juan maría bordaberry - Fundacion Elías de Tejada

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Rodríguez, el polígrafo extremeño Francisco Elías de Tejada... Para muchos él
fue el maestro.
Quizá le conviniera por eso el calificativo de magnánimo. Porque no se
encerró en el ya de por sí amplio radio de sus estudios profesionales y científicos, sino que se entregó al servicio de los demás. En la dedicación a las Reales
Academias, donde es más fácil querer ingresar que trabajar; en la dirección de
la revista Verbo, empresa de un equipo privado en su totalidad, única en el
horizonte patrio, y aun a escalas mayores; en la promoción y animación de un
conjunto de vocaciones, ligadas a la obra de la Ciudad Católica, administradas
no según criterios de poder (como en las extinguidas “escuelas” universitarias)
sino de auténtico magisterio: y ese sello de autenticidad ha permitido que,
sobreponiéndose al interés de la oposición o la carrera, perseveraran; incluso,
finalmente, en la caridad (fueran las Conferencias de San Vicente de Paúl o
diversos monasterios de clausura) ejercida siempre sin que la mano izquierda
lo advirtiera.
Como notario fue escrupuloso, como académico cumplidor, como estudioso agudo, como escritor oceánico, como maestro generoso. No resulta posible
aquilatar siquiera mínimamente el valor de sus cualidades en tan varios y ricos
ámbitos. Cabe, sin embargo, tratar de trazar el cuadro en que todas se conjugan: católico íntegro (que sufrió, disciplinadamente, eso sí, con el Concilio y
sus avatares), jurista cultivador del realismo y amante del fuero (contrario, por
ello, paradojas aparte, de los mitos actuales y del “derecho autonómico”), el
pensamiento tradicional pierde con él a una de sus últimas cimas, quizá la más
resguardada (tal era su prestigio) de los ataques enemigos.
JUAN MARÍA BORDABERRY
Don Juan María Bordaberry era un hidalgo. Quizá por eso la revolución se
cebó con él. Hasta el punto de que ni su muerte ha aplacado la saña. Entre
1972 y 1976 fue presidente de la República Oriental del Uruguay, los “Estados
pontificios de la Masonería”, como con humor un punto negro se repite con
frecuencia en la región rioplatense. En una de las veladas memorables que tuve
el honor de compartir con él me lo dijo expresamente: si accedió a la tal presidencia fue por designio de la masonería. Otra cosa, claro está, es que él fuera consciente en ese tiempo. Al poco de la victoria electoral –así me lo contó
en agosto de 2008– se encontró con un caballero de edad amigo de su padre.
Tras las felicitaciones de rigor, derechamente le espetó: “Debes saber que en el
Uruguay nadie es presidente sin que lo quiera la masonería”. A lo que el ya
no tan joven pero decidido Bordaberry le replicó sin tardanza: “Pues, ya ve, yo
lo he sido”. El paso de los años, le había hecho ver las cosas con otra luz. Así,
en la casa de Carrasco en que con resignación cristiana cumplía la injusta pri245
sión atenuada, por motivos de salud, tras haber pasado por la cárcel, completó la narración: “Hoy estoy seguro de que tenía razón, mientras yo me engañaba”. Esto es, la masonería quiso que Bordaberry fuera presidente –sin él
saberlo– y forzar así la disolución del Congreso, que sólo alguien de su temple podía acometer. Como quiera que el camino posterior escapase al control
de la logia, el empeño no sólo fue frustrado sino que será la causa de la persecución ulterior. Es difícil que un político noble y católico, bienintencionado
aunque a la sazón algo bisoño, y con algunas lagunas en su formación, pudiera comprenderlo en su momento. Pero era algo que no había escapado al
Bordaberry maduro, en el límite de la senectud, que había dejado atrás no sólo
la política de los partidos, sino el menor atisbo del endémico nacionalismo
republicano regional, para ingresar por derecho propio en los predios del tradicionalismo hispano, esto es, el Carlismo.
