Rue des Capucines, 22-24, I. La Revolución de 1848 Como

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Rue des Capucines, 22-24, I. La Revolución de 1848
Como cualquier revolución que se respete, la francesa de 1848 se
engendró en medio de confusión, terror y sangre. Para explicarla,
descartamos los dos últimos elementos, explotando el primero a saciedad y tratando de transgredir la consigna de Eugenio d’Ors: «Si
eres incapaz de ser profundo, trata al menos de ser confuso».
Con este consejo del filósofo nos disculpamos de antemano y
os podemos convocar en la estación del metro Madeleine. Desde
allí cogéis por el bulevar del mismo nombre hasta la primera a la
derecha, la rue des Capucines. En el siglo xix se alzaba, en los números 22 y 24 el Hôtel de la Colonnade. En él vivió Bonaparte
con Josefina de Beauharnais, y en él estaba cuando fue nombrado
general por los galones conseguidos en la evacuación de la iglesia
de Saint-Roch.
El 23 de febrero de 1848 se produjeron en este lugar serias escaramuzas entre habitantes del barrio y un destacamento del 14 ligero,
que se ampliaron hasta concluir en la caída de Luis Felipe. Con exigencias reformistas y gritos contra el presidente Guizot, se juntaron
los amotinados en el boulevard des Capucines por el que vinimos;
mientras tanto, el ejército ocupó la ciudad, el rey destituyó al primer
ministro y en su puesto nombró a Molé. Todo parecía resuelto cuando hacia las diez de la noche estalla una descarga de fusilería delante
del Ministerio de Asuntos Exteriores. A continuación sale un disparo de los rangos de la tropa, lo que deriva en una violenta batalla con
heridos y muertos, entre ellos una mujer. Los sublevados amontonan los cadáveres en carros y cargan a cuestas el de la mujer. Así for17
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mado, el cortejo atravesó la ciudad por los bulevares y se instaló en
la place de l’Hôtel de Ville, donde predicó la insurrección.
Al día siguiente todo París reventaba de barricadas; al rey no le
quedó más remedio que abdicar por la tarde. Los triunfadores invadieron el palacio de Tullerías, se apoderaron del trono y lo exhibieron por calles y avenidas, y al final terminó en ceniza al pie de la columna de Juillet, en la place de la Bastille.
Recomendaciones
Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, 1914-1991, Crítica, Barcelona, 2004.
Rémond, René, Introducción a la Historia de nuestro tiempo, vol. 2, El siglo
xix: 1815-1914, Vicens-Vives, Barcelona, 1980-1983.
Weber, Eugen, Histoire de l’Europe. Des Lumières à nos jours, Fayard, París,
1987. Inédita en castellano.
Rue des Petits Champs, 43, I. Claire Lacombe (1765-?)
Estábamos en la rue de Richelieu. Cuando forma esquina con la Biblioteca Nacional topamos con la de Petits Champs. En el número 34
se alojó Claire Lacombe, componente de la trinidad de mujeres
rebeldes de 1789, junto con Olympe de Gouge y Théroigne de Méricourt.
Según Mao Zedong, los pueblos hacen la historia y la escriben
los amos. Plagiándolo, podemos añadir que las mujeres la inician, los
hombres la enredan, y en la sombra quedan precursoras como las antedichas.
Nacida en 1765, Claire inicia una prometedora carrera de actriz
en Marsella; la abandona en 1792 para desempeñar un papel de estrella en la Revolución. Al filo de sus treinta años viene a París,
donde comparte la buhardilla de la rue Petits Champs, 43, con la
ciudadana Justine Thibaut, animadora del Club des Cordeliers.1
Simpatizante del movimiento de los sans-culottes,2 Claire se coloca
al frente del combate femenino. Con un batallón de Federados,3 el día
10 de agosto participa en el asalto de las Tullerías y crea la Sociedad
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de Republicanas Revolucionarias, algo así como la sección femenina de los Enragés.4 Reclama la destitución de todos los nobles del
ejército, la depuración del gobierno y exige el derecho de llevar armas para combatir a la reacción de Vandea, lo que no aceptan los
machos. Tampoco se acomoda con los miembros del Comité de
Salvación ni con el mismísimo Robespierre: «Es un cobarde que
teme por sus días; lleva el miedo en la cara».5
Entonces la atacan los jacobinos,6 cuyas acusaciones refuta con
vigor: «El pueblo nos dio nuestros derechos; si nos los queréis quitar, sabremos defenderlos».
