trastorno de la identidad genérica

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CURSO VIRTUAL DE PSICOLOGÍA Y PSICOPATOLOGÍA DEL NIÑO,
EL ADOLESCENTE Y SU FAMILIA
DIRECTOR PROF. DR. HECTOR S. BASILE
TRASTORNO DE LA IDENTIDAD GENÉRICA EN LA NIÑEZ.
AUTORA: DRA. MARIA LOURDES RAINERI
1
TRASTORNO DE LA IDENTIDAD GENÉRICA
EN LA NIÑEZ.
AUTORA: DRA. MARIA LOURDES RAINERI.1
El “Trastorno de la Identidad Genérica (205)” está incluido en la
“Clasificación Diagnóstica 0-3”, dentro de los “Trastornos Afectivos”, situados
a su vez en el Eje I de ese sistema nomenclador, como Trastornos Primarios,
identificados con el número 200 dentro de esa clasificación.
Los trastornos afectivos están relacionados con la experiencia emotiva y la
expresividad conductual del infante o niño pequeño y se incrementan en las
condiciones actuales desfavorables, aunque, por lo contrario, en algunos casos, la
adversidad templa y hace aflorar capacidades de resistencia y superación de las
situaciones críticas.
La grave crisis económico-social que atraviesa nuestro país provoca penurias,
limitaciones, fallas, distorsiones y gran incertidumbre en el desempeño del rol
continente, sostenedor y promotor del desarrollo que ejercen los padres con sus
hijos. La inseguridad, las frustraciones y los temores acerca del futuro producen
conflictos, quiebres y deserciones en la parentalidad, aumentando el número de
chicos abandonados, no queridos y castigados que padecen desde el comienzo de
su vida el clima emocional perturbado del ámbito familiar.
Este grupo de trastornos incluye los trastornos por ansiedad, los trastornos
del estado de ánimo, un trastorno mixto de la expresividad emocional, el trastorno de
la identidad genérica en la niñez y el trastorno reactivo del apego.
Los niños pequeños con trastornos afectivos no ponen de manifiesto retrasos
severos del desarrollo ni variaciones constitucionales o madurativas significativas.
Por lo tanto los trastornos afectivos pueden contrastarse con los trastornos de la
regulación, que tienen un claro aporte constitucional o madurativo y los trastornos
multisistémicos que involucran múltiples dificultades del desarrollo. Además, para
que las dificultades interactivas puedan considerarse trastornos afectivos, incluso
cuando ellas se deben a una relación o un contexto particulares, esas dificultades no
deben ser sólo evidentes en una relación o contexto, sino estar asociadas con
dificultades afectivas y conductuales generales del niño y poder diferenciarse por
esto de los trastornos del relacionamiento con los progenitores o cuidadores
primarios, que son específicos de un vínculo. De todos modos, si los patrones
perturbados del vínculo persisten, pueden comenzar a afectar el funcionamiento del
niño aún cuando no interactúe en el vínculo problemático específico y extenderse en
otras áreas y con otras personas.
1
Médica Psiquiatra. Psiquiatría y Psicología Pediátricas.Prof. en Filosofía y Pedagogía.Olleros 2339-(5°-9) Bs.As. 1426. 011-4773-4544. [email protected]
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205. TRASTORNO DE LA IDENTIDAD GENÉRICA EN LA NIÑEZ.
El T.I.G. supone una perturbación circunscripta en la experiencia que el niño tiene
de su propio género y que se pone de manifiesto durante el período sensible del
desarrollo de la identidad genérica (2 a 4 años), cuando la criatura aprende a
clasificarse a sí mismo y a los otros según el género. Los niños con este trastorno de
identidad genérica experimentan un malestar profundo y generalizado, ansiedad y /o
una sensación de inadecuación en cuanto a su propio género y un deseo intenso de
pertenecer al género opuesto, que se manifiesta en el juego, la fantasía y la elección
de actividades, compañeros y ropa, de acuerdo con el nivel evolutivo de
comprensión que tiene el niño de los estereotipos genéricos.
Los criterios que siguen son consistentes con los expuestos en el D.S.M. IV y son:
1. Identificación fuerte y persistente con el género opuesto puesta de
manifiesto por al menos cuatro de los siguientes fenómenos:
a). Deseo reiteradamente expresado de pertenecer al sexo opuesto o la
insistencia en que se pertenece a él.
b). En los varones, preferencia por usar prendas femeninas o imitarlas; en
las niñas, insistencia por usar ropa típicamente masculina.
c). Preferencias fuertes y persistentes por desempeñar roles del otro sexo
en el juego dramático o fantasías persistentes de pertenecer al sexo
opuesto.
d). Deseo intenso de participar en los deportes y pasatiempos del sexo
opuesto.
e). Fuerte preferencia por compañeros de juego del sexo opuesto.
2. Malestar persistente con el propio sexo asignado o sensación de
inadecuación a ese rol genérico, puesto de manifiesto por alguno de los
siguientes fenómenos:
a). En los varones, afirmación de que el pene o los testículos son desagradables o desaparecerán, o de que sería mejor no tenerlo, o marcada
aversión a los juguetes, deportes y actividades masculinas típicas, junto a
la idea de no querer ser varón.
b). En las niñas, rechazo de la posición sentada para orinar o afirmación
de que no se quiere desarrollar senos o menstruar, así como una marcada
aversión a la vestimenta femenina, ligada a la idea de que no se quiere ser
una niña.
3. La adquisición del sentido del propio género es un proceso evolutivo que
permite muchas variaciones normales y es esencial diferenciarlas del
T.I.G.
como también de otros trastornos que pueden parecer similares.
1. Variabilidad evolutiva normal.
En la imitación flexible por niño de la mamá, del papá, la hermana, el hermano, el
bebé o incluso la mascota de la familia es frecuente que los niños de 2 o 3 años se
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pongan prendas del otro género y finjan pertenecer a él. Aún cuando el niño está
compulsivamente interesado en el juego dramático transgenérico y esto continúa, el
patrón es muy atípico a los 2 años.
2. No-conformidad al propio género.
Los niños con un sentido bien establecido y positivo de su propia identidad
genérica pueden también tener intereses del género opuesto y, por ejemplo, un
muchachito interesarse en cocinar, no participar en juegos violentos, cultivar flores o
la música y una niña puede descubrir que es mejor atleta que la mayoría de los
varones de su edad y comenzar a disfrutar ejercitando sus capacidades. Este tipo de
conducta no acompañada de disgusto por su identidad genérica, puede estar
asociada con un mayor grado de flexibilidad conductual y es saludable.
3. Marimachismo.
El T.I.G. de las niñas debe diferenciarse del marimachismo en el que ellas
quieren usar pantalones, disfrutar de juegos rudos y preferir como compañeros de
juego a los varones, pero no sienten malestar por ser mujeres y presentan mucha
flexibilidad. En contraste, las que despliegan estas conductas en el contexto de un
malestar persistente por su género, por su anatomía sexual y por tener que vestir
ropa femenina, en cualquiera y todas las ocasiones, probablemente tienen
problemas de identidad genérica.
4. El deseo de ser de ambos géneros.
Cuando los niños aprenden a caracterizar correctamente según el género, antes
de los 2 años y medio a los 3 años y medio, muchos niños se sienten capaces de
hacer y ser todas las cosas, varones y mujeres. Los varones pueden creerse
capaces de embarazarse y es posible que las niñas crean que les crecerá un pene
sin dejar por eso de ser mujeres. Renunciar a estas ilusiones supone una pérdida
que a algunos deambuladores con un sentimiento frágil de la propia valía les es
problemático negociar y presentarán signos en su conducta de que aún tienen
algunas expectativas de pertenecer a ambos géneros, expresando rabia y envidia al
progenitor o hermano que les parezca responsable de haber frustrado sus
esperanzas. Éste no es un T.I.G. ya que en él, el niño quiere pertenecer al sexo
opuesto y no a ambos.
5. Niños con condiciones intersexuales.
Entre las condiciones intersexuales se cuentan las hipospadias o un microfalo en
los varones y el clítoris anormalmente grande en las niñas. Estas condiciones
pueden dar lugar a confusión acerca del género, pero raramente a un T.I.G.
T.I.G. La perturbación circunscripta en el área del género es sorprendente por su
carácter generalizado, su persistencia y su duración.
Los varones experimentan sobre todo el trastorno por ansiedad de separación, la
mayoría temen el daño corporal y presentan síntomas de depresión.
Aproximadamente las dos terceras partes tienen un apego inseguro.
Las niñas presentan tantos síntomas de perturbación conductual como los otros
niños remitidos a las consultas psiquiátricas.
Muchos observadores de este trastorno han advertido que una vez que éste se
pone en marcha, los progenitores de los niños no desalientan la conducta
transgénica.
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Las historias de varones con T.I.G. revelan traumas significativos en la familia
durante los primeros tres años de vida o un estrés marital severo y crónico. En la
mayoría de los casos hay una historia de depresión y angustia maternas y consumo
de sustancias tóxicas, angustia o depresión en el padre. Durante el período sensible
para el desarrollo por parte del niño de una comprensión del género ( 2 a 4 años de
edad), las madres han estado típicamente deprimidas, como reacción a un
acontecimiento que experimentaron como traumático, en un contexto familiar en el
cual el padre era emocionalmente inaccesible.
Tanto en las niñas como en los varones se encuentra regularmente una historia
de trauma significativo en la familia y / o estrés marital severo crónico durante los
primeros tres años de vida de la criatura.
La autora ha podido observar, en la consulta y el tratamiento de niños y
adolescentes con problemas en la identidad genérica, la presencia de serias
dficultades en la conyugalidad y la parentalidad de los progenitores.
Un varón de 8 años llega a la consulta por indicación del colegio, porque no se
integra con sus pares en los juegos, se niega a cambiar su ropa junto con los
compañeros, antes o después de las clases de educación física y tiene una notable
cadencia femenina al caminar.
La madre refiere que su hijo tampoco juega en la casa con sus hermanos o solo,
que siempre presentó indiferencia por los juguetes y que nunca se interesó en jugar
con autos, aviones o la pelota, prefiriendo la compañía de los adultos, participando
en las conversaciones de los grandes y colaborando en las tareas domésticas.
Cuenta la madre que en algunas ocasiones lo encontró frente al espejo vestido con
las ropas de ella y que eso sí parecía divertirlo, sobre todo el caminar con los
zapatos de tacos altos. No le dio importancia a esas conductas y no las comentó con
su marido. Dice la madre que ella encuentra en este hijo un gran compañero y que
ella es muy posesiva y el niño la compensa en relación a las dificultades que tiene
con su pareja. El marido está poco interesado en su rol de padre. En lo conyugal,
luego de haber discutido y peleado mucho, han decidido tolerarse y mantener unida
la familia, haciendo, ambos, tratamientos psicoterapéuticos. El padre está absorbido
en su trabajo. Sexualmente él es poco expresivo y no sabe si ella lo atrae o no. Ella
dice ser frígida y que solo puede sentir orgasmos con la estimulación del clítoris.
Ambos tienen preocupación por sus cuerpos y se sienten inseguros en cómo son
vistos. Han sido obesos y sus rostros son bellos y atractivos, pero sienten que algo
falta. Él ha logrado rebajar 50 kilos y ella está en estos momentos preparándose
para una operación plástica de mamas únicamente por razones estéticas. También
la obesidad está ligada a la problemática del hijo, como uno de los factores que lo
inducen a no mostrar su cuerpo al cambiarse para las clases de gimnasia. Dice la
madre que el chico tiene apariencia femenina por la gordura y que no se le notan por
eso sus genitales masculinos, que en realidad son normales. Su rostro es parecido
al materno, sobre todo sus grandes y vivaces ojos negros. A pesar de que el chico
es muy cariñoso y cercano con su madre, se comunica con ella acerca de sus cosas
más personales a través de cartas que le envía con la hermana, que no sabe leer
aun.
Durante el tratamiento con psicoterapia de juego de orientación psicoanalítica el
chico pudo expresar y organizar su problemática a través del juego con animales
que eran los únicos juguetes con los que al comienzo tomó contacto, tratando de
identificarlos, nombrarlos y reunirlos en corrales de acuerdo a sus posibilidades de
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compartir un lugar sin dañarse y pegando sus patas al suelo de papel glacé para que
no se caigan, como así también equiparando sus capacidades para pelear, por si
eso era inevitable. Disfrutaba con los juegos de palabras y las clasificaciones del
reino vegetal y animal y buscaba con gran interés definiciones en el diccionario, en
relación a las plantas y sus formas de reproducción. Frecuentemente hablaba con
sentencias y refranes usados por sus abuelos y jugaba a crear los propios en los
que expresaba su conflictiva, como por ejemplo: ”Perdido como gaucho en Rumania”
o “Desconcertado como chancho al que le pavimentaron el chiquero”. También
desarrolló posibilidades de expresar sentimientos a través de la música y el canto
con los instrumentos que encontraba en el cuarto de juegos, como la flauta o el
xilofón. Su padre había estudiado piano y había renunciado a él para trabajar.
Interpretando melodías sencillas comenzaron ambos a vincularse y compartir
buenos momentos en familia. El vinculo con su padre se acrecentó cuando éste
comenzó a llevarlo a un campo recientemente adquirido, donde el hijo volcó su amor
e interés en el cuidado de los animales y pudo presenciar el nacimiento y
crecimiento de un potrillo, que fue protagonizando dibujos y pequeñas historias de
vida, en el tratamiento. Posteriormente, su ingreso a un colegio mixto, en el
secundario, le permitió posicionarse con más desenvoltura y era buscado por las
compañeras por su inteligencia y humor. Actualmente está por terminar su carrera
de ingeniero agrónomo.
Así como es posible observar la obesidad en el varón como una manera de
esconder sus atributos masculinos, conjuntamente con una problemática en la
identidad de género, es por lo contrario más frecuente ver asociada la anorexia en
las mujeres adolescentes, que logran de esa manera borrar sus formas femeninas e
interrumpir sus ciclos menstruales, sobre todo cuando se sienten amenazadas por
miradas, actitudes o comentarios de los progenitores, especialmente paternos,
acerca de ellas.
La autora coincide con J. de Ajuriaguerra en la importancia del establecimiento
del sentimiento de existencia que será el anclaje a partir del cual el niño se
reconocerá como individuo, como fase previa al momento en que el niño percibe la
existencia de una diferencia sexual, que se ha ido preparando por el sexo que sus
padres le han asignado en la forma de educarle, tratarle, vestirle y hablarle y que le
irán proporcionando ese sentimiento íntimo de ser varón o mujer, previo al
reconocimiento de las diferencias sexuales. Considera R. J. Stoller que en estas
condiciones la relación fusional de la madre con la hija aporta a las niñas un
sentimiento de individualidad más sólido que la relación madre-hijo a los varones,
porque en este caso la diferencia introduce una duda identificatoria mayor. El
resultado clínico es, en el muchacho y después en el hombre, un mayor temor a la
homosexualidad que en la niña, porque, según Stoller, las raíces de la
“masculinidad” están menos implantadas. Como bien mostró el niño en sus juegos
con animales, que era importante pegar primero al suelo de papel glacé a la oveja y
la osa para que estuvieran juntas sin caerse.
DESCRIPCIÓN DE UN CASO
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Colin tiene 3 años y medio, es hijo de una pareja de clase media alta. Fue
derivado por la maestra de la nursery terapéutica, para que se le realice una
evaluación psiquiátrica, porque no puede llevarse bien con los otros niños. Al
psiquiatra consultor le resulta evidente la amplitud de las preocupaciones
transgenéricas del niño, que anteriormente no habían sido objeto de la preocupación
de los padres.
En la entrevista el niño estaba ansioso por hablar, no le interesaban los
juguetes y a pesar de su edad, se comportaba como un adulto obediente que
consentía en ser entrevistado. Durante toda la entrevista mantuvo la mirada en
nuestros rostros, como si estuviera estudiando intensamente cada una de nuestras
expresiones. Vale la pena subrayar su preocupación por las “señoras con ojos
enojados”. Dijo que tenía mucho miedo a una niña de su grado que tenía ojos
enojados y con una obvia presión emocional, imitó el gesto de la compañerita. Al
estudiar los videos caseros de la familia, descubrimos que Colin adoptaba la misma
“mirada enojada” al pararse frente a un espejo vestido de niña.
Durante
la
evaluación
manifestó
que
detestaba
ser
varón,
afirmó
enfáticamente que había nacido niña y que “si uno se pone ropa de niña puede
volverse una niña verdaderamente”. No había ninguna muestra de disforia
anatómica. Emocionalmente, se describió como un niño triste y solitario. Dijo que no
le gustaba a ninguno de los otros niños. A menudo se preocupaba por los padres
mientras estaba en la nursery. Intelectualmente estaba funcionando en un nivel muy
alto, según los test de inteligencia estandarizada, y no había ninguna muestra de
discapacidades para el aprendizaje.
En el nacimiento de Colin no se había producido ningún hecho notable. La
madre lo describió como un bebe fácil, que “se bebía” el mundo circundante. Por
cierto, siempre según la madre la relación temprana entre ellos era tan satisfactoria
que, cuando Colin fue destetado a los 8 meses (había comenzado a morderle los
pezones), ella sintió que tal vez él estaba maduro para dejar de mamar, pero ella
misma no lo estaba para dejar de amamantarlo. Mientras tanto el padre, se sentía
excluido de ese vínculo, incluso en el momento de la remisión pensaba que no sabía
comunicarse significativamente con el hijo. Todos los hitos del desarrollo estaban
dentro de los límites normales.
