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LITERATURA
Aldous Huxley, el Violinista en el Incendio
Novelista, ensayista, autor de casi cincuenta libros (entre ellos Un mundo feliz) Aldous Huxley fue un mito viviente, uno de los
escritores más famosos e influyentes de su época. Literato y esteta cínico en los años 20, pacifista empedernido en los 30, y
explorador del camino místico en los últimos años de su vida, plasmó una obra única por su riqueza y variedad. Se lo
consideraba una especie de monstruo, a causa de su monstruosa inteligencia, de su monstruosa erudición, y del papel –para
algunos monstruoso- que al pensamiento y la erudición adjudicaba en sus novelas. “No hay excusa para no saber todo lo que es
posible saber”, era su lema. “Había leído todo, y no sólo en humanidades” dice Clive Jones: “también en ciencia, historia,
política, sociología, psicología y religión. Era capaz de hacer que la gente meramente brillante se sintiera peor que estúpida:
estrecha de miras y limitada”.
Inyectados en sus novelas, su erudición, la vastedad de sus intereses, su probidad intelectual y su preocupación por el destino
humano, derivaban a veces en parlamentos cuya abundancia mereció críticas. Inyectados en sus ensayos, artículos y libros de
viaje, lo convirtieron en un ensayista único, que hipnotizó a los hombres más brillantes de su siglo, y dejó intelectualmente
marcados a decenas de miles de lectores durante los últimos ochenta años. La continuidad de su relevancia es asombrosa:
influyó en figuras capitales de la cultura, desde Isaiah Berlin, D. H. Lawrence o Krishnamurti a Allen Ginsberg, Brian Aldiss o
Julio Cortázar. Aunque Borges no fuera uno de sus fanáticos, recibió los rayos del “justificado pesimismo y la lucidez cas
intolerable de Huxley”. Anthony Burgess dijo que “Huxley le dio cerebro a la novela” y que “no se ha escrito ficción importante
después de Un mundo feliz”. A las acusaciones de que su intelectualismo resiente sus novelas, Huxley respondió: “Soy un
ensayista que a veces escribe novelas, un intelectual. Un intelectual es alguien que ha descubierto que existen cosas más
interesantes que el sexo”. Escribió once novelas, entre ellas Los escándalos de Crome, que cautivó a Scott Fitzgerald;
Contrapunto, una de cuyas posibles consecuencias es Rayuela de Cortázar, y Viejo muere el cisne, fantástica vuelta de
tuerca acerca de la obsesión de un millonario norteamericano por lograr la inmortalidad. La contrautopía que tituló Un mundo
feliz es de lectura tan atractiva como indispensable: ayuda a reconocer terribles peligros, y a defenderse de ellos, si todavía es
posible.
J. G. Ballard es categórico: “Aldous Huxley fue asombrosamente profético, un guía del futuro más astuto que ningún otro
novelista del siglo XX. Aun sus observaciones casuales adquieren una relevancia sorprendente en nuestros tiempos”
Observaciones casuales que a menudo consistían en aforismos memorables: “La ignorancia jamás amilana a un periodista
encallecido”; “Hay tres clases de inteligencia: la inteligencia humana, la inteligencia animal y la inteligencia militar”;
“Experiencia no es lo que le pasa a un hombre, sino lo que ese hombre hace con lo que le pasa”. Empleó gran variedad de
formas literarias. Sus ensayos y artículos son magistrales. Publicó dos antologías bellísimas, tanto por su contenido como por
sus comentarios iluminadores: Textos y pretextos (poesía), y La Filosofía Perenne (escritos y pensamientos místicos de
todas las religiones.
“TODOS QUEDAREMOS COLONIZADOS”. El poder de la “videncia” de Huxley (que apenas podía ver) le granjeó no poca
hostilidad, a causa del antiguo vicio de ensañarse con el mensajero portador de malas noticias. Su escepticismo acerca de
futuro de lo que llamamos democracia (que molestó y molesta a muchos) obedeció a observaciones y razonamientos precisos,
pero no lo hizo caer en la defensa del totalitarismo. Su pacifismo a ultranza (que le impidió obtener la ciudadanía
norteamericana) no le impidió, en cambio, unirse al Congreso de Escritores Antifascistas de 1935, en París, ni trabajar en una
publicación antinazi junto al exiliado Klaus Mann.
