¿Metáforas para qué? Las metáforas y su relación con el pensamiento. Dra. Kirareset Barrera García Un tema que ha ocupado a la psicología cognitiva ha sido la relación que guarda el lenguaje y el pensamiento. Particularmente, considerando que el procesamiento, uso y comprensión del lenguaje podría llegar a mostrarnos algunos aspectos del funcionamiento del pensamiento. En este sentido, la metáfora nos provee de un buen ejemplo para analizar la interacción entre lenguaje y pensamiento. Sin embargo, a pesar de que algunos autores señalan que existe una diferencia entre el pensamiento metafórico y el uso de lenguaje metafórico, en este caso utilizaré el término pensamiento metafórico implicando también el uso del lenguaje metafórico (Katz, 1998; Murphy, 1996). Una metáfora podría ser caracterizada como una yuxtaposición de conceptos a partir de diferentes dominios de experiencia. Funcionalmente, las metáforas nos permiten describir conceptos abstractos o difícilmente expresables de forma literal (Gentner y Bowdle, 2002). Así, las metáforas suelen estar compuestas por un primer término conocido como tópico y un segundo término conocido como vehículo, en este sentido la interpretación de una metáfora proveería información sobre el tópico a partir del vehículo. Gibbs (1998) menciona tres hipótesis acerca de cómo podrían interactuar el lenguaje y el pensamiento cuando la gente utiliza metáforas. La primera hipótesis se refiere al papel que juega el pensamiento metafórico en la evolución histórica del significado de las palabras y las expresiones. Esta hipótesis implica que las metáforas permiten comprender el significado de conceptos abstractos a partir de extensiones metafóricas del significado de conceptos concretos o de experiencias perceptuales (Murphy, 1996; Gibbs, 1998; Gentner, y Bowdle, 2002). Por tanto, este uso particular de las metáforas definiría un patrón de cambio semántico (Gibbs, 1998). Sin embargo, esta primera hipótesis planteada por Gibbs parecería ser únicamente de corte lingüístico. En términos psicológicos, necesitaríamos explicar en qué casos particulares los seres humanos utilizan las metáforas. Una vez que se han delimitado los casos en los cuáles se aplican las metáforas, la pregunta a responder es cómo los sujetos procesan la información contenida en las metáforas. Su segunda hipótesis postula que el análisis del pensamiento metafórico motiva que el significado lingüístico que tiene o que ha sido aceptado al interior de la comunidad lingüística está relacionado con la comprensión que tengan los hablantes y los escuchas del lenguaje. En este sentido, conceptos estructurados de forma metafórica permitirían explicitar expresiones convencionales que no estaban relacionadas. Por ejemplo, para comprender el término “odio”, en el caso del español hacemos uso de conceptos como fuerza o reacciones corporales, de las cuales se desprenden expresiones como “te odio con toda mi alma”, haciendo referencia al alma como la fuerza máxima con la que se puede odiar. Este tipo de intercambios lingüísticos dentro de las comunidad hace que los hablantes o los escuchas de dichas comunidades comprendan el significado de ciertas expresiones metafóricas. Contrario a la primera, esta segunda hipótesis tiene implicaciones psicológicas relevantes relacionadas con la formación de conceptos, es decir, implica saber cómo se da la comprensión conjunta de un significado cuando un hablante y un escucha interpretan una metáfora. En este sentido, parecería necesario explicar este fenómeno a la luz de un sistema conceptual que permita que ambos converjan en la misma interpretación. La tercera hipótesis (Gibbs, 1998) es aquella relativa a que el pensamiento metafórico motiva la comprensión en los hablantes de por qué las palabras y las expresiones significan lo que son. En este sentido, es importante valorar por qué la gente conceptualiza ciertos tópicos por medio de la metáfora, y si el uso de las metáforas nos permite explicar por qué algunas expresiones verbales significan lo que ellas son. Modelos psicológicos del procesamiento de la metáfora Uno de los aspectos a ser explicados desde el