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Colin tenía varias sensibilidades sensoriales significativas. Por ejemplo,
lloraba al oír sonidos fuertes, como la campanilla de la puerta. Pero su sensibilidad
también le procuraba placer. Disfrutaba con la música y los colores bellos y prestaba
mucha atención a los cambios visuales del ambiente, aunque fueran pequeños. La
madre recuerda que al año de edad, Colin era un bebé que reía, afectuoso y
siempre feliz. También recuerda lo emocionalmente conectado y responsivo que
Colin le pareció a los 2 años a un entrevistador del programa de la nursery
terapéutica.
Poco después del segundo cumpleaños del niño, la familia planificó un viaje
de pocos días al extranjero, pero Colin se enfermó antes de que partieran. Él y la
madre se quedaron, mientras que el padre y la abuela fueron a Europa. Durante su
ausencia, según explicó la madre, Colin estaba inconsolable y siguió llorando hasta
que el padre y la abuela volvieron. También la madre se volvió colérica y nerviosa.
Ambos progenitores concuerdan en que la conducta del niño cambió en ese
momento. Se hizo más ansioso y extremadamente sensible a todas las
separaciones. El cambio fue aún mayor cuando comenzó a asistir a la nursery
terapéutica, en el otoño siguiente. La madre recuerda que Colin le parecía muy
tímido y le costó adaptarse. No se llevaba bien con los otros niños, los golpeaba
cuando lo contrariaban, o bien fruncía el entrecejo, se cruzaba de brazos y miraba a
la pared. Al mismo tiempo comenzó a tener rabietas en el hogar, una conducta
nueva en él, que exacerbaba conductas parentales de larga data acerca del control
de la cólera y la agresión.
La madre, preocupaba porque Colin estuviera demasiado aislado de sus
pares, decidió tener un segundo hijo “para que tuviera compañía”. No obstante,
cuando la amniocentésis llevó a un diagnóstico fetal de síndrome de Down, la pareja
decidió interrumpir el embarazo. Como sabían que se trataba de una niña, la mamá
la llamó Miriam, por una maestra a la que admiraba. Después se sintió agradecida
por una demora de 3 semanas hasta la realización del aborto, pues, le permitía
llegar a conocer a Miriam. Tenía fantasías de hacerle vestidos a la hija y de
entregarla a su propia madre, de modo que ésta “tendría algo por lo que vivir”.
Merece señalarse que, aunque el esposo experimentó una profunda reacción de
duelo a continuación del aborto, no ocurrió lo mismo con la madre, aunque en
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adelante se sintió crónicamente deprimida y angustiada, pero no vinculaba esos
sentimientos con la pérdida de Miriam, cuyas cenizas estaban en una urna guardada
en el ropero del dormitorio.
La conducta transgenérica de Colin comenzó una semana después del aborto
y persistió desde entonces. Sus actividades favoritas eran vestirse como una niña y
ponerse maquillaje, jugar con muñecas Barbie y ver en videos películas de Blanca
Nieves y Cenicienta. Los dos padres tenían intereses artísticos y consideraban esas
conductas transgenéricas como parte de la naturaleza artística y creativa del niño. El
padre se sentía un tanto incómodo en cuanto a esa preferencia de su hijo por la ropa
y las actividades femeninas, pero no lo reorientaba, por considerar que era algo
temporario y que Colin lo dejaría atrás. La madre, por su parte, no identificaba las
preferencias genéricas del niño como materia de preocupación, en ningún sentido.
En los meses siguientes al aborto, la madre llegó a experimentar la
hipersensibilidad
y
responsividad
generales
de
Colin
como
sintonizadas
selectivamente con ella: “siempre sintonizaba mi sentimiento. Siempre sabía lo que
yo sentía”. Comenzó a llamarlo con un nuevo nombre, “Lovey” (amorcito) y a
deleitarse de modo nuevo con sus talentos “artísticos”, que entonces incluían el
travestismo.
Pero no todo era dicha. Más o menos en la misma época que apareció la
conducta transgenérica, las rabietas de Colin en el hogar comenzaron a
intensificarse. La madre las vivía como un abandono, como una pérdida de la
anterior conducta de adoración del niño y reminiscencias de las mordeduras a los
pezones cuando él tenía ocho meses. Sólo después de unos años de terapia ella
pudo recordar cuán enérgicamente censuraba esos estallidos de Colin. Lo sacudía y
le gritaba cara a cara. En las sesiones recordó que en esos momentos “lo miraba a
los ojos y comprendía que él tenía miedo de que yo lo matara”.
Colin presentaba el interés imperioso y exclusivo en las conductas
transgenéricas típico de los varones con trastorno de la identidad genérica. Otros
rasgos colaterales, como la ansiedad de separación, el trauma materno, la tolerancia
parental a los síntomas transgenéricos, la sensibilidad sensorial realzada y la
evitación del juego rudo con los pares, pero no con el padre, eran también típicos de
este trastorno.
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Como recién nacido e infante pequeño, Colin había logrado establecer una
relación estrecha, mutuamente satisfactoria con la madre, a pesar de la
sensibilidades especiales de él. Pero tuvo menos éxito en dar forma a un vínculo
precoz con el padre, quien, a pesar de haber esperado un hijo, se sentía excluido de
la díada madre-infante y se retrajo, tanto respecto de la esposa como del niño. La
separación ulterior de Colin respecto del padre, a la edad de 2 años, un momento en
que el matrimonio sufría un importante estress, parece haberle generado ansiedad
de separación, en parte debido al impacto colateral sobre la madre. Cuando 6 meses
más tarde, la madre entró en un período de retraimiento reprimido a continuación del
aborto de Miriam, Colin quedó librado a sus propios recursos, esa vez en un
momento en que su desarrollo cognitivo trazaba con un nuevo realce la distinción
entre varón y niña. Una vez establecida, su fantasía de pertenecer al género
opuesto, parece haberlo ayudado a manejar con éxito no sólo el retraimiento de la
madre, sino también otras situaciones estresantes. Mientras comenzaba a
establecerse el trastorno, la relación de Colin con la madre parece haber pasado de
sobreinvolucrada a subinvolucrada, con ocasionales intercambios hostiles y una
observada inversión de roles. Resulta interesante que, aunque esto representaba
una oportunidad para el padre, éste no supo crear un contacto estrecho con Collin o
la madre durante el período posterior al aborto.
En este caso, la cuestión del diagnóstico diferencial suponía decidir si la
conducta transgenérica de Colin era: 1) Una fase pasajera, como las que a veces se
producen en relación con el estrés familiar severo, 2) una indicación de intereses no
conforme al propio género, o 3) un signo de trastorno de la identidad genérica. En el
momento de la remisión, la conducta transgenérica se había estado desplegando
con gran intensidad durante más de un año, mucho más del período de tres meses
reconocido como límite para una fase pasajera generada por estrés familiar.
Además, las fantasías y la conducta transgenérica revelaban una preocupación de
gran intensidad y convicción emocionales. Esta conducta no podía considerarse una
simple no-conformidad al género: en primer lugar, porque no presentaba la gama, la
flexibilidad y el goce esperable y, en segundo término, porque las fantasías
transgenéricas estaban conectadas intrapsíquicamente con el manejo por el niño del
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malestar, la ansiedad de separación y la agresión, y aparecían etiológicamente
vinculadas a la fractura de su relación primaria de apego.
INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
Colin necesita una psicoterapia individual e intensiva con un mínimo de
tres sesiones por semana. En las sesiones de ludoterapia conjunta, los progenitores
podrán aprender a ayudar a Colin a abordar sus preocupaciones y encontrar modos
de expresar sus sentimientos a través del juego simbólico. En el escenario del juego,
Colin podrá experimentar diferentes roles y la expresión de los aspectos más
asertivos y agresivos de la vida. El tratamiento intensivo sería crucial en los
siguientes 3 años a 4 años de la vida del niño, en los cuales su sentido del sí mismo
estará tomando forma y consolidándose. Además se necesitarían sesiones
colaterales con los padres, para discutir la conducta de él, el significado de su juego
y los enfoques cotidianos del cuidado, así como otros temas de preocupación para
ellos.
También estaría indicada una psicoterapia individual para uno o ambos
progenitores, que los ayudara a abordar sus sentimientos y las relaciones con el hijo,
así como su propia relación de pareja. Sería especialmente importante mucha
seguridad y respeto en la relación de Colin con la madre y mucha interacción,
proximidad y juego distendido con el padre. Un terapeuta ocupacional tendría que
evaluar al niño y determinar si necesita tratamiento y/o si los padres podrían
beneficiarse con una orientación acerca de actividades destinadas a reforzar el
desarrollo sensorio-motor. Colin podría asistir a un programa de nursery terapéutica
que incorporar e integrara su psicoterapia individual o participar en el programa de
establecimiento preescolar pequeño, donde tendría la oportunidad de hacer amigos
entre los niños de su comunidad.
Impresión diagnóstica
Eje I.
Trastorno de la identidad genérica.
Eje II.
Relación subinvolucrada.
Eje III.
Ninguna.
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Eje IV.
11
Estresor psicosocial: efectos moderados.
Eje V.
Nivel funcional del desarrollo emocional: ha logrado el nivel esperado
para la edad, con acentuadas restricciones e inestabilidad.
DSM-IV Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales
Trastornos de la identidad sexual
F-64.x Trastorno de la identidad sexual (302.xx)
CARACTERÍSTICAS DIAGNÓSTICAS
Existen dos componentes en el trastorno de la identidad sexual que deben estar
presentes a la hora de efectuar el diagnóstico. Debe haber pruebas de que el
individuo se identifica, de un modo intenso y persistente, con el otro sexo, lo cual
constituye el deseo de ser, o la insistencia en que uno es, del otro sexo, (criterio A).
Esta identificación con el otro sexo no es únicamente el deseo de obtener las
supuestas ventajas relacionadas con las costumbres culturales. Deben existir
también pruebas de malestar existente por el sexo asignado o un sentido de
inadecuación en el papel de su sexo (Criterio B). El diagnóstico no debe
establecerse si el individuo padece una enfermedad física intersexual (p. ej.,
síndrome de insensibilidad a los andrógenos o hiperplasia suprarrenal congénita)
(Criterio C). Para efectuar el diagnóstico deben existir pruebas de malestar
clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de
la actividad del individuo (Criterio D).
En los niños, el hecho de identificarse con el otro sexo se manifiesta por una
marcada preocupación por las actividades femeninas tradicionales; pueden preferir
vestirse con ropa de niña o mujer o pueden confeccionarla ellos mismos a partir de
material disponible, cuando no poseen ropa femenina. A menudo se usan toallas,
delantales, pañuelos de cuello para representar faldas o pelos largos. Existe una
atracción fuerte hacia los juegos y los pasatiempos típicos de las niñas. Les gusta
especialmente jugar a mamá y papá, dibujar chicas y princesas bonitas, y mirar la
televisión o los vídeos de sus ídolos femeninos favoritos. A menudo, sus juguetes
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son las muñecas (como Barbie), y las niñas constituyen sus compañeros. Cuando
juegan a papá y mamá, estos niños realizan el papel femenino, generalmente “el
papel de madre” y muestran fantasías que tienen que ver con mujeres. Evitan los
juegos violentos, los deportes competitivos y muestran escaso interés por los
coches, camiones u otros juguetes no violentos, pero típicos de los niños. Pueden
asimismo expresar el deseo de ser una niña y asegurar que crecerán para ser una
mujer. A la hora de orinar se sientan en la taza y hacen como si no tuvieran pene,
escondiéndoselo entre las piernas. Más rara vez los niños con trastorno de la
identidad sexual pueden afirmar que encuentran su pene o testículos horribles, que
quieren operárselos o que tienen o desearían tener vagina.
Las niñas con trastornos de la identidad sexual muestran reacciones negativas
intensas hacia los intentos por parte de los padres de ponerles ropa femenina o
cualquier otra prenda de mujer. Algunas llegan a negarse a ir a la escuela o a
reuniones sociales donde sea necesario llevar este tipo de prendas. Prefieren la
ropa de niño y el pelo corto; a menudo la gente desconocida les confunde con niños,
y piden que se les llame por un nombre de niño. Sus héroes de fantasía son muy a
menudo personajes masculinos fuertes, como Batman o Superman. Estas niñas
prefieren tener a niños como compañeros, con los que practican deporte, juegos
violentos y juegos propios para niños. Muestran poco interés por las muñecas o por
cualquier tipo de vestido femenino o actividad relacionada con el papel de la mujer.
Las niñas que padecen este trastorno rehúsan en ocasiones orinar sentadas en la
taza del water. Pueden explicar que poseen o que se dejarán crecer un pene y
rechazan los pechos o la menstruación. Pueden también asegurar que crecerán
para ser un varón. Estas niñas revelan una identificación con el otro sexo muy
pronunciada en los juegos, los sueños y las fantasías.
Los adultos con trastorno de la identidad sexual muestran el deseo de vivir como
miembros del otro sexo. Esto se manifiesta por un intenso deseo de adoptar el papel
social del otro sexo o de adquirir su aspecto físico, ya sea mediante tratamiento
hormonal o quirúrgico. Los individuos con este trastorno se sienten incómodos si se
les considera como miembros de su propio sexo o si la ropa y los movimientos del
otro se sexo se efectúa en diferentes grados. En privado, estos individuos pueden
pasar mucho tiempo vestidos como el otro sexo y esforzándose para conseguir la
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apariencia adecuada Muchos intentan pasar en público por personas del sexo
opuesto. Vistiendo como el otro sexo y con tratamiento hormonal (y para los
varones, electrólisis), muchos individuos con este trastorno pasan inadvertidamente
como personas del otro sexo. La actividad sexual de estos individuos con personas
del mismo sexo se encuentra generalmente restringida, porque no desean que sus
parejas vean o toquen sus genitales. En algunos varones con este trastorno en
etapas más avanzadas de la vida (a menudo después del matrimonio) la actividad
sexual con una mujer se acompaña de la fantasía de ser amantes lesbianas o de
que la pareja es un varón y él, una mujer.
En los adolescentes las características clínicas pueden parecerse tanto a las de los
niños como a las de los adultos (según el nivel de desarrollo del individuo); así pues,
los criterios tendrían que aplicarse de acerado con el nivel de desarrollo. En un
adolescente joven puede ser más difícil establecer un diagnóstico exacto debido a la
cautela del individuo. Las dificultades pueden ser mayores si el adolescente se
encuentra indeciso en cuanto a su identificación con el otro sexo o si la familia no lo
aprueba. El adolescente puede ser enviado a un centro médico porque los padres o
los profesores están preocupados por el aislamiento social, el rechazo y las burlas
de sus amigos. En estas circunstancias, el diagnóstico debe reservarse para los
adolescentes que parecen identificarse con el otro sexo por la manera de vestir y por
su comportamiento (p. e., depilarse las piernas en los varones). El esclarecimiento
del diagnóstico en niños y adolescentes puede necesitar un seguimiento durante un
largo período de tiempo.
El malestar y la discapacidad de los individuos con trastorno de la identidad
sexual se manifiesta de diferente manera a lo largo de la vida. En los niños el
malestar se manifiesta por un descontento patente hacia su sexo. La preocupación
por travestirse interfiere a menudo con las actividades cotidianas del individuo. En
los niños más mayores el fracaso en contraer amistades y habilidades propias de
individuos del mismo sexo a menudo, conduce a aislamiento y a malestar; algunos
niños se niegan a ir a la escuela debido a la obligación de vestir con la ropa de su
sexo y a las burlas de los compañeros. En los adolescentes y en los adultos la
preocupación por travestirse interfiere muy frecuentemente con las actividades
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habituales de la persona. Son habituales las dificultades de relación, y puede verse
afectado también el rendimiento en la escuela o en el trabajo.
ESPECIFICACIONES.
Para los individuos sexualmente maduros, deben anotarse las siguientes
especificaciones en base a la orientación sexual del individuo: con atracción sexual
por los varones, con atracción sexual por las mujeres, con atracción sexual
por ambos sexos, sin atracción sexual por ninguno. Los varones con el trastorno
de la identidad sexual pueden presentar cualquiera de las cuatro especificaciones.
Virtualmente, todas las mujeres con este trastorno recibirán la misma especificación
–atracción sexual por las mujeres– a pesar de que existen casos excepcionales de
mujeres que se sienten atraídas por los varones.
Procedimiento de tipificación
El código diagnóstico asignado depende de la edad del individuo: si el
trastorno aparece en la niñez, se usa el código 302.6; si aparece en la adolescencia
o en la vida adulta, se usa el código 302.85.
SÍNTOMAS Y TRASTORNOS ASOCIADOS
CARACTERÍSTICAS DESCRIPTIVAS Y TRASTORNOS MENTALES
ASOCIADOS.
Muchos individuos con trastorno de identidad sexual acaban socialmente aislados.
El aislamiento y el ostracismo conducen a una baja autoestima y pueden contribuir a
sentir aversión por la escuela y a abandonarla. El rechazo y las burlas de los
compañeros producen secuelas frecuentes que persisten en los niños con este
trastorno; a menudo muestran rasgos y patrones de expresión femeninos muy
acusados.
La alteración puede ser tan acusada que la vida de algunos individuos se
centre solamente en estas actividades, que, por otra parte, intentan disminuir el
malestar sexual. A menudo se preocupan por su aspecto físico, en especial en las
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primeras etapas de la transición para adoptar el papel del otro sexo. La relación con
los padres puede también verse muy afectada. Algunos varones con este trastorno
llegan a autotratarse con hormonas y muy raramente se castran o se amputan el
pene. Especialmente en las ciudades, algunos individuos se dedican a la
prostitución, lo que les expone muy fácilmente a contraer la infección por el virus de
la inmunodeficiencia humana (VIH). Los intentos de suicidio y los trastornos
relacionados con sustancias se encuentran frecuentemente asociados a este
cuadro.
