DOCUMENTO Los toros en la Literatura

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Los toros en la Literatura
Por José Antonio Trujillo Ruiz
El relato de la expresión literaria de la fiesta de los toros
constituye la base del discurso de ingreso en la Asociación de
Médicos Escritores y Artistas del Dr. José Antonio Trujillo. Se
trata de un texto, literariamente muy bien construido, que se
basa de manera especial en la evidencia de que la Fiesta es un
arte y que, como toda manifestación artística, luego se refleja
en los diferentes géneros literarios, especialmente en la poesía.
Su recorrido histórico por las páginas de literatura condensa
con especial acierto la variedad de formas y de contenidos que
la Fiesta ha protagonizado a lo largo de los tiempos. Por eso,
constituye un documento de un especial valor, que conviene
rescatar, pasados los años, de las hemerotecas.
Como resulta evidente con su lectura, detrás de este texto
necesariamente se encuentra un excelente aficionado, con una
especial sensibilidad para descubrir ese conjunto de misterios
que se esconden en el Arte del Toreo.
INTRODUCCIÓN
Es mi intención que desde el primer momento todos ustedes se sientan
interpelados por el tema que voy a desarrollar. A la vez quiero
despertarles su interés por este magnífico mundo que es el de los toros.
De esta manera haremos ciertas las palabras del poeta Manuel Montero:
Por un instante la vida
depende de lo que cante
un hombre en Andalucía.
Comenzaremos diciendo que el toro no piensa, da que pensar. Desde que
el hombre se relaciona con el toro bravo, se han producido muy distintos
encuentros entre ambos. De una parte se han establecido lazos entre el
hombre y el toro bravo que han girado en torno a la bravura del toro y a
la inteligencia del hombre por someterlo, por mostrar a la naturaleza y a
nosotros mismos que es la inteligencia y no la fuerza la gran arma que
poseemos en relación a los demás seres vivos.
En este tipo de relaciones el peligro, el miedo, el valor han sido
denominadores comunes de los mismos, y ahí, justamente ahí, es donde
se encuadra el toreo como lo conocemos en nuestros días. Pero no ha
quedado a lo largo de la historia la cosa en ese punto. También, alrededor
del hombre que se enfrenta con el toro bravo, se han podido destacar una
serie de características que han hecho de este encuentro una
manifestación artística. Así lo han sentido y sienten los toreros, y no los
perdamos de vista, los espectadores, los que nos acercamos a esta gran
fiesta artística. Estos espectadores también participan de las maravillas de
la lidia de un toro bravo, y comienzan a pensar sobre ello, y pueden
convertirse de esta forma en artistas que participan de este gran
espectáculo.
Este cúmulo de vivencias y relaciones pueden generarse porque
participantes y observadores de una corrida de toros se emocionan.
Utilizando la terminología de Sartre [este pensador desarrolló toda una
“Teoría de la emoción”, que a grandes rasgos puede utilizarse en la
descripción de lo que siente un torero o un espectador en una corrida de
toros], conocemos como emoción a esa brusca caída de la conciencia en lo
mágico. Podemos decir que el mundo de lo útil, de lo determinado,
desaparece bruscamente, apareciendo en su lugar el mundo mágico. La
emoción en este caso no debe entenderse como un accidente, sino como
un modo de existir de la conciencia, una de las maneras como la
conciencia comprende su estar o su ser en el mundo en determinados
momentos.
El arte mágico y prodigioso de torear no está simplemente rodeado de
emoción, sino que también tiene su música, y según Bergamín
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1 [Recomendamos la lectura de “La música callada del toreo” de José
Bergamín, pequeño libro pero sabrosísimo de Ediciones Turner de 1994,
donde el autor expresa de una forma delicada sus reflexiones en torno al
toreo], es lo mejor que tiene. Música para los ojos del alma y para el oído
del corazón; que es el tercer oído del que nos habló Nietzsche, que
además es el oído que escucha las armonías superiores. El mismo
Bergamín escribió estos versos sencillos:
Cante y canto es el toreo:
Es cante en Rafael de Paula
Y canto en Curro Romero.
Desde la constatación de los dos hechos relevantes que rodean al mundo
de los toros, la emoción y su música callada, queremos acercarnos a él.
Nuestra aproximación será como la del chiquillo que se siente ilusionado y
convocado por algún suceso nuevo para él; o sea, con discreción, poco
conocimiento, pero con muchas ganas de llegar a él.
Son muchos los motivos que nos obligan a hablar en este foro de los toros
y de su reflejo en la literatura. De una parte la enorme influencia que ha
ejercido sobre mí la ciudad de Ronda, cuna del toreo. Por otro lado la
constatación de la antigua relación entre los médicos y los toros. Y en
último lugar las semejanzas que existen entre la profesión del médico y la
del torero, que siempre pivotan sobre el hecho cierto de la existencia de la
soledad de las personas y de la muerte. Intentaremos analizar con mayor
detalle cada una de estas razones.
Con Ronda estaré siempre en deuda. En primer lugar en ella conocí a la
que espero sea pronto mi mujer, Esther. En esta ciudad he aprendido gran
parte de la Medicina que conozco, y me he dedicado con entusiasmo a
atender a toda la gente que he podido. Pero si Ronda ha sido para mi
escuela de ciencia y humanidad, ha sido cátedra del toreo, no en vano es
su cuna. Podemos comenzar a hablar de su plaza de toros, propiedad de
la Real Maestranza de Caballería, joya del siglo XVIII, época de
consolidación del toreo a pie. Proseguir con sus dinastías de toreros, los
Romero y los Ordóñez. Pedro Romero revolucionó el toreo como se
conocía hasta entonces, lo saco al torero de un mero peón en la fiesta
para convertirlo en un artista profesional. De Antonio Ordóñez qué decir,
posiblemente fuese el mismo toreo. Así le cantó Gerardo Diego:
Antonio Ordóñez, hondo,
Manda y cimbrea.
Va y viene el lance jondo.
La luz torea.
