XII ¿POR QUE NO SOY RICO? Tras largos años de ausencia tuve la dicha de volver al hogar paterno. Renuncio a la pretensión de describir las emociones que embargaron mi alma en el momento feliz en que me fue dado estrechar contra I11icorazón esos seres nunca bien queridos, padres, hermanos, de cuyo calor y de cuyas caricias me había visto privado tanto tiempo. Obligado mi padre por reveses de fortuna -de los cuales, acaso, el factor principal fue la guerra de 18110- enajenó su hacienda de La Isla, con dolor de toda la familia, que amaba aquella propiedad como la morada feliz donde habían corrido para nosotros días risueños de tranquila ventura. Con tal motivo, a mi regreso de Bogotá encontré a los míos definitivamente establecidos en Guadalajara. A mi llegada a esta ciudad fui favorecido con algunas visitas de amigos y parientes, entre otras la de D. Javier del Pino, tío de mi madre, anciano octogenario, sumamente rico, y verde aún, a quien en la familia mirábamos con mucha deferencia, por razón de su edad y prendas, y en reconocimiento de importantes 11-8 LUCIANO RIVERA y GARRll>O servicios prestados a mi padre en circunstancias difíciles. Nuestro tío se había conservado célibe y vivía en una buena casa, baja, del bar.rio de La Ermita) acompañado de una criada anciana, llamada Prudencia, que hacía las veces de ama de llaves. Era D. Javier muy joven cuando vino de España, su patria, y habiendo encontrado establecidos en Guadalajara a dos hermanos mayores que él, de los cuales uno tuvo como descendencia la familia de mi buena madre, y cuatro o cinco miembros más, radicados unos en Bogotá y otros en las provincias del norte de la República y en Panamá, resolvió quedarse en América, y mantuvo relaciones comerciales con la Península, en lo cual ganó muchos pesos. Pasaba, en concepto de la generalidad de las gentes, como hombre avaro; pero en esto había la exageración que es de uso corriente en tales casos, pues no sólo no merecía tan duro calificativo, sino que, por el contrario, cuando estimaba a las personas, era servicial, obsequioso y caritativo. Mas sucedía que daba en silencio, conformándose en ello con la doctrina evangélica que quiere ignore la siniestra el beneficio ejecutado por la diestra, y la mayoría de las gentes, compuesta de personas sin criterio, y hecha siempre a juzgar por las apariencias, lo condenaba sin apelación. Era D. Javier muy adicto a las cosas de España, y sólo el amor a sus hermanos, uno de los cuales falleció de muerte natural y el otro murió 'asesinado por una partida volante de titulados patriotas en 1816, pudo decidirlo a quedarse en América, una vez perdida en ella, para siempre, la causa de la metrópoli. Así, con todo transigía menos con las ideas republicana9 y ano ticoloniales. El que quería ver a mi tío en glorias, no IMPRE.~IONES y RECUERDOS necesitaba sino hablarle de los buenos, de los sabrosos tiempos de la Colonia; de las grandes fiestas que en ellos se efectuaban con motivo de cualquier acci· dente fausto ocurrido a la familia reinante; de todo aquello que perfumaba con la fragancia de las flores del pasado feliz, el sacrosanto y ya tan lejano recuero do de la patria y de la juventud. Pero, ¡guay del que remotamente pretendiera justificar la santa y legítima lucha por nuestra independencia! ... Si el lucero del alba tenía mi tío en la mano, con el lucero del alba descalabraba a su interl~cutor. Mí tío era el último representante de una generación típica, desaparecida largo tiempo ha de entre nosotros. En él se resumían todas las preocupaciones del pasado y las excelsas cualidades y los enormes de· fectos que hicieron de los hidalgos españoles, trasplan. tados a América en la tarde de la Colonia, la personi. ficación exacta de la clase media peninsular de mediados del siglo XVIII, que así traficaba con esclavos y proclamaba las excelencias de la sangre azul, como fundaba hospitales y asilos, se sacrificaba por el prójimo, prestaba su dinero sin exigir interés ni asegurarse con documento, y, llegado el caso, era capaz de grandes cosas, así como también de consagrar con su aprobación y apoyo las mayores iniquidades de su gobierno. Mi tío Javier era llamado por el vulgo en Guadalajara el último chapetón. Pequeño de cuerpo, rubicundo, con ojos azules, al· go empañados ya por las telarañas de la edad, era D. Javier muy blanco y rosado como un niño, abultado de vientre y corto de piernas. En los días ordinarios llevaba puestos chaqueta de mahón, chaleco de tela clara, corbata blanca, de muselina, pantalones muy anchos, y tan largos, que los pisaba por detrás. con 101 1,UCIA]';O RIVERA • y CAMIDO zapatos de piel de venado, curtida, que calzaba, y sombrero amarillo, de paja, con luengas alas. En ciertos días solemnes, como Jueves Santo, Pascua, Corpus Christi" por ejemplo, o en aquellos que eran para él aniversario de algún recuerdo grato, vestía casaca de rico paño de San Fernando, guardada en arcón de cedro, sabe Dios desde cuándo; chaleco blanco, de seda, que bajaba hasta medio muslo; pantalones de casimir, color de perla, y escarpines de charol, con hebillas de plata, a usanza antigua. Con esto, un gran sombrero de fieltro gris y un bastón de carey con puño de oro y borlas de seda, parecía un caballero de la corte de Fernando VII, trasladado como por encanto a nuestro tiempo. Después de las cosas de España, pasión dominante en D. Javier, sus principales agrados eran el aseo de su persona y de su casa, la buena mesa, el uso, incesante del rapé que, perfumado con esencia de rosa, llevaba siempre consigo en lujosa cajita de ébano, adornada con el retrato de D;t Isabel II, y la lectura frecuente de Don Quijote de la Mancha, la Historia general de España, por el padre Mariana, y otros pocos libros clásicos de literatura española, lo cual denotaba en él alguna cultura intelectual, no exenta de buen gusto. Por una singularidad notable en un anciano, y además de anciano, español, no 'era dado mi tío a los extremos gazmoños de un misticismo postizo, y bien que hombre creyente y pío en el sentido recto y honrado de estos vocablos, se mostraba enemigo jurado de beatos y beatas, de quienes solía decir que no eran sino "hipocritones consumados y repugnantes ra· tas de sacristía". Particularmente tenía ojeriza por aquellos hombres que, encargados de funciones públicas, así en uno como en otro ramo de la administra- IMPRESIOl':ES y RECUERDOS ción, alardean de santos y se hunden el pecho a golpes en los momentos solemnes de la consagración, o besan humillados y compungidos, el enladrillado de las iglesias. "Esos, decía mi tío con la autoridad que daba a sus palabras· una larga experiencia de la vida, ésos son los más temibles y soberbios de los malvados; ¡guárdcme Dios de caer en sus manos!" Aunque mi tío era muy rico, como antes lo di a entender, conservaba la tiencla donde había ganado su fortuna, más por espíritu de gratitud o fuerza de costumbre, que porque en él perdurase el ánimo de especular. Allí, colocado tras de un mostrador de hechura antigua, de ésos que formaban una especie de armario muy grande, de cedro, cerrado, ton anaqueles y departamentitos para objetos menudos -a estilo de botica- solía vender aún vinos españoles, especias, drogas.. paños, telas de seda y cintas de terciopelo, bayetas de diferentes colores, llamadas de Castilla, para distinguirlas de las de la tierra, que tejen en el Ecuador; devocionarios, loza, alhajas de oro etc. Esos artículos eran introducidos cuarenta o cincuenta años atrás por el Chocó, adonde, a su vez, los habían remitido de Cartagena, puerto de depósito en aquella lejana época para las mercaderías que se traían al país por la vía del Atrato, abandonada hoy completamente por las necesidades del comercio vallecaucano, que se sirve, para el efecto, del camino de Buenaven· tura. El día en que mi tío me hizo la visita de bienvenida, me propuse tratarlo con la confianza a que de antaño me tenía acostumbrado, y lo Jlevé directamente a mi cuarto. Después de haber permanecido sentado unos cortos instantes, se levantó el anciano, y, dándose aire con su fino pañuelo de batista, porque h~cía mucho LUCIANO RIVERA y GAlUlIDO calor, y sorbiendo con deleite algunas pulgaradas de