Historia y Grafía ISSN: 1405-0927 [email protected] Departamento de Historia México Vergara Anderson, Luis El "largo siglo XX historiográfico", según Carlos Aguirre. Reseña de "La historiografía en el siglo xx. Historia e historiadores entre 1848 y ¿2025?" de Aguirre Rojas, Carlos Antonio Historia y Grafía, núm. 30, 2008, pp. 249-267 Departamento de Historia Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58922939011 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto El “largo siglo xx historiográfico”, según Carlos Aguirre Luis Vergara Anderson Departamento de Historia/uia Aguirre Rojas, Carlos Antonio. La historiografía en el siglo xx. Historia e historiadores entre 1848 y ¿2025?, Barcelona, Montesinos, 2004, 203 pp. C arlos Antonio Aguirre Rojas –quien acostumbra desplegar su nombre completo– cursó la licenciatura en Economía en la Universidad Nacional Autónoma de México en los años setenta y, allí mismo, la maestría en Historia Económica y el doctorado en Economía en los ochenta. (El lector algo avisado comprenderá las implicaciones ideológicas que implican estos datos. De hecho, el libro objeto de esta reseña acusa una acentuada orientación marxista de punta a punta). Complementó sus estudios con un posdoctorado en Historia en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en París, realizado a fines de los años ochenta, justo cuando se derrumbaba el muro de Berlín. Actualmente es investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México y profesor en la Escuela Nacional de Antropología e Historia del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ha publicado cerca de 30 libros, de los cuales muchos han sido traducidos y editados en lenguas distintas del español. Sus temas preferidos han sido los de la historia de la historiografía del siglo xx, la escuela de los Annales (y Historia y Grafía, UIA, núm. 30, 2008 en especial la obra de Fernand Braudel), la microhistoria italiana, la obra de Immanuel Wallerstein (con quien por mucho tiempo ya ha sostenido una muy fructífera relación) y su crítica al sistema mundial capitalista y, recientemente, las crisis que afectan a América Latina en conjunto y a Chiapas después de 1994. Fundó y dirige la revista Contrahistorias, de la que han aparecido ya nueve números con tirajes que oscilan entre los 3000 y los 5000 ejemplares. Al inicio del texto que ahora ocupa nuestra atención, Carlos Aguirre ha colocado el siguiente epígrafe (procedente de la obra póstuma de Marc Bloch, Apología para la historia u oficio de historiador, que hoy, a más de sesenta años de haberse escrito, no deja de causar una singular emoción en el estudioso de la historiografía que lo lee, así sea por tercera o cuarta vez): vieja bajo la forma embrionaria del relato, por mucho tiempo saturada de ficciones, y por mucho más tiempo atada a los acontecimientos más inmediatamente aprehensibles, [la historia] sigue siendo muy joven como empresa razonada de análisis. Porque ella se esfuerza para ser capaz de pensar más allá de los hechos superficiales, y para rechazar las seducciones de la leyenda y de la retórica, junto a los venenos, hoy todavía más peligrosos, de la rutina erudita y del empirismo disfrazado de sentido común. Y ella no ha superado aún, respecto de algunos de los problemas esenciales de su propio método, la etapa de los primeros intentos. El epígrafe anuncia ya la intención del autor, declarada explícitamente al inicio de la Introducción al libro: “Abordar el complejo tema de la historiografía del siglo xx, vista como una unidad global y analizada desde un punto de vista genuinamente crítico”. Y hay que decir desde ahora que Carlos Aguirre ha realizado un espléndido abordaje, efectivamente crítico, fruto de un exitoso esfuerzo “de pensar más allá de los hechos superficiales” y de “rechazar las seducciones de la leyenda y de la retórica, junto a los venenos […] de la rutina Aguirre, La historiografía en el ..., op. cit., p. 9. En adelante las páginas citadas de este libro se indicarán entre paréntesis a continuación de la cita. 250 / Reseñas erudita y del empirismo”. Casi todas las afirmaciones centrales de Aguirre en este libro pueden ser objeto de discusión, pero esto es uno de los grandes valores del libro: crea las condiciones que hacen posibles esas discusiones; se trata de una obra que, a la vez que informa, hace pensar y que, en definitiva, interpela al lector casi en cada página. El siglo xx historiográfico no se inicia por supuesto en 1901 ni concluye tampoco en el 2000. Siguiendo el ejemplo de Fernand Braudel –máxima figura de ese siglo historiográfico, a juicio de Aguirre– cuando se refiere al “largo siglo xvi” (200 años de duración: de 1450 a 1650), Aguirre habla del “largo siglo xx historiográfico”, cuyo inicio discierne en 1848, con el arranque del proyecto crítico del marxismo original, y cuya terminación no ha ocurrido aún, pues podría llegar a tener lugar dentro de 25 o 50 años. El texto se ubica cabalmente en lo que Aguirre nombra historia de la historiografía y con él ambiciona su autor superar el nivel de las “enumeraciones puramente descriptivas” de corte positivista que “banalizan frecuentemente la caracterización de los distintos autores y de