Mi salida del Gobierno. - Foro Fundación Serrano Suñer

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XVII. Mi salida del Gobierno
Ceso como Ministro • Política exterior • Política interior • El
General Jefe del Estado Mayor alemán acusa al Ministro español
de haber impedido la entrada de España en la guerra • El confuso
episodio de Begoña • "Te voy a sustituir"
Como ya he puntualizado alguna vez, mi salida del Gobierno el 2 de septiembre de
1942, se debió a causas de la política interior española, y no, como quiso dar a entender
una leyenda interesada, al deseo de Franco de cambiar el signo de su política exterior en
vista de una previsible declinación de la estrella del Eje en la marcha de la guerra. Esa
fue una cínica invención; una campaña orquestada oficialmente desde el Poder.
Ya escribí en mi libro Entre Hendaya y Gibraltar que aquella declinación sólo hubiera
podido preverla, en la fecha a que me refiero, persona de mucha sagacidad ayudada por
una gran simpatía hacia la causa de los aliados. Si, como decía Ridruejo, saliendo al
paso de tales mentiras, "con frecuencia se espera lo que se desea", éste no podía ser el
caso de Franco ni de sus ministros, colaboradores, consejeros, y particularmente de los
expertos militares que le rodeaban: todos ellos estaban bien persuadidos, al terminar el
verano del 42, de la invulnerabilidad del Eje y de su victoria.
La victoria del Eje era entonces creencia general en nuestros medios políticos y
militares, y ello era lógico si se considera que aun no se habían vuelto las tornas en la
campaña de Egipto -El Alamein- ni se vislumbraba la catástrofe de Stalingrado.
En los últimos días del mes de agosto de 1942, esto es, cuando Franco preparaba mi
sustitución, que se hizo pública el 2 de septiembre, los alemanes avanzaban
victoriosamente en Rusia para apoderarse de las zonas petrolíferas y llegar a los Urales
envolviendo por detrás a los frentes centrales del Ejército rojo. Los alemanes ocupaban
ya algunas calles de Stalingrado y se esperaba la caída de la ciudad de un momento a
otro. El propio Stalin; según es hoy sabido, creía que así iba a ocurrir cuando a la
desesperada trató de reforzar su defensa relevando del mando del frente del Sur al
mariscal Vasilievski y nombrando en su lugar a Zhukov quien en la madrugada del 5 al
6 de septiembre, concentró todas las reservas disponibles para iniciar el ataque de las
posiciones enemigas, pero los alemanes contraatacaron con gran energía y tuvieron
lugar combates durísimos en los días 13, 14 Y 15 de septiembre durante los cuales se
lanzaron heroicamente al asalto avanzando entre escombros y cadáveres, sin cejar en su
empeño hasta muy avanzado el mes de noviembre. Y hasta muy entrado el año 1943 no
prepararon los rusos su ofensiva general contra el Ejército alemán.
Hitler entonces, repitiendo el error que cometió en Moscú, retiró los tanques de
Guderian para apoyar la ofensiva en Ucrania; de otra manera antes de que llegara el
invierno hubiera ocupado Stalingrado, como han explicado los mariscales alemanes y
otros técnicos militares del campo aliado.
Franco, y la mayor parte de sus generales -Yagüe, Asensio, Martínez Campos, etc.-,
continuaron con firmeza en la convicción de la victoria alemana, y ya con los angloamericanos en el Norte de África, Yagüe, que era Comandante General de Melilla y
Delegado del Gobierno, quería provocar un incidente fronterizo que nos llevara a la
guerra sin remedio. (Conoce muy bien este episodio un jefe que estuvo entonces junto a
él, militar inteligente y de muy brillante historia, vivo por fortuna todavía, y que es en la
actualidad Teniente General.)
Franco había expresado con firmeza (como pruebo en el capitulo de este libro sobre
política exterior) su convencimiento de que la guerra intercontinental era impracticable
y de que Rusia sería fácilmente aniquilada. La verdad es que la fe de Franco en la
superioridad militar alemana y en su victoria no solo se mantenía por aquellas fechas
intacta sino que resistió, incluso, el envite de los grandes reveses posteriores -campaña
de Egipto, Stalingrado, etc.- y aun dos años más tarde cuando, estando en pleno curso la
operación de desembarco en Normandía, recibió la visita del duque de Alba –terminada
la misión diplomática de éste en Inglaterra- quien alarmado por los acontecimientos se
atrevía a sugerir algún cambio para dar cara a la nueva situación, Franco le dijo: "No
corra tanto, Alba, el desembarco puede aun resultar una trampa. Conozco los efectivos
del Eje -sigo muy de cerca las operaciones- y me faltan alrededor de 80 divisiones que
creo veremos aparecer por algún sitio en cualquier momento, junto con el empleo de las
armas secretas, 'el rayo cósmico'(?)...", y así, en esta convicción, estuvo hasta la
contraofensiva de Von Rundstedt en las Ardenas.
Aunque nos sobre con esos datos elocuentísimos, hay otros no menos elocuentes,
constituidos por declaraciones, discursos y misiones a Alemania que sucedieron a mi
salida del Gobierno, inspirados por la preocupación de evitar que mi cese en el
Ministerio se interpretara por los alemanes como un cambio de política; interpretación
que sólo unos años después se inventó y se consideró muy cómoda para Franco y para
el Régimen.
Ceso como Ministro
Después de mi cese como Ministro de Asuntos Exteriores, hubo no ya discursos
germanófilos, como antes, sino discursos belicistas e imprudentes. Es cierto que me
sucedía en el Ministerio un hombre poco definido en política internacional y, aunque
generalmente era tenido por simpatizante con los aliados y ello parecía indicar algo, la
verdad es que con la elección de Jordana, que ya había sido Ministro de Asuntos
Exteriores en el primer Gobierno, Franco buscaba mucho más la propia comodidad que
un efecto exterior. Se buscó en él al hombre habituado a la disciplina militar. Ni le
plantearía discusiones, ni intentaría aleccionarle, ni le haría sombra. No hay que olvidar
aquí la campaña emprendida por ciertas personas, a las que ya aludí, para fomentar los
recelos de Franco contra mi, y hay que considerar que su paciencia era cada vez menor en un ambiente de adulación y servilismo- para oír mis objeciones o, en general, las
oposiciones conforme se le iba desarrollando el habito imperativo del poder absoluto.
No muchos meses antes de aquel septiembre, como le discutiera yo con mi franqueza
habitual, directamente, sin rodeos, alguna opinión, proyecto o actitud en política interior
que me parecían desacertados, me dijo muy fastidiado (sin que yo por cierto le
desmintiera) lo siguiente: "Me parece que tienes mucha aprensión sobre mis cualidades
políticas de Jefe." Como digo, yo no le rectifiqué; no dije nada. Así las cosas, resulta
claro que no era ya cómodo porque no había sabido transformar el tono de mi antigua
relación con él: relación amistosa, familiar, que no comportaba servidumbre, sino
simplemente colaboración leal.
El nombramiento de Jordana, al igual que mi cese, nada tenia que ver por consiguiente
con la política exterior del Estado. Eran medidas de conveniencia interna y hasta más
concretamente de conveniencia particular, personal. No se comprendería de otro modo
que a un nombramiento que se consideró tan astuto y previsor como éste del prudente
conde de Jordana, luego, a su muerte, se nombrara Ministro de Asuntos Exteriores al
imprudente Lequerica que se había significado como uno de los más exaltados
germanófilos, colaboracionista en estrecha relación con Pétain, Laval, la Francia de
Vichy, Y con la Gestapo, cuando fue Embajador en Vichy, intimo amigo -entonces- de
Laval, y mentor político del viejo mariscal Pétain. De manera que si a mí me sustituyó
Jordana -hombre tranquilo y neutral- a él le sucedió el supergermanófilo Lequerica.
