un grupo de sabios del sol en el
lado oriental del punto del ritual. Los escribas del sol estaban a su derecha. A su izquierda, los
garracorvos marciales.
Los rezagados intentaban filtrarse, con la esperanza de que nadie los notara. Alguien lo haría.
Siempre era así. Sentirían el toque ardiente de la Cola de Rukhmar cuando terminara el ritual
del exilio.
Iskar buscó entre la multitud algún indicio de Viryx, pero no encontró nada. Todavía estaba
enfadado con ella, furioso por su egoísmo... pero también se preocupaba. ¿Era tan tonta como
para perderse el exilio? Él no creía que su obsesión fuera así de extrema. Pero estaba
empezando a lamentarse no haberse cerciorado.
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El silencio se apoderó de los Partidarios tan pronto llegó el Gran Sabio Zelkyr. El sabio estaba
ataviado con un vestido ceremonial brillante y bandas plateadas de armadura con bordes
filosos que rodeaban sus hombros. Sobre su cabeza, tenía una corona dentada de metal en
forma de garras alargadas.
Zelkyr marchó hacia adelante, la Garra de Rukhmar firme en su mano derecha. El asta del largo
bastón estaba recubierta en oro, además la decoraban gemas con el color de un cielo azul claro.
Sobre el arma había una cuchilla de piedra curvada. Era una reliquia sagrada de tiempos
antiguos, se decía que había sido fabricada con las mismas plumas y garras de Rukhmar.
El Gran Sabio se detuvo frente al hereje. Ikiss, todavía usando la capucha cegadora, se veía
mucho más delgado que la última vez que Iskar lo había visto. Le faltaban parches de plumas,
como si se las hubiera arrancado él mismo. El tono rojo brillante que alguna vez tuvo su
plumaje se había desteñido en un carmesí turbio.
—¡Observen! —El Gran Sabio levantó los brazos.
Afuera, el sol se empezaba a levantar. La luz atravesaba un domo de cristal teñido de amarillo
construido sobre la Gran Cumbre. Rayos dorados brillaban sobre las superficies de cobre y latón
pulido en la cámara. En poco tiempo, todo lo que estaba a la vista pareció brillar con la luz de
Rukhmar.
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—El alba está aquí —continuó el Gran Sabio—, Rukhmar ha vuelto en este nuevo día, justo
como prometió que lo haría. Su luz adornará los cielos y nos protegerá de la oscuridad. Lo único
que pide a cambio, lo único que siempre ha pedido, es que nos acojamos a su voluntad. Pero
aun así, he aquí uno que le ha dado la espalda. Para algunos de ustedes, él era un amigo. Un
maestro. Un miembro de nuestra propia orden. Su nombre es Ikiss, y porta la maldición de los
desterrados.
Un bajo trino empezó a levantarse entre los Partidarios. Iskar volvió a buscar a Viryx entre la
multitud.
¿Dónde estás?
El Gran Sabio levantó su voz para acallar a los Partidarios. —Que esto sea un recordatorio de
que debemos permanecer vigilantes, pues incluso los mejores de nosotros pueden sucumbir
ante las garras de la maldición. Ikiss, quien alguna vez fue tan prometedor, ha conspirado con
los Desterrados para arrebatarnos los dones de Rukhmar y no dejar más que sombras y
desesperanza a su paso. Me pregunto, entones... ¿para qué necesita alas si cerró sus ojos a la
luz de Rukhmar? ¿Para qué necesita alas si prefiere caminar en el lodo con sus aliados, los
habitantes del suelo, en lugar de volar por sus gloriosos cielos?
El Gran Sabio se acercó al hereje, haciéndoles un gesto a los garracorvos presentes. Estos
dieron un paso atrás, tirando con más fuerza las cadenas que llevaba Ikiss y obligando a que sus
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manos se abrieran a cada lado, con las palmas hacia arriba. Las alas carmesí de Ikiss se
desplegaron bajo sus brazos, sus plumas casi tocaban el suelo.