sus obras más importantes, al reducirlas a etiquetas desgastadas y poco explicativas, y a clasificaciones simplistas y esquemáticas de los en verdad complejos periplos historiográficos recorridos por las distintas historiografías nacionales de todo el mundo” (p.12) Ha querido escribir, en primer lugar, una historia crítica y, más allá de eso, una que haga uso con provecho de los rendimientos logrados por la propia historiografía del siglo xx, y no sólo de ellos, sino también de los generados por la teoría literaria, la lingüística, la historia cultural, la filosofía, la sociología y las ciencias sociales en general. Se adivina ya que pretende una historia que “ubique […] obras y aportes de los historiadores en sus distintos contextos historiográficos, intelectuales, sociales, políticos y generales, con el objetivo de establecer periodizaciones […] a la vez que determina una clasificación comprensiva que establezca de modo claro y coherente las diversas tendencias, escuelas y corrientes” (pp. 13-4). Siguiendo a Walter Benjamin, declara que intentará explicar la época a través del autor y la obra, al tiempo que éstos se explican por la época. ¿Ha podido hacer esto en un libro de apenas unas 200 páginas? Nos parece que sí, al menos en un grado significativo. Uno Reseñas / 251 puede estar, es claro, de acuerdo o en desacuerdo con sus periodizaciones y clasificaciones, pero la lectura del libro lleva a afirmar que en efecto las ha elaborado de manera bien argumentada, clara y coherente, aunque –hay que decirlo– siempre desde una perspectiva marxista. Lo primero que hace Aguirre en el desarrollo de su programa es referirse a la crisis generalizada –total e irreversible– que a partir de 1968 se observa en el sistema de los saberes vigente desde 1870 y que ha propiciado, entre otras cosas, la discusión y la revisión a fondo de las premisas hasta ahora no explicadas de los modos de construir las distintas ciencias sociales, lo que obliga a “remontarse al examen de la relación más general que ha existido entre dichas ciencias sociales y su fundamento general último, es decir, el proyecto mismo de la modernidad burguesa capitalista” (p. 20). En esta línea de pensamiento, procede a continuación a situar la historiografía del siglo xx en un contexto de mayor amplitud: el de “la evolución y el carácter de los discursos históricos dentro de la más amplia línea evolutiva de lo que ha sido la modernidad capitalista todavía vigente” (p. 17). ¿Qué encuentra en esa “más amplia línea evolutiva”? Dos vertientes del discurso historiográfico moderno (burgués): la de las filosofías de la historia –las que otros autores denominan filosofías sustantivas o especulativas de la historia, o “Historias con hache mayúscula”– al modo de Vico, Condorcet, Herder, Kant y Hegel (con quien, a juicio de Aguirre, el género alcanza su culminación) y la de las historias empiristas y objetivistas, observables ya en Mabillon y consagradas en definitiva por el positivismo rankeano (que también alcanzan su culminación en el siglo xix, el “siglo de la historia” como consecuencia de la Revolución francesa que democratizó el acceso a los archivos). Ambas variantes comparten una característica fundamental que refleja la ideología de la moderna sociedad capitalista y que las distingue de toda la historiografía previa (de las sociedades precapitalistas), siempre local, específica y particular: universalismo abstracto y homogeneizador, antitético y desgarrado, que concibe a la historia humana como unidad, “como orgánica y verdadera historia universal” (p. 24), como historia de la humanidad, entendida siempre como un proceso. A decir de Aguirre, en la primera variante de los 252 / Reseñas discursos históricos de la modernidad capitalista, la correspondiente a las grandes filosofías de la historia, subyace como fundamento “el carácter universal abstracto de la lógica valor-capital en movimiento”, en tanto que el fundamento de la segunda, la de las historias objetivistas y empiristas, no es sino una de las consecuencias “de la propia actualización concreta de ese movimiento y acción del mismo capital: la del dominio limitado de la naturaleza a través del desarrollo y explotación productiva de la nueva ciencia experimental ” (p. 25). Es en ese contexto donde nace en la segunda mitad del siglo xix el marxismo, “crítica deconstructora de todos los discursos positivos de la modernidad burguesa” (p. 33) que significó el arranque del pensamiento crítico contemporáneo y, en la visión de Aguirre, del “largo siglo xx historiográfico”. Hasta aquí la Introducción y el primer capítulo, “El rol de la historiografía contemporánea dentro de los discursos históricos y los saberes sociales de la modernidad”, del libro objeto de esta reseña. Es en el segundo capítulo donde Aguirre nos presenta su propuesta de periodización de la historiografía que califica de “contemporánea” (y, en alguna ocasión, de “genuinamente contemporánea”): la de su largo siglo historiográfico que se inicia, como ya hemos dicho, en 1848. ¿Por qué precisamente en 1848? Se trata, ante todo, del año de las revoluciones europeas (la “primavera de las naciones”), pero también de la publicación del Manifiesto comunista, con