rapé, empezó'a recorrer la habitación con su vivacidad característica, deteniéndose para ver al través de sus espejuelos, montados en finísimo engaste de oro, aquí un grabado, más allá una pintura al óleo, y cerca de la ventana el estante de mis libros ... Después volvió a sentarse, y tratamos familiarmente de muchos asuntos, con especialidad de Bogotá. Mi tío me preguntó con interés por personas y cosas santafereñas, pues en su mocedad había hecho dos o tres viajes a la \capital, que no designó nunca sino con su antiguo nombre de Santafé. A todas sus preguntas respondía yo con agrado, porque la incesante parla del simpático octogenario, caracterizada por el acento y los modismos peculiares de los castellanos genuinos, me divertía en extremo. Al dar las doce campanadas de la vecina iglesia, se despidió mi tío, estrechándome entre sus brazos e instándome con afectnosa insistencia para que fuese a verle pronto. •. * * Cultivaba con esmero las relaciones de mi do D. Javier y solía visitarlo con frecuencia, porque el bondadoso señor había sabido cautivarme con su originalidad y nobles prendas. Además, como siempre he creído que los ancianos son las personas en quienes producen mayor reconocimiento el afecto y las consideraciones que se le prodiguen -por lo mismo que su edad y los desengaños a ella consiguientes los ha· cen desconfiados y escépticos- procuraba, por todos los medios posibles, agradarlo y tenerlo contento. Gustaba de que le leyera en sus libros favoritO$,y IMPUSIONES y llECUElUlOS 175 yo tenía cuidado de llevarle con puntualidad todos los domingos los tres o cuatro periódicos que me remitían de Bogotá por el correo. -¡Leamos paparruchas 1, decía don Javier en tales ocasiones, cerrando el Quijote y desdoblando La Opinión, El Constitucional o La Paz; cambiemos carne por hueso. No obstante el fastidio y la marcada prevención con que seguía la marcha de nuestros asuntos públicos, no podía prescindir de interesarse algunas veces con la lectura de los diferentes órganos de la prensa política del país, si bien todo le parecía malo en ellos: forma, fondo y propósitos. Un día en que, como de costumbre, fui a visitarlo, lo encontré leyendo una carta. -Buenos días, tío, le dije, sentándome a distancia respetuosa, después de haber estrechado la mano que me tendió en silencio, sin levant~r la vista del papel. Al cabo de dos minutos dobló la carta, la puso sobre:una mesa inmediata, quitóse los anteojos, y, mientras los guardaba en la cincelada caja de plata, me dijo: -Me trajeron esta carta del correo hace un momento ... ¿A que no adivinas de quién es? .. -Imposible, tío; no puedo presumir ... -¡De José Ramírez, hombrel, de José. -José Ramírez, ¿nuestro pariente? -El mismo, que viste y calza. Ramírez, nuestro pariente, que, como tú sabes, reside en la ciudad del Socorro, y a quien ni tú ni yo conocemos personalmente. Suele escribirme de vez en cuando, cosa que le agradezco, pues no tiene motivo especial para morirse de amores por mí. En los malhadados tiempos a que hemD5 alcanzado, ¡VOto al chápirol, no es el parentes. LUCIANO RIvEu y GAnDlO ca vínculo tan poderoso que arrastre las voluntades desde tamaña distancia ... razón por la cual, ¡vamosl, me compromete el chico. -Está usted en la verdad, tío, y hace bien en corresponder al cariño de nuestro primo, quien sé que es un buen sujeto. Por lo demás, opino como usted: los vínculos de familia se han relajado enteramente en nuestro tiempo... A este respecto se experimentan y se observan cosas increíbles. -¡Oh! ¡tanto! ..... ¡Qué diferencia, Dios eterno, cuarenta o cincuenta años atrásl Pero, ¿qué quieres? . Con estas malditas ideas modernas de liberalismo y progreso, todo se lo ha llevado la trampal... Mira, sobrino, cada día que pasa, en vist~ de lo que sucede, doy gracias al Todopoderoso por no haber fundado familia por mi propia cuenta. Si yo me hubiera casado, no habría podido conformarme con un orden de cosas semejante. -En efecto, tío, siempre me ha llamado la atención el que un hombre de los sentimientos y posibles de usted no se haya casado... -y no vayas a creer que haya sido por falta de diligencia o por odiosidad al matrimonio, que en principio es cosa buena e institución sabia ... no obstante los gravísimos inconvenientes que tiene en la prácdca. Pero, ¿qué quieres?, mil causas, todas independientes de mi buen querer, impidieron que me casara, yeso que estuve tres veces al borde del... abismo, iba a decir, pero, ¡será mejor callar! En la primera vez, la novia cogió un tabardillo de los que llaman aquí de agarrón, y en mi tierra dicen de padre y señor, que en cinco días la llevó al sepulcro. ¡Ayl, ¡pobrecillal ... Me harás la justicia de creer que la sentl en toda regla, pues juzgo que 'habría si· IMPRESIONES y RECUERDOS 177 do muy fdiz con esa pobre muchacha. En la segunda ocasión, mi futura se abrió del compromiso cuando no faltaban ya sino quince días para dar el salto mortal, diz que porque la dijeron que yo tenía un geniecillo así tal cual, medio sulfúrico ... ¡Imagínate esta inocente paloma de tu pobre tío!. " ¡Qué cosasl, cual si fuese un buey manso lo que una cristiana necesitase para marido! En la tercera vez fui yo quien romo pió el pacto, ¡caracoles y rayos!, porque descubrí, en vísperas de echarme el santo dogal al cuello, que mi futura era más liberal y patriotera que Santander ... ¡Al diablo la novia con semejante sarna en el almal .. Después, cuando regresé por primera vez a España, me enamoré, como un colegial, de una gaditana famosa, morena como un sol; pero, ¡quiá!, resultó que esa ardiente niña era hija de casa muy rica, riquísima, en momentos en que yo no tenía sino una camisa, que con la que llevaba puesta formaban el par ... y en la calle decían las gentes que yo no iba tras de la niña de las pesetas, sino tras de las pesetas de la niña, y esto me enfureció. .. Le volví las espaldas al amor, porql:le siempre he sido muy orgulloso en esas materias; atravesé de nuevo la inmensidad del océano, me entregué en cuerpo y alma al trabajo, y aquí tiene usted, sobrino mío, cómo D. Javier del Pino desaparecerá uno de estos días, sin dejar renuevos de su apellido en Guadalajara, nI cosa que lo recuerde. -Eso será muy tarde, tío; está usted muy vigoroso aún; y el día en que tal desgracia suceda, dejará usted el grato recuerdo de sus virtudes y de sus bellas acciones, que no se extinguirá nunca entre los suyos, que tanto lo amamos. Por lo que respecta al hecho de no casarse con una joven rica, temeroso de que se le tra· tara después como a un cualquier,a, por ser pobre, o LUCIANO RIVERA y GARRIDO se le tuviera por interesado, hizo usted muy bien; procedió con una dignidad y una cordura que lo honran; ¡no podía ser de otra manera! -Conque apruebas, ¿eh?, exclamó regocijado el anciano: ¡bravo, sobrino, bravo! Eres digno descendiente. de mi hermano, y digno sobrino mío, permíteme lo diga ... -¡Es tan natural pensar de ellemodo, tío! -¡Pero no en este tiempo, no lo creas! El sentimiento del interés es poderoso en la actual generación. A él se sacrifica todo, hasta el honor, hasta la conciencia!... En mi humilde sentir, no será siglo de los gran· des descubrimientos, como creen muchos que se llamará el siglo en que hemos nacido. sino siglo de la codicia y de las grandes prevaricaciones... Por eso me complacen mucho tus ideas... y por lo mismo, veo con gusto que he acertado ... -¿En qué, tío? -Hombre, ¡voy a decírtelo! ... Lo has de saber después, preferible será que yo mismo te lo diga ... -¿Qué cosa, tío? -Sobrino ... que hace algunos días me trota por la cabeza la idea de otorgar mi testamento ... -¡No descubro la urgencia que pueda usted tener, tío! -¡Ca!, ¡la de instituírte heredero de todos mis bienes, hombre! Tengo ochenta años cumplidos, y a esa edad es tan sencillo morirse como dormir ... La declaración fue tan brusca, tan a quemarropa, que, francamente, me sentí embargado en serio por la emoción, y en el primer momento no supe qué responder al buen viejo. -Tío, prorrumpí al fin, haciendo un esfuerzo, no me considero acreedor a ese beneficio, pues nada he IMPIlESIO~ES y IlECUElt.DOS 179 hecho para merecerlo. Y estrechando con efusión las manos de mi generoso pariente, sí