Introducción - Editorial Terracota

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Introducción
Muy pocos tienen noticia de la visita de José Alfredo
Jiménez a Chiapas en 1972, meses antes de su muerte.
Tenía cuarenta y seis años. Se tiene una idea vaga del
suceso y sólo en Villa de Acala pudieron obtenerse datos más precisos de ese acontecimiento verificado entre
el 31 de enero y el 3 de febrero de aquel año, durante
una gira en la que intervinieron también otros artistas
menos conocidos o que se hallaban en el comienzo de
sus carreras, como Paquita la del Barrio.
Escribir sobre este evento tan apartado en el
tiempo y en la geografía mexicana implica retos y dificultades en ocasiones insalvables, pues no existen documentos al respecto, libros, periódicos de la época ni
tampoco registros radiofónicos. Por ello, este libro quisiera dejar constancia de esa memoria, siempre falible
y en ocasiones contradictoria, dejar por escrito el testimonio de lo que ayer fue para que lo sepan los lectores,
no sólo de hoy, sino también de más tarde.
Observar la obra de José Alfredo significa formar
parte de la polémica —iniciada desde los años treinta
del siglo xx con la publicación de El perfil del hombre y la
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cultura en México, de Samuel Ramos— acerca de lo que
caracteriza al mexicano, lo diferencia y une con el resto de los hombres. La estética del autor de “La noche
de mi mal” y su conocimiento conducen a respuestas
como las que han propuesto el propio Samuel Ramos,
Octavio Paz, Carlos Fuentes, Santiago Ramírez, Roger
Bartra y Rodolfo Usigli, entre muchos otros, como el
grupo Hiperión de los años cincuenta.
Los mexicanos continúan reconociéndose en las
canciones de José Alfredo porque consigue revelar los
sentimientos soterrados, ocultos pero vivos, mediante
recursos literarios y musicales que lo hacen único en
la expresión estética en lengua española. El compositor escribe sobre las heridas, las soledades, las angustias
fundamentales, y constituye un manantial poético cuya
voz ha rebasado el territorio mexicano.
Al ocuparse de un momento de su vida transcurrido en Chiapas, se intenta hacer una pequeña contribución al conocimiento de uno de los símbolos de México;
al mismo tiempo, se quiere llamar la atención sobre la
investidura adquirida por el poblado que lo recibió en
1972: José Alfredo resignificó el lugar, a tal punto que
se puede afirmar que hubo un Acala antes y existe otro
Acala después de su presencia en la región.
De esta suerte, al proyecto lo guían los siguientes
propósitos:
1. Aportar un conjunto de datos, hasta ahora desconocidos, de la biografía del compositor y
cantante guanajuatense, sobre un fragmento de
su biografía en el estado de Chiapas.
2. Observar cómo los habitantes de la zona se
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El hijo del pueblo
José Alfredo Jiménez Sandoval nació el 19 de enero de
1926 en Dolores Hidalgo. Huérfano de padre a los 10
años, fue a vivir con su tía Refugio a la calle Ciprés de la
colonia Santa María la Ribera, en la ciudad de México,
a donde lo alcanzarían su madre y sus tres hermanos.
En el mismo barrio, abrieron una tienda de abarrotes
que no tuvo éxito, y volvieron a Guanajuato cuando su
hermano Ignacio encontró trabajo en la refinería de Salamanca, pero José Alfredo insistió en quedarse y continuar en su afán de ser compositor.
Se dice que en esos años, cuando iba a la primaria
del Colegio Franco Inglés, recién llegado a la capital de
la República, se hizo amigo de Jorge Gabilondo Patiño,
hijo de otro gran artista, Francisco Gabilondo Soler,
Cri-Cri, con quien se iba de pinta al bosque de Chapultepec porque ambos soñaban con ser toreros y asistían a
los entrenamientos de los aspirantes a la tauromaquia.
Después trabajó sucesivamente de vendedor de
zapatos —algo frecuente en los guanajuatenses, ya que
en su lugar de origen se fabrican los mejores zapatos de
México—, de cajero y de mesero en un restaurante yu15
cateco de las calles de San Cosme, La Sirena. Al respecto, Paloma Jiménez Gálvez contó que su padre se inició
como cajero en el restaurante, pero después solicitó su
cambio a don Mateo Ponce, el dueño del negocio, porque se dio cuenta de que a los meseros les iba mejor con
las propinas.1
Mientras tanto, José Alfredo componía y cantaba;
era mesero pero no dejaba de intentar que sus canciones se grabaran.2 Una y otra vez se acercó a la xew con
la esperanza de que alguna de las celebridades que él
admiraba, alguien como Jorge Negrete, Pedro Infante,
Pedro Vargas o Miguel Aceves Mejía, llegara un día a
grabar al menos una de sus canciones.
