Hacia una Política de Pleno Empleo en México * Dra. Eugenia Correa Posgrado de la Facultad de Economía, UNAM “Pero es obvio que la mano de obra, la tierra y el dinero no son mercancías…de acuerdo con una definición empírica de una mercancía. El trabajo es sólo otro nombre para una actividad humana que va unida a la vida misma, la que a su vez se produce no para la venta sino por razones enteramente diferentes; ni puede separarse esa actividad del resto de la vida, almacenarse o movilizarse.” (Polanyi, 1944/2007: 122-­‐123) Introducción La economía política ha insistido por muchos años y desde diferentes perspectivas que el trabajo no es una mercancía, o al menos no una mercancía como otras. (Marx, 1867/1997) Keynes, 1936/1992; Polanyi, 1944/2007; Minsky, 1986/2008; Parguez, 2000) Como señala Polanyi en el epígrafe, el trabajo es parte de la vida misma, es una actividad humana inseparable de la vida. Sin embargo, en el capitalismo una fracción de las actividades de la vida de los seres humanos se vende por un salario y ello lo convierte en empleo. Ese fragmento de la vida convertido en empleo pone en marcha la producción capitalista. Muchos otros fragmentos de las actividades humanas, tan útiles al bienestar, no tienen ese estatus pues no son contratadas ni se recibe un salario por ellas. Los bienes y servicios que se producen en esas actividades no tienen mercado, ni producen una ganancia. En efecto, esa fracción de la actividad humana convertida en trabajo asalariado es fundamental para la existencia misma del capitalismo, por mucho que, como ahora a consecuencia de la gran crisis, muchas empresas están reduciendo el número de sus trabajadores empleados, así como su inversión y expectativas de crecimiento. Más aún, desde mucho tiempo atrás sabemos que el capitalismo en su funcionamiento normal produce desigualdad y desempleo. Estos fueron señalados por Keynes como los dos grandes defectos del sistema capitalista. (Keynes, 1936/1992; Dodd, 2007) * Una primera versión de este trabajo se presentó en el 2º Coloquio Internacional “Opciones frente a la Crisis Global: Estrategias para un Desarrollo Sustentable”. Red Globalización Financiera y Desarrollo Sustentable, Posgrado de la Facultad de Economía, 26 y 27 de Marzo 2012. La desigualdad en sus muy diferentes expresiones económicas, sociales y políticas puede alcanzar niveles intolerables que obstaculizan una y otra vez la expansión capitalista. En efecto, ésta se encuentra en el centro de las grandes crisis financieras como la de los años treinta o como la actual. (Galbraith, 2012) Por su parte, el desempleo, además de las graves consecuencias económicas, tiene también repercusiones sobre cada una de sus víctimas, de sus familias y comunidades. Asimismo tiene efectos sobre toda la vida social de las ciudades, de los países e incluso en nuestros días tiene un carácter global. En este trabajo se parte de la premisa de que muchas de las actividades humanas no incluidas como empleo son soporte fundamental para la vida misma. El reconocerlas e incorporarlas como parte fundamental para la reproducción de la vida puede ser una vía para enfrentar la enorme contradicción que representa un sistema económico incapaz de incorporar al empleo a todos los seres humanos. Inclusive su integración a la producción de bienes y servicios fuera del espacio económico del capital (puesto que no producen una rentabilidad de manera directa) es también trascendental para incorporar parte de la vida de las personas a la actividad económica. Esto requiere ciertamente primero visibilizar todas esas actividades humanas necesarias para la vida, especialmente aquellas que en nuestras época tiene sentido socializar, aunque no necesariamente convertir en mercancías. En ese sentido, algunos de los estudios de economía con enfoque de género han podido avanzar en descifrar e incluso hacen parte de las propuestas que eventualmente se efectúan desde esa perspectiva de análisis. Para ello, primero se hace una breve lectura de las consecuencias del capitalismo global, desregulado y liberalizado sobre el mundo del empleo. Queda pendiente enfrentar el desafío de entender dicho proceso sobre el trabajo de una manera más integral. Posteriormente, se expone la paradoja que representa la elevada capacidad de producción alcanzada hasta nuestros días, frente a la creciente pobreza y dilapidación de capacidades humanas expresadas en el creciente desempleo. Finalmente, se trata de hacer una propuesta para avanzar hacia una política de pleno empleo. El cambiante mundo del trabajo En el curso de más de cuatro décadas el capitalismo ha tenido profundas transformaciones