Un suceso en mi descanso Capítulo 1 Era un día como cualquier otro, yo estaba sentado en mi silla en el jardín delantero con mi pava y el mate, viendo lo mismo de todas las mañanas. El kiosco de la esquina estaba levantando sus persianas, mi vecina Josefa pasaba llevando a su nieto a la plaza, la señorita Carla paseaba a su perro por la vereda de enfrente, Juan Carlos venía a darme su saludo matutino mientras caminaba con su sombrero a cuadros. -¿Cómo le va Sr. Alberto? -Muy bien, Don Carlos, como todas las mañanas. ¿Quiere un mate? -No, muchas gracias, ya tomé con mi esposa Elisa allá en casa. Me imagino que usted irá al parque a jugar ajedrez con los muchachos del barrio, hoy es el torneo. ¿Recuerda? -¡Ah, tiene usted razón! Por poco me olvido del torneo en la plaza, es que ando olvidadizo últimamente ¿sabe? Desde que me jubilé hace ya 6 años estoy menos atento a algunas cosas. -Pero no se preocupe. Es la edad, a mí también me pasa. Bueno, lo dejo, seguiré caminando, hasta luego y que siga bien. -Adiós, Don Carlos. Tomé el último mate y junté las cosas. Al levantar la mirada observé que en la casa de enfrente estaba entrando un muchacho joven de unos 27 años junto al vendedor. Me quedé sentado viendo todos los movimientos, total no tenía nada más importante para hacer. Al salir los dos de la casa noté que el vendedor sonreía mucho, parecía haber vendido la casa después de tantos meses sin suerte. Lo que me extrañaba era la cara del joven, parecía sin vida, carecía completamente de expresión. Capítulo 2 Más tarde, en la plaza, mientras jugábamos al ajedrez con Pancho, Ignacio, Ricardo y Don Carlos hablábamos de lo que pasaba en el barrio. Según lo que decían, el kiosco iba a cerrar por falta de espacio, el perro de la Srta. Carla estaba agonizando y en unos días se nos iba a ir, la Sra. Josefa tenía problemas con el alcohol y el centro comunitario iba a cerrar sus puertas por falta de fondos que le debía pasar el gobierno y no lo hacía. -¡Que mal lo del centro comunitario! Muchas personas hacen actividades ahí. El año pasado, el equipo de vóley ganó el 2º premio en la Sudamericana. Alguien debería hacer algo.- Dije realmente preocupado. -En un momento sentí que todos me observaban como esperando algo de mí. -¿Qué pasa? ¿Qué me miran tanto? -Bueno la verdad es que esperábamos que vos pudieras hacer algo. Como sos ex comisario de la 10º… -Ni lo piensen muchachos, ya les dije que no tengo más autoridad ahí. Yo, ya no tengo nada que ver con eso.- Respondí sin dejar terminar a Ignacio. A la mañana siguiente me desperté, preparé el mate y salí al jardín delantero. -¿Cómo le va Sr. Alberto?- Me preguntó Don Carlos cuando pasaba por la puerta de mi casa mientras caminaba con su sombrero a cuadros. -Muy bien, Don Carlos, como todas las mañanas ¿quiere un mate? -No, muchas gracias, ya tomé con mi esposa. Todo era igual que siempre, lo mismo todo los días. Pero había algo distinto aquella vez. Y no tardé en darme cuenta que era el auto de nuestro nuevo vecino, y que estaba bajando las valijas y cajas completamente solo, no había señal de un familiar o amigo que lo ayudara. Y Don Carlos no tardó en pedirme que fuéramos a ayudarle. Le ofrecimos nuestra ayuda, pero él no la aceptó, pero Don Carlos no se podía quedar con los brazos cruzados cuando alguien necesita ayuda, y además es terco como una mula. Él le agarró una caja del auto y la empezó a cargar. El joven cuando lo vio, desesperado salió a sacársela de las manos; o por lo menos esa era su intención, porque la caja terminó en el suelo. Se abrió y cayó una agenda a los pies de Don Carlos, la levantó para secarla por el agua de la vereda y sin querer la abrió. Se la quedó mirando apenas unos segundos, y me sorprendió la expresión de su rostro, como de extrañeza y a la vez curiosidad. Pero el joven se la arrebató de las manos, levantó las cosas de la caja y se encerró en su nueva casa. Le pregunté por qué se había quedado mirando la página de la agenda, pero no me respondió, simplemente no me escuchó como si estuviera tratando de entender algo de lo que había visto. Él siguió su camino y yo crucé para entrar a mi casa. Capítulo 3 Esa noche fue una noche muy tranquila, más tranquila de lo normal, se sentía una calma profunda en el aire. Me dormí preocupado, cosa que no me pasaba desde que me jubilé. A la mañana siguiente, me levanté y fui a la cocina a preparar el mate, Salí al jardín delantero a esperar a mi amigo Don Carlos para que me explicara el suceso de ayer. Mientras lo esperaba