—No necesita sus alas, pues ya no es un hijo de nuestro más precioso y benévolo dios. El Gran
Sabio Zelkyr levantó la Garra de Rukhmar. Posicionó la hoja curva del arma cerca a las axilas del
hereje. Lentamente, Zelkyr deslizó laGarrade Rukhmar por debajo del brazo de Ikiss,
deteniéndose en el borde interior del ala.
De inmediato, con un solo golpe experto, pasó la hoja a lo largo del brazo de Ikiss. La Garra
atravesó plumas, piel y hueso por igual. La sangre cubría el suelo, acumulándose en los
intrincados diseños de cristal y piedra. El ala del hereje cayó inerte al suelo.
A pesar del anillo de metal que mantenía cerrado el pico del hereje, Iskar podía escuchar los
gritos ahogados.
Los ojos del Gran Sabio recorrieron a todos los Partidarios y, por un momento, reposaron en
Iskar.
—Este es el destino que le espera a aquellos que se alejen de Rukhmar —añadió Zelkyr.
Entonces empezó su trabajo en el ala restante del hereje.
---
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Velo Akraz.
Viryx se arrastró por el bosque que rodeaba la aldea. Vestía una gruesa toga gris, algo que había
sacado de Trecho Celestial. Una precaución necesaria, se había convencido. No la habían
seguido, o por lo menos eso creía. Pero no iba a arriesgarse.
Por eso había decidido visitar Velo Akraz durante la ceremonia del exilio. En ese mismo
instante, el Gran Sabio estaba mutilando las alas de Ikiss. Pronto, los garracorvos lo sacarían de
Trecho Celestial para lanzarlo al suelo, en donde podría vivir con los desterrados. Los
Partidarios permanecerían en la Gran Cumbre, celebrando la grandeza de Rukhmar hasta
entrada la noche.
Viryx mantuvo su cabeza abajo mientras avanzaba por el bosque. Se movía de sombra en
sombra, evitando grupos de desterrados que deambulaban cerca. Pudo observar más cosas que
la primera vez que había estado en la aldea. En esa ocasión, su atención se había centrado en
seguir a Ikiss y había ignorado lo que había alrededor.
Ahora se fijaba en todo. Un hedor como a moho y podredumbre inundaba el aire de la aldea.
Los desterrados deambulaban por ahí, sus cuerpos estaban desfigurados por la maldición. Todo
en ellos era perverso de alguna manera. Obsceno. Viryx se sintió enferma de solo verlos seguir
así con sus vidas.
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Pronto encontró la choza a la que había seguido a Ikiss, la que tenía los pequeños pergaminos
colgados en la entrada. Buscó algún indicio de los desterrados. Al no ver ninguno, entró a la
deteriorada vivienda.
No había nadie. Cestas tejidas con forma de lágrima, llenas de libros y pergaminos
enmohecidos, se balanceaban en los travesaños de madera.
—¿Hola? —preguntó Viryx.
Nada.
¿Qué fue lo que le había escuchado decir a Ikiss? Qué se acerquen las sombras... Las sombras
abundan...
—La oscuridad desciende... —dijo suavemente en la choza vacía.
Un espeso humo empezó a revolotear en el aire en frente de ella hasta formar la silueta de un
desterrado. La figura sombría se aclaró, se volvió tangible. Reshad apareció ante sus ojos, con el
pequeño kaliri rojo posado sobre su hombro.
—... cuando el cuervo se traga el día —respondió Reshad—. —¿Quién eres tú?
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—Uno de mi clase vino aquí a recuperar un pergamino. Estoy aquí en su lugar. —Viryx se acercó
al descabellado arakkoa, quitándose la capucha de su capa y levantando las plumas de su
cabeza para intimidarlo—. ¿Dónde está?
—Ah, tú eres quien lo seguía —contestó Reshad. El tono casual, casi burlón, en su voz molestó a
Viryx—. ¿Qué te hace pensar que te daré el pergamino?
En el lapso de un respiro, Viryx desenfundó la daga de hueso de su cinturón y la apoyó contra el
cuello del desterrado. —Puedo ser bastante persuasiva. Y yo...
Dejó de hablar al sentir que algo filoso se clavaba en su pecho. Viryx miró hacia abajo. Reshad
tenía una pequeña daga negra, curva como una garra de kaliri, presionada contra ella.