tío, proseguí, no soy merecedor de tanta bondad; medite usted bien su benévolo propósito; fíjese en que nuestra familia euenta con miembros mucho más dignos que yo de esa valiosísima muestra de su afecto. .. Por otra par· te, le repito que juzgo prematura esa determinación de usted, y ... -¡Voto a Cristol, me interrumpió mi tío: si hubie· ra sabido que ibas a echarme encima semejante discurso, no te habría dicho nada sobre el particular. ¡Que no se hable más de esto! Es tan natural mi propósito, que no vale la pena de analizarlo. Conque. ¡abur! Pocos momentos después me separé de D. Javier. con el alma penetrada de reconocimiento. • * * Tomás era un mulato gallardo, trabajador y forma. lote, hijo único de ña Prudencia, la antigua criada de mi tío D. Javier del Pino, una de esas honradas mujeres de raza de color, más y más raras cada día, que son el consuelo y el alivio de ciertas casas en donde se estima como se debe el mérito de los servidores leales y abnegados y se recompensan sus cualidades y servicios con la preciosa moneda del cariño y las conside· raciones. Cuando yo vine al mundo, ña Prudencia acompañaba ya a mi tío, y Tomás estaba grandecito. La primera me quiso siempre con ternura, y el segun· do fue, con el tiempo, uno de los mejores amigos de mis primeros años. Cuando Tomás cumplió veinti· cinco, se casó con una esbelta mestiza, llamada Luisa, quien no le iba en zaga en honradez y apostura. Difi· 180 LUCIANO RIVERA y GARRIDO cil habría sido encontrar una pareja mejor acondicionada; él, alto, bronceado, de mirar franco, benévolo y trabajador; ella, elegante, morena, con ojos negros como uvas, sombreados por rizadas pestaüas, cabellos negros y crespos, dientes blancos, manos pequeüas y pies pulidos; jovial siempre, dulce, servicial y laboriosa: una perla que, engastada en lujosa diadema, hubiera podido hacer la felicidad de un gran seüor. En casa le teníamos verdadero cariüo, y por eso habíamos visto con placer la prosperidad relativa de Tomás, quien, a fuerza de traba jo, había logrado formar una bonita posesión campestre, a corta distancia de la ciudad, a la cual dio el nombre de La Ramada. Pocos meses después de mi regreso de Bogotá fuimos iIívitados por Tomás, mi buena madre, Elena, mi hermana menor, íla Prudencia y yo, para que fué· semos a pasar un día en su casita; y para comprome· ternos más, ofreció que nos acompaílaría desde la ciudad, mientras que su esposa nos aguardaría en la finca. Nosotros aceptamos su amable invitación, y ob· tuvimos de mi tío Javier el consentimiento correspondiente para que ña Prudencia pudiese acompaüarnos. Aunque La Ramada estaba muy cerca de la población, resolvimos partir a la madrugada; y decidimos verificar el viaje a pie, para mayor diversión y saludable aprovechamiento. Empezaba a clarear el oriente con los primeros al· bares de un azul plateado con leves resplandores de rosa, cuando mi madre, Elena y yo, seguidos de ña Prudencia, que llevaba un ligero hatillo de ropas so· bre la cabeza, y Tomás, que conducía un caballo de diestro para pasar el río, nos dirigimos a La .•.. Ramada • Al llegar a las márgenes del Guadalajara nos detu. vimos; y entre Tomás y yo colocamos a mi madre en IMPRESIONES y RECUERDOS el galápago, sobre el caballo, sirviéndola de punto de apoyo, para subir, una gran piedra de las muchas que había allí. Hecho esto se arremangó el mulato los pantalones hasta las rodillas y, tomando del cabestro al caballo, lo condujo a la ribera opuesta, en donde bajó a mi madre con el mayor cuidado y sacudió en seguida una pefíita con la ruana, para que se sentase. A continuación regresó con el caballo a la orilla en que estábamos nosotros, y una vez colocada en él Elena, verificó la misma evolución, y volvió tercera vez para pasar a ña Prudencia, quien subió a su turno, no sin hacer antes mil melindres y aspavientos de madre anciana que se sabe muy mimada por su hijo. Al fin pasamos Tomás y yo. El camino que tomamos seguía el principio paralelo al río y dejaba a un lado, cerca de por medio, una bellísima llanura cubierta de ganados, adornada con una espaciosa casa de teja, con corrales y otras dependencias, y limitada a lo lejos por bosques tupidos, que la distancia hacía aparecer de un bello color azul. Más adelante, a partir de un hermosísimo hobo que había crecido solitario sobre un peñasco de la pintoresca vega, el río se desviaba hacia la derecha, alejándose considerablemente del camino, el cual se· guía en medio de cabañas pajizas, sombreadas por frondosos guabos y casi escondidas entre perfumados bosquecillos de cafetos y jazmines de Virginia. A la hquierda se extendían algunas dehesas de un precioso verde-esmeralda, separadas de la vía por tupido~s limoneros, los cuales, sembrados en líneas rectas, formando cercas, habían entreverado sus ramajes al crecer, y presentaban a la vista la más linda arboleda, cortada en uno de sus extremos por una alta portada de ladrillo desde donde se divisaba una casa de balo 182 LUClANO RIVERA Y, GAJUlIDO cón que, en medio de la espléndida llanura y rodeada de mangos, naranjos y palmeras, atraía poderosamen. te con su pintoresca apariencia. Al pasar de esa hacien· da, el camino continuaba igualmente ameno. y tenía a la derecha una hilera correcta de palmas de corozo, a cuyo pie se prolongaba por muchas cuadras una cerca de guadua labrada en forma de tejido, palmeras que son más delgadas que los cocoteros, tienen el trono co erizado de recias púas, y muestran entre el abanicado follaje los cuantiosos racimos de su fruto, que semejan apretados gajos de encendidos corales. Más allá se veían diseminadas algunas palmas de coco, y en último término una casa de teja baja, rodeada de tupido cacaotal, con el correspondiente sombrío de písamos, un frondoso platanar y dehesas de guinea, limitadas por guaduales de suave follaje. Embebecido en la contemplación de estas bellezas, realzadas en esos momentos por la rosada luz de la aurora que, como un foco de suave y poética claridad, precedía al sol en. su carrera al través del espacio, apenas 'si podía yo atender a las palabras que de vez en cuando me dirigían mi madre y los demás acom· pañantes. -¡Mira, qué casita tan lindal, me decía Elena, mostrándome un ranchito que se levantaba a la vera del bosque, separada de la llanura por una talanquera de leños entrecruzados, al cual cubrían con su fresca sombra corpulentos písamos, vestidos de flores escar latas, y algunos higuerones majestuosos. Una ligera columna de humo azul subía de la cocinita para disi· ,arse entre el follaje :.pretado de la arboleda; y algu. nos patos y gallinas, un cochinilo gruñón y otros am· males domésticos vagaban por los alrededores. Mas, ¿en dónde encontraría hoy tintas adecuadas IMPRESIONES y RECUElUlOS para pintar al través de lejano recuerdo esos rústicos paisajes con sus misteriosos atractivos? .. ¿Quién me prestaría la paleta que contuviera los suaves o vigorosos colores de esa selva virgen, los poéticos matices del cielo sereno y azul, el brillo de las flores silvestres, la apacibilidad de esas chozas medio perdidas en las verdosas sombras de la pomposa vegetación que las rodea? .. Al fin nos internamos bajo el follaje fragante de una arbolada de burilkos, vegetal espléndido que así participa de la hermosura del tamarindo como del vigor y la elegancia del gualanday, y diez minutos después avistábamos la posesión de Tomás. Rodeada por alto y frondoso bosque se extendía una dehesa cubierta de guinea} entre cuyas profusas macollas se solazaban unas cuantas vacas con cría. Se parábala del camino público una cerca de guadua, hecha en forma de tejido e interrumpida hacia la mitad de su extensión por una puerta de golpe con techumbre de paja. En el fondo de la dehesa e inme. diatos a la selva, se levantaba la cabaña, dividida del pastal por una talanquera bastante elevada, los corrales y un hermoso huerto en donde sobresalían las ca· pas amenas de algunos mangos, naranjos, madroños y pomos. El Guadalajara corría a corta distancia, haciendo oír el rumor grato de sus corrientes. El trapic;hito no se veía desde la cabaña, pues se hallaba situado en el corazón del bosque, al lado de los cañaverales. -Allá está Luisa aguardándonos, dijo