RELATO "CHELI" DE LA HISTORIA DE LOS PRONUNCIAMIENTOS DURANTE EL REINADO DE ISABEL II Muerto el rey y comenzadas las guerras carlistas, la rueda de las asonadas no dejó de rodar. Poco después de dicho fallecimiento, el capitán Cardero dirigió un golpe de Estado contra el gobierno moderado, golpe que consistió en tomar con ochocientos hombres la Casa de Correos (actual sede de la Comunidad de Madrid, en la Puerta del Sol) y hacerse fuerte allí. Fue un golpe de coña, pero aún así fue trágico porque el general que allí fue a sofocarlo, José Canterac, habría de morir estúpidamente. Los sublevados, por cierto, no fueron castigados. Salieron de la Casa tocando marchitas y más contentos que unas pascuas, camino del frente del Norte. También hemos de anotar, en aquella época, el golpe del general Latre en Andalucía, o el motín de los sargentos de La Granja, en el que la regente fue obligada a firmar un decreto volviendo a poner en vigor la Constitución del 12, La Pepa. O la sublevación de oficiales de la brigada de Van-Halen en Aravaca [siempre que leo esto me los imagino bajando a Madrid por la cuesta de las Perdices, con melenas hasta los hombros y guitarras eléctricas]; o la sublevación de Miranda de Ebro donde perdió la vida Ceballos de la Escalera; o la de Pamplona, donde moriría el general Sarsfield. En 1840, terminada la guerra civil (por el momento), progresistas y moderados debían convivir; pero lo cierto es que éstos últimos, apoyados por la reina regente, querían el mal del jefe progresista Espartero y quedarse con el poder. Por esta razón, en octubre de 1841, dos generales: Manuel de la Concha y Diego de León, dirigen una operación de secuestro de la reina Isabel II y de su hermana la infanta Luisa Fernanda, secuestro que no puede llevarse a cabo por la heroica resistencia del regimiento de alabarderos de palacio, al mando del coronel Dulce. Espartero creyó haber cortado la cabeza de la serpiente con la ejecución de Diego de León. Sin embargo, poco después de la ejecución, Borso di Carminati se alzó en Zaragoza, y se vio secundado por Piquero y Montes de Oca en Vitoria, O’Donell en Pamplona (sí, el mismo que se había unido a Riego; hay militares que le dan a pelo y a pluma) y Oribe en Toro. La sublevación, no obstante, fracasó. En 1843, sin embargo, los enemigos de los progresistas habían conseguido crear un ambiente en su contra en media España. El general Narváez, el Espadón de Loja, se había coligado con el general Serrano, el que hoy da nombre a la calle pija, así como Zurbano y Seoane; se alzó en Torrejón de Ardoz, donde aún no había una base militar estadounidense, pero se dominaba Madrid. El regente salió por patas de España. No obstante, dentro del propio gobierno conservador habría disensiones, y la negativa que recibieron sus facciones más progres de reformar la Constitución les movió a montar, casi ipso facto, movidas en Cataluña, Aragón, Galicia, Alicante, Murcia y Cartagena. Los progresistas, por su parte, se nuclearon alrededor del general Zurbano –such is life- el cual se animó a alzarse en su tierra, Logroño, más concretamente en las cercanías de Haro, en un pronunciamiento que Narváez aplastó sin demasiado esfuerzo, y que le costó la vida. No obstante, ya hemos visto que los progresistas, o sea liberales, no cejaban fácilmente en el empeño de alzarse. El 2 de abril de 1846 hubo una sublevación en Lugo; en mayo de 1848, el comandante Buceta toma la plaza Mayor de Madrid, invasión que declinó no sin una dura lucha en la que moriría el general José Fulgosio. En Sevilla, poco después, se sublevaron el comandante Del Portal y el capitán Mola (abuelo del general Mola que se alzaría con Franco el 18 de julio de 1936). En febrero de 1854 el golpe fue en Zaragoza y lo dio el coronel Hose. En junio, nuevamente O’Donell, junto con los generales Dulce, Ros de Olano y Echagüe, se enfrentaría con las tropas gubernamentales, comandadas por el general Blaser, el puente de Vicálvaro, enfrentamiento tras el cual se retiraron al bello castillo de Manzanares, desde donde se lanzaría un célebre manifiesto, que redactó el no menos célebre político Antonio Cánovas del Castillo. Espartero apareció en Zaragoza y en Madrid el pueblo se sublevó, a las órdenes del general Evaristo San Miguel. Entre la Vicalvarada, la llegada de Espartero y tal, la revolución triunfó. ¿Tranquilidad? Ni de coña. En 1856, dos años después, ya estaban los propios liberales progresistas divididos. El personal adoraba a Espartero, pero odiaba a O’Donell, que era ministro de la guerra. Por ello, la Milicia Nacional se alzó contra él y O’Donell tuvo que reunir para hacerle frente nada menos que 10.000 hombres. A partir de ahí la cosa se calma un poco, entre otras cosas porque estábamos en guerra en África y no era cosa de andar con milongas. Pero, aún así, en 1860 habría un pronunciamiento carlista, dirigido por el mariscal Jaime Ortega. Para entonces, gobernaba O’Donell y su Unión Patriótica, pero, a pesar de la retirada de Espartero a Logroño, había otros militares liberales que querían destacar. Por ejemplo, Juan Prim, quien dirigió el pronunciamiento de Villarejo, en enero de 1866. Tampoco hay que olvidar la sublevación del cuartel de San Gil, el 22 de junio de 1866, cuando los progresistas jugaron un órdago contra O’Donell con el concurso de Manuel Becerra y de conocidos conspiradores como Pierrad. Este golpe dio para dos días de luchas y casi mil muertos (a los que hay que sumar 68, sí, 68 fusilados). Muerto O’Donell le sucedió González Bravo, quien dejó de hacer caso a algunos militares amigos del conde de La Bisbal, lo cual provocó que éstos empezasen a pensar, rápidamente, en apiolárselo. Para ello no dudaron en aliarse con Prim, el cual, hemos de recordar, se había alzado contra su otrora jefe político. Pero les dio igual. Esta alianza de difícil naturaleza fue la que estuvo detrás del alzamiento, el 18 de septiembre de 1868, del comandante de la fragata Zaragoza, Topete, en Cádiz; alzamiento que terminaría con la victoria del puente de Alcolea y esa revolución que llamamos La Gloriosa, por la cual la reina Isabel II fue puesta de patitas en Francia.