lo que –a decir de Aguirre– se constituye una verdadera ciencia de la historia; se descubre, según la tan famosa expresión de Althusser, el “continente historia”. Pero dado el programa establecido por el propio Aguirre, ésta es la razón principal de elegir esa fecha, por lo demás reconocidamente “simbólica”: “Porque es a partir de esta […] fecha que […] los elementos que todavía hoy están vigentes dentro del paisaje historiográfico, han comenzado a definirse”(p. 44). La argumentación que El marxismo “marxista”, porque antes hubo el premarxista, cuando no antimarxista, del Marx humanista de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Por otra parte, Aguirre, en apoyo de su tesis, hace referencia a La ideología alemana, escrita por Marx en colaboración con F. Engels entre 1844 y 1845. Louis Althusser, La revolución teórica de Marx, tr. Marta Harnecker, México, Siglo xxi, 1971 (1965). Reseñas / 253 ofrece Aguirre en favor de la vigencia actual del marxismo en dicho paisaje (aún después de 1989) es, a nuestro juicio, incontrovertible: lista tres corrientes historiográficas inglesas de indiscutible prestigio explícitamente marxistas –las asociadas con las revistas Past and Present (Eric Hobsbawm), New Left Review (E.P. Thompson y Perry Anderson) y History Workshop (Raphael Samuel)–; a autores individuales declaradamente marxistas tales como Pierre Vilar e Immanuel Wallerstein (a quienes en una nota a pie de página califica de “marxistas-analistas” (pp. 49-50, nota 30), haciendo con ello referencia al hecho de que integran la perspectiva marxista con las orientaciones centrales de la corriente de Annales), y a los mejores representantes de la microstoria italiana: Carlo Ginzburg y Giovanni Levi, marxistas en sus orígenes. Lo que procede preguntarse, entonces, es si antes de 1848 no hubo desarrollos historiográficos que hayan aportado “elementos que todavía mantengan vigencia“. Volveremos sobre este asunto más adelante. Reproducimos a continuación los párrafos en que Aguirre describe de manera compacta y sintética (“con botas de siete leguas”) su periodización del itinerario de la historiografía contemporánea: resulta claro que dicho recorrido ha comenzado con una coyuntura o momento de ruptura fundacional, la coyuntura que va de 1848 a 1870, y que siendo una etapa también muy importante de la propia historia general de Europa, ha dado nacimiento al primer esbozo o intento sistemático y orgánico de fundar, a través del proyecto crítico del marxismo original, una verdadera ciencia de la historia. Una primera etapa o ciclo de la historiografía contemporánea, que será seguido por un segundo momento, el que, abarcando desde 1870 hasta 1929 aproximadamente, ha sido el momento de la constitución de una primera hegemonía historiográfica, que va a ubicar su centro de irradiación fundamental en el espacio germano parlante Aguirre añade una “prueba” más, a nuestro juicio poco convincente: las historias escritas en lo que –un tanto sorpresivamente– nombra “el pequeño siglo xx histórico” (1914/1917-1989)– en los países que en ese tiempo (o en algún segmento de él) formaron parte del mundo socialista. 254 / Reseñas de la Europa occidental, para llegar a funcionar como una suerte de “modelo” general para el conjunto de las restantes historiografías de Europa y del mundo de aquellos tiempos. Pero con la crisis terrible desatada dentro de la cultura germana por el trágico ascenso del nazismo, va a finalizar este segundo ciclo o momento de la historiografía reciente, dando paso a una tercera etapa, que estará caracterizada por la emergencia de una segunda hegemonía historiográfica, ahora ubicada, en términos generales, dentro del espacio del hexágono francés. Una segunda hegemonía o segundo modelo general historiográfico que ha servido de inspiración y de referente obligado para todos los ámbitos historiográficos de aquella época, para terminarse a su vez con esa profunda revolución cultural, de alcance planetario y de consecuencias civilizatorias mayores, que ha sido la revolución de 1968. Finalmente, y coronando todo este complejo recorrido de los estudios históricos contemporáneos, se ha desplegado una cuarta y última etapa, hija directa de las grandes y profundas transformaciones que 1968 ha traído en todos los mecanismos de la reproducción cultural de la vida social moderna, y en la cual no existe más ninguna hegemonía historiográfica, sino, por el contrario, una nueva e inédita situación de policentrismo en la innovación y en el descubrimiento de las nuevas líneas de progreso de la historiografía, situación que se prolonga hasta nuestros días. (pp. Xyz) En resumen, cuatro etapas sucesivas: 1) 1848-1870: nacimiento y primera afirmación del marxismo. 2) 1870-1929: primera hegemonía historiográfica, centrada en Alemania. 3) 1929-1968: segunda hegemonía historiográfica, centrada en Francia. 