sociales, económicas, tecnológicas y productivas, políticas e institucionales. Hobsbawm (1998:13) incluso observa una aceleración del tiempo histórico, en el cual, “…la destrucción del pasado o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente, sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en que viven.” A su vez, la creciente inestabilidad de la época de la liberalización económica y la desregulación financiera se ha acompañado de una fragmentación social e institucional, especialmente de aquellas que contribuyen a dirimir las múltiples relaciones capital-­‐trabajo. La mayor liberalización en los años 90s fue llevada a cabo en el llamado “mercado” de trabajo. El propio Banco de Pagos Internacionales señala que “…la integración de las economías de Mercado emergentes en los procesos productivos internacionales ha duplicado la oferta efectiva de factor trabajo en la economía mundial.” (BIS 2006, 32) Son varios hechos que desencadenaron este aumento acelerado en la oferta de la fuerza de trabajo. En primer lugar, la caída del bloque socialista que implicó la oferta masiva de fuerza de trabajo que antes no generaba ni renta ni excedente distribuido tan directamente en el mercado capitalista. En segundo lugar, la deslocalización de la producción hacia países en desarrollo que agrega directamente fuerza laboral calificada y sin calificación a la producción de los grandes conglomerados en expansión transnacional. Además de que también agrega presiones para el descenso de los salarios en los países desarrollados y la deslocalización hacia China que agrega una enorme oferta laboral con bajos salarios. En tercer lugar, las enormes corrientes migratorias del sur al norte que han expandido en muy pocos años la disponibilidad laboral en el mundo desarrollado. Sobre este último punto el BIS (2006, 33) ofrece la siguiente estimación: “En Estados Unidos, por ejemplo, donde la oferta de trabajo masculina creció un 11% entre 1980 y 2000 a causa de la inmigración, de manera que se estima que ésta ha aminorado el ritmo de crecimiento de los salarios en 3 puntos porcentuales”. La presencia de una masiva oferta laboral producida así por la globalización, la caída del mundo socialista y la deslocalización de la producción constituyen una de las mayores fuerzas de transformación del capitalismo en crisis. Produciendo cambios estructurales profundos en la distribución de la producción, la ocupación y el empleo, en los salarios y las ganancias. En el caso de las mayores economías, se puede observar una caída constante de los costos laborales unitarios y de los salarios nominales, así como de la participación de los salarios en el ingreso nacional. Por su parte, las ganancias y las rentas financieras aumentan notablemente en la década de los noventa y vuelven a recuperar su tendencia después de cada crisis: Aunque durante la actual crisis aún no puede afirmarse para el caso de muchas actividades. El descenso de los salarios y el aumento en la productividad aunque eleva la ganancia no ha significado una correspondiente dinámica de la inversión y del empleo. Por el contrario se observa un acelerado aumento del desempleo y subempleo. La fuerza de trabajo mundial en 2011 se estima en 3.3 mil millones de personas, 38% en la agricultura, 22% en la industria y 40% en los servicios. Por otro lado, 200 millones están desempleados, a lo que podría agregarse unos 40 millones de trabajadores que salieron de la fuerza de trabajo desde el inicio de la crisis. Aún así, la tasa global de desempleo no ha descendido desde el inicio de la crisis. Se estima que actualmente uno de cada 3 trabajadores está desempleado o es pobre. Unos 900 millones de trabajadores, casi un 25% de la fuerza de trabajo, viven con menos de dos dólares diarios. (International Labour Office, 2012) El 90% de la fuerza de trabajo se encuentra concentrada en 50 países (considerando a la Unión Europea como un solo bloque). En los países avanzados se desempeña menos del 16% de la fuerza laboral mundial. Un indicador indirecto de la enorme transformación en el mundo del empleo es la incorporación de nueva fuerza de trabajo a la acumulación capitalista, producto de la profunda apertura de fronteras al capital extranjero y a la caída del mundo socialista. De manera que diversas fuentes afirman que la fuerza laboral bajo el régimen capitalista se duplicó en el curso de unos cuantos años. Sin incluir a China, solamente por la incorporación de los países ex socialistas y los países del Asia emergente, la fuerza de trabajo se duplicó. Sin embargo con ello no se busca desestimar la crucial incorporación parcial de la fuerza de trabajo de China al mercado