Pablo Sancho Sinisterra Los Versos del Olvido El invierno llegó con

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Pablo Sancho Sinisterra
Los Versos del Olvido
El invierno llegó con toda su expresión, en pleno diciembre. Los primeros adornos navideños
ya iluminaban las calles y un ambiente agradable y familiar ya se podía notar en la gente que
recorría las aceras de la ciudad, cargada de bolsas y regalos, siempre con una sonrisa en el
rostro.
Las tiendas cercanas estaban a rebosar, especialmente las librerías, que durante las últimas
semanas de noviembre debieron de haber encargado miles de volúmenes del tercer libro de
Joseph Anderson, novelista de unos relatos de intriga muy reconocidos y valorados por críticos
bastante importantes mundialmente. Joseph Anderson ya había publicado el tercer libro de
una serie, seguramente la favorita de muchos de los ciudadanos que le rodeaban.
Vivía en el centro de la ciudad, muy famoso y respetado por sus obras, pero no llegó a ser
reconocido a nivel nacional hasta que publicó el primer libro, que tanto parecía haber dejado
perplejo y fascinado a sus lectores. Joseph empezó publicando algunos libros de poesía, no
muy valorados, pero solo le importaba la atención de su amada, ya que todas sus poesías
hablaban de su belleza y actitud. Se podría decir que era un hombre feliz con aquella mujer,
para él, ella lo era todo.
Pero a principios de diciembre, en plena fama, se volvió un hombre preocupado y reservado,
solo pensaba en ir al hospital para ver a su mujer, que anteriormente había presentado una
enfermedad degenerativa, que afectaba al sistema nervioso.
Al principio solo eran pequeños olvidos y pérdidas de memoria que parecían solucionarse con
algunas pastillas, pero la contante sensación de que molestia, llevaron a la mujer de Joseph,
Valentina Benny, acudir al médico. El ingreso de Valentina en el hospital en los posteriores días
hicieron que Joseph se preocupara mucho más, le dolía no poder estar con ella todos los días
ni saber cómo está. El día 2 de diciembre, el doctor Thomson, médico personal de Valentina, le
diagnosticó una enfermedad que destruía las neuronas de forma irreversible, lo que
anteriormente había supuesto con las constantes pérdidas de memoria de Valentina. Joseph
se desmoronó con aquella noticia, la única mujer a la que amaba, en un futuro, ni siquiera le
reconocería.
Cientos y cientos de versos escritos en soledad e incerteza. Escribir era el único medio que le
tranquilizaba por las noches, cuando solo era nostalgia y añoro a la compañía de su amada:
‘’Te aseguro, princesa mía,
que perderé mi alma cuando no sepa nada de ti.
Que soñaré con tus besos cuando no recuerdes mis labios,
Que viviré en agonía mientras pasen los días…
Y no estés junto a mí.
En esta noche de diciembre,
el dolor sube a la cumbre,
Al pensar que tu amor será olvido
Al saber que mis palabras se desvanecen con tu memoria.
Pablo Sancho Sinisterra
Ahora te lloro en la misma incerteza,
de no saber nada de nosotros,
¡solo deseo que vuelvas!
Y poder mirar aquellos mismos ojos…
Que reflejaban la luz de la luna en aquella noche de invierno.’’
Una mañana de diciembre se presentó con algunas lluvias que dieron a las calles un tono más
invernal y húmedo. Joseph se levantó, aún con sueño, después de pasar una noche, casi en
vela, empapando con sus lágrimas el papel en el que escribía.
Como cada día, quería ir a visitar a Valentina al hospital, para ver cómo estaba y recibir alguna
noticia del doctor. Poco antes de desayunar recibió una llamada del doctor Thomson,
diciéndole que tenía grandes noticias, pero que estaba bastante desconcertado.
Durante los anteriores días, Valentina solo hacía que olvidar fechas y recordarlas
instantáneamente, incluso también solía olvidar algunos rostros de conocidos que habían ido a
verla al hospital. Incluso, una mañana, había salido al jardín del hospital en pijama sin haberse
percatado de ello; lo más extraño es que no sabía volver a la habitación, no recordaba el
camino de regreso cada vez que salía, aunque solo estuviera a la vuelta de la esquina de su
habitación. El doctor Thomson se percató de esta pérdida de orientación en la mujer.
Durante la semana siguiente, el doctor Thomson había estado experimentando a través del
diálogo con la paciente. Trataba de preguntarle cosas sobre su pasado y el pasado de amigos y
familiares, para ver si había algún cambio en las respuestas de Valentina respecto a las
anteriores pruebas.
