Logos Año 2 Nº5 3/16/05 5:55 AM Page 6 λογος ´ Beethoven Y EL ROMANTICISMO En el arte en general, las reglas y formas rígidas establecidas por el clasicismo restringían el lenguaje expresivo y hacían imposible plasmar fielmente emociones y sentimientos en la obra. El romanticismo surge en el siglo XIX como proclama de libertad, a partir del acto revolucionario de crear nuevas reglas y formas artísticas. En la música en particular, esta ruptura puede encarnarse en la figura de un hombre: Ludwig Van Beethoven. Para quebrar las normas primero hay que conocerlas, para deformar hay que saber cómo son las formas. Ludwig van Beethoven no sólo conocía las estrictas reglas del clacisismo, además se había suscripto a ellas en su juventud. Pero hubo otro factor sin el cual le habría sido virtualmente imposible trascender los límites de la Ilustración: la intrincada personalidad del músico. Esculpido por golpes como la muerte de su madre y el aislamiento social debido a la sordera, el carácter introspectivo y particularmente sensible de Beethoven, sumado a su profunda conexión con la naturaleza, jugó un papel clave en el paso al romanticismo. El iluminismo alemán (Aüfklarung) sentaba sus bases en la razón, buscaba una comprensión crítica, analítica y científica de la realidad, y a su vez reconocía las limitaciones que esto implicaba. Pero hubo un movimiento, el Strum und Drang (tormenta e ímpetu), que no se conformó con esto y afirmó que se podía ir más allá a través de la experiencia mística y la fe. Johann Wolfgang von Goethe y Friedrich von Schiller pertenecieron a este grupo pre-romántico. El romanticismo propiamente dicho llegó más lejos aún: negó los límites y consideró a la razón infinita, alegando la existencia de una unidad entre la conciencia humana y la totalidad de las cosas. Este recorrido puede leerse en las composiciones de Beethoven. Gracias a su formación clásica, principalmente a cargo de Franz Joseph Haydn, sus primeras obras (1794-1800) son protocolares, aunque pueden percibirse ciertas licencias originales del autor. En un segundo período (1801-1814) comienza a notarse una emotividad que se escapa de lo clásico y, finalmente (1814 hasta su muerte, en 1827), el músico logra una expresión sin precedentes cuando puede dejar atrás la rigidez normativa. Los maestros clásicos Tanto Haydn como Wolfgang Amadeus Mozart fueron fuente de inspiración para Beethoven, especialmente en su primera etapa, y por ambos sentía al mismo tiempo una profunda admiración y un fuerte sentido de competencia. En 1787, Beethoven estudió durante un breve tiempo con Mozart. Al morir el maestro, su música se convirtió en la predilecta de Viena y logró mayor fama de la que había alcanzado en vida. Era al mismo tiempo el mayor oponente y el modelo a seguir por Beethoven. A pesar de ser (junto con Mozart) uno de los dos creadores de más renombre de la historia escrita en pentagrama, en 1792, recién llegado a Viena, el joven Ludwig de 22 años era reconocido como compositor sólo por ser discípulo de Haydn. Éste, que lo había invitado a estudiar con él, pronto se sintió amenazado por el talento del muchacho, a tal punto que le pidió que se designara públicamente como "alumno de Haydn". Beethoven se negó y las relaciones durante los dos años de lecciones continuaron siendo tensas. Luego se limitaron al intercambio de opiniones profesionales. La osadía del ser romántico Algunas composiciones de Haydn y Mozart del tipo Strum und Drang seguramente están más cargadas de furia y pasión que la Primera Sinfonía de Beethoven, pero no eran las más populares en Viena. Fue por eso que para el público de fin de siglo XVIII esta obra resultó revolucionaria: planteaba la música no como adorno social, sino como un arte de emociones desbordantes. La Sinfonía N° 1 en Do mayor tiene la peculiaridad de comenzar, por primera