También es en Ronda donde tengo la oportunidad de conocer a una de las
personas que más saben de crítica taurina, que no es otro que Santiago
Orozco [Todos los sábados a partir de las 11:00 de la mañana en Radio
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2 Coca- Cadena Ser se puede sintonizar en el 88.3 de FM su programa
taurino “Capote de Paseo”]. A través de su programa radiofónico “Capote
de paseo”, dicta semanalmente lecciones sobre el mundo de los toros. Él
ha tenido a bien distinguirme con su amistad y mostrarme su interés por
enseñarme algo de este maravilloso mundo. Otro de los grandes
personajes rondeños a los que le debo tanto es a don Francisco Garrido
[Francisco Garrido es sin ninguna duda el mejor escritor e historiador
rondeño de los últimos veinticinco años. Recomendamos la lectura de su
libro “La plaza de toros de la Real Maestranza de Ronda”]. Leyendo su
obra he podido profundizar en este arte y en su historia.
En estos últimos meses estamos orgullosos en Ronda de que haya iniciado
su camino su Escuela Taurina, de la que sin duda surgirán nuevos
protagonistas de la fiesta. Su Junta Directiva, capitaneada por don José
Morales, tuvo a bien contar conmigo como médico de la misma. Por todos
estos motivos rondeños comprenderán que yo en esta ciudad no podía
hablar de otra cosa que no fuera de toros. Así lo dejó ya escrito Antonio
Gala [Este escritor andaluz aunque no es un defensor a ultranza de la
fiesta, sí que reconoce en ella u valor artístico indudable y ha escrito
páginas de gran plasticidad sobre este mundo]: “Mientras quede de Ronda
una piedra sobre otra; mientras haya un toro de lidia que golpee sus
pezuñas contra esta piel de toro de la Patria y rompa su aire limpio con la
punta de un asta; mientras sobre la arena de una plaza crezca la flor de
un pase de muleta, no temas que tu nombre se pierda en el olvido”.
En algunas ocasiones las personas más cercanas a mí me han preguntado
con cierta insistencia si esta afición mía por el mundo de los toros es
extensible a otros compañeros médicos. Rotundamente siempre respondo
que sí, y que además grandes médicos han sido y son grandes
conocedores del tema además de aficionados. En este momento debemos
citar al profesor doctor Fernando Claramunt [El doctor Claramunt es sin
duda el mayor exponente de médico escritor de temas relacionados con
los toros. Ha publicado numerosísimos libros, de entre los cuales
recomendamos “La mirada del torero”, deliciosa obra en la que se aúna el
conocimiento profundo de la psicología humana y la de los toreros],
psiquiatra de reconocido prestigio, autor de numerosos libros relacionados
con el mundo de los toros, además de miembro de la Asociación Española
de Médicos Escritores y Artistas, al que tengo el gusto de conocer. Eso sí
sólo a través de las ondas radiofónicas. Muchos cirujanos taurinos, como
don Máximo y su hijo de la Plaza de las Ventas, comparten su pasión por
los toros y los enfermos. Por ejemplo, el doctor Vila, cirujano de la Real
Maestranza de Sevilla, es tan querido, que hasta la afición le abre paso
como a un torero cuando acude al coso sevillano. Confiemos que también
el Dr. Ángel Rodríguez Cabezas [El Dr. Ángel Rodríguez Cabezas es un
magnífico escritor y conocedor de la literatura. Sí que se siente muy
atraído por el mundo del flamenco, llegando hasta a publicar un libro con
el título “La salud en las coplas flamencas”. He de decir que siempre me
sentiré en deuda con él por responder siempre a todas las demandas de
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3 colaboración que le he hecho. La revista “AllegrO” ha publicado algunos
artículos suyos y recomendamos vivamente su lectura] se convierta en un
gran aficionado y estudioso de nuestra fiesta. La tradición de los países
mediterráneos de contar en sus filas con muchos médicos humanistas,
hay que hacerla extensible a la de médicos aficionados a los toros.
Decíamos que el torero y el médico se enfrentan con demasiada
frecuencia a la muerte. En el primer caso siempre a la propia y en el
segundo casi siempre a la de otros. En los toros y la medicina se evidencia
que el binomio vida- muerte se mantiene. En esta relación antes o
después aparece el miedo. Este miedo es un gran condicionante tanto en
el torero como en el médico, es más , el médico debería aprender como el
torero se enfrenta a él. El miedo es el condicionante básico del toreo. Sin
miedo no existe el valor, que se impone para superarlo. Sin miedo este
arte resultaría banal. Los diferentes estilos de torear son, a la postre, las
distintas maneras de someter el miedo, y transmutarlo en arrojo,
templanza, gracia , gravedad ...El verdadero valor se cubre púdicamente
con la capa del arte, la soberanía de la destreza y la relajación de un
cuerpo dormido al servicio de una mente despierta. Nuestra profesión de
médicos también es y debe ser profesión de valor, de ciencia, pero
también de arte, ya que éste es sólo propio de personas. Los toreros y los
médicos sabemos mucho de soledad, de autenticidad, y por este motivo
posiblemente nos reconozcamos mutuamente en tantas ocasiones, y
busquemos el temple. El temple lo introdujo Belmonte, aunque lo
consolidó Domingo Ortega, cuyo desarrollado sentido de las distancias le
permitía situarse en la exacta, según las condiciones de los toros, y dejar
así el engaño en la justa para que no lo prendieran. Este torero fue el que
acuñó la expresión taurina tan extendida de “parar, templar y mandar”
[Recomendamos la lectura del libro “La fiesta del siglo XXI” del magnífico
periodista y torero Juan Posada, que realiza una serie de consideraciones
críticas a propósito de esta expresión]. Esa filosofía considero que también
nos vendría muy bien a muchos médicos para enfrentarnos a las
diferentes situaciones que a diario se nos dan.
Por todas estas razones, y seguramente otras, entenderán ustedes que es
para mi obligación hablar y escribir de toros, desde mi humilde posición de
médico, y relacionándolos con otra de mis pasiones que es la literatura.
LA LIDIA SE CONVIERTE EN POESÍA
Antes de comenzar el recorrido por la relación que se ha establecido desde
hace muchos siglos entre la literatura y los toros, quisiera poner en versos
de diferentes poetas las partes que componen una corrida actual de toros,
para poder así mostrar que la poesía y el toreo se reconocen y encuentran
en el arte.
Comenzaremos por el paseíllo con versos de Francisco Villaespesa:
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4 Y cuando las cuadrilla
riman su paso
al son de un pasodoble,
vivo y sonoro,
alegre como el vino de
Andalucía, cada traje es un iris
de seda y raso,
que a los besos d
e llamas de un sol de oro
se derrite en un iris de
pedrería.