Las Republicanas Revolucionarias y los demás clubes femeninos
serán prohibidos y Claire es arrestada el 31 de marzo de 1794. Se libró de la guillotina por los pelos y se ignora la fecha de su muerte.
Recomendaciones
Fabien, Michèle, Claire Lacombe, Éditions Actes Sud Papiers, París, 1989.
Inédito en castellano.
Larue-Langlois, François, Claire Lacombe: citoyenne révolutionnaire, París,
Punctum, col. «Vies Choisies», 2005. Inédito en castellano.
Place Vendôme, 12, I. Federico Chopin (1810-1849)
Chopin abandonó Polonia después de la invasión rusa. Irritado con
Francia por su falta de ayuda a los independentistas polacos, eligió el
exilio en Inglaterra. En el pasaporte que le dieron en Viena constaba «de paso por Francia», lo cual confirma que no pensaba quedarse
aquí; sin embargo, en la escala parisina descubrió la capital de la música y sintió el flechazo: «Esta ciudad es de las más bellas del mundo
—escribe a Titus, su amigo de la infancia—; colma todas mis esperanzas». Se instala en una modesta dependencia del Hôtel Baudard
de Saint-James, que hoy alberga la joyería Chaumet, en el primer
piso del número 12 de esta plaza.
Cuando la caída y el saqueo de Varsovia en otoño de 1831,
Chopin vivía en el número 27 del boulevard Poissonnière. Se dice que
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al enterarse de la tragedia se lanzó al piano e improvisó el Estudio revolucionario que tanto nos ha hecho sufrir por las semicorcheas vertiginosas de la mano izquierda, diríase una estampida de muchedumbre, y en la derecha, los acordes triunfantes de los invasores.
Pese a las instancias de su padre, Chopin se niega a respetar las
reglas impuestas por Rusia y no solicita un pasaporte a la embajada
de Moscú, prefiriendo el estatuto de emigrante sin papeles, como un
subsahariano avant la lettre. Será pues un militante de la independencia polaca, refugiado político cortado de su patria. Con ese estatuto
permanecerá dieciocho años en Francia, hasta su muerte.
Revolucionario de la técnica pianística, Chopin adaptó el instrumento a los tiempos del romanticismo. Hubo de crear nuevos
timbres y sonoridades; su interpretación sólo fue igualada por su
amigo Franz Liszt, que vivía en la rue du Mail, 13, con la familia del
fabricante de pianos Erard. El pianista rebelde se doblegó ante la tuberculosis en 1849.
Recomendaciones
Pourtalès, Guy de, Chopin ou le poète, Gallimard, París, 1946. Inédito en
castellano.
Querlin, Marise,Chopin. Explication d’un mythe, Editions du Scorpion, París, 1962. Inédito en castellano.
Place Vendôme, I. Gustave Courbet (1819-1877)
Prosiguiendo la paseggiata llegamos a la avenue de la l’Opéra; de allí
a la place Vendôme, uno de los lugares más bellos y armoniosos de
la ciudad. Durante la Revolución se conocía por place des Piques,
porque aquí se plantaban en picas las cabezas de los aristócratas, al
tiempo que Théroigne de Méricourt despanzurraba burgueses a
voleo.
En 1871, la Comuna le puso de nombre de Place Internationale, y tiró su célebre columna a mazazo limpio, sin dañar ningún palacete de los banqueros instalados aquí en tiempos de Luis XIV,
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como el inventor del papel moneda John Law.7 Aunque la evocación de la plaza sugiera lujo y riqueza, creemos que, por tantos avatares por los que pasó, merece figurar en esta guía sui géneris.
Los revolucionarios se la apropian el 11 de agosto de 1792. Danton ocupa la Cancillería del Reino e instala el gobierno provisional
de la República. Una de sus primeras decisiones consiste en derrocar la estatua del Rey Sol que imperaba en el centro.
En el número 8 vivía Delpech de Chaumot, diputado de la
nobleza y defensor de la Revolución, así como Louis-Michel Lepeletier de Saint-Fargeau, quien, por su parte, había votado la ejecución de Luis XV. Saint-Fargeau fue asesinado el día 20 de enero
de 1793 y la Revolución organizó sus exequias. Su cuerpo yacía
cubierto de sangre en medio de la plaza, tapado por una sábana que
permitía ver las heridas; todo un montaje neoclásico de JacquesLouis David.