Los niños con trastorno de la identidad sexual pueden manifestar, al mismo tiempo,
trastorno de ansiedad por separación y síntomas depresivos. Los adolescentes
están predispuestos a sufrir depresión, a presentar ideación suicida y a cometer
intentos de suicidio. En los adultos puede haber síntomas de ansiedad y de
depresión. Algunos varones adultos tienen una historia de fetichismo travestista, así
como otras parafilias. Los trastornos de la personalidad asociados son más
frecuentes en los varones que en las mujeres (según observaciones realizadas en
centros especializados).
HALLAZGOS DE LABORATORIO.
No hay ningún test diagnóstico para el trastorno de la identidad sexual. En presencia
de una exploración física normal no está indicado realizar un cariotipo de los
cromosomas sexuales ni determinaciones de las hormonas correspondientes. Los
tests psicológicos pueden revelar una identificación o unos patrones de
comportamiento del otro sexo.
HALLAZGOS DE LA EXPLORACIÓN FÍSICA Y
ENFERMEDADES MÉDICAS ASOCIADAS.
Los individuos con trastorno de la identidad sexual tienen genitales normales (en
contraste con los genitales ambiguos o el hipogonadismo encontrados en las
enfermedades físicas intersexuales). Los varones adolescentes y adultos con este
trastorno pueden presentar ginecomastia (como consecuencia de la administración
de hormonas), falta de vello (debido a la depilación temporal o permanente) y otros
cambios físicos como resultado de diversos procedimientos, como son la rinoplastia
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o la escisión del cartílago tiroides (reducción quirúrgica de la nuez de Adán). En las
mujeres que usan sujetadores se pueden observar pechos distorsionados o eritemas
debido al uso de prendas de compresión. Las complicaciones posquirúrgicas que
pueden presentarse en estas mujeres son cicatrices marcadas en la pared torácica,
y en los varones, estructuras vaginales, fístulas rectovaginales, estenosis uretrales y
desviación del flujo urinario. Las mujeres con este trastorno tienen una probabilidad
más alta de presentar el síndrome del ovario poliquístico.
SÍNTOMAS DEPENDIENTES DE LA EDAD Y EL SEXO
Las mujeres con trastorno de la identidad sexual generalmente experimentan
menos ostracismo debido a los intereses por el otro sexo y pueden sufrir menos
rechazo por parte de las amigas, al menos hasta la adolescencia. Se ha observado
que aproximadamente cinco chicos por cada chica que padecen este trastorno son
enviados a centros especializados. En el caso de los varones y las mujeres, éstos
duplican o triplican el número de ingresos en estos centros. En los niños el sesgo
(con respecto a los varones) puede reflejar parcialmente el mayor estigma que el
comportamiento del otro sexo supone para niños y niñas.
PREVALENCIA
No hay estudios epidemiológicos recientes que proporcionen datos sobre la
prevalencia de este trastorno. Los datos de los países más pequeños de Europa,
con acceso a las estadísticas de la población total, sugieren que 1 de cada 30.000
varones y 1 de cada 100.000 mujeres desean tratamiento quirúrgico.
CURSO
El inicio de las actividades y del interés por el otro sexo en los niños que son
enviados a centros especializados se presenta generalmente entre los 2 y los 4
años; algunos padres afirman que su hijo siempre ha presentado inclinaciones hacia
el otro sexo. Sólo un pequeño número de niños con este trastorno continuará
presentando síntomas que cumplan los criterios para el trastorno de la identidad
sexual en las etapas avanzadas de la adolescencia o en la vida adulta.
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Frecuentemente, se envía a los niños a centros especializados a la edad de ir a la
escuela, cuando los padres están preocupados porque lo que consideraban un
“período transitorio” no parece remitir. La mayoría de los niños con trastorno de la
identidad sexual muestran con el tiempo menos comportamientos típicos del otro
sexo, menos preocupación por parte de los padres y menos rechazo por parte de los
amigos. En las etapas avanzadas de la adolescencia o de la vida adulta
aproximadamente tres cuartas partes de los niños que han tenido una historia de
trastorno de la identidad sexual afirman tener una orientación homosexual o
bisexual, pero sin ningún trastorno de la identidad sexual concurrente. La mayor
parte del resto afirma ser heterosexual, también sin trastornos de la identidad sexual
concurrentes. Los porcentajes correspondientes a la orientación sexual de las niñas
no se conocen. Algunos adolescentes presentan una identificación más clara con el
otro sexo y solicitan cirugía de reasignación, o pueden continuar con confusión o
disforia sexuales de manera crónica.
En los varones adultos existen dos evoluciones diferentes en el trastorno de la
identidad sexual. El primero es una continuación de este trastorno, que se inició en
la niñez o en las primeras etapas de la adolescencia: son los individuos que se
encuentran en la última etapa de la adolescencia o en la edad adulta. En la segunda
forma los signos más evidentes de identificación del otro sexo aparecen más tarde y
de manera más gradual, con un cuadro clínico presente en las primeras etapas o en
las etapas intermedias de la vida adulta frecuentemente después de, o algunas
veces junto a, fetichismo travestista. El grupo de inicio más tardío puede fluctuar
más en el grado de identificación del otro sexo, mostrar mayor ambivalencia en
cuanto a la cirugía de reasignación, presentar una mayor probabilidad de sentir
atracción por las mujeres y una menor probabilidad de satisfacción después de la
cirugía reasignadora. Los varones con este trastorno que sienten atracción por otros
varones tienden a presentar, durante la adolescencia o las primeras etapas de la
vida adulta, antecedentes de disforia sexual. Por el contrario, quienes se sienten
atraídos por las mujeres, por los varones y las mujeres, o por ninguno de ellos,
tienden a ser detectados más tarde y a presentar antecedentes de fetichismo
travestista. Si el trastorno de la identidad sexual aparece en la etapa adulta, tiende a
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tener un curso crónico, aunque algunas veces se han observado remisiones
espontáneas.
DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
El trastorno de la identidad sexual puede diferenciarse del comportamiento de
disconformidad con el papel del propio sexo por la magnitud y la extensión de los
deseos, de los intereses y de las actividades propias del otro sexo. Este trastorno no
se refiere al comportamiento de disconformidad con el papel del propio sexo, como
por ejemplo, los comportamientos de “marimacho” en las niñas y de “afeminado” en
los niños. Por el contrario, el trastorno representa una profunda alteración del
sentido de identidad del individuo con respecto a la masculinización o a la
feminización. Al comportamiento de los niños que no se corresponde con el
estereotipo cultural de masculinidad o femineidad no debe asignársele el diagnóstico
de este trastorno a no ser que se dé todo el síndrome, con malestar y deterioro.
El fetichismo travestista aparece en varones heterosexuales (o bisexuales) para
quienes el comportamiento travestista tiene como finalidad la excitación sexual. A
parte del travestismo, la mayoría de los individuos con fetichismo travestista no
presentan una historia de comportamientos típicos del otro sexo durante la infancia.
Los varones con un cuadro clínico que cumpla todos los criterios para el trastorno de
la identidad sexual, así como para el fetichismo travestista, deben ser
diagnosticados de ambos trastornos. Si aparece disforia sexual en un individuo con
fetichismo travestista, pero no se cumplen todos los criterios para el trastorno de la
identidad sexual, puede usarse entonces la especificación con disforia sexual.
Puede usarse la categoría de trastorno de la identidad sexual no especificado para los individuos que tienen un problema de identidad sexual junto a una
enfermedad intersexual congénita concurrente (p. ej., síndrome de insensibilidad a
los andrógenos o hiperplasia suprarrenal congénita).
En la esquizofrenia rara vez hay ideas delirantes de pertenecer al otro sexo.
La insistencia por parte de un
individuo de ser del otro sexo no debe ser
considerada delirante, ya que lo que realmente se valora es el sentirse del otro sexo
y no la creencia de pertenecer a él. Sin embargo, en casos muy raros coexisten la
esquizofrenia y el trastorno de la identidad sexual.
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RELACIÓN CON LOS CRITERIOS DIAGNÓSTICOS DE INVESTIGACIÓN
DE LA CIE-10
La CIE-10 define tres trastornos diferentes:
Trastorno de la identidad sexual de la infancia,
Travestismo de rol doble y
Transexualismo;
en el DSM-IV, estas tres entidades están recogidas dentro de una misma
categoría, denominada
Trastorno de la identidad sexual.
● CRITERIOS PARA EL DIAGNÓSTICO DE F64.X
TRASTORNO DE LA IDENTIDAD SEXUAL (302.xx)
A.
Identificación acusada y persistente con el otro sexo (no sólo el deseo de
obtener las supuestas ventajas relacionadas con las costumbres culturales).
En los niños el trastorno se manifiesta por cuatro o más de los siguientes
rasgos:
(1) deseos repetidos de ser, o insistencia en que uno es, del otro sexo
(2) en los niños, preferencia por el travestismo o por simular vestimenta
femenina; en las niñas, insistencia en llevar puesta solamente ropa
masculina
(3) preferencias marcadas y persistentes por el papel del otro sexo o
fantasías referentes a pertenecer al otro sexo
(4) deseo intenso de participar en los juegos y en los pasatiempos propios del
otro sexo
(5) preferencia marcada por compañeros del otro sexo
En los adolescentes y adultos la alteración se manifiesta por síntomas tales
como un deseo firme de pertenecer al otro sexo, ser considerado como del
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otro sexo, un deseo de vivir o ser tratado como del otro sexo o la convicción
de experimentar las reacciones y las sensaciones típicas de otros sexos.
B.
Malestar persistente con el propio sexo o sentimiento de inadecuación con su
rol.
En los niños la alteración se manifiesta por cualquiera de los siguientes
rasgos: en los niños, sentimientos de que el pene o los testículos son horribles
o van a desaparecer, de que sería mejor no tener pene o aversión hacia los
juegos violentos y rechazo a los juguetes, juegos y actividades propios de los
niños; en las niñas, rechazo a orinar en posición sentada, sentimientos de
tener o de presentar en el futuro un pene, de no querer poseer pechos ni tener
la regla o aversión acentuada hacia la ropa femenina.
En los adolescentes y en los adultos la alteración se manifiesta por síntomas
como preocupación por eliminar las características sexuales primarias y
secundarias (p. ej., pedir tratamiento hormonal, quirúrgico u otros procedimientos para modificar físicamente los rasgos sexuales y de esta manera
parecerse al otro sexo) o creer que es ha nacido con el sexo equivocado.
C.
La alteración no coexiste con una enfermedad intersexual.
D.
La alteración provoca malestar clínicamente significativo o deterioro social,
laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.
● Criterios para el diagnóstico de F64.x Trastorno de la identidad sexual
(392.xx)
Codificar según la edad actual:
F64.2 Trastorno de la identidad sexual en niños (302.6)
F64.0 Trastorno de la identidad sexual en adolescentes o adultos
(302.85)
Codificar si (para individuos sexualmente maduros):
Con atracción sexual por los varones
Con atracción sexual por las mujeres
Con atracción sexual por ambos sexos
Sin atracción sexual por ninguno
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F64.9 Trastorno de la identidad sexual no especificado (302.6)
Esta categoría se incluye para codificar los trastornos de la identidad sexual que no
se clasifican como un trastorno de la identidad sexual específico. Los ejemplos
incluyen:
1.
Enfermedades intersexuales (p.ej., síndrome de insensibilidad a los
andrógenos o hiperplasia suprarrenal congénita) y disforia sexual
acompañante.
2.
Comportamiento travestista transitorio relacionado con el estrés.
3.
Preocupación persistente por la castración o la penectomía, sin deseo de
adquirir las características sexuales del otro sexo.
F52.9 Trastorno sexual no especificado (302.9)
Esta categoría se incluye para codificar los trastornos sexuales que no
cumplen los criterios para un trastorno sexual específico y que no constituyen una
disfunción sexual ni una parafilia.
Los ejemplos incluyen:
1.
Sensación profunda de inadecuación con respecto a la actitud sexual u
otros rasgos relacionados con los estándares autoimpuestos de masculinidad o femineidad.
2.
Malestar debido a un patrón de relaciones sexuales repetidas caracterizadas por sucesiones de amantes que constituyen solamente objetos
para ser usados.
3.
Malestar profundo y persistente en torno a la orientación sexual.
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Bibliografía:
NATIONAL CENTER FOR CLINICAL INFANT PROGRAMS. (1994).
“Diagnostic Classification: 0-3. Diagnostic Classification of Mental
Health and Developmental Disorders of Infancy and Early
Childhood”.
ZERO TO THREE. Arlington, 1995.
Traducción al español por Jorge Piatigorsky.
Asesoramiento Técnico de Juan Miguel Hoffmann.
“Clasificación Diagnóstica: 0-3”. Clasificación diagnóstica de la
salud mental y los desórdenes en el desarrollo de la infancia y la
niñez temprana.
1ª Edición, 1998. Editorial Paidós SAICF. Defensa 599, Buenos Aires –
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FRANCES, Allen; PINCUS, Harold Alan; FIRST, Michael B. (1994).
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Published by the American Psychiatric Association – Washington, DC.
Coordinador general de las ediciones española, francesa e italiana:
PICHOT, Pierre; LOPEZ-IBOR ALIÑO, Juan J.; VALEZ MIYAR, Manuel.
(1995).
“DSM – IV. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
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Masson, S.A. Avda. Príncipe de Asturias 20 – 08012 Barcelona –
España, p.44-49. p. 127. p.187-193.
AJURIAGUERRA, J. de y MARCELLI, D. (1982), “Abrégé de
Psicchopatologie de l´enfant”, Ed. Masson, S. A. París. Ed. española
“Manual de Psicopatología del niño”, E. Masson, Barcelona. Segunda
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STOLLER, R. J. (1991), “Pain and Passion. A Psychoanalyst
Explores the World of S. and M”. Plenum Press. Nueva York y
Londres. Ed. en castellano, “Dolor y Pasión. Un Psicoanalista explora
el mundo sadomasoquista.” Ed. Manantial. Avda. de Mayo 1365, 6°
piso, (1085) Buenos Aires, Argentina. 1998, p.55.
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DSM-IV (1995) Manual diagnostico y estadístico de los trastornos
mentales
Masson S.A Avda. Presidente de Asturias 20 – 08012 Barcelona España
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Desde la conceptualización de las Doctoras:
ANDREA MARQUEZ LÓPEZ MATO y
MAGALI GARRIGA
se toman las siguientes consideraciones:
INTRODUCCIÓN A LA DIFERENCIA ENTRE SEXO Y GÉNERO
Andrea Márquez Lo
López Mato
Es necesario aclarar la distinción entre sexo y género antes de abordar la
diferenciación entre los géneros en la normalidad y en las patologías. Estos dos
conceptos están muchas veces intercambiados, indiferenciados y usados como
sinónimos, aunque no sea esto del todo correcto.
El sexo involucra una diferencia biológica y el género, una diferencia cultural.
Así, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española divide los sexos en
dos: varón y mujer o macho y hembra. De esta manera, distingue a los organismos
individuales, según las funciones que realizan en los procesos de reproducción. Por
tal motivo, el sexo está presente en todos los niveles de organización biológica,
excepto en los virus. Ya en los niveles más simples, las bacterias intercambian un
cromosoma sencillo y largo que pasa desde el macho, o célula donante, a la
hembra, o célula receptora. En grupos más avanzados los seres multicelulares
tienen órganos especializados (gónadas) que producen células sexuales (gametos).
Las escuelas sociales, en cambio, se refieren al género como el conjunto de
valores, creencias, estereotipos y roles atribuidos a los seres sexuados. En
lingüística se aprecian tres géneros: masculino, femenino y neutro.
El término género proveniente del campo de la literatura se aplicó a partir de
los años 60 a la psicología y a la antropología.
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25
Es decir, que el sexo se refiere a los aspectos biológicos, es decir, “lo dado”, y
el género los factores culturales, es decir, “lo construido”. Ambos términos se
confunden frecuentemente ya que se coincide que al analizar el sexo en sus
múltiples vertientes se constata su enraizamiento en lo biológico, aunque
enmarcando su desarrollo en lo social.
Aclaremos aún más esta perspectiva dialéctica: el sexo, la identidad sexual,
está determinada biológicamente de forma muy precisa. Las anomalías en la
determinación biológica del sexo, también llamada diferenciación sexual, suelen
ocurrir en etapa muy precoz del desarrollo embrionario y dar lugar a patologías
llamadas genéricamente “ínter sexos”. Respecto al sexo psicológico, es decir, la
conciencia o percepción de pertenecer a un determinado sexo, ocurre a los 2,5 – 3
años y suele coincidir con el sexo anatómico. En cuanto a la orientación sexual, se
entiende como tal la preferencia sexual que se establece en la adolescencia
coincidiendo con la época en que se completa el desarrollo cerebral: preferencia
heterosexual (98 %) u homosexual (2 %).
Antes se consideraba que a cada sexo le correspondía por necesidades
biológicas funciones sociales, invariables a lo largo de la historia. De acá surgía la
justificación biológica y cultural de la subordinación de la mujer al hombre.
Resumiendo con otras palabras, primero, la biología determinaría los roles sociales y
segundo, a cada sexo le corresponde un rol intransferible.