Posteriormente el torero va a comenzar la lidia y solicita permiso al
presidente, así como lo hacía Pedro Romero y como le cantó Nicolás
Fernández de Moratín [De su poema “Vida y Gloria de Pedro Romero”]:
¡Con cuánto señorío! ¡
Qué ademán varonil!¡Qué gentileza!
Pides la venia, hispano atleta, y sales
En medio, con braveza
Que llaman y alas trompas y timbales.
Ahora comienzan los lances con la capa, al son de versos primero de
Rafael Alberti [Estos versos son de su poema “Corrida” escrito en Roma en
1970] y después de Claudio Rodríguez:
El torero acompaña
con el capote al viento
el raudo movimiento
del toro fiel que pasa.
Es esta sinfonía del capote,
que suena, ¿a qué?
He aquí el misterio...
Tras el encuentro del toro con el caballo, momento en el que el toro puede
expresar su bravura y fiereza, llegan las coloristas banderillas con versos
de Manuel Machado [De su poema “La fiesta nacional”]:
Por encima
de las astas, que buscan el pecho,
las dos banderillas
milagrosamente
clavando..., se esquiva
ágil, solo, alegre,
sin perder la línea.
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5 En el final de la lidia llega el embrujo de la muleta y la muerte certera del
toro, que nos muestra con sus versos Rafael Alberti [Estos versos son
también de su poema “Corrida”]:
El pase de muleta
es el arco glorioso
que al fin rinde el acoso
que la muerte sujeta.
Y cuando atravesada
siente el toro su vida,
piensa que la corrida
vale bien una espada.
RECORRIDO LITERARIO POR EL MUNDO DE LOS TOROS
Comencemos este recorrido con las palabras sabias de nuestro poeta
universal Federico García Lorca: “Los toros son la fiesta más culta que hay
hoy en el mundo”, que nos sitúan ante la auténtica relevancia de esta
fiesta que es nacional para todos nosotros. Los toros son fiesta pero son
manifestación artística y que ha sido resaltada por otros artistas, por el
componente humano que tiene. No lo vemos así sólo los españoles, sino
que también muchas personas foráneas que se acercan a este mundo. Así
Lisa Loft, del Dansk Toro Club de Copenhague, dice: “Para nosotros la
fiesta de los toros es un homenaje a la inteligencia, al valor y al arte
humanos; es, en el fondo, un homenaje al hombre”.
Desde estas premisas podemos comprender que a lo largo de varios siglos
la literatura se haya hecho eco de la hondura artística del fenómeno de los
toros.
Realizaremos un recorrido por la relación del mundo de los toros con el
teatro, la novela y la poesía. Debemos decir que la representación del
tema taurino en nuestro teatro clásico ha sido escasa y poco significativa.
Ramón María del Valle-Inclán llegó a comentar: “si nuestro teatro tuviese
el temblor de las fiestas de toros, sería magnífico. Si hubiese sabido
transportar esa violencia estética, sería un teatro heroico como La Iliada...
Una corrida de toros es algo muy hermoso”. Pero desgraciadamente no ha
sido así.
Lope de Vega, escritor que abre la gran época del teatro español, reflejó
en su obra la vida y saber de los españoles de su época, y por tanto el
tema taurino aparece de soslayo en diferentes obras suyas. Nunca fue un
entusiasta de la fiesta, pero sí escribe sobre ella en “Los Vargas de
Castilla” o en su comedia “El marqués de las Navas”.
Con posterioridad, Tirso de Molina sí que escribe una importante comedia
en la que la fiesta de los toros tiene un importantísimo lugar, la obra se
titula “La lealtad contra la envidia”. De cualquier forma, tampoco es el
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6 tema taurino el central de la obra, y es más, parece que Tirso de Molina
no era muy partidario de
nuestra fiesta. Sí que es más notable la
relación entre los toros y la literatura dramática, que aparece en la
comedia de Juan Ruiz de Alarcón “Todo es ventura”.
Hemos de decir que los temas taurinos en el teatro de Calderón de la
Barca son escasamente aludidos y apenas pueden encontrarse en su gran
obra. En una sola de su producción, “Guárdate del agua mansa”, aparece
una ligera referencia al tema taurino, en las bodas de Felipe IV y Mariana
de Austria.
Entre los muchos entremeses del siglo XVII, se encuentra uno de
Francisco de Quevedo, “El zurdo alanceador”, en el que se hace alguna
referencia al tema que tratamos.
Con la decadencia del teatro costumbrista español del siglo XVIII, se
agudiza la poca presencia del mundo taurino en este género literario. Al
entrar en el siglo XIX, el teatro español se mantiene vivo gracias al
sainete y la combinación con la música en sus representaciones. En este
tiempo se hace famoso el monólogo “Curro Cúchares” de Granés y
Navarro. Es en la segunda mitad de este siglo donde el tema taurino
irrumpe de una forma más influyente de la mano de la zarzuela. Es en
1864 cuando se estrena, por ejemplo, en Madrid la zarzuela “Pan y toros”,
de José Picón, con música de Francisco Asenjo Barbieri. Llamar la atención
sobre la fecha de 1875, donde Bizet estrena su ópera “Carmen”.
Inicialmente tuvo un éxito escaso, ya que todavía no interesaban mucho
estos temas, pero posteriormente ha gozado del favor del público a través
de varios siglos. Cuando hablamos de teatro en el siglo XX
indudablemente debemos comenzar por nuestro gran genio dramático,
Jacinto Benavente, que se alzó con el domino total de la escena española
por lo menos durante cuarenta años. El tema taurino aparece
tangencialmente en su comedia de 1901 “La gobernadora”. En 1905
volvería a reincidir Benavente en el tema taurino, estrenando el sainete
lírico con música de Chapí, “La sobresaliente”. A la vez que Benavente
irrumpen en la escena española los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez
Quintero. En dos sainetes suyos se toca el tema taurino, en “El traje de
luces”, a la que pusieron música el maestro Caballeo y Hermoso, que se
estrenó en Sevilla, y “Palmas y pitos”, pieza de dos actos, que
corresponde a la época de mayor madurez de los autores, y que puso
música el maestro Alonso. Por el teatro variadísimo de Carlos Arniches,
pasan a veces todo tipo de toreros y personajes afines. Así en su
excelente sainete “Las estrellas” , el mundo
de
los
toros es el tema
dramático de laobra.
Debemos resaltar el bellísimo romance que se describe en una corrida en
la plaza de toros de Ronda, en la obra de Federico García Lorca, “Mariana
Pineda”.