La nueva estatua central (destruida y reemplazada) se tumba de
nuevo el 28 de julio de 1833 en favor de otra realizada por Seurre
con Bonaparte en sus tradicionales levita y bicornio. Y venga otra
vez: Napoleón III la quita y se la lleva a la place de la Defense, de
donde la arrancarán los comuneros para hundirla en el Sena. Rescatada de las profundidades, la arrinconan en el patio de honor de
los Inválidos. La estatua que en 1863 sustituyó a ésta en la place
Vendôme era obra de Auguste Dumon, autor (dicho sea para complicar aún más el cuento) del Genio de la Libertad que domina la
Columna de Julio en la place de la Bastille. Encargada por Napoleón III, sobrino del emperador, representaba a éste con pintas de
César romano, y ahí seguiría si a su vez no la abatiera la Comuna al
caer el Segundo Imperio el 14 de septiembre de 1870. Para ello,
Gustave Courbet, presidente de la Comisión de Bellas Artes, había
propuesto:
Considerando que la Columna Vendôme es un monumento sin
valor artístico alguno que perpetúa las nociones de guerra y de conquista propias de una dinastía imperial, pero que condenan los sentimientos de una nación republicana;
Considerando que por ello mismo resulta incompatible con los
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valores de la civilización moderna y la unidad de la fraternidad universal que debe prevalecer entre los pueblos;
Considerando igualmente que hiere sentimientos legítimos y es
perjudicial para la imagen de Francia ante las democracias europeas,
Proponemos que el gobierno de la Defensa nacional se digne desmontar dicha columna o tome la iniciativa de transportarla al Museo
de Artillería.
De antemano estaba lista la respuesta del gobierno:
Considerando que la columna imperial de la place Vendôme es un
himno a la barbarie, símbolo de la fuerza bruta y de vana gloria, afirmación del militarismo, negación del derecho internacional, insulto
permanente a los vencidos y atentado perpetuo a la Fraternidad, uno
de los grandes principios de la República francesa, decretamos:
Único artículo. - La columna de la place Vendôme será derribada.
El 12 de abril de 1871, cuando la Comuna decide tirarla, Courbet ya había dimitido del gobierno. Fue el 17 de mayo, a las doce
del mediodía. La plaza y las calles adyacentes estaban abarrotadas; los
miembros del gobierno de la Comuna presenciarían la ceremonia
desde el balcón de lo que es hoy el Ministerio de Justicia, en el número 13 de la plaza. Hacia las tres y media de la tarde suena la trompeta para que se inicie el tambaleo, mas uno de los cabrestantes
flaquea. Venga los obreros un par de horas con picos y palas hasta
reforzar el torno endeblucho, y la columna se recuesta en un lecho
de verdura muy bien dispuesto.
Pero la Comuna fue vencida y cuando se restableció el orden
burgués, la primera medida de los versalleses fue lanzarse a la captura de Courbet, que se refugia en la factoría de instrumentos Lecomte, situada en el número 121 de la rue Saint-Gilles, donde será
detenido. Un consejo de guerra lo condena a seis meses de cárcel y
a 500 francos de multa.
Poco después, la Asamblea Nacional adopta un proyecto para la
reposición de la dichosa columna con cargo al antiguo ministro
Courbet. Se calcula su valor en 323.091 francos, que el pintor podría pagar «por plazos anuales de 10.000 francos, al ritmo de dos en22
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tregas semestrales». Lo encierran en la Conciergerie, y en vista de su
estado de salud, le permiten residir en el sanatorio del doctor Duval
de Neuilly, de donde sale el 2 de marzo de 1872.
¿Por qué tal obstinación en castigar a Courbet? Se dice que más
que una persecución de los poderes políticos, se trató de una venganza de sus «colegas»: artistas, pintores y escritores reaccionarios.
Como muestra, he aquí lo que decía Alejandro Dumas (hijo): «¿Bajo
qué campana, con qué estiércol, gracias a qué mezcla de vino, de
cerveza, de fermento corrosivo y de edemas pestilentes ha podido
crecer esta calabaza sonora y puntiaguda?». No se le perdonaban sus
posiciones contra el arte oficial. «El Estado es incompetente en
materia artística —escribió en 1870 al ministro de Bellas Artes, anunciándole que rechazaba la Legión de Honor—: Mis opiniones de ciudadano se oponen a que acepte una distinción que depende esencialmente del orden monárquico. El honor no reside en los títulos
ni en las condecoraciones, sino en los actos y en sus móviles. La
intervención del Estado es funesta para el arte, pues lo encierra en
las convenciones oficiales y lo condena a la más mediocre esterilidad. El día en que nos deje libres habrá cumplido con su principal
obligación.»