Las diferencias sexuales determinaban en este caso los papeles culturales,
hasta el punto de que se consideraba que las funciones que ambos desarrollaban en
la sociedad no eran intercambiables sino que estaban irremediablemente unidas a la
genética y a la biología. Las funciones diferenciadas atribuidas a uno y otro sexo no
recibían la misma valoración. Al varón se le asignaban las funciones que
determinaban el curso de la sociedad, era así el que ostentaba el poder en el ámbito
público. Al hombre le correspondía dentro de lo público, la política, la economía, la
producción, el trabajo remunerado; a la mujer, que se desenvolvía en el ámbito
privado, se le asignaban las tareas relacionadas con la reproducción, crianza y
educación de los hijos y la economía doméstica, infravalorada socialmente. En
resumen, la dependencia de la mujer con respecto al varón iba unida a otros dos
presupuestos: exaltación de las diferencias, negando la igualdad y la identidad entre
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sexo biológico y las funciones sociales, actualmente denominadas funciones de
género. Este modelo se considera hoy a nivel teórico y jurídico como falso y
superado, aunque persiste en la práctica social; “sería el dualismo entendido como si
el varón fuese rescogitans, y la mujer tan sólo resextensa”.
Surge a raíz de las reivindicaciones de los primeros movimientos feministas
de los 60 el segundo modelo. Reclamaba la independencia de la mujer con respecto
al varón, entendiendo ahora su situación como la de igualdad sin diferencia. Ser
iguales significaba ocupar los lugares que en el mundo público sólo habían
pertenecido a los hombres, es decir, suplantarles, adoptando sus maneras, imitando
los modos masculinos, como se apreciaba incluso en la moda unisex. Se produce
así una paradoja: la mujer imita al hombre queriendo a su vez liberarse de lo
femenino. Con ese fin huye del mundo privado porque considera éste es la causa de
su esclavitud. Pone las esperanzas de su liberación en su incorporación al mundo
laboral, al mercado del trabajo. Por eso, parte de estas reivindicaciones se plantean
contra los varones, ellos son el enemigo. La igualdad se entiende en términos de
una equiparación varón-mujer en términos asimilacionistas. La mujer puede
identificarse con el varón porque se considera que no existe nada previamente dado
en su identidad, no hay ninguna diferencia entre varón y mujer, ni siquiera biológica.
Se defiende una identidad en las funciones sociales, todas son absolutamente
intercambiables, porque hombre y mujer son idénticos. La igualdad significa en este
caso homogeneidad. El resultado es que en realidad las mujeres no alcanzaron su
identidad sino que se asimilaron a un modelo masculino, que era inicialmente su
blanco de críticas, cayendo en un círculo vicioso. Para estas feministas, la guerra
entre los sexos es una guerra en contra de la naturaleza.
Hay un nuevo modelo sociológico, excepcionalmente interpretado por Carmen
Marcuello que, siguiendo dentro de una independencia de sexo y género, consiste
en dividir el género en cuatro especies: masculino, femenino, andrógino e
indiferenciado. De esta forma la masculinidad y la feminidad no aparecen en modo
alguno como los derivados naturales de la dicotomía sexual biológica. Esto hace que
con independencia del sexo, los individuos puedan vivirse y manifestarse como
andróginos, masculinos, femeninos o indiferenciados, sin que de ello haya de
inferirse a priori indicios de disfuncionalidad. Si parece acorde con la realidad hablar
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de
tareas
andróginas
o
indiferenciadas,
que
pueden
ser
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desarrolladas
indistintamente por el hombre o por la mujer, sin embargo no se puede afirmar que
existan identidades sexuales andróginas o neutras, ya que la persona es inseparable
de su cuerpo y por tanto, es un ser sexuado. Respecto a los hermafroditas, no se
trata en modo alguno de un tercer sexo. Los estados intersexuales se definen por la
existencia de contradicción de uno o más de los criterios morfológicos que definen el
sexo (estructura cromosómica, gónadas, genitales internos y externos, caracteres
sexuales secundarios); es decir, existen en estos individuos una patología en alguno
de los puntos de la cadena biológica que conduce a la diferenciación sexual.
El modelo más abarcativo, más moderno y más aplicable propugna la
interdependencia entre los distintos sexos; una igualdad en la diferencia. Reivindica
que los dos sexos deben estar simultáneamente presentes en el mundo de lo
privado y de lo público. A la vez reclama más presencia de la mujer en la vida
pública, considera igualmente necesaria una mayor presencia del varón en los
asuntos domésticos y en el mundo de la educación de los hijos. También el varón
tiene derecho a asumir unas tareas antes reservadas a las mujeres. En esta mutua
cooperación hay que distinguir en ambos ámbitos funciones intercambiables, es
decir que pueden ser realizadas indistintamente por personas de ambos sexos, y
que dependen sólo del aprendizaje, frente a otras funciones o roles que están
conectadas a una diferenciación biológica y que no son transferibles al otro sexo.
Los sexos siguen siendo necesariamente varón o mujer, pero las funciones
atribuidas
culturalmente
a
cada
sexo
pueden
ser
en
algunos
aspectos
intercambiables. En los fundamentos de este nuevo paradigma se recalca que,
aunque el género en alguna de sus dimensiones se fundamenten en el sexo
biológico, otras muchas de las funciones o del reparto de las tareas consideradas en
una época u otra propia de lo femenino o de lo masculino son algo absolutamente
aleatorio e intercambiable y que no tienen ninguna base biológica. Dependen en
este caso de los estereotipos formado por el grupo social, por las costumbres o por
la educación. Pero, por otra parte, según este modelo, como se acaba de indicar no
todo es absolutamente cultural. Reconoce la no identidad entre sexo y género, pero
añade también como necesario el reconocimiento de que no todos los hetereotipos
sociales atribuidos a los dos sexos son siempre indiferentes, sino que alguno de
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ellos tienen una mayor raigambre o base biológica, de manera que no son una mera
construcción cultural cambiable, sino que están inexorablemente unidos a la
diferenciación sexual; así, no es lo mismo ser padre que madre a la hora de educar
a los
hijos.
Los
dos
papeles
son insustituibles,
complementarios y no
intercambiables. Por lo tanto, tan perjudicial sería la desaparición de la figura de la
madre, como la carencia de la figura del padre. Este neoparadigma establece las
relaciones varón-mujer defendiendo la igualdad en todos los roles históricos y
culturales y asumiendo alguna diferencia en lo biológico.
Podríamos decir que si el sexo biológico es claramente uno y determinado,
cada sexo debe aprender parte de las cualidades del otro para desarrollar una
personalidad más completa y en definitiva más equilibrada. De ahí esa afirmación
famosa, aunque psicológica errada de que el ideal cultural es el andrógino. Es decir,
en los roles sociales cada sexo debe esforzarse por desarrollar las funciones de un
hemisferio del cerebro como del otro, aunque nazca con uno de ellos más
desarrollados, como lo afirma recientemente Kimura. Es así como se atribuye al
hemisferio derecho, que es el que la mujer tiene más desarrollado, la imaginación, la
creación y la intuición. Y al hemisferio izquierdo, que es el que el hombre tiene más
desarrollado, una actitud más racional y más reflexiva.
La cultura moderna se basa en valores masculinos, como el de la eficacia,
utilidad y racionalidad. La incorporación de la mujer a ámbitos de la sociedad en los
que hasta ahora ha estado ausente, como la política, puestos de dirección, etc.,
contribuirá a aportar a la sociedad valores femeninos equilibrando lo cuantitativo con
lo cualitativo, la competencia con la compasión, la eficiencia con el servicio, la
eficacia con la misericordia y un largo etcétera.
ASPECTOS NEUROBIOLÓGICOS DE LA DIFERENCIACIÓN SEXUAL
Las diferencias morfológicas y funcionales que existen entre hombres y mujeres se
inician con el establecimiento del género cromosómico, durante la fertilización,
seguido por la diferenciación gonadal, y finalmente, la manifestación durante la
pubertad del fenotipo masculina o femenino definitivo. Este es un proceso complejo
que resulta de la interacción entre el genoma y el ambiente y se lleva a cabo durante
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el desarrollo de cada individuo y culmina con la expresión del fenotipo, incluida la
conducta.
Un ovocito fecundado con un par de cromosomas X determinan el sexo
femenino. En la formación del blastocisto, uno de los dos cromosomas X es
inactivado de manera global en todas las células somáticas por acción del gen
XIST/Xist. Esta inactivación, posiblemente, permita igualar la cantidad de material
genético funcional presente en ambos géneros.
La combinación cromosómica del par sexual XX o XY dirige el desarrollo a
ovarios o testículos respectivamente. En un único momento de nuestra historia
embriológica hombres y mujeres fuimos idénticos, a este período se conoce con el
nombre de “período indiferente”, que se corresponde con los dos primeros meses de
gestación. En los últimos años se ha identificado el gen llamado SRY en la región I
del brazo corto del cromosoma Y, que tiene información para la síntesis de un factor
determinante del testículo (TDF). Este factor hace en la séptima semana de
gestación se inicie el proceso de masculinización del embrión humano activando en
cascada los genes que causan la transformación de las gónadas embrionarias
indiferenciadas en testículos fetales. Una vez que estos se han formado, comienzan
a segregar la hormona testosterona, que dirige el desarrollo del tracto urogenital y
los genitales masculinos al transformar las estructuras embrionarias conocidas como
conductos de Wolf y las prominencias labioescrotales. Además , las células de
Sertoli de ese testículo embrionario producen la hormona antimulleriana, que
destruye las estructuras embrionarias denominadas conductos de Müller a partir de
los cuales se generarían órganos femeninos tales como el útero, la vagina y las
trompas de Falopio, si del cromosoma Y no emanara las instrucciones del retroceso.
Durante bastante tiempo se pensó que el desarrollo femenino no estaba
determinado genéticamente, es decir que Eva sería sólo el no Adán. Se creía que la
diferenciación del cigoto hacia el tipo femenino era la forma espontánea, mientras
que el desarrollo masculino vendría a ser como una corrección de éste, debida a las
instrucciones escritas en los genes del cromosoma Y, sin embargo, datos recientes
han permitido saber que la diferenciación femenina no es una diferenciación por
defecto, sino que existe una vía embriogenética para el desarrollo del ovario,
paralela a la vía comentada para el desarrollo de los testículos. En 1994 se ha
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descripto la existencia de una región del cromosoma XODF, que favorece el
desarrollo del ovario e inhibe el desarrollo del testículo. Esta zona contendría los
genes de la feminidad, designado como Od o DSS. Una vez formado el ovario en el
embrión femenino, este comienza a sintetizar y segregar estrógenos que dirigen la
diferenciación del conducto de Müller y de las prominencias labioescrotales hacia los
órganos sexuales femeninos. Existen por tanto dos vías perfectamente diferenciadas
en el desarrollo sexual del embrión masculino o femenino.
Por otra parte la maduración de las células germinativas primordiales, en la
mujer comienza en el tercer mes de desarrollo y en el hombre se inicia en la
pubertad, dando origen a células maduras femeninas y masculinas. Ovogénesis y
espermatogénesis son dos procesos tan distintos que sólo nos cabe pensar que lo
único que tienen en común es que ocurren en la misma especie humana. Las
células germinativas masculina, en un principio redonda y voluminosa, pierde
prácticamente todo el citoplasma y adquiere cabeza, cuello y cola. La célula
femenina, por el contrario, se torna gradualmente mayor al aumentar el volumen del
citoplasma.
En el sistema nervioso central (SNC) las secreciones hormonales propias de
cada sexo en etapas tempranas del desarrollo embrionario son en gran parte la
causa de las diferencias que lo afectan, pudiéndolas situar en tres niveles:
diferencias estructurales celulares o sinápticas, diferencias en la organización
sináptica o dendrítica y diferencias en el volumen de grupos definidos de células.
Vayamos pues a los datos biológicos: tres laboratorios, Garski, Swaab y Le
Vay, han buscado núcleos con dimorfismo sexual en el hipotálamo humano. Los
trabajos de Le Vay son los más conocidos y ellos muestran que existe un conjunto
celular NIH3 (3er núcleo intersticial del hipotálamo) que triplica en los varones el
tamaño que presenta en las mujeres. En los homosexuales el NIH3 era por término
medio del mismo tamaño que en las mujeres.
A partir de los dos años de edad hay diferencias en el tamaño relativo del
cerebro. La región preóptica del hipotálamo (SDNPOA) es la estructura cerebral que
muestra un dimorfismo genérico más notorio, siendo el tamaño y la cantidad de
células en hombres jóvenes humanos el doble que en mujeres de las mismas
edades.
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A nivel hipotalámico también se encuentran diferencias entre ambos géneros.
El volumen del componente posteromedial que se tiñe de oscuro, del núcleo del
lecho de la estría terminalis (BNST-dspm), es dos veces y media mayor en hombres
que en mujeres y el subnúcleo del núcleo supraquiasmático, que contiene
vasopresina, es más esférico en hombres y más largo en mujeres, manteniendo
similitud en el volumen y número de células.
Las mujeres tienen un 33% más de fibras en cuerpo calloso y en la comisura
anterior. El cuerpo calloso de las mujeres comparativamente más grande que el de
los hombres y es el canal de información que conecta las áreas corticales de los dos
hemisferios. En el hemisferio cerebral derecho es más sensible emocionalmente y a
través del rico pool de neuronas interhemisféricas localizadas en el cuerpo calloso,
le puede pasar información al hemisferio cerebral izquierdo que es más analítico y
donde reside el lenguaje. Parece ser que el cuerpo calloso permite que las
emociones sean incorporadas a los proceso de habla y de pensamiento. Esto les
permite mayor nivel de asociación para utilizar ambos hemisferios al mismo tiempo.
Cuando se trata de realizar tareas mentales, incluyendo situaciones de peligro, la
mujer posee una condición innata que le permite utilizar ambos hemisferios
cerebrales simultáneamente configurando un patrón de funcionamiento que hace
que pueda involucrar en sus raciocinios una mayor área de pensamiento, lo cual se
puede interpretar como amplitud de visión de la vida. Es llamativo que los
homosexuales masculinos presentan también mayor comunicación interhemisférica
que el resto de sus congéneres. Tal vez, este hecho se deba a la suplementación
estrogénica que suelen realizarse durante toda la vida.
La comisura anterior también resulta ser más voluminosa, esto podría explicar
que parecen ser más conscientes de sus propias emociones y las de los demás. La
masa intermedia que conecta las dos mitades del tálamo, también es mayor en la
mujer. Cuando se pide a mujeres que piensen en algo triste generan más actividad
en el hemisferio emocional que los hombres. La pérdida de neuronas funcionalmente
activa de los lóbulos frontales y parietales en las mujeres, puede producir irritabilidad
y otros cambios de personalidad. Las mujeres tienden a perder más neuronas del
hipocampo y de las áreas parietales que tienen que ver con la memoria y
habilidades visoespaciales, de manera que es posible que tengan más dificultad
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para recordar cosas y para orientarse a medida que envejecen. El hombre, en
cambio, es más propenso a perder neuronas de los lóbulos frontales y temporales ye
su natural proceso de envejecimiento, estos lóbulos están comprometidos con el
pensamiento y los sentimientos.
El pensamiento masculino tiende a ser unihemisférico y dependiendo la
dominancia, sus procesos de pensamiento estarán marcados por la función del
hemisferio dominante. Teniendo en cuenta que el 93% de las veces son diestros, el
hemisferio dominante es el izquierdo a través del cual maneja procesos lógicos,
realiza inferencias analíticas y las deducciones siguen el modelo del pensamiento
lineal por flujograma, siguiéndose así al clásico patrón estímulo respuesta.
A las diferencias a nivel ultraestructural, sinaptogénico y morfológico se les
debe adicionar como se mencionara anteriormente la influencia del medio ambiente
determinando aspectos psicológicos y de comportamiento diferenciales.
Las principales diferencias cognoscitivas entre hombres y mujeres, al parecer,
se manifiestan más en patrones de actividad muy específicos, no demostrándose
diferencias significativas en lo que a coeficiente intelectual (CI) se refiere.
Los hombres, en promedio, realizan mejor algunas tareas de tipo espacial
como pruebas que requieren imaginar la rotación de un objeto o manipularlo de otra
manera. También superan a las mujeres en prueba de razonamiento matemático y
en realizar recorridos siguiendo una ruta determinada.
Por su parte, las mujeres tienen mayor velocidad perceptual, y mayor fluidez
verbal, se desempeñan mejor en tareas de cálculo matemático, recuerdan mejor los
detalles de una ruta determinada y son más veloces en la realización de algunos
trabajos manuales de precisión. También presentan mejor significación de la
expresión facial y reconocimiento de caras.
Estas diferencias, se encuentran en todas las culturas estudiadas y son el
resultado de exposición a andrógenos durante el desarrollo prenatal, pero también
varían con las fluctuaciones estacionales y diurnas de las hormonas sexuales. En la
mujer misma se observan diferencias entre las fases folicular con niveles elevados
de estrógenos, asociándose con una facilitación de la eficiencia articulatoria y motriz
fina y la etapa premenstrual o menstrual con niveles estrogénicos bajos, en la cual
se observan una facilitación de la habilidad espacial.
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Las mujeres sobrepasan a los hombres en la percepción de detalles
finos, en la comprensión del significado de la expresión facial, en el reconocimiento
de caras y en la identificación de las implicaciones afectivas del tono de voz. Todas
estas dependen, básicamente, de la actividad hemisférica del hemisferio derecho.
Ello no es motivo suficiente para aducir una diferencia funcional hemisférica, entre
los dos géneros, pero las diferencias cognoscitivas sugieren fuertemente que la
organización interhemisférica es diferente en cada género.