4) 1968-…: policentrismo historiográfico. Debe decirse que el manejo de las fechas de inicio y terminación de estas etapas –y, mucho más importante, de su significación– no es absolutamente consistente. La clausura de la coyuntura revolucionaria que dio nacimiento al marxismo, por ejemplo, tiene lugar –según Reseñas / 255 escribe Aguirre– con la derrota de la Comuna de París en 1870; por otra parte, 1929 no es el año en que el nazismo se hace del poder en Alemania y, en cambio, sí es el año fundacional de la escuela de Annales y del inicio de la gran depresión. La segunda etapa corresponde en realidad a las dos primeras generaciones de Annales. Para Aguirre la tercera de ellas (1968-1989) fue un episodio más bien triste: el de “la amorfa, ambigua y poco consistente ‘historia de las mentalidades’, historia que abordó […] problemáticas y temas históricos bastante banales e inesenciales […], que en ocasiones ha llegado hasta el idealismo abierto y confeso, como en la obra de Philippe Ariès” (pp. 178-9). Como habremos de volver a decir más adelante, la cuarta generación, en cambio, a su parecer representa “un verdadero esfuerzo de una historia otra vez materialista, y otra vez profundamente social de los fenómenos culturales” (p. 179). En todo esto hay ciertas ambigüedades: ¿la relevancia de 1929 se debe a que se trata del año fundacional de Annales, a acontecimientos político-económicos de gran envergadura y de consecuencias globales o a los dos factores en estrecha relación? ¿1968 marca el relevo de la segunda generación de Annales, la gran revolución cultural planetaria o –de nuevo– esos dos hechos en estrecha relación? (Otro tanto podríamos preguntarnos sobre 1870-1871 y aun sobre 1848, aunque aquí sí parecería estar implícita la afirmación del estrecho vínculo entre las revoluciones de aquel año y el surgimiento del marxismo). Como sea, las etapas son sucesivas, pero lo propio de cada una pervive en las que le siguen. Así, por ejemplo, de la historiografía positivista señala “que fue dominante en el periodo 1870-1930 […], que es más un tipo de historiografía estrictamente decimonónica, que sin embargo se ha sobrevivido a sí misma para integrarse como un componente absolutamente anacrónico pero aún presente dentro de la historiografía del siglo xx” (p. 61). Ya hemos tenido oportunidad de hablar de la pervivencia del marxismo y también de la escuela de Annales cuando hace un momento hicimos referencia a sus generacioLa misma segunda etapa algunas veces corre en el texto de 1870 a 1929 y otras de 1870 –¿1871?– a 1930. Nótense las correlaciones idealismo-decrepitud y materialismo-revigorización. 256 / Reseñas nes tercera y cuarta. Por lo demás, conviene decir que la escritura de la historia de corte positivista no es algo que se inicie después de 1870, sino que viene de mucho antes de 1848 y que sucede paralelamente al desarrollo del marxismo a lo largo del periodo 1848-1870. En el desarrollo del capítulo, cada una de las cuatro etapas es objeto de un comentario relativamente extenso. Con frecuencia encontramos en estos comentarios intuiciones novedosas que inducen al lector a ver con una mirada distinta la acostumbrada serie de hechos que tenía por ya bien conocidos. En muchas ocasiones la novedad se origina en el permanente esfuerzo de Aguirre para vincular lo relativo a la escritura de la historia en un momento determinado con lo que acontecía entonces en los ámbitos político, económico, social y cultural. Es con tristeza como renunciamos al intento de registrar aquí lo que a nuestro juicio es lo más importante de estos comentarios: las limitaciones de espacio nos lo impiden. Los siguientes dos capítulos del libro, “Los aportes del marxismo a la historiografía crítica del siglo xx” (3) y “Los efectos de 1968 sobre la historiografía occidental (4)”, se antojan un tanto independientes y monográficos en relación con los que los han antecedido y los dos que les seguirán. ¿Por qué precisamente estos dos episodios y no otros tales como el surgimiento o el desarrollo de Annales? ¿Porque de esto ya se informó en el segundo capítulo...? Sí, pero también de lo concerniente al marxismo y a 1968. ¿Por qué de esto se ha ocupado ya ampliamente en otros libros de su autoría? ¿Se trata, acaso, de textos escritos sin pensar inicialmente en el libro que reseñamos y después incorporados a él con ciertos ajustes y puentes? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que nos quedamos con la impresión de que si el libro hubiera saltado directamente del segundo al quinto capítulo hubiera producido, a nuestro juicio, un mejor efecto de unidad y de flujo de continuidad. Este comentario no ha de ser interpretado como una opinión negativa en cuanto al contenido de los capítulos tercero y cuarto, sino a la manera de incluirlos en el libro. Del capítulo relativo al marxismo recogemos aquí las siete lecciones que Aguirre deriva del marxismo original para la escritura de una historia que hoy día quisiera ser crítica. Es necesario: Reseñas / 257 1) Entender que la práctica historiográfica y sus resultados se encaminen a construir una ciencia de la historia que debería llegar a abarcar e integrar los ámbitos de todas las ciencias sociales. 2) Comprender la historia –temáticas y problemas abordados– como historia social que privilegia las fuerzas sociales y a los actores colectivos. 3) Escribir historia materialista, es decir historia que explique lo cultural, lo relativo a la conciencia, los imaginarios, los esquemas de sensibilidad colectiva, etcétera, en términos de las condiciones materiales en que todo ello se desenvuelve y sustenta. 