Así, pues, sólo desde un plano de ignorancia o de cinismo pudo sostenerse que mi salida
obedecía a un cambio en la política exterior. Pero, sobre todo, no se entendería que
mientras se ponía en el Ministerio a un hombre que pudiera tranquilizar a los aliados se
estuvieran pronunciando discursos y publicando artículos de mucho mayor compromiso
con el Eje que todos los pronunciados o publicados en la etapa mía, esto es, la que luego
se ha pretendido querer dar por liquidada con mi alejamiento del poder. Lo probaré
documentalmente: pocos días después de mi cese como Ministro de Asuntos Exteriores,
el 22 de septiembre de 1942, el Gobierno hacía la siguiente DECLARACION que
publicaba toda la prensa nacional y destacaba con grandes titulares:
"En los días 17, 18, 19 Y 21, y bajo la presidencia de Su Excelencia el Jefe del Estado,
se ha reunido el Consejo de Ministros. El Gobierno ha examinado cuidadosamente la
situación general del país, tanto en el orden internacional como en el de la política
interior."
Política exterior
"En cuanto a la política exterior REAFIRMA LA ORIENTACIÓN SOSTEIDA
DURANTE LOS SEIS ÚLTIMOS AÑOS, consecuente con el espíritu de nuestra
Cruzada, con el sentido anticomunista de nuestro Movimiento y CON LOS
IMPERATIVOS DEL NUEVO ORDEN EUROPEO... "
(Y de tal manera se continuó, sin la menor variación esa política, que a consecuencia de
un discurso que pronunció Franco en diciembre de 1942, esto es, desembarcados ya en
el Norte de África los aliados -el primer desembarco tuvo lugar el 8 de noviembre de
1942 y lo realizó el I Ejército norteamericano-, hubo una interpelación en la Cámara de
los Comunes a Mr. Eden, Ministro del Foreign Office, para que si no se hubiera hecho
ya, se pidieran explicaciones sobre las manifestaciones del general Franco en su
discurso de apoyo a los alemanes, y se enviara una nota de protesta por conducto de la
Embajada Británica en Madrid.
De tal manera, insisto, eran las cosas así, que cuando el general americano Eisenhower,
Comandante en jefe de los ejércitos aliados, preparó su plan de operaciones para aquel
desembarco en África, temiendo que Franco hiciera causa común con los alemanes en el
Marruecos español, tenia destinadas cinco divisiones para este posible enfrentamiento
con los españoles de allí. Al mismo tiempo, en plan político, y para tratar de evitar aquel
enfrentamiento, Roosevelt escribía su famosa carta a Franco que empezaba llamándole
así My Dear, de lo que el Caudillo se hubiera aprovechado para obtener algún beneficio
de no haber permanecido en su alianza con Hitler.)
"En el orden interior, y ante los sucesos ocurridos, el Gobierno adopta la firme decisión
de mantener la unidad espiritual 1 de todos los españoles, imponiéndoles la más severa
disciplina en el respeto a la Ley y a la autoridad, cortando de raíz todo intento de
agitación o de escisión y sancionando inexorablemente cualquier acto de violencia
contrario a la fortaleza y prestigio del Estado...”
El día 4 de diciembre, con motivo del cumpleaños de Franco, el Embajador alemán le
entregó una carta personal de Hitler quien, además, le había transmitido
telegráficamente su cordial felicitación en estos términos: "Expreso a V.E. en mi
nombre y en el de todo el pueblo alemán, los votos más cordiales por vuestra salud y
por vuestra labor histórica y futura. Vos, Caudillo, habéis liberado, en una lucha
valerosa y difícil, al pueblo español de las cadenas del bolchevismo y del
aniquilamiento completo que le amenazaba por este hecho, y le habéis conducido por el
camino de la reconstrucción. Os deseo muy sinceramente que os sea dado conducir a
vuestro pueblo y a vuestro país a un porvenir dichoso y seguro. Con mis sentimientos de
camaradería y mis recuerdos cordiales, suyo sinceramente, Adolfo Hitler."
Política interior
En lo que a política interior se refiere Franco después de escuchar unas palabras del
Secretario General –Arrese Magra- con motivo del cumpleaños, contestó: "Camaradas:
No podéis hacerme ofrenda más grata que la de esa fe que engendra vuestro fanatismo.
Para la gran obra de redención de un pueblo EL FANATISMO Y LA
INTRANSIGENCIA SON INDISPENSABLES CUANDO SE ENCUENTRA EN
POSESIÓN DE LA VERDAD. A VUESTRA FE Y A VUESTRO FANATISMO
CORRESPONDO CON EL MÍO. CREO EN ESPAÑA PORQUE CREO EN LA
FALANGE."
(Estas palabras de Franco se publicaron también con grandes titulares -tengo a la vista la
primera plana informativa del ABC del 5 de diciembre- en toda la prensa nacional.)
Muy pocos días después salía Arrese Magra para Alemania y allí celebraba
conversaciones con Hitler, Ribbentrop, Goebbels, Ley, Hilgenfldt, siempre acompañado
del turbio alemán Gardeman, y toda la prensa española subrayó este viaje a Berlín y la
gran cordialidad e interés 2 de las entrevistas allí celebradas.
Por su parte el periódico Arriba, al servicio del propósito del Régimen de subrayar que
la política internacional no había cambiado, publicaba el 30 de enero de 1943 un
editorial exaltando la personalidad de Hitler, a quien llama conductor providencial, y
decía que "Hitler ha sido providencial no sólo para Alemania, sino para el mundo
entero ..... "Hitler -añade- ha trascendido ya la dimensión de jefe nacional de los
alemanes para convertirse en una de esas figuras decisivas que cambian el rumbo de la
Historia." Por otra parte, en sus espacios informativos en relación con la batalla de
1
. Se refiere a los sucesos de Begoña de los que al final de este capítulo me ocupo.
. La verdad es que allí no lo tuvo, según con humor contaba el escritor Víctor de la Serna que les
acompañó.
2
Stalingrado daba cuenta con gran aparato tipográfico de las "perdidas rusas
escalofriantes", “de las formaciones rusas aniquiladas", etc., etc., etc.
Es, pues, evidente que no hubo tal voluntad de liquidación de la política seguida cuando
yo fui Ministro de Asuntos Exteriores, sino por el contrario un esfuerzo muy visible,
muy manifiesto, por evitar que nadie pudiera tener razón alguna para considerar que mi
salida del Gobierno significaba giro en la política exterior española, y fue seguramente
ese empeño el culpable de las exageraciones e imprudencias a las que acabo de
referirme. Y esto ocurría ya desde un año antes de mi cese en el Gobierno, pues
especialmente desde septiembre de 1941 hasta muy avanzado el año 1943 tuvo el
Régimen un empeño decidido en que no pareciese, en modo alguno, que el hombre del
Eje en la política española era yo. Desde el Jefe supremo hasta el mediocre Secretario
General del Partido, quien más quien menos, todos aspiraban entonces a ser tenidos en
Berlín y en Roma por amigos más seguros que yo.
Y por eso los mismos dirigentes nazis no recibieron con el menor disgusto mi
sustitución, sino al contrario: vieron en ella una mayor facilidad para la deseada
incondicionalidad.
EI General Jefe del Estado Mayor alemán me acusa de haber impedido la entrada
de España en la guerra
El general JodI, en aquel tiempo (7 de septiembre de 1943) asesor militar de Hitler y
Jefe del Estado Mayor de las fuerzas alemanas, me dedicó un seco reproche en su
Diaria, que ha sido publicado por los principales periódicos del mundo, en él que dice:
"La resistencia del ministro español de Asuntos Exteriores señor Serrano Suñer ha
desbaratado y anulado el plan de Alemania para hacer entrar a España en la guerra a su
lado y apoderarnos de Gibraltar."