En efecto, se proclamaba carlista, sin el menor recato o rebozo, y afirmaba
al tiempo que para él –como para su inseparable colaborador Álvaro Pacheco
Seré, también inolvidable amigo, al que dediqué igualmente un conmovido
“a-Dios” en estas páginas– el Carlismo había sido término de llegada. Desde
ese puerto abrigado podía incluso distanciarse de la figura de Franco, que no
supo (¿o no quiso?) consolidar una política cristiana, y no tanto con sus sucesores, hacia los años setenta, “cuando España, junto con la prosperidad material, o tal vez por causa de ella, ya estaba infiltrada, sino en toda la sociedad
española en las décadas del cincuenta y especialmente del sesenta”. Gracias al
Carlismo, en cambio, podía terminar uno de sus textos últimos más significativos, “en España e Hispanoamérica unidas se pueden mantener los estandartes en alto”. De ahí que proclamara: “Honor al Carlismo y deuda de gratitud
con él”. A este respecto no puedo olvidar otro encuentro, de agosto de 2005,
que se prolongó durante varias horas, en su departamento del centro de
Montevideo, todavía antes de sufrir la cárcel, al que asistieron también su hijo
Santiago y el ya citado Pacheco Seré. Que vino precedido, algunos meses antes,
por la vista que le hizo, y en ocasión singular, S.A.R. Don Sixto Enrique de
Borbón. Tomo prestada la narración de la siempre pugnaz Agencia Faro: “Juan
María Bordaberry, con su hijo Santiago, Álvaro Pacheco Seré y el historiador
Luis Alfredo Andregnette recibieron a Don Sixto Enrique de Borbón en el mismo día en que el hijo del actual Jefe del Estado español, Felipe, acompañado
de su mujer Letizia, asistía a la ceremonia de ‘transmisión del mando’ a la
izquierda masónica de la ‘República democrática’”. Tengo a gala, finalmente,
que el presidente Bordaberry quisiera participar en el libro que coordiné
para el Consejo de Estudios Hispánicos “Felipe II” con motivo de los 175 años
del Carlismo, para el que envió un notable trabajo, publicado ya póstumamente.
Para terminar, es de encomiar la coherencia –amén de la verdad– de su última posición incluso en el terreno religioso. Pues advirtió la hondura de la
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autodemolizione que siguió al II Concilio Vaticano, advirtiendo no sólo lo
deletéreo de sus consecuencias políticas (la llamada libertad religiosa sobre
todo) sino también de sus premisas eclesiológicas y litúrgicas. En este sentido
dio ejemplo de piedad, adherido a la venerable Misa de siempre, codificada por
San Pío V.
JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ
El pasado día de junio, asistido por el padre Carlos Baliña, falleció en
Buenos Aires nuestro amigo y colaborador José Manuel González. Nacido
en Buenos Aires el 13 de enero de 1951, en el Barrio de Villa Devoto, era hijo
de porteños y nieto de gallegos y asturianos. Bachiller del Colegio Nacional de
Buenos Aires y abogado por la Universidad de Buenos Aires.
Participó en la fundación y desarrollo del Instituto Abierto y a Distancia
“Hernandarias”, ejerciendo como titular de las cátedras de Historia Argentina,
Iberoamericana e Ideas Políticas del Siglo XX. Asimismo ejerció la docencia
secundaria. Colaboró en la Comisión Alternativa para la conmemoración
del V Centenario, creada por el Instituto de Cultura Hispánica de Buenos
Aires.
Como escritor y conferenciante, intervino en numerosos congresos de historia española e hispanoamericana. Sus aportaciones más significativas versaron
sobre los “antecedentes y posibilidades de una comunidad hispana de pueblos”.
Realizó también trabajos de índole local como miembro de la Junta de
Estudios Históricos del Barrio de Balvanera, entre los que se destacan “Tradición fundacional de Balvanera” e “Historia del Hospital Español”.
Trabajó en el campo antropológico, destacándose sus estudios sobre la relación entre el cante flamenco y el folklore argentino. Así, “Anselmo González
Climent. Un argentino iniciador del estudio científico del flamenco”, y “De los
tangos al Tango: sobre las relaciones entre el cancionero criollo y el cante andaluz”.
Por su actividad literaria recibió el premio “Centenario de Juan Ramón
Jiménez”, otorgado por el Aula de Poesía Española “Antonio Machado” de la
Embajada de España en Buenos Aires.
En la Editorial Docencia-Proyecto Hernandarias publicó, entre otras cosas,
Las ideas políticas en Iberoamérica. Fundó y dirigió la Academia de Estudios
Hispánicos “Rafael Gambra”, de Buenos Aires, y era también miembro del
Consejo de Estudios Hispánicos “Felipe II”, de Madrid, y de la Universidad
Libre, Autónoma, Federal e Iberoamericana de Buenos Aires. Colaboró con el
también recientemente fallecido profesor Otto Carlos Stoetzer en la edición de
su Historia Iberoamericana. Política y cultura, en cuatro tomos, y del mismo
modo con Julio Carlos González en la edición de La involución hispanoameri247
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