4) Atender apropiadamente la relevancia fundamental que, en relación con los procesos sociales globales, tienen los hechos económicos. 5) Observar y luego explicar los fenómenos investigados “desde el punto de vista de la totalidad”. 6) Enfocar los problemas de la historia desde una perspectiva dialéctica. 7) Construir en todo momento una historia profundamente crítica, es decir formulada a contracorriente de los discursos dominantes, de los lugares comunes y de las interpretaciones simplistas consagradas. Al ser enunciadas así estas lecciones, han sido despojadas de toda la riqueza de las explicaciones y argumentaciones que nos ofrece Carlos Aguirre en torno a ellas y eso puede dar lugar a que el lector escéptico pregunte: “¿Esto es todo? ¿Qué hay aquí de nuevo?“ “¿Acaso todo esto no se encontraba superado hace ya mucho tiempo, ciertamente desde 1989?” Si así sucede, la culpa será nuestra y no de Aguirre. Más allá de eso, sin embargo, lo que Carlos Aguirre parecería estar diciéndonos es que no importa que haya algo nuevo en esas explicaciones y argumentaciones –lo nuevo, en todo caso, sería el contexto global posterior a 1968–, sino que aún deben y pueden considerarse vigentes; que no, no han sido superadas. No es una casualidad que la revista que Aguirre fundó y dirige se llame Contrahistorias, y el hecho de que sus números se editen con tiros de varios millares de 258 / Reseñas ejemplares que suelen agotarse parecería ser una prueba fehaciente de la actual factibilidad de su propuesta en favor de una escritura crítica de la historia. Por lo que concierne al cuarto capítulo del libro de Aguirre, el relativo a “ese gran acontecimiento-ruptura” (p. 105) que fue 1968 y sus efectos sobre la historiografía, haremos tan sólo tres comentarios. Primero: en realidad se trata de otra fecha simbólica más –un “punto de concentración”– que hace referencia desde a la gran Revolución Cultural china (1966) hasta el “otoño cliente” italiano (1969), pasando por la “primavera” de Praga, los movimientos estudiantiles en París y México, el “cordobazo” argentino y las protestas contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos. Segundo: a partir de 1968, las historiografías –al menos las del ámbito occidental– comienzan a hacerse cargo de nuevos temas que tienen en común pertenecer al ámbito de la historia cultural; surgen entonces la psicohistoria inglesa, la historia de las mentalidades francesa, la nueva historia intelectual estadounidense, la microhistoria italiana, la historia de la cultura popular británica y la Altagsgeschichte alemana, entre otras muchas corrientes. Tercero: desaparecen en los centros hegemónicos en materia historiográfica (como lo fueron primero Alemania y luego Francia) y surge un conjunto de vanguardias historiográficas coexistentes al mismo tiempo. Pero éste es ya el tema del siguiente capítulo del libro. En el quinto apartado, “La historiografía occidental hoy. Elementos para un balance global”, se recupera, como ya hemos dicho, el hilo argumentativo de alguna manera interrumpido al inicio del tercer capítulo. Se trata de uno de los más iluminadores de todo el libro: nos informa de lo que ya sabemos, pero que quizás no hemos organizado de una manera bien estructurada. Muy cerca del inicio del capítulo, Aguirre informa que el oficio del historiador “ha llegado a constituirse hoy en una actividad que da lugar a los más diversos y encontrados usos sociales” (pp. 133-4), lo cual pensamos nosotros que siempre ha sido así, aunque, es cierto, nunca como en nuestros tiempos. A la “vieja historia positivista decimonónica” no vacila en nombrarla “cadáver viviente” (p. 138) y encuentra en las otras corrientes historiográficas vigentes –las “vivas, las que dan lugar a verdaderas innovaciones”– cuatro rasgos comunes: Reseñas / 259 1) “Incorporación total, por múltiples vías, del presente dentro de la historia” ( p. 139). 2) Reconocimiento de las implicaciones de la historia como ciencia con efectos sociales. 3) Aceptación de la crisis y el agotamiento de la episteme que mantenía en parcelas separadas los diversos aspectos del conocimiento de lo social. 4) Florecimiento de la historia de la historiografía. Después de exponer estos cuatro rasgos (a los que, por supuesto, nosotros, al sólo enunciarlos, no hemos hecho justicia en manera alguna), procede a declarar que después de 1968 la práctica historiográfica ha carecido de un centro –nacional o lingüístico– hegemónico, para dar lugar a una situación de multipolaridad o policentrismo en que compiten varios polos fuertes, de los cuales Aguirre identifica cuatro: 1) Cuarta generación de Annales. 2) Historia socialista británica (de la que ya antes hemos tenido oportunidad de enumerar sus principales subcorrientes). 3) Microhistoria italiana. 