global en el curso de los últimos 20 años ha sido. Aún más importante es el enorme potencial regulador de la reserva mundial laboral que este país ejerce en la formación de salarios y de ganancias. La inestabilidad económica y fragmentación institucional han cambiado el mundo del trabajo y del trabajo asalariado. (Sennett, 2006:10) Este autor resume estos profundos cambios en tres órdenes de ideas: 1) La inestabilidad laboral. Las relaciones laborales son de corto plazo. Flexibilidad, subcontratación, trabajo por hora. Las empresas y los puestos de trabajo aparecen y desaparecen. Prevalece la incertidumbre y se convierte en algo normal que se incorpora a la vida cotidiana. A diferencia del trabajo que otorga una identidad, una inserción y reconocimiento social, ahora las personas debe improvisar el curso de su vida, con escasa conciencia de si mismo. El sentido mismo del trabajo para toda la vida que desarrolla una red de confianza mutua entre los trabajadores y que permitía concebir una trayectoria de vida desaparece. Ahora prevalecen carencias de lealtad y baja confianza entre los trabajadores así como un desconocimiento de las empresas e instituciones donde trabajan. 2) La obsolescencia de talentos, un constante cambio en las capacidades y habilidades que las empresas demandan. Las personas más o menos calificadas deben reciclarse varias veces en la vida ya que las habilidades son de corta duración. Toda la organización del trabajo y de la producción está combatiendo sistemáticamente el ideal y la realidad del trabajo artesanal. Además, la propia rapidez de la obsolescencia de las habilidades y calificaciones de los trabajadores relega todo aquel aprendizaje para la realización de una actividad bien hecha. 3) Más aún, los trabajadores deben renunciar a su propio pasado, a su experiencia pasada, como un consumidor que abandona un modelo anterior por el nuevo modelo. 4) La flexibilidad de los trabajadores no es únicamente externa, entrando y saliendo del empleo y de los empleos más diversos, sino que también pueden ser intercambiables dentro de la misma empresa. 5) El deterioro de las empresas también ha implicado un acelerado deterioro de las relaciones laborales, una precarización laboral y una degradación del ambiente laboral. Los trabajadores pierden su compromiso con la empresa o con la institución donde trabajan pues estas tampoco consiguen romper las condiciones de inestabilidad y la incertidumbre. De acuerdo con Sennett (2000: 30) “A lo largo de la mayor parte de la historia humana, la gente ha aceptado que la vida cambia de repente por culpa de las guerras, las hambrunas y las catástrofes, y también que, para sobrevivir hay que improvisar. En 1940, nuestros padres y abuelos estaban desbordados por la angustia, tras haber resistido el desastre de la Gran Depresión y hacer frente a la sombría perspectiva de una guerra mundial… Lo que hoy tiene de particular la incertidumbre es que existe sin la amenaza de un desastre histórico y en cambio, está integrada en las prácticas cotidianas de un capitalismo vigoroso…” Estado y Economía La participación del Estado en la economía es un fenómeno característico de la historia de muchas culturas, sociedades y sistemas políticos. Las formas, alcances y objetivos de dicha intervención han sido diversos. Las estructuras estatales fueron emergiendo conjuntamente con la expansión económica y la dinámica de la división social del trabajo. Esto a su vez fue creando una jerarquía y diferenciando grupos e intereses en la sociedad. Así, el Estado surge y se desarrolla asumiendo un poder organizador, unificador, consensual y coercitivo, que se expresa también y principalmente en las actividades económicas de formas y con objetivos diversos que van variando a lo largo de la historia. La aparición y desarrollo del capitalismo implica la concurrencia del Estado, de su continua intervención, asumiendo un papel determinante en la reproducción del sistema. Así, por ejemplo, Kaplan (1994:30-­‐34) señala que: “El capitalismo no se instaura, no se reproduce ni se desarrolla, no organiza la dominación, exclusivamente a partir de sus propias fuerzas y a través de sus mecanismos inherentes. Ello ha requerido por el contrario la permanente presencia y la activa intervención del Estado”. Aún antes de Keynes (1936/1992), asi como también muchos otros autores como Galbraith (1958/2004) Kaplan (1994), se estableció que el sistema capitalista no es capaz de desarrollarse y, menos aún de superar sus crisis, solamente con la acción de las empresas y del capital privado. La intervención del Estado en la economía no es un proceso que pueda extinguirse o anularse