Todavía tres años antes de que este General alemán fuera acusado en el Tribunal
interaliado de Nuremberg, melancólicamente pasaba revista, ante los gauleiters del
Reich, de las ocasiones perdidas, y les decía: "Nuestro tercer objetivo en el Oeste, esto
es, el de tener a España a nuestro lado y crear así la posibilidad de tomar Gibraltar, ha
fallado por la resistencia de los españoles, y más exactamente por la de su jesuítico
ministro de Asuntos Exteriores Serrano Suñer" (Documento L. 172).
Y el mariscal Goering, en Nuremberg, dijo: "La operación de Gibraltar nos hubiera
permitido fortificar el África, con lo que los aliados no hubieran podido desembarcar
como lo han hecho." Toda esta documentación que los aliados encontraron en Alemania
y aportaron al proceso de Nuremberg, fue ya conocida en el mundo en el año 1946; Y
en 1947, el gran periodista francés Raymond Cartier la recogió en un libro titulado Les
secrets de la guerre dévoilés par Nuremberg que circuló por toda Europa, pero que a los
españoles no fue permitido conocer. 3
Y Hitler, en las Conversaciones secretas cuyos textos están recogidos por Martin
Bormann desde 1941 a 1944, se manifiesta con verdadera saña refiriéndose a mí como
el mayor enemigo, en mi actuación en el Ministerio de Asuntos Exteriores, y dice que
3
. Librairie Arthème Fayard, París.
yo quería dar un impulso reaccionario a España para devolver el Trono a la Monarquía.
Y el día 5 de septiembre, o sea, tres días después de cesar yo como Ministro del
Gobierno, Hitler se expresó así: "la desgracia política de Serrano Suñer fue ciertamente
acelerada por mi reciente declaración".
Hitler, naturalmente, no se privó de dirigir también toda clase de dicterios contra Franco
diciendo que "l1egó al poder como Poncio Pilatos entró en el Credo", y añadiendo:
"pero el espíritu más siniestro es, sin duda alguna, Serrano Suñer, cuya tarea es
preparar el camino de la Unión latina".
Esto que dice Hitler sobre mi idea de preparar el camino de la Unión latina era cierto.
Esto era así. No sé si ya lo he apuntado en otro lugar: había que preparar, para después
de la victoria alemana, la constitución de un frente latino formado por Francia, Italia y
España; porque era ésta la única manera de moderar el exceso de germanismo, el
dominio de Alemania en el Continente. En las Memorias de Ridruejo 4 puede leerse que
al regresar él de un viaje de exploración que hizo a Marruecos, por encargo de la
Dirección General de Seguridad, para ver que posibilidades tendría España
(aprovechando cualquier perturbación de las poblaciones indígenas o españolas emigrados y oriundos en el Oranesado- en la zona francesa), que pudieran determinar
nuestra marcha hacia el Atlas y ocupar los territorios perturbados; cumplida su misión al regresar-, nos cuenta en sus Memorias que en lugar de ir a la Dirección General me
entregó a mí el informe que había redactado en Tetuán y que yo al leerlo puse un gesto
de desaprobación diciendo: "Una aventura de francotiradores no me parecería
aceptable."
Y con este motivo dice Ridruejo que por primera vez -era el año 1939- le expuse yo
claramente mi posición ante la guerra en estos términos: la intervención era imposible
con nuestros medios actuales, y atraer para ello al Ejército alemán era inaceptable.
Aparte de esto -le añadí- debía preocuparnos la idea de un exceso de victoria por parte
de Alemania y ello excluía la ruptura con Francia. "Si apuñalásemos a Francia por la
espalda habríamos eliminado nuestra única posibilidad de pesar en Europa al fin de la
guerra, pues sólo aquel frente latino podría moderar el dominio de Alemania en el
Continente. Cada uno de los tres países aislados quedaríamos en peligro."
Para terminar estas referencias a los odios de Hitler transcribiré otras palabras suyas que
más que por si mismas tienen importancia por la fecha y el lugar en que se dijeron;
encerrado ya en el Bunker el 16 de enero de 1945, se manifiesta así: "Franco,
naturalmente, tenia ideas muy exageradas acerca de la intervención española. No
obstante creo que se hubiese prestado a hacer causa común con nosotros, a pesar del
sistemático sabotaje perpetrado por su cuñado, si le hubiésemos prometido un pedacito
de Francia, para halagarle el orgullo, y una parte sustancial de Argelia, a modo de pago
verdadero y tangible." (Puede leerse en el libro The Testament of Adolf Hitler. The
Hitler-Bormann Documents. February-April 1945, Cassell Company, Londres, 1959.
Edición de François Genoud y traducción del alemán por el coronel R. H. Stevens, con
un prólogo de H. R. Trevor-Roper, historiador y catedrático inglés. Una vez más y
ahora en el Bunker de la Chancillería, las manifestaciones, puntualizaciones e
4
. Dionisio Ridruejo, Casi unas memorias, pp. 214 y 215.
interminables tiradas de Hitler fueron recogidas taquigráficamente por orden de
Bormann. Hay una edición anterior, publicada por Fayard, en Paris, en 1959.)
Como autorizadamente comenta el profesor de la Universidad de Emory, en Atlanta Emory University- Carlos Rojas, "mientras los muchos años que don Ramón Serrano
Suñer tuvo que callar, fue victima de una de las campañas de descrédito más bajas y
mejor orquestadas de nuestra Historia". Frente a tanta mentira ha llegado la hora de ser
acreditada documentalmente la verdad, de la que resulta, termina diciendo el citado
profesor, "que don Ramón Serrano Suñer no fue nunca el hombre de Hitler en España
sino el hombre a quien Hitler no perdonó nunca su heroica entereza en Berchtesgaden".
CONCLUSIÓN: Mientras esa documentación y todas esas manifestaciones de los
alemanes no eran aquí conocidas, pudo, después de la derrota del Eje, ponerse en
circulación la especie de mi propósito intervencionista, pero cuando a los autores,
cómplices y beneficiados de aquella falsedad les llegó la hora de callar, cuando ya
seguir con el "cuento" no era posible, cuando fue conocida mi actitud verdadera en
defensa del país, y la valoración condenatoria que de ella hicieron Hitler, JodI, Goering,
etc., me encuentro ahora, en libro reciente de "conversaciones secretas", con su
Ayudante y primo, que Franco se apresuró a decir: "pues no hay que hablar de esa
actitud como merito de Serrano Suñer ya que éste no hacía más que cumplir mis
instrucciones". Y ante estas manifestaciones de Franco creo que ninguna persona recta
me negara legitimidad para formular esta pregunta: ¿en qué quedamos?
Resulta, por consiguiente, que en sus conversaciones con su Ayudante, Franco reconoce
que mi conducta fue esa, que tanto disgustó a los alemanes, de poner obstáculos y
resistencias ante la pretensión de aquéllos de que entráramos en la guerra, aunque,
olímpicamente; añada que esa actitud no era merito mío puesto que yo no hacía más que
cumplir sus instrucciones. Me basta con esa confesión tardía de Franco porque yo no
reivindico meritos, reivindico sólo la verdad frente al embuste; y la seriedad frente al
cinismo, que durante tanto tiempo se empleó oficialmente en ocultarla.
Si las cosas fueron así -como yo he contado y proclamado en varias ocasiones-, ahora,
sin quitarle a Franco el merito que le corresponde, tampoco he de callar que la anterior
invención oficial, puesto en circulación cuando no se me permitía hablar ni defenderme,
constituye un proceso difamatorio falto de nobleza.