Tomás al re· conocer a su mujer desde lejós. En efecto, asida de la cerca, la gallarda mulata ob· servaba hacia el lado del camino, formando pantalla con la mano abierta, a la altura de las cejas, para ver mejor. . LUCIANO RIVERA y GARRIDO La vivienda de La Ramada era una aseada cabaña de bahareque y paja, dividida en tre~ departamentos, así: al oriente, el aposento o dormitorio; en el centro, la salita; y mirando al oeste, la quesería. Estas tres piezas se comunicaban entre sí; y la salita tenía puer· ta para el interior, así como el aposentillo y la quesería tenían ventanas que daban al huerto. Hacia la parte que miraba a la entrada de la finca había un corredor angosto, de piso desigual, en el cual se veían algunos troncos de árbol toscamente labrados, que servían de asientos; un pilón de jigua para quebrar maíz, con dos manillas -pues esa operación suelen ejecutarla dos personas simultáneamentey en las guaduas que hacían de pilares se hallaba extendido un lazo de cerdas para abrir la ropa húmeda. En las paredes se veían algunos garabatos, en los cuales colgaba Tomás las guacas, pieles, maneas y demás enseres de vaquería. Detrás de la casa se encontraba la cocinita, y alrededor de ella una hermosa huerta en donde se producían con abundancia y feracidad verdaderamente tropicales, cebollas de varias clases, culantro, perejil, el oloroso poleo, la fragante yerbabuena, el orégano enrizado, la arábiga albahaca y un sinnúmero de flores, entre las que descollaban como soberanos de aquella corte de aromas y colores, los claveles y las rosas, los jazmines y las azucenas. El aseo más extremado lucía hasta en los últimos rincones, pues Luisa, aunque pobre y humilde hija de la gleba, era lo que se llama una señora de casa. Los muebles -si es que tal nombre hubiera podido darse a las rústicas tarimas de guadua y a las raíces de la misma colosal gramínea que dec9raban las piezas- no tenían un átomo de polvo; y, como ellos, brillaban por su limpieza todas las vasijas de que hacía IMPRElIONES y ItECUEIlDOS lSi uso la hacendosa muchacha en el desempeño de sus oficios. -Ya se demoraban ustedes mucho, dijo Luisa cuando llegamos al corredor. ¡Buenos días mi señora! ¡Bue. nos días ña Prudencia! ¿A ver, qué tal viaje han traído? ¡Buenos días, señor! ¿Qué tal, comadrita? -Buen9s días, Luisa. -Buenos días, hija. -¿Cómo está, comadre? -¿Qué tal, negrita? -Entren y siéntense. Tan estrecho que está esto aquí. .. ¡Jesúsl ¡Ave María Purísima!. .. ¿Muy can· sados están? .. -¡No! ¡Si es un paso de aquí a la ciudad! Todos entramos. Yo me senté en un banquito de los que había en el corredor; mi madre se colocó a mi lado; ña Prudencia y Tomás siguieron para la cocina, y Elena dijo a Luisa, que no sabía cómo mani· festar su contento: -A ver, comadre, yo quiero ver a mi ahijado: ¿dónde está? Elena se refería al hijo de Tomás y de Luisa, a quien mi buena hermana había servido de madrina. -Entre, pues, para acá, comadre, porque ese zambo es un perezoso; ¡conque está durmiendo todavíal agregó la mulata riéndose y dejando en descubie~to los dientes más lindos del mundo. Las dos muchachas entraron en la alcobita que, como antes dije, tenía una rejilla, ironía de ventana, que daba al huerto. A favor de la luz que entraba por ella, se veían: la barbacoa que hacía de lecho nupcial; una percha en donde Luisa tenía colgadas sus mejores enaguas, pañolones y camisas; el baulito de (:edro, que 6Uarc;la.l>a. los trapitos <le cristianar ele To- 186 LUCIANO R.IVERA y GAIlIUIlO más; algunas petacas de paja, con las ropitas del chi. ca, la más grande, y otras con cigarros, algodón en rama y chismes de costura; dos o tres calabazas caIga. dos del bahareque, los cuales contenían semillas o específicos vulgares; y cerca de la tarima de los esp~· sos, una cunita de carrizos pendiente con un lazo de una vara flexible de árbol de mate, que estaba asegurada en la techumbre. Acercáronse a la cunita las dos jóvenes; y levantando Luisa con mucho cuidado el mosquitero de muse· lina ordinaria que cubría a su hijo, dijo a Elena muy quedo, casi en el oído: -¡Véalo, comadre, está tan gordo que parece una lechona I -De veras, comadre, dijo mi hermana en el mismo tono de voz y contemplando con afectuosa sonrisa al mesticito, que dormía a más y mejor: ¡está celebrísimo este patojo! ....,Puesla buena mano suya, comadrita ... Al rumor de las voces despertó el chico, que lleva· ba el mismo nombre de su padre; y viendo un rostro extraño cerca de la cuna, puso el grito en el cielo. -¡Qué es eso, Tomasito!, exclamó Elena, sacando de entre sus aseados y tibios abrigos al mulatito, que la miraba con ojos sorprendidos, y sosteniéndolo en los brazos, en· alto, como para verlo mejor: ¿qué es eso, mi hijo, ya no conoce a su madrina? .. -¡Si es tan perro, comadre! ¡Si lo oyera se lo comería! Conque ya conoce al taita desde lejos y lo llama... -¡Qué le parece! -¡Pero no se moleste, comadrita de mi vida! ¡éche. me acá ese negro, no vaya a ser que haga alguna de las suyas!... A la sazón el mulatito se habia tranquilizado 'f se IMPRESIONES y IlJ!CUERDOS entretenía jugando con uno de los zarcillos de la joven. -Déjemelo, comadre. -Pues ahí se lo dejo, que allá me está llamando ña Prudencia, para que apure el almuerzo. Por el gusto de estar conversando con usted, lo había olvi· dado. Tan tarde que es ya, y cansados que estarán y con algo de hambre ... ¡Jesús! ¡Ave María! Esto lo dijo ya en vía para la cocina. Tomasito se durmió de nuevo, y Elena lo acostó con blandura en la cuna, meciéndolo suavemente por algunos instantes. En ese momento abrió las dos puertas del corral un muchacho de diez a doce años, que acompañaba de ordinario a Tomás. La cerca que formaba el corral era de las que llaman de colgado; es decir, de latas o rajas de guadua, sostenidas a trechos iguales con be· juco, de estacas delgadas de ciruelo de perro que, por lo común, sobresalen una cuarta del cercado. Un coposo guásimo sombreaba el corral. Tomás había recogido las vacas y las encaminaba a aquel sitio, porque ya estaba pasánd9se la hora de ordeñar. Los terneros separados de las madres desde la tarde anterior, daban carrerillas del lado opuesto de la cerca, llamándolas con sus lastimeros balidos, a los cuales respondían ellas bramando sordamente. De dos en dos iban entrando en el corral; reconocíanlas al punto sus hijos, y se les acercaban, triscando con alborozo; pero Tomás y su ayudante los separaban, manteniéndolos atados a cierta distancia. Maneaban igualmente las vacas; limpiábanles el polvo de las ubres con el extremo peludo de la cola, y sobre la marcha las ordeña1;lan.La leche caía en chorros sobre 188 LUCIANO RIVERA y GARRIDO el dorado mate, formando alba y olorosa espuma; y una vez colmada la vasija, vertían su contenido en e~ cántaro que se veía en un ángulo del corral, inmediato a la cabaña, colocado entre los cuatro brazos de una horqueta de carbonero. Terminada la operación de ordeñar., dejaron ir juntas las madres con los hijuelos y condujeron el cántaro de la leche a la quesería. Dos horas después, el queso aprisionado en las esterillas (encellas) sufría la poderosa presión de un tornito nuevo, que no le dejaba una gota de suero. Luisa nos obsequió con un frugal pero sabroso almuerzo, servido en platos de loza vidriada, popayaneja, cazuelas de barro y jícaras pastusas, de madera barnizada con colores vivos, el cual fue acogido con verdadero entusiasmo, pues el ejercicio nos había estimulado el apetito. La sopa, sobre todo, nada dejaba qué desear; y el chocolate, preparado con leche y acompañado con tostadas de plátano frito, era un exquisito póstre. A las doce nos encaminamos todos hacia el río, con el objeto de bañarnos. En sus márgenes nos separamos los hombres de las mujeres, a fin de buscar sitios adecuados para procurarnos ese placer. Una sucinta relación de las muchachas, hecha hora y media después, nos hizo saber que mi madre, ña Prudencia, Elena y Luisa se habían asilado bajo un coposo guaba que sombreaba con sus ramas un diáfano remanso de poco fondo. Allí se dieron un largo baño, reposando tranquilamente mi madre, y ña Prudencia colocada a respetuosa distancia; mientras que Elena y Luisa retozaban dentro del río