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7 En la segunda mitad del siglo XX, hay que hacer notar que el número de
obras teatrales de cierta importancia que abordan el tema taurino es
escaso. En 1954 Miguel Mihura estrenó su obra “El caso del señor vestido
de violeta”, en la que hace la caricatura de un torero “intelectual”.
También se acercó al tema taurino Alfonso Sastre en su obra “La
cornada”, estrenada en 1960, que se centra en la relación de dominio de
un apoderado sobre
su
torero.
En Mayo de 1975 se estrenó la obra “Tauromaquia” de Juan Antonio
Castro, en la que intentaba profundizar en las raíces míticas de la fiesta.
Francisco Nieva estrena en 1982 “Coronada y el toro”, que sin ser una
obra taurina, sí intervienen el torero y la fiesta. Según él, pretendía hacer
una liquidación irónica de la España negra. A Andrés Amorós le complace
mucho el hecho de que este autor tan renovador e inteligente, conserve el
tema taurino ensu obra.
Decir que en 1990, Jaime de Armiñán estrenó en Málaga como director la
obra “Ramírez”, pieza de personajes y ambientes taurinos de José Luis
Miranda.
Por la relación que ha tenido con Ronda, debemos decir por último, en el
apartado referido a las artes escénicas, que el autor andaluz Salvador
Távora, ha introducido como un elemento escénico más en su obra al toro.
Así, tanto en su obra adaptada “Carmen”, como “El don Juan en los
ruedos”, se da muerte a un novillo en el transcurso de ambas. En nuestra
opinión, estas obras que basan su puesta en escena en la exaltación
vulgar de los tópicos del mundo de los toros y del pueblo andaluz,
distorsionan la auténtica esencia de este mundo mágico al que nos
estamos intentando acercar [Para todo aquel que esté interesado en el
teatro musical (zarzuelas, sainetes y revistas”, existe un extenso estudio
de este tipo de obras en el tomo 6 de “El Cossío”, en sus páginas 114 an
117].
Cambiamos de género literario y nos introducimos en el mundo de la
novela. Por tanto, cambiamos de tercio. El tema taurino ha sido
ampliamente tratado en la narrativa a lo largo de los siglos, aunque la
mayoría de los críticos literarios coinciden en decir que su tratamiento ha
sido muy tradicional y casi siempre de una forma externa, atento más a lo
pintoresco, por su enorme plasticidad y por lo cercano de la tradición de
todo un pueblo. No ha tenido la novela en España la fortuna de ser el
género más favorecido por el tratamiento del tema taurino, que como
veremos más adelante sin ninguna duda ha sido la poesía.
Para aquellos que quieran conocer en detalle las múltiples novelas del
siglo XIX y XX que han tenido relación de alguna forma con el mundo de
los toros, aconsejamos la obra de Alberto González Troyano, “El torero,
héroe literario” [Esta obra se publicó en el año 1988, y es casi un trabajo
de investigación donde se da una relación pormenorizada de todas las
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8 novelas que en esos siglos tuvieron relación con el mundo taurino]. Nos
serviremos en nuestra exposición de los grandes periodos que han
existido en la novela española. El primero coincidente con el que se ha
llamado siglo de oro de nuestras letras, que para la novela puede
considerarse caducado al final del primer tercio del siglo XVII. El segundo
periodo comprende el siglo XIX, en el que el genial realismo español se
desarrolla de una forma esplendorosa. El espectáculo taurino era diferente
en la época del siglo de oro que en el siglo XIX, por tanto, los temas así
como la influencia de los toros en la literatura ha sido diferente en estos
dos periodos. Hay que decir que ya en la novela “La celestina” de
Fernando de Rojas, se toca el tema taurino, únicamente utilizando los
personajes expresiones propias de ese mundo.
En el siglo XVI, periodo en el que la novela morisca está en pleno apogeo,
en donde se tratan normalmente romances fronterizos, luchas e intrigas
entre los bandos existentes en España, también existen referencias a lo
taurino en las descripciones de algunos fastos celebrados para
determinadas ocasiones. Así aparecen referencias por ejemplo en la
novela “Guerras civiles de Granada” de Ginés Pérez de
Hita. En 1618
publica el rondeño Vicente Espinel su “Vida de Marcos de Obregón”, en la
que se ofrece un episodio taurino, como incidente normal de los caminos
españoles, que trata del encuentro con un encierro de toros, relatado con
mucho humor e intención. Un hecho semejante también fue relatado por
Miguel de Cervantes en su obra universal “Don Quijote de la Mancha”.
Para acabar con este periodo literario, debemos citar el libro “Amor con
vista” de Juan Enriquez de Zúñiga. Es la primera vez que entra un lance
taurino en la novela como elemento realista y parte del conjunto de
circunstancias reales que han de constituir el fondo de la relación
novelesca. El siglo XIX comienza con las obras de diferentes viajeros
románticos foráneos que describen no sólo el espectáculo sino su
ambiente, como hecho representativo de un pueblo. Un primer ejemplo es
la obra “Le toréador” de la duquesa de Abrantes, que fue el precedente
inexcusable de la más famosa novela propiamente taurina del
romanticismo francés, “La Militone” de Teófilo Gautier, conocida en España
como “Los amores de un torero”. El nombre de Cecilia Böhl de Faber, que
firmaba con el pseudónimo de Fernán Caballero, abre sin duda el ciclo de
nuestra novela de costumbres. Como hecho anecdótico decir que estaba
casada en terceras nupcias con el rondeño Antonio Arrom y Morales de
Ayala, primer cónsul español que ejerció como tal en la lejana Australia
[El escritor Francisco Garrido en el número 9 de la revista “AllegrO”,
editada en Ronda, hace un estudio muy interesante de este rondeño
universal que fue Antonio Arrom, y de su relación con su esposa.
Recomendamos vivamente su lectura]. En “La Gaviota” la autora cumple
un ambicioso proyecto de retratar a todas las clases españolas, así como
sus costumbres. De esta forma se topó con la fiesta taurina. Debido al
desconocimiento que tenía de ella, sus descripciones carecen de valor
técnico, aunque si refleja con la fidelidad a las gentes de los toros.
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9 En el vasto panorama español descrito en los “Episodios Nacionales” por
Benito Pérez Galdós, no podían faltar alusiones o pasajes de la fiesta
taurina, si bien no de una forma profusa, debido consideramos a que el
autor no era aficionado a nuestra fiesta nacional. En 1897 publicó Arturo
Reyes su novela “Cartucherita”, que sobre la base de un triángulo
amoroso, describe minuciosamente las costumbres malagueñas populares.