Aquel año, como el anterior, el artista envía dos cuadros al Salón: Manzanas rojas en una mesa de jardín y Mujer de espaldas. Al
pasar frente a estas obras, Meissonnier8 aconseja: «Señores, no vale
la pena ver eso; no por una cuestión artística, sino por dignidad.
Hay que excluir a Courbet de las exposiciones; para nosotros está
muerto».
El autor de cuadros soberanos como El origen del mundo y La pereza y la lujuria ha de refugiarse en Suiza, donde lo esperan muchos
otros comuneros proscritos. Viejo y enfermo, en 1877 le permiten
regresar a Francia y fallece el último día de ese mismo año.
Recomendaciones
Riat, George, Gustave Courbet, peintre, París, 1906. Inédito en castellano.
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Place Vendôme, I. Hubertine Auclert (1848-1914)
Sin aprobar, ni por pienso, el castigo de Courbet, no cabe duda de
que la sentencia contribuyó a formar a la primera sufragista francesa.
Cuando en 1804 los juristas festejaban en la Sorbona el primer
centenario del Código Civil, Hubertine quemó un ejemplar de
dicho documento al pie de esta columna. Con este gesto simbólico quiso denunciar la misoginia de los leguleyos, todos hombres,
que habían parido unas reglas sin tener en cuenta la existencia de las
mujeres. Como bien se sabe, no les permitían ejercer un oficio, recurrir a la Justicia, ni comprar o vender sin autorización de sus maridos; eso y mil humillaciones más.
«El marido debe protección a su mujer —ordena el artículo 213
del famoso Código. Y por si no estuviera claro, remacha—: y la mujer obediencia a su marido.» El hombre podía solicitar el divorcio sin
justificación alguna, mientras que ella habría de probar que el tipo
vivía con una concubina en el domicilio conyugal.
Adolescente aún, Hubertine decide que un día formaría parte
del gobierno de su país. Desde ese puesto, soñar no cuesta nada,
aprovecharía la relativa libertad de que se gozaba en la Tercera República para situar a la mujer en su lugar. Se larga de un convento y viene a París para defender sus ideas. El título del periódico que funda
resume su programa: La Ciudadana. Con la provocación se crea una
identidad política a fuerza de actos cívicos: inscripción en las listas
electorales, huelga de impuestos y rechazo del empadronamiento,
pues si la mujer no puede votar, de nada le sirve estar censada. Toda
su teoría política se basa en el feminismo, desoyendo las advertencias de sus mayores que le recomiendan moderación por el peligro
que suponía su programa para el régimen liberal. No obstante, sin
temor a menoscabar un sistema progresista amenazado por la monarquía, la joven provinciana arrecia su lucha por el sufragio universal.
Ninguna de sus aliadas acepta su estrategia, que ya lo quiere
todo; no sólo el derecho de voto, sino también cambiar el estatuto
de la familia, mejorar la vida de los obreros y un proyecto global sobre la igualdad de sexos.
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Prosigue su combate en Argelia, adonde se traslada con su marido a finales del siglo xix. Redacta un informe sobre la situación social de esta colonia en un trabajo que dejó inconcluso: «La instrucción es el único instrumento que puede ayudarles a conseguir
igualdad y libertad». Algunas batallas ganará, mas no la principal,
pues fallece en 1914, treinta años antes de que las mujeres alcancen
el derecho de votar.
Recomendaciones
Barthélémy, Joseph, Le Vote des femmes, Félix Alcan, París, 1920. Inédito
en castellano.
Joran, Théodore, Le Suffrage des femmes, A. Savalète, París, 1914. Inédito
en castellano. Del mismo autor: Alrededor del feminismo, F. Sempere y
Compañía, Valencia, c. 1911.
Leclère, André, Le Vote des femmes en France, les causes de l’attitude particulière à notre pays, Marcel Rivière, París, 1929. Inédito en castellano.
Place Vendôme, 22, I. General Claude-François
de Mallet (1754-1812)
En el número 7 de esta plaza fue detenido Claude-François de Mallet, general republicano, autor de un intento de golpe de Estado
contra Napoleón. Pertenecía a los Philadelphes, sociedad secreta y
republicana.