Un pasaje interesante en aquellos años de la vida
del compositor lo conforma su experiencia deportiva.
Era portero y tenía el apodo de “el Cuervo”. Es un lugar
común escuchar que formó parte de las filas del equipo
Oviedo y que se incorporó después al Marte, de la PriEntrevista con Paloma y José Alfredo Jiménez Gálvez verificada el
12 de septiembre de 2008. Paloma heredó la inclinación literaria de
su padre y ha hecho estudios formales hasta concluir un posgrado en
letras. Al mismo tiempo, fundó la Casa Museo José Alfredo Jiménez
en Dolores Hidalgo, la cual funciona a partir de 2008. Cuenta ésta
con nueve salas que muestran la evolución de la vida y de la obra del
genial autor. Fue inaugurada, también en septiembre de 2008, por la
esposa de José Alfredo, Paloma Gálvez, y por sus hijos, José Alfredo
y Paloma.
2
Es muy conocida una grabación del artista ataviado de mesero, ya
en sus años de fama: va y viene sonriendo y llevando una charola
llena de platos y vasos a las mesas de un restaurante, como en sus
tiempos juveniles, algo semejante a las fotografías en que se ve a un
Pedro Infante consagrado ante su sillón de peluquero. Ambos parecen dar el mensaje de sentirse orgullosos de su estirpe popular.
1
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Testimonios
Presentación
Villa de Acala fue el lugar donde José Alfredo Jiménez
protagonizó esta historia, breve pero intensa y permanente en la memoria de los lugareños. Todo surgió de
la curiosidad por saber qué ocurrió realmente, ya que
existían distintas versiones, como la del señor Manuel
Burguete Chavarría, habitante de Tuxtla Gutiérrez,
nuestro primer informante.
Fuera de Acala, en diferentes partes de Chiapas,
se comenta la presencia del compositor; casi siempre se
trata de refundiciones llenas de fantasías. La opinión generalizada se acerca mucho a lo dicho por don Manuel
Burguete, es decir, se repite lo que se escuchó alguna
vez y se adereza con un poco de imaginación propia: algunos aseguran haber visto al compositor caminar “bien
borracho” por las calles, yendo de cantina en cantina,
para al final de la parranda ir a cenar al negocio de tacos
de la tía Rosita. Algún otro dijo que a diario veía a José
Alfredo curándose la cruda en los puestos del mercado
de Terán, y otro que se le murió un hermoso caballo en
el mismísimo centro de Tuxtla Gutiérrez.
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Como es de esperarse, los habitantes de Villa de
Acala cuentan con una información mucho más veraz
de los acontecimientos, que vivieron directamente.
Tanto don Yocundo Ruiz Molina como la señora Esther
de la Cruz Velásquez, viuda de Jorge Coello Rosales,
nos proporcionaron las principales pistas y rutas, que
recorrimos para obtener los testimonios que afectuosamente nos proporcionaron los pobladores e hicieron
posible este trabajo.
Manuel Burguete Chavarría
Hace tiempo, José Alfredo Jiménez llegó a Chiapas. Estaba contratado para actuar en Acala en dos funciones,
una noche una y al otro día la otra. Hizo amigos. Ahí
se sintió tan gusto que decidió quedarse. Estuvo como
tres meses. Los hombres del pueblo dejaron de trabajar
para andar con él: lo acompañaban al lienzo charro y
a las palapas, a funciones particulares. Iban a las cantinas, a los ranchos, a los burdeles, andaban por todas
partes. Las mujeres se pusieron molestas porque ya sus
maridos nomás bolos se la pasaban,1 hasta que por fin
un día vinieron unas personas de México por él y se lo
llevaron casi a la fuerza, porque allá tenía compromisos
muy importantes que cumplir. Los acaleños lo querían
tanto que le regalaron un rancho con todo y su casita,
sus árboles frutales, ya sembradito, y hasta con caballos,
con ganado y todo.
Yocundo Ruiz Molina
Mi compadre Jorge Coello Rosales llegó a la Feria de
1
En Chiapas, bolo significa borracho.
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cateco de las calles de San Cosme, La Sirena. Al respecto, Paloma Jiménez Gálvez contó que su padre se inició
como cajero en el restaurante, pero después solicitó su
cambio a don Mateo Ponce, el dueño del negocio, porque se dio cuenta de que a los meseros les iba mejor con
las propinas.1
Mientras tanto, José Alfredo componía y cantaba;
era mesero pero no dejaba de intentar que sus canciones se grabaran.2 Una y otra vez se acercó a la xew con
la esperanza de que alguna de las celebridades que él
admiraba, alguien como Jorge Negrete, Pedro Infante,
Pedro Vargas o Miguel Aceves Mejía, llegara un día a
grabar al menos una de sus canciones.