por voluntad o por la “selección” de un modelo económico. Sus funciones y objetivos han cambiado a lo largo de la historia, pero dicha intervención es parte indisoluble e indispensable en la dinámica del sistema. El capital individual y las empresas por si solas, aún los grandes conglomerados en el curso de la lucha competitiva, no pueden sustituir las funciones del Estado mismas que son también una condición de su existencia. Con el desarrollo capitalista, el Estado además de atenuar y regular los conflictos, garantiza el orden público, enfrenta el ciclo económico, asume la producción directa de bienes y servicios y la socialización parcial de la reproducción de la fuerza de trabajo. El Estado protege a la empresa doméstica frente a la competencia externa y fija parámetros y límites en el desarrollo de conflictos y negociaciones intercapitalistas. En los últimos años, con el desarrollo de la tercera revolución industrial y la internacionalización de la producción y del capital especulativo bajo el control de corporaciones transnacionales, se produce una elevada concentración del poder político. A su vez, la liberalización y desregulación económica y financiera avanza hacia la configuración de fuerzas económicas y políticas globales. Aún así, el Estado no tiende a ser sustituido o anulado, a perder sentido o a superarse. Por el contrario, se va constituyendo un proceso de integración jerárquico, asimétricamente interdependiente bajo un sistema de dominación mundial. Por un lado hay países desarrollados-­‐centrales y dominantes y por el otro, países en desarrollo, periféricos y dominados. La concentración del poder y brecha económica y social reproduce las condiciones de creciente asimetría, en donde un conjunto de países básicamente no tienen capacidad de adoptar políticas internas para sus propios intereses. Tampoco pueden considerar su propia política exterior y eventualmente ejercer influencia y dominación sobre otros países. Ante estas situaciones y las crecientes contradicciones y crisis hacen indispensable un continuo incremento de la intervención del Estado en la economía. (Kaplan, 1994) Sin embargo, las sucesivas crisis económicas y financieras han venido modificando las modalidades y objetivos de la intervención del Estado. Ello se acompaña de una ideología fuertemente mercantil e individualista que propugna por el desmantelamiento de casi todas las formas de intervención estatal. Esto incluye la desaparición del sector público de la economía, las aceleradas privatizaciones y la regulación del mercado sobre las condiciones generales de subsistencia de los trabajadores. Aún así, incluso con la liquidación completa de todas las fórmulas de producción directa de bienes y servicios y la extinción de todas las funciones del Estado-­‐benefactor, el Estado mantiene y transforma sus funciones. En América Latina las empresas transnacionales, las autoridades financieras internacionales y las autoridades financieras de las potencias actúan cada vez más como centros de poder externos a la región. Toman decisiones que los Estados latinoamericanos deben acatar en sus estrategias y programas de gobierno. Especialmente importantes son la decisiones relativas a la emisión monetaria y al gasto público que son dos de los principales renglones de políticas públicas y de autonomía de gestión gubernamental que quedan sujetos a las imposiciones de los programas de auteridad recurrentes en cada crisis financiera. La pérdida de soberanía fiscal y monetaria coloca a los Estados latinoamericanos en debilidad frente a los grupos dominantes en tanto que las restricciones fiscales y monetarias frenan la expansión de su rentabilidad y sus patrimonios. (Correa, 2005) En América Latina el curso de las reformas estructurales y de las políticas de austeridad impuestas han reducido en diferentes momentos el gasto público, excepto para el pago de intereses de la deuda. Con ello el Estado perdió una parte de su capacidad de cumplir con sus funciones generales para la reproducción capitalista, tanto del capital doméstico como de la fuerza de trabajo, y redujo su capacidad endógena de crecimiento. Trabajo, Corporaciones y Estado Uno de los ámbitos más importantes de participación del Estado en el economía es precisamente la reproducción de la fuerza de trabajo. Se trata de buscar garantizar la disponibilidad suficiente y de calidad de la fuerza de trabajo. Este rol del Estado ha sido desarticulado y profundamente cuestionado en las crisis económicas y financieras, especialmente en la actual crisis global. No se trata solamente del desmantelamiento del llamado Estado-­‐benefactor o Estado de bienestar, sino