punto de vista de la psicología es investigar la forman en la cual las metáforas son procesadas. En la literatura psicológica encontramos tres perspectivas que intentan explicar la forma en la cual la metáfora es procesada. El primer modelo implica un proceso de mapeo de propiedades. De acuerdo con este modelo, en las metáforas del tipo A es un B, el procesamiento comienza por un mapeo derivado de la abstracción de propiedades del vehículo y que son mapeadas al tópico. En este sentido, el mapeo de las propiedades estaría relacionado con la ponderación de la similitud entre las propiedades. Este modelo considera que A y B pueden ser categorías que poseen atributos en común y que al momento de ser mapeados del término base o vehículo al tópico permiten que el sujeto comprenda la metáfora. De acuerdo con el modelo de igualación de propiedades, las metáforas del tipo A (tópico) es un B (vehículo) son comprendidas como parte de un sistema de inclusión de clases. Los hallazgos obtenidos en las investigaciones sobre categorización muestran que las categorías poseen una estructura jerárquica. La relación que mantienen las diferentes categorías dentro de la estructura, es considerada una relación de inclusión de clases. El nivel más alto dentro de la estructura conceptual, nivel supraordinado, se encuentran las categorías más inclusivas, por ejemplo, animales. Sin embargo, en este tipo de categorías, existen menos rasgos comunes entre los elementos que componen la categoría (Rosch, 1976; Murphy, 2002). Por su parte, en el nivel básico, a partir del cual los objetos del mundo son categorizados, se corresponde con sustantivos de alta frecuencia. Este nivel de categorización, por tanto, podría ser considerado como el más inclusivo ya que en él coexiste un mayor número de atributos que poseen los miembros de este nivel. Para la perspectiva de mapeo, cuando los vehículos de la metáfora se refieren al sentido literal del término, operan en un nivel subordinado de la categoría, mientras el procesamiento metafórico estaría relacionado con el nivel supraordinado de categorización. De acuerdo con Glucksberg (2004) “… por medio de una referencia dual, la persona puede referirse [al significado] literal o al metafórico o a ambos” (p. 78). Para este autor, cuando el sujeto utiliza un símil, los atributos a igualar pertenecerían a una categoría de nivel subordinado, es decir, al aspecto literal de la comparación. Mientras que en el caso de la metáfora, el conjunto de atributos o propiedades pertenecería a la categoría del nivel supraordinado. Por medio del modelo de contraste, la ponderación de la similitud está en función de la suma de rasgos comunes y/o de la cancelación de rasgos distintivos, es decir, A y B deberían ser más similares si poseen un mayor número de rasgos en común (Tversky, 1977). De acuerdo con la hipótesis planteada por Glucksberg (2004) y Glucksberg y Keysar, (1990) la metáfora induce una mayor similitud entre el vehículo y el tópico; en contraste, los símiles mostrarían una ponderación menor de la similitud entre el vehículo y el tópico. El segundo modelo comienza con un proceso de igualación de propiedades. En este caso se comparan las propiedades del vehículo y el tópico, y una vez que se han comparado las propiedades, aquellas que son compartidas tanto por el vehículo como por el tópico, serán las consideradas para comprender la metáfora. Finalmente, en el tercer modelo, el procesamiento de la metáfora comienza por una igualación de las propiedades del vehículo al tópico y, de esta forma, los predicados son mapeados desde el vehículo usando un criterio de sistematicidad, dado un conjunto de predicados comunes que pertenecen al sistema y que están presentes en el vehículo pero que no están presentes aún en el tópico, pero que por medio de un mapeo son candidatos a inferencias (Wolff y Gentner, 1992). Evidencia obtenida a partir de los trabajos de Wolff y Gentner, (1992) sugieren que en el caso de las metáforas nuevas, éstas son comprendidas por los sujetos mediante un proceso de igualación de propiedades, mientras que las metáforas relativamente conocidas son procesadas a