Opinaba que nuestra sociedad, por vía de la propaganda, los medios de comunicación y la industria del entretenimiento, es una
fábrica de idiotas, y que el problema planteado por los idiotas consiste en que sistemáticamente optan por lo peor; dándole la
razón, llegaron Mussolini, Hitler y todo lo demás. En agosto de 1918, durante la Primera Guerra Mundial, había escrito: “Pase lo
que pase, podemos estar seguros de que será para peor. El resultado de todo esto será la inevitable aceleración del predominio
mundial de los Estados Unidos. Es algo que de todos modos iba a ocurrir, pero esto apresurará un siglo el proceso. Todos
quedaremos colonizados”. Su curiosidad era infinita: fue gran conocedor del pensamiento religioso de Oriente y Occidente
Apoyó las investigaciones sobre percepción extrasensorial de Rhine, se interesó en los “experimentos con el tiempo” de J. W
Dunne, y fue precursor de la experiencia seria con drogas alucinógenas.
EL VISIONARIO CIEGO. Nació el 26 de julio de 1894 en Godalming, Surrey. Hubiese sido una traición no nacer inteligente. Su
abuelo fue Thomas Henry Huxley, el gran biólogo victoriano apodado “el bulldog de Darwin”, y recordado por el papelón que
hizo pasar al arzobispo Wilberforce en el debate de 1860 sobre evolución. Su madre, Julia Arnold, era descendiente de Thomas
Arnold, uno de los “Victorianos Eminentes” de Lytton Strachey y del poeta y crítico Matthew Arnold. Su padre Leonard fue editor
del Cornhill Magazine, biógrafo y poeta; su hermano Julian, biólogo notable, se convirtió en el primer director de la Unesco. Por
si hiciera falta otra vuelta de tuerca, su padre volvió a casarse, y tuvo otros hijos: uno de estos, Andrew Huxley, fue Premio
Nobel de Medicina en 1963.
A partir de 1908, Aldous fue alumno estrella en Eton. Pero una seguidilla de desgracias llovió sobre él. En 1908 su madre murió
de cáncer. Luego se suicidó su hermano Trevenen. Y en 1911, una afección ocular lo dejó ciego durante casi dos años y
semiciego buena parte de su vida, volviendo imposible su proyecto de convertirse en médico, y ganándolo para la literatura.
En su casa aprendió a leer en Braille, y continuó sus estudios: leía ocho horas por día, por lo menos. A ciegas aprendió a tocar
el piano. A ciegas escribió una primera novela, jamás publicada. En dos años se recuperó lo suficiente para leer con ayuda de
una lupa poderosa, y concurrir al Balliol College, en Oxford. Tan impresionante era su erudición, que alguien imaginó que su
semiceguera era una impostura. Él se refería a ella con afectuosa ironía. Refiriéndose al primer film sonoro, El Cantor de Jazz,
dijo: “Una providencia benéfica ha oscurecido mi visión, de modo que a una distancia mayor de tres o cuatro metros, me pasa
completamente desapercibido el horror del semblante humano promedio. Pero en el cinematógrafo no hay escape. Magnificado
a proporciones brobdingnagianas, el semblante humano sonríe sonrisas de dos metros, abre y cierra ojos de ochenta
centímetros… Por primera vez me sentí agradecido por el defecto de visión que me ha preservado del trato diario con
semejantes escenas”. Conmueve leer sus espléndidos escritos sobre arte, sus trabajos sobre Goya o Brueghel, o su descripción
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abarcativa y sagaz de un gigantesco fresco de Veronese, si se tiene en cuenta que debió contemplarlos centímetro a centímetro,
con la ayuda de una lupa.