vez en la historia de la música, con una disonancia (un sonido inquieto, inestable, tenso) además de la paradoja de no empezar en Do mayor sino en Fa mayor. Los oídos contemporáneos perciben en estos tecnicismos un punto de inflexión en la evolución de la múisica europea. Años más tarde, en lo que identificamos como el segundo período de Beethoven, composiciones como laTercera Sinfonía y el Cuarto Concierto hacen que por contraste la Primera parezca conservadora. En aquél tiempo los conciertos para piano solían ser absolutamente exhibicionistas, a tal punto que la música se escribía pensando en lucir las habilidades del intérprete más que en la expresión artística. El Cuarto Concierto comienza, como no se había hecho nunca antes, con el piano solo, pero, sin embargo, el lugar del pianista es modesto; se privilegia, en cambio, la exaltación de los sentimientos que se transmiten al oyente. En un primer momento, Beethoven tituló Bonaparte a su Tercera Sinfonía y la dedi- 6 Más salud Beethoven, 1987 Andy Warhol có a Napoleón. Pero cuando éste se autocoronó emperador el músico rompió la página de la dedicatoria, indignado. Acerca de Napoleón dijo: "Es una lástima que yo no comprenda tan bien el arte de la guerra como comprendo el arte de la música. ¡En ese caso, yo lo conquistaría a él!". La obra, que con su Marcha Fúnebre da el último pésame al estilo clásico, pasó a llamarse Heroica. "El desarrollo de la música sinfónica del siglo XIX se puede rastrear hasta la Heroica más que a cualquier otra obra, y les llevó a los compositores más de un siglo agotar su trascendencia", explica el musicólogo Jonathan Kramer. Esta trascendencia viene dada por la fuerza y el vigor de la composición, necesarias para equiparar la personalidad de quien la inspiró. Más allá de los sentimientos cambiantes de Beethoven por Napoleón a lo largo de su vida, más allá del carácter del conquistador francés y de la identificación que el compositor pudo haber sentido con él, el magnífico resultado, fervoroso, apasionado, marca el inicio de una nueva era. Canto a la libertad La idea de escribir música para la Oda a la Alegría de Schiller rondaba la cabeza de Beethoven desde 1792. Ya había compuesto una obertura para el Egmont de Goethe en 1811, en la que reflejaba el espíritu de libertad política propio de esa pieza literaria. Goethe y Schiller habían sido influenciados por la Revolución Francesa, en dos sentidos: por un lado, porque afectaba a toda la humanidad; por otro, porque buscaba la libertad. La Oda de Schiller, que trata de la hermandad de todos los hombres, se llamó en un primer momento Oda a la Libertad, pero la censura lo obligó a cambiar el nombre. Beethoven le otorga un nuevo significado al ubicarla luego de tres movimientos que describen con magnífica tortuosidad y sátira demoníaca los pesares de la vida. La fraternidad llega para liberar a la humanidad de estos males; el coro canta a una misma voz la alegría de haber superado el dolor. El paso de la música instrumental a un final coral en una sinfonía era algo que nadie había imaginado posible. Y a Beethoven no le resultó nada fácil. Su amigo Anton Schindler cuenta: "Cuando llegó el desarrollo del cuarto movimiento, empezó allí una lucha tal como pocas veces se ha visto. El objetivo era encontrar una manera apropiada de introducir la Oda de Schiller. Un día, al entrar en la habitación, Beethoven exclamó: '¡Lo tengo, lo tengo!'. Me mostró su cuaderno de notas con las palabras: '¡Cantemos la canción del inmortal Schiller!', después de lo cual un solo de voz comenzó directamente el himno a la alegría". Las voces humanas quiebran los límites y se convierten en instrumentos, el hombre se funde en un todo con la música. La naturaleza, entendida como totalidad, abarca tanto a los sonidos como a la razón que se vuelve infinita al fusionarse con lo absoluto ■