LA PROPUESTA ANDROGINA DE VIRGINIA WOOLF Patricia Cruzalegui e Isabel Tornero This article is divided into threeparts, thefirst two of which appear in this issue, to be followed by the third in BELLS VI. As toparts 1andII: the aim of theformer section of thispaper is to trace Virginia Woolfsproposal for an alternative androgynous model where thefernale creative spirit muyfree itseiffrom the chains of Victoriandomesticiry. Part II analyses those social and humanistic movements which propiate the changesfromoppressively moralizing Victorianismto the liberatingBloomsbury ethos. «Sóloelárbol ~sistíanuestroctemofluir.Puesyocambiaba sin cesar; era Hamlet, era Shclley, era aquel héroe cuyo nombrc hc olvidado, de una novela de Dostoievsky...»' Es tcnrador, aunquc cn buena parte injusto, sospechar que aquel fraudulento «Angcl del Hogarn2-como cáusticamente bautizara Virginia Wooll al fantasma de renuncia y sumisión impuesto sobrcel scxo femenine acabara por ganarle la partida, y la condujcra con sus alas letalcs al suicidio un 28 de mazo de 1941.Ella afirma haber librado contra él arduas batallas: «era quien solía obstaculizar mi trabajo, metiéndose enve elpapcl y yo, quien me hacíaperdcreltiempo, quien de tal manera me atormentaba que... me volví hacia cl Angel y le eché las manos al cuello. Hice cuanto pude por mararlo... si no ... él mc hubiera matado a mí. Hubiera arrancado el corazón de mis cscritos~~, y no cejó hasta liquidarlo. No obstante, respecto de encmigo tan furtivo, es arricsgado cantar como definitiva una victoria. En aqucl cnsayo mczcladcrcalidad y cnsucñoquellamó Una habitaciónpropia, estc cspíritu cclador dc la domesticidad pauiarcal se cobra una víctima cmblcmática en *NOTA ACLARATORTA: La traducción de aquellas citas enlas queno remitirnos alaversión castellana existente es nuestra, y se basa en el original inglés. 1.- The Waves, London: Triad Grafton Books,1977, p.197. 2.- Título de un conocido poema de Coventry Patrnore, que recoge el arquetipo victoriano de virtud femenina. 3.- «Profesiones para la mujer», en Lay mujeres y la Lilerafura, Barcelona: Witorial Lumen, 1981.Sclccción y traducción de MichCle Rarret y Andrés Rosch, pp. 69-70. el Londres del siglo XVI, en la figura de Judith, una ficticia hermana de Shakespeare, que igualaría al dramaturgoen genio e inspiración,pero que, al querer emularlo, moriría en el intento. Rechazada por los empresariosteatrales de la época porque las mujeres no podían actuar ni mucho menos escribir, confinada a una vida casera que excluía la farándula y la? tabernas -observemos que a Virginia Woolf le apasionaba la vida social- y, finalmente, seducida, embarazada y repudiada, acaba suicidándose de frustración y rabia pues, «i,quién puede medir el calor y la violencia de un corazón de pocta apresado y embrollado en un cuerpo de mujer?n4.Concluye Woolf su fantasía aseverando que una escritora en la Inglaterra isabelina hubiera sucumbido a la tensión ncrviosa y al dilema, y transmite hasta nosotros la duda de si no sería, acaso, el trágico desenlace dcl relato, un aciago y receloso vaticinio dc su propio final. Ese mismo cuerpo de mujer le había supuestoa ella el estigma traumáticode reiterados abusos sexuales por parte de sus hermanos matemos,George y Gerald Duckworih,desde laedad de seis años -«George le cstroped la vida cuando apenas si la había comenzad^»^-, quedando a partir de entonces sumida en una cuasi invalidez sexual de la que nunca pudo liberarse. No menos suyo cra cl dilcma, inmerso en su también alma de poeta, penetrándolo todo: su identidad cxistcncial y genérica, sembrando la confusión expresada a través de Bcmard en Las olas,dc no sabcr siempre «si soy hombre0 mujcr...si es fiablela realidad del aquí y el ahom... si yo soy yo o los demás... si soy uno y distinto...no lo sé.»6 Ambas situaciones guardan sin duda un estrecho parentesco. La mutilación de su hcteroscnsualidad-extensivaa su sentido del placer corporal en términos generalesy su gradual apartamientodel rol adscrito a su sexo,para podcr darse el lujo de dedicarse a la literatura, desembocan en Alfaro, en el descubrimientoterrible de que, por lo menos en su caso, escribir y ser mujer, en el sentido tradicional de la palabra, son