Desde el consulado, Mallet no ocultaba su hostilidad hacia el
emperador. El 22 de octubre de 1812 anuncia su muerte y organiza la sedición con la complicidad de otros oficiales. En un momento de la conjura se presenta en el Hôtel de Ségur, en el número 22
de esta plaza, donde vivía el general Pierre-Augustin Hulin. Le
propone que se incopore al complot. El general no para de inquirir
sobre esto y estotro hasta que Mallet se abronca y concluye el desacuerdo con un tiro en la mandíbula que ningún sacamuelas podrá
extraer. Desde entonces, los soldados le colgaron el mote Tragabalas
(«Bouffe-la-balle»). Cuando sucede todo esto se halla presente el
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jefe de batallón Laborde, quien se echa encima de Mallet, lo paraliza y desarma.
El general republicano comparece ante un tribunal de guerra el
29 de octubre de 1812. Condenado a muerte por intento de magnicidio, cae fusilado esa misma tarde en la explanada de Grenelle.
Si queréis terminar revolucionaria —y agradablemente— el paseo de hoy, dirigíos por la rue de Castiglione al número 400 de SaintHonoré. En el fondo del patio existe aún el local de una antigua carpintería en la que se reunían los dirigentes de la Revolución de
1789. Danton le llamaba «el templo del cepillo y de las comidillas»,
y Robespierre dormía en un cuarto del primer piso, que todavía se
puede visitar.
Hay al lado un restaurante polivalente que, como es lógico, se
llama Le Robespierre. A mediodía resulta de medio pelo, y a él acuden los empleados de las muchas oficinas y de algunos ministerios
cercanos; de noche se convierte en un lugar íntimo y agradable, a la
luz de candelabros que, dicen, alumbraron más de una conspiración.
Recomendaciones
Besson, André, L’homme qui fit trember Napoléon, France-Empire, París,
2002. Inédito en castellano. Del mismo autor: El seguro obligatorio de
automóviles en el derecho francés, Madrid, 1964.
Rue de Saint-Honoré, 96, I. Molière (1622-1673)
Unos historiadores dicen que aquí, y otros que más allá, en el 31 de
la rue Pont Neuf, nació Jean Baptiste Poquelin, actor y autor como
Shakespeare, más conocido por Molière.
Sus comedias, realmente geniales —Las preciosas ridículas (1659),
Escuela de mujeres (1662), Tartufo (1664), Don Juan (1665), El misántropo (1666), El avaro (1668), El burgués gentilhombre (1670), El enfermo imaginario (1673)—, revelaron al mundo las taras más penosas de
las clases dirigentes de su época. Por ello aguantó furibundos ataques
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de los reaccionarios, entre ellos Bosuet y la Iglesia católica, quienes
consiguieron la prohibición de sus dos obras más iconoclastas, Don
Juan y Tartufo.
En medio de la cuarta representación de El enfermo imaginario,
el 17 de febrero de 1673, a los cincuenta y un años, en el teatro de
la Ancienne Comédie sufrió un desmayo que le causó la muerte. El
párroco se negó a darle cristiana sepultura por ser actor.9 Consiguieron enterrarlo clandestinamente el 21 de febrero de 1673 de noche,
bajo antorchas y sin ceremonia religiosa, en el cementerio Saint
Joseph, situado a la altura del número 144 de la rue Réaumur. Pese
a todo, asistieron al sepelio más de ochocientas personas. Sus restos
fueron trasladados al cementerio Père-Lachaise en 1817 y allí están,
en la división n.° 35.
Recomendaciones
Duchêne, Roger, Molière, Fayard, París, 1998. Inédito en castellano.
Grimarest, La Vie de M. de Molière, Le Febvre, París, 1705. Reedición crítica de Georges Mongrédien, París, M. Brient, 1955, y Slatkine, 1973.
Inédito en castellano.
Jurgens, Madeleine y Elisabeth Maxfield-Miller, Cent ans de recherches sur
Molière, sur sa famille et sur les comédiens de sa troupe, Archives Nationales, París, 1963. Inédito en castellano.
Rue de Prêtres Saint-Germain de l’Auxerrois, I. La bohemia
de Murger (1822-1861)
Si seguimos hacia la place du Louvre llegamos a la rue de Prêtres
Saint-Germain de l’Auxerrois. En el número 17 funciona hoy la
Clínica del Louvre; hacia 1840 albergaba el café Momus, uno de los
lugares más frecuentados por artistas y literatos; nunca faltaba Murger, autor de las Escenas de la vida bohemia, ni los personajes Rodolfo, Marcel, Schaunard y Colline, quienes de la vida real entraron en
su libro. Pasaban aquí días y noches sin que se notara en la caja. Marcel ya habitaba en un cuarto que no podía pagar; recorriendo París
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en busca de un prestamista, cae en la misma mesa que Colline. Con
una borrachera de órdago, los dos nuevos amigos vienen a parar a
este café donde se hallaba Rodolfo, amigo de Colline. El trío termina en la habitación de Schaunard, quien la había dejado la víspera.