Joseph acudió a la cita con el doctor a la hora prevista, bastante intrigado, se podría decir
ilusionado, con aquellas noticias que el doctor había de contarle. Comenzó diciéndole que
había estado estudiando la evolución de Valentina a través de varios estudios realizados con
unas pruebas orales, parecido, en cierta medida, a una entrevista. Le dijo que había notado
una extraña mejora en la memoria de Valentina, probada en los análisis, donde parecía que
había comenzado a recordar bastantes cosas sobre ella misma que antes no reconocía,.
El doctor le contó todas estas buenas noticias con bastante entusiasmo, y llegó a la conclusión
de que la pérdida de memoria de Valentina solo se trataba de un simple caso de amnesia
temporal, de origen desconocido, pero curable.
Joseph no pudo evitar sonreír de oreja a oreja al ver una enorme posibilidad de que Valentina
se recuperara y volviera a casa, que todo volviese a la normalidad. Joseph volvió a casa con la
confianza de que al día siguiente pudiera ver a su mujer y hablar con ella.
Parecía volver a ser aquel hombre abierto y agradable, lo único que necesitaba para ser feliz
era a su mujer junto a él.
Aquella misma noche tampoco pudo dormir, derramó lágrimas y otras veces sonreía pensando
en que todo iba a salir bien, se refugió en la acogedora poesía:
Pablo Sancho Sinisterra
‘’Por fin el sol iluminó nuestro futuro, ¿no crees?
Las verdaderas lágrimas salen ahora, desatadas de la agonía
Lágrimas de esperanza que mojan el papel y escurren la tinta,
Sueños que ahora nacen a su vez, con las ganas de volverla a ver.
Sabía que volverías de tu inevitable ignorancia,
De tu olvido desesperante, de tu realidad inconsciente…
Ahora te espero, con los brazos abiertos,
Para besar tus labios y, recuerdes que nuestras almas…
siempre navegarán juntas…’’
Joseph quedó rendido a mitad de la noche, con esa poesía en la mano, todavía vestido y con
los párpados sonrojados de las inevitables lágrimas.
El día siguiente amaneció con unos fuertes rayos de luz, Joseph despertó y se asomó a la
ventana sintiendo el húmedo ambiente, las calles todavía estaban mojadas mientras el sol
brillaba.
Desayunó tranquilamente mientras leía el periódico, su tercer libro había sido el más
comprado en las últimas semanas según el diario. Decidió darse una ducha y vestirse. Hoy
vería a Valentina, hablaría con ella y, seguramente volvería a casa cogido de su mano.
Recorrió las calles hacia el hospital, saludando a algunos conocidos con una gran sonrisa, su
carácter tan afable sorprendió a los ciudadanos.
Nada más llegar al hospital, el doctor Thomson estaba en la recepción rellenando unos
papeles, pero no tardó en dedicar toda su atención en Joseph al verlo entrar por la puerta.
-Adelante, ¿Cómo está?-Le preguntó Thomson mientras le estrechaba la mano.
-Bien…-le respondió con cierta inseguridad.-Si me disculpa, me gustaría ver a mi mujer cuanto
antes.-Dijo, un poco incómodo.
Al doctor no le sorprendió y cedió de inmediato a llevarle hasta la sala dónde se encontraba su
mujer.
-Sígame.Thomson le dijo que Valentina había pasado una buena noche, que estaba de humor y que
parecía estar bastante bien. Joseph solo pudo sonreír ante aquellas noticias, impaciente por
ver a su querida, al fin llegaron a la puerta de la habitación de Valentina.
-Bueno, os dejo hablar a solas, si necesitáis algo estaré en recepción.-Dijo el doctor Thomson
sonriente.
-Gracias, de verdad.Joseph no se lo pensó dos veces y entró en la habitación, allí estaba Valentina, sentada en un
sillón mirando a través de la ventana.
-¡Valentina!-Exclamó Joseph.
Ella se giró y al verle soltó una gran sonrisa que brillaba más que los rayos de esa misma
mañana.
-¡Amor! ¿Cómo estás?-Preguntó Joseph.
-Bien, te he echado de menos.-Respondió Valentina sin dejar de sonreir.
Pablo Sancho Sinisterra
-¡Yo muchísimo más, mi amor! Dime ¿Recuerdas mi rostro?¿Quién soy yo?-Preguntó Joseph
con una mirada intensa.
Valentina no contestó directamente, volvió la cabeza hacia la ventana y reinó el silencio.
Jospeh se arrodilló ante ella y le tomó de la mano.
-Valentina, por favor…-Insistió.
-Por supuesto que se quién eres, te recuerdo perfectamente, al menos eso creo.-¡Entonces dime, mi amor, di mi nombre y di quien soy yo!Valentina le miró sonriendo y contestó.
-Tú eres Joseph Anderson, el escritor más reconocido de la ciudad, ¡adoro tus novelas!Contestó convencida.