actos incompatibles. Sin embargo, ella lo quiere todo: «amor, niños, aventura, intimidad, trabajo»y se resiste a soporlar la castidad, «si mi femineidad es puesta en tela dejuicio, por En aquel magistral viaje auto-analíticoque es Al faro, Lily Briscoe, que encarna la problemáticapsíquica y crcadorade la autora, lucha contra los fantasmasemocionales c ideológicosde su personalidad, hasta lograr tra7ar la Iínca de su propia vida, el ansiado árbol -leitmotiv dc la obra, y también de Las olas -, en pleno centro del lienzo, pero a costa dc «no ser una mujcr, sino, posiblcmcnte, sólo una solterona agria, remilgada y inarchita.»" Es probable que fuera cntonccs cuando Virginia Woolf sinticra que había «matado» al Angcl extcrrninador, al dcstapar cl rostro y nombre del fantasma, y vislumbrar que, detrás de cada una de sus alas, se ocultaban las figuras de su madre y dc su padrc rcspcctivamcnte, o, dicho de otro modo, sus símbolos de lo femenino y lo masculino, obtcnicndo para sí con la novela «lo quc los psicoanalistas para con sus 4.- Una habiiaciónpropia, Barcelona: Ed. Seix-Ramal, 1989.Traducción dc Laura I'ujol, p. 69. 5.- Qucntin Rcll, Virginio WoolJ; London: Triad Granada,Vol.I., 1976, p. 44. 6.- The Waves, op. cit., pp. 218,222. 7.- Phyllis Rose, Womon ofLelfers,A Life of Virginia Woolf,London: Pandora, 1986,p.82. 8.- To the Lighthouse, London: Granada.1982, p. 142. pacicntcs. Hice explícito un scntirniento profundamente arraigado durante mucho tiempo. Y al comunicarlo lo expliqué, cntonces se calmó»,y, en consecuencia, «dejéde estar obsesionada por mi madre. Ya nooigo su voz, ya no la veo.»9Pcro,si bien la Señora Ramsay, en la ficción, y Julia Stephcn,en la vida real, amainaron la tiraníade su imagen de matronas seductoras en el castigado cerebro de Virginia Woolf, la descarga de la angustia cedió paso al vacío y al consiguiente desamparo, al hallarse, por un lado, desprovista de un ideal femeninoconcreto,o cuando menos,incapaz de adoptarlo, y,por otro, merecidamenle huérfana del cariño de su madre -«podía imaginar lo que haría o diría sobre mi quehacer diario»lo- y de la aceptación del prójimo, al no admitir la transacción de dar sometimiento y entrega -ya había sido poseída por la fuem- a cambiode afecto. El dilema entre la tecundidad maternal y la literaria fueresueltodemal grado y con serias consecuencias para su salud mental. Pero la percepción de su existenciaa través de su madre y la auacción hacia su encanto sexual y aglutinador,que no pudo cultivar clla misma, sc prolongaron cn una relación de dependencia y rivalidad con su hermana Vancssa, bclleza dc Bloomsbury, y en su inclinación por mujeres que le ofrecieran «la protección matcrnal que por alguna razón es lo que más he deseado sicmprc de todo CI mundo.»'l En cuanto al ala masculina dcl «ángel» Ramsay-Stephcn, su padre, Leslie Stephen, fue para su obra tan imporiantc en vida como muerto. Aún cuando él le abrió las puertas de su biblioteca dcsde niña, privilegio del que ella siempre se enorgulleció, y fomentó su talento para la escritura «por ser una ocupación propia de una dama», los tCrminos en los que ella se refiere a su mucrte real, veintitrés años más tarde, son reveladores de su asociación enue el autoritarismo paternal y el avasallamiento del Angel: «hubiera cumplido 96 años, sí, hoy; y podría tener 96 años, como otras personas qucunaconocc;pcroa Diosgraciasno hasido así. Su vida hubicraacabadoporcompleto con la mía; pcro a Dios gracias no ha sido así.¿Quéhubieraocumdq? Nadadeescritura, ni libros; iimpcnsable!.»12 Con ambos modclos ante sí: la abnegación y el sacrificio de una madre que, aunque sensiblc y poderosa, infinita «como una obra de arte»", muere a los 49 años agotada de tanto esfuerzo, y un padre, por momentos el más adorable de los hombrcs, inteligente, excéntrico,eminente victoriano, editor del Dictionary of NafionalBiography, y amigo dc luminarias coino Hcnry James o George Mcredilh, pero colCrico y agobian te,^, a raíz dc su viuda, insaciable con sus hijas en sus demandas de atención, Virginia Wmlf opta por rcchaar ambos arquetipos -«las relaciones... entre hombres y mujcrcs... son exuemadamentefalsas»I4-, y se aplica a explorar una alternativa en la queambos sexos puedan «vivirjuntosen armonía, cooperandoespirit~aImente.»'