elogio de la vida sencilla

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Elogio de la vida sencilla
Tras los honores no voy;
la vida es una tirana,
que llena de honores hoy
al que deshonra mañana.
No quiero honores de nombres;
vivo sin ambicionar,
que ese es honor que los hombres
no me lo pueden quitar.
José María Pemán, escritor (Cádiz, 1897-1981)
Releyendo estos versos, he pensado que bien podría aplicarse lo escrito a la profesión de entrenador de fútbol. Yo al menos creo que
los «honores deportivos» son efímeros, mientras que la «honorabilidad personal» es lo que perdura.
El entrenador debe ser natural en sus planteamientos. En la puesta en
práctica de todo, es importante la sencillez. La simplicidad. Ahora vivimos
una época en la que, en casi todos los aspectos de la vida, se está volviendo
a lo minimalista. En arquitectura se construyen edificios que hacen de la
sencillez de líneas su mayor virtud. En la moda, se evitan los looks recarga263
dos. En decoración se buscan estancias cálidas y con muebles funcionales.
¿Será que lo moderno es la sencillez? Será que es intemporal.
Ese dar importancia a la sencillez a veces desmerece el éxito. Si
dices que hemos obrado de una manera sencilla, parece que no nos
ha costado trabajo conseguir ese objetivo, pero considero que el entrenador debe evitar la sobreactuación.
En este libro han trabajado cinco periodistas, a los que quiero
agradecer su tarea. Estoy seguro de que sus buenas palabras hacia mí
no habrían sido posibles sin los triunfos obtenidos estos últimos
tiempos. Que España se haya situado entre las ocho selecciones que
han logrado el éxito en los ochenta y cuatro años de vida de la Copa
del Mundo ha sido determinante para que los reconocimientos al
fútbol español, a los jugadores y a mi persona hayan crecido exponencialmente.
Sí, estoy seguro de que, si no hubiéramos ganado, con los mismos
gestos, con las mismas actitudes, con las mismas conductas, con las
mismas ideas, pero sin la victoria, nada hubiese sido igual y estos
contadores de las actuaciones del deporte español no habrían realizado su laborioso y eficaz trabajo. Aunque también estoy convencido
de que ha existido algún colaborador necesario o inductor anónimo
de todos ellos. Muchas gracias a todos por vuestro afecto, aunque os
habéis centrado en las cosas buenas de mí y no habéis escarbado en
los rasgos negativos. Ningún hombre merece ser elogiado por su
bondad. Hasta los buenos tienen sus defectos y sus prejuicios.
Es imposible en este último capítulo no hablar de la importancia
que el fútbol ha tenido en mi vida. Tanto en lo que he sido personalmente como en el terreno profesional. En lo personal, puedo decir
que fui un chaval feliz, aún en tiempos de escaseces, pues tenía amigos, una pelota (más grande o más chica) y la plazuela o un descampado para jugar al fútbol, y nos lo pasábamos genial. No había vera264
Último invitado de «Protagonistas» con Luis del Olmo
neos en la costa, sí acaso algunos días con una familia de un
pueblecito serrano, Sanchotello, de la provincia de Salamanca. En las
distintas etapas escolares, primero en el Colegio Público de Santa
Teresa y después en el Instituto Fray Luis de León, donde hice el
bachillerato, se forjó mi forma de ser.
Después terminé ese período formativo cuando llegué al Real
Madrid, donde acabé mi educación personal e inicié mi preparación
para poder ser futbolista. En las dos vertientes, el club y las personas
responsables de ambas facetas tuvieron mucho que ver en lo conseguido. Nunca olvidaré sus enseñanzas y ejemplos. Fui obediente y
trabajador. Luego hasta me dio tiempo a cultivar unos valores y a
poder transmitirlos a gente joven (mi mayor satisfacción es el trabajo
que hicimos en las categorías inferiores del Real Madrid) durante
muchos años, en una etapa enriquecedora, y también pude trasladar
dichos valores a jugadores profesionales muy reputados (alrededor de
mil entrenamientos y trescientos partidos dirigidos) acompañado de
unos amigos y compañeros que me ayudaron a cubrir mis limitaciones sin una gota de protagonismo por su parte.