EL SIGNIFICADO PALEOHISTÓRICO DE LA DIFERENCIACIÓN
Estas diferencias biológicas y conductuales que fueron detalladas en ambos sexos
se observan desde los seres humanos primitivos. Allan y Bárbara Peace las
describen maravillosamente en sus libros de alto contenido tanto científico como
humorístico. Según su teoría, hombres y mujeres son diferentes y lo único que
tienen en común es pertenecer a la misma especie. Viven en mundos diferentes, con
diferentes valores que corresponden a normas divergentes.
Refieren que las “mujeres critican a los hombres por ser insensibles y
descuidados, por no escuchar, por no ser afectuosos o compasivos, por no
comunicarse, por no expresarles todo el amor que ellas necesitan, por no
comprometerse en las relaciones, por preferir el sexo a hacer el amor y por dejar la
tapa del inodoro levantada” y agregan que “los hombres critican a las mujeres por su
forma de conducir, por no entender la guía, por mirar los mapas al revés, por su falta
de sentido de orientación, por hablar demasiado sin ir al grano, por no tomar la
iniciativa en el sexo y por dejar baja la tapa del inodoro. Refutan que los hombres se
creen el sexo más sensato y las mujeres saben que lo son.”
Postulan que estas diferencias conductuales entre ambos géneros son porque
ambos han evolucionado de manera diferente y desde el inicio de su vida en común.
Los hombres, al principio de la historia, eran cazadores y las mujeres
recolectaban frutos. Los hombres protegían a la familia mientras que las mujeres
criaban a los niños. Sus cuerpos y sus mentes se fueron adaptando a esas
funciones. Así, el hombre ganó altura, fuerza, capacidad de enfrentar riesgos,
aprendió a aventurarse en un mundo hostil arriesgando su vida, cazando para traer
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alimentos, tuvo que desarrollar buena orientación para detectar peligros, para
defender a su familia de los animales y los enemigos.
Las mujeres, por su parte, también tenían un papel definido ya que
aseguraban la especie portando bebés. Para ello la mujer tuvo que aprender a
controlar los peligros cerca de la cueva, a ser capaz de percibir peligros cercanos
con buena orientación para el corto espacio, a percibir mínimos cambios gestuales
en la cría y a comunicarse con las otras mujeres para compartir la comida o los
cuidados. El hombre, en cambio, cazaba solo y no necesitaba comunicarse con su
mismo género salvo para competir. La supervivencia debió haber sido difícil pero los
roles estaban claros.
El cerebro de cazadores y recolectoras se desarrolló de modo totalmente
diferente. El cazador desarrolló más sentido de orientación, más sentido de cálculo,
más habilidad para la agresión y la defensa contra grandes peligros, más capacidad
de abstracción para pensar sin comunicarse, mayor capacidad matemática para
calcular distancias, mayor capacidad espacial para presentar en la mente formas y
movimientos.
La recolectora, por su parte, desarrolló más capacidad para comunicar
información y emociones a su cría y a sus congéneres, mayor capacidad para el
desarrollo en simultáneo, menor poder de abstracción, menor capacidad de
razonamiento matemático, mayor capacidad intuitiva, y por consecuencia mayor
capacidad para expresarse en arte y menor capacidad espacial. Respecto a esto
último bromea Bárbara Peace: “es normal que las mujeres no tengan demasiadas
habilidades espaciales porque, a parte de hombres, nunca han cazado nada más”.
Toda esta historia responde al hecho de que se fueran gestando
organizaciones cerebrales diferentes, como vimos al principio del capítulo. Hoy en
día podemos considerar al deporte como el sustituto de la caza y a los té con amigas
como sustitutos de la recolección de frutos.
En relación con el comportamiento sexual también se objetivaban diferencias.
El hombre debía fecundar rápido para continuar alerta y en defensa. La mujer debía
ser convencida de tener conductas de apareamiento, ya que no tiene estro como el
resto de los primates que la induzca a buscar intercambio sexual. Este punto es el
que más ha cambiado en los últimos años. Hoy hombres y mujeres tenemos, en la
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mayoría de nuestras organizaciones culturales y religiosas, los mismos derechos
sexuales. Los padres han aprendido a reconocerse como padres y ambos sexos
interpretan al acto sexual como un intercambio de ternura además de hormonas.
Pero se suscita en este tema un nuevo problema para la especie humana
moderna. El hombre nace, vive y muere con un tenor hormonal parecido. La mujer,
en cambio, está sometida a cambios hormonales vitales durante toda su vida
reproductiva. Y a depleciones hormonales importantes en su vida no reproductiva,
que ha pasado a ser casi 2/3 de su expectativa de vida.
DIFERENCIAS BIOLÓGICAS Y SOCIOCULTURALES ACTUALES
Como síntesis de lo dicho, destacamos que el hombre paleológicamente programado para cazar, guerrear, proteger y proveer los recursos materiales necesarios para
la subsistencia. Es decir que el cerebro masculino está determinado para intentar
resolver problemas. La mujer, por otra parte, está programada para parir, defender a
la prole y mantener la armonía. Es decir que el cerebro femenino fue programado
para nutrir, educar, proveer cariño y amor. Por este motivo, el hombre siempre
reclama atención hacia sus logros, en cambio la mujer solo reclama atención hacia
sí misma y su prole.
Desde entonces, las diferencias se acentúan y perduran en nuestros días por
más esfuerzos que hagamos en creernos con las mismas capacidades. Cerebros
femeninos y masculinos tienen funciones, habilidades y prioridades distintas con el
objeto de perpetuar la especie. Veremos que las mismas se mantienen actualmente
con el fin de poder perpetuarse en un trabajo.
La mujer, aún en la actualidad, tiene órganos sensoriales más organizados y
agudos, por el hecho de tener que escuchar, olfatear, mirar o lamer a su cría
cercana (los autores refieren a los que llamamos “intuición femenina” es la fina
apreciación de los detalles y cambios en la apariencia o en la conducta de los
demás). También la mujer distingue más colores por mayor presencia de
fotorreceptores en los conos retinianos (para los hombres durazno, salmón o limón
son sólo sustancias comestibles y no colores). También tiene más visión periférica
por tener más esclerótica que le otorga mayor movimiento ocular, lo que le permitiría
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observar más detalles en las comunicaciones cercanas (saber qué pasa cerca de o
a quién mira periféricamente nuestro cazador cazado). Los hombres tienen más
visión tubular, es decir aprecian mejor objetos a distancia anulando la interferencia
del campo periférico (esto era indispensable para focalizar correctamente una presa
lejana).
La mujer escucha sonidos más agudos (llanto de bebe) y gracias a la mayor
conexión interhemisférica es más hábil para descifrar e integrar señales verbales y
visuales. El hombre, sin embargo tiene mayor capacidad espacial para orientar de
dónde viene un ruido grave (movimiento de una presa).
Las mujeres son más sensibles al tacto ya que tienen piel más fina con más
sensores a dolor, temperatura y peso. La occitocina exclusivamente femenina hace
a los sensores de pequeños estímulos, (caricias) diez veces más sensibles para
contactar e interpretar mejor las necesidades de calor de la cría en brazos. El
hombre (para poder aventurarse entre espinas y malezas) desarrolló una piel cinco
veces más gruesa en la espalda y desarrolló menos sensores distribuidos a lo largo
de ella.
Las mujeres perciben más fácilmente el gusto dulce (frutos que cosechaban,
leche) que los salados o agrios (carne animal). El olfato parece ser igual en ambos
sexos salvo que se detecta una exacerbación olfatoria, sobre todo para ferohormonas en la ovulación femenina.
Más aún el sexto sentido o intuición femenina se corresponde con el hecho de
que las mujeres consideran mayor cantidad de variables de análisis a la hora de
comparar dos ideas para conocer y determinar sus relaciones. Tienen en cuenta un
mayor número de aspectos en la toma de decisiones. Sus procesos de pensamiento
siguen en general el patrón de funcionamiento circular lo cual le permite que
“enganchen” dentro de sus reflexiones un sinnúmero de variables que hace que sus
juicios sean cuidadosos, prolijos en detalle y garantizan una revisión minuciosa de
posibilidades.
Además de las diferencias básicas, es importante el hecho de que la mujer
tiene ciclación, es decir, está a merced de variaciones hormonales durante su etapa
reproductiva, esto hace que haya variaciones de conducta, humor, peso, apetito,
libido y temperatura en la fase folicular y luteal. El mejor modo de ejemplificar esto
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pertenece a la doctora Verónica Larach, quien dice que la mujer puede ser hada,
geisha o bruja según el día del ciclo menstrual que atraviesa. Nosotros creemos que
los cambios del estado de ánimo y del tipo de reacción según la ciclación sería la
defensa de la poligamia en la endogamia, ya que un hombre nunca adivinará (a
menos que haya aprendido a “oler” los cambios hormonales de su pareja) con qué
característica de su pareja se encontrará al regreso al hogar. Los hombres, en
cambio, tienen tenor hormonal constante, lo cual los hace tenaces, perseverantes y
demasiados predecibles.
Tal vez la mejor cita sobre el particular sea la de Helen Rowland quien
asegura que para toda mujer basta conocer a un solo hombre para entender a todos
los hombres y que, en cambio, un hombre nunca entenderá a ninguna mujer aunque
las conozca a todas.
Las diferencias más notables en la actualidad entre ambos sexos se ven en la
comunicación de cada género entre sí y con el otro. Sintetizaremos algunas de ellas:
De acuerdo con el doctor Simon Baron-Cohen del departamento de
Psicología Experimental en la Universidad de Cambridge, las mujeres superan a los
hombres en algunas tareas del lenguaje, muestran un ritmo más rápido del mismo,
tienen menos riesgo de disfasia durante el desarrollo. Las niñas tienen una mayor
aptitud par a los aprendizajes verbales y del tipo lingüístico. El porcentaje de niñas
con dificultad en el aprendizaje de la lecto-escritura es menor y aprenden a leer con
mayor facilidad. Las mujeres tienen mayor habilidad en tareas de lenguaje
comprensivo, expresivo y en creatividad verbal. Las tasas de maduración cerebral
son más rápidas en las mujeres, por ello poseen una mayor eficiencia en el lenguaje.
Obtienen mejores resultados en las pruebas de fluidez verbal, menor incidencia de
dislexia y de retraso en la adquisición del lenguaje.
La mujer produce de 6 a ocho mil palabras por día, siempre comunica
emociones con los hechos. Los hombres, en cambio, producen solo de dos a cuatro
mil palabras por día y comunican hechos básicos sin el conato emocional. Peace
ironiza esta situación al decir que cuando los hombres llegan a casa no les queda
nada por decir y las amas de casa casi no empezaron. Aclaremos que nosotros
defendemos el hecho de que es imprescindible comunicar emociones además de
ideas para que el mensaje despierte interés y sea mejor percibido por el receptor
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pero que es también imprescindible saber controlar las emociones y no que estas
nos controlen a nosotros.
La mujer es más intuitiva porque sabe leer el lenguaje preverbal y procesarlo.
El hombre entiende solo lo verbal. Lo gestual le parece accesorio. Tal vez por esto
siempre decimos que las mujeres mienten mejor cara a cara y los hombres mienten
mejor por teléfono.
Si hilamos más fino en este problema interaccional, podemos agregar,
siguiendo a Grey, que para el hombre no es un problema olvidarse de realizar o
comunicar las cosas pequeñas mientras se preste atención a las importantes,
mientras que para una mujer olvidar las cosas pequeñas o los detalles es un agravio
personal. Aclara este autor que para un hombre “podrías” es una pregunta y no una
petición; en cambio para una mujer “harías” es una orden y no una sugerencia.
Concluye que las mujeres que aprendieron a descifrar el lenguaje masculino son
mejores negociadoras. Son las que aprendieron a descifrara un “no” como a un “no”.
Tomando las diferencias comunicacionales desde una óptica más seria
hagamos notar que la mujer se comunica con una escala de cinco tonos, mientras el
hombre escucha solo dos y que la mujer percibe más sonidos agudos y el hombre
percibe más sonidos graves.
La comunicación no verbal, es decir, aquella mediada por el lenguaje gestual
y el contacto físico presenta aún más divergencias. Veamos los fundamentos
biológicos que lo sustentan. Si bien la piel tiene dos metros cuadrados con dos
millones ochocientos mil receptores para dolor y doscientos mil para temperatura en
ambos sexos, se diferencian en la posibilidad de captar caricias. Al respecto la
superficie total de faneras tiene quinientos mil receptores para censar caricias en la
mujer, que activan la secreción de ocitocina que conocemos como la hormona del
apego.
Estas diferencias de acción y comunicación se trasladan y traducen hoy en
día en las diversas maneras de afrontar las obligaciones y los derechos laborales en
ambos sexos.
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DIFERENCIAS DE GÉNERO EN LA ADOLESCENCIA
Magali Garriga
La adolescencia es una etapa del ciclo vital que se diferencia del resto por la
cantidad de cambios significativos que se producen, puede ser considerada como un
proceso cuyos límites temporales no pueden ser fijados estrictamente. Así, el fin de
la adolescencia e incipiente ingreso a la adultez dependerá de factores personales,
sociales, culturales y ambientales.
F. Dolto compara al adolescente con una langosta en época de muda, al no tener
más caparazón recibe todos los golpes, los cuáles van a dejar huella debajo de la
nueva piel. En efecto, el modo en que transite el/la adolescente por esta etapa
influirá en su vida adulta.
Mucho se ha escrito ya sobre la adolescencia, pues existen completos análisis
y detalladas caracterizaciones de la misma. Se suele hablar de lo que es típico,
como si se pudiera definir a partir de un grupo de características generalizadas en el
que no se tienen lo suficientemente en cuenta la diversidad de variables que pueden
atravesar a una persona en esta etapa de la vida, una de estas variables, quizás la
más básica es las diferencias entre sexos. En el presente texto se reflexionará sobre
las diferencias de género dentro de esta etapa desde el paradigma de la complejidad
y a partir de una mirada psicopedagógica.
Se abordará la adolescencia como fenómeno complejo dado que, como dice
Edgar Morin, todo lo que atañe al ser humano en este caso adolescente, es
multidimensional. Pues se encuentra influenciado por la historia familiar, la cultural,
lo socioeconómico, lo genético, la circunstancia geográfica y temporal y también la
incertidumbre. Todas estas variables interactúan con el género para influir en el
desarrollo. Si bien a continuación se detallarán ciertos aspectos del proceso
adolescente en el varón y en la mujer, la población adolescente es heterogénea y no
puede abarcarse en su totalidad, ya que equivaldría a caer en un reduccionismo. Por
lo tanto, todo el material expuesto a continuación tiene el propósito de ser más que
un compendio de información, una invitación a abrir nuevos espacios de
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cuestionamiento y comprensión de esta etapa que sin duda es una de las más
difíciles y maravillosas de la vida.
Por otro lado, ver al adolescente desde una mirada psicopedagógica quiere
decir verlo como sujeto de aprendizaje, que más allá de la educación formal y no
formal, debe aprender a vivir en un cuerpo distinto al habitual de la infancia, con
todas las transformaciones que se desencadenan en esta etapa de la vida y sus
implicancias psicológicas. Y este aprendizaje, al igual que todos los aprendizajes, se
da en una trama vincular, ya que se necesita de otros que den significaciones.
Los cambios fisiológicos
Ni el momento de inicio ni el de finalización de la adolescencia pueden ser
marcados con exactitud; empezaría alrededor de los 11, 12 años con la pubertad,
que consiste en una serie de cambios fisiológicos que finalizarán con la plena
maduración de los órganos sexuales, la capacidad para reproducirse y relacionarse
sexualmente. El ritmo del desarrollo del varón y la mujer en la adolescencia no es
parejo, hay similitudes y diferencias en el desarrollo tanto de los procesos
fisiológicos como psicológicos.
En ambos sexos, al iniciarse la pubertad se produce un incremento de la
secreción de determinadas hormonas activadoras de la glándula hipófisis, ubicada
debajo de la base del encéfalo. Dicho incremento de la producción hormonal se
debe a una señal proveniente del hipotálamo, pero para que esta señal se produzca
es necesario todo un proceso de maduración del hipotálamo.
La hormona del crecimiento produce una aceleración del mismo por lo que el
cuerpo alcanza en un par de años casi su altura y peso adulto.
Dicho crecimiento suele producirse antes en las mujeres que en los varones,
ellas también suelen madurar sexualmente antes que los varones.
El desarrollo sexual en las mujeres
A determinada edad el hipotálamo empieza a liberar cantidades considerables
de GnRH (hormona liberadora de gonadotropinas) que como su nombre lo indica.
Estimula la liberación de gonadotropinas por parte de la hipófisis, las mismas
(principalmente FSH) inducen a la maduración del folículo en el ovario, el cual
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produce cantidades crecientes de estrógenos. Al llegar a los 200 ng/dlt, se produce
un pico de LH que provoca la ovulación. Tras producirse la misma, la célula cambia
el perfil hormonal y empieza a producir progesterona (que sería la responsable de
llevar a cabo la implantación del embrión en caso de fecundación).
En las mujeres el inicio del desarrollo de los senos (telarca) suele ser la primer
señal de que la revolución hormonal ha comenzado. Simultáneamente crecen en
tamaño los ovarios, el útero, la vagina, los labios menores y el clítoris. Se produce
gradualmente un depósito de grasa en el monte de Venus y los labios mayores.
Otros cambios son la proliferación del endometrio, el cambio del epitelio cúbico
vaginal por estratificado, aumento de la actividad ciliar de las trompas, desarrollo del
estroma y conductos mamarios, aumento de la actividad osteoblástica, un cambio de
aspecto de la piel que se pone más blanda y tersa, aumento de los depósitos de
grasa (principalmente en nalgas, muslos y mamas). La menarca se produce
relativamente tarde en relación con todo el proceso de desarrollo. Luego del inicio de
la menstruación y por un período que dura aproximadamente un año, algunas chicas
no son fisiológicamente capaces de concebir.