~ El marco y el momcnto de esta exploración no podían ser más propicios. 9.- A Sketch of the Pavt cn Moments of Being, London: Grafton Rooks. 1989, pp.89-90. 10.-Ibid. 11 .-Qucntin Rcll, op.cit., Voliimcn 2. p.118. 12.- Phyllis Kosc, op. cit., p.159. 13.- To the Lighthouse, op. cit., p.150. 14.- Ibid., p. 87. 15.- A Room of One's Own, London: Granada.1981, p.94. ((Algunaspcrsonas recurren a un sacerdote, otras, a la poesia. Yo, a mis amigos. Yo, a mi propio corazón. Yo busco entre frases y fragmentos algo intacto.»I6 Bloomsbury era, scgún las entusiastas palabras de Anlhony Burgess, «el grupo social más progrcsisia dc Europa, si no dcl mundo»". Rcfrescaremos la mcmoria dcl lector rccordándole quc dc él formaban parte el pcnsador y economista Maynard Keyncs, cl escritor y biógrafo Lytton Suachey, los críticos de arte e inuoductores del post-impresionismo cn Londres, Roger Fry y Clive Bell, el gran pintor británico de la entregucrra Diincan Grant, cl dramaturgo y crítico literario Desmond MacCarthy, la propia Virginia Woolf, su hermana la pintora VanessaBcll,y suesposoLeonard Woolf, escritor, cditor y polílico. Sin cmbargo, la gestación de Bloomsbury fue mucho más doméstica y menos estclar. Virginia Woolfdistingueel «ViejoBloomsbury»deaquelposteriora 1920,para recalcar cl c¿mictcrfamiliar dc los primeros encucnlros cntrc el «inasculinoCambridge y cl fcmcnino Kcn~ington»'~-lafcliz fórmula es de Phyllis Rosc- por inediación de sus hcrmanos Thoby y Adrian Stcphcn,quccn un principio recibieron a suscompañcros dc aulas cn cl22 dc Hydc Park Cate (Kcnsington) para pasar, lucgo de la mucrle de su padrc, al juvcnil doinicilio dc Gordon Squarc (Bloomsbury), atcndido por Vancssa y Virginia Stcphcn. La informalidad dc las rcunioncs hacc difícil fcchar un «inicio»de Bloomsbury,pcro, siguiendo cl ~cstimoniode la propia Virginia Woolf, sctía entre los años 1904 y 1914 cuando ((brotócl germcn de todo aqucllo quc dcsde entonces se ha dado cri llamar Blt~~nsbury»,'~ aquel «mundito y sólido, inserto en un macrocosmos cada vcz más ainplio y gregario, a mcdida que la importancia de los antiguos camarridas iba traspasando los Iímitcs de su productiva intimidad. Una vez acabada la primcn gucrra, y cuando cl grupo se cncontraba en la cúspide de su popularidad, cl númcro dc asiduos aumentó, y, amen de la galería de los ilustres personajes citados, habría quc añadir otros no menos distinguidos protagonistas de la inlelligenlsia y la bohcmia londincnses,qucfrccucniabanla?tcnuliasen el46dcCordon Squarc dc fonna espaciada pcro consiante, como Jaincs Strachcy, hcrmano dc Lytton, psicoanalista y cditor dc Frcud cn Inglaterra, los escrilorcs E.M. Forstcr, Stephen Spcndcr, T.S. Eliol, David Camctl y Gcrald Brcnan, la pintora Dora Carrington y la 16.- The 1.Vuves.op.cit., p.210. 17.- El Puk, «I>;uacnicndcr a Virginia Woolfv, Madrid: jucvcs 28-viernes 29 de marzo 1991. 18.- Phyllis Kosc, op.cit., p.32. 19.- Olrl Bloomvbury cn Momnis Being, op.cit., p.203. 20.- Ibid., p.205). saloniere Ottoline Morrell, entre un sinfín de visitantes de la avant-gardebritánica. Y si el inveniano de sus miembros es indeterminado, más aún lo es su ideario y objetivos comunes. Bloomsbury era'un conjunto de personas unidas fundamentalmente por la amistad y el afecto con todos sus matices, incluido el homoerótico. La plana mayor dcl gupo se había conocidoen Cambridge-a excepción de las mujercs- a finales del siglo XIX, en el ámbito de sociedades paralelas semi-secretas y codiciadas a un tiempo, como el Midnight Club (Club de la Medianoche) y The Apostles (Los Apóstoles),quedurantelos años20 y 30y,ya fuera del senouniversitario, se convertirían cn el Mcmoir Club (Club de la Remembranza),que daría a Bloomsbury su prestigio y trasccndcncia cultural. En sus orígenes, los Apósdes tuvieron una razón filosófica común, y un filósofo, en torno al cual se tejió una serie de leyendas que convergían todas en resaltar su casi socrática sabiduría y riguroso sentido critico. En realidad, pocas veces ha habido tanta unanimidad para aplaudir a un pensador, otorgándole en vida una gran influencia para luego relegarlo en la posteridad, como fue el