—Que sea un erudito no significa que sea un tonto —dijo Reshad.
—Quizás no. —Viryx movió lentamente su mano libre hacia el polluelo kaliri, sujetándolo—.
Pero debo pedirte que bajes tu arma y me des lo que quiero.
Viryx apretó al kaliri. El ave pio de dolor, moviéndose con impotencia en su mano.
—¡Basta! ¡Basta! —Reshad guardó su daga—. Solo verificaba tus intensiones. Si creyera que
eres un enemigo, no me habría presentado. Dijiste las palabras correctas.
Viryx soltó al kaliri. Retiró su daga, pero la mantuvo a la mano. —¿Qué significan las palabras?
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—Son parte de una canción de cuna, de un tiempo antes de... la división. —Reshad abrió sus
brazos, contemplando sus alrededores—. Antes de la maldición, cuando los arakkoa eran algo
más. Cuando eran más sabios. —Buscó entre su andrajosa toga y sacó un rollo de un antiguo
pergamino. Una funda de cuero, teñida de púrpura, cubría el papel—. Con esto, quizás ese
tiempo pueda regresar.
Viryx tomó el pergamino. Le dio vuelta en su mano, examinando las runas descoloridas
garabateadas en toda la funda.
—Dudo que de verdad seas amiga del otro arakkoa que estuvo aquí. Pero el hecho de que estés
aquí, que te arriesgues al exilio, me dice lo suficiente. Eres alguien en busca de la verdad. En
estos tiempos es muy extraño encontrar a alguien así en los pináculos —agregó Reshad—. Ese
pergamino puede cambiarlo todo. Reunirnos a todos de nuevo.
“Reunirnos a todos de nuevo”. ¿Este tonto de verdad pensaba...?
Un coro de agudos chillidos que provenía del exterior rompió la línea de pensamiento de
Viryx. Salió de la choza y aseguró el pergamino en su cinturón. Los desterrados huían en todas
las direcciones. Arriba, algo grande se movía entre el follaje carmesí con verde.
Algo alado.
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Viryx maldijo, quitándose el disfraz para así poder desplegar sus alas. Voló sobre las chozas de
Velo Akraz. Aterrizó bruscamente sobre un árbol justo adelante de la aldea, espantando una
docena de kaliri que habían estado acicalándose unos a otros en las ramas.
Antes de que Viryx pudiera alzar el vuelo nuevamente, una mano se clavó en su brazo. Giró,
empujando a su atacante al mismo tiempo que invocaba una bola del fuego de Rukhmar en la
palma de su mano.
Entonces lo vio. Iskar.
Su hermano de nidada se quedó mirándola con los brazos extendidos, tratando de agarrar las
ramas para estabilizarse. —¡No deberías estar aquí! —Su atención se centró en el pergamino
que ella tenía en el cinturón—. ¿Por eso arriesgaste tanto? ¿Qué es?
—No... no estoy segura. Mientras hablaba, la oleada de emoción que había sentido empezó a
decaer. El miedo y la repulsión tomaron su lugar. Se dio cuenta de lo tonta que sonada, de lo
tonta que había sido.
---
Solo al llegar a Trecho Celestial y estando en la seguridad del corral de Viryx fue cuando se
atrevieron a abrir el pergamino. A la luz del orbe solar, empezaron a leer el antiguo escrito. Era
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una compilación de muchos documentos antiguos. La mayor parte hablaba de Terokk y su hija,
Lithic.
Era una versión de eventos notablemente diferente a la que Iskar y los suyos habían aprendido
mientras crecían, a la que se describía en los archivos y en los escritos oficiales. Para empezar,
ninguna de estas historias había mencionado que Terokk tenía una hija. En esta versión, no
había un tirano, sino un glorioso rey. Un gobernante bondadoso y valiente. Los Partidarios de
Rukhmar habían sido muy respetados durante esa era, pero ansiaban más poder y prestigio.
Y solo una cosa se interponía en su camino: Terokk.
—Los Partidarios derrocaron al rey para alcanzar sus metas. Lo arrestaron a él, a su hija y a sus
aliados más cercanos. Los lanzaron del cielo a los pozos de la Hondonada Sethekk... —leyó en
voz alta Viryx.