Suele ser común que las nenas que maduran más temprano son más
introvertidas, equilibradas y menos sociables y expresivas.
El desarrollo sexual en los varones
Al igual que en las mujeres, el hipotálamo libera Ngr. Estimulando a su vez la
liberación de LH y FSH por parte de la hipófisis. Luego el desarrollo sexual en los
varones sigue otro camino, las gonadotropinas actúan a nivel testicular induciendo la
producción y secreción de testosterona en las células de Leydig y el inicio de la
espermatogénesis en las células de Sertoli. La testosterona es la hormona
encargada de que se produzca la maduración sexual en el varón.
La primera señal externa de que el proceso de maduración sexual ha
comenzado consiste en un aumento de la tasa de crecimiento de los testículos y el
escroto (la estructura en forma de saco que contiene a los testículos),
simultáneamente o poco después comienza el crecimiento del vello pubiano.
Aproximadamente un año más tarde se produce una aceleración en el aumento de
tamaño del pene. El vello corporal y facial comúnmente aparece tiempo después.
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Como consecuencia de los cambios hormonales, se desarrollan los caracteres
sexuales secundarios; la voz se hace más grave, en algunos chicos este cambio en
el tono de voz es brusco, mientras que en otros suele ser gradual y casi
imperceptible. El cambio de voz se debe a la hipertrofia de la mucosa laríngea. Otros
caracteres sexuales secundarios que aparecen en la adolescencia son: el aumento
del espesor de la piel y de la dureza del tejido subcutáneo, aumento de la secreción
sebácea (principalmente en la cara y espalda), aumento de la masa muscular,
anabolismo proteico, mayor espesor de la matriz ósea y retención de calcio,
estrechamiento y alargamiento de la pelvis, aumento del metabolismo basal.
En este período pueden ocasionarse erecciones involuntarias espontáneas o
en respuesta a algún estímulo visual, olfativo, auditivo, aunque éste sea mínimo,
pues debido al aumento de la libido, muchos varones en la adolescencia temprana
encuentran connotaciones sexuales a objetos y situaciones con mucha facilidad. Si
bien es común que los varones se sientan orgulloso de su naciente virilidad
frecuentemente les preocupa y molesta la falta de control sobre su propio cuerpo.
La primera eyaculación también puede convertirse en motivo de preocupación.
Suele ocurrir alrededor de los 14 años a través de la masturbación o de una emisión
nocturna (polución), aunque puede ocurrir entre los 11 y 16 años.
Mediante investigaciones se ha demostrado que los chicos que maduran
sexualmente a edades más tempranas son más equilibrados, responsables,
cautelosos y tienen mayor predisposición para aceptar leyes y rutinas. Mientras que
los que maduran más tarde suelen ser más inquietos y les cuesta más adaptarse a
las reglas.
Los cambios psicológicos
Si bien representa mucho más que eso, es válido explicar la adolescencia
como el período que necesita el ser humano, ya sea varón o mujer , para adaptarse
a la metamorfosis acontecida en la pubertad somática. Pues son tareas propias
del/la adolescente modificar su imagen corporal, aprender a aceptar y manejar este
nuevo cuerpo; asumir el despertar de las necesidades sexuales y reorganizar su
mundo emocional de acuerdo a todas estas modificaciones internas y externas.
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Aunque el pasaje por la adolescencia se caracteriza por la diversidad,
desorden y elasticidad, existe cierta secuencia ordenada en el desarrollo psicológico.
Peter Blos, desde una perspectiva psicoanalítica, ha estudiado esta etapa
centrándose en las similitudes y diferencias entre ambos sexos. Para ello dividió la
adolescencia en fases que pueden ser atravesadas con gran rapidez o no, cada fase
se caracteriza por: un conflicto central, una tarea que es necesario resolver para
pasar a la fase siguiente, posee conductas y defensas específicas, elección de
objetos e identificaciones particulares y diferencias entre ambos géneros.
El requisito para ingresar en la primer fase de la adolescencia es haber pasado
por el período de latencia (entre los 6 y 11 años; es el momento en que la sexualidad
queda “como adormecida”). Se ponen en marcha mecanismos psíquicos
fundamentales como ser la sublimación e inhibición que pueden transformar la
energía sexual en energía afectiva, intelectual, la cuál es utilizada para los
aprendizajes escolares, social, artística o espiritual. Pero también es el período
donde más puede actuar la represión. De que sea la represión o la sublimación la
que predomine en este período va a depender en gran parte la sexualidad adulta.
Los logros del período de latencia son: ampliación de los mecanismos de defensa,
desarrollo del juicio, estabilización de sentimientos, control de la motricidad, y
efectiva capacidad de síntesis del yo.
Alrededor de los 11 años y debido a los cambios fisiológicos que se empiezan
a producir en su cuerpo, el niño o la niña abandonan progresivamente la infancia
para entrar en el mundo adolescente.
1. PREADOLESCENCIA
La primera fase es la preadolescencia, esta es la fase en que más
significativas son las diferencias entre ambos sexos.
LA PREADOLESCENCIA EN LA MUJER
Es esperable que en esta fase las chicas nieguen su femineidad y actúen
como “marimachos”, pues el conflicto central de esta fase para ellas es la envidia al
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pene. Además la identificación temporal con una imagen masculina le permite evitar
de tomar como objeto amoroso a la madre preedípica.
A diferencia del varón, se inclinan claramente hacia la heterosexualidad, no
obstante no son femeninas sino que tienen una actitud agresora hacia el sexo
opuesto. Se habla de una pseudoheterosexualidad, que es el resultado de la lucha
permanente contra la homosexualidad (fijación en la madre preedípica). También es
diferente la relación con la pregenitalidad, mientras que en los varones resurge, ellas
la reprimen.
Las chicas mantienen una relación más intensa con su madre que el varón,
todos los cambios que se producen en su realidad la hacen regresar a la madre con
demandas infantiles de amor, al mismo tiempo y paradójicamente su lucha por
liberarse de ella es constante. Si este intento de liberarse de la madre fracasa o es
muy pobre puede entorpecer el futuro crecimiento psicológico y dejar una huella
infantil en la personalidad de la mujer.
Es habitual que en esta etapa aparezcan los secretos entre chicas.
La resolución sana de esta etapa consistiría en una clara orientación hacia la
heterosexualidad y la represión de la sexualidad infantil. Mientras que una resolución
patológica llevaría a la prostitución dado que no hay represión, al infantilismo por la
no resolución del vínculo con la madre, a la homosexualidad por fijación en la madre
preedípica o a la delincuencia.
La preadolescencia en el varón
En el varón el resurgimiento de la pregenitalidad marca la finalización del
período de latencia, se observan actitudes sádicas, aumento difuso de la motilidad,
voracidad, lenguaje obsceno, rechazo de la limpieza, y juegos fálicos y
exhibicionistas.
Para controlar este incremento pulsional, debe recurrir a nuevas defensas:
represión, formación reactiva, desplazamiento. Hay una lucha interna entre la
gratificación instintiva de las pulsiones y la moral. Y como estas defensas no le son
suficientes a veces aparecen síntomas transitorios como ser fobias, miedos o tics
nerviosos.
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Peter Blos dice que el conflicto central de esta fase en el varón es el
resurgimiento de la pregenitalidad, el miedo a la castración por parte de la madre
todopoderosa y omnipotente de la fase preedípica y atribuye a este miedo lal
conducta de alejarse y evitar a las mujeres. Suele atacarlas y ser hostil con ellas.
En esta fase es muy importante la presencia del grupo de pares. Al inicio de la
adolescencia, los varones suelen apartarse de las nenas; es común que se
organicen en grupos separados por la diferencia de sexo. En el grupo el varón
socializa su culpa o la proyecta en un líder. Además el grupo le sirve para calmar su
angustia de castración, pues utiliza la homosexualidad como defensa.
Es típico de esta etapa el interés por las colecciones (latitas de cerveza,
revistas, postres) y los “chistes verdes”, especialmente relacionados a la eliminación.
La resolución sana de esta fase de la adolescencia, que le permitirá la entrada en la
siguiente, abarcaría la dominación del componente agresivo de la pulsión sexual, la
aceptación de la madre no fálica (es decir no todopoderosa y omnipotente) y la
consiguiente inclinación hacia el sexo opuesto, realizando así el pasaje hacia la
genitalidad e identificándose con la figura paterna.
Una resolución patológica de esta fase llevaría a la homosexualidad por temor
a la madre arcaica (temor que se refleja hacia las mujeres en general), también
podría llevar a la delincuencia reemplazando la exteriorización genital por acciones
simbólicas. Según el enfoque psicoanalítico, una resolución fallida de esta fase
(sumada a otros factores) también puede llevar a la psicosis, debido a la
perseveración en el nivel regresivo.
2- ADOLESCENCIA TEMPRANA
En esta fase el varón se encamina hacia el desarrollo masculino y femenino
gracias a la maduración puberal que le permite abandonar la regresión preadolescente.
Ambos sexos se caracterizan por la búsqueda de objetos libidinales extrafamiliares,
a algunos jóvenes los sentimientos de angustia, soledad, y depresión típicos de esta
fase los llevan a búsquedas compulsivas de objetos de amor. Ello, mas la necesidad
de sentirse aceptados, explicaría muchas conductas adolescentes (por ejemplo) la
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necesidad de muchos adolescentes de transar con más de un/a compañero/a por
noche).
En dicha búsqueda intensa de nuevos objetos y el intento de transición hacia la
heterosexualidad, los varones entablan una relación de amistad muy estrecha con
otro varon de su misma edad, dicha amistad estará atravesada por la idealización y
el erotismo. La elección de este amigo se realiza desde el narcisismo, elige a quien
posee características que el quisiera tener y en la amistad las hace propias y de ese
modo da lugar a la formación del ideal del yo.
Estas relaciones tan intensas entre amigos del mismo sexo o bien se rompen
abruptamente debido a los sentimientos eróticos que las acompañan y al crecimiento
del temor homosexual; o bien pierden su significación y se vuelves amistades
ordinarias cuando el ideal del yo se internaliza he independiza de quien lo
representaba en el mundo externo.
Si bien el desarrollo de la mujer en la adolescencia temprana no es muy diferente al
del varón, la amistad para ella tiene características distintas. Pues es común que se
relacione con otra mujer un poco mayor que ella y la idealice y desee obtener
atención y afecto de ella.
Para ambos sexos esta es una fase de transición hacia la heterosexualidad y
exogamia, gradualmente se van independizando de lo familiar y se instaura el ideal
del yo.
En esta fase, y como parte de la problemática edípica, las nenas suelen buscar
al padre desde la seducción y o la agresión. Le corresponde al padre en este
momento marcar los limites de este juego de seducción, pero manteniendo siempre
una actitud atenta y tierna. Cuando es la hija la que debe marcar los limites del
acercamiento, la resolución de Edipo se verá perturbada y ello se reflejará en su
posterior vida amorosa. Los varones inconscientemente siguen viendo a su madre
como una mujer deseable y se defienden de ello con una actitud fría y retraída.
Las resoluciones patológicas de esta etapa serían: Una adolescencia
prolongada, fijaciones, perversiones, sobre adaptación y/o homosexualidad.
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3- ADOLESCENCIA MEDIA O PROPIAMENTE DICHA
Esta es una etapa de intensa vida emocional; el hallazgo de un objeto
heterosexual se hace posible gracias al abandono de la posición bisexual.
Lentamente, en ambos sexos se va desarrollando la capacidad para un amor
heterosexual para el hallazgo de objetos de amor y de odio fuera de la familia. Se
produce la formación de la identidad sexual lo cual lleva a una sobrevaloración de sí
mismo y al aumento de la autoestima. Este incremento narcisista es transitorio y se
debe a la descatexia de las representaciones internas de las figuras parentales,
pues los ve como ídolos caídos, por lo que tiende a aislarse dentro de su propio
hogar, a adoptar una postura rebelde y desafiante contra la autoridad a la que
permanentemente burla y cuestiona.
Ante el riesgo de quedar atrapado en su propio narcisismo, el y la adolescente
recurren a enamoramientos a primera vista, y a mantener ciertas amistades que le
permiten fortalecer el yo empobrecido por la descatexis de las representaciones de
lo padres.
Es usual que el o la adolescente se enamore profundamente de alguien que no
puede corresponderle o que la relación sea muy breve. Estas relaciones, al fracasar,
llevan en ocasiones a grandes sufrimientos. En algunos casos la persona amada es
objeto de tanta idealización que el adolescente no encuentra el modo de llamarle la
atención, pues encuentra tan idealizado que se siente muy inferior a el o a ella. De
este modo revive la situación edípica sufriendo en silencio lo que no es capaz de
expresar. También puede suceder que le manifieste sus sentimientos al otro u otra y
deba soportar un rechazo; frente a ello puede sentirse culpable por amar a alguien
que no le corresponde, deprimirse, tomar una actitud hostil con la persona amada y
su entorno o contra si mismo, o bien valorarse, reconstruirse y buscar un nuevo ser
amado que le corresponda. El camino que tome va a depender en gran medida de
sus experiencias infantiles y del modo en que halla resuelto el conflicto edípico en la
primera infancia.
En esta fase hay un aumento de la actividad creadora y de la fantasía, así
como también de la necesidad de amor y la sensibilidad.
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Entre las chicas, más frecuentemente que entre los chicos, adquiere
importancia el diario íntimo (actualmente dejo de ser el diario con candado y llave
para pasar a ser una agenda llena de graffitis, recuerdos, sentimientos, etc. que
reflejan el mundo subjetivo de su dueña). Dicho diario o agenda sirve para llenar el
vació emocional, vendría a ser un objeto transicional, entre la fantasía y la realidad,
entre el pasado recientemente abandonado y el futuro próximo. Escribir le sirve para
frenar la actuación y para comunicar los sentimientos que acompañan los cambios
físicos y emocionales. Pero además, el diario o agenda tiene como función servir al
proceso de identificación y proporcionarle a la joven un mayor conocimiento de su
vida interna que influirá en su relación con el mundo externo y en el proceso de
síntesis entre ambos.
Otras características de esta etapa son: El interés por el sexo opuesto,
fluctuaciones entre los extremos (amor-odio), ambivalencia, ciertas variaciones en la
memoria y control motor, también en construcciones psíquicas como el superyo que
se reorganiza, modificaciones en la imagen corporal, interés por diferentes
actividades grupales, lo cual les sirve para identificarse y ensayar distintos roles.
Aparece cierta debilidad del yo causada por la intensificación de las pulsiones
y por el rechazo del apoyo yoico de los padres.
En esta fase se espera el desprendimiento de los lazos de dependencia
familiar y de los objetos infantiles para ingresar en el mundo adulto. También en esta
fase se espera que la autoestima ya no dependa del exterior, hasta ahora se
encontraba mas vulnerable a las influencias del ambiente, a partir de este momento
se pone en juego el concepto ya internalizado de si mismo.
Los temas centrales de la adolescencia media son la revivencia del complejo
de Edipo y la desconexión de los primeros objetos de amor. Como consecuencia
aparecen dos estados afectivos: El duelo y el estar enamorado que encierra en si el
sentimiento de estar completo, el de abandono, y la experiencia de amor tierno
(paso previo a la experimentación heterosexual). Este enamoramiento puede ser
descrito por la preocupación de cuidar del otro, por el deseo de pertenecerse el uno
al otro, aunque sea platónicamente. Ello se da también gracias al abandono de la
autosuficiencia y autoerotismo.
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Aparece la primera elección de pareja heterosexual, que se caracteriza por
tener algún parecido con el padre del sexo opuesto o por alguna diferencia muy
chocante.
En esta etapa la pareja es tomada como algo del orden de lo sagrado, más que
como fuente de placer sexual. Puede decirse que los primeros amores no son
relaciones maduras sino más bien intentos de desplazamientos. No obstante, la vida
emocional comienza a ser más profunda e intensa.
En este período, pueden aparecer conductas homosexuales en ambos sexos.
En las chicas, la elección homosexual se ve favorecida por la envidia de pene que
lleva a la chica a actuar como un varón delante de la otras chicas y por la fijación
temprana a la madre que además la llevará a ser dependiente y muy obediente.
En lo varones la tendencia homosexual se puede deber a:

Miedo a la vagina como órgano devorador y castrante.

Identificación con la madre,

Inhibición, ya que compara a todas las mujeres con su madre.
En esta fase aparecen ciertas defensas típicas de la adolescencia: El
ascetismo, la intelectaulizacion, el desplazamiento, con la reversión del afecto y el
uniformismo que condensa la identificación, la negación y el aislamiento.
Otra característica propia de este periodo es la construcción de sistemas y teorías,
dado que empieza a pensar en el futuro.
La resolución patológica de esta fase de la adolescencia lleva a dificultades de
aprendizaje, falta de objetivos, acting out, conducta negativista, rechazo total de la
familia y el pasado. Otras formas de resolución patológica que se dan más
frecuentemente en las mujeres son la anorexia y bulimia; a causa de alteraciones en
la imagen corporal y del rechazo a sufrir pasivamente los cambios que se producen
en su cuerpo, éstas adolescentes buscan dominar su cuerpo para dejar de ver en el
espejo los signos de la incipiente feminidad.
