Los nuevos conservadores

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Los nuevos conservadores
Written by Anthony Esolen
“Este año se destacará como una gran oportunidad para los conservadores” dijo una voz en la
radio y quiso decir que la clase política completamente comprometida con la estrecha visión
secular del hombre triunfará sobre otra visión política comprometida con esa misma visión.
Esto me llevó a considerar que cualquier nuevo movimiento conservador tendrá que ser
católico—o, al menos, cristiano—en lo que toca a su visión del futuro esperando el Reino de
Dios, además de estar agradecido por los dones del cristianismo a través de la historia, o no lo
será para nada conservador ¿Qué aspecto tendrá ese tipo de movimiento conservador?
Sugiero estas mínimas condiciones.
Seréis cristianos o no seréis
El nuevo conservador debe estar enraizado en la piedad natural. Los niños en edad escolar de
nuestros días no saben casi nada sobre los héroes de sus tierras nativas. No importa si estos
héroes no fueron perfectos, aún así sus buenas acciones son modelos a seguir. Los niños
saben muy poco del lugar en que viven pues su tiempo se pasa entre la escuela, la televisión y
el Internet. Se les enseña a disociarse de las estrechas miras de sus propios padres para que
así puedan absorber mejor las estrechas miras de sus instructores estatales y mediáticos.
El resultado de toda esa disociación es que casi nos hemos quedado sin ciudadanos que estén
orgullosos de sus localidades y que se esfuercen por pasar esa herencia de belleza a las
generaciones por venir. Tenemos en cambio una masa sin raíces, aislada en el tiempo—ya que
no vienen de ningún lugar en particular y no van a ninguna otra parte que al destino al que los
llevan sus voluntades desatadas de todo—alienados de todo y del prójimo.
El nuevo conservador debe recordar que la piedad es una virtud natural antes de ser bautizada;
es una cosa profundamente humana el amar el propio lugar de origen solamente porque es
nuestro y el atesorar los recuerdos de aquellos que moraron allí antes que nosotros y que lo
preservaron para nosotros como lo que hoy es.
El nuevo conservador debe reconocer zonas de autoridad. El libertarianismo es, me temo, un
falso amigo, porque asume que mi libertad está definida por lo que otros no pueden impedirme
hacer legítimamente: aprender a tocar el violín, si se me da la gana (para usar el ejemplo de
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Isaiah Berlin) o más siniestramente: impedirme destruir la vida en el seno materno. Esa es una
visión muy limitada de la libertad que asume que libertad y autoridad son necesariamente
adversarios. La autoridad no se opone a la libertad sino que más bien es una precondición de
la libertad. Podemos intuir esa raíz en la sugestiva etimología latina de la palabra: el auctor es
el que causa el crecimiento. Cuando el niño obedece fielmente a su padre, se libera del innato
desorden de sus apetitos juveniles y de las distracciones con las que el mundo lo asalta. Se
transforma en un joven responsable capaz de reparar un tejado, cambiar regularmente el aceite
de su automóvil, o de arrodillarse ante el Señor en la humildad y exultación de la oración.
La familia, por ejemplo, debiera ser un área liberada de la intrusión del estado, no meramente
para que los individuos que contiene hagan lo que quieran dentro de los límites de la ley civil, ni
solamente porque la familia puede llevar a cabo cosas que el Estado no puede hacer, sino
porque la familia misma es un área de autoridad que en sí misma contiene el germen de la ley
y de la obediencia respetuosa de la ley. La escuela, la parroquia, el vecindario, la ciudad, el
mercado, la asociación deportiva y de hecho todas las asociaciones humanas—las que
aparecen en forma natural y otras que el hombre ellige crear y moldear—deben gozar de
libertad, no como parte de un mero compromiso entre grupos sociales que compiten entre sí,
sino como resultado del reconocimiento del estado de aquello que es una realidad humana.
Tal visión nos libraría (paradójicamente) de la libertad que los libertarios desean y al mismo
tiempo aseguraría la enseñanza y el ejercicio de la obediencia, negando el punto de vista que
reduce la vida humana al conflicto entre la libertad individual y el control estatal.
El nuevo conservador debe sostener la naturaleza humana, lo que es natural. Pronto
escucharemos que algún científico, buscando la gloria y el poder, que promueva la producción
de criaturas "transhumanas", o que sugiera que tomemos el control de nuestra propia evolución
por medio de ponerla en manos de políticos e ingenieros genéticos. Esto equivaldría a dejar
nuestro destino en manos de alcaldes y plomeros—con esto no quiero faltarle al respeto a
alcaldes ni plomeros, siempre y cuando se dediquen a lo que saben, como cortar cintas en las
inauguraciones y reparar cañerías. El conservador debe rechazar toda transgresión contra lo
que es humano y natural sin concebir utopías de vidas materiales extendidas por medios
mecánicos, conviertiéndonos así en meras máquinas.
En cambio debemos insistir en la santidad de la vida humana, desde la concepción a la muerte
natural sin rendirnos a la visión secular de una libertad para elegir lo que sea y que nos ha
traído hasta el borde del desastre: un mundo en lo que todo se mecaniza, incluso la nueva
vida, con niños diseñados por el genetista de turno a la medida de los vanidosos caprichos o la
ambición de sus padres.
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Al mismo tiempo debemos entender por qué es que tanta gente resiste con vehemencia la idea
de que sus cuerpos no les pertenecen y que no pueden hacer lo que quieran con ellos.