Un pasaje interesante en aquellos años de la vida
del compositor lo conforma su experiencia deportiva.
Era portero y tenía el apodo de “el Cuervo”. Es un lugar
común escuchar que formó parte de las filas del equipo
Oviedo y que se incorporó después al Marte, de la PriEntrevista con Paloma y José Alfredo Jiménez Gálvez verificada el
12 de septiembre de 2008. Paloma heredó la inclinación literaria de
su padre y ha hecho estudios formales hasta concluir un posgrado en
letras. Al mismo tiempo, fundó la Casa Museo José Alfredo Jiménez
en Dolores Hidalgo, la cual funciona a partir de 2008. Cuenta ésta
con nueve salas que muestran la evolución de la vida y de la obra del
genial autor. Fue inaugurada, también en septiembre de 2008, por la
esposa de José Alfredo, Paloma Gálvez, y por sus hijos, José Alfredo
y Paloma.
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Es muy conocida una grabación del artista ataviado de mesero, ya
en sus años de fama: va y viene sonriendo y llevando una charola
llena de platos y vasos a las mesas de un restaurante, como en sus
tiempos juveniles, algo semejante a las fotografías en que se ve a un
Pedro Infante consagrado ante su sillón de peluquero. Ambos parecen dar el mensaje de sentirse orgullosos de su estirpe popular.
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El arte literario de José Alfredo Jiménez
El barrio más humilde
José Alfredo Jiménez expresa la vertiente profunda de un
gran sector de la población mexicana. Los temas de sus
canciones parten de su identificación con las clases más
humildes. En “La que se fue” y en “El hijo del pueblo”,
así como en su canción de despedida, “Gracias”, se observa claramente una liga afectiva con los paisanos que
han transitado los caminos más ingratos de la pobreza.
Curiosamente, el rock & roll y las canciones de
José Alfredo marchan por vías paralelas que se entrecruzan: mientras el primero tuvo su inspiración en los
jóvenes, en su idea de una sociedad menos convencional
y anquilosada, más libre, en el caso de José Alfredo, el
humus del que brotó su canto fue la reivindicación de los
humildes, llenos de penurias y angustias y sin embargo herederos de un heroico pasado: “descendiente de
Cuauhtémoc, / mexicano por fortuna”: una heroicidad
digna de ser reivindicada y aun reverenciada. Se trata de
un arte urbano de inspiración rural,1 que surge durante
1
A mitad de los años cincuenta, en el apogeo de sus canciones, sus
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los años en que se exhibían películas como Rebelde sin
causa y estaban en su apogeo el mambo, el chachachá,
las Big Bands, con ritmos que preludian el rock. Eran los
inicios de la televisión y José Alfredo, mientras tanto,
proyectaba una imagen rural como telón de fondo, con
su aire duro, de reto y estoicismo característicos.
Ciudad frente a provincia, riqueza frente a pobreza, el compositor de Dolores Hidalgo se inclina por
los campesinos y por los proletarios: la vileza no habita
en los humildes, sino en las altas esferas sociales, donde el poder corruptor del dinero convierte a sus miembros en hipócritas, falsos, convenencieros y finalmente
infelices, rodeados de mujeres cuyo “cariño comprado
ni sabe querernos ni puede ser fiel”. Por el contrario,
los desposeídos se muestran sin falsedades y llenos de
ilusiones. José Alfredo comparte con ellos el dolor, las
desgracias y las carencias, con el orgullo de asumir ese
intérpretes se presentan ataviados con estilizados trajes campiranos
de charro y de adelita, en extraña convivencia con la vanguardia musical que daba inicio por aquellos años, entronizada por Elvis Presley,
sus chamarras de cuerpo y su copete con vaselina. 1956 se da como
el año de inicio del rock en México, haciendo un contraste muy significativo con la imagen tradicional de José Alfredo Jiménez: por un
lado está el conservadurismo de los valores tradicionales y el folklore;
por otro, la juventud en busca de un horizonte cultural que encontró
su modelo en la nueva música estadounidense. Cfr. Jorge Alberto
Manrique (2000: 945), “El proceso de las artes (1910-1970)”, en Historia general de México, y también Federico Rubli (2007): Estremécete
y rueda: loco por el rock & roll. Un relato de la historia del rock en México
correspondiente al periodo 1956-1976, México, Chapa Ediciones.
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Era el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) con su sesgo
sobrio, conservador, como oposición a los excesos alemanistas de
modernización, corrupción y frivolidad.
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