de todo el sistema estatal de conservación y reproducción de la fuerza de trabajo. Además, también se ha reducido la capacidad de los gobiernos de impartición de justicia y de garantizar la seguridad nacional y los derechos humanos fundamentales. A lo anterior se suma al desmantelamiento de las prestaciones laborales, la intensificación de la jornada laboral, la reducción de los salarios y prestaciones, la flexibilización laboral y la degradación de todo el ambiente laboral. Todo ello cuestiona los lazos de solidaridad, identidad comunitaria y configuración de valores, modelos de vida y visión de futuro. La economía capitalista implica una creciente internacionalización de la producción, comercio y finanzas. Su continuidad está fundada justamente en la capacidad expansiva del Estado capitalista y con ello en todo el contexto cultural, ideológico y eurooccidental moderno en el que se origina. Al mismo tiempo, la expansión mundial capitalista se caracteriza por la polarización económica y se corresponde en la política, por la contraposición de Estados fuertes y débiles. La integración internacional es jerárquica, polarizada y marginalizante entre países y al interior de éstos. Sin embargo, la internacionalización no supone la extinción del Estado, o su sustitución, en la medida en que las empresas y el mercado no generan, en el curso de sus propios conflictos competitivos, formas mecánicas y espontáneas de dominación. De ahí que la globalización redefine las funciones del Estado, debilitando muchas de ellas, doblegando la soberanía de muchos de ellos, pero finalmente sin anular la naturaleza jerárquica y polarizadora de las relaciones internacionales. El Estado influye y penetra en la sociedad y en la economía. Este a su vez es influido y penetrado por los actores y fuerzas sociales y políticas que están inmersas en una dinámica de transformación. La globalización abarca fuerzas y procesos que operan mundialmente. Las corporaciones transnacionales, incluyendo las financieras y bancos globales, tienen un papel decisivo en el proceso de integración mundial, en la producción mundial, en la rentabilidad económica y su distribución. Por ello mismo son un factor decisivo en la concentración del poder mundial. Se trata de corporaciones y bancos globales que son demasiado grandes y poderosos para dejarse gobernar completamente por un Estado nacional pero que al mismo tiempo son básicamente nacionales en su origen. Esto inclusive cuando sus intereses traspazan fronteras nacionales. Su comportamiento y sus fines tienen referentes nacionales específicos y su poder se ve acrecentado por el de sus naciones y por los instrumentos y mecanismos de poder de sus Estados nacionales. Las corporaciones transnacionales crean su propio espacio económico tecnológico y, en alguna medida financiero por encima de fronteras nacionales. Estas llegan a influir y hasta dominar Estados en las naciones donde se expanden. Por ejemplo, en los países periféricos ha se ha producido una especialización (reforzando la división internacional del trabajo), descapitalización (transfiriendo excedente) y una subordinación (respaldo político diplomático y entrelazamiento con grupos nacionales). (Kaplan, 2002) La transformación del mundo económico destruye parte de las capacidades productivas, y en el curso del dominio corporativo global (territorial, de mercado, económico y político) concentra la producción y la riqueza. De ahí, las crecientes limitaciones para la formación de proyectos y a la vez la existencia de la conciencia y expresión de intereses de grupos subalternos. Los procesos de esta integración mundial ha venido imponiendo un paradigma de desarrollo imitativo y repetitivo que alcanza una casi plena justificación ideológica, que al incrementar la heterogeneidad y la segmentación social, concita una creciente inestabilidad social y política y una reducción de la legitimidad y del consenso. Asimismo se ve que se multiplican las tensiones y conflictos, se paraliza y desestructura el mundo institucional que dirimía la confrontación social, y se pone nuevamente a la orden del día "soluciones" autoritarias o neofascistas. Al mismo tiempo se conforma un poder externo a muchos Estados entre países desarrollados y en desarrollo. Este se encuentra constituido por Estados y conglomerados de algunos países desarrollados e instituciones financieras internacionales, que toman decisiones fundamentales económicas, sociales y políticas. Mientras que los grupos dominantes en muchos Estados encuentran crecientes dificultades para su reproducción, existe división y enfrentamiento que incapacita a las clases subalternas de