Joseph quedó confuso ante aquella respuesta, no lo entendía. Valentina volvió a dirigir la
mirada hacia la ventana, esta vez con una expresión mas seria.
-Si…soy el escritor, pero no me refería a eso Valentina.Valentina le miró a los ojos, pensativa.
-¿Entonces?-Valentina, ¿no me recuerdas de nada más?La mujer se quedó pensando unos segundos.
-No, no me suena. Creo haberle visto hoy en el periódico, pero me ha encantado conocerle en
persona ¿me firma un autógrafo?-Respondió convencida.
Joseph quedó muy decepcionado, sentía una gran traición hacia sí mismo, aún así siguió
hablando con ella.
-Verás, en lugar de un autógrafo le voy a dar algo.-¿De verdad? ¿De qué se trata?-Preguntó entusiasmada.
-Una pequeña libreta, deberías leer lo que hay escrito en ella, lo escribí para ti.Joseph le entregó un pequeño cuaderno negro, era el cuaderno dónde escribía por primera vez
todas sus poesías dirigidas a su mujer.
Valentina lo cogió y lo abrió de par en par.
Joseph se levantó y salió de la habitación sin decir nada, con una inmensa seriedad, sin ni
siquiera tener fuerzas ni ánimo para derramar una lágrima.
Al llegar a la recepción, el doctor Thomson le siguió preguntándole cómo había ido todo,
Jospeh le ignoró y no se detuvo, salió del hospital, estaba lloviendo. Comenzó a correr por las
calles hasta que salió de la ciudad, nadie se dio cuenta. Se dirigió a la costa sin que nadie le
viera y poco a poco se fue adentrando en el mar, según unos pescadores que le vieron a lo
lejos.
Ya llevaba unos tres días desaparecido y la policía le había estado buscando por los
alrededores incansablemente,. Los ciudadanos estaban desconcertados y preocupados, ya que
todos le querían, no solo por sus increíbles novelas, sino también por su gran afecto hacia sus
lectores, que creó un ambiente familiar en la ciudad.
El doctor Thomson siguió analizando el comportamiento de Valentina. Desde que Jospeh se
fue, ella estaba trsite, no dejaba de lamentarse a sí misma y llorar cada vez que leía aquel
cuaderno que Joseph le dio antes de marchar.
Thomson decidió hablar con ella, quizás ella sabía algo sobre la desaparición de Joseph.
-Valentina, necesito hablar contigo.-
Pablo Sancho Sinisterra
Valentina estaba en su sillón, siempre tenía el cuaderno de Jospeh en la mano, miraba siempre
por la ventana. Había llorado recientemente, se le notaba en los párpados.
-¿Cómo te encuentras?-Preguntó Thomson con delicadeza.
-Era mi marido…-dijo inesperadamente.-¿¡Cómo pude olvidarlo!?-Exclamó mientras derramaba
una lágrima.
Thomson acudió rápidamente a consolarla, abrazandola.
-Ahora lo entiendo todo, me dio este cuaderno repleto de versos, todos dedicados a mí. Me
resultaba muy familiar leer aquellas palabras, hasta que no tardé en darme cuenta de quién
era realmente Jospeh Anderson, mi marido…sus versos hicieron que recordara todo lo que viví
junto a él y que ahora ya es demasiado tarde...-Valentina no pudo seguir, solo pudo liberar un
llanto donde desahogaba toda su agonía.
Thomson intentaba tranquilizarla, aunque no entendía nada.
Semanas después la policía registró las orillas y habló, casualmente con el pescador que creía
haber visto a Jospeh cruzar el mar hace más de una semana. No dudaron en cruzar el mar
hasta encontrar una pequeña isla donde se encontraba un antiguo faro abandonado.
Nada más llegar a la orilla de la isla encontraron cientos de barquitos de papel flotando en la
costa. Intrigados, los policías los cogieron y vieron que eran partes de un diario, todos firmados
bajo el nombre de Jospeh Anderson, dónde parecía escribir todas sus memorias mientras vivía
en la isla. Decidieron investigar el faro y allí descubrieron muchísimos papeles pegados en las
paredes en los que habían escrito miles de poesías y versos, que hicieron llorar a más de un
agente curioso.
Realizaron una búsqueda por toda la isla, pero nunca encontraron a Joseph Anderson, ni
quiera sabían si estaba vivo o muerto.
Un año después, el doctor Thomson le diagnosticó alzheimer a Valentina como enfermedad
causante de sus pérdidas de memoria. Poco después Valentina Benny murió de esta
enfermedad, que sigue siendo un verdadero misterio para investigadores y neurólogos.
Valentina murió con el libro de versos en la mano, y fue enterrada con él, ya que eran las
únicas palabras que todavía podían revivir de su marido.
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