partir del mapeo de las propiedades. Teoría de la mente El estudio de la teoría de la mente, tiene sus orígenes en las investigaciones realizadas por Premack & Woodruff (en Heyes, 1998) sobre la inteligencia social de los chimpancés. A partir de 1980, la Teoría de la Mente (ToM) ha dominado prácticamente el área, no sólo investigando los rasgos de la inteligencia animal, sino también una parte importante de ésta ha abarcado el estudio del desarrollo cognitivo infantil. La mayoría de estos estudios han investigado el conocimiento del niño sobre los estados mentales: deseos, percepciones, creencias, conocimiento, pensamiento, intenciones, tratando de averiguar qué sabe el niño sobre la existencia y conducta de los distintos tipos de estados mentales y qué sabe el niño sobre cómo están ligados los estados mentales a los insumos perceptuales y a las respuestas conductuales (Flavell, 1999). Las entidades mentales son una clase de objetos especiales en el mundo; son inmateriales (pensar, por ejemplo, en un perro no requiere la presencia física, material, de éste). Nuestro conocimiento y uso cotidiano de una teoría de la mente forma un conjunto de creencias interconectadas y relacionadas en cuyo núcleo se encuentra la tríada básica de creencias, deseos y acciones. Ya que un actor tiene ciertas creencias y deseos, se involucra en ciertos actos intencionales; cuyo éxito o fallo permite ciertas emociones, revisión de creencias y renovación de deseos (Wellman & Gelman, 1998). En este sentido, tener una teoría de la mente permite a los seres humanos ser capaces de reflejar no solamente los contenidos de su propia mente sino también los contenidos de las otras mentes (BaronCohen, 2001). La teoría de la mente y su desarrollo Un punto importante en el desarrollo infantil de la teoría de la mente es el momento en el que el niño se da cuenta de que las personas hablan y actúan de acuerdo con la forma en que se representan mentalmente el mundo, más que respecto de la forma en que el mundo es y, además, considerar que esas representaciones pueden ser falsas. En una prueba de falsa creencia, la persona A pone un objeto en la caja X y después sale de la habitación. La persona B mueve el objeto a la caja Y durante la ausencia de A. Cuando A regresa, la pregunta que se le hace al niño es: ¿Dónde buscará A el objeto, en X o en Y? Típicamente, los niños de 3 años de edad contestan que A buscará en Y, mientras que los de 5 años dicen que A buscará en X. Este hallazgo empírico ha sido ampliamente replicado (Flavell, 1999). Casi todos los autores que plantean secuencias en el desarrollo de la teoría infantil de la mente, tratan de dar cuenta de la falsa creencia dado que estas tareas permiten identificar dos niveles de la misma. Las creencias de primer orden, relacionadas con los estados mentales de una persona, y las creencias de segundo orden, las cuales se relacionan con creencias del tipo X piensa que Y piensa A (Baron-Cohen, 2001). En el desarrollo de una Teoría de la Mente, las creencias de primer orden son respondidas por los niños de 4 a 5 años de edad, mientras que las creencias de segundo orden son respondidas únicamente por los niños de 6 años en adelante. Para Perner (1991), la dificultad de los niños pequeños para comprender la falsa creencia tiene que ver con el paso de una “teoría mentalista de la conducta”, donde los estados mentales sirven como conceptos para explicar la acción, a una “teoría representacional de la mente” en la que los estados mentales se conciben como servidores de una función representacional. Asimismo, las tareas de falsa creencia han sido utilizadas como medida para decidir en qué edad puede decirse que el niño posee una Teoría de la Mente (Ritblatt, 2000), y para mostrar la coherencia conceptual dentro de la teoría infantil (Slaughter & Gopnik, 1996). De acuerdo con Leslie (1994), la teoría de la mente está compuesta a partir de dos sistemas. El primer sistema tiene como propósito analizar tanto a los agentes como a las acciones que estos llevan a cabo. Mientras que el segundo sistema está relacionado con los agentes y las actitudes; es decir, está vinculado con