como dos chiquillas. ~a última había Ueva~Q su hijo; '1 tomándolo IMPREsIoNES y kECUE1lJ)()!I por la cinturita con ambas manos, 10 sumergía en el agua hasta el cuello, y le decía: -¡Vamos a ver mi hijo, aprenda a nadar, apren· da! ... y el muchachito pugnaba por salirse, lanzando ge. • midas entrecortados y tiritando. -¡Cuidado, comadre, no vaya a beber agua el chi· quito! -¡No creal ¿éste? .. ¡Primero la bebo yo que él! ¡Si es tan pícarol y lo acariciaba, comiéndoselo a besos y oprimién. dolo entre sus rollizos y torneados brazos. El mulatito reja a carcajadas 'cuando Luisa le hacía cosquillas o lloraba desesperadamente cuando el aire frío lo toro turaba. Fuera del río, y cuando ya iban a vestirse, estregó Luisa unas ramas de albahaca blanca en el agua que llenaba un mate, y pasó éste a las señoras, para que empaparan sus cabellos con ese zumo perfumado. Con el sobrante hizo lo mismo Luisa; que, cuanto a ña Prudencia, la buena vieja profesaba el principio de que "la genté debe oler a limpio, y nada más". Esto lo conseguía la honrada sirvienta de D. Juan Javier manteniéndose siempre como un alfeñique. Vestidas ya, escurrió Luisa las parumas, mientras Elena ponía al mulatito, que temblaba de frío, una camisita de tartán rojo, que había llevado de la ciudad como presente para su ahijado. -¡Ah, buena mi comadre, en las que se panel, ex· clamó Luisa, llena de maternal júbilo al observar el bello contraste que formaba la purpúrea tela con el limpio cutis moreno del chiquillo. Pocos momentos después regresaron a la habitación, en la cual nos encontrábamos ya Tomás y yo. LUCIANO RIVERA y GARRIDO Tomás se acercó a su esposa y la dijo en voz baja: -Vaya, mi hija, prepare el chocolate, las postrems y el dulce} pues las señoras, el patroncito y mi madre querrán tomar algó ... -¡Voy, voy!, muy cierto que es ... y diciendo esto, la hermosa mulata puso en el suelo el chiquillo, extendió sobre la cerda del corredor las parumas y, sacudiendo la cabeza, retorció entre ambas manos sus negros y ensortijados cabellos, inclinándose de lado para no mojarse la ropa con las gotas cristalinas que de ellos caían. Seductor y simpático era el aspecto de la sencilla mestiza, vestida con faldón de zaraza morada con florecillas rojas, camisas de percal con vibón negro, bordado en relieve, zarcillos y garg;¡ntilla de corales, y echado garbosamente sobre los hombros un pañolón rojo de algodón. El llamativo conjunto lo realzaba el brillo de sus negros ojos, qtle armonizaban maravillosamente con el moreno bruñido de su tez, ardiente en tonos como la tez de las mujeres orientales. Pronto estuvo listo el refrigerio, que consistió en leche servida ·en aseados matecitos} cada uno de los cuales se apoyaba en un pequeño rodete de bejuco de plátano; maduros asados, que vertían perfumada miel; chocolate y espejuelo de guayaba, con queso fresco. Terminó el campesino lunch el agua deliciosa del Guadalajara. Durante la tarde visitamos el trapiche y recorrimos las dehesas. El primero consistía en una enramada pequeña, al abrigo de la cual se encontraba el molino, de madera, de los l1amados en el país nochebueneros, vocablo bárbaro, inventado para designar irónicamen· te esos pequeños ingenios cuyos productos apenas si IMPRESIONES y RECUERDOS alcanzan para satisfacesr las necesidades impuestas por los festejos de la época de Navidad o Nochebuena. No lejos de él se veía la reducida hornilla para el cocimiento del guarapo; y a la espalda del rudimental edificio se extendía la plantación de caña, limitada por el espeso bosque. Esa misma tarde regresamos a la ciudad, después de habernos despedido de Luisa, quien nos dio las gracias con lágrimas en los ojos y en la voz, por el buen día que, dijo ella, la habíamos hecho pasar. Excusado parece decir que éramos nosotros quienes debíamos darlas a la buena muchacha y a su marido, y que quien las recibió en forma de caricias y agasajos de todos fue el robusto Tomasito. El sol se ocultaba ya cuando nos aproximábamos a la población. Sus últimos reflejos convertían en moles de oro brillantísimo las nubes del ocaso y bañaban con bronceadas tintas las cumbres lejanas de la cordillera oriental, haciendo resaltar con cristalina nitidez los espacios azules que mediaban entre la serranía y los indecisos vapores de la tarde. Hacia el sur, la línea recta de las inmensas llanuras del Valle se confundía con el horizonte selvoso de las márgenes del alto Cauca, y se destacaba con infinita limpieza sobre la tersura descolorida del cielo ... Cuando nos alejábamos de las riberas del Guadalajara en derechura a nuestra habitación, no quedaban del espléndido crepúsculo sino ráfagas violadas y espacios de un gris plomizo; pero sobre ese simulacro de ruinas de una decoración grandiosa, brillaba en el profundo azul el rutilante Véspero, astro favorito de los poetas ... tUCIANO AIVERA >1< y GAáJl.IDó ** El correo de Bogotá llegaba a Guadalajara los jueves, cuando las lluvias y el estado de los caminos lo permitían. Yo ocurría de los primeros a la administración; tomaba la correspondencia y los periódicos que venían dirigidos para mí, y después de leer los últimos, los llevaba a mi tío D. Javier, quien, como antes dije, no desdeñaba pasar la vista por los principales órganos de la prensa del país, no obstante su aversión a las ideas e instituciones republicanas. Como fuese un jueves la víspera del día en que efectuamos nuestro paseo a La Ramada, una vez re· cibida mi correspondencia en la oficina, remití a mi tío los periódicos que trajo el correo, pues los preparativos de aquella excursión de familia no me dejaban tiempo disponible para leer. Yo los vería después. Al día siguiente de nuestro regreso de La Ramada, me dirigí a casa de D. Javier para saludarlo y darle cuenta de lo satisfechos que habíamos quedado con nuestro paseo. A la habitación del anciano se entraba por un ancho zaguán de techo bajo, del cual se pasaba a una especie de galería o corredor espacioso, muy fresco, sombreado del lado del patio por un badea frondo· sísimo, cargado de frutos enormes en todo tiempo. A la vera de esa exuberante sarmentosa había de fijo un gran sillón muy cómodo, asiento preferido de mi tío en los día de mucho calor. Allí leía, tomaba el chocolate de las once, dormía algunas veces la siesta, o se entregaba a sabrosos recuerdos de su lejana moceo dad, pasada en España, ídolo de aquel corazón íntegro y generoso. 1MPRESIONES y RECUERDOS Cuando entré en la galería observé con sorpresa que mi tío se paseaba aceleradamente, cosa que no hacía nunca. Llamóme aquello la atención tanto más, cuanto en seguida me di cuenta de que su sembante revestía un ceño terrible de iracundia y disgusto. -Tío, ¿qué tiene usted?, le dije, después de saludarlo sin obtener contestación. Don Javier se invirtió hacia mí, miróme con ademán airado, y me dijo con un tono de voz que nunca había advertido en él: -Cuando la víbora muerde, jamás pregunta a su víctima qué es lo que tiene. . -¡Tío!, exclamé lleno de estupor, ¿qué ocurre, por Dios? -Cuando el tigre atierra con el golpe de su zarpa al viajero indefenso a quien acechó cobardemente, nun· ca lo interroga para saber qué ocurre. -¡Pues, señor, se ha vuelto loco!, pensé aterrorizado. -¡Mira tu obra y goza con ella!, exclamó con voz estentórea, alzando del suelo, donde yacía estrujado y lleno de polvo, uno de los periódicos que le había enviado el día anterior, y arrojándomelo con furia a la cara ... ¡Cuál fue, Dios mío, mi asombro cuando, al recoger ese impreso y recorrer con la vista sus columnas, vi en la segunda página una composición en prosa, especie de discurso o cosa por el estilo, que yo había zurcido en años anteriores, y publicado en honor (para deshonra, debiera decir) de un Veinte de Julio cual· quiera, aniversario de nuestra Independencia!. .. En esa insulsa producción, plagada de lugares comunes y de ripios abominables, quedaba España de tiránica, feroz y retrógrada que "no había por donde cogerla". I1-g LUCIANO RIVERA y GA1UUtló Allí se traía a severo juicio al León íbero; y, después de maltratarlo rudamente, se le reducía a las mínimas proporciones de gozquecillo despreciable; se denominaba a los conquistadores con el ameno dictado de