Ya habían pasado quince años desde aquel fatídico 16 de marzo de

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Ya habían pasado quince años desde aquel fatídico 16 de marzo de 1244 en que el castillo de
Montsegur, el lugar sagrado de los cátaros, había caído y sus ocupantes condenados a la hoguera
situada en la falda de la montaña.
Todavía resonaba en la mente de Mateu Bernat los trágicos sucesos, pero también los
maravillosos momentos vividos con su amiga Esclarmonde de Foix, los paseos por los preciosos
paisajes que rodeaban el castillo, las meditaciones y numerosas experiencias místicas que habían
vivido juntos. Esclarmonde era para él su amiga, su confidente, su gran amor. Un amor
profundamente espiritual. Ahora sin ella, viviendo escondido en las cuevas por temor a ser
descubierto por los inquisidores enviados por el arzobispo Pierre Amiel y el gran inquisidor
Ferrier, sentía que los misterios y la enseñanza que hacía que los cátaros tuvieran la seguridad de
ser los herederos del santo Grial estaba llegando a su fin. La opresión era cada vez más fuerte.
Numerosos hermanos en la fe habían muerto ya: Casagran, Constantí, Monet, Perera, Rodés,
Serralta, Truquet, Llosa, Hermitá, entre otros. Todos ellos le habían enseñado, y juntos habían
compartido muchas cosas. Pero, sin duda, la persona a la que más recordaba era Esclarmonde...
Esclarmonde... Monde... Monde... Su voz resonaba como un eco. Poco a poco comenzó a dar
forma a una idea en su mente. Él tenía una misión. Era absolutamente necesario dejar constancia
de todos los conocimientos que había
aprendido. Tenía que dejar a la posteridad un testimonio de una filosofía y una forma de vida,
incluso de una sociedad, la de los cátaros. Intuía que dentro de muy poco tiempo todo ello iba a
desaparecer, debido a las ansias vengativas e implacables de los inquisidores y los intereses
políticos del rey de Francia. Ciertamente, en las paredes de las cuevas de Ussat, en los Pirineos,
donde ahora se hallaban refugiados y escondidos, habían realizado algunas marcas en las
paredes, signos simbólicos grabados en diversos colores, pero, ¿acaso las generaciones futuras
serían capaces de comprenderlos? ¿Quizá resistirían las inclemencias del
tiempo? ¿Cuánto tiempo durarían sin borrarse? Y lo más importante, ¿acaso podía confiar en que
sus perseguidores respetarían dichas señales y no las eliminarían? Sumido en estas reflexiones,
empezó a jugar con su nombre y el de Esclarmonde. Mateu-Esclarmonde. Mat. Monde. Mat.
Monde. y fue así que surgió la idea. Él y ella eran dos partes de la misma esencia, y en esa unión
estaba el resumen de toda una filosofía de vida: la unión de lo masculino y femenino. Jesús y
María Magdalena, Adán y Eva, Dios era masculino y femenino al mismo tiempo. Él era un loco,
un proscrito en la vida, en busca de su amada. ¿Y si ese recorrido en realidad no fuera sino la
esencia misma de la vida? Mateu Bernat decidió parar el torbellino de su mente y retirarse a
meditar como solía realizar con frecuencia. Él había llegado ya al grado de perfecto cátaro,
superando todas las pruebas que la vida le había presentado, y como de costumbre, en la soledad
de la gruta encontraba el contacto con Dios. Se dispuso a rezar y pedir que le iluminaran para
comprender de qué manera podía transmitir esos conocimientos. No se sabe cuánto tiempo
Mateu permaneció en meditación. Pero, dentro de la oscuridad de la gruta comenzaron a surgir
formas y colores, que poco a poco fue identificando. Una a una fueron revelándose una serie de
imágenes: figuras de
personas, objetos, animales. Algunos de ellos le eran ya muy familiares, otros eran realmente
extraños. Al volver de la experiencia mística, tomó unas tablas de madera y comenzó a
dibujar todo aquello que había visto. Estuvo muchas horas en esta labor ya que contó 22
imágenes en total. Cuando acabó, se dio cuenta que entre todas ellas había ciertas relaciones,
pero desconocía aún su significado completo. Toda revelación necesita horas de estudio
posteriores para tratar de volverse consciente de su profundo simbolismo. Por ello, descubrió que
esas imágenes podían ser usadas como juegos de cartas. Entonces, una idea iluminó su mente:
¡en Montsegur, uno de los pasatiempos favoritos de sus habitantes eran los juegos, y
entre ellos las cartas! ¡Y el pueblo, los monjes y los nobles cada vez tenían más afición a este
juego! Ahora ya lo tenía claro, la forma de transmitir sus conocimientos sería bajo la inocente
apariencia de un juego de cartas. Había nacido el Tarot. Nadie sabría quién lo había creado ni
dónde ni cuándo. El anonimato era necesario para proteger la obra y protegerse a sí mismo. Se
fijó en la carta del Loco, donde aparecía un hombre viajando con una bolsa
colgada al hombro. Recordó a sus amigos cátaros que vivían en Italia. Debido a la persecución,
muchos, en vez de quedarse en los Pirineos, se habían trasladado al norte de Italia donde existía
una comunidad importante. Por ellos sabía que allí a un loco lo llamaban matto. Entonces vio
que su nombre Mateu, tenías las mismas iniciales. Bautizó la primera carta, como le Mat. Nadie
sabría su significado real puesto que en francés dicho nombre no existe. Era en realidad la obra
de un loco. Y Esclarmonde aparecería como final de su camino, en la carta de le Monde.
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