francisco pacheco Lola Acosta Monterreal 6ºA Biografía Nació en Sanlúcar de Barrameda en la provincia de Cádiz, hijo de Juan Pérez y Leonor del Río. Se traslada a la ciudad de Sevilla antes de 1580, donde su tío, Francisco Pachecho, era canónigo de la Catedral, adoptando desde entonces el apellido Pacheco, como lanzamiento en sus primeros años en esta ciudad. Realizó su aprendizaje con el apenas conocido pintor sevillano Luis Fernández. En 1585 terminada su formación, arrendó una casa en la calle de los Limones, titulándose maestro pintor. Contrajo matrimonio el 17 enero de 1594 con María Ruiz de Páramo, esta fecha marcó el inicio del periodo de consolidación del pintor gaditano. Sus buenas relaciones con el clero, la aristocracia y el poder real le proporcionaron una amplia clientela. También participó activamente en la defensa de los derechos profesionales de su gremio en algunas ocasiones contra el establecimiento de impuestos y en otras contra artistas de otros gremios que ocupaban competencias propias de los pintores, como es el caso del conflicto que le enfrentó con Martínez Montañés. Participó en el túmulo levantado en Sevilla para la celebración de las honras fúnebres del rey Felipe II. Con la entrada del siglo XVII, Pacheco se consolidó como el primer pintor de la ciudad de Sevilla, aunque pronto sería eclipsado por el pintor de origen flamenco Juan de Roelas que permanecería en la ciudad entre los años 1604 y 1616. En 1610 emprendió un viaje a Madrid que le llevaría hasta octubre de 1611 y en el que hay constancia de su visita a El Escorial y Toledo, este mismo año entra en su taller como aprendiz Diego Velázquez. En esta época, Pacheco acumuló cargos y títulos que incrementaron su estatus social, así recibió el título del Ayuntamiento de "veedor del oficio de la pintura" y del Tribunal de la Inquisición el de "veedor de pinturas sagradas". El periodo de declive se inicia a partir de 1626 con el auge de Francisco de Zurbarán y Francisco Herrera el Viejo. Escribió un Libro de los retratos, una colección incompleta de casi setenta retratos acompañados de pequeñas semblanzas biográficas al pie de los principales ingenios de su tertulia y de otras celebridades artísticas y literarias. Los originales se conservan repartidos entre el Museo Lázaro Galdiano de Madrid y la Biblioteca del Palacio Real y fue publicado íntegro por José María Asensio en 1886. En los últimos años de su vida se dedicó a redactar un tratado artístico que tituló Arte de la Pintura, concluido en 1641 y publicado en 1649, que constituye uno de los mejores tratados artísticos del barroco español. Falleció en 1654 siendo enterrado el 27 de noviembre en la iglesia de San Miguel. Exposiciones Su obra es relativamente corta, pues sólo conocemos la correspondiente a su actividad sevillana. Lo más notable es el retablo del Nacimiento de la catedral hispalense, firmado y fechado en 1555, donde no sólo nos ha dado una magnífica lección de dominio de la composición sino que ha sabido templar la rigidez académica de sus modelos con interesantes detalles naturalistas, delicados matices intimistas y bellos efectos lumínicos; aparte percibirse, en medio de la tónica general rafaelesca del cuadro, ciertos influjos miguelangelescos. En 1561 firma, también para la catedral de Sevilla, el famoso cuadro de la Gamba, llamado así por el elogio que de la pierna de Adán -«piu vale la tua gamba che tutto il mio San Cristoforo»- hiciera el fresquista italiano Mateo Pérez de Alesio. El asunto, inspirado en un original de Vasari dífundido por el grabado del francés Philippe Thomas- sin, representa la Generación temporal de Cristo, y su valor iconográfico es sumamente interesante, pues dicho tema es la representación del Misterio de la Inmaculada Concepción. Obra de gran sentido rafaelesco, pero sumamente delicada y de grata entonación, se complementa con el bellísimo retrato del donante, el chantre hispalense Juan de Medina, que aparece en el banco del retablo y que es una rotunda prueba a favor de las altas condiciones de V. como pintor de retratos. Por último, en 1564 pinta para la iglesia sevillana de Iglesia de Santa María La Blanca una interesante aunque fría Piedad, en la que muchos ven su decadencia y otros la intervención muy acentuada de discípulos y colaboradores. La composición, que guarda gran similitud con la famosa de Roseti en Volterra, está bien estudiada, aunque resulte excesivamente correcta y fría, si se la compara con las anteriores obras analizadas. Otras obras dignas de mención son: La Crucifixión del Museo de Filadelfia, La Purificación de la Col. Bárcenas de Madrid, la Virgen de la marquesa de Hoyos (Jerez de la Frontera) y dos tablas de la Presentación, en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Muy celebrado, tanto por Pacheco como por Palomino y Ceán Bermúdez, como fresquista, técnica que al parecer introdujo en Sevilla, apenas podemos apreciar hoy nada sobre el particular, pues desapareció a fines del s. XVII la celebrada Virgen del Rosario de la iglesia sevillana de San Pablo, y se encuentra en malas condiciones el Jesús con la Cruz a cuestas de una de las capillas exteriores de la catedral hispalense. Lo mismo acontece con sus retratos, desaparecido el tan celebrado por Pacheco de la duquesa de Alcalá de los Gazules, Juana Cortés, que se limitan al citado del chantre Medina y al del clérigo orante de la Crucifixión de Filadelfia, pues el del vendedor Fernando de Contreras, fechado hacia 1541, ha sido calificado de dudoso por Mayer. La importancia de Luis de Vargas es similar a la de Correa de Vivar en Castilla y Juan de Juanes en Valencia; de su obra arranca, hasta los días del propio Pacheco, la posterior trayectoria del arte pictórico hispalense del Renacimiento representada por sus discípulos Pedro de Villegas Marmolejo y Luis Valdivieso primero, y por toda la generación manierista del Bajo Renacimiento después. Esto, independiente de la influencia iconográfica que, como ha señalado Angulo, fue tan amplia en los medios sevillanos que se percibe, en pleno barroco, tanto en Juan Martínez Montañés como en Alonso Cano. 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