La única novela taurina realista importante en estos años es “Un buscador
de oro”, publicada en 1911, original del escritor taurino Juan Guillén
Sotelo, que utilizó el pseudónimo de El Bachiller González de Ribera. Trata
de un joven de familia adinerada y distinguida, que busca en el toreo la
notoriedad que no había sabido conseguir con una profesión acorde con su
cultura, posición y educación [En Agosto de 1913 en Granada se celebró
un homenaje a este autor, Juan Guillén
Sotelo].
Dentro de lo que se conoce como novela naturalista, dos obras españolas
tratan de temas taurinos. Por una parte está “Luis Martínez, el espada” de
Eduardo López Bago de 1886, y por otra, “Sangre y arena” de Vicente
Blasco Ibáñez de 1908. Nos detendremos por su importancia en esta
segunda. El plan de la novela es tan exiguo de trama como ambicioso en
el afán de retratar la totalidad del ambiente taurino. En toda ella se sigue
rigurosamente la técnica naturalista, con una prolija minuciosidad en las
descripciones.
Al gran periodo realista del siglo XIX, sucede una crisis en la novela. La
llamada generación del 98 no ofrece para el tema taurino contribución
alguna importante en el terreno de la novela, al contrario de lo que ocurre
con los hermanos Machado en la poesía. Pío Baroja o Azorín sólo pasan de
puntillas por el tema.
Citaremos dos novelas posteriores con poco valor literario, pero que
tuvieron una enorme difusión ya que ambas fueron llevadas al cine. La
primera es “El niño de las monjas” de Juan López Núñez, y la segunda es
“Currito de la Cruz” [La novela fue llevada al cine en el año 1965 de la
mano de Rafael Gil. Fue interpretada por Manuel Cano “El Pireo”,
Francisco Rabal, Arturo Fernández, Soledad Miranda, Manuel Morán, Julia
Gutiérrez Caba y Adrián Ortega. Tuvo un enorme éxito, y aún se vende en
forma de película de vídeo entre los amantes del mundo de los toros] del
revistero Alejandro Pérez Lugin.
Lugar aparte y singular debe ocupar la novela de Ramón Gómez de la
Serna, “El torero Caracho”. En ella las costumbres taurinas están aludidas
y transfiguradas poéticamente.
En la segunda mitad del siglo XX, destaca entre todos, nuestro escritor
universal Camilo José Cela, que se ocupó del tema taurino en su obra
debido a su gran afición, hecho que analizaremos en el siguiente
apartado. Una novela que alcanzó una gran popularidad fue “Los clarines
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10 del miedo”, finalista del Premio Nadal de 1956, que consagró a su autor,
Ángel María de Lera.
En el año 1958 se concedió el Premio Ateneo de Valladolid a la novela
corta “Blanquito, peón de brega” de Jorge
Cela Trulock.
Citar
por
último tres novelas más. “La gran temporada” de Fernando Quiñones de
1960, “Topical Spanish” de Antonio Burgos de 1973 y “De miedo y oro” de
Rafael Herrero Mingorance del año 1980.
No podríamos finalizar este recorrido por la novela, sin acercarnos a
algunas obras y autores extranjeros. Nos detendremos en tres autores:
Peter Viertel, Jean Cau y Ernest Hemingway.
En 1964 Peter Viertel publica su novela “Love Lies Bleeding”. El autor,
marido de la actriz Deborah Kerr, que era guionista cinematográfico de
éxito, acompañó a Luis Miguel Dominguín durante un tiempo, y esa
experiencia es la que refleja en su novela.
El francés Jean Cau acompañó a Jaime Ostos durante la temporada de
1960 y de ahí surgió su libro “Las orejas y el rabo”, traducido al castellano
en 1964.
No podemos dejar de recordar a Ernest Hemingway y su novela “Fiesta”.
Gracias a ella se ha dado a conocer nuestra fiesta nacional a todo el
mundo. Presenta los Sanfermines de Pamplona, poco después de concluir
la primera guerra mundial. El torero rondeño Niño de la Palma (en la
novela Pedro Romero) tiene entonces diecinueve años, es una promesa y
encandila al autor norteamericano. Posteriormente publica “El verano
sangriento” en 1959, en la que describe la competencia entre dos grandes
maestros Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, hijo del Niño de la
Palma que años atrás ya le había cautivado. Esta obra apareció como libro
póstumo del autor, en el que se reunían una serie de artículos que escribió
para la revista Life que después se ampliaron. El autor norteamericano ha
sido ampliamente criticado desde muchos sectores taurinos acusándole de
poco conocimiento del mundo del toro, así como de su excesiva
parcialidad a la hora de describir y tomar partido por determinado torero.
Andrés Amorós [Andrés Amorós ese mismo verano en el que Hemingway
acompañaba a Antonio Ordónez, él lo hacía al lado de su padre con Luis
Miguel Dominguín] señala que en “El verano sangriento” no reflejó la
verdad de la rivalidad de dos astros del toreo, sino la que él quiso ver [El
autor norteamericano se suicidó en Julio de 1961, un año después de
concluir ese libro, de ahí que algunos piensen que en esa obra él toma un
excesivo protagonismo y desvirtua en exceso la realidad taurina que
observó ese verano. Podemos decir que si hubiese ocurrido así, su
reacción puede definirse de lógica y humana.] Su mérito hay que buscarlo
en la gran capacidad narrativa que tiene Hemingway, que en muchas
ocasiones nos hace sentir hasta sensaciones físicas con la lecturas de sus
libros, y no en su conocimiento mayor o menor del mundo de los toros.
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11 También es de entender que sintiera una inicial predilección por Antonio
Ordoñez, ya que conocía a su padre y viajaba con él en coche y avión [El
escritor y el torero rondeño tuvieron un gran amistad. En la ciudad de
Ronda, hay incluso uno de los más bellos paseos que lleva el nombre del
escritor, por sus visitas a la “ciudad soñada”]. Por tanto, quedémonos con
sus valores narrativos, y no pongamos el acento en la realidad taurina que
él describe, porque seguramente nos pueda incitar al error.
Sólo nos resta lidiar con lo que ha supuesto la fiesta nacional en la poesía.
