Mandatos irrevocables: un cuestionamiento a su general aceptación. Joel González Castillo (Profesor de Derecho Civil, PUC) I. Introducción. La ortodoxia jurídica tiene aceptado, y enseña, que el mandato es irrevocable cuando está comprometido el interés del mandatario y/o un tercero. Pretendemos demostrar que dicho postulado no puede ser de aplicación general y habrá que distinguir al menos tres situaciones: los mandatos irrevocables en materia comercial, donde hay norma expresa al respecto; en materia civil, en que el legislador guardó silencio, y finalmente en lo relativo a derechos del consumidor, donde estos mandatos, según las circunstancias, se acercan mucho a las denominadas “cláusulas abusivas”. El artículo 2163 del Código Civil -en una notable excepción al principio de que los contratos legalmente celebrados no pueden invalidarse sino por consentimiento mutuo de los otorgantes- señala en su numeral tercero que el mandato termina por la revocación del mandante y el artículo 2165, aun mas, agrega que el mandante puede revocar el mandato a su arbitrio. Como fundamento de esto se dice que el mandato es un encargo de confianza y la confianza es algo susceptible de alteración y de cambio y que la voluntad que ha dado el mandato debe entonces quedar dueña de revocarla; pero ¿podría el mandante pactar junto al mandatario la irrevocabilidad del encargo que le hace, en otras palabras renunciar a esa facultad que la ley le reconoce? Esa es la interrogante que pretendemos resolver y que tiene plena vigencia desde que hoy en día se ha generalizado, en especial en los contratos de adhesión, incluir mandatos irrevocables para todo tipo de cosas. II. Argumentos tradicionales que sostienen la validez de la irrevocabilidad del mandato. Su refutación. En general, se señalan los siguientes argumentos para aceptar la irrevocabilidad del mandato: i) La facultad de revocar el encargo sería una cosa de la naturaleza del mandato, no de su esencia. Planiol y Ripert agregan que la regla según la cual el mandato es revocable por parte del mandante no es más que interpretativa de la voluntad de las partes, las que pueden por tanto, establecer que el mandato será irrevocable. Esto ha sido rebatido sosteniéndose que el mandante no puede renunciar a su derecho de revocación ya que éste sería de la esencia del mandato. Por la sola circunstancia de ser el mandato un contrato intuito personae, el mandante podría revocarlo a su arbitrio, no obstante, cualquiera estipulación en contrario. ii) Diversas disposiciones del Código Civil dejarían de manifiesto que es lícito estipular la irrevocabilidad del encargo confiado al mandatario y que no es necesario estipularla porque se subentiende cuando el interés legítimo del mandatario o de un tercero exige el mantenimiento del mandato. En tales supuestos el mandante no podría revocar a su arbitrio, pues el mandato queda sujeto al principio general consignado en el art. 1545; el contrato no puede invalidarse sino por consentimiento mutuo. Como se comprenderá la cuestión central -aceptando este argumento en pro de la irrevocabilidad- y que suscita las mayores dificultades es determinar cuándo el mandato ha sido conferido en interés del mandatario o de un tercero; cuestión de hecho que los tribunales deben calificar caso a caso. La presencia del interés de un tercero, se dice, explicaría entre otras disposiciones, las de los arts. 1584 y 1585 del Código Civil sobre a quién debe hacerse el pago. También se entiende que el mandato interesa al mandatario o a un tercero cuando se trata de mandatos que forman un todo inseparable de otros contratos, situaciones en que suele aparecer un interés distinto al del mandante. Así, Albaladejo dice que el mandato es irrevocable si se celebró sobre el fundamento de una relación básica que excluye la revocabilidad, lo que sucede verbi gracia en el artículo 1962, inciso 1º, del Código Civil español que dispone: “El socio, nombrado administrador en el contrato social, puede ejercer todos los actos administrativos sin embargo de la oposición de sus compañeros, a no ser que proceda de mala fe; y su poder es irrevocable sin causa legítima”. En el mismo orden de ideas Díez Picazo y Gullón dan como ejemplo el caso del deudor que evita la ejecución de su patrimonio por los acreedores concediéndoles un poder de disposición y administración sobre sus bienes, para que los enajenen y con su producto satisfagan sus deudas. Aquí, agregan, el representante no gestiona sólo intereses del