caso de Gcorgc Edward Moore. Sus Principia Ethica, reunidos en un libro publicado a comienzos dc siglo, determinaron no sólo un giro en la aproximación filosófica al objcto cxtcrior -«en ningún caso dcbe equipararse la pregunta por la autenticidad del objcto con aquclla quc cucstiona la forma dc conocerlo o su cogn~scibilidad»~~sino también un estilo de vida que conferiría a Bloomsbury aquel toque de tolerancia permisiva y liberadora que les hiciera tan paradigmáticos. Cuando los aspirantes a Apóstoles y futurosBloomberries "coincidieronen Cambndgeen 1899,1auniversidad, según cuenta Leonard Woolf, era «un torrente extraordinariode brillantez filosófica»23, donde, aparte de Moore, circulaban eminencias como Bertrand Russell y Alfred North Whitehcad, quc tendrían más tarde una repercusión mucho más amplia que Moore,pero también mcnos carisma. Hasta qué punto el ambiente exclusivamente masculino de Cambridge, vivido a través de las visitas que acudían al domicilio de los Stephen, en Kensington primcro, y Iucgocn Gordon Square,tuvo un protagonismodcterminanteenlacreatividad de Virginia Woolf, cs un tcma aún polémico. Ella misma cs ambivalente en sus valoraciones, pues, si por un lado, afirma que el influjo de su madre «fue más dcfinido y susccptiblc dc scr descrito que, por ejcmplo, la influencia en mí de los Apósdes de Cambridg~»~~, por otro, admitequccltraslados Bloomsbury Iccambió dcfinitivamentc la vida, Ilcvándola a clla,junto con los demás, a «rcpcnsarlotodo de nuevo... Siempre 21 .-G.E. Moorc, Principia Erhica, Cambridgc Univcrsity Prcss, 1948. p.141. 22.- Gertrudc Himrnclfarb,Mufrimonio y moral en la época viclorianu, Madrid: Dcbatc, 199 1. Trad. Eva Rodrígucz.Hdffter, p.38. 23.- Quentin Rcll, Bloomrbury, London: Weidcnfeld & Nicnlson.1990, p.24. 24.- A Sketch ofrhe Past, op. cit., p.90. había una idea nueva en marcha, algún flamante cuadro esperando sobre una silla ser contcmplado, algún poeta recicnte sacado de la oscuridad a la luz.»z Es probable que ella estableciera una difcrcnciación entre la correspondencia intclcctual y entrañable que logró tener con sus compañeros de viaje, hombres casi todos, y lacomunicaciónemocionalqueprdiversosmotivosviviómássatisfactoriamente con las mujercs. Sin duda, algún desconciertopudo despertar en ella el descubrir que la distensión y la espontaneidad de las relaciones que ella y Vancssa mantenían con los precoces talentos que se daban cita en su salón deGordon Square «sedebíacn gran parte al hecho dc que la mayoría de los jóvencs que acudían no se sentían atraídos por las chicas»Z6.Este rasgo debió de afectar su vanidad - e n 1909 le conficsa a Violct Dickinson que sescnlía una mujer «conunatractivoscxualdclomáspobr~»~~-, yaunquc adinitc que cl trato con homosexuales varoncs «cs simple, es honcsto, la hace a una scntirsc cómoda en muchos @ p e c t o s ~hay, ~ , sin embargo, «algo que siempre se rcprimc, sc conticnc... una no pude... lu~irsc»~~. No cra sólo que «no había auacción sexual enue noso~ros»~~, sino que la dcsinhibición quc cxpcrimcntaron los hombres dcl grupo en cuanto a sus prácticas amorosas les afcctaba muy indirectamcnte,comotambih Ics eraajcnoelmítico mundo de Cambridgc,ccrrado a ellas en razón de su sexo. Estos factoresgeneraron una relación ambivalcntc con Bloomsbury, pucs si bien «hablábamos sobre la copulación con el mismo cnlusiasino y franqueza con que habíamos discutido sobre la naturaleza del b i c n ~ ~ellas, ' , una vez más, tenían dificultades intrínsecas y extrínsecas para pasar de la palabra al acto. Y bucna muestra de cllo fuc la fugaz propuesta matrimonial dc Lytton a Virginia, rctirada al día siquicnte de quc ésta acepm, así como el brcve e imposible romancc dc Vancssa con Duncan Grant. Los ramalazos hctcroscxualcs, por parte de aqucllos micmbrosqucmostrabandifcrentcinclinación,ticncn ya su propia leyenda. No obstante, la conciencia dc oira sexualidad, de una nucva mora1,marginal al cntomo social vigcntc, iuc una gran rcvelación que sin duda cambió la imagcn del mundo de las aspirantes a artistas y rcnegadas ángeles del hogar, así como la de sus coetáneos. EsciertoqueVirginiaWoolfsehabíadcclaradocnformarotundafilosóficamente «irracionali" y que cn diversas ocasiones, ya con sorna, ya en scrio, se había sentido apabulladapor las disquisicioncseruditas y excesivamcnteespeculativas: «detestoa los macilcntos académicos y sus preguntas sobre la vida, el legado dc los clásicos y la 25.