galeotes estúpidos; a la Madre Patria, con el no menos suave de madrastra cruel; y a los ejércitos del rey, con el de hordas de antropófagos. Fernando VII, ídolo de mi buen tío, era tratado de tirano, torpe y vul,gar; los ministros de la corona y los generales más afamados de la península, de sicarios del crimen; y las tendencias del gobierno español, de esfuerzos dd oscurantismo por adueñarse del campo en donde la Li· bertad luchª en defensa de los fueros sagrados de la soberanía individual... En suma, era aquello uno de tantos ensayos infelices, inspirados a los jóvenes colombianos de mi tiempo por el recuerdo del gran día de la Patria, en los cuales, si abundaban el entusiasmo y ardor juveniles, en cambio pululaban las faltas contra el buen sentido, las exageraciones de gusto detestable y total ausencia de originalidad, pues todo se reducía a repetición de las repeticiones de los ocho años anteriores. Yo había publicado esa ridícula prosa siete u ocho años antes en un periodiquillo' de mucha· chos, de la capital, El Pensamiento, por más señas; y algún amigo mío (¡enemigo, debiera decirl) con una oficiosidad que deploraré toda mi vida, y creyendo hacerme un gran regalo el muy babieca, la había re· producido recientemente en el periódico que, por des· gracia, vino a dar a manos de mi tío ... Cuando me hube dado cuenta clara de lo que suce· , día, quedé mudo como una peña; y por el momento no acerté a pronunciar una sola palabra. Mi tío, aro diente y fanático partidario de la causa española en América -causa muerta y sepultada ya para todo el IMPRESIONES y tu:CUERDQS mundo, pero para él viva y palpitante-, decidido por su Patria como los castellanos del tiempo del Cid, y amante apasionado de la historia, costumbres y carácter de sus compatriotas; mi tío, repito, que miraba con altivo desdén todo lo que emanara de España, y a quien la sola sospecha de que se tuviera en poco aquella nación -la primera del mundo, según élbastaba para sacarlo de quicio y enfurecerlo ... mi tío había saboreado lentamente, gota a gota, y con la más profunda amargura, esa fatal composición, en hora funesta reproducida. .. Por lo demás, él no se había detenido un segundo en el examen de las cir· cunstancias de su publicación, pues esa lectura lo ha· bía conmovido y perturbado de una manera espan· tosa. Conque la vívora que amoroso abrigaba yo en mi seno, continuó el enfurecido anciano, empieza ya su oficio, ¿eh? ., y luégo, tiene usted el atrevimiento de escribir esos disparates, los publica por la prensa y me los remite con su firma al pie, para que me de· leite con su lectura, ¿eh? .. Había tan amargo acento de ironía en esas palabras, que quedé aterrado. Yo debía estar pálido como un agonizante, y de mi frente caían gotas de sudor, grue. sas como garbanzos. -¡Tíol, balbuceé, queriendo ensayar alguna ex· cusa. -¡Calle el miserablel, rugió D. Javier, crispando los puños y abriendo desmesuradamente los ojos, que arrojaban llamas: ¡prohibo a usted de una manera terminante, que en lo sucesivo me dé ese tratamiento, el cual me injurial -Tío, insistí, no poco ofendido por la dureza de las palabras del anciano: ¡modérese usted, por Dioil 196 LUCIANO RIVI!:kA y GAlUlIDO Oígame un instante con calma: era muy joven cuan· do escribí eso, y ... -¡Silenciol No agregue usted faltas a la grave falta cometida: ¡no mienta usted! .. , ¡Eso lo ha escrito usted ahora! ... -¡No miento, tíol, continué con calor; no tenía la dicha de conocer suficientemente a usted, cuando, en mala hora, escribí esa pésima prosa, que si así hubiera sucedido -¡no habría renunciado a mis ideas republicanas, nol- pero habría respetado más a España. noble pueblo del que es usted un hidalgo representante ... -¡Hipócrita!. rehuso esas lisonjas porque me hacen daño ... Usted ha escrito ahora esas infamias para injuriar y mortificar a un pobre andana que le había otorgado todo el cariño de que es susceptible su corazón. olvidado de las incontables decepciones con que los hombres lo han entristecido. " ¡Sí!, continuó con creciente enojo: usted ha escrito eso. " para ... ¡lo diré de una vez!... ¡para matarme! ... -¡Tíol, exclamé, sintiendo cruzar por mi mente una sospecha siniestra al oír las últimas palabras del enardecido anciano: ¡tío!, ¡me precio de ser honrado, y no soy ya un niñol Doy a usted mi palabra de honor de no haber escrito ese artículo malhadado en los últimos tiempos. Duéleme haberlo hecho, por la mortificación involuntaria que le he ocasionado, y ofrezco a usted que nunca volveré a hablar de E~paña sin el respeto que ese noble pueblo merece. El avance de mis lecturas serias y el mejor conociminto que de esa nación gloriosa tengo hoy, han corregido el equivocado concepto que antes tenía de ella, y que, si no se justifica, se explica bien como deficiencia dé luces y mal inspirado e inexperto patriotismo. Juro a usted IMPRESIONES y RECUERDOS 197 que la reproducción de ese escrito se ha hecho sin anuencia mía .. , ¿Acepta, usted, tío, mis explicaciones, y me otorga su perdón? .. -¡Es usted un infamel, gritó D. Javier, interrumpiendo el acelerado paseo que daba por el corredor mientras que yo hablaba. A la falta de haber escrito esa indigesta e insultante jeringonza, agrega usted ahora la hipocresía más consumada. Así tenía que ser: ese es el resultado lógico de los satánicos principios que maman ustedes desde la cuna ... ¡Repito que es usted un infame! Acabé por darme cuenta de que mi tío procedía bajo la influencia terrible de una exaltación cerebral llevada al último grado, casi a la locura; y que no habría reflexión que pudiera llevar la serenidad a su conturbado espíritu. -¡Bien, tío!, dije con dignidad, supuesto que usted no acepta la satisfación que he tenido el gusto de darle, y no sólo no la acepta sino que la estima como una agravación de lo que con tanta injusticia llama usted falta mía, el sentimiento de la dignidad me muestra claramente el camino que debo seguir. Una vez más pido ,a usted perdón por lo que, sin voluntad de mi parte, lo he hecho sufrir; pero permanecer un instante más bajo su techo, después de la injusticia con que usted me ha tratado, equivaldría a justificar las duras palabras de usted. ¡Adiós, señor! y salí de aquella casa querida con el corazón destrozado , . -¡Madrel ¡Madre de mi almal, exclamé al entrar en casa, arrojándome consternado en los brazos de la que me dio el ser, y llorando a sollozos como cuando niño me refugiaba, afligido, en su regazo: ¡mi tío 19B LUCIANO RIVERA y GAlUUDO me ha llamado infame, y me cree un malvadol ¡Mi tío sospecha que he querido matarlo! -¿Tú? .. Pero, ¿cómo? .. ¿Has perdido el juicio?, gritó mi pobre madre, aterrada ante mi desolado aspecto. La impuse de todo lo sucedido, y al punto, sin va· cilar, sin pensar en su abnegación por mí, en lo mal que pudiera recibirla el enojado anciano, abrigóse de prisa con un chal y se encaminó a la casa de mi tío. Como era de presumirse, visto el estado de irritación de nuestro pariente, D. Javier la acogió muy mal, y al principio no quería ni oírla. Repitió los mismos denuestos con que ya 'me había agraviado, y concluyó por decir que de tal palo, tal astilla. Mi buena madre regresó inundada en lágrimas, ca· si sin poder hablar: ¡tanta era su penal -¡Está loco!, me dijo al fin entre sollozos. Esperemos que Dios le envíe serenidad, para que reconozca su injusticia . • • • • • • • • • • • • ' •••• ~ •••••••••••••••• iI ••••••••••• Mi tío se presentó ese mismo día en la oficina del notario de la ciudad. -¡Ohl, cuánto bueno por aquí, señor D. Javier, dijo el depositario de la fe pública, levantándose con solicitud para recibir al anciano, y estrechándole la mano con efusión. ¿Qué milagro nos lo trae por estos empolvados rincones? .. iSiéntese usted, señor don J avierto .. Pero, ¡siéntese!, repitió acercando el menos incómodo de sus taburetes aforrados en vaqueta. -Un asunto reservado me trae a su oficina, señor notario, dijo D. Javier, de pie aún. Quisiera hablar coa usted a solas, y .