Es triste que hayan tenido que ser los alemanes, siquiera fuera por vía de reproche y de
queja, quienes, en definitiva, pusieran la verdad en su sitio; mientras que la política de
"amistad y resistencia" que, en relación con ellos, yo serví -casi siempre dura, penosa, y
en alguna ocasión arriesgada-, no fuera nunca aquí reconocida con justicia. Ha tenido
que ser otro español -el general don Vicente Rojo, Jefe del Ejército republicano durante
nuestra guerra civil- quien haga ese reconocimiento, en unas declaraciones que con
emoción transcribo:
"Cochabamba. El antiguo profesor de la Infantería de Toledo (España) y de la
Academia General Militar de esta ciudad boliviana, don Vicente Rojo, ha sido
interrogado en su actual residencia madrileña por un periodista, sobre qué personaje del
bando adverso al suyo le merecía más respeto o admiración, tanto en el ámbito militar
como en el civil.
Don Vicente Rojo dijo:
De los militares, guardo una especial admiración hacia el teniente coronel Noreña, del
Cuerpo de Estado Mayor, que se dejó sacrificar antes que adoptar una actitud contraria a
sus sentimientos políticos y personales, y de los hombres civiles, estimo que debo
brindar mis mayores respetos a don Ramón Serrano Suñer, porque; en un momento
crucial de la vida de España, supo colocar, sobre su conveniencia, su conciencia.
Yo, personalmente, respeto a todo el mundo, piense o sienta del modo que sea.
Además, admiro los gestos personalísimos que revelan una individualidad hispánica."
(Boletín Informativo Militar, México, marzo de 1966.)
(Las guerras civiles han ofrecido ciertamente, a lo largo de la historia, cuadros de horror
y de crueldad que llegan, a veces, basta el límite de lo inhumano. Pero, para consuelo de
quienes confían en la permanencia de los valores morales, en medio de aquellas
monstruosidades que conocimos y sufrieron, tantos españoles no han faltado ejemplos
de honestidad y de bondad, dignos de recordación.
Un elemental deber de veracidad debe estimular a dejar nota de las personas respetables,
donde quiera que se hallaren y que, desde puestos destacados de mando, supieron rendir
tributo a la virtud y al honor.
Creo que puede presentarse, como ejemplo de esas personalidades, entre los
beligerantes republicanos, la figura del general don Vicente Rojo, hombre idealista, de
convicciones religiosas sinceras que no sólo no ocultó, sino que exigió -durante la
guerra civil- no le fueran coartadas en su condición de católico practicante; que no
regateó su ayuda o su valiosa intercesión para el salvamento de adversarios al régimen
en que él servia, 5 y que ocupó puestos militares de alta jerarquía y responsabilidad,
debido a su indiscutible competencia en el arte y la ciencia de la guerra.
Carezco, de conocimientos para emitir un juicio sobre sus meritos profesionales, pero
he oído proclamar su capacidad de estratega a los militares más cultos. Autor de libros
importantes, que poseo, como: La guerra en sí, El imperialismo y las guerras mundiales,
La guerra de mañana, Así fue la defensa de Madrid, su valía fue reconocida fuera de
España, cuando algunos gobiernos de repúblicas iberoamericanas le confían trabajos de
organización de fuerzas armadas y de orden público.
Ya viejo y derrotado, regresó, para morir en España, abandonado de unos y otros. Por la
nobleza y lealtad, por las dotes humanas de que dio prueba, y por gratitud personal,
merece que su nombre sea recordado aquí con la justicia que merece. Yo deploro no
haber tenido relación con hombre de esta categoría moral, y haber escuchado sus
reflexiones de experiencia para enriquecer las mías.)
Queda irrebatiblemente probado cual fue mi actuación en el Gobierno con respecto a mi
resistencia frente al acoso alemán, para que España participara en la guerra como aliada
del Tercer Reich. Esto sentado, es igualmente claro que quienes conociendo esas
pruebas que deshacen la falsa leyenda por la que se me quería hacer victima expiatoria,
persistan en tan injusta actitud; solo con notoria mala fe podrán hacerlo. Y aquellos
otros que, negligentes, descuidando el deber de agotar la investigación, siguen hablando
o escribiendo como si nada se hubiera dilucidado, serna culpables de deshonestidad,
vicio por desgracia no infrecuente en cronistas de nuestra época.
5
. Casos de Muñoz Grandes y de la familia del general Carrasco Verde, entre otros.
Mi salida, pues, del Gobierno no fue debida a ninguna discrepancia, ni actitud distinta,
entre Franco y yo, en materia de política exterior; sino que, por el contrario, la
determinó un motivo de política interna, a saber:
El confuso episodio de Begoña
En el verano de 1942 se celebró un funeral, en el "Santuario de Nuestra Señora de
Begoña" por los caídos del Tercio de la Virgen de este nombre, que fue presidido por el
dos veces laureado general Varela, que jugaba entonces la carta política tradicionalista.
Los carlistas venían preparando desde meses atrás una campaña que se inició en Tolosa
en un acto donde se produjo un enfrentamiento violento entre un Coronel del Ejército y
un falangista. Algunos falangistas, bajo la dirección del Secretario General. Arrese
Magra, acentuaban su campaña de propaganda franquista. El Vicesecretario General.
José Luna Meléndez (que fue Jefe Provincial de la Falange de Cáceres durante la
República y muy destacado en las luchas políticas de aquellos días), hombre muy
exaltado, había pronunciado un discurso, publicado en todos los periódicos del
"Movimiento", en el que entre otras casas dijo ésta: "A los que hablen mal de Franco,
contarles las costillas y rompérselas."
En ese ambiente de pugna -personal y doctrinal- tuvo lugar la concentración carlista en
Begoña y en ella se exhibieron pancartas de oposición a las tendencias falangistas, se
dieron gritos diciendo que ellos no querían el socialismo de Estado sino que querían al
Rey legítimo al que vitorearon, y hubo alguno de "¡muera Franco!"
Yo estaba pasando el mes de agosto en Benicasim (Castellón) con mi mujer y mis hijos,
alejado, además, desde hacia muchos meses, de estos pleitos internos de los que estaba
harto, y atento sólo a la política exterior; no tenia la menor idea de la preparación de
aquella concentración. (Franco por aquellos días, en un “viaje triunfar”, había dicho lo
de cerrar el camino de Berlín a los rusos con un millón de soldados españoles.)
Terminada la función religiosa, cuando los carlistas salían del Santuario, estalló una
bomba y causó veinte heridos. Al tener al día siguiente, en mi descanso mediterráneo,
noticia de los hechos, traté de conseguir información más concreta y me trasladé a
Madrid donde nadie explicaba con claridad y precisión lo ocurrido.
Narciso Perales, entonces Gobernador Civil de León y que era uno de los más antiguos,
auténticos, prestigiosos, falangista a quien José Antonio había concedido a Palma de
Plata, tuvo conocimiento de los hechos en la capital de su mando donde le dio la noticia
el general Moscardó, que era a la sazón Jefe de 1a Milicia Universitaria. Había ido allí a
inspeccionar un campamento. Al terminar su informe con referencia a los carlistas le
dijo a Perales: "Creo que han llevada su merecido." También fue informado Perales de
los hechos, por Maíz y Ormaechea, Delegado Provincial de excombatientes, y de la
constitución de un Consejo de Guerra; y desde ese momento, dándose cuenta de la
gravedad de la situación, no cesó de actuar y hacer gestiones para que el lamentable
suceso no tuviera derivaciones injustas y graves.
A través de Narciso Perales supe con precisión lo que había ocurrido: un falangista
llamado Juan Domínguez, Inspector nacional del SED, y otros camaradas, fueron a la
frontera a recoger a un falangista, dirigente del SED, que venia de la División Azul,
quien les pidió que antes de llevarlo a Madrid le acercaran a Bilbao para ver a su familia
que residía en esa ciudad. A1 llegar a la capital de Vizcaya y al enterarse de que había
una concentración en Begoña, se trasladaron todos allí; y cuando terminado el acto
religioso salían del funeral hubo discusiones violentas, se desplegaron pancartas, como
acaba de decirse, y fueron agredidos los falangistas Verástegui -que era jefe del distrito
universitario- y Calleja, falangista de Orduña, mutilado de guerra -le faltaba
enteramente una pierna- y muy amigo de Girón.