En 1915 se graduó en Literatura Inglesa con máximos honores. En 1916 publicó su primer libro de poemas. En 1917 trabajó en
el Departamento de Guerra en Londres y enseñó en Eton, donde George Orwell fue su alumno. Integró el comité editorial de la
revista “Athenaeum”, de Middleton Murry, escribiendo, bajo el seudónimo de Antolycus, una sección llamada “Marginalia” que
incluía artículos de crítica literaria, teatral, musical, de arte, y hasta notas sobre arquitectura y decoración de interiores. “Esa
experiencia –diría-, que por nada del mundo querría repetir, me otorgó gran confianza en mí mismo: descubrió que por poco
que uno sepa acerca de un tema, siempre podrá escribir un artículo sobre él: basta media hora de dedicación para saber del
asunto más que cualquier lector”. También fue crítico de “Westminster Gazette”, y asesor del Chelsea Book Club y de Condé
Nast Publications. En 1920 había publicado cuatro libros de poesía, un volumen de relatos, y gran cantidad de artículos y
ensayos; estaba casado, tenía un hijo, y era una joven promesa de la literatura inglesa.
CIEGO EN GARSINGTON. Muy alto y apuesto, “terriblemente encantador”, y sobre todo brillante, apenas hacía gala de su
omnidireccional inteligencia, llamó la atención de lady Ottoline Morrell, mecenas que lo introdujo en el círculo intelectual que
reunía en su residencia de Garsington Manor, próxima a Oxford. Allí conoció a Virginia Woolf, Lytton Strachey, Clive Bell,
Bertrand Russell, E.M. Forster. T.S. Eliot. Fue amigo también de Siegfried Sassoon, Wyndham Lewis, los Sitwell y Robert
Graves. Caricaturizó cruelmente a Ottoline en su primera novela, Los escándalos de Crome (1921). A las objeciones de la
señora, que lo acusó de ingrato y traidor, replicó el autor: “No soy un realista y no me interesan mucho los problemas de la
gente real”.
Tenía bastante que agradecer a lady Ottoline: en sus salones había hecho dos descubrimientos fundamentales: conoció a D.H
Lawrence, de quien fue gran amigo y admirador, y a Maria Nys, refugiada de guerra belga con quien se casó en 1919 y tuvo un
hijo, Matthew, en 1920. Este año viajó a París, donde conoció a Drieu La Rochelle, Aragon, Breton y otros surrealistas. Desde la
publicación de Los escándalos de Crome, Huxley pudo vivir de su escritura. Con Maria al volante, la pareja viajó durante esa
década y parte de la siguiente por Italia y Francia. Huxley fue publicando novelas cuyo estilo ingenioso y cínico, que satirizaba a
la burguesía y los intelectuales ingleses, aumentó su renombre libro a libro, además de inspirar no poco a Evelyn Waugh.
En 1923 apareció Heno antiguo (Danza de Sátiros). En 1925, Esas hojas estériles y A lo largo del camino, libro de
viajes; este mismo año visitó Túnez, pasó cuatro meses en la India, y continuó hacia Singapur, Birmania, Malasia, Filipinas,
China, Japón, y por último Estados Unidos. Crónica de estas andanzas es Pilatos burlón, de 1926, año en que, en Cortina,
Italia, inició la composición de Contrapunto (1928), la más extensa de sus novelas, experimento notable en que aplicó a la
literatura los recursos equivalentes del contrapunto musical. Personajes de la realidad, como D.H. Lawrence (Mark Rampion),
Middleton Murry (Burlap), Katherine Mansfield, la infaltable Ottoline y el propio Huxley (Philip Quarles) confrontan sus vidas y
sus visiones de la vida en secuencias sorprendentes. Con la sola excepción de Rampion, versión idealizada de Lawrence,
ninguno de sus personajes se exhibe como adulto armonioso.
En Haz lo que quieras (1929) urgió a emular a los griegos, que supieron vivir armoniosamente con las posibilidades de
hombre, que es “diverso, inconsistente y contradictorio”: por hacerlo, ellos eran civilizadas, por no hacerlo, somos bárbaros; en
el mismo libro predijo que “el proletariado marxista se convertirá en otra burguesía”.