imponer un proyecto o una alternativa hegemónica. La liberalización económica y la desregulación financiera afectan la soberanía estatal-­‐nacional, lo que significa una reducción sustancial de la soberanía monetaria y fiscal. Transfiriendo parte de estas capacidades de decisión a los mercados financieros mundiales donde domina el conglomerado financiero, con este alto mando de autoridades y organismos financieros. El mercado financiero conglomerado plantea un problema de gobernabilidad tanto a los países periféricos como también a los avanzados. Las economías liberalizadas no responden a las políticas económicas. Los propios acontecimientos económicos rebasan ampliamente las explicaciones convencionales sugeridas. Estos se desenvuelven en medio de incertidumbre con olas de inestabilidad y crisis económicas y financieras. De manera que este capitalismo conglomerado presenta tendencias a la inestabilidad, a la incertidumbre, a la dislocación y desequilibrios. Todo ello con un Estado afectado en su autonomía y en su eficacia y con un gobierno debilitado en sus capacidades de regulación y control. Así, conforme el capitalismo de nuestros días empuja a la destrucción de partes de la actividad económica de los Estados, a dominación de las corporaciones en la producción, en el consumo y en la creación del mundo económico mantiene esta tendencia expansiva. La amplia y diversificada producción de bienes y servicios privados parece querer sostener una reducción constante de la producción de los bienes y servicios públicos. Ello sin duda estará alcanzando sus límites, bien sea a través de la tendencia a la reducción de la producción de bienes y servicios privados (depresión económica) o bien a través de una acrecentada producción de bienes y servicios públicos de carácter civil o militar. Este funcionamiento del capitalismo liberalizado y desregulado produce precisamente esta tendencia a la formación de consumidores creados a través de la publicidad y la emulación. Un camino de recuperación de la capacidad de los Estados nacionales para la gestión y desarrollo del sistema capitalista tiene que pasar por la transformación de su papel para garantizar las condiciones de reproducción de los trabajadores y más en general, de la vida humana y de la tierra. Es en este punto donde precisamente puede plantearse una de las ideas económicas fundamentales de John K. Galbraith quien señala que: “Otorgamos una profunda importancia al hecho de que algunas industrias progresan. Pero casi no concedemos importancia al hecho de que otras no lo hacen…Los inventos que no se producen, como los niños que no nacen, son echados de menos pocas veces” (JKG,1958-­‐2004: 129) Hacia Políticas de Pleno Empleo “Social justice and individual liberty demand interventions to create an economy of opportunity in which everyone, except the severely handicapped, earns his or her way through the exchange of income for work. Full employment is a social as well as an economic good.” Minsky (1986: 10) La producción de bienes y servicios fuera del mercado capitalista, los productos de la actividad humana que crean bienestar y desarrollo para las familias y las comunidades, no tiene un reconocimiento en el mercado como producción de mercancías y de ganancias. Más aún, la producción de bienes y servicios que son resultado de los inventos y necesidades que aún no contemplamos sumidos en la realidad de la publicidad y de la emulación corporativa. Todo ello forma un espacio para la ampliación de las capacidades productivas humanas de innovación y de desarrollo. Incluso, el recuperar e innovar en la generación de bienes y servicios públicos, creando condiciones de consumo universal abre espacios de crecimiento de la productividad y del empleo, aunque no se correspondan con las condiciones de rentabilidad que ahora imponen las corporaciones globales. Es en ese sentido que en el capitalismo contemporáneo se pueden admitir las políticas de pleno empleo. No se trata de una utopía más allá de lo que en su momento significó el estado de bienestar en la Alemania de Bismark. Podría ser incluso aún mucho menor, si se considera que en nuestros días, por ejemplo, la capacidad de generación de alimentos rebasa por mucho las necesidades de alimentación de todos los habitantes del planeta. El sentido social, pero también productivo y de generación de ganancias podría ser aún mayor. A esto se agregan las razones éticas y humanitarias que hacen insoportable la idea del enorme desperdicio humano que se esta realizando ahora. De otra manera, pero también de formal actual Sennett (2006:31) recuerda que “La razón práctica de Bismark para engrosar las