Domínguez y los camaradas citados advirtieron que estaban pegando a Calleja y uno
gritó: "¡Lo van a matar!" Calleja era un hombre muy popular y entonces, al parecer,
Juan Domínguez -Juanita le llamaban sus camaradas- cogió una bomba pequeña, de
esas que se guardan en un puño, de las varias que traía consigo el camarada que venia
de la División Azul, y la lanzó, produciéndose al estallar, como hemos dicho, varios
heridos. La gente empezó a correr en todas direcciones y Juan Domínguez, Calleja y los
otros tres o cuatro del grupo se dirigieron a la Comisaría a denunciar el hecho.
Quedaron allí detenidos y a disposición de la autoridad militar.
Encontrándome ya de regreso en Madrid, le pregunté a Iturmendi (carlista, a quien yo
había promovido, primero como Gobernador civil de Vizcaya y Zaragoza, y luego como
Director General de Administración Local), que era entonces Subsecretario de la
Gobernación, cómo habían ocurrido los hechos y dónde se encontraba el general Varela
en el momento de estallar la bomba, y me dijo que a lo sumo estaba abandonando el
lugar que había ocupado dentro y llegando al atrio de la Iglesia, y que la bomba había
estallado en dirección contraria. En seguida me fui a El Pardo -el 26 de agosto, si mal
no recuerdo- y Franco me dio su versión de lo ocurrido; estuvo abierto conmigo y
coincidimos en que la postura de Varela era exagerada. Me informó con poca precisión,
pero recuerdo que juzgó muy desfavorablemente la conducta de Iturmendi, también la
de Galarza -Ministro de la Gobernación- y muy severamente, repito, la del general
Varela que se proponía enfrentarle al Ejército con la "Falange".
Varela, general dos veces laureado y de añadidura Ministro del Ejército, daba una
interpretación extensiva de los hechos ocurridos y los presentó como un atentado de la
"Falange" contra el Ejército, y aceptada esta interpretación se puso en circulación una
referencia mediante telegrama del Ministerio de la Gobernación (Galarza) en la que se
decía que elementos al servicio de una potencia extranjera habían atentado contra el
Ministro del Ejército. Así empezó a fabularse el asunto. Franco entonces pensó en
sustituir a Varela y a Galarza.
Cuando se produjeron los hechos, Franco que se encontraba en El Pazo de Meirás,
marchó en seguida en automóvil para Madrid. Informado Perales del viaje, salió para
Astorga por donde Franco tenía que pasar -y solía detenerse cuando hacía sus viajes de
La Coruña a Madrid- para hablarle y tratar de poner orden en los hechos y en las ideas,
pues sostenía que había que salvar la vida amenazada de Juan Domínguez (y con ello,
decía, en esta ocasión a la "Falange"). pero no pudo lograr su propósito porque Franco
no se detuvo en Astorga como otras veces hacía.
La preocupación de Perales, hombre de conciencia rigurosa, era grande porque había
encontrado al secretario general, Arrese Magra, en Ponferrada, y sabía que el Consejo
de Guerra condenaba a muerte a Calleja y a Domínguez.
Efectivamente, con toda urgencia, se constituyó el Consejo de Guerra en Bilbao,
presidido por el general Castejón, 6 y creo que el ponente fue el consejero togado Orbe,
asesor del Ministerio del Ejército, que se encontraba con permiso en Santander y se le
llamó precipitada -y un poco anormalmente- para que desempeñara esta función. El
Juez instructor estaba al servicio del Ministerio del Ejército, y el Consejo dictó dos
penas de muerte: contra Calleja y contra Domínguez. El primero fue en seguida
indultado en atención a su condición de mutilado de guerra; no así Juan Domínguez,
que había hecho valientemente la guerra como Alférez provisional, pero que tuvo... la
desgracia de no haber sido mutilado pues en ese caso habría tenido que beneficiarse del
indulto, igual que su compañero, en atención a esta circunstancia.
Para evitar el fusilamiento, Perales desplegó gran actividad y me habló otra vez de la
obligación que todos teníamos de intentarlo, como lo hacían junto a él Ridruejo y Luna
especialmente, y que yo debía volver a hablar con Franco, como así lo hice en seguida
ante la sombría perspectiva. Me trasladé a El Pardo donde encontré a un Franco muy
distinto de aquel con quien había hablado dos días antes, y le dije: "Pero al falangista –
yo no sabía entonces cómo se llamaba- no lo fusilarán ¿verdad?" Mostróse cauto al
contestarme, sin afirmar ni negar, pero insistiendo en que la situación era muy grave y
que, además, no se trataba de un falangista pues según le habían informado era un espía
inglés.
Así se lo comuniqué a Perales quien, indignado, contestó que todo eso era falso, que él
mismo lo había inscrito en "Falange" teniendo sólo catorce años Juanito Domínguez,
que así se llamaba el falangista. El Jefe Provincial de La Coruña, Diego Salas Pombo,
acababa de decir a Perales que habían llegado a La Coruña unos falangistas de Bilbao
que traían pruebas suficientes para la revisión de la causa: resultaba claro que la bomba
no iba dirigida contra el general Varela. Sólo un testigo (hombre de los peores
antecedentes) acusaba a Domínguez haciendo de él una descripción que no correspondía
a su físico. Se habían rechazado testigos como el fotógrafo del diario Hierro que podía
hacer una declaración interesante, etc.
Salas Pombo dijo a Perales que saliera al encuentro del secretario general Arrese que
regresaba de La Coruña con su comitiva, y con quien se encontró en un restaurante de
Ponferrada. Perales me ha contado que quedó desconcertado ante la actitud del
Secretario General, que parecía estar completamente tranquilo y que los falangistas de
Bilbao, capitán Ormaechea, Maíz y otros, debían viajar a Madrid y llevar consigo las
pruebas para la revisión. Por cierto que en aquella reunión se aumentó la alarma de
Perales al ver que un miembro del sequito del Secretario General (un tal Morón cuyo
cargo no recuerda exactamente) llegó a decir que para tomar una posición (ésta era la
sustitución de dos ministros) a veces no había más remedio que perder algunos hombres,
y ante estas manifestaciones Perales saltó indignado, al ver ya claro de lo que se trataba,
y dijo: "¿De modo que eso quiere decir que hay que aceptar el fusilamiento de Juanito
Domínguez para dar un paso hacia delante? Eso -replicó- es absolutamente inadmisible.
Eso podrá ocurrir en la guerra, en una operación militar y a manos del enemigo; pero
esto ni es una operación militar ni estamos en la guerra. Eso seria una vergonzosa
transacción." Ante su actitud Arrese, dice Perales, desmintió a Morón pero ya era tarde.
6
. Sé que el teniente general Castejón, que fue uno de los más destacados militares de la guerra, se mostró
siempre muy apesadumbrado por lo ocurrido y actuado, y especialmente por el fusilamiento del joven
falangista.
Con razón a muchos falangistas causaba especial indignación el informe que elaborado
por el Servicio de Información del Movimiento se hizo llegar a Franco afirmando que el
falangista Domínguez era un espía al servicio del "Intelligence Service", lo que fue
desmentido rotundamente por Guitarte, Girón y otros camaradas. Se celebró una
reunión que resultó violenta y en la cual Perales chocó con Arrese al darlo éste todo por
hecho y la abandonó. Me ha contado que en la puerta del despacho donde se celebraba
le estaba esperando un dirigente del SED de Sevilla llamado Zimermann, alemán de
nacimiento pero de nacionalidad española, quien le preguntó con gran inquietud: ¿Qué
noticias tienes? Malas, respondió descompuesto Narciso, pues creo que lo fusilarán
mañana. Zimermann se puso en contacto con el Embajador alemán para que hiciera
alguna gestión todavía a su favor, y éste contestó que diplomáticamente no se podía
hacer nada; en cambio mandó a El Pardo el documento por el que se concedía a Juan
Domínguez la condecoración "Cruz de la Orden del Águila Alemana".