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4- ADOLESCENCIA TARDÍA
Esta última fase tiene como función consolidar la personalidad. Se observa en
ambos sexos aumento de la planificación a futuro y del conocimiento de los pasos a
seguir para llevar a cabo sus metas (suele coincidir con el momento de la elección
vocacional-ocupacional). Hay una mayor integración social, aumento de la
predictibilidad de sus propias conductas y las del medio que lo rodea. Se produce
una estabilización de las funciones e intereses yoicos y se asume la identidad sexual
de forma irreversible. La autoestima ya no solo no depende mas del medio
circundante, sino de los éxitos o fracasos que obtenga de sus acciones, ello se
debe a la consolidación del ideal del yo, el carácter y la personalidad.
Es importante aclarar que si bien esta es una etapa de consolidación de
transformaciones, estas solo son parciales y son esperables ciertas “crisis de
identidad”.
Bajo la mirada psicoanalítica así como el superyo es el heredero del complejo
de Edipo, el Self vendría a ser el heredero de la adolescencia. Se denomina bajo el
nombre de Self a la estructura que integra las identificaciones que conforman el Yo,
el Superyo y el Ideal del yo.
En esta fase se completa la relación sexual heterosexual, estos primeros actos
sexuales se caracterizan por ser “de aprendizaje”, mas bien exploratorios de la
genitalidad, cuyas características difieren de la actividad sexual del adulto mas
cargada de placeres y responsabilidades.
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LA ADOLESCENCIA DESDE UNA MIRADA SOCIOLÓGICA.
Así como hay diferencias biológicas y psicológicas entre chicos y chicas en la
pubertad, también están las diferencias por sexo construidas socialmente. Las
sociedades siempre se han interesado en construir patrones sexuales para sus
habitantes.
Es necesario aclarar que la influencia de la sociedad en la construcción “del
ser varón” o “ser mujer” no aparece repentinamente en la adolescencia o que en la
actualidad, gracias a los avances tecnológicos, esta presente desde antes de que el
sujeto nazca; pues empieza en el momento en que la ecografía anuncia a los padres
el sexo del futuro bebé. La respuesta social frente a la forma de los genitales es casi
universal y configura la conducta del niño/a respecto al género. El bebé al nacer
obviamente no sabe cual es su identidad sexual; a este cachorro humano la
sociedad, representada principalmente en la figura de los padres, es la que lo
introducirá en el camino de ser persona y le otorgará una identidad. La asignación
social de un sexo es un proceso que se da desde antes del momento del nacimiento
a lo largo de toda la crianza. A través de lo cotidiano se enfrenta directamente al
niño o niña a su condición de ser varón o nena (se regalan autitos o muñecas,
acompaña al papá al taller mecánico o a la mamá a hacer compras) se estima que el
periodo que va desde los 18 meses hasta los 4 años es de vital importancia para el
desarrollo de la identidad de género. Muchas veces la identidad sexual futura se ve
marcada por la ambigua o equivoca transmisión de señales adecuadas a su sexo.
Dado que los niños aprenden identificándose con personas de su mismo sexo y
complementándose con personas del sexo contrario, es aconsejable que lo
específicamente masculino sea presentado por hombres o varones y lo
específicamente femenino por mujeres o niñas. Pasados los 4 años de edad la
diferenciación sexual desde lo social se va dando progresivamente hasta llegar al
desencadenamiento de la maduración sexual en la pubertad donde empieza toda la
serie de cambios.
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Si bien hay diferencias culturales y locales, las similitudes que pueden
encontrarse entre culturas permiten realizar algunas teorizaciones especificas de
género sobre el desarrollo psicosocial en la adolescencia.
CEREBRO, INTELIGENCIA Y DIFERENCIA DE GÉNERO
Durante la adolescencia, la capacidad para entender problemas complejos se
desarrolla gradualmente dado que empieza a desarrollarse la lógica, el desarrollo de
dicha capacidad depende directamente del contexto sociocultural, en especial de la
educación recibida y los aprendizajes anteriores. Lo esperable es que en esta etapa
se alcance el pensamiento abstracto e hipotético deductivo, es decir que ante una
situación elabore diferentes explicaciones que después comprobará si se confirman
o refutan. Para comprobar la hipótesis requiere del pensamiento deductivo
(capacidad de comprobar sistemáticamente las hipótesis establecidas luego de un
proceso de selección y análisis de las mismas). No obstante, que un sujeto alcance
este tipo de pensamiento no significa que lo utilice en todo momento.
La escuela de Ginebra llama a esta etapa “Periodo de pensamiento formal”
cuyas características principales son: 1- La apertura al mundo de lo posible, 2- El
pensamiento lógico (ya no necesita basarse en datos concretos) 3- El pensamiento
egocéntrico (sobrevalora su capacidad de abstraer recientemente conquistada,
creyendo que el mundo deberá adaptarse a sus ideas y no las ideas a la realidad).
Es típico que en esta etapa tanto varones como mujeres pasen largos periodos
de tiempo reflexionando, pues ahora pueden pensar mas allá de la acción en curso
apoyándose sobre proposiciones e ideas. La evolución del pensamiento junto con
los otros cambios propios de la adolescencia se dan de manera espiralada.
En EE.UU. se comprobó que mientras los varones sacaban mejores notas en
matemáticas y ciencias, las chicas lo hacían en escritura y lectura. Ello implica que
las sociedades occidentales imponen un modelo socio cultural a la realidad
neurobiológica. Anatómicamente los hombres tienen el hemisferio derecho del
cerebro mas desarrollado que el izquierdo, con frecuencia la lateralidad es mas
pronunciada en ellos y poseen buen sentido espacial, generalmente reaccionan
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rápidamente y son mas agresivos, Las mujeres por el contrario, presentan el
hemisferio izquierdo mas desarrollado, su cerebro es mas liviano y simétrico que el
del varones, el cuerpo calloso es mas ancho por lo que la conexión entre hemisferios
es mayor; como consecuencia de ello se encuentran menos lateralizadas ( a veces
las dificultades para reconocer su derecha o izquierda persisten en la adolescencia y
se mantienen a lo largo de toda la vida), tiene mayor facilidad de palabra, menor
agresividad y pueden utilizar de modo mas integrado sus capacidadades. Por lo que
se esperaría entonces que los varones sean mas intuitivos, imaginativos, tengan
mayor poder de síntesis y actitud para la escritura que las mujeres; y que ellas se
destaquen en el campo de las matemáticas, lógica y tecnología. Pero la educación y
las
leyes culturales actúan sobre esta realidad y la invierten: Las nenas que
anatómicamente tienen más desarrollado el hemisferio izquierdo del cerebro son
educadas para utilizar el hemisferio derecho; los varones que anatómicamente
tienen más desarrollado el hemisferio derecho son educados para utilizar el
hemisferio izquierdo. Pues más allá de lo constitutivo, el entorno, los mandatos
culturales que lo rigen y su estimulación, tienen una importancia decisiva en el
desarrollo de las distintas capacidades.
BIBLIOGRAFÍA:
MARQUEZ LOPEZ MATO, Andrea; VIEITEZ, Alejandra; BORDALEJO,
Daniela (comp.); CARRERA, Jose Luis; CAVAGNA, Nora Susana; DIAZ,
Laura Gabriela; GARRIGA, Magali; LOPEZ-MATO, Omar; PURICELLI,
Martin; ROMANELLA, Juan; SCARFÓ, Sebastián; SOBRAL, Fabio;
VICENTE, Silvana. (2004) Afrodita, Apolo y Esculapio. Diferencias de
Género en Salud y Enfermedad.
Editorial Polemos, Moreno 1785 Piso 5 – Buenos Aires Argentina
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Por ultimo volcamos en este trabajo el pensamiento de la
Dra. Emilce Dio Bleichmar
en las siguientes temáticas:
EL GÉNERO DEL YO
Un aspecto central del sí mismo o del yo, en tanto representación subjetiva se haya
constituida desde su inicio en torno a la diferencia entre hombres y mujeres. “No
existe un yo vivencialmente neutro, como sucede en el lenguaje, todo yo o sí mismo
es o femenino o masculino, y esto es lo que se denomina género, un atributo de la
identidad”. (Dio Bleichmar, 1985-1997). Siempre se ha considerado que la identidad
surge y se basa en la diferencia sexual y que el sentido del sí mismo del niño se
estructura en torno al reconocimiento de los órganos sexuales. Casi un siglo de
psicoanálisis ha consolidado esta idea sobre la equivalencia entre sexualidad
femenina y masculina e identidad femenina y masculina, equivalencia que ha
conducido a callejones teóricos sin salida cuando es necesario entender los casos
de homosexualidad masculina misógina, o de relaciones lesbianas en las que ambas
mujeres conservan intacta su feminidad, mientras que otras mujeres heterosexuales
pueden funcionar como verdaderos hombres en la vida.
Veamos el origen y la estructuración del género en la infancia lo que ilustra de
manera ejemplar otro aspecto del proceso de constitución de la subjetividad a partir
del otro. El género es una categoría compleja y múltiplemente articulada que
comprende: 1º, la atribución y asignación del género; 2º) el núcleo de la identidad de
género y 3º el rol de género.
Atribución de género
En primer lugar se basa en una atribución de expectativas y en dimorfismos
de respuestas que hacen los adultos ante el cuerpo del recién nacido que Money
considera que es uno de los aspectos más universales de interacción social humana
(1982). Desde el momento en que los padres saben que es una niña o un niño, esta
información pone en movimiento una cadena de respuestas dimorfas, comenzando
por los colores rosa y celeste de la ropa del bebé y la cuna, el uso de pronombres y
la elección de los nombres, los proyectos de futuro: si es una niña, será la
compañera de la madre en su vejez; si es un niño un socio en la compañía, etc. Es
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decir, aspectos todos que no tienen que ver para nada ni con los órganos genitales
ni con la sexualidad del futuro sujeto. Lo que llamó poderosamente la atención de
Money, investigador interesado en los casos de transexualismo, es que en algunos
casos de ciertas patologías congénitas, como el síndrome adrenogenital, niños
nacidos con una morfolgía externa de sus genitales que había hecho suponer que
eran varones, posteriormente al descubrirse el error y ser asignados como niñas,
seguían siendo tratados por sus padres como varones. Tampoco los mismos niños
deseaban el cambio. Lo mismo pudo comprobar en el caso inverso: varones
biológicos criados como niñas. A partir de estos hechos John Money reflexiona
sobre el poder de la creencia, de la palabra, del deseo de los otros en la constitución
de la identidad, por lo cual un sujeto asume aspectos masculinos o femeninos. Los
padres pueden aguardar nueve meses para saber el sexo de la criatura, pero desde
el momento en que se prende la luz rosa o celeste, se inicia un movimiento de
construcción de la identidad de ese cuerpo a través del lenguaje, las actitudes, las
expectativas, los deseos y las fantasías que será transmitido de persona a persona
para abarcar todo el contexto humano con el que el individuo se encuentra día tras
día, desde el nacimiento hasta la muerte.
Este fenómeno humano condujo a Money a reflexionar sobre el poder
desviante, modelador, creador de sentido, de identidad, que la experiencia humana
temprana postnatal puede tener sobre el equipo biológico. Los padres, a través de
sus fantasmas, de sus creencias y de sus convicciones, eran capaces de generar
una identidad contraria a la anatómica, pero que se revelaba de igual o mayor poder
que la misma. Esto lo condujo al concepto de “género”, a un término utilizado para
diferenciar de forma dicotómica las palabras, ya que la identidad de ser varón o niña
queda constituida a través de un sistema simbólico. De manera que “género” es un
término que inicialmente pertenecía como concepto únicamente a la gramática, de
allí fue importado por Money a la medicina y a la psiquiatría para dar cuenta del
proceso de adjudicación de significado, complejo y multifocal, conciente e inconciente, efectuado por los adultos en la codificación del cuerpo. Con posterioridad este
concepto se extiende muy rápidamente a diversas ciencias sociales.
¿Es el género una categoría sociológica, antropológica? No en su origen;
esta no fue ni la idea de Money ni las experiencias a partir de las cuales tal concepto
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surgió, pero efectivamente al trasladarse a otros campos semánticos y ser utilizados
bajo mitologías de análisis pertinentes a esas disciplinas científicas el concepto se
transforma. Esto es lo que ha ocurrido con el género, se ha confundido la asimilación
y el amplio uso que se ha hecho de este concepto en ciencias sociales con el
concepto en sí mismo, que ni por su origen ni por su naturaleza es exterior al
individuo y a su subjetividad, sino todo lo contrario. Se trata de una noción
eminentemente psicológica, hasta tal punto que surge en la década de 1950
indisolublemente ligado a la identidad en tanto identidad de género. Money insiste en
describir un sistema de relaciones cara a cara, de los padres y familiares cercanos
con la cría humana durante los dos o tres primeros años de vida; a partir de tal tipo
de relaciones, a la que los psicoanalistas llamamos sin duda intersubjetiva, el
sentimiento íntimo de ser varón o niña se instituye en el psiquismo. A este
sentimiento Money lo denominará identidad de género, saberse varón o niña,
sentimiento estructurado por identificación al igual o complementación con el
diferente, proceso a su vez circular del niño con sus padres y hermanos o familiares
y de éstos hacia el niños.
Lo que Money quiere remarcar es que los múltiples
factores prenatales implicados en la sexuación de la cría humana coinciden por lo
general; sin embargo, los casos de hermafroditismo no se enfrentan con el poder
mayúsculo del factor post natal en la creación de la identidad sexual. Money instituye
una categoría eminentemente psicológica, ya que se trata de un sentimiento íntimo y
de una forma de ser que se organizará femenina o masculina con anterioridad a la
investigación que lo conducirá a situar la diferencia anatómica, y la función
reproductora de los órganos sexuales como componentes de esta identidad. No
cabe duda de que la fantasmática que los padres de los niños hermafroditas
despliegan para la construcción de la identidad femenina o masculina del niño toma
como punto de partida el cuerpo anatómico de este, pero lo esencial a tener en
cuenta
es que si ese cuerpo anatómico no coincide con el deseo o fantasma
parental, los padres pueden llegar a tener el poder de torcer la anatomía. ¿No es
esta experiencia un paradigma de lo que los psicoanalistas entendemos como
psicosexualidad o sexualidad humana, que su naturaleza biológica se desvíe, altere,
transforme, disloque por medio de la representación? ¿No nos aporta Money un
fenomenal número de experiencia en los cuales podemos seguir, paso a paso, la
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dimensión del deseo inconsciente estructurado en la historia infantil de las relaciones
intersubjetivas que lo han marcado determinando la organización de la sexualidad?
Contingencia del objeto de la pulsión, teorías sexuales infantiles, complejos
de Edipo, fetichismo, constituyen los pilares del corte introducidos por Freud entre
sexualidad reproductiva, propia de la especie animal y sexualidad humana. La
especificidad humana es la distorsión de la sexualidad, la disfuncionalidad de los
procesos psíquicos con relación al sustrato biológico del ser humano, en palabras de
Castoriadis (1993) y el texto freudiano de tres ensayos de una teoría sexual (1905)
no constituye sino una demostración de esta tesis. El desarrollo del psicoanálisis en
sus diversas corrientes, ha reforzado más y más el papel de las relaciones de objeto,
del otro, de los padres, de los adultos en la constitución y estructuración de la
subjetividad. Ya se sostenga la intersubjetividad y lo simbólico como marcos
teóricos, o el objeto del self, o la teoría de la seducción generalizada (Laplanche,
1989), cualquiera de estos marcos de comprensión del desarrollo sitúa al otro
humano como constructor, pero simultáneamente como factor distorsionante,
perturbador. El ser viviente para devenir sujeto psíquico está obligado a pasar por un
proceso humano que opera como un troquelado, imprinting, constituyente de su
subjetividad más allá de las diferencias de clase, raza, o cultura en particular. Si
Freud inició el camino para explicar cómo el ser viviente se transforma en sujeto
psíquico y deviene cultura, creo que el psicoanálisis está en condiciones de aportar
desde su especificidad, que es la del respeto al inconsciente, como la cultura
reaparece en el individuo y es experimentada “cómo una segunda naturaleza”
(Chodorow, 1989).
Núcleo de la identidad de género
La diferencia de género se haya claramente establecida por un niño de un
año: el papá es distinto a la mamá y el lenguaje desempeña el rol crucial de otras
palabras diferentes: las, los, mami y papi, ella y el, etc. Pero esta distinción no es
sexual (en el sentido de sus roles sexuales diferenciales); aunque el niño pueda
conocer la diferencia anatómica de los órganos genitales propios y de los adultos,
estos solo se conciben en sus funciones secretorias (Edgecumbe y Bugner, 1976).
Abelin (1980) describe un esquema parecido en el cual el padre es inicialmente
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concebido, atendiendo a su inscripción psíquica, como objeto de identificación y
como rival del amor de la madre, pero también en tanto objeto de un género
diferente al de la madre. Esta diferenciación genérica, tanto entre el padre y la
madre como entre el hijo varón y la niña, sería la responsable de una distinta
organización de la fase de reacercamiento, propuesta por Mahler, como sostiene
Abelin. Tanto es así, en este sistema primario de relación ya se hayan claramente
distinguidos por el niño los géneros diferentes de sus padres, que Freud insiste en
recalcar la diferencia entre la identificación con el padre y la elección del mismo
como objeto sexual: “en el primer caso, el padre es lo que uno querría ser; en el
segundo, lo que uno querría tener. La diferencia depende, entonces, de que la
ligazón recaiga en el sujeto o en el objeto del yo. La primera ya es posible, por tanto,
antes de toda elección sexual de objeto”. (Psicología de las masas y análisis del yo).