instituciones era la pacificación, era para evitar la lucha al darle a cada uno su lugar. La justificación política y social de una burocracia voluminosa es, pues, más la inclusión que la eficacia.” En México, como en otras partes del mundo, no existe un político o un programa que no incluya entre sus objetivos la creación de empleo. De hecho casi cualquier política gubernamental es defendida por su capacidad de crear empleo, aunque ello no resiste ni la menor prueba. Más aún, políticas tan diversas como liberalización comercial o proteccionismo se defienden como creadores de empleo, aunque eventualmente la realidad se encargue de ponerles en su verdadero lugar. De ahí la importancia de políticas públicas relativas a la generación y estabilización del empleo. Un programa amplio de Pleno Empleo, más no como la línea del horizonte hacia la que debemos avanzar, pero nunca llegamos. Debe hacerse efectivo el derecho al trabajo consagrado en la Constitución, como una obligación del gobierno federal. Es por lo tanto necesario crear un Sistema Nacional de Empleo Público que permita sostener una oferta ilimitada de empleo para los diferentes niveles de calificación laboral que permita formar una base permanente de oferta de empleo en campos fundamentales en los que las empresas privadas no pueden participar debido a sus criterios de rentabilidad. Se propone crear empleos públicos generadores de riqueza a través de la producción de bienes y servicios que contribuyan a frenar el crecimiento de la pobreza y a incrementar el nivel de consumo de bienes y servicios públicos. La creación de un Sistema Nacional de Empleo Público implica reconocer que el sector privado no es capaz de generar una amplia oferta de empleo y, por tanto, alcanzar el pleno empleo requiere la promoción a través de políticas públicas directas. Esto no solamente de manera contra-­‐cíclica, como en otras ocasiones en el pasado se ha hecho sino también como una fórmula que permita la creación de bienes y servicios públicos indispensables para incrementar la productividad social del trabajo y para elevar de manera general el nivel de bienestar de la población. Un Sistema Nacional de Empleo Público permitiría: 1.Crear una oferta ocupacional y flujos de salarios que frenen el crecimiento de la pobreza. 2. Elevar y mantener un nivel de demanda agregada con un impacto multiplicador en la economía y en las finanzas públicas. 3. Avanzar aceleradamente en la investigación científica y tecnológica para la transformación productiva nacional. 4. Producir bienes y servicios indispensables para elevar el bienestar social, muchos de los cuales no se producen en el sector privado en buena medida porque algunos o no se pueden producir de forma rentable. 5. Acrecentar la cultura del trabajo asalariado como una base sustantiva para la elevación de la productividad social. 6. Frenar la emigración ilegal que tanto ha drenado al país de muchos de sus ciudadanos más productivos. Con un Sistema Nacional de Empleo Público el país apenas iniciaría una trayectoria para recuperar las bases del crecimiento sostenido y reducción de la pobreza. Además, éste contribuiría a frenar la emigración ilegal hacia los Estados Unidos. En ese sentido, se podrían encontrar fórmulas de cooperación con organizaciones sociales, con los gobiernos estatales, y con el gobierno federal de ese país, para que se posibilite su consecución. Su impacto en el incremento de la productividad social podrá empezar a sentirse casi de inmediato. Esto no es necesariamente inflacionario en la medida en que su operación se traduzce en una creciente oferta interna de bienes y servicios. Aunque los primeros años podría tener mayores costos, podría insumir un déficit en las finanzas públicas de entre 4 a 5 puntos porcentuales del PIB. Cabe agregar que su operación requiere una administración transparente y regulada asi como de una supervisión bien desarrollada. Su dirección hacia la ocupación en la producción de bienes y servicios en aquellos campos no atendidos o desarrollados por el sector privado plantea la cuestión del paradigma de desarrollo y de consumo. Al convertir al Estado en obligado de proveer una oferta laboral, también cuestiona su unidirecciónalidad hacia la oferta de trabajo del más bajo nivel de calificación y remuneración. Debido a la dispersión regional productiva y salarial que hay en México, este Sistema Nacional de Empleo Público puede avanzarse por etapas. Ello no debiera de afectar el objetivo del pleno empleo. Referencias Banco de Pagos Internacionales (2006) Informe Anual, www.bis.org Bliek, Jean-­‐Gabriel y A. 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