- Old Bloomvhury, op. cit., pp.214-5 26.- Ibid., p.211. 27.- Elemor Lcvicux,Lu Corr&.sponúenceoulesreJkisn'une viecnMagazineLill&ruire, Dossier: Virginiu Wool/, Mars 1990, p.25. 28.- Old Blmrnvbury, op. cit., p.211. 29.- Ibid. 30.- Ibid. 31 .-Ibid. p.213. 32.- Jcannc Schiilkind, In~ro<liicción a Mornenlsof Being, op. cit., p. 24. Pero creemosque este actualidad del pensamientogriegoen los problemas rechazo, además de parcial, tenía más explicaciones que la mera prioridad de la sensibilidad sobre la razón. Recordemos, y Virginia WooIf es insistente en el tema, que ni ella ni su hermana habían recibido una formación universitaria, y que, mientras Vanessa, más vital y conformea los cánones de lofemenino, acusó la discriminación de forma mucho menos traumática, Virginia fue susceptible al competitivo ambiente masculino y canalizósu frustración en una actitud dedesdén,no exenta de respeto,hacia el atletismo filosofantepracticadoporel grupo: ~ i O hlas , mujeres son lo mío y noestas criaturas inanimada..!»". Aíinnar con Quentin Bell que ellas desarrollaron «la creencia de que la verdad podía ser aprehendida no sólo por la vía del raciocinio, sino a través de la intuición y la sensibilidad>)35, de forma espontánea, como una respuesta de mujer, y resultado de la herencia materna, explicasóloen parte la androginia o conflictiva posición intelectual y vital de la Woolf. Podemos aceptar que su escritura no es «racionalista»- e l arte de la época tampoco lo era-, pero, sin lugar a dudas es «mental», y nada ajena a las inquietudes existenciales dcl momento. Sus menciones a lecturas de Platón no son escasas-«supe desde los diecisekaños más o menos, todo acerca de la sodomía, al leer a Platón36,por ejemplo-, y Leonard Woolf afirma queMoorefue el pensador que más influyó en ella. No pasa inadvertido su tono de entusiasmo y timidez al describir las lcgcndarias rcuniones del jueves por la noche, en que el evangelio bloom~berrianoera somctido a discusión: «No era sólo que el libro de Moore nos hubiera enfrascado a todos en discusiones sobre filosofía, arte y religión. Ocurría que el ambiente era abstractoen Y en la misma dificultad estribaba el gusto, pues, a pesar de sus celos intclcctualcs y de la inferioridad de condiciones en su punto de partida, la satisfacción ante su aprendizaje de entonces es evidente: «jamás he escuchado con tanta atención cada paso o scmipaso en un argumento.Jamás he pasado tantos aperos para aguzar mi propio dardito y lanzarlo»38.Bloomsbury le facilitó a Virginia los cimientos para participaren la creación de una casa comríndelpensamiento,aunquemásadelantequisiera erigir para sí una habitación propia con independenciadel resto del edificio,donde ella pudiera reinar cbmo una artisia en su recién conquistado hogar. El peligroso ángel victorianonosólo agonizabaen Gordon Square,sinoen el país entero. Y cuando Lytton Smchcy fcchara cn 1903 «el inicio de la d a d de la refiriéndose a la publicación dc los Principia Elhica de Moore, había más cambios que celebrar. La muerte de la reina Victoria y el ascenso al trono del sensual Eduardo VI1 33.- Lcon Edel, Bloom~bury:a flouse of Lions, London: Hogarth Press, 1979, p.149. 34.- Phyllis Rose, op.cit., p.39. 35.- Qucntin Rcll, Bloomvbury, op. cit., p. 40. 36.- A Sketch of fhe Past, op. cit., p.115. 37.- oíd L)ioomsI~ury, op. cit., p.207. 38.- Ibid. p.206 39.- Lcon Edcl, op.cit., p.47. propiciaron cl desencadenamientode una crisis en los valores nacionales, que no por coincidente con el desncrtar de la 'sospecha' a nivcl contincnial, carccía de motivos Lacra victoriaña había tocado fondo, se agotaba, y, siguiendo históricamente el tono apocalíptico de h n Edcl, habría acabado antcs dcl cncarcclamicnto de Oscar Wildc. €n Vicna con lascxploraciones deFreud. Con Darwin...Y aqucl inglés mojigato para cl cual, según Nielzsche, «la moral no es todavía un pr~blcma»"~, digería la dosis de decadentismo fin-de-siklc que rccibicra, pocos años anlcs, de aqucl importante predecesor dc Moore que fuera