¿Hondonada Sethekk? Iskar conocía ese lugar. Estaba prohibido. Era una ciénaga pantanosa al
este de Trecho Celestial que, según los Partidarios, estaba sumergida en sombras. Las leyendas
contaban que el malévolo dios Sethe, el enemigo de Rukhmar, había muerto en ese lugar siglos
atrás, contaminando el lugar con su sangre.
—Sin alas para mantenerse en vuelo, Lithic no sobrevivió. La caída destrozó sus huesos. Sin
embargo, Terokk sí sobrevivió —continuó Viryx—. Al tocar las aguas malditas de la hondonada,
contrajo la... la Maldición de Sethe. Las aguas... son la fuente de la maldición.
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—Esa es la fuente... La fuerza de Iskar abandonó su cuerpo. ¿Era cierto? ¿Podría serlo? Los
ancianos le habían enseñado que la maldición era el resultado de salir de la gracia de Rukhmar,
el resultado de la desobediencia, entre otras cosas. Era algo obtenido por la debilidad propia,
no por una fuerza externa. Pero este documento decía que la fuente eran las aguas de la
Hondonada Sethekk. Eso significaba que cualquiera, sin importar sus virtudes, podría ser
víctima.
Significaba que todo lo que Iskar sabía era mentira.
—La maldición confundió la mente de Terokk y él empezó a apagarse —dijo Viryx—. Muchos de
sus seguidores, a quienes los Partidarios expulsaron de Trecho Celestial, compartieron el mismo
destino. Se convirtieron en desterrados. Sin Terokk, los Partidarios obtuvieron control total sobre
los arakkoa.
Viryx dejó el pergamino sobre la mesa de lectura.
—Todo este tiempo... —Una furia gélida se apoderó de Iskar. Vivió toda su vida con la creencia
de que si mantenía su fe, si acataba cada ley, no padecería la maldición. Todos los castigos que
soportó para probar su devoción, todos los tormentos y privaciones que había sufrido... ¿Para
qué habían sido?
—No sabemos si esto es cierto —añadió Viryx—. Eso fue lo que dijiste ayer. ¿Cómo sabemos que
los desterrados no inventaron esto para manipularnos?
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—No lo sabemos —respondió Iskar.
Pero lo descubriría. Si este documento existía, si era auténtico, habría otros. Textos apócrifos
escondidos en el corazón del Gran Pináculo. Pergaminos e historias perdidos en el tiempo,
ocultos por los ancianos. Pistas. Secretos. Verdades.
—Pero si fuera cierto —continuó—, esto cambiará Trecho Celestial para siempre.
---
Viryx se acercó a su ventana. Docenas de kaliri descendían en picada por el cielo nocturno.
Graznaban y chillaban, y aterrizaban sobre salientes de roca naturales por toda el pináculo. Más
allá, las terrazas de Trecho Celestial brillaban con la luz de los orbes solares. Viryx se sentía, en
ese momento, cautivada por su belleza.
—Debemos destruirlo —dijo volviéndose hacia Iskar.
—¿Destruirlo? —Su hermano de nidada la miró incrédulo—. Debemos ocultarlo en algún lugar.
—Esto puede arruinarlo todo. Es muy peligroso conservarlo —replicó Viryx mientras avanzaba
hacia el pergamino.
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Iskar hizo lo mismo, azotando su mano contra el escrito. —Si esto es cierto, significa que hemos
estado viviendo una mentira. ¿Eso no es importante para ti? Pasaste por todos estos problemas
para obtenerlo, arriesgaste todo, ¿y ahora quieres destruirlo?
—Lo que hice fue estúpido. La intriga... me consumía. Viryx tomó uno de los extremos del
rodillo de madera del pergamino y tiró de él. Iskar presionó con sus manos, sosteniendo el
papel en su lugar. —Olvídalo. Por favor.
—¿Olvidarlo? —La voz de Iskar era estridente. Con su mano libre, tomó el otro extremo del
rodillo de madera—. ¿Cómo podría olvidarlo?
