La disputada abstención de la Sra. Magistrada 25.02.2015 – Elcorreo.com Jaime Segalés. Juez. Coordinador Jpd Euskadi Los años electorales aportan un acusado componente de excitación. Este es además año de comicios municipales, por lo que esas tensiones acumuladas se dejan notar en los niveles más próximos a la ciudadanía. Aun comprendiendo las circunstancias de lo anterior, considero que no todo es admisible, por lo que me he decidido a aportar una perspectiva crítica sobre lo acontecido con mi compañera, titular del Juzgado de lo contencioso nº 6 de Bilbao, quien ha tenido la ocasión reciente de pronunciarse sobre una particular problemática, cuya singularidad ha acabado por propiciar que cualquier ciudadano acabe sabiendo dónde radica su domicilio. Me gustaría aclarar al lector una serie de cosas sobre el particular y deseo focalizar mi esfuerzo en la abstención de la magistrada, por ser un tema tan relevante en el caso como poco estudiado por quienes han opinado sobre el tema. Cada vez que un asunto se turna a un juzgado, el juez debe analizar si incurre en causa de abstención, lo cual sólo se produce cuando la Ley prohíbe expresamente su conocimiento. Retenga el lector esta idea capital: sólo nos podemos abstener cuando la Ley lo exige, y no cuando parezca más o menos conveniente hacerlo. Esto es, si la ley nos dice que nos abstengamos, debemos hacerlo, y si no, debemos resolver. Y si no resolvemos cuando debemos, cometemos una ilegalidad. De entre todas las causas de abstención que menciona el art. 219 de la Ley a que me refiero, la más genérica y susceptible de generar dudas interpretativas es la que habla de “Tener interés directo o indirecto en el pleito o la causa”. Las demás son mucho más precisas y por ello más fáciles de apreciar. Uno sabe perfectamente cuando “ha sido denunciante o acusador de una de las partes”, ha tenido o tiene “pleito pendiente” o un “vínculo matrimonial o situación de hecho asimilable y parentesco” con quienes litigan, etc.. Pero, aun y cuando sea más difícil discernir sobre la idea del interés directo o indirecto, es importante no confundir esos términos con la concurrencia de un mero factor de cercanía con el litigio. Como vecino de Portugalete, que es mi caso, se puede presumir que me interesa cuanto suceda a su Corporación, pero eso no me impide resolver un asunto en el que aquélla sea parte. Otra cosa es que el problema me interese de forma directa (o indirecta), para lo cual es preciso que incida singularmente sobre mis circunstancias. Si la cosa no va conmigo, la Ley me obliga a resolver, y más aún si lo debo hacer de forma inmediata, que es lo que pasa cuando debo atender una solicitud cautelar (este era el caso de mi compañera del Juzgado de lo contencioso nº 6 de Bilbao). He de aclarar, aunque esto pueda decepcionar a alguno, que los jueces estamos incardinados en unas coordenadas muy poco originales. Nos divorciamos, tenemos problemas con la comunidad de copropietarios, padecemos accidentes de tráfico y hasta mantenemos contenciosos con la Administración. Añádase que cualesquiera de esos inconvenientes los puede padecer nuestra pareja, nuestros parientes o amigos íntimos. Si hacemos una base de datos con ese conjunto de circunstancias, directas o indirectas, es muy posible que una buena parte de los potenciales litigantes que concurren a nuestro examen desconfíe de nuestra independencia. La Ley, sabedora de la dificultad de llevar las cosas al extremo, combina prohibiciones muy precisas (como la que impide a un Juez juzgar a sus familiares) con la genérica exigencia de neutralidad que debe el juzgador, quien, aun y cuando pueda verse condicionado por algún factor (no confundir con “tener interés”), siempre deberá dirimir en Derecho. Y debe recordarse que esa exigencia no tiene un valor meramente ético, ya que si el Juez no se ajusta a Derecho su resolución será posteriormente removida por un órgano superior. Y si resolvió contra Derecho de forma deliberada, será reo de delito de prevaricación. En fin, estas admoniciones, añadidas al propio valor intrínseco del juzgador como persona elegida tras un procedimiento de selección cualificado, se afanan en asegurar una administración recta de la Justicia. Justo a este punto, quiero acabar con un recordatorio que entiendo necesario a la luz de lo escrito en alguna parte a propósito de este asunto. Los Jueces no se eligen a dedo, al menos no es el caso de los que tienen que resolver sobre un divorcio, una alcoholemia de fin de semana, un despido, los líos con el vecindario o una multa. Y ese procedimiento de selección pretende buscar perfiles capaces de afrontar una responsabilidad capital dentro de cualquier estado democrático, como es la confianza en la Justicia, a la cual debemos contribuir tanto quienes la impartimos como quienes con más o menos fastidio deben someterse a su escrutinio.