Si el padre es su ideal y se quiere parecer a él es porque se ha efectuado una
identificación al idéntico, al doble, al igual al que se quiere imitar, o sea, en la etapa
pre edípica se organiza un ideal del género, un prototipo, al cual se toma como
modelo, y el yo tiende a conformarse de acuerdo a ese modelo. Ahora bien, todo
este proceso se realiza en un contexto prevalentemente ajeno al conflicto edípico,
aún cuando pueden estar presentes conflictos intersubjetivos. El niño busca ser el
preferido de cada uno de los padres, él los ha “elegido” para que lo amen y el niño
se identifica con estos adultos poderosos e ideales. Coexiste la relación (catexis de
objeto) y la identificación sin que aún se haya efectuado una “elección de objeto
sexual”, pues el niño no se ha encontrado en la situación de tener que optar. Freud
insiste, refiriéndose al vínculo del niño con su madre y con su padre en este período.
“Estos enlaces coexisten durante algún tiempo sin influir ni estorbarse entre sí”.
La mediación rosa y celeste.
IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA PARENTAL DE LA IDENTIDAD Y DE
LA DIFERENCIA PRE-CASTRATORIA
El mecanismo de identificación proyectiva descripto por Melanie Klein (1946)
consiste en una operación por la cual se disocian partes del psiquismo y se las
proyectan sobre otra persona, la cual queda poseída y controlada por las partes
proyectadas e identificada con ella. Este fue uno de los más importantes aportes de
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Melanie Klein, ya que se sentó las bases para comprender las vías de la influencia
personal. Segal (1965) puntualiza que se pueden proyectar varias partes del yo con
diversos propósitos: “se pueden proyectar partes malas del yo para librarse de ellas
y para atacar y destruir al objeto; se pueden proyectar partes buenas para evitar la
separación o para mantenerlas a salvo de la maldad interna, o para mejorar el objeto
externo a través de una especie de primitiva reparación proyectiva”. Como se
desprende de la descripción, son muy variados y múltiples los contenidos que se
pueden proyectar y las consecuencias sobre el psiquismo del otro. La identificación
proyectiva es, entonces, no sólo un mecanismo intrapsíquico, sino un procedimiento
capaz de inducir y generar efectos emocionales y cognitivos en el otro. A esta
peculiar condición se la considera un mecanismo intersubjetivo. En la estructura
asimétrica en la relación adulto – niño, la pareja de padres identifica proyectivamente
de forma permanente los fantasmas de género, precipitado de lo histórico vivencial
de cada uno de ellos, que funcionará como el troquelado en que la cría humana
estructurará su identificación y complementaciones de género.
El fantasma de género es el componente obligado del fantasma de hijo que
toda pareja de padres posee y despliega por medio del mecanismo de identificación
proyectiva sobre el cuerpo del recién nacido y que acompañará la relación con el
mismo toda la vida. En otro lugar he desarrollado los contenidos que ambos padres
proyectan sobre ese cuerpo sexuado identificándolo desde que nace hasta la muerte
con esos contenidos, e instituyendo de esta forma la feminidad/masculinidad de ese
cuerpo (Dio Bleichmar, 1993, 1994).
El adulto identifica proyectivamente en el cuerpo sexuado del recién nacido
los fantasmas inconcientes sobre la feminidad/masculinidad de su propia historia, a
saber, en algunas mujeres temores de indefensión o a ser considerada una mujer
tonta, múltiples estereotipos que se constatan continuamente en la historia de
hombres y mujeres actuales. Cuando una madre de cuatro varones se empeña en
un quinto embarazo para tener “la hembrita que me acompañe en la vejez porque de
los hombres una no puede esperar que la cuiden cuando está enferma”, es evidente
que la idea directriz que gobierna el fantasma de hija- mujer de esa madre es “la
feminidad” (entendiendo por tal esa condición de cuidados asegurados ante la
invalidez e indefensión), y no la sexualidad femenina de ese cuerpo. Hasta
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podríamos suponer que si los cuidados para la vejez se hallaran socialmente
garantizados, esta mujer no concebiría un quinto hijo.
El fantasma de género en su contenido de la mente preconciente /
inconciente, que se pone en acto por medio de las acciones específicas de carácter
más o menos dicotómico que jalonan la infancia de cualquier niño. Un varón de tres
años y diez meses se cae y se lastima la rodilla. Es recibido por la madre y la
abuela, quienes celebran la caída y le dicen: “los varones siempre tienen las rodillas
llenas de pupas porque andan mucho por la calle y trepan por todos lados”. De esta
manera se le está implantando un significado de masculinidad que se inscribe por
oposición diferencial de lo que no sería propio para las niñas. La feminidad/masculinidad se construye en la intersubjetividad y en la interacción. No hay
fantasmas sin gestos, ni gesto que no se genere en una representación. La
feminidad/masculinidad son representaciones de la mente de los adultos,
significados concientes y preconcientes como los de madre y la abuela de ese niño,
y contenidos inconcientes (fantasmas de feminidad/masculinidad), recluidos en
estratos más inaccesibles. Pero los fantasmas inconcientes también se transmiten
de generación a generación a través del discurso o de la acción.
Víctor, paciente adulto, recuerda como en su infancia era tomado como
modelo por su madre, que era peluquera, para practicar los nuevos cortes de pelo y
de peinado. Víctor tenía un cabello rizado, grueso y abundante, “a él todo lo que una
le hace le queda estupendo” decía la madre. ¿Era conscientes esta mujer de los
efectos que generaba en su hijo varón sentirse rodeado por mujeres que lo tomaban
como patrón de belleza femenina? Víctor funcionaba como si fuera una hija. Cuando
esta madre se enteró de la transexualidad de su hijo, ya adulto, sufrió una profunda
conmoción. No llegaba a explicárselo, ni recordaba en la vida de Víctor indicios
previos que le indicaran tal transformación. Concientemente siempre había estado
orgullosa de su hijo varón. Y muy poco a poco fue enhebrando los hilos de las
múltiples formas de feminización que se habían sucedido en torno a sus actividades
en la peluquería. En términos psicoanalítico quedaba claro que cada vez que lo
exponía a un nuevo peinado identificaba proyectivamente en el niño una cabellera
de mujer y que de forma disociada esta identificación conformaba una identidad
femenina valorada y útil para la madre, a partir de la cual Víctor obtenía doble
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recompensa: gratificaciones eróticas (acariciado, masajeado) y narcisistas (valorado
por su capacidad de atraer las miradas de los otros bajo un patrón de estética
femenina). La identidad femenina generada por su “maravillosa melena” era
indisociable, como la otra cara de la moneda, de la insuficiencia de la identidad
masculina con respecto a los otros chicos.
El rol de género
Otra serie de conocimientos que contribuyen a consolidar nuestro saber sobre
la precocidad de la institución en la subjetividad de la feminidad/masculinidad es el
creciente conocimiento sobre la estructura cognitiva de los primeros símbolos y el
desarrollo del proceso de simbolización. En la discriminación entre el mundo
humano y el mundo inanimado desempeña un papel central el hecho de que las
secuencias de interacción entre las personas son fragmentarias, cada persona
proporciona una parte de la conducta total (el niño levanta los brazos y el adulto
concluye el abrazo), mientras que la conducta instrumental con los objetos implica
siempre la realización de una secuencia completa. Esta cualidad de completud de
las experiencias con los objetos y de incompletud en el caso de las personas
contribuiría al desarrollo de dos tipos diferentes de procesos de simbolización
basados uno en esquemas de acción, y otro en patrones de interacción. La
organización de los primeros símbolos conserva la huella de sus raíces en los
esquemas de acción e interacción, y se tiende a definir esta organización en
términos de estructuración de roles, es decir, la capacidad de comprender,
representar y significar las funciones de las personas y los objetos en secuencia de
acción y de interacción (Riviere, 1991). Cuando el niño es capaz de separar la
actividad o rol, es decir, hacer abstracción de la actividad de la persona que la
desempeña, es cuando comienza el juego simbólico, la capacidad para hacer “como
si” fuera la mamá o el papá. La clara distinción de las actividades y de las
experiencias que tienen los adultos con el niño es el material, el referente a partir del
cual el niño comienza a rotar esos papeles en el juego. En realidad “el como si” no
es sino la comprensión que tiene el niño de la situación interactiva y cuando juega al
papá se encuentra construyendo el significado de esa experiencia. La elección
espontánea que hacen los niños desde muy temprano de los roles que desempeñan
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se cruza con el aporte de juguetes por género que hacen los adultos, configurando,
de este modo, su subjetividad en torno a la diferencia y jerarquías entre los géneros.
Normatización narcisista de género
En tanto que modelo de tipificación, de cómo debe ser el sujeto masculino o
femenino, el género es normativo. En la infancia los niños despliegan
tempranamente rígidos códigos de género; el hecho de apartarse de los modelos, de
las actividades, de las apariencias, es fuertemente censurado y padecido. En la
medida que durante la latencia, la identidad femenina y la identidad masculina se
completan con todos los atributos existentes en cada cultura, los niños se muestran
sumamente vigilantes a cualquier desviación de la misma. Un adolescente actual
podrá usar coleta y pertenecer al grupo ecologista en el que la coleta es la
contraseña, pero un varón de 7 años con melena, como le ocurrió a Victor, será
inmediatamente identificado como mariquita, o sea, un varón defectuoso por no
cumplir los requisitos de la masculinidad. Ningún varón se preocupa por la
orientación sexual de su compañero de equipo de fútbol, pero cuidará con celo y
vigor que se muestren masculinos.
¿Cuál es el modelo freudiano para la feminidad/masculinidad post castratoria?
A la luz de los desarrollos actuales, la feminidad de la que hablaba Freud en 1931 y
1933 corresponde al papel de la mujer en la reproducción. Si la feminización de la
pulsión se alcanza en tanto la niña depone la lucha por el pene y acepta recibirlo del
padre para tener hijos, como la célebre ecuación pene = niño, en realidad se está
apuntando a reducir la feminidad a la función reproductiva. No deja de ser relevante
que hasta hace muy pocos años la sexualidad femenina se haya concebido desde la
infancia en torno a la indisolubilidad entre goce y procreación, sin reparar en que era
esta estrecha relación la generadora del peligro, la angustia y las nefastas
consecuencias que ha impedido la libertad para el placer sexual de las mujeres
hasta el descubrimiento reciente de los anticonceptivos. La descripción freudiana no
deja lugar a dudas sobre las diferencias sexuales entre el varón y la niña; en el caso
del varón, la renuncia al objeto incestuoso permitirá gozar de otras mujeres, en
términos de Lacán dejar de ser el objeto del deseo de la madre para ser sujeto de
deseo propio. La niña, en cambio, es concebida como deseosa de hijos, y si su
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deseo o fantasma no los incluye se interpreta que no ha logrado alcanzar la
feminidad. Es necesario reflexionar sobre por qué Freud concibe que ante el
complejo de castración la niña puede optar por tres alternativas: desear un hijo del
padre, lo que la conduce a la feminidad; seguir ligada a la madre y adoptar una
mascarada de feminidad con fantasías castratorias del varón; o la inhibición total de
toda forma de sexualidad. Esta última alternativa resulta impensable en el caso del
varón.
Que en la niña opere durante la infancia un mecanismo de sexuación que no
diferencie entre función reproductora y función sexual de los órganos genitales no
debe reducir las explicaciones de las complejas relaciones que se establecen a lo
largo de la vida entre la sexualidad y el par feminidad/masculinidad. La madre es el
modelo de la identificación secundaria para la niña, y a ella deberá asemejarse en su
moldeamiento para recibir un hijo del padre. Si esta es la lógica del fantasma que
feminizará el fin pasivo de la pulsión, aunque junto a este destino la niña observa en
la persona de su madre una existencia de trabajo permanente sin domingos ni
festivos, cuya única área de influencia es la vida doméstica, que su palabra no tiene
autoridad cuando está el padre presente y que no sobresale por su buen humor, ya
que es continuamente requerida y está fatigada, ¿podemos concebir la posibilidad
de que rechace la ecuación pene = niños y se oponga a su destino de mujer?.
Parece que nuestro capital explicativo alcanza un punto de constitución del
inconciente que se detiene en los cuatro o cinco años, y que el procesamiento
psíquico posterior solo tramitaría lo ya establecido. No es casual que las mujeres
histéricas del siglo XIX hayan proporcionado a Freud los elementos de laboratorio a
partir de los cuales tuvo lugar el descubrimiento del inconciente y de la sexualidad
en la causación de las neurosis. Las mujeres son los mejores exponentes de la
naturaleza humana, es decir, ejemplos vivos de la prevalencia del poder de la
representación de género sobre la pulsión.
Las reglas de género para la sexuación
La latencia constituye el período de la infancia durante el cual las diferencias
se profundizan y las desigualdades entre los sexos comienzan a desplegarse. La
dialéctica entre el ser y el tener puede servir más de guía para su descripción,
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veamos las diferencias. En el caso del varón, el niño renuncia a tener la madre,
renuncia al objeto de la pulsión para ser un varón que tenga en un futuro otras
mujeres. El medio para tal fin será la identificación con el padre, que asegura o al
menos garantiza una pareja futura. El niño no solo confrontará en su desarrollo este
destino posible, sino que la figura del padre pertenece a un genérico que son los
otros padres y los hombres. El super yo freudiano, el “Serás como yo, pero no
tendrás a tu madre”, legisla prohibiendo la sexualidad incestuosa y tipificando
simultáneamente las licencias posibles para la sexualidad en ambos géneros. Un
grupo terapéutico de niños y niñas de 7 a 9 años juegan en una sesión “a la noche”.
Las niñas organizan una boda, la fiesta y el viaje de la luna de miel de la Barbie,
mientras los varones deciden ir “al puticlub”. De manera que ser varón habilita para
tener una sustituta de la madre y otras mujeres. Este fantasma que organiza una
disposición a la sexualidad ¿es propio de su sexualidad o de las representaciones
legitimadas para ser varón, es decir, para lo que definiríamos como su masculinidad
post castratoria? Si la masculinidad es habilitante y legitimadora de muchas
modalidades sociales de sexualidad ¿por qué el sujeto singular se va a oponer a
rechazar los formatos existentes, preexistentes, que definen su ser y le proporcionan
algún rédito narcisista?
Es importante reparar que ya en la infancia los niños delimitan claramente la
difusión entre un ámbito privado y otro público para la puesta e n acto de la
sexualidad, pero lo que resulta aún más significativo es que las Barbies utilizadas en
la composición del escenario solo tienen género y carecen de sexo, mientras que el
puticlub de los varones pone de manifiesto un referente del fantasma sexual de los
niños que nada tiene que ver con lo imaginario. Simultáneamente, ilustra ya una
clara diferencia en el fantasma sexual entre varones y niñas; para ellas no se
diferencia de una historia amorosa, para los varones la noche es exclusivamente
sexual. El ensayo de su papel futuro se despliega en el juego. Entre ser mujer y ser
hombre el doble estándar en torno a la sexualidad parece ser uno de los universales
que gobiernan el par feminidad/masculinidad. Este doble estandar social y moral
instituido e instituyente de la subjetividad como lo propio de cada sexo, a partir de lo
cual se afirmará que el hombre tiende a ser inconstante, centrífugo, naturalmente
poligámico, o que “no puede controlarse”, otorgándose una licencia ante la pulsión
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que no se concibe en la estructura del deseo femenino, aunque lo fuerce en algunas
circunstancias y en otras lo exija como garantía de feminidad honorable.
Para concluir con esto es posible un estudio de la ontogénesis del género en
la infancia a partir de los esquemas de interacción y de intersubjetividad. El género
es un componente inseparable del yo, del si mismo, y del sistema de superyo-ideal
del yo, es decir, de las instancias psíquicas que regulan tanto la acción como la
pulsión. El género es tanto una identidad como un rol, un conjunto de contenidos y
sentimientos del ser que se reconoce, femenino o masculino, por desempeñar las
actividades y conductas propias de su condición, así como simultáneamente es
reconocido por los otros en tanto se ajuste al desempeño esperado. Esta doble
condición del género, identidad y rol, también ha despertado sospechas de
extraterritorialidad entre los psicoanalístas y confusión con respecto a su pertenencia
al dominio de otras disciplinas.
Relaciones entre la identidad del género y el sistema
sensual/sexual
Si bien cada bebé posee patrones de actividad y potencialidades para el
disfrute sensual y el placer sexual que imprimirán a su identidad de género
características individuales, existen evidencias que muestran que las niñas
responden y reaccionan más al tacto y se activan con caricias o manipulaciones
menos intensas. Los varoncitos recién nacidos necesitan para activarse que se los
presione o balance más para calmarlos. En el imaginario de los padres y adultos
estas diferencias en el sistema sensual son ya codificadas como delicadeza, dulzura
de la niña, frente a la fuerza y vigor del varón, y van contribuyendo a la construcción
de una identidad dicotómicamente complementaria. También el sexo/género de los
padres desempeña un papel central en la diferenciación; las madres tienen a
mantener un contacto físico más cercano con las niñas (Kleeman, 1975)
BIBLIOGRAFIA:
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Padres e Hijos
Ediciones Paidos Iberica, S.A – Mariano Cubi 92 Barcelona – España
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1ª Edición, 1998. Editorial Paidós SAICF. Defensa 599, Buenos Aires –
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FRANCES, Allen; PINCUS, Harold Alan; FIRST, Michael B. (1994).
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Published by the American Psychiatric Association – Washington, DC.
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(1995).
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1365, 6° piso, (1085) Buenos Aires, Argentina. 1998, p.55.
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MARQUEZ LOPEZ MATO, Andrea; VIEITEZ, Alejandra; BORDALEJO,
Daniela (comp.); CARRERA, Jose Luis; CAVAGNA, Nora Susana; DIAZ,
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Ediciones Paidos Iberica, S.A – Mariano Cubi 92 Barcelona – España
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