mandante sino también intereses propios, y el poder o mandato se presenta como instrumento del acuerdo alcanzado por el deudor con sus acreedores para satisfacción de sus créditos. En contra, se sostiene que la presencia en el mandato de intereses del mandatario y/ o terceros no puede ser esgrimido como argumento para sostener la irrevocabilidad. Algunos autores partiendo de la base que el ser el mandato irrevocable no priva al mandante de la facultad de ejecutar el mismo el negocio objeto del mandato (pues lo que ha hecho el mandante ha sido facultar al mandatario para llevar a cabo algo que él mismo podría realizar personalmente), afirman que fundamentar la irrevocabilidad en la protección de esos intereses “no tiene, por sí sola, excesiva consistencia si se considera que por el hecho de revocarse el mandato no tienen por qué quedar aquellos necesariamente frustrados, pues a pesar de la revocación el mandante puede realizar directamente los actos o negocios que encomendó al mandatario. En concreto, los intereses del mandatario o terceros no tienen por qué verse perjudicados (lo pueden ser o no) por la simple actuación revocatoria del mandante, lo que hace pensar que ante la duda sea difícil admitir la irrevocabilidad del mismo, sobre todo si, junto a lo anterior, se piensa que en todo mandato siempre estará presente el interés del mandante”. iii) El Código de Comercio sentaría el principio en términos generales al prescribir, en el artículo 241, que el comitente no puede revocar a su arbitrio la comisión aceptada cuando su ejecución interesa al comisionista o a terceros. Esta norma de derecho común -se dice- excede los límites de la legislación mercantil y rige para todo mandato. Esto puede refutarse argumentándose que la irrevocabilidad del mandato no fue contemplada en nuestro Código Civil -legislación ordinaria y supletoria-, como sí sucede, por ejemplo, en Argentina donde el artículo 1977 de su Código civil dispone: “El mandato puede ser irrevocable siempre que sea para negocios especiales, limitado en el tiempo y en razón de un interés legítimo de los contratantes o un tercero. Mediando justa causa podrá revocarse”. En nuestro criterio el artículo 241 citado se encuentra en un cuerpo especial y sólo rige para esa materia. iv) La ley no prohibiría un pacto de tal naturaleza (irrevocabilidad); por el contrario, el art. 12 del Código Civil autoriza la renuncia de los derechos conferidos por las leyes, con tal que sólo miren al interés individual del renunciante. La facultad de revocar el encargo miraría al interés individual del mandante, luego puede renunciarla. Este argumento ha sido cuestionado en España por Puig para quien la corriente afirmación de que no existe inconveniente para admitir la irrevocabilidad por pacto, por no existir disposición legal que lo prohíba y porque el art. 6.2 del Código Civil (equivalente a nuestro art. 12) permite renunciar este derecho a la revocación, es demasiado general y vaga para permitir, por sí sola, resolver cada caso particular. III. ¿Puede el mandato concebirse como irrevocable? Más allá de los argumentos de texto recién planteados para sostener la validez o no de los mandatos irrevocables, algunos autores abordan el problema tratando de contestar una pregunta de suyo compleja, cual es si o es no posible concebir el mandato como irrevocable. Al respecto, muchos distinguen entre irrevocabilidad absoluta e irrevocabilidad relativa. La irrevocabilidad absoluta o real daría lugar a un mandato naturalmente irrevocable, en el sentido de que el mandante se ve privado de la facultad de revocar el mandato, o si se quiere, su declaración revocatoria sería ineficaz. Sus orígenes pueden ser la presencia de intereses del mandatario o terceros junto a los del mandante. Frente a la anterior estaría la irrevocabilidad relativa (u obligatoria), en caso de existencia de un pacto por el que el mandante asume la obligación de no revocar. Se dice que este pacto de no revocar parece no plantear problemas, pues a pesar de su existencia, el mandante, de incumplirlo, enfrentaría responsabilidad contractual por incumplimiento de sus obligaciones. En definitiva, se trataría de una pura obligación negativa o de no faciendo. Entonces el problema radica en cómo enfrentar los casos de irrevocabilidad absoluta. Como advierte León esto nos lleva a un problema crucial: cuál es el verdadero concepto, caracteres y naturaleza del mandato. Nos hace mucha fuerza la opinión de este autor cuando sostiene que “esas situaciones (de irrevocabilidad absoluta) no son de verdadero mandato, la estructura de estos contratos sería sin más las de los contratos atípicos, y, por tanto (…) estaríamos seguramente en lo que la moderna doctrina francesa denomina ´contrato frontière`”. Estructuralmente, agrega, no cabe que en el contrato de mandato se incruste su irrevocabilidad pues el mandante es “dueño de la confianza que él dispensa, no sólo en el momento de la perfección del contrato, sino durante toda su duración, que hace precisamente que el Código Civil (…) preceptúe entre las causas de extinción del mandato la revocación” y remata de esta forma: “si el mandato es mandato y solo mandato, la libre revocabilidad es un elemento connatural con él”. León concluye que aun en los casos de irrevocabilidad absoluta se trata de una irrevocabilidad relativa y “la revocación del mandato ´irrevocable` no es ineficaz: el mandatario pierde sus poderes (pretendidamente ´irrevocables`), a pesar de la irregularidad de la revocación; los actos hechos en ese caso por el mandante con desconocimiento del mandato ´irrevocable` son, pues, válidos. Y ello es así porque no se le puede privar al mandante del derecho de disponer personalmente de sus propios actos jurídicos, en calidad de dominus”. Revocado un mandato “irrevocable”, continúa, el mandante queda obligado por la responsabilidad contractual; por consecuencia, el mandatario tiene derecho al resarcimiento de los daños y perjuicios. En la misma línea argumentativa voces tan autorizadas como Díez-Picazo proclaman que “no admitir la revocación sería admitir una enajenación de la personalidad que pugna con los principios del derecho moderno”. Como otro argumento contra la irrevocabilidad se sostiene que aceptada la igualdad de posiciones entre mandante y mandatario en cuanto a los modos de poner término al mandato, el primero a través de la revocación y el segundo a través de la renuncia vendría a resultar que un pacto de irrevocabilidad rompería con el citado principio de paridad y equilibrio entre ambas partes, al dejar sólo del lado del mandatario la posibilidad de que éste pueda por su sola voluntad acabar con el mandato y suprimirla del lado del mandante. IV. Mandatos irrevocables y derechos del consumidor. Actualmente se observa por parte de bancos, casas comerciales, compañías de seguros y otras entidades un uso generalizado de contratos de adhesión con cláusulas que contienen mandatos irrevocables por los que el cliente autoriza a dichas instituciones para llenar espacios en blanco, modificar unilateralmente ciertos aspectos del contrato, etc. Creemos que entra en juego aquí el artículo 16 de la Ley Nº 19.496 sobre protección de los derechos de los consumidores que señala que no producirán efecto alguno en los contratos de adhesión las cláusulas o estipulaciones que en contra de las exigencias de la buena fe, atendiendo para estos efectos a parámetros objetivos, causen en perjuicio del consumidor, un desequilibrio importante en los derechos y obligaciones que para las partes se deriven del contrato (letra g). El estudio de los contratos de adhesión, tan frecuentemente usados en la práctica, muestra que en muchos de ellos los mandatos irrevocables que llevan incorporados están destinados precisamente para que la empresa llene espacios en blanco referidos a cantidades u otros, pueda modificar unilateralmente el contrato, etc., todo lo cual como se comprenderá produce, en muchos casos, un desequilibrio importante entre las partes, como dice y proscribe la citada ley. Luego habrá que concluir que en esta materia muchos de los mandatos irrevocables carecen de valor por contradecir el artículo 16 de la misma ley. V. Consideraciones finales. Hablar de mandato irrevocable en cierta medida nos parece un contra sentido pues el mandato, por definición es confianza y ésta, qué duda cabe, no siempre será eterna. De ahí que tal vez una solución a explorar es la alternativa del Código Civil portugués que en su artículo 1170 luego de disponer que “El mandato es libremente revocable por cualquiera de las partes, no obstante el pacto en contrario o la renuncia al derecho a revocarlos” agrega: “Sin embargo, si el mandato ha sido conferido también en el interés del mandatario o de tercero no puede ser revocado por el mandante sin acuerdo del interesado, salvo que concurra justa causa”. Se deja así abierta la posibilidad para que el mandante no quede “atado” no obstante existir interés del mandatario o un tercero.