Hasta las cinco de la mañana estuvo Perales en mi casa intentando que comunicara con
Franco, pero ya todo era inútil. A las nueve se presentó en el despacho del Ministro de
la Gobernación, Galarza, para dimitir su cargo de Gobernador de León, y seguidamente
marchó a su provincia, informó a los dos generales, antes citados, y al obispo don
Carmelo Ballester, envió una nota de despedida al pueblo de León y volvió a Madrid
para reintegrarse a su profesión y vivir de su trabajo.
Mientras tanto, Franco estaba al habla con varios ministros falangistas que se
consideraban compensados de lo ocurrido, con la salida del Gobierno de Galarza y
Varela. "Habían triunfado, según uno de ellos (Miguel Primo de Rivera) dijo a Ridruejo,
en toda la línea." "Pero ¿y el falangista Domínguez, qué pasa con él?", preguntó
Ridruejo, "¡ah! -respondieron-, a ése no hay quien le salve. El Generalísimo no quiere
enfrentarse con el Ejército. Nos ha dicho que estaba convencido de su inocencia, de que
no había ido allí a provocar la situación creada sino que se había limitado a reaccionar
contra ella. Pero que él no podía desautorizar la calificación del Consejo de Guerra. Que
aquellos falangistas que habían querido servirle merecían luego del fusilamiento la
palma de plata".
Tan pronto Ridruejo acabó de contarme, asqueado, todo esto, escribió una carta
presentando la dimisión irrevocable de todos sus cargos y despidiéndose para siempre
de la "Falange" oficial. 7
Con este fusilamiento y con el cese de los ministros del Ejército, Varela, y de la
Gobernación, Galarza, daba por liquidada Franco la crisis. Pero entretanto una conjura
mixta tenía lugar, conducida, de una parte, por el ministro-secretario Arrese, quien hizo
notar a Franco que como yo me había movido tanto con Ridruejo, Perales, Guitarte, y
otros falangistas, para evitar a todo trance la ejecución de la sentencia de muerte a que
fue condenado el joven Domínguez, la "Falange" más exigente se iba a polarizar en
torno a mí, quitándoles a ellos, los conformistas, toda autoridad frente a los menos
franquistas quienes se iban a crecer. Carrero, por su lado, con un propósito coincidente,
argumentaba ante Franco que en aquella grave situación no debía haber vencedores ni
vencidos y que habría vencedores -la "Falange"- si yo permanecía en el Gobierno
mientras que Varela era cesado.
7
. Ver las últimas páginas de este capítulo (Carta de Ridruejo).
Sólo entonces decidió mi sustitución. 8
“Te voy a sustituir”
Yo cesé, pues, por razón de lo expuesto, sin que, por cierto, me llegara "la cartita"
consabida, "agradeciendo los servicios prestados". No hubo carta. Caso singular. Fui
llamado a El Pardo, como tantas otras veces, sin haberme advertido previamente de qué
se trataba. Franco, nervioso, con mucho movimiento lateral de ojos, y muchos rodeos,
me dijo: "Te voy a hablar de un asunto grave; de una decisión importante que he
tomado." Yo, al escucharle, pensaba lo peor: ¿qué habría ocurrido en relación con la
guerra mundial? Al fin concretó: "Con todo esto que ha ocurrido te voy a sustituir."
¡Acabáramos!, le dije; me estabas asustado, ¿eso es todo? "Bien sabes que en varias
ocasiones te he expuesto mi deseo de abandonar el Gobierno, unas veces por razones de
tipo familiar para ocuparme de mis hijos y trabajar por su porvenir, otras, menos
cordialmente, al perder mi fe en la tarea, viendo que nos alejábamos del proyecto inicial
de constituir un régimen político jurídico con previsiones de futuro, y nunca accediste a
ello, haciendo apelación a mi patriotismo. Así, pues –le dije-, esto de ahora carece,
como puedes comprender, de toda importancia para mí y lo único que me duele es que
no hayamos hablado de todo en términos claros y normales."
Por un momento pensé que, tal vez, podíamos hacerlo todavía entonces, y con más
libertad e independencia que nunca por mi parte, pero no fue posible porque, cambiando
la conversación, me dijo "ya tengo aquí citada gente y no puedo hacer esperar más". En
tal situación, y ya de pie, para marcharme, sólo pude decirle estas palabras: "Desearía,
para tu propio bien y el del país, que instalarás firmemente en tu cabeza la idea de que la
lealtad específica de un Consejero, de un Ministro, no es la incondicionalidad sino la
lealtad crítica."
Me marché. Salí del Gobierno el día 2 de septiembre de 1942, me distancié con
dignidad de la política, me desentendí del Poder, no así de las preocupaciones por los
problemas de España, y me dediqué a ejercer, con exigencia y prestigio, mi profesión de
jurista, esto es, a cultivar los valores que están insitos en el Derecho: la Justicia, la
seguridad jurídica.
Ya no volví a hablar de la "cosa pública” con Franco, hasta que él me llamó al recibir la
carta que le escribí pidiendo un cambio político y de Gobierno cuando Alemania fue
derrotada; y más tarde, con motivo de la concesión de un premio periodístico a Ridruejo,
cosas de las que me ocupo en otro lugar de este libro.
8
. Un mero azar trajo a Carrero a la actividad política. Constituido el gobierno, nosotros advertimos que,
salvo casos muy notorios como el de Yagüe, había en el Ejército sectores extensos hostiles al falangismo
y quisimos atraerlos. Por ello, cuando algunos de mis colaboradores, muy jóvenes -en edad militartuvieron que incorporarse a los frentes, a Pedro Gamero del Castillo que hizo su servicio en una unidad de
la Marina de Guerra, le encargué que me trajera algunos nombres de jefes y oficiales para incluirlos en el
Consejo Nacional de '"FET y de las JONS'". Me indicó dos: uno se llamaba Carrero y otro Romero, y los
dos eran entonces totalmente desconocidos. EI segundo, Romero, daba la impresión de hombre
inteligente pero, por no sé qué cuento, desapareció muy pronto por escotillón.
Después de recordar estos hechos y mi actitud, he leído las reflexiones de "pan llevar",
que hace "el Ayudante Secretario", autor de un libro -hoy escriben los vivos y escriben
los muertos- en el que, con un tonillo tuitivo, falto de toda legitimidad racional,
intelectual, histórica, se refiere a que yo no conocía "al hombre", cuando lo cierto es que
lo conocía bastante mejor que él; y a causa de mi mayor proximidad, política e
intelectual, había tenido ocasión de recoger sus propias, frías, afirmaciones que me
había hecho, en más de una ocasión, en relación con el tratamiento que debía darse a los
colaboradores después de haberlos explotado de una manera exhaustiva.
La mentalidad del autor de ese libro no le permite entender que a mí no me interesara la
situación de permanencia y por eso, frente a las preocupaciones y cautelas de tantos que
sólo pensaban en "caer bien", en "gustar", yo me manifesté siempre con exigencia en el
intento de realizar un proyecto político. Muy pocos días después de mi cese se me
tanteó para saber si aceptaría la Presidencia del Consejo de Estado, y eché con cajas
destempladas al mandado y al mandante, diciéndoles que -fracasado en aquel proyectoyo no era un "ganapán de la política" que necesitara un cargo para vivir de él; me
bastaba con mi trabajo. (Yo no quería cooperar al establecimiento de un sistema -pronto
muy firmemente consolidado- en el que la comunidad nacional tomaba a su cargo la
manutención de los ex ministros y otros jerarcas.) Si mi objetivo hubiera sido el de
permanecer, estaba, por muchas razones, en circunstancias superiores a todos, o a casi
todos, para haber continuado allí hasta la hora de la agonía final. No daré más pasos por
este camino porque no he de despiezar un ensayo, como de laboratorio, sobre hechos,
manifestaciones y reacciones que lleven a dibujar serena y profundamente "la verdadera
imagen de Franco".