Aunque instalado en Suresnes, cerca de París, Huxley viajaba sin cesar. Pasó el invierno de 1929 con Lawrence en Bandol,
balneario del que fue pionero, junto a Thomas Mann, Marcel Pagnol, Mistinguett, Fernandel. El 2 de maro de 1930, Lawrence
murió en el cercano Vence en presencia de Maria, Aldous, y de Frieda, su mujer. Poco después, Huxley compró una propiedad
en Sanary-sur-Mer (vecinos suyos eran H. G. Wells, Edit Whrton, Paul Valery) y comenzó a recopilar la correspondencia de su
amigo. En 1930 dio a luz La vulgaridad en literatura, que se refiere a autores tan inesperados como Poe (en su rol de poeta)
o Charles Dickens: “La sustancia de Poe es refinada, su forma es vulgar. Como si por naturaleza fuese un caballero,
lamentablemente inclinado a un mal gusto incorregible. Ni siquiera al hombre más sensible y de ánimo más elevado, le
podríamos perdonar, digamos, la costumbre de llevar un anillo de diamantes en cada dedo de la mano. Poe incurre en e
equivalente a eso en su poesía”. “Una de las más llamativas peculiaridades de Dickens es que, cada vez que se emociona al
escribir, deja de usar su inteligencia. El desborde de su corazón ahoga su mente y hasta oscurece su visión; porque siempre que
está en el ‘modo enternecedor’, Dickens se vuelve incapaz de ver la realidad, y probablemente ni desea verla. Su primer y único
deseo en estas ocasiones, es el deseo de desbordarse, ningún otro”. En 1931 aparecieron Música en la noche y Textos y
pretextos. En 1932, Las cartas de D. H. Lawrence, un tomo de novecientas páginas, con un estudio previo.
UN MUNDO FELIZ. En Sanary, durante cuatro meses de 1931, Huxley escribió Un mundo feliz, su libro más famoso. Se lo
coteja muy habitualmente con 1984 (que Orwell escribió casi veinte años después) porque ambos son fantasías acerca de la
forma probable que adoptarían las tiranías del futuro. Menos habitualmente se lo asocia con Nosotros (1920), del ruso Yevgeny
Zamyatin. La anticipación de Orwell, estructurada a la sombre de Hitler, Mussolini y Stalin, y encadenada a los modelos de la
propaganda política de la época, ha sido superada por el curso de la historia. La de Huxley, deducida, más que imaginada, a la
sombre de Henry Ford y del progreso científico tecnológico, resultó un fantástico acierto. Para Orwell, el símbolo de opresión es
una bota aplastando la cabeza humana para siempre. Huxley vio mejor: los ciudadanos de Un mundo feliz aman su
servidumbre, viven satisfechos con el “bienestar” que ser esclavos les depara, y acabarían con cualquiera que les ofreciera
liberarse de ella.
En el año 632 DF (después de Ford), tras la Guerra de los Nueve Años, holocausto global que culminó con el uso de bombas de
ántrax, se ha establecido un nuevo Estado mundial, cuyo lema es “Comunidad, Identidad, Estabilidad”. Expresiones como
“¡Válgame Ford!” o “¡Ford no lo quiera!”, salpican los diálogos; el Director General de Europa Occidental es Su Fordería Mustafá
Mond. Todo el mundo es feliz, porque el intervalo entre el deseo y su consumación ha sido eliminado. También fueron
eliminados el amor, la religión, el arte, la ciencia teórica, la enfermedad, la vejez, la monogamia y la reproducción por parición
materna. El sexo sólo sirve a la satisfacción del instinto; los “amoríos” largos son desalentados, mal vistos, hasta castigados
Los bebés nacen de frascos, a partir de óvulos provenientes de ovarios extirpados “(operación voluntariamente sufrida para e
bien de la sociedad, y que entraña una prima equivalente al salario de seis meses)” y de un líquido que contiene
espermatozoides.