•. IMPRESIONES y RECUERDOS -¡Ah! ¡Eso es diferente! ... El escribiente del notario, mozo despabilado y más listo que un guatín, paró las orejas al oír las palabras del anciano. -Josenico, mi negro, continuó el empleado, dirigiéndose al joven al mismo tiempo en que, con ademán atento, invitaba a mi tío para que pasase a una pieza inmediata: si alguna persona me solicita, cuidarás de decirle que estoy ausente. .. fuera de la ciudad ... ¿Estás? .. y siguió a D. Javier, entornando la puerta tras de sí. Una hora después volvieron a salir y hablaron en voz baja algún tiempo. El malicioso escribiente fingía no verlos ni oírlos, y parecía muy contraído a la ocupación de compulsar escrituras y poderes; pero interiormente ardía en las llamas vivas de una curiosidad máxima. Como en el curso de la conversación del anciano con el curial ha· bía alcanzado a recoger las palabras testamento, testigos, donación, cuarta parte etc., etc., pensó: -¿Quién será,el afortunado? Años después, viajeto por el país natal de mi tío, tuve ocasión de comprender cuán legítimos y fundados eran, en s~ condición de español, el amor y el entusiasmo -pudiera decir el fanatismo- que sentía el anciano por la noble cuna de Isabel la Católica, se· gunda patria nuéstral ... España no es ese pueblo atrasado de frailes, manolas y toreros que ven entre nosotros algunos espíritus prevenidos qpe. no quie. ren tomarse el trabajo de estudiar las grandes condiciones de todo género que hacen de esa hermosa na· ción una de la' más sitnpática$ COIJlUQS de Europa; 200 LUCIANO RIVERA y GARRIDO comarca que "cuando ha dicho ¡a elevarse! ha sabido llegar adonde ningún otro pueblo ha ido". (1). Si de tiempo atrás se hubiera impuesto como elemento importante de la educación de la juventud hispano. americana el estudio atento de la historia política, social, literaria, comercial e industrial de ese país, al cual -¡imposible negarloldebemos tan considera· bIes beneficios. otras serían las ideas y muy dis-. tintos los sentimientos que nos guiaran al apreciarlo, para amarlo y comprenderlo. Si así se hubiera procedido desde treinta o cuarenta años antes, ¡cuántos discursos tontos se habrían evitado; cuántos versos ridículos habrían dejado de oírse; cuántos brindis ramplones de menos en los banquetes oficiales de Veinte de Julio; cuán inferior el número de necedades patrioteras consignado en nuestra prensa periódica! ... ¡Y si sólo fuera estol ... En España nos aman; en España desean nuestro bien; España goza con nuestras glorias y padece con nuestroi dolores! ¡Amemos a España! Probémosla con hechos que en nuestras al· mas también tiene cabida el noble sentimiento del olvido de los agravios y no somos incapaces de albero gar en nuestro corazón el sacrosanto culto de la grao titud. Bien podemos desear, y aun pedir a España, que deje ya ir sola por esos mundos de la libertad a nuestra querida hermana menor, Cuba: ella al fin se convencerá de que así debe ser, y otorgará su con· sentimiento para que esa perla, hija suya, a quien hoy trata con rigores de madre celosa, suelte los pliegues de su veste de niña, recogidos aún por una opre· sión injusta, y éntre en las regiones de la vida independiente, como señora absoluta de sus destinos .• , (1) Nicanor Bolet Peraz¡l, IMPRESIONES y RECUERDOS 201 Pero, por lo mismo, no detestemos de nuestra progenitora, que sabrá mostrarse generosa; y pensemos siempre: ibien por España! * * * Transcurrieron algunos meses durante los cuales no volví a ver a mi tío. Si no hubiera mediado la circunstancia del testamento, es bien seguro que yo habría acabado por conseguir que el anciano reconociera la injusticia de su conducta. Pero mi dignidad estabil mortalmente herida con la sospecha terrible que las palabras de D. Javier hicieron surgir en mi mente, y esto .me retuvo para solicitar por mi parte la reconciliación. Una mañana estábamos reunidos en el corredor principal de nuestra casa mi madre, mis hermanos y yo, cuando de improviso entró ña Prudencia anhe· losa y bañada en lágrimas. -¡Mi amo se muere! ¡Mi amo se muere!, exclamó con desesperación en el momento en que nos vio. ¡COrran, corran, sus mercedes, que los llama; quiere verlos! -¡Dios cia? mío! ¿Mi tío? .. ¿Qué dice usted, Pruden- -¡Sí, mi señora! Estaba tomándose un pocillo de chocolate, cuando de repente dio un grito, soltó el plato de las manos, se accidentó y cayó de la silla . Como pude, con mucho trabajo, lo llevé a la cama . ¡Figúrense sus mercedes, esta pobre vieja! ... Acostado ya, ha estado retorciéndose de dolor y llama a sus mercedes, pero a gritos. .. j Corran sus mercedes! -Madre, vuelo en solicitud de médico y de sacerdo- 202 LUCIANO RIVERA y GARRIDO te. Mientras tanto, acuda usted con Elen~ a casa de mi tío: dentro de pocos instantes estaré allá. Un momento después, mi madre y mi hermana se encontraban alIado de mi tío. El anciano vestido aún, se retorcía en su lecho, impelido por horribles convulsiones, y daba gemidos dolorosos. -¡Tío, por Dios!, qué le ha sucedido a usted?, exclamó mi madre, acercándose con ansiedad al lecho. -¡Ay, hija! algún alimento ... me ha sentado mal. . porque siento ¡ay!.. : siento dolores -espantosos . ¡ay!. .. en el lado izqUIerdo del vientre ... ¡ayl Y . mi sobrino .. _ ¿en donde está? .. ¡No lo veo!. .. Que vengan .. , su padre y.. , él... IQue no muera yo.. sin verlos!... -Aquí nadie descubr"epeligro de muerte, querido . tío, dijo mi madre, despojándose de prisa del pañolón, para ocurrir con Elena a lo que se necesitara. En ese momento entré yo, precedido del sacerdote y de un médico. Con excepción del sacerdote, todos nos retiramos en seguida del dormitorio a fin de que D. Javier, convenientemente arreglado ya por mi madre y muy postrado, en efecto, pudiera confesarse. Terminada la contesión llegó el turno al médico. Una vez que hubo examinado con algún detenimiento al enfermo, volvió a salir y nos dijo: -Si he de juzgar por las apariencias, el señor tío de ustedes es víctima de un cólico ilíaco, enfermedad muy grave casi siempre y que en el señor del Pino re· viste caracteres doblemente alarmantes, en razón de su avanzada edad. En cumplimiento de mi deber pongo en conocimiento de ustedes esta penosa circunstan· cia, a fin de que se prevengan para un desenlace funesto. Sólo un milagro podría salvar al buen hombre, créanmelo ustedes... IMPRESIONES y RECUERDOS Mientras tanto los lamentos del enfermo habían aumentado. El sacerdote salió del aposento y, dirigiéndose a mí, dijo: -Creo que restan muy cortos momentos de vida al señor D. Javier. El buen señor desea hablar con usted: ¡acuda sin demora! Mi madre y mi hermana se dejaron caer en un canapé al oír las palabras del eclesiástico, sollozando ruidosamente. El médico y yo volvimos al punto al aposento. El rostro de mi pobre tío estaba lívido: tenía hundidos los ojos en las órbitas, y se quejaba de un modo tan doloroso que partía el alma al oírlo. -¡Sobrino! ... ¡Sobrino querido!, dijo anhelante al presentimos en la pieza, pues ya casi no podía abrir los ojos; y pugnando por abrazarme: ¡sobrino! ... me siento morir. .. y yo. .. quisiera ... No pudo hablar más y se deshizo en un torrente de lágrimas. -¡Tío de mi corazón! ¡Cuánto padezco al ver a usted en semejante estadol Pero, agregué, acercándome más a él y oprimiéndole suavemente la mano derecha, ¡no se desconsuele usted de ese modol .. , Está rodeado de los suyos ... ¡Mi padre va a venir en seguida . y un facult~tivo hábil se encuentra al lado de usted! .. -¡Gracias ... hijo ... por todo ... pero ... no ... ay! A la sazón el médico pidió un vaso con agua azucarada, que le fue traído al punto por Elena; vertió en el líquido algunas gotas de un elixir rojizo, y se dispuso a emplear todos los recursos de la ciencia en casos extremos, empezando por hacer apurar al enfer· mo aquel medicamento, lo que no consiguió sin di· ficultad. Pero todo habría de ser inútil: se sentía la presen- 2°4 LUCIANO RIVERA y GARRIDO \ cia de la muerte en aquella lúgubre estancia; casi se oían los pasos acelerados de la eterna exterminadora .. -¡Sobrino!. .. balbuceó mi tío con voz alterada; sobrino ... querido ... ¿me perdonas? .. ¡Ay! -¡Ah, tío de mi alma!, ¡no hable usted así, por Dios! ¿Qué habré de perdonarle yo?.. Con todo corazón lo excuso: cualquiera habría procedido lo mismo que usted en un caso semejante; le sobró razón para ofenderse, porque las apariencias estaban contra mí. .. Pero olvide