Walter Pater. Ccnsurado y casi proscrito, el estcticismo de Paler no sc limitó a pregonar las delicias dcl arlc porcl arte,al margen de la utilidad o la moral, sino quedetcctó el eclipse dc la ineiafísica a favordc una reconsfrucción de los valores: «el pensamiento modemo se dis~inguedel antiguo por su cultivo del espíritu 'relativo' en lugar del 'absoluto'. Para cl espíritu inodcmo nada pucdc ser conocido cabalmcnte más que de forma relativa y Dentro de csta flexibilidad, latía una filosofía que aspiraba a la bajo condi~ioncs»~'. intcnsidad y al éxtasis,antcs que a la infructuosabúsqucda dc una verdad uasccndcnte y doctrinaria quc sacrificase cl brcvc y precioso intervalo de nucslra existencia, «pues nuestra única oportunidad consiste en ... alcanzar el mayor número dc pulsaciones vitalcs cn el tiempo otorgado»42.Como el propio Nieasche, aunque guardando las distancias, Patcr no fue tomado muy en serio en vida, y su afinidad con Wilde, en los tcrrcnos tchrico y erótico, contribuyó a aislarlo y tildarlo de pcnsador poco viril e inútil, dcsdc una pcrspcctiva imperialista. Nueve años más tarde, cuando la moral se había convertido en un problema y a la pérdida dc fe siguió un cuestionamientodc la validez de las costumbres, -«cuando dcrcchoa apoyarscen la moral ~ristiana»~~,Nietzsche unoabandona la fccris~ana,pieráccl dixit-, Gcorge Edward Moore publica un libro que recoge cn sí las raíces de la búsqueda por el principio dcl placer quc iniciara Pater, mostrando adcmis una similar cautcla rcspccto dcl critcrio dc certcza en el conocimiento, pcro dotándolo dc un rigor cicntírico y cpis~cmológicomás acordc con los ticmpos post-ciarwinisias. Moore cnlatizóaún más la rclalividad y vivcncia individualiiadadc los fcnóincnos,distinguicndo al sujcto cognosccntc dcl objcto. Dando, como Gcrlrudc Stein, más iinporiancia a la prcgunta quc a la rcspucsia, a la inmcdiatcz que al largo plazo. Y rcsumía su «Idcal» como un cstado mcntal inmancntc al hoinbrc, dc malo quc «las cosas más valiosas que podamos conoccr o imaginar, son cicrtos csiados de consciencia quc pwlrían ser descritos a grandes rasgos como los placcrcs dc las rclacioncs humanas y cl gocc de los 40.- Fricdrich Nict/.clic, Crepisculo de los ído1o.v. Madrid, Alian~aEditorial, Trad. Andrés S h c l i c ~P;iscual, 1981, p.88. 41 .- Waltcr IJatcr, Coleridge. Appreciations en Selected Wriiings of 1.VaLer Purer, Columbia Univcrsity Prcss, cd. Harold Rlooin.1974, p. 143 42.- Waltcr IJatcr,7 ' h Renai.s.sar~e.op. cit., p.62. 43.- Ihiti, p.88. objetos hermosos»". ¡Qué mcjor credo pata el grupo de amigos que hallaba tanto solaz en la mutua compañía! La obra fue reverenciada como si de un texto sagrado se tratara y la 'nueva era' Ics produjo ilusión considerable: Smchey crcía ver llcgar un paraíso de sodomía; Keynes, «cl comienzo de un rcnacimicnto»,Leonard Woolf, el advenimiento de una sociedad «libre,racional y civilizada»,Vancssa Bell, «presentíasobrevenirseuna nueva lib~riad»~~, e incluso la más escéptica Virginia Woolf, sentía que «todo iba a ser aunque personalmente se resisticra a venerar a Moore renovado, todo sería distin~o»~, y sardónicamente lo reconociera como «humano a pesar de su afán por conocer la v~rdad.»~~ Pero, con o sin Moore, cl mundo dio un giro, y esta vez fue Virginia Woolf quien puso la fccha exacta: «en o hacia dicicmbre dc 1910,el caráctcr humano cambió»4s.E hizo extcnsiva la transformación a la9 artes, la filosofía, la litcratura, la política y las rclacioncs humanas, que, scgún ella, erdn la base dc cualquicr mutación. ¿Por qué una fecha tan concreta? Es posiblc que se refiriera a los efectos tclúricos de la gran exposición, un t a n 0 prccipitadamentcIlamadaPost-lmpresionista,queorganizaraRoger Fry cn las Grafton Gallerics esc mismo año, y que incluía a artistas aún desconocidos cn Inglaterra, como Manct, Cézanne,Gauguin, Van Gogh, Deraine,Picasso y Matisse, entre otros. Desmond MacCarthy la llamó el gran Art-Quake 49 (arte-moto) de 1910, pues rcprcscntó una provocación hacia la tradición académica hasta entoncesdominante en el m e británico, interrumpida magistralmente en años anteriores por el genio de Turncr y Constable. La ruptura con cl lcnguajc realista, la visión dc la