Al fin Marcel y Schaunard deciden alquilar el desván.
El escritor Murger sacó a sus personajes de la vida real. En la descripción de Rodolfo se reconoce al propio autor; el compositor
Schaunne se convierte en Schaunard y así seguido.
También se juntaban en el café Momus los escritores del Journal
des Débats, Renan, Chateaubriad, Sainte-Beuve...; Beaudelaire conoció al periodista Champleury, el futuro autor de Las aventuras de
mademoiselle Mariette.
Recomendaciones
Introducción de Loïc Chotard en las Escenas de la vida bohemia, Espasa Calpe, Madrid, 1924.
Iglesia de Saint-Germain de l’Auxerrois, I. La masacre de San
Bartolomé (1572)
Frente al metro Pont Neuf nace la rue de l’Arbre Sec. En ésta, cuando hace esquina con la iglesia de Saint-Germain de l’Auxerrois, hay
una farola que es el centro de París, según Alexandre Arnoux. Dicen que trae buena suerte ponerse debajo de su resplandor, lo mismo que en Saint-Amand de Montrond, centro geográfico de Francia, o en el pozo de Armórica, ombligo del mundo, según cuenta
una leyenda celta.
Antes de volver a la explanada, atraviese la rue de Rivoli y asómese a la rue du Roule. En el número 4 tenía su taller Géricault, y
en él dialogaba continuamente con los muertos, tema constante de
su obra. En los armarios conservaba miembros de cadáveres, putrefactos y descuartizados. Le servían de modelo, por la forma y el olor,
pues necesitaba los efluvios para pintar.
Vuelva hacia la iglesia de Saint-Germain de l’Auxerrois, que data
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del siglo xiii. La entrada es de estilo flamígero (siglo xv). Recae en esta
iglesia la enorme responsabilidad de haber redoblado las campanas el
24 de agosto de 1572, señal para que los católicos iniciaran la matanza de la Noche de San Bartolomé, una de las más bárbaras de la historia. Muy de mañana, una muchedumbre de católicos se encaminó en
procesión al cementerio de los Inocentes para celebrar el milagro de la
floración del espino. Las puertas de los protestantes estaban pintadas de
cruces rojas, lo que concedía bula a quien quisiera asesinarlos. «Fue una
especie de consentimiento que dio el Cielo a una carnicería que excitaba el furor de los asesinos —escribió Alejandro Dumas—; mientras
que cada plaza, cada calle y encrucijada de la ciudad ofrecían un espectáculo desolador, ya el Louvre había servido de fosa común a todos los
protestantes que se encontraban dentro cuando las campanas dieron la
señal.» En unas horas perecieron asesinados diez mil protestantes.
Nuestro rey Felipe II tuvo mucho que ver en la matanza. Él y el
duque de Alba apoyaban al de Guisa, cabecilla del partido católico en
pugna con los hugonotes, mandados por el almirante Coligny. El
Nuncio, el papa Pío V y Catalina de Médicis animan al duque de
Guisa, y éste, ayudado por un espadachín, asesina a Coligny el 24 de
agosto. Suenan las campanas y empieza la masacre: «Matadlos a todos,
para que no quede uno que pueda reprochármelo», dice Carlos IX,
al tiempo que dispara desde un balcón del Louvre. «Se mataba a
hombres, mujeres y niños, incluso a niños por nacer, para extirpar las
familias y evitar las futuras venganzas», escribe el cronista.
Enrique de Navarra, futuro Enrique IV, encarcelado en el Louvre, consiguió fugarse por la cadena destinada a cerrar el paso a los
barcos del Sena. Desde entonces, y hasta que el 14 de mayo de 1610
Ravaillac le alcanzó el corazón en la rue de la Ferronnerie, el rey depuesto se afanó en recuperar el poder y con el Edicto de Nantes instauró la paz.
Recomendaciones
Crouzet, Denis, Les Guerriers de Dieu. La violence au temps des troubles de religion vers 1525-vers 1610, Champvallon, París, 1990. Inédito en castellano. Del mismo autor: Calvino, Ariel, Barcelona, 2001.
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