Los individuos así obtenidos son sometidos a condicionamento prenatal y un tratamiento de “ingeniería emocional” que los
convierte en miembros ideales de esa sociedad, prefabricados para las tareas que les serán adjudicadas. Están divididos en
cinco clases: los Alfa y Beta (superiores) y los Gammas, Deltas y Epsilones, casi imbéciles. La forma más popular de
entretenimiento son los Sentideros (“feelies”), variante del cinematógrafo que estimula, además de la vista y el oído, el tacto
También se goza de orgías periódicas, llamadas “Servicios de Solidaridad”. El soma, droga que combate la depresión, los dolores
y las penas “sin las desventajas del cristianismo ni del alcohol”, asegura que nadie sea infeliz. No hay violencia manifiesta, todas
las necesidades son satisfechas. Los elementos asociales o “irregulares”, como Bernard Marx, Alfa accidentalmente alcoholizado
durante su tratamiento fetal, o Helmholtz, que, insatisfecho con su misión de escribir slogans, busca expresar algo distinto (pero
no sabe qué), son rarísimos y terminan deportados a Islandia o a las Islas Malvinas. Como testimonios de los tiempos bárbaros
en que los niños nacían de mujeres, y existían familias, religiones, el matrimonio y tantas otras prácticas obscenas, se cuenta
con una Reserva de Salvajes en Nueva México. Bernard Marx trae de esta a John el Salvaje, rústico que leyó a Shakespeare. E
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ingenuo Salvaje confronta con el nuevo mundo, y tras un dramático contrapunto final en que el Director le explica por qué la
satisfacción vale más que la libertad, el arte o la verdad, termina ahorcándose, y señalando la humillación eterna de
Shakespeare y sus valores, a manos de Ford y sus Forderías.
LUCES DE CALIFORNIA. En 1936, Huxley publicó su última novela europea, Ciego en Gaza, y en abril del año siguiente cruzó e
Atlántico en el “Normandie”, en compañía de la inseparable Maria y de su amigo Gerald Heard, para trasladarse a California, en
cuya atmósfera más luminosa pensaba sacar el mejor provecho a su vista. Recorrió varios estados americanos, y pasó el verano
en la finca del desaparecido Lawrence, en Taos, Nueva Mexico, donde terminó de escribir El fin y los medios. En septiembre se
estableció en Los Angeles. Pronto obtuvo trabajo como guionista en Hollywood. El primer trabajo que se le ofreció fue una
adaptación de La saga de los Forsyte, de Galsworthy; lo rechazó, respondiendo: “Ni aun la posibilidad de una enorme paga
me reconciliaría con la idea de permanecer enclaustrado meses con el fantasma del pobre Galsworthy. No podría soportarlo. ”
Algunos de sus guiones, como el de Madame Curie (1943, Mervyn LeRoy); o el de Alicia en el País de las Maravillas (1951), no
le fueron acreditados. Sí los de Orgullo y prejuicio (1940, de Robert Z. Leonard, con Greer Gardson y Laurence Olivier), y su
trabajo con John Houseman y Robert Stevenson en Jane Eyre (1944, con Orson Welles y Joan Fontaine). Venganza de mujer
(1947, Zoltan Korda, con Charles Boyer y Jessica Tandy), es una versión de su relato La sonrisa de la Gioconda. Fue amigo de
Cukor y Korda, de Chaplin, de Grega Garbo, y de los hermanos Marx.
Su primera novela americana, Viejo muere el cisne, es para muchos lectores la mejor que escribió. Denuncia la obsesión
enfermiza por el cuerpo y la juventud que Huxley percibió como rasgo perverso de la vida norteamericana en general, y de la
farándula hollywoodense en particular. En 1941, en Eminencia gris, reveló al lector las hazañas del padre José, monje
capuchino que, en el siglo XVII, maquinó las andanzas del cardenal Richelieu, convirtiéndose de hecho en su alter ego. Desde su
llegada a América, Huxley intensificó el estudio de las literaturas y religiones orientales: conoció a Swami Prabhavananda, de
quien tomó clases de meditación (aunque no lo aceptó como gurú).
En 1942, se retiró a vivir a Llano, diminuta localidad californiana situada al borde del desierto de Mojave. Publicó El arte de
ver, un libro en que testimonia cómo, aplicando los ejercicios del profesor W. H. Bates, talentoso pero controvertido
oftalmólogo, recuperó parte de su visión; el libro es al mismo tiempo un manual. En Llano, Huxley escribió El Tiempo debe
detenerse (1944), y La Filosofía Perenne (1945).Entre 1945 y 1949 vivió en Wrightwood, caserío en lo alto de la sierra que
separa Mojave de Los Angeles. Aquí escribió los ensayos de Ciencia, Libertad y Paz (1946) y Mono y Esencia, una novela en
forma de guión (1948). A continuación, regresó a Europa, visitando París, Roma y Sanary, y a su regreso, se instaló en una casa
en las afueras de Los Angeles. En 1950 los Huxley viajaron a Nueva York para asistir al estreno de la adaptación teatral de La
sonrisa de la Gioconda (1948) y a la boda de su hijo Matthew. Otra vez en Europa, visitaron Loudun, ciudad francesa donde
en 1634 fue quemado vivo el padre Urbain Grandier, convicto de actos de brujería que supuestamente condujeron a la posesión
demoníaca de las monjas ursulinas del lugar. Este drama inspiró al escritor Los demonios de Loudun (1952), un notable
estudio novelado, en el cual se basa el film Los demonios (Ken Russell, 1971, con Oliver Reed y Vanessa Redgrave). En enero
de 1952, María fue operada de un tumor maligno de mama, primera manifestación del cáncer que acabaría con ella.