Josef Pieper, hace ya mucho tiempo, sugirió que en una mundo regimentado y gris, sin la
alegría de las celebraciones que la gente crea naturalmente, un mundo sin diversión y sin
adoración; sería un mundo en el que la gente se volcaría a lo erótico como la última opción
"natural". Ahora que el Estado se ha arrogado toda la autoridad para sí mismo y que la
atención humana se mueve sin descanso de una a otra institución, nos volvemos
equivocadamente a ese último bastión de la libertad, ese jardín amurallado en el que podamos
hacer crecer algunas flores. Nos volvemos al cuerpo. Esa opción ha resultado ser un
espejismo. Eros, elevado a la categoría de dios de la libertad, no puede hacer realidad esa
ilusión. Contrario a esas esperanzas, eros subraya el estado de fria alienación del alma
humana.
Consideremos la cantidad y variedad de drogas y medios con los que el hombre y la mujer
modernos se preparan para atraerse mutuamente y llegar al acto que los salvajes gozan
regularmente sin manuales de instrucción, píldoras o revistas.
Estamos tan confundidos y saturados de la mecanización del cuerpo que hemos llegado a
concebir el absurdo lingüístico "matrimonio entre personas del mismo sexo" justamente porque
hemos perdido el sentido de lo que el intercambio sexual realmente es—la unión en una sola
carne de un hombre y una mujer—resultando naturalmente en la procreación de nuevos seres
humanos. Pretendemos que dos mujeres o dos hombres pueden de alguna manera imitar ese
intercambio y con la ayuda del Estado o de la ciencia pueden obtener los hijos que la
naturaleza les impide procrear.
A pesar de todo eso, hombres y mujeres sienten que algo les falta. Aquí tenemos nuestra gran
oportunidad. El mundo predica una autonomía tan estéril como la que ya hemos experimentado
en la manipulación sexual. Como en esta última el atractivo es tan fuerte como fuerte es la
desilusión a la que conduce.
Los conservadores, en cambio, deben predicar la plenitud del ser. Debemos reconocer que la
mayor amenaza es la nada. Los falsos dioses de Grecia y Roma ya no son. Ahora, para el
hombre occidental, como bien dijo David Hart, es "Cristo o nada". Y con esto no quiso decir que
creer en el Mesías (venido para los cristianos o por venir en caso de los judíos) es la única
creencia que nos queda. Lo que quiso decir es que lo que el mundo ofrece hoy como totem
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para adorar es el dios de la Nada, el dios que no significa nada. "Seréis como dioses" dijo la
serpiente en el jardín de Edén. La nueva tentación es en contraste "no sóis más que
serpientes", nada más que una colección de átomos en el vacío, donde no existe bien no mal,
ni realidad objetiva, ni dignidad humana. Haced lo que queráis. Actuando como serpientes, que
son solamente un simple canal alimentario consumiendo por un extremo y desechando por el
otro. Somos dioses, sí, dioses-serpientes que deben aprender a "ver" esta nada sin rostro, esta
muerte espiritual que se mal-disfraza de tantos modos diferentes.
Cuando escuchamos que todas las culturas son iguales, se nos quiere enseñar que el hombre
no ha progresado en la búsqueda de la verdad porque no hay tal verdad. Es entonces que
tenemos que ver ese vacío mortal a punto de abrirse bajo nuestros pies como el siniestro gato
de Chesire (el de Alicia en el País de las Maravillas) que es pura sonrisa sin cuerpo.
Cuando nos dicen que no hay diferencias entre hombre y mujer, ahí debemos abrir los ojos y
ver esa nada mortífera oculta entre las páginas. Cuando nos dicen que el Estado debe asumir
el cuidado de todos, alimentar a los niños, llenarles la cabeza de humo y ponerlos a descansar
cada noche... debemos ver esa nada mortal sentada en la salita de nuestra casa frente al
televisor. Esa nada llama, atrae porque promete libertad, pero es una libertad como la del
cuerpo que cae libremente sin llegar al fondo. Debemos entender que esa nada, ese vacío, es
una parodia blasfema de Dios que se nos aparece en todos lados y en todo tiempo; en el
nihilismo de la licencia personal de elegir lo que sea presentado como dogma y como pináculo
del bien deseable. Aparece en el nihilismo de rechazar el pasado, en la homogenización de las
culturas, en la comida rápida, los placeres pasajeros, la vida fácil. Debemos contrarrestarlo no
con "algo" sino con Alguien. Ese Alguien es Cristo y es Cristo Crucificado.
"Ved como hago nuevas todas las cosas", dice el Señor sentado en su trono en la
consumación de los tiempos. En esa promesa, en esa asombrosa paradoja, está la esperanza
de Occidente. Una esperanza puesta en lo que ya conocemos y amamos aunque sea en una
forma imperfecta. Así es que los más "avanzados" entre nosotros, los que han llegado un poco
más lejos en la aventura del hombre en busca de la verdad, son los que pueden ver más
claramente la belleza y el valor de la historia que nos precede. Son ellos los que moran en la
plenitud de la verdad.
Traducido por Carlos Caso-Rosendi
Publicado originalmente en el National Catholic Register. Anthony Esolen es profesor del
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Providence College en Rhode Island, y ha traducido la Divina Comedia para la colección
Modern Library publicada por Random House.
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