—Porque no importa. —Viryx reforzó su agarre—. Incluso si es cierto, no importa...
En ese momento recordó a Velo Akraz y a los desterrados. Tanta suciedad y putrefacción. Tanta
desesperación. Intentó imaginar un mundo en que los suyos vivieran como iguales junto a los
arakkoa inferiores. Cada imagen que atravesaba su mente la dejaba con una sensación de asco.
Trecho Celestial era poderoso y glorioso. Cambiarlo, limar las asperezas con los desterrados,
destruiría todo lo que conocía. A pesar de todas las tediosas reglas que había llegado a
aborrecer como Partidaria, de todos los estudios y rituales sin sentido, no quería perder su
estilo de vida.
¿Había algo más en el mundo que pudiera comparársele?
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—Tú no caminaste entre los desterrados como yo lo hice. —Viryx tiró del pergamino. Era más
fuerte que Iskar, y podía ver cómo su hermano de nidada luchaba para mantener su agarre—. Si
lo hubieras hecho, no estarías considerando esa idea. Si conservar Trecho Celestial tal como es
ahora significa mantener esta mentira, entonces vale la pena.
Con un último tirón, Viryx arrancó el pergamino de las manos de Iskar. Su hermano de nidada
cayó al suelo. Viryx invocó un fuego fatuo de Rukhmar en su palma, quemando así el
pergamino. Tentáculos de llamas lamieron los bordes del antiguo y raído papel.
—¡Hrreeek! ¡No! Iskar se lanzó hacia adelante, golpeando a Viryx con su mano. Ella bloqueó el
ataque con su antebrazo y golpeó a Iskar a un costado de su cabeza. Iskar cayó al suelo.
Mientras el fuego consumía el pergamino, las brasas y ceniza se precipitaban sobre Iskar, quien,
de rodillas, trataba de recoger las cenizas con las manos. —¿Cómo pudiste?
—Es por el bien de los arakkoa —respondió Viryx mientras se daba vuelta hacia la ventana de
su corral—, es...
Su respiración se cortó de golpe. Había un puñado de kaliri posado en el exterior de ambas
ventanas. Allí estaban, completamente en silencio, observándola a través del vidrio empañado.
Extraño. Nunca los había visto así de concentrados. El estómago de Viryx se retorció con temor
helado.
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Algo enorme golpeaba la puerta de su corral. Una vez... dos veces...
A la tercera vez, la puerta salió despedida de sus bisagras y fue a parar al suelo. Dos garracorvos
se apresuraron a la habitación, con sus espadas de ala listas, seguidos por el Gran Sabio Zelkyr.
—Por el bien de los arakkoa —dijo la voz de Rukhmar—. Desde luego.
Viryx dio un paso atrás, perpleja. Entonces inclinó su cabeza. —Gran... Gran Sabio...
—Siempre has sido curiosa, ¿no es así? —dijo Zelkyr, y luego se dirigió a Iskar— ¡Deténganlo!
Uno de los garracorvos saltó hacia adelante. Deslizó una capucha cegadora sobre Iskar y
aseguró su pico con un anillo de metal. Iskar no emitió ningún sonido, tampoco luchó por
defenderse.
Viryx reunió valor para hablar. —Él no tiene la culpa. Él...
—Sé lo que hizo. Y sé lo que hiciste. Zelkyr abrió las ventanas de Viryx de par en par y se acercó
al grupo de kaliri que se encontraba afuera. El Gran Sabio acarició las plumas de una de las
aves, que emitió un sonido suave.
—He estado observando —continuó Zelkyr—. Ver a través de los ojos de los kaliri es una
habilidad poco común, pero de vez en cuando es de bastante utilidad. Te sorprendería lo que
algunos de los nuestros dicen y hacen cuando creen estar a solas.
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—¿Y nos dejaste continuar así? —preguntó Viryx, una chispa de furia consumía su miedo.
—Es natural perseguir un misterio. Lo importante es lo que haces con el conocimiento que
descubres. Eso es lo que te define. Aquellos de nosotros que ascienden por los rangos de los
Partidarios son agobiados con muchas verdades. Muchos secretos. Solo los sabios pueden
mantenerlos ocultos por el bien de los arakkoa.