existcncia, como los byanos dc color cn los cuadros dc Scurat y Signac, a modo de «instantes de vida, o un chubasco inccsantcdcinnuincrables átomos que cobran forma en la existenciade un luna o un marles», abrían cl nucvo camino hacia aquella «delicadísimatransacción», según dcíinió Woolf al acercamiento,«al estrccho pucnte del arte»50,entre el escritor y clcspíritu desu tiempo.El artistanopodía ignorar este flujoinagotable,estainestabilidad, el auge dc emociones y sentimientos que acudían a su mente sin nexo aparente alguno, pero quc en realidad formaban parte dc un todo orgánico, a la manera de la unidad entre el 'yo' y el mundo fenomCnico de Moore. 44.- G.E. Moorc, op. cit., p. 188. 45.- Gertrude Himmclfarb, op. cit., p. 42. 46.- Maggic Gcc. Confcrcncia «A Woman Writing hcr life'e».Tnstitu~oBritánico de Barcelona, jucves, 31 dc octubre 1991. 47.- Pliyllis Kosc, op.cit..p. 39. 48.- «Mr Rcnnctt and Mrs Rrowns en Virginia W o o v Selecfionijrom ller Essays, London: Chalto and Windus, cd . Walier Jmcs, 1966, p.96. 49.- Lcon klcl, op.cii., p. 1 M. 50.- H ~ c n i Kicliicr, i Virginio W o o g I'he lnward Voyage, Princcion U . I'rcss, 1970, p.9 La literatura incursionaba cn los «lugares oscuros de la psicología» -y aquí Woolf reconocía la apomción de Joyce, aunque opusicra reparos al Ulises "-, pues presentaba un problema de auto-definiciónque aella le era tan dolorosamentefamiliar y punzante: «i,QuCes la vida? ¿Qué es el amor? ¿Qué es la realidad? ¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú?»52.La respuesta para Virginia Woolf era vaga e imprecisa, porque el sujcto,punto arquimcdico dc toda pregunta existcncial, cs mistcrioso e inexplicable, se rcnucva a cada instante y cambia según el ángulo dc visión, «nohay nadaa qué atenerse. Soy hecha y rehecha constantcmcnte. Diferentes pcrsonas extracn de mí palabras diferentes. Soy como un pez en un riachuelo que no logro describir.»s3 No sc trataba de que una determinada pauta de conducta estuviera démou'é, es que para ser ficles aLa Verdad,la determinaciónno podía existir. Así, la moral,o el bien, no podían ajustarse a ningún patrón extemo al sujeto actuante, y de la fórmula de Moore escogieron la religibn, o actitud hacia y desde sí mismos, en desmedro de su ética, demasiadocondescendiente,según ellos, para con el orden social. Incluso la etiqueta de «amorales»le quedó corta a Keynes, quien condensóel himno de batalla de los amigos conclaraprecisión: «nosotrosrcpudiábamoslamoral delascostumbres,lasconvenciones y los principios tradicionales. Es decir, éramos, en cl sentido estricto de la palabra, inmorales... no reconocíamos ninguna obligación moral, ni sanciones externas que dcbiéramosobscrvar u obcdcccr. Antccl ciclodcclarábamosserjuecesdenucstrapropia causa»54.Con estc mismoarrojo,diseñó y defendió las bases dc la hoy másconvencional c insaciable de las economías: cl consumismo,que acordc con cl ethos de Bloomsbury, apostabapor el gastar y vivir hoy,sin ahorrarpara el mañana, pucs,en palabrasdel propio Kcynes, «a la larga todos cstamos m~crtos»~~. Los ecos de esta alteración en los valores sc dcjan scntir de forma aterciopclada y hasta cándida en la misma Virginia Woolf -quien sostenía que su religión la había enconmdo cn los poetas, y, sin duda, tambiCn en las charlas de Gordon Square-, cuando su hnmletiano Bcmard en Las olas sc confiesa muy tolerante, ya que «no soy un moralista. Tcngo demasiado clara la sensación de la brevedad de la vida y sus ten~ciones,como para ir trazando Los cambios no scdicron,clarocsiá, sólocn cl tcrrcnodcl artey del pensamicnto. Había cambiado la mirada hacia cl mundo porque éste ya no era el mismo. El partido laborista y cl movimicnto socialista estaban en auge, las clascs mcdias iban ganándole tcrrcno económico a la oligarquía, la lucha por los dcrcchos de la mujer conmocionaba a la opinión pública y la teoría psicoanalítica de Frcud descubría la importancia de la sexualidad. El rcnacimiento dcl cspíritu humano, que pronosticara Havelock Ellis en 51 .-M r . Bennet and Mrs.Brown, op.cit., p.112. 52.- Jcan Schulkind, op. cit.. p.22. 53.- A Skcich ojihe Pari, op. cit.. p.90. 54.- Gcr~rudcHimrnclfarb, op.cit., p.43. 55.- Ibid., p. 46. 56.- ThP: CVaves, 011. cit., 11.1 7 1 . 