LAS VACACIONES QUIMICAS. En 1953, Huxley, cuyo interés por las psicodrogas era antiquísimo (“La necesidad de vacaciones
químicas del intolerable interior y los repulsivos alrededores subsistirá siempre”), leyó un artículo del Dr. Humphrey Osmond
sobre el empleo de la mescalina en el tratamiento de la esquizofrenia, y tras ponerse en contacto con el investigador, ensayó la
droga en sí mismo, bajo el control del médico, aquel mismo año.
“Yo estaba dispuesto, en verdad ansioso, para hacer de conejo de Indias. Así fue que, una mañana de mayo, tomé cuatro
decigramos de mescalina disueltos en medio vaso de agua y me senté a esperar los resultados” Uno de los resultados es Las
puertas de la percepción (1954), libro con el que, sin proponérselo, dio nacimiento a una cultura internacional de la droga
que involucró a millones. El título alude a unos versos de William Blake: “Si las puertas de la percepción fueran abiertas / todo
lo vería el hombre como es, infinito”. Brian Aldiss contó como, después de leerlo en Oxford, salió corriendo a la droguería más
próxima en busca de mescalina, inexistente en Inglaterra. En 1965, Jim Morrison bautizó a su banda The Doors (“Las
Puertas”), y en 1968 los Beatles incluyeron una fotografía suya en la portada del álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band
Aunque Huxley repetidamente advirtió sobre el peligro de que las drogas fuesen, no elementos de liberación, como el moksha
de La isla, sino de dominio y control, como el soma de Un mundo feliz. Lo hubieran consternado las devastadas víctimas de la
generación hippie, y las chifladuras últimas de Timothy Leary, cuyos desbordes trató de morigerar muchas veces. Él mismo,
según los testimonios, no utilizó drogas más de una docena de veces en su vida, y en una dosis total como la que algunos
utilizaban luego en una semana. Continuación de Las puertas de la percepción fue Cielo e infierno (1956).
En 1954 viajó a Francia, Egipto, Líbano, Palestina, Chipre, Grecia, Italia. El 12 de febrero de 1955, año de aparición de El Genio
y la Diosa, María murió. Durante treinta y seis años había cumplido el papel de esposa amante, devota secretaria, ama de casa
y chófer. El escritor la quiso mucho y la hizo trabajar como una mula. “Era más capaz de amor y comprensión que casi cualquier
otra persona que yo haya conocido, y la medida en que yo he aprendido a ser humano (y tengo una gran capacidad para ser
inhumano) se la debo a ella”, dijo Huxley.
LOS VIOLINES PRIMERO. La segunda esposa de Huxley fue la violinista y editora cinematográfica italiana Laura Archero, que
conoció a Huxley cuando concibió la idea de hacer un film sobre el Palio, carrera de caballos que se corre anualmente en las
calles de Siena, Italia. Por sugerencia de John Huston pidió un guión al escritor: la película no se hizo, pero Laura, Maria y
Huxley se hicieron buenos amigos.“¿La ha tentado alguna vez la idea de casarse?”, preguntó Aldous a Laura una mañana de
mayo de 1956. Ante su respuesta afirmativa, continuó: “¿No le parece que sería divertido viajar a Yuma y casarnos en la
Autocapilla?” Testigos fueron la encargada del toilet de damas y un cowboy en la ruina. Poco después fueron a vivir en una casa
en una de las colinas de Hollywood.