usted esas bagatelas, y vamos a arreglarle bien la cama. de manera que esté con más comodi· dad ... ¡Vamos!. .. ¡Así! ¡Las angustias de la muerte eran visibles ya! Elena se había acercado amí para ayudarme; mi madre friccionaba al anciano con espíritu de vino, y el médico preparaba una poción en una mesa inmediata, en tanto que ña Prudencia calentaba fomentos en el brasero. -¡Ayl ... ¡sobrino, eres ... muy bueno ... conmigo!. .. ¡Cuánto sufro!. .. Bendito .. sea .. Dios .. Yo ... te lo juro como que voy ... a morir ... mi voluntad. .. mi verdadera. .. voluntad... era otra .. ¡sobrino!. .. Tú ... ¡ay!. .. bien lo sabías ... Si . se pudiera ... hacer venir ... ¡ay!. .. al Notario . y .. , ¡ah!. .. Una convulsión suprema lo hizo retorcer con de· sesperación y lanzó un grito desgarrador. -¡Doctor!, ¡doctor!, ¡acuda usted, por Dios!, gritó mi madre aterrada, procurando evitar con grandes esfuerzos que mi tío rodara del lecho al suelo, en los dolorosos espasmos que el padecimiento le ocasionaba. Yo le ayudaba por mi parte; Elena recitaba con voz temblorosa las oraciones de los agonizantes, y el sacerdote aplicaba la Extrema Unción, pronunciando IMPRESIONES y RECUERDOS 2°5 en voz alta y clara las palabras sagradas al ungir con el óleo santo los apagados ojos del moribundo. --Per istam sanctam untionem, et suam piissimam misericordiarn, indulgeat tibi Dominus quid quid pe,' visum deliquisti. . y en seguida, trazando el signo de la redención sobre los labios: -Per istam sanctam untionem, et suam piissimam miserioondiam, indu:lgeat tibi Dominu,s quid quid per gustum deliquisti ... y así hasta terminar. De repente mi pobre tío quedó inmóvil .. , -(Todo ha concluído! exclamó el doctor, soltando la mano de D. Javier, que había mantenido entre las suyas. -¡Que el Señor reciba su alma!, dijo el sacerdote. -¡Jesús te ampare!. " ¡Jesús te favorezca!, clama· ban,entre sollozos mi madre y Elena. A la extraordinaria agitación del moribundo había sucedido una completa laxitud: el color de la tez se tornó en pálido; el brillo de los ojos se extinguió; las manos se descoyuntaron y una frialdad de acero no tudó en extenderse por todo el cuerpo. El sacerdote pronunció las palabras sagradas con qle la Iglesia despide a sus hijos de este mundo; ce· nó piadosamente aquellos ojos que no habrían de \Olver a contemplar la luz, y el médico abrío las hajlS de la ventana para que el aire circulara con li· rertad. Cuando mi madre, mi hermana y la fiel sirvienta 'ieron sin vida a aquel venerable y simpático ancia10, tan jovial y afectuoso hasta pocos meses antes, mu(Os para siempre aquellos labios, que ahora mantenía errados rígidamente la mano inexorable de la muer· LUClANO RlVERA y GARRIDO te; extinguidos para el mundo terrenal los plácidos destellos de su mirada cariñosa, se estremecieron de dolor, porque ellas lo haJ:>íanamado como a un padre, y se postraron de rodillas al pie del lecho mortuorio, deshechas en copioso llanto. Pocos momentos después mi padre y el resto de la familia estaban con nosotros y participaban de nuestro dolor, pudiendo, apenas, en vista de la triste evidencia, dar crédito a tan inesperado cuanto penoso acontecimiento. Transcurridos unos pocos minutos, los fúnebres .dobIes de las campanas llevaban al conocimiento de los habitantes de la ciudad la noticia de la muerte del virtuoso anciano. No fueron pocas las personas que deploraron con sinceridad el triste suceso; pero la gran mayoría, como sucede por lo común, se mostró indiferente, o si tomó nota del hecho, fue para profanar con rasgos vulgares o malignos la respetable memoria del excelente caballero. -¡Eh! ¿Quién se murió? preguntaban en la calle, al oír los dobles de las campanas. -Pues D. Javier del Pino, el ultimo cJwpetón, respondió alguno. -¿De qué? -De puro viejo. ¡Qué son noventa añosl -¡No tenía tantos I -Yo que lo digo ... -Ahora sí se puso las botas el sobrino. -¿Cuál? -Pues el doctorcito ese que vino de Bogotá n8 l;a. ce mucho tiempo. -¿Por qué? .. -Por que es el heredero. IMPR.F.sIONES y RECUERDOS -¿De veras? -Eso aseguran ... -¡Vaya, pues se armó! -y bien que lo necesita, porque, según dicen, está más limpio que una patena. -En eso vino a parar con toda su plata el viejo miserable, decía en la puerta de alguna de las iglesias de la ciudad una beata maligna, que no se alejaba de los sagrados sitios ni para lo más preciso: ¡en eso vino a pararl ¿De qué le habrán servido en el infierno todas sus riquezas? .. ¡Ahora sí se estará acordando de todo lo que dejó de dar para las fiestas de los santos, ahora sil ... Tan' tacaño, que jamás le mered medio en plata... Siempre que le pedía algo, "Señora, me decía el so masón, pasando de largo. está usted joven y alentada; oficio tengo en casa, desempéñelo usted y será remunerada: no quite la limosna a los verdaderos pobres ... " ¡Vaya si era malo el viejol ¡Jesús, Ave María Purísimal que hasta 10 hacen pecar a uno estos diablos de herejes ... y concluía santiguándose devotamente. Por la tarde se efectuó el entierro de mi tío con toda la solemnidad y decoro posibles. Pocos días después fue abierto el testamento del anciano. Instituía en él como heredero universal de todos sus bienes al señor D. José Ramírez, aquel joven, pariente nuéstro, que residía en la ciudad del Socorro. a quien, como dije en una de las páginas anteriores, no teníamos el honor de conocer personalmente. Sólo excluía D. Javier una manda de dos mil pesos en favor de ña Prudencia, su antigua y leal airvienta. LUCIANO RIVERA y GAlUUDO * * * Muchos años transcurrieron, y las olas del tiempo me llevaron a diferentes playas, después de haber sacudido sin piedad, en sus furias, la frágil navecilla de mi existencia. Una tarde me encontraba en Guadalajara, al regreso de alguna de mis prolongadas permanencias en suelo extranjero, y como viniese a mi ánimo el deseo de pasear por los alrededores de la población .• sin propósito determinado, dirigí los pasos hacia el cementerio,; sitio melancólico de suyo por el gran pensamiento de la muerte que en sí entraña, y que, no obstante el silencio y la soledad que en él reinan habitualmente, atrae y seduce a las almas soñadoras con la poesía extraña: y lúgubre de las altas cruces y de los túmulos medio escondidos entre crecida y áspera maleza . . Eran las seis, y en esos momentos acababa de pasar un recio chubasco, que me obligó a buscar refugio dentro del fúnebre recinto. El temporal cesó en breves instantes, y la naturaleza recobró pronto una como pleta serenidad. El cielo, vestido con tintes azules que tendían a tornarse, con el avance de la hora, en ancho piélago gris de pizarra, se mostraba limpio y terso, como si el huracán que acompañó la lluvia momentos antes lo hubiera barrido íntegramente, y la luna llena ascen· día en el espacio como una gran bola de nieve que recibiera el haz luminoso de un foco eléctrico. En los confines transparentes del lejano horizonte se distinguían las cordilleras con todos los detalles de sus quiebras y faldas, perfiles, arrugas y hondonadas, y la solemne calma vespertina era interrumpida apenas, de vez en cuando, por los gorjeos de las golondrinas, que IMPRESIONES y RECUERDOS 2°9 en sesgosy atrevidos vuelos buscaban sus nidos en las grietas del parduzco muro ... De pronto, la luna bañó con su luz, de un blanco azulado, un túmulo que se encontraba a corta distanI ridad del astro hermoso de la noche, que a favor de ella pude leer en aquella tumba las palabras "AQUI YACE D. JAVIER DEL PINO" trazadas con letras negras sobre el enjalbegado de la bóveda. Ese nombre trajo a mi mente el recuerdo querido de mi buen tío, y algo semejante a un sentimiento de piadosa conmiseración conmovió hondamente mi alma entristecida, porque pensé en que los instantes postreros del noble anciano acaso fueron amargados por el pesar de dejarme sumido en la pobreza, después de haberme deslumbrado con la promesa de una gran fortuna ... -Mas, ¡no! ¡Reposa en paz, sombra amada!, pensé en mí mismo, elevándome en espíritu a la mansión de los que fueron: ¡si tal zozobra acibaró tus últimos momentos, fue porque ignoraste que no era con oro como hubiera podido forjarse la llave destinada a abrirme en este mundo las puertas de la dicha! FIN