observaba la casa de enfrente, seguía con las persianas bajas, y no había señal de ningún movimiento. Ya era la hora de entrar y todavía Don Carlos no había pasado por mi casa. En ese momento sonó el teléfono, era Ignacio, que llamaba para avisarme de la noticia: Juan Carlos había muerto de un paro respiratorio aquella noche. La noticia me dejó sin habla, corté y no supe hacer nada más que llorar por mi amigo. Esa misma noche salió la noticia por la televisión, y a la mañana siguiente en el diario. Las autoridades no encontraban el “porqué” de su paro respiratorio, Don Carlos tenía muy buena salud. Luego de unos días la autopsia demostró que había ingerido una clase de droga que paraliza el sistema respiratorio. Pero las autoridades no encontraban al culpable, un sospechoso era su esposa Elisa pero no tenía motivos, y no tenían pruebas de aquello. El caso era un misterio. Capítulo 4 No podía dormir tranquilo pensando que a mi amigo lo habían asesinado, que las autoridades no hacían nada y mucho menos pensando en que el culpable seguía suelto. Tenía que hacer algo. Había estado hablando con los muchachos del barrio, y les conté lo que había pasado el día de la mudanza. No me dijeron nada, no dieron su opinión; simplemente se quedaron callados con la cabeza baja. Pero con mi experiencia, sabía que pensaban lo mismo que yo, pero no querían acusar a nadie sin pruebas y quedar pegados con el caso y tener que dar explicaciones. Al ver la cobardía de mis compañeros sentí que me decepcionaban. Al quedarse sentados, mientras el culpable seguía riéndose de todos nosotros; era una ofensa innegable al nombre de nuestro amigo y colega. Ya no podía soportarlo mas, tenía que tomar las riendas de este caso, con el apoyo de la policía o sin él. En la comisaría no pasé ni del escritorio del secretario, ni siquiera con el privilegio de ser ex comisario. Era lógico, mi loca idea sin pruebas, sin testigos, sin buenos argumentos no podía hacer nada contra la ley escrita. Por eso me dirigí a mi casa para buscar mi vieja arma, y así muy improvisado crucé a la casa del desconocido sospechoso. Toqué la puerta. Nadie contestó. Volví a tocar con más impotencia pero ningún sonido se escuchaba detrás de esa puerta. Era desesperante, mi respiración se podía oír a kilómetros, mi corazón latía cada vez más fuerte. Fue entonces cuando escuché un golpe seco, como de algo duro que se había caído. Tomé mi arma y le disparé a la cerradura. Cuando entré todo estaba en calma, con muy poca luz. Alcancé a ver un frasco sobre la mesada de la cocina, no estaba etiquetado, y contenía cápsulas. Algo me dijo que estaba en la casa correcta si quería encontrar al asesino de Don Carlos. No había señal de vida en esa casa, un policía de la comisaría 10º creería que el sospechoso al oír los golpes y el disparo, por instinto se habría dado a la fuga por alguna ventana o por la puerta trasera. Pero él ya sabía que yo era el amigo de Juan Carlos, y como buen ex comisario no me iba a quedar con los brazos cruzados. Él tenía que deshacerse de cualquier sospecha, no podía quedarme quieto ni un segundo más, sabía que tarde o temprano iba a intentar eliminarme. En ese preciso momento sentí un dolor muy agudo en mi pantorrilla, me di vuelta y disparé hacia la nada ya que solo podía ver unos metros de distancia. Me oculté detrás de la pared, asomé lo justo y necesario de mi cabeza para mirar hacia la sala. No veía nada, y no había sentido los pasos en la escalera. En ese momento estaba a centímetros de mi asesino, solo separado por un cuarto de metro de ladrillo y cemento. Cuando ya no podía más de los nervios que me consumían, un suceso casi milagroso sucedió, que de no ser por eso no estaría hoy contándoles esta historia. Estábamos los dos allí, tan cerca que casi podíamos leernos la mente de tan concentrados que estábamos en lo que hacia el otro. Fue entonces que sonó el timbre. Alguien estaba detrás de la puerta, el sospechoso preguntó gritando quién era el que se presentaba a esas horas de la noche. La presencia detrás de la puerta era la policía, que buscaba a un sospechoso de tráfico de drogas y armas. La persona agresora negó tener algo que ver, o conocer a la persona involucrada, pero la policía ya lo tenía identificado como Diego Morales, y estaban preparados para proceder con fuerza bruta si no abría la puerta. En ese momento no pensaba en nada, simplemente dejaba que el destino escribiera la historia. Trabajo de redacción de un cuento policial. Escrito por Elena Adradas 2ºE