Zelkyr espantó a los kaliri, que alzaron el vuelo hacia el cielo nocturno—. Creo que compartes
esa misma sabiduría. Tienes el potencial para convertirte en algo grandioso en nuestra orden.
Viryx no estaba segura de cómo sentirse. ¿Se suponía que tenía que estar agradecida? ¿En un
momento como este?
—Pero está ese asunto de tu impaciencia. Tu inclinación a la rebelión. —El Gran Sabio apoyó la
mano en el hombro de Viryx—. Por fortuna, hay... formas de corregir esos defectos.
Uno de los garracorvos tomó el brazo de Viryx desde atrás, doblándoselo. Agujas de dolor se
clavaron por toda su piel hasta alcanzar su cuello. Por instinto, trató de resistirse, pero era en
vano.
—Siempre he sido demasiado indulgente contigo, y me disculpo por eso. Quizás, si hubiese sido
más estricto, no habríamos llegado a esto. Pero quiero que sepas que todo lo que hago, lo hago
porque te admiro... porque tengo fe en lo que algún día llegarás a ser.
52
Viryx gritaba mientras el garracorvo deslizaba una capucha cegadora sobre sus ojos.
La oscuridad absorbió su mundo.
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Viryx no sabía cuánto tiempo había estado en la oscuridad. Días... semanas... una vida entera.
La verdad, no le importaba. Solo quería que terminara.
Por fortuna, así fue. Alguien retiró la capucha cegadora de su cabeza. Se vio frente a frente con
el Gran Sabio. Viryx no musitó palabra mientras el Gran Sabio gentilmente la ayudaba a ponerse
de pie y luego la conducía a través de una catacumba serpenteante en algún lugar debajo de la
Gran Cumbre.
—¿Sabes por qué elegí a Iskar como tu hermano de nidada? —preguntó el Gran Sabio.
El tiempo de Viryx en la oscuridad había enturbiado sus sentidos. Le tomó un instante entender
las palabras. Intentó responder, pero lo único que salió de su pico fue un gemido ahogado.
—Sabía que él nunca aprendería realmente de ti —continuó él—. Pensé que cuidarlo te
enseñaría algo de responsabilidad. Tal vez así fue, indirectamente. Tu decisión de quemar el
pergamino fue sensata. Fue responsable.
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Viryx siguió al Gran Sabio hasta la cámara principal del Gran Pináculo. Rayos de luz atravesaban
el domo de cristal en el techo. Viryx arqueó su espalda y suspiró aliviada mientras la luz se
apoderaba de ella y calentaba su cuerpo.
Era lo que más deseaba, más que el agua o alimento. Luz.
Se encontró a sí misma tratando de alcanzar la luz y con un único deseo: tocarla, sostenerla. La
habitación no tenía la cantidad suficiente como para satisfacerla. Nunca tendría suficiente, no
en todos los días de su vida.
—Pero ahora veo que la responsabilidad no era lo que necesitabas aprender —dijo el Gran
Sabio—. Lo que en verdad tenías que entender era el significado de consecuencia.
Estas palabras sacaron a Viryx de su estupor eufórico. Ahí fue cuando notó la presencia de tres
arakkoa parados en el medio de la habitación. Dos garracorvos rodeaban a Iskar, sosteniéndolo
por las cadenas atadas a sus muñecas. Su pico permanecía cerrado con un anillo de metal, pero
los guerreros habían retirado la capucha, permitiéndole a Viryx verlo, y él a ella.
El Gran Sabio le entregó la Garra de Rukhmar a Viryx y dio un paso atrás. Ponderó el peso del
sagrado artefacto en sus manos y miró por toda la habitación.
Nadie más observaría. Esta no era como las otras ceremonias de destierro. Esta era mucho más
privada, más secreta.
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—¿Vivirás en la luz o en las sombras? —dijo suavemente el Gran Sabio detrás suyo.
Viryx dio un paso adelante, el báculo todavía en su mano. Iskar le devolvió la mirada. Inmóvil.
En silencio. Sus ojos no mostraban rastro de temor. Solo ira, frialdad y desprecio.