El que Franco eliminara del Gobierno a Varela por esta situación de política interna, a
pesar de lo muy relacionado que el bilaureado General estaba entonces con el
embajador británico Sir Samuel Hoare, es un hecho demostrativo más de la patraña
oficial, elaborada a posteriori, de que mi cese se hubiera producido por consideraciones
de perspicaz rectificación en nuestra política exterior.
Es indudable que este episodio, tan torpemente, tan turbiamente tramitado, creó al Jefe
del Estado un momento crítico, encontrando dificultades para el nombramiento de un
nuevo Ministro de la Guerra: al general Asensio, que se resistía a aceptar el cargo, le
contestó: "Ya sé que algún día saldré de aquí con los pies por delante."
La vida ejemplar de Dionisio Ridruejo a partir de aquella fecha hasta su muerte, con su
abnegación, su sinceridad, su palabra y su pluma, en la discrepancia primero y en la
oposición después, es bien conocida de todos los españoles.
Narciso Perales -han pasado ya treinta y cinco años de aquellos sucesos- es ahora
medico muy acreditado que ejerce su profesión como un sacerdocio, creador, o por lo
menos organizador, de los Servicios de Medicina de Seguridad e Higiene en el Trabajo,
muy conocido por los especialistas de todo el mundo y en los organismos
internacionales, habiendo sido Vicepresidente de la Comisión Internacional Permanente
de Medicina del Trabajo durante seis años, experto de la OIT, y conferenciante invitado
repetidamente por varios países iberoamericanos.
Por lo mismo que yo no tenia conocimiento ni información anterior del infortunado
falangista Juan Domínguez, la pedí a Narciso Perales que le conocía muy bien, desde
mucho antes, pues, como ya he indicado, fue él quien le llevó a la "Falange" desde las
filas de la juventud tradicionalista. Era un hombre –decía Narciso Perales- de un valor
extraordinario, "yo que he tenido fama de valiente tuve miedo muchas veces, cosa que a
él no le ocurría nunca; era un caso patológico de valor".
Había sido activista de las milicias de "Falange" en Sevilla, uno de los más conocidos
entre todos; y en una concentración de la juventud socialista de Madrid, uniformada y
presidida por el diputado Hernández Zancajo, se dedicó a repartir hojas de propaganda
de "Falange" y cuando aquéllos advirtieron de lo que se trataba quisieron lincharlo, lo
que evitó, en un acto de civismo, el Diputado socialista.
El Alzamiento le cogió en un pueblo de la provincia de Córdoba a donde Sancho Dávila,
jefe de Sevilla, le había enviado para evitar el peligro que corría en Sevilla donde los
comunistas querían matarle. Aislado por completo en aquel pueblo al empezar la guerra,
"organizó en él la milicia comunista" y se incorporó a las fuerzas republicanas que al
mando de Miaja marchaban sobre Córdoba. Reparaz, uno de los capitanes que estuvo
con Cortes en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, cuenta en su libro Del
Estado Mayor de Miaja a la Virgen de la Cabeza, que en el retrete de la casa donde
tenía el citado general republicano su puesto de mando aparecían consignas -obra de
Domínguez- de "Falange Española de las JONS" con el yugo y las flechas. 9
Contaba el coronel de artillería Cascajo, Gobernador militar y jefe del Alzamiento en
Córdoba, que a mediados de agosto y en el día del ataque más fuerte, en las
proximidades de Cerro Muriano, en pleno tiroteo, se pasó con casco y pistola
ametralladora un oficial del Ejército republicano diciendo que era un falangista de
Sevilla y dándole cuenta detallada de todas las fuerzas -republicanas- que el Coronel
tenia enfrente, con sus jefes, armamento, etc. Se trataba de una información interesante.
Este oficial que acababa de pasarse era Juan Domínguez. El coronel Cascajo dudó un
momento porque había creído advertir alguna contradicción en lo manifestado por
Domínguez y le pidió nombres que pudieran avalarle y le dio en seguida precisamente
el del Jefe provincial de Córdoba, llamado Viñote, pero al que no había posibilidad de
dirigirse porque estaba preso en Madrid, y le dijeron que el jefe en ese momento era
Miguel Primo de Rivera, y tomándolo Domínguez por el hermano de José Antonio dijo
que éste también le conocía. Había la confusión de que, efectivamente, el jefe de
Córdoba entonces era Miguel Primo de Rivera y Cobo de Guzmán, primo, pero no
hermano, de José Antonio. Entonces dio el nombre del Secretario provincial de Córdoba,
llamado Olivares, que era sevillano y efectivamente lo conocía y le avaló. Perales añade
que no es posible escribir la historia de sus hazañas, antes y durante la guerra, porque
nadie las creería, pues eran inverosímiles; y que murió cantando el Cara al sol después
de dirigir la palabra al pelotón de ejecución.
9
. Franco me contó que durante la conspiración se había tornado contacto con Miaja para negociar con él
su participación en el Alzamiento militar -y a punto se estuvo de llegar a un acuerdo- porque ese General
no era "rojo", aunque luego, durante la guerra, ingresara efectivamente en el partido comunista. A
diferencia de otros, como por ejemplo, Cordón, que era comunista convencido, Miaja era acomodaticio,
como luego se uniría a Casado y como antes se dijo que había sido de a UME.
7. (Carta de Ridurejo)
Madrid, 29 de agosto de 1942.
Camarada Ramón Serrano Suñer.
Excmo. Sr. Ministro de Asuntos Exteriores
Presidente de la Junta Política de FET y de las JONS.
Madrid
Querido Ramón:
Después de una reflexión severa he hallado que mi deber es apartarme de la vida oficial del régimen y
declinar la modesta jerarquía que ostento en la Falange. Así -y creyendo ser éste el conducto debido- te
ruego manifiestes a S. E. el Jefe Nacional mi deseo, mi voluntad irrevocable, de ser separado de los
cargos que me confirió en el Consejo Nacional y en la Junta Política.
Y como creo un deber de lealtad acompañar mi actitud de una explicación, paso a exponerla
lamentando solamente su inevitable longitud y necesaria ociosidad histórica, pero así tiene que ser porque
mi actual disentimiento es el resultado de un proceso largo y lento.
Parece que el 19 de abril de 1937, la Falange -huérfana de mando pero llena de sentido, de popularidad
y de potencia- fue elegida para una gran obra: constituirse en agente unificador de las fuerzas que bajo un
aglutinante negativo habían coincidido en el alzamiento. Había dos caminos: uno, considerar el Ejército
como único polarizador del Movimiento y única base del nuevo Estado. Históricamente podio tener este
derecho. Pero se estimó que el Ejército no tenia contenido político propio y homogéneo, que el ejército
tiene otro destino. Se eligió el otro camino: levantar un 'partido único' como base del régimen. La Falange
debía asimilar bajo su unidad -bajo su integridad inalterable- lo que hubiera de asimilable en las otras
fuerzas. Suponemos -si el proceso había de ser lógico bajo el supuesto del sistema totalitario- que debía
también disolver políticamente lo inadmisible y resistente.
Pero ante todo la Falange se encontraba con un nuevo jefe. Era preciso consumar este proceso de
identidad: la Falange había de entregarse al mando y servicio de este jefe. El jefe había de asumir -tal cual
era- el contenido histórico de su nueva fuerza.
La primera parte se ha consumado enteramente. Tú sabes bien cómo, después de algunas perplejidades
y desconfianzas, toda la Falange aceptó el caudillaje de Franco. Tú sabes que en la obra de configurar,
sostener, propagar y asistir este caudillaje, contra la voluntad de todos -absolutamente de todos- los que
formaron en el alzamiento, la Falange ha gastado la totalidad de sus esfuerzos.