Decir que nuestros poetas supieron darse cuenta desde bien pronto de las
posibilidades artísticas que la inspiración taurina podía proporcionarles,
sobre todo los poetas contemporáneos.
La apasionada afición que el pueblo siente por la fiesta taurina le hace
asunto predilecto de inspiraciones populares poéticas.
Dentro de la poesía medieval, los poemas que encontramos en la “Crónica
general” integran la primera corriente de la poesía narrativa taurina. Por
ejemplo, el “Poema del Mio Cid” no menciona en ninguna de sus partes
tema taurino alguno, sí que aparece alguno en su prosificación. La
mención de la fiesta de los toros en el siglo XV es corriente en muchos
textos poéticos. El pasaje más importante es el que se encuentra en la
poesía de Lope de Vega , “La hermosura de Angélica”. También aparecen
algunos romances moriscos con esta temática, por ejemplo en “Flor de
varios romances nuevos”
de
Pedro de
Moncayo. Ya en el siglo
XVII, no hizo Góngora, que fue muy aficionado a los toros, relaciones
taurinas en verso, pero su estética influyó decisivamente en el carácter de
ellas. Así sucede con la obra del granadino Pedro Soto de Rojas, “Elogio a
las fiestas que se hicieron en Granada por Septiembre de 1609”.
El siglo XVIII había de dar la composición más importante de toda la
poesía taurina de la época. Nos referimos a la obra de Nicolás Fernández
de Moratín, “Carta histórica sobre el origen y progresos de la fiesta de
toros en España”. Este autor era un auténtico enamorado de la fiesta y así
lo reflejó en su obra. Anteriormente hemos leído unos versos de él.
Siguiendo el hilo conductor de la poesía morisca nos encontramos en el
siglo XIX, dos poemas narrativos bellísimos. Por una parte, “Los toros” del
Duque de Rivas, y por otra, “Toros y cañas”, de José Velarde.
Dentro de la tendencia realista del siglo XIX, encontramos la descripción
de una corrida de toros en el poema “Poema Nacional”, del autor
malagueño Salvador Rueda.
Desde finales del siglo XIX, mientras una corriente poética se mantiene en
las maneras tradicionales de hacer poesía, ya se atisban movimientos en
otro sentido, en un nuevo modo de expresarse con versos. Así aparece el
modernismo, con Ruben Darío y su poema “Gesta del coso”. También
aparecen los hermanos Manuel y Antonio Machado. Manuel ve la fiesta con
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12 un puro interés estético en su obra “La fiesta nacional”. De diferente
carácter son las alusiones a la fiesta de su hermano Antonio, en cierta
manera como elemento de crítica a la generación que le precedió.
La sensibilidad excepcional de Juan Ramón Jiménez, le lleva a que en
ocasiones aparezca el tema taurino en su obra, considerando al toreo
como la personificación del garbo y la legendaria galantería española.
Con posterioridad nos encontramos frente a la llamada “Generación del
27”, tan unida al diestro Ignacio Sánchez Mejías, como estudiaremos en el
siguiente apartado. A algunos poetas de esta generación les debemos
quizás los versos más sentidos que se han escrito a propósito de la fiesta
nacional.
Hay pocos amantes de la poesía que no conozcan los versos que dedicó
Federico García Lorca a su amigo Ignacio Sánchez Mejías cuando éste
murió tras complicársele una herida por asta de toro. Su obra se llamó
“Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”. ¡Qué espléndida elegía
para un amigo! Recordemos algunos versos:
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.
Qué gran torero en la plaza,
qué gran serrano en la sierra,
qué blando con las espigas,
qué duro con las espuelas,
qué tierno con el rocío,
qué deslumbrante en la feria,
qué tremendo con las últimas
banderillas de tinieblas.
Si siempre recordaremos los versos de Lorca, el mundo de los toros le
debe mucho a la pluma del poeta universal Gerardo Diego. Posiblemente
el que más se prodigara con el tema taurino entre los de su generación.
Tiene obras como la elegía a la muerte de “Joselito”, “ Las largas de
Rafael el Gallo”, “Oda a Belmonte”, y muchas más. Llaman la atención la
frescura de sus versos dedicados a Manolo Bienvenida:
Es más azul el cielo
para las golondrinas,
desde que juega al toro
Manolo Bienvenida.
La profundidad de la poesía de Gerardo Diego puede percibirse en los
versos dedicados a Belmonte:
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13 Ya retumba y resuena
la hueca palma y el vivaz jaleo,
cuando de pronto surge el centelleo
de un dios chaval pisando la arena...
Allá va el robinsón de las Españas,
raptor de ninfas, vengador de Europas,
sin más armas ni ropas
que un leve hatillo, incólume del río.
Rafael Alberti también gozó de la amistad del torero malogrado Sánchez
Mejías, y también introdujo el tema taurino en muchas de sus
composiciones, como ya hemos podido observar. Son conocidas sus obras
“Verte y no verte”, “Palco” o “Corrida de toros”.
Mención especial hay que hacerle al gran conocedor del mundo taurino
que fue Miguel Hernández, que en su obra “El rayo que no cesa”, dejó
constancia de la misma [Miguel Hernández fue colaborador habitual de la
obra “Los toros” de
Cossío].
La generación de poetas denominada del medio siglo XX, también se
prodigó en el tema taurino. Destacan autores como Fernando Quiñones,
Francisco Brines o Claudio Rodríguez, del que reproducíamos unos versos
con anterioridad.
Hay que decir con cierta alegría que en la actualidad, los temas taurinos
también están siendo fecundos en los nuevos poetas, y confiemos que
siga siendo así.
Finalizamos nuestro breve recorrido por la interelación que ha existido a lo
largo de los siglos entre la literatura y el mundo de los toros. Sin lugar a
dudas, nos hemos dejado autores y obras, algunas relevantes, en nuestra
descripción, pero en aras de que ésta no fuese tediosa, hemos renunciado
a la exhaustividad.
PROTAGONISTAS DE LA AVENTURA DE LOS TOROS EN LA
LITERATURA
Tras realizar el sucinto recorrido de la influencia que ha tenido el mundo
de los toros en la literatura de diferentes siglos, y muy especialmente de
la del siglo XX, nos vemos obligados a detenernos en tres personajes muy
importantes: Juan Belmonte, Ignacio Sánchez Mejías y Camilo José Cela.
Por motivos diferentes, como vamos a poder comprobar, estas tres
grandes personalidades pueden encarnar en sus vidas esta bonita
simbiosis de manifestaciones artísticas, como son la tauromaquia y la
literatura.