los deseos, las creencias y el fingir. Y en tal caso, las principales propiedades que deberían poseer los agentes serían propiedades cognitivas. Sin embargo, el estudio de la Teoría de la Mente ha enfrentado diversos problemas, por ejemplo, aquellos relacionados con su génesis. Para Meltzoff (2002), alrededor de los 18 meses, los niños, por medio de la imitación, establecen una serie de actividades cognitivas que son la base de su Teoría de la Mente. Es decir, para este autor, la imitación motriz es una pieza fundamental para el desarrollo de la empatía y, posteriormente, para el desarrollo de la Teoría de la Mente. Así, de acuerdo con esta propuesta, la empatía, el tomar el papel de… y la teoría de la mente dependen de la equivalencia del yo y los otros. Es decir, cuando los niños comprenden el “como yo”, desarrollan una noción abstracta de que los otros son “como yo” y, por ende, poseen creencias, deseos, intensiones, etcétera. En contraste, autores como Wimmer y Perner (1983) y Leslie (1987, 1988) consideran que no es sino hasta los 4 años de edad que los niños poseen la capacidad para comprender la mente de los otros. A diferencia de la propuesta de Meltzoff (2002), Leslie (1988) considera que los niños necesitan de un mecanismo representacional lo suficientemente desarrollado que les permita extender el poder de las capacidades representacionales primarias (representaciones definidas en términos de su relación semántica directa con el mundo) y, posteriormente, lograr que a partir de la descomposición de una copia de una representación primaria se elabore una metarepresentación. Por su parte, Astington (2001) plantea que tomar la falsa creencia como un índice de poseer o no una Teoría de la Mente es una postura excesivamente simplista y, además, se deja de lado la comprensión de los niños sobre el deseo y la intención. Sin embargo, una reorganización importante en la teoría infantil de la mente parece darse entre los 2 y los 5 años de edad (Wellman & Gelman, 1998); en este caso, el desempeño en las tareas de falsa creencia está ligado con el desempeño de otras medidas conceptualmente similares, por ejemplo, la distinción apariencia-realidad y las tareas de perspectiva visual (Flavell, 1999). La teoría de la mente: Evidencia de los estudios con niños autistas. Una forma en la cual se han investigado los déficits en la teoría de la mente ha sido por medio de los estudios con poblaciones atípicas, por ejemplo, niños autistas. El autismo es un desorden psicológico caracterizado por un déficit en los patrones sociales de los niños autistas. Algunos de los síntomas que estos niños presentan son: una falla para hacer contacto con los ojos, no se envuelven en juegos sociales, sus intereses están relacionados con cosas inanimadas, no desarrollan patrones de apego hacia sus padres, carecen del lenguaje o bien existe un retraso en su adquisición, presentan ecolalia, tienen movimientos motores estereotipados, tienen una persistente fijación con alguna parte de un objeto (DSM IV; Baron-Cohen, Tager-Flusberg, Cohen, 1993). A pesar de que estos síntomas están presentes con mayor frecuencia en la infancia, en la adolescencia y la adultez, los autistas muestran algunas conductas sociales, no obstante, estos sujetos siguen mostrando déficits en sus patrones sociales. A pesar del consenso existente acerca de la sintomatología en el autismo, no se ha encontrado un patrón definido de disfunción a nivel cerebral que pueda explicar los déficit en patrones sociales que presentan los niños autistas. Los análisis de resonancia magnética muestran mucha variabilidad en los patrones de activación o bien en algunos casos no se identifica ningún mal funcionamiento cerebral. Lo que han encontrado los estudios con niños autistas, es que los niños con un nivel de autismo elevado sólo logran responder las tareas de creencias de primer orden, mientras que los autistas con un nivel menor de sintomatología autista logran responder las tareas de falsa creencia tanto de primero como de segundo orden, aunque también existen autistas que no mantienen ningún contacto con la realidad (Norbury, 2005). La metáfora: su relación con el autismo y la teoría de la mente. Happé (1993), utilizaron la teoría de la relevancia, para explicar que los niños autistas no reconocen la intención de informar. Para esta autora, Los niños autistas quienes son capaces de responder a las tareas de falsa creencia de primer orden, son capaces de reconocer la intención informativa del hablante, pero no reconocen su intención comunicativa, ya que para reconocer ésta se necesita que los niños autistas lleven a cabo tareas de falsa creencia de segundo orden. Los resultados obtenidos por Happé (1993) no muestran diferencias entre los niños autistas que poseen una teoría de la mente y los que no la poseen, en su comprensión de la metáfora. Happé (1993), explica que los problemas de los niños autistas para comprender la metáfora están relacionados con su teoría de la mente y particularmente, con la habilidad para representar intenciones. Por su parte, Norbury (2005), considera que la comprensión de la metáfora requiere de representaciones semánticas que capturen la forma en la cual la comprensión de la metáfora se lleva a cabo. Esta autora, realizo un estudio en el cual midió las capacidades semánticas de niños autistas. Los hallazgos de Norbury (2005) muestran que una teoría de la mente capaz de responder tareas de falsa creencia de primer orden es necesaria para comprender las metáforas. Asimismo, los análisis que llevo a cabo muestran que tanto el conocimiento semántico como la teoría de la mente son necesarias en la comprensión de la metáfora. Estudio propuesto. Participantes: Se seleccionarán dos muestras de sujetos con el propósito de compararlas: una de ellas será de niños autistas, mientras que la otra lo será de niños normales. El tamaño de ambas muestras estará en relación con el conjunto de pruebas que se deseen aplicar. Asimismo, dado que la edad cronológica no es un buen predictor del tipo de tareas de falsa creencia que logran responder los niños autistas, se utilizará la edad mental de los sujetos como variable de contraste. La primera elección es utilizar una muestra grande con pocos instrumentos o bien utilizar una muestra pequeña pero con mayor número de evaluaciones de diferentes aspectos y poder correlacionarlos. Materiales: Se utilizará la prueba WISC-R estandarizada para México. Asimismo se utilizará el Test de las Miradas diseñado por Baron-Cohen. De igual manera, se utilizará una prueba que pueda valorar la ejecución semántica de los niños (por ejemplo, una lista de palabras). Dos series de dibujos, una que contenga una secuencia para que los niños organicen la secuencia de una historia de falsa creencia de primer y de segundo orden respectivamente. Una secuencia de dibujo adicional será utilizada para la representación de metáforas. Dicha secuencia estará conformada por dos conjuntos diferentes: mientras que uno muestra el significado literal de la metáfora el otro representa el sentido metafórico contenido en la frase. Procedimiento: Una vez seleccionada la muestra, en la primera sesión, a ambos grupos se les aplicará la prueba del WISC-R. En una sesión posterior, se les aplicará la Prueba de la Mirada y la prueba para valorar los patrones semánticos. En una tercera sesión se aplicará la prueba de falsa creencia. Y, por último, en una cuarta sesión se les aplicará el test de la metáfora. Con el objetivo de eliminar posibles efectos por la secuencia de aplicación de las diferentes pruebas, éstas serán aleatorizadas para su aplicación a los dos grupos de participantes. Tanto las tareas de la falsa creencia como la tarea de la metáfora, serán programadas en el programa SUPERLAB. Este software, por un lado, permite registrar los tiempos de reacción, y por el otro, permite aleatorizar los diferentes dibujos. Por medio de este programa, se les mostrarán a los niños una serie de dibujos que contendrán la secuencia de una falsa creencia de primer orden o de segundo orden, y se le pedirá al niño que las organice en una secuencia lógica de eventos. Mientras que en el caso de la prueba de la metáfora, el experimentador leerá al niño una metáfora mientras que en la pantalla de la computadora se mostrarán