Y, por último, después de tantos años el fútbol me ha dado muchas experiencias vitales, grandes satisfacciones, y me ha permitido
lograr una estabilidad emocional y poder formar una familia, junto a
mi mujer, que es la que manda en casa, y mis hijos, que son mis jugadores favoritos, a quienes intento trasladarles lo mejor de mis conocimientos, de mi forma de ver la vida y de la manera de conducirse por ella.
Pero no quería en este última parte del libro hablar del pasado, de
lo sucedido durante todos estos años. Hasta ahora todo lo leído versa
sobre hechos ocurridos y este capítulo va más dirigido a lo que puede
suceder, a opiniones, pues no deja de ser eso todo lo que se diga so265
bre el futuro. Deseo hablar de lo próximo, de nuestra selección en el
Mundial de Brasil 2014. De nuestras preocupaciones. De nuestras
certezas y de nuestras dudas. En cuanto a hombres y en cuanto a sistema de juego. Considero que en lo único que no debemos cambiar
es en nuestro estilo de juego, en nuestro concepto del juego. Un
estilo optimista, vitalista, en el que nos sintamos cómodos, no impuesto y en el que nos divirtamos jugando, sin que eso nos lleve a
olvidarnos de que debemos ser muy exigentes.
Creo que hemos de tener una mayor responsabilidad de cara al futuro. Intentaremos cumplir con nuestra tarea. Tenemos que aceptar que
somos embajadores de nuestro país y del fútbol que en él se practica.
En el viaje a Guinea Ecuatorial y Sudáfrica mantuvimos una conversación con los jugadores que deseo marque un antes y un después.
Compartí con ellos la preocupación que sentimos por pensar que es
difícil que los jugadores que llevan más tiempo con nosotros —quienes han ganado tanto y que han disputado ya muchas fases de clasificación, como Casillas, Torres o Xavi— vean el futuro con los mismos ojos de aquellos otros más jóvenes, recién llegados, que seguro
lo contemplan de distinta forma. Más de una conversación resultó un
monólogo tranquilo en un intento muy práctico de ofrecerles mi
opinión. Para que no haya ninguna merma en nuestro espíritu de
competir. Ésta es una de las mayores preocupaciones que tenemos.
Debemos adaptarnos a los tiempos. Los jóvenes cambian. Nos
llevan a ver el mundo con sus ojos, no sólo con los nuestros. Recuerdo cómo antes, en el vestuario, había un silencio sepulcral (una hora
antes de empezar el partido, el entrenador de entonces, Miljan Miljanic [Bitola, Macedonia, 1930-2012], decía «no palabra» y se hacía
el mutismo más absoluto). Ahora suena música, a tope, hecho que
seguramente les activa, les dispone, les concentra para salir al campo.
No podemos ir en contra de lo que a ellos les gusta.
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Récord selección: más victorias seguidas desde su debut (13)
Esperando el sorteo para la fase final del Mundial de Brasil en la
carpa instalada por la FIFA en la Costa de Sauipe (San Salvador de
Bahía), este pensamiento que me obsesiona me vino a la cabeza. No
ha sido la única vez en estos últimos meses. La vida no es igual a los
ojos de un padre que a los ojos de un hijo. Cambia muy rápido. No
tengo ninguna duda de que son buenos deportistas, unos jugadores
que han hecho historia y que a su vez son muy normales, tienen
buenas intenciones, son jóvenes de nuestro tiempo y quieren a la
selección. Pero es humano darle vueltas. No son los mismos que
cuando empezaron y con el enorme bagaje de triunfos que les acompañan.
Puede que sea una preocupación innecesaria por mi parte, pero
no es menos cierto que ha habido ejemplos a lo largo de la historia
que han de servirnos. Italia ganó el Mundial en Alemania 2006 y en
el siguiente de Sudáfrica no pasó de la primera fase. Constituye un
buen ejemplo y resulta el más cercano en el tiempo. Hay que tenerlo presente. Francia puede ser otra muestra: en la Eurocopa del 2000,
en Bélgica y Holanda, se proclamó campeona de Europa; dos años
después, en el Campeonato de Corea y Japón de 2002 acabó última
de su grupo y no pudo reverdecer los laureles cosechados en su Mundial (Francia-1998), cuatro años antes.
Muchos aficionados y algunos medios ven con claridad meridiana
los cambios que hay que hacer. Siempre ha ocurrido lo mismo. No
seremos nosotros los que obremos por impulsos motivados por un
partido o por un gol. Por una racha. Debemos