Viryx ubicó la hoja bajo el brazo derecho de Iskar.
Y tomó su decisión.
---
Un breve silencio reinó luego de que Reshad acabara su historia.
El otro desterrado se levantó del tronco, estirando su torcida espalda lo mejor que pudo. —
Nunca había escuchado esa historia sobre Iskar. Siempre estuvo en el peldaño más bajo de la
sociedad.
—Imagino que no es una historia que disfruta contar. Y, como saben, tiene un prejuicio con las
mentiras —añadió Reshad. Quien también se levantó. Sus articulaciones tronaban por haber
estado tanto tiempo sentado.
Estos viejos huesos...
55
El alto arakkoa permaneció posado sobre el árbol caído. Reshad le permitió un tiempo para
considerar las cosas, la historia de la líder a la que alguna vez juró servir hasta el final de sus
días.
Reshad recordó la vez que conoció a Viryx en Velo Akraz. “Si solo hubiese sabido aquella vez en
qué se convertiría. Con un solo movimiento de mi daga, podría haber salvado tantas vidas...”.
Por supuesto, era inútil pensar eso. No podría haber sabido que Viryx se convertiría en la Gran
Sabia de Trecho Celestial. No podría haber sabido que su obsesión con la tecnología ápice
conduciría a los altos arakkoa a construir armas como ese falso sol que se erguía sobre su
ciudad. Y no podría haber sabido que Viryx daría la orden de usarlo contra los desterrados, de
erradicarlos de la faz del mundo.
Viryx y sus seguidores más cercanos ya habían muerto, pero habían representado todo lo que
estaba mal en el mundo. Altos arakkoa obsesionados con la luz del sol, perdidos en el fanatismo.
Aunque Reshad tenía que recordarse a sí mismo que los desterrados no estaban libres de culpa.
Habían encontrado refugio en el extremo opuesto. Se habían obsesionado con las sombras,
enterrado en la vergüenza y en el odio a ellos mismos.
La oscuridad desciende cuando el cuervo se traga el día. El cielo ardiente se extingue mientras
alas negras abrazan los cielos. Descansen, mis hijos, descansen. Porque incluso el sol debe
dormir.
56
El anciano arakkoa sabía que tener luz y oscuridad en partes iguales era natural. Solamente
estando juntos, los desterrados y sus hermanos alados tendrían éxito.
Ahora, finalmente, sus hermanos se daban cuenta de ello.
La mayoría, al menos. No estaba seguro si algunos —como Iskar— entenderían razones.
La vida de Iskar, al igual que la de Viryx, había cambiado luego de descubrir la verdad sobre
Terokk. A pesar de ser lisiado y exiliado, había ascendido entre los desterrados y se había
convertido en su líder. En los últimos años, Reshad había sentido que algo oscuro crecía en Iskar.
Un silencioso anhelo de venganza y poder. Quizás había surgido durante esos últimos días en
Trecho Celestial.
¿Acaso Iskar había despertado como los dos arakkoa que estaban en su presencia? ¿Había
olvidado el pasado en favor de un nuevo futuro? ¿O seguía atrapado en las costumbres
antiguas, todavía tropezándose en la oscuridad?
—¡Reshad! —Un alto arakkoa descendió junto al narrador, una mirada llena de pánico colmaba
sus ojos—. Encontramos a los exploradores que enviamos tras Iskar. Están muertos.
—¿Muertos? —preguntó el anciano arakkoa.
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—Asesinados. Raaaak. A manos de Iskar. Otros seguirán en su búsqueda —respondió el
mensajero.
Reshad volvió a sentarse sobre el calcinado tronco. Descuidadamente, volcó la bolsa de semillas
y nueces y regó su contenido por todo el suelo.
Percy, confundido, giró su cabeza. Miró a Reshad como si esperara algún tipo de engaño.
—Come, come. —Reshad señaló la comida. Muchas cosas gloriosas llegarían para su gente, lo
sabía, pero todavía no era momento de celebrar. Había trabajo por hacer, restos del pasado por
superar. “Necesitarás tus fuerzas para los días que se avecinan. Todos las necesitaremos...”.
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