4) Trabajo del grupo del Fernand Braudel Center, de la State University of New York, liderado por Immanuel Wallerstein. En adición a esos cuatro “polos fuertes”, Aguirre encuentra otros tres “emergentes”: la nueva historiografía rusa, la Neue Sozial Geschichte alemana y la nueva historia regional latinoamericana. El libro concluye –un tanto abruptamente; pues más allá de una elemental tabla de materias no hay ni índices ni bibliografías ni nada después del último punto final del cuerpo del texto– con un sexto y último capítulo consagrado a “Las lecciones de método de la historiografía occidental más contemporánea”. Las lecciones a las que alude este título –ocho– son las siguientes: 1) Se encuentra en proceso de construcción un nuevo modelo de historia cultural de lo social, derivado de la cuarta generación de Annales, que observa las prácticas culturales y sus productos como resultados de la actividad social (por lo que Aguirre 260 / Reseñas la califica de materialista) y que encuentra en Roger Chartier una figura emblemática. 2) Más estrechamente vinculada con la cuarta generación de Annales, se opera una reivindicación de una historia social diferente, orientada a “reconstruir, de nueva cuenta, la compleja dialéctica entre individuo y estructuras, o entre agentes sociales, sean individuales o colectivos, y los entramados o contextos sociales más amplios dentro de los cuales ellos despliegan su acción” (p. 180). 3) En las varias subcorrientes de la historia marxista y socialista británica, se opera un movimiento de “recuperación del conjunto de las clases populares y de los grupos de oprimidos dentro de la historia” (p. 182). 4) Hoy tiene lugar una reivindicación del concepto original de “economía moral de la multitud”, según el término propuesto por Edward P. Thompson, que, en opinión de Aguirre, proporciona una herramienta fecunda e interesante para la historia crítica de la lucha de clases y de los movimientos populares. 5) El análisis exhaustivo e intensivo del procedimiento microhistórico –“reducir la escala de análisis y tomar como objeto de estudio ese ‘lugar de experimentación’ que es la localidad, o el caso, o el individuo o el sector de clase elegido”– (p. 191) hace posibles tratamientos prácticamente acabados en materia de documentos, fuentes, testimonios…, como también en lo concerniente a sentidos de acciones, prácticas, relaciones, etcétera. 6) Es importante reconocer, cultivar y aplicar el paradigma indiciario tal como lo ha entendido Carlo Ginzburg. 7) “La unidad de análisis obligada para el examen de cualquier fenómeno, hecho o proceso acontecido durante los últimos Carlo Ginzburg, “Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales”, en Carlo Ginzburg, Mitos, emblemas, indicios, Barcelona, Gedisa, 1994 (“El más importante texto de metodología histórica escrito en los últimos treinta años”, a decir de Aguirre en op. cit., p. 193, nota 138). Reseñas / 261 cinco siglos es la unidad planetaria del sistema-mundo capitalista” (pp. 196-7) (como la entiende Immanuel Wallerstein). 8) Es necesario volver a pensar, de manera crítica, la forma en que se organizan los saberes humanos en general y, de manera particular, la episteme actualmente vigente en el conjunto de las llamadas ciencias sociales. Creemos que no es posible negar que en estos dos últimos capítulos del libro –como en todo él en realidad– Aguirre ha exhibido un marcado sesgo hacia lo que conviene a la promoción de una escritura crítica de la historia como él entiende tal concepto. Lo reconocemos, pero no se lo reprochamos. Más bien aplaudimos la consistencia del texto en este sentido y la congruencia entre el pensamiento del autor y su obra. Quien se vea incomodado por este sesgo quedará invitado por ello mismo a escribir otra historia de las prácticas historiográficas recientes. Escríbanse cuantas se escriban, jamás se agotará el tema. Eso sí, cualquier historia que se escriba se escribirá desde una perspectiva determinada –declarada o no, con conciencia del autor o sin ella– y, por lo tanto, tendrá su propio sesgo. Antes de concluir esta reseña es oportuno hacer un balance de lo que arroja nuestra lectura del libro reseñado. A nuestro juicio se trata de una obra recomendable tanto para historiadores formados como estudiantes. En conformidad con sus pretensiones declaradas, ofrece una interpretación coherente y crítica –y ya hemos visto lo que para Aguirre significa este adjetivo– de la historia de la historiografía que abarca aproximadamente los últimos 150 años. Se trata de una interpretación –que implica selecciones y exclusiones– realizada desde una perspectiva marxista a la que pueden oponerse otras realizadas desde puntos de vista distintos. Se trata de una exposición autorreferencial en el sentido de que en el libro se defiende la vigencia de la perspectiva desde la que se escribe y se aplican las lecciones enseñadas por ella. Por otra parte, en nuestra opinión el libro presenta varias limitaciones y aun deficiencias que nos sentimos obligados a referir. Más allá de un sumario listado de capítulos, carece de los índices de materias y autores que permitirían un manejo mucho más funcional. Es 262 / Reseñas excesivamente repetitivo: una misma idea puede aparecer expresada (a veces con las mismas palabras) varias veces en un capítulo o en varios de ellos. La lectura del libro sugiere, al menos a nosotros, una escritura un tanto precipitada que se hubiera beneficiado de un trabajo cuidadoso de revisión, supresión de repeticiones y, sobre todo, promoción de un mayor sentido de