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14 Juan Belmonte García fue el creador del toreo actual. Algunos autores,
como Marceliano Ortiz [Es el autor del magnífico “Diccionario de la
Tauromaquia” de la editorial Espasa, en el que el buen aficionado puede
encontrar una buena ayuda], consideran que fue el primer torero con
estilo, ya que fue el primero que se quedó quieto ante el toro y el primero
que en verdad mandó con los engaños, templando la embestida como
nadie. Nació en Sevilla y formó con Joselito la pareja más famosa de todos
los tiempos, y algunos reconocen a esta época como la de oro del toreo.
Joselito encarnó la perfección, representó fielmente los ideales que las
lógicas y antiguas leyes taurinas habían dictado. Belmonte, por el
contrario, fue un torero de arte. Posiblemente propició que el toreo como
se entiende en la actualidad se considerara un arte.
Juan Belmonte fue uno de los primeros toreros que acercó a la
intelectualidad a los toros, a principios del siglo XX. En 1912, tras su
debut como novillero en Madrid, un grupo de intelectuales, entre los que
se encontraban Valle- Inclán, Pérez de Ayala, Romero de Torres y
Sebastián Miranda entre otros, le ofreció una comida en un restaurante
madrileño del parque del retiro. Definieron el toreo en el texto de la
convocatoria como una “manifestación estética de alto rango nada
despreciable”. Valle-Inclán posiblemente era el autor que consideraba más
a Belmonte como genio artístico. En un momento dado, llegó a decirle al
maestro: “no le falta más que morir en la plaza”. La respuesta del torero
fue genial:”se hará lo que se pueda don Ramón” [Esta anécdota la cuenta
el fantástico Juan Posada en su libro “La fiesta del siglo XXI” en su página
93].
El torero trianero asistió a lo largo de su vida a muchas tertulias de
intelectuales de la época, ya que figuraba como gran figura del toreo
además de persona interesada por las letras. Escribió prólogos de libros, e
incluso dictó conferencias. Esto hizo que no todos estuvieran de su parte,
y defendieran el clasicismo de Joselito a toda costa. Sus detractores solían
acusarle precisamente de no tener afición.
Sin duda, Juan Belmonte fue el torero que construyó con su arte y su
mentalidad los primeros puentes de encuentro con los intelectuales y
escritores que estaban fascinados con la fiesta.
Unos años más tarde, el torero Ignacio Sánchez Mejías, acercó el mundo
de las cosos taurinos y el de las letras como nadie lo había hecho antes.
Fue una figura de los toros, aunque no de las mayores, en una época en la
que la fiesta alcanzó, como decíamos anteriormente, su edad de oro con
Joselito y Belmonte. Sánchez Mejías estaba casado con una hermana del
primero, y fue espectador de su muerte en Talavera de la Reina en 1920.
No fue un torero artista ni de época, pero le caracterizó siempre su
enorme arrojo y valor para enfrentarse al toro. En Julio de 1927 , dueño
de una fortuna considerable, se retiró de los toros. Para entonces era muy
amigo de escritores y poetas, y había dado muestras de su afición a la
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15 literatura. Procedía de una familia acomodada, su padre y un hermano
suyo eran médicos, y él había cursado unos años de bachillerato.
Unos meses antes de su retirada entabló amistad con Alberti, a través de
José María de Cossío. Tuvo conocimiento de que una serie de poetas
jóvenes españoles proyectaban hacerle a Góngora, poeta que admiraba,
un homenaje en el tercer centenario de su muerte y ayudó a que este se
organizara lo mejor posible y fuese posible su celebración. Gracias a su
generosidad, este homenaje se celebró en Sevilla el 11 de diciembre de
1927. A su costa viajaron a Andalucía, Rafael Alberti, Gerardo Diego,
Chabás, José Bergamín, García Lorca, Jorge Guillén y Dámaso Alonso. Luis
Cernuda y el ganadero y poeta Fernando Villalón recibieron a los viajeros.
Este homenaje ha tenido una repercusión muy grande en la historia de la
poesía castellana del siglo XX, ya que al grupo de poetas que se reunieron
en ese foro en Sevilla, se les denominó con posterioridad la Generación
del 27, tan relevante y decisiva en nuestra poesía. Alberti recordaba
aquellos actos con mucho cariño, y sobre todo le llamó mucho la atención
la pasión con la que el público presente aplaudía las intervenciones de los
jóvenes poetas [En el libro de Rafael Alberti “La arboleda perdida”, editado
por Seix Barral, podemos encontrar las referencias a los recuerdos de lo
que sucedió en el homenaje a Góngora en 1927 en Sevilla en su Ateneo].
La amistad que fraguó Sánchez Mejías con esta generación de poeta
posiblemente hizo que se escribieran muchos de los mejores versos que
se han escrito sobre el mundo de los toros jamás. No podemos dejar de
lado, como en el apartado anterior hemos glosado, la impresionante
influencia que han ejercido los versos de Federico García Lorca en su
“Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” sobre las generaciones posteriores
tanto de aficionados, como de toreros y de escritores. La fiesta le debe
mucho a esos versos, que han identificado por muchos años a la poesía
con el toreo [Volvemos a señalar lo interesante de la lectura de la edición
del “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” de Federico García Lorca realizada
por Miguel García-Posada en Clásicos-Castalia, en la que hace una
magnífica labor de investigación histórica acerca de los orígenes e
influencias de estos versos eternos].
No debemos olvidar que este diestro, escribió tres obras de teatro:
“Sinrazón”,” Zaya” y “ Ni más, ni menos”. Fueron estrenadas en el teatro
Calderón de Madrid por la compañía teatral Guerrero-Mendoza. El
periodista de la época, Francisco Lucientes, lo presentaba como el torero
que mientras derrochaba coraje con los toros, leía a Freud y se disponía a
conseguir otra gloria más serena
que la
de
las
plazas.
Para entender el reflejo de la fiesta de los toros en las letras, es
irrenunciable el leer y releer los versos que nuestro poeta universal,
Federico García Lorca, le escribió a
Ignacio
Sánchez
Mejías.
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16 Por último, también nos gustaría acercarnos a una faceta de nuestro
escritor universal, Camilo José Cela, que es poco conocida, y que no es
otra que la de su relación
con el mundo de los toros.