Ese mismo año publicó Adonis y el alfabeto, uno de sus mejores libros de ensayos, y acometió otro largo periplo: Perú, Brasil,
Italia, Inglaterra, Suiza (donde asistió a las conferencias de Krishnamurti), Dinamarca. Dictó cursos y conferencias en las
universidades de San Francisco, Berkeley, Santa Bárbara, Stanford, Massachusetts, Nueva York. En 1958 publicó Nueva visita
a un Mundo Feliz, donde revisó las predicciones de su contrautopía de 1931 a la luz del progreso de la ciencia, la tecnología y
la sociedad, llegando a la conclusión de que la libertad individual estaba mucho más cercana a su extinción de lo que él nunca
había imaginado. En 1959, la Academia Americana de Artes y Letras le confirió el Premio al Mérito en Novela, que se otorga
cada cinco años: antes que él fueron honrados Hemingway, Thomas Mann y Theodore Dreiser.
En 1960 se le diagnosticó un cáncer de lengua, que comenzó a tratar con radioterapia. A pesar de su estado, continuó dando
conferencias y asistiendo a congresos.
En 1961, a raíz de un incendio que consumió otras dos docenas de casas en la vecindad, su residencia de 3276 Deronda Drive
ardió, y casi nada se salvó. Los Huxley apenas tuvieron tiempo de salvar lo que sintieron más importante: él, el manuscrito de
La Isla y algunas ropas; ella su violín Guarnieri y una estatua china de porcelana.
“Bueno, ahora sí que soy un hombre sin posesiones”, dijo con serenidad budista Huxley. Ardieron toda la correspondencia de
Aldous y Maria, los diarios de ambos; el manuscrito de St Mawr, de Lawrence; toda la correspondencia de Huxley con la flor y
nata de la literatura y el arte mundial, y una rica biblioteca. La revista Time informó: “Mientras los bomberos impedían al autor
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inglés casi ciego correr hacia las llamas, éste lloraba como un chico”. Huxley replicó: “Como veterano escritor de ficción, felicito
al autor del artículo que redactó la narración de mis acciones esa noche. Ignorando esas convenciones de la fantasía romántica
a la cual adhiere vuestro artista, no llorábamos como criaturas, ni hacía falta que nadie nos impidiera arrojarnos a las llamas”.
La Isla (1962) ofrece una utopía auténtica: describe un paraíso terrestre en la isla de Pala, donde no existen religiones
fundamentalistas ni líderes omnipotentes, donde nadie puede ganar más de de cinco veces lo que gana otro, y que
proféticamente, como es habitual, previene contra los peligros del fanatismo religioso, el ejercicio del poder militar masivo, y la
desgracia inherente a la riqueza petrolera.
Literatura y Ciencia apareció en 1963, dos meses antes de la desaparición del autor. En su último año de vida, Huxley casi no
dejó de viajar ni de trabajar. Asistió a un congreso en Roma, visitó Inglaterra por última vez, y estuvo presente en la reunión
de la Academia Mundial de Artes y Ciencias, en Suecia.
Murió el 22 de noviembre de 1963. Poco antes, a su pedido, Laura le administró una dosis de LSD; luego musitó a su oído las
recomendaciones de viaje que prescribe el Libro Tibetano de los Muertos. Ese mismo día habían asesinado a Kennedy. Las
repercusiones del magnicidio ahogaron las de la desaparición del autor de Contrapunto, pero no el desconsuelo de sus miles
de admiradores en el mundo entero. Quizá nadie expresó mejor la dimensión de la pérdida que el músico argentino Juan Carlos
Paz: “Isla desaparecida”, anotó en su Diario.
Aunque a causa de su intelectualismo algunos le hayan retaceado el status de artista (como si la inteligencia y la sabiduría
fueron obstáculo para ser artista), su fe en el poder del arte fue inclaudicable. En Textos y pretextos, advirtió: “¿Compilar una
antología poética en medio del colapso? Es tocar el violín, protestarán ustedes, indignados, mientras arde Roma. Pero quizás
Roma no hubiera ardido si los romanos hubieran tenido un interés más inteligente en sus violinistas”. Roma siempre está
ardiendo: ningún día mejor que el de hoy para leer a Aldous Huxley.
Publicación: Septiembre 2009
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