189V7,se había iniciado con paso torpe, pero indcclinablc. Atrás qucdaba la historia de los lainentabldjuicios deOscarWiIde,aunquenoestuvicratari lcjanaenel tiempo. Pero cl dcscnfado de Suachcy al no rcprimir sus preferencias scxualcs abicrtamcnte, su mundo dc «paradoja y pederastia», en el que hacía, según él mismo, de «hombre y madr~»'~ sin miedo a ser vetado; el valor de Leonard Woolf y del discretoE.M. Forstcr -sospechoso dc sodomíaél mismo- al defenderpúblicamentecl escandaloso librode lacscritora lesbiana Radclyffc Hall,Elpozode la soledad, y la publicación del ambiguo, aunque algo disimulado, Orlando de Virginia Woolf en 1928 -por tomar sólo unos casos- denotan que, cuando menos para Bloombury, la ansiada hora de su refinada liberación había llegado. La guerra entre ángeles y artistas-hcdonistassalió del hogar a las callcs, contandoéstos últimos con el apoyo incondicional de una camarilla cada vez más respetada y poderosa. Y así como el final dc la primcra guerra los había rc-unido para, una vez superados sus horrores, aprcciar «cómose uansfoma el mundo»,e ingenuamentediría Virginia Woolt «vcrcómola razón scextiendcJ9, la inexorable pcneuación dcl fascismo, que culminaría en la segunda guerra mundial, frenó brutalmente este proceso, dcsintegrandoal grupo -adcmás, Keynes, Strachey, Fry y Virginia Woolf murieron entre 1932y 1 9 4 6 ,y acabando con los sueñospor aquella «Repúblicabien amadadel amom, en palabras dc Forster. La violencia y la crueldad de los «hombres superiores» mas6 con «la dclicadeza y el esfuerzo)) 60 de aquella innovadora aristocracia de la sensibilidad,que pretendía recuperar un sentidoliberador para una civilización en crisis. De este modo encontramos que, años más tardc, se intentaron ocultar los «dctalles»desucsponiánea cmprcsa,como side trapos sucios se matara. Jamcs Strachey se negó a enucgar los papelcs dc Lytton a su biógrafo; lo mismo pretendió el hermano de Kcynes; Leonard Woolf omitió toda refcrcncia a la actividad sexual de la cotcrie en su monumental autobiografíam;y Qucntin Bell, hijo de Clive y Vanessa, y cronista de primcra mano dcl grupo, sc cuidó dc no «husmear en reservados o bajo las camas, abrir cartas dc amor o escrutiu diarios»". Tampoco se animó E.M. Forster a publicar en vida su Maurice escrito cn 1913; ni sc aucvió Nigcl Nicolson, hijo dc Vita Sackville-West, a publicar los diarios de su madre cn vida de su padre, Harold Nicolson. Vita, amor y pasión dc Virginia Woolf, escribió con optimismo en 1920, a propósito dc sus apuntcs biográficos, quc vcndrían tiempos de apertura, pucs «a mcdi&l que avanzan los siglos y los sexos gradualmente seconfundcn...la psicología de personas como yo será objeto 57.- David S.Tliatchcr, Niefzsche in England 1890-1914. Univcrsity of Toronto Prcss, 1970. p.93. 58.- Lcon Edel. op. cit.. p.37. 59.- Qucntin Rell, Bloom~bury,op. cit., p. 83. 60.- E. M. Forstcr, «Creo cn... » cn Ensayos Críticos Madrid: Tauriis, Trad. M.García y A. Martíncz, 1979, pp. 93-94. 61.- Gcrtrude Himmelfarb, op. cit.. p. 51. 62.- Qucntin Rcll, Bloom~bury,op. cit., p. 9. dc intcds, y se tendrá que admitir que existe mucha más gente de mi tipo, que lo comúnmcntc aceptado por el sistema hipócrita de hoy en dhnQ. Cuando Vila escribió estas líneas no sabía a qué posteridad se dirigía, ni que debería transcurrir más de medio siglo a que salieran a la luz. Tampoco imaginaba que ocho años más tarde, en 1928,y aprovechandoaún la racha de los tiempos razonables, Virginia Woolf la honraría a perpetuidad,dedicándole «la más larga y deliciosa carta de ~ , tituló Orlando, y en donde, aparte de recrea su amada amor de la l i t c r a t m ~que imagcn de andrógina aristocrática -temas ambos que apasionaban a la Woolf-. aventura una quimera de lo hasta entonces inefable: la historia de un personaje, que una vcz más parte de la Cpoca isabclina pero que, a diferencia de la desafonunada Judilh Shakcspcarc, se dcsembwaa del «ángelde la mucrtc»con firmeíra,para perdcrse luego en otro scxo y ouos siglos. NOTE: The final pan of "La propuesta andrógina dc Virginia Woolr' will be publishd in BELLS VI. 63.- Nigcl Nicolson, Porfruifofa Marriage. London: Wcidcnfeld &Nicolson Ltd., 1990,p. 101 64.-Ibid., p. 186.