Nuestro académico de la Lengua, Premio Nobel de Literatura 1989 y
Premio Cervantes 1995, desde su juventud se sintió atraído por el mundo
de los toros, e incluso practico el noble arte de torear por diferentes
pueblos de la geografía española como becerrista, con peor éxito que el
que le iban a deparar las letras. En la biografía escrita por su hijo [Camilo
José Cela Conde “Cela, mi padre”, 1989], da fe de la afición de su padre e
incluso reproduce diferente fotografías en diferentes momentos de su
relación activa con los toros, como las de una tienta con Luis Miguel
Dominguín.
Son variadas y numerosas las obras que tiene Cela de tema estrictamente
taurino, que no hace muchos años se han recogido todas en un volumen
denominado “Torerías”, ilustrado por Fernando Vinyes [Este libro está
editado por Espasa Calpe, cuenta con una presentación de Andrés
Amoros, y está en la Colección La Tauromaquia]. En 1951 publicó “El
gallego y su cuadrilla”, con claros trazos autobiográficos. Después en
1963, “Toreo de Salón”, y así un número considerable de otros títulos. No
debemos olvidar sus prólogos de diferentes obras taurinas, como “El
torerillo de invierno” de Mariano Tudela, o el “Diccionario ilustrado de
términos taurinos” de Luis Nieto Manjón.
Andrés Amorós ha estudiado la relación de la obra de Cela con el mundo
de los toros, la influencia que ha ejercido en él, y afirma que nuestro
admirado escritor ve la fiesta como lo que sin duda es, además de un
espectáculo: una gran metáfora de la vida [Andrés Amorós analiza en su
libro “Escritores ante la Fiesta” la figura de Cela y su relación con los toros
de una forma amena y muy rigurosa, desde la perspectiva del conocedor
de la literatura y la tauromaquia].
Acercarnos a estos tres personajes considero que nos brinda una
perspectiva más cercana de lo próximo que han estado y estarán siempre
las letras y las verónicas.
SALUDAR DESDE EL TERCIO
Cuando un torero acaba la lidia de un toro y ha cuajado una gran faena, y
se le han saltado las lágrimas con cada pase como le ocurrió en una
ocasión a Rafael el Gallo, el prólogo y epílogo de su obra se superponen,
sus sueños mejor guardados son en ese momento una viva realidad.
Que extraña sensación será la que siente el torero artista, que sólo le es
dada a él, y que tantos han soñado con ella. Nuestro gran Ortega y Gasset
llegó un día a decir: “hubiera cambiado mi fama por esa otra gloria que
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17 sólo es dable a los matadores de toros”. Que se debe sentir cuando
después de siete meses sin torear en ninguna plaza, en el Domingo de
Resurrección en la Maestranza de Sevilla, se abre su Puerta del Principe
por derecho y por dibujar unas manoletinas que serán el sueño de mucho
de los aficionados a este mundo, como ha ocurrido en este año con José
Tomás [El diestro de Pegalajar abrió la Puerta del Principe de la plaza de
toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla el Domingo de
Resurrección del año 2001, tras cortar primero una oreja a su primer toro,
y al segundo de su lote arrancarle literalmente sus dos preciados
apéndices. Nunca antes José Tomás había salido por esa puerta en el coso
sevillano. He de decir que posiblemente sea el torero al que más devoción
tengo, y no me cabe la menor duda de que será un torero de época]. La
literatura ha intentado expresarlo como hemos podido observar a lo largo
de muchos años. Pero ¿lo ha conseguido?.
Considero que uno de los profesionales que mejor puede conocer esa
sensación, es precisamente el médico. El torero sueña con pases, quites;
el médico sueña con enfermos, con su consuelo. Son ambos protagonistas
de sus profesiones por vocación, por esa llamada interior a la que no
pueden renunciar. En su día a día saben mucho de sacrificio, de renuncias.
Aunque viven de su técnica, ambos pueden elevar a ésta a las cotas del
arte. No son esquivos a la afrenta a la muerte y saben de los terrenos
cercanos y más íntimos en los que se mueve el hombre.
El buen médico y médico bueno, como los buenos toreros disfrutan con la
gloria efímera que significa saludar desde el tercio, sólo unos segundos y
después desaparecer tras las tablas. Dijo un día Juan Belmonte que se
torea como se es, y ese le ocurre también al médico, su medicina es un
reflejo de su alma.
No me cabe duda que muchos médicos anónimos han tenido el sueño de
abrir la puerta grande, pero la vida les ha hecho ver que lo suyo es sólo
saludar desde el tercio, y disfrutar en su fuero interno de esa música
callada, que no es otra cosa que la satisfacción de realizar un trabajo bien
hecho, y que cantó para el mundo de los toros Rafael Alberti [El poema se
llama “La música callada del toreo”, y reproducimos sus dos últimas
estrofas. El poema se lo dedicó Alberti a su amigo Bergamín, y éste lo
utilizó para un libro suyo muy conocido sobre el mundo de los toros], con
una dedicatoria especial a José Bergamín, que dice así:
Un prodigioso mágico sentido,
un recordar callado en el oído
y un sentir que en mis ojos sin voz veo.
Una sonora soledad lejana,
fuente sin fin de la que insomne mana
la música callada del toreo
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18 Querida cuadrilla, pleguemos los capotes, despidámonos del público, y
salgamos de esta plaza sin hacer ruido.
© José Antonio Trujillo Ruíz
El autor
JOSE ANTONIO TRUJILLO RUIZ
Natural de La Carolina (Jaén), cursó los estudios de
Medicina en la Universidad de Navarra, finalizándolos el
año 1994. Posteriormente ha realizado estudios posgrado,
doctorándose en Medicina por la Universidad de Málaga,
así como realizando un Master en Salud Pública y Gestión
Sanitaria en la Escuela Andaluza de Salud Pública.
Es Médico de Familia, realizando su formación en la Unidad
Docente de Málaga, tanto en la ciudad de Ronda como en
la de Marbella. Autor de numerosas publicaciones y organizador de
múltiples eventos que se relacionan con la medicina humanista, es
director de la revista "AllegrO", que también posee una versión electrónica
en la dirección: www.allegro.es.org. Es el médco titular de la Escuela
Taurina de Ronda. Actualmente se dedica profesionalmente a la gestión de
centros de Atención Primaria en la comunidad andaluza.
Es autor de 5 libros relacionados con la gestión, la investigación y la
medicina y otros 6 de naturaleza estrictamente literarios.
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