Tanto que, absorta en esta empresa, ha descuidado la propia justificación y ha tenido que pechar con la
obra ajena -toda la del régimen- que se le ha achacado. Hemos servido a Franco hasta el suicidio y Franco
-gratuitamente- ha tenido en nosotros una fuerza mucho más sólida que cualquiera de los creadores de
regimenes que conocimos.
Tú sabes de esto porque te pertenece la gloria de este proceso. Tú has obrado con fe y, como la Falange
misma, has olvidado que quizá pudiera ser necesaria una garantía más sólida. Perdóname si yo empiezo
ya a pensar que esa gloria es una triste gloria. Porque en la otra parte del proceso no estoy nada segura de
que el acierto te haya -nos haya- acompañado.
Ser jefe es soportar una carga terrible, no señorear una propiedad. ¿Se ha decidido Franco de verdad a
ser nuestro jefe? Yo lo dudo. Como Jefe del Estado él conocerá su camino y puede ser que haga bien en
no ser de verdad el Jefe de la Falange -de una Falange sola, única, auténtica-. Quizás lo que conviene es
un equilibrio de fuerzas. Yo no lo creo, claro está. Pero ¿por qué he de juzgarle? Yo sólo digo esto: como
falangista no le debo lealtad más que en tanto él sea de verdad mi jefe; si no me quedo con el simple
respeto del ciudadano, que no me obliga a ofrecer mi vida en su defensa. Pues bien, creo que el Caudillo
no ha dado el paso decisivo que le convierta en nuestro jefe. Él es el dueño del Estado pero la Falange no
informa ese Estado. La Falange lo encubre, carga con todos sus errores y nada más. La Falange tiene
menos resortes efectivos de poder que nadie, y son las eternas fuerzas de reacción las que mandan.
Pero es que además la Falange no es tal partido único. Ahí están los sectores disidentes en pública y
libre actividad. Incluso en plena agresión. Ahí está el Ejército (cuya masa quizá no ansia otra cosa que ser
el gran ejército de un gran país con misión activa) presente en el poder (para el mando y para el veto)
como un movimiento político autónomo.
Ahí están los 'clanes' conservadores con ministros y alguaciles para oponerse a toda reforma.
Ahí están las jerarquías eclesiásticas con sus exigencias y sus inquisiciones.
Pero es que además la Falange (parte menor o mayor del régimen) no es siquiera una fuerza. Está
dispersa, decaída, desarmada, articulada como una masa borreguil en desatención a su forma peculiar y
necesaria de milicia, mandada por la selección más mediocre que ha sido posible encontrar.
Quizá sea ésta la razón por la que Franco no se confía a ella: porque frente a otras fuerzas reales ésta no
es una fuerza y porque de tanto maltratarla ya no es ella misma. Pero me permito subrayar que Franco es
su Jefe Nacional desde 1937.
Y, claro es, podría suceder, aunque tampoco lo creo, que -por causas más altas- el poder del Estado
tuviera que estar administrado por un conglomerado heterogéneo (nunca tanto como éste, espejo fiel del
estado de guerra civil en que España vive). Pero frente a esta situación la Falange habría de estar fuera,
hacinada, gobernada con inteligencia, esperando su hora.
Así no hubieran sido posibles cosas que ahora han sido -lo reconozco- irremediables.
Tú recordarás que ante la última crisis de gobierno yo pretendía como necesaria una rectificación de
criterio: fortificar el Partido. Pero ha parecido mejor emborronar periódicos con adulaciones indignas.
Realizar grandes carnavaladas populares. La carrera de la mentecatez se ha consumado en este último año.
Y así estamos. Y así está el mismo caudillo. Creo que si hace pocos días le hubiera yo recordado aquella
triste reunión de nuestra Junta Política en la que yo exigía -¿recuerdas?-, sin habilidad alguna, milicias y
sindicatos, se lamentaría en el fondo de su conciencia de la destemplada desconfianza de entonces. O
acaso me hago ilusiones, que es lo más probable.
Todo esto ha terminado en una crisis moral de la que Dios sabe cómo se va a salir. Son los sucesos de
los últimos días. La Falange, mandada -repito- por ineptos notorios, no puede contener la violencia de los
suyos frente a ciertas provocaciones. Con lamentable oportunidad, sin sentido de la medida, unos
muchachos exaltados hacen cara a una masa mil veces superior provistos -notable precaución- de algunas
armas. Allí está un ministro de Régimen. No el representante del Ejército, que como tal lo detesta por su
mala gestión. Allí está un político, ministro del Régimen y antifalangista notorio, que da la casualidad de
que es militar como podía haber sido ingeniero de Caminos, sin que por esto tuviera que sentirse aludido
el cuerpo en masa. '
Se amañan las versiones. El Partido podía -claro es- haber abandonado a aquellos muchachos por su
actitud de indisciplina. Pero no lo hace; se consigue imponer la versión verdadera. Pero todos sabemos lo
que ha pasado luego: hay que sacrificar -ya sin posible invocación de principios- una vida falangista para
salvar un compromiso. ¿Por qué? Porque detrás, el respaldo falangista era una fuerza destrozada y
claudicante. Era inevitable. La culpa no es de hoy sino que viene de lejos. Pero la Falange está
deshonrada. Yo aceitaría que estos hombres (el camarada Arrese y los suyos) afrontasen la impopularidad
del hecho reconociendo su fracaso –incluso sin publicidad- marchándose. Pero no. Los veo tomar un aire
de triunfo. Viene la contrapartida política. Para adormecer la conciencia 'no hay inconveniente hasta de
inventar miserable mente un espía inglés sobre el cadáver de un hombre que ha muerto creyendo en los
embustes de sus jefes.
Y para fin de fiesta advierto que lo que más júbilo produce es la hipótesis de haber resuelto un pleito
entre aspirantes a un mando falangista que es una pura farsa.
Gracias a Dios aún le queda a uno decoro para alistarse entre los derrotados. Todo esto es un asco.
¿Y ahora qué? ¿De verdad viene ahora lo único que podría salvarnos y salvar a Franco? Una reacción
de poder rotundo, que nos permitiese entrar de lleno en los problemas de España. Probablemente ni aun
eso sería ya bastante. Pero además no sucederá. No lo creo ni en el fondo lo creen los jubilosos. Habrá
algún enemigo menos en el Gobierno, algún falangista más. Seguiremos haciendo kermesses políticas,
seguirá la necedad en la prensa, el desarme en las milicias, la simulación de los sindicatos, la ausencia
real de poder, la fricción, la indecisión, el engaño, la táctica y el miedo. Y además frente a una reacción
reacrecida y advertida y con una mancha moral bastante difícil de borrar.
Bien. Ya no tengo la exagerada juventud de otros años para esperar el milagro de cada día, y prefiero
estarme fuera, libre para acudir -porque de la Falange 'esencial' no me voy- a otras convocatorias más
claras si llega el caso de que alguna vez se produzcan.
Todo con un tristeza seria, con la de no poder creer ni servir ya a lo que he servido lealmente.
Sólo quiero añadirte una cosa: tú sabes que esto no es una reacción sentimental. Hace mucho tiempo
que creo que por este camino no podíamos ir a ninguna parte. Alguna vez he intentado, después de
manifestarlo, resolverlo con una actitud que tu amistad ha detenido. Ahora ni esa amistad me parecería
una invocación suficiente por más que sea, como siempre, cierta. Tampoco tengo que decirte que no
pretendo transformarme en un ejemplo viviente. Me parece todo demasiado dramático para convertirlo en
el argumento de una jugada personal. No me permito más jugada que la de salvar mi conciencia.
Perdóname este largo discurso. No he tenido sosiego para un mayor laconismo.
Tu amigo.
Dionisio Ridruejo
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