dos imágenes: una con la metáfora representada de forma literal, y la otra donde la frase será representada de forma metafórica. Hipótesis: 1) Happé (1993) planteaba que los niños autistas carecen de la intensión de informar (aspecto inherente a la teoría de la mente) y, por esta razón, ellos no logran comprender las metáforas. Sin embargo, en los resultados que este investigador presenta, se observa que ni los niños autistas que logran responder las tareas de falsa creencia de primer orden, ni quienes responden las de segundo orden, logran interpretar las metáforas. Por tanto, surge la pregunta de si las tareas de falsa creencia son un buen predictor para la comprensión de la metáfora. Además, entre otras cuestiones, Happé (1993) no utilizó ninguna prueba para valorar las “capacidades” de lenguaje de los participantes de su muestra. 1a) Con el fin de probar la hipótesis acerca de si las intenciones de comunicar forman parte de la teoría de la mente de los niños, se tomará como control una medida adicional de lenguaje, en este caso, de comprensión semántica. 1b) Por medio de estas mediciones también podremos corroborar la hipótesis planteada por Norbury (2005): es decir, que la comprensión de la metáfora está relacionada con el conocimiento semántico de los sujetos. 2) Tanto los estudios de Happé (1993) como lo estudios de Norbury (2005) muestran que a pesar de que los niños autistas logran procesar los símiles, fallan al procesar las metáforas. Dichos datos quizás indiquen que la diferencia radica en el procesamiento de la metáfora. Glucksberg (2004), por su parte, plantea que mientras que las metáforas mapean los atributos de un nivel supraordinado de la categorización, los símiles utilizan los atributos a nivel subordinado. Por está razón, si se diseña una prueba que valore el conocimiento semántico de los sujetos se podría valorar la comprensión que los niños tienen tanto de los atributos a nivel supraorinado como de los atributos de nivel subordinado. 3) Uno de los aspectos que las investigaciones (Happé, 1993; Norbury, 2005) antes mencionadas no controlan es el tipo de metáfora que se les presentan a los niños. Por ejemplo, podría ser que las metáforas que no implican emociones sean fácilmente comprendidas por los niños autistas, mientras que aquellas que implican emociones son más difíciles de comprender. Por tanto, si los niños autistas logran comprender las metáforas que implican emociones, esto significaría que la hipótesis de Glucksberg no tiene sustento; pero si los niños autistas no logran pasar la prueba de valoración semántica y no comprenden las metáforas, entonces la hipótesis de Glucksberg sería factible. Propuesta de análisis estadísticos: Inicialmente, se llevarán a cabo pruebas de análisis de varianza (ANOVA), teniendo como factor la edad mental, ya que la edad cronológica no es un buen predictor del funcionamiento cognitivo de los participantes autistas. Con el fin de analizar las hipótesis planteadas se llevarán a cabo análisis de contraste para ponderar los aspectos relevantes de cada una de las hipótesis planteadas. En un segundo análisis, el factor a ser considerado será si los niños autistas responden a las creencias de primer o de segundo orden y si las medidas obtenidas correlacionan con la ejecución de los sujetos en las pruebas de lenguaje y en su comprensión de las metáforas. Un análisis factorial se aplicará para observar la ponderación que cada uno de los aspectos medidos tiene sobre la comprensión de la metáfora. Por último, se analizarán las diferentes asociaciones que realizan los participantes del estudio en términos de un análisis de redes bayesianas para establecer las relaciones que son relevantes. Referencias Astington, J. W. (2001). The future of theory of mind research; understanding motivational states, the role of language, and real world consecuences. Child Development, 72, 685-687. Baron-Cohen, S. (2001). Theory of mind and autism: a review. Special Issue of the International. Review of Mental Retardation, 23(169). Baron-Cohen, S., Tager-Flusberg, H., Cohen, D., (1993). 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