unidad. A este respecto recordamos ahora nuestros comentarios sobre los capítulos tercero y cuarto, en el sentido de que dan la impresión de haber sido preparados inicialmente con independencia del libro e incorporados posteriormente a él. Es muy posible que esto no haya sucedido en los hechos, pero en cualquier caso la impresión acusa alguna deficiencia en cuanto a unidad y continuidad en el flujo de la argumentación. En cuanto a las ideas expuestas (y las no expuestas), tenemos cuatro comentarios puntuales, que formulamos a manera de preguntas: a) ¿No habría convenido abandonar el intento de constituir un “largo siglo xx historiográfico ” e iniciar el relato desde el inicio de la “institucionalización” de la disciplina hacia fines del siglo xviii? (De alguna manera esto se hace en los hechos al comentar las tradiciones especulativas tipo Hegel y la positivista –o naturalista o cientificista– tipo Ranke). b) ¿No resulta excesivo descalificar la historia de las mentalidades (aun cuando se trabaje desde una perspectiva materialista-marxista)? ¿La calidad y el rigor apreciables en los trabajos de Philippe Ariès –pensamos en concreto en su El hombre ante la muerte– no los inmunizan (por así decirlo) contra una crítica en razón de su “idealismo”? Al escribir esto tenemos muy en cuenta la crítica formulada por Paul Ricœur al concepto de mentalidad en La memoria, la historia, el olvido, así como su valoración de la historia de las mentalidades y su propuesta-tesis de transformarla en una historia de las representaciones. Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, tr. Mauro Armiño, Madrid, Taurus, 1984 (1977). Paul Ricœur, La memoria, la historia, el olvido, tr. de Agustín Neira, Madrid, Trotta, 2003 (2000). Reseñas / 263 c) ¿No habría convenido un capítulo sobre la idea de la escritura de la historia en el mismo periodo, esto es durante la segunda mitad del siglo xix y todo el xx? d) ¿Acaso 1989 –fin de la Guerra Fría– no es una fecha “simbólica” tanto o más importante para la historia, para el pensar sobre ella y para la historiografía que 1968?10 Recordamos a este propósito cómo François Hartog11 ha mostrado que a partir de esa fecha el tiempo se vive en una especie de “presentificación” permanente12 y vuelven a escribirse filosofías especulativas de la historia, ahora con politólogos13 por autores, cuyo caso más conspicuo es el de Francis Fukuyama.14 (En el libro de Aguirre, el significado principal de 1989 es que marca el relevo entre la tercera y la cuarta generaciones de la escuela de Annales).15 Aguirre menciona un trabajo –que confesamos no haber leído– de Giovanni Arrighi, Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein, “1989, the Continuation of 1968”, en Review, vol. xv, núm. 2, 1992, cuyo título parecería sugerir que, en opinión de sus autores –y supondríamos de Aguirre mismo– 1989 es de alguna manera una consecuencia de 1968. 11 François Hartog, Regímenes de historicidad, tr. Norma Durán y Pablo Avilés, México, uia-Departamento de Historia, 2007 (2003). 12 Fenómeno que, referido a la historiografía, Aguirre ve como fruto de lo acontecido en 1968, aunque advierte que no se origina entonces y traza un itinerario al respecto que arranca en Marx y pasa por Marc Bloch, Walter Benjamin y Norbert Elias, entre otros (Aguirre, op. cit., pp. 113-5). 13 Aguirre sostiene que esto ocurre desde 1968. Ibid., p. 115. 14 Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre, tr. P. Elias, México, Planeta, 1992. 15 Después de nuestra primera lectura del libro tuvimos oportunidad de someter a la consideración de Carlos Aguirre las tres primeras de estas interrogantes y él amablemente nos hizo los siguientes comentarios al respecto (los cuales mucho agradecemos y apreciamos): “1. Pude haber comenzado con la Revolución francesa, que es también un parteaguas importante en la evolución de los estudios históricos contemporáneos. Pero en mi opinión, es mucho más importante el corte que representa el marxismo, pues es allí donde se establecen las raíces de la historia crítica, que es la que a mí me importa más subrayar y radiografiar... y es allí donde comienzan a coagular las perspectivas todavía vigentes, hoy mismo, en la historiografía mundial, desde el pernicioso positivismo, hasta ese horizonte de la historia crítica. 2. La historia de las mentalidades representó, creo yo, un abandono total de la historiografía crítica de Annales. Se volvió una historia 10 264 / Reseñas A fin de cuentas, nos quedamos con la siguiente impresión que engloba de alguna manera todas las demás: el de Carlos Aguirre es un libro de historia y también –probablemente sin haberlo pretendido su autor– un ejercicio reflexivo sobre la escritura de la historia (en este caso, además, de la historia de la historiografía), es decir un texto de teoría de la historia que constituye por sí mismo un ejemplo de lo que propone (y demuestra así la viabilidad de lo propuesto). Esto, en sí mismo, lo reviste de mucho interés para el teórico de la práctica historiográfica. Se trata, en definitiva, como sí lo pretendió su autor, de una historia crítica de la historiografía de los últimos 150 años. Es éste un libro valioso que mucho aporta en abundantes sentidos. No es un “gran libro”; antes bien, acaba siendo una especie de esbozo del que podría ser, es decir una historia crítica de la historiografía de los siglos xix y xx (los siglos de la práctica historiográfica institucionalizada) exhibida como expresión de los procesos y cambios “estructurales” de la sociedad.16 ¿Escrita necesariamente desde una perspectiva marxista? Pensamos que no por fuerza, ya que se puede ser un historiador auténticamente crítico –y, lo que quizás resulta más importante, autocrítico– sin adoptar aquélla; para nosotros el requisito esencial sería la historización de la propia práctica.17 No podemos, por supuesto, atribuir a Carlos Aguirre nuestro propio pensar sobre él; sí diremos ‘atrapalotodo’, como dicen los franceses, o un cajón de sastre, como dicen los españoles. Y pues es un renegar de las obras de Bloch y de Braudel (lo mejor que esos Annales nos han dado, en mi opinión); por eso es que creo que merece esas críticas tan duras y radicales. 3. El criterio de mi libro es el de revisar las corrientes historiográficas, no los temas o campos de la historia. Por eso no hay un capítulo sobre el cómo se ha pensado la historia, pues ése es un campo historiográfico donde confluyen mil corrientes, no una corriente en sí misma”. Comunicación personal de Carlos Aguirre a Luis Vergara del 8 de diciembre de 2007. 16 En el espíritu del sugerente título de un trabajo de François Dosse que Aguirre menciona en relación con los efectos de lo acontecido en 1968: “Mai 68: les effets de l’Histoire sur l’histoire”, en Cahiers de i’ihtp, núm. 11, París, abril de 1989 (trad. al español: “Mayo 68: los efectos de la historia sobre la historia”, en Sociológica, vol. 13, núm. 38, 1998). 17 Para comprender lo que entiende por “crítico”, Aguirre propone la lectura del ensayo de Bolívar Echeverría “Definición del discurso crítico”, en Bolívar Echeverría, El discurso crítico de Marx, México, Era, 1986 (Aguirre, op. cit., p. 101, nota a pie de p. 64). Reseñas / 265 que nuestra conjetura o hipótesis es que considerará lo que acabamos de escribir como manifestación de una postura burguesa y, tal vez, posmodernista.18 Por lo demás, nos parece que su libro es, por decirlo así, implícitamente reflexivo. En todo caso quisiéramos considerar nuestros comentarios sobre el libro –este valioso libro, lo repetimos con convicción– como una especie de invitación o sugerencia para que se sintiera emplazado a emprender desde una perspectiva latinoamericana la escritura del “gran libro” que hemos vislumbrado. Si no lo hace él, tarde o temprano lo hará otro, y si así sucede será muy posible que el libro de Aguirre que hemos reseñado haya servido de estímulo, sea para proceder en la dirección en que él ya ha andado, sea para proceder en otra a manera de reacción. Lo que en última instancia nos es dado decir es que Carlos Aguirre, convencido de que la escritura de la historia en general, y de la historia de la historiografía en particular, puede y debe aportar una contribución significativa, tal vez esencial, a la creación de un mundo mejor –éticamente hablando–, un mundo estructurado de un modo más justo, ha escrito una historia crítica de la historiografía implícitamente orientada a ello. Sean cuales sean nuestras propias posiciones teóricas, ese esfuerzo no puede menos que ser reconocido y valorado. ***** Carlos Aguirre es bastante bien conocido en el medio de los historiadores mexicanos, donde suele generar polémica. Es un tanto lamentable que las más de las veces ésta se refiera más a su persona Aguirre recomienda en una nota a pie de página la lectura de Paul Ricoeur, Tiempo y narración, 3 vols., México, Siglo xxi, 1995-1996, para conocer lo relativo al carácter narrativo del discurso histórico, pero advierte: “Sin embargo, es claro que estamos en contra de las derivaciones e interpretaciones posmodernas de este libro, y más en general de la exageración desmesurada y de la hipostatización de esa dimensión narrativa del trabajo histórico llevada a cabo por esas mismas posturas del posmodernismo en historia”. (p. 89, nota a pie de p. 54). Si esto escribe de Ricœur, a quien por lo general no se le considera posmodernista, ¿qué dirá de nosotros (que por lo demás no nos reconoceríamos cabalmente como posmodernistas)? No necesitamos preguntárnoslo; sabemos la respuesta. 18 266 / Reseñas que a su obra, la cual, consideramos nosotros, no ha recibido toda la atención ni suscitado toda la discusión que merece. Hemos tenido alguna oportunidad de tratarlo; hemos escuchado de él importantes críticas –descalificaciones, incluso– al tipo de trabajo que realizamos, pero formuladas siempre de manera abierta y franca. Por otra parte, en nuestro trato personal con él hemos encontrado siempre a una persona amable, atenta y bien dispuesta a ayudar desinteresadamente. Abrigamos la esperanza de que esta reseña estimule a los historiadores e investigadores a rencontrarse con su vasta, valiosa y siempre provocativa obra, y a los estudiantes de historia a acercarse a ella por vez primera. La lectura de La historiografía en el siglo xx. Historia e historiadores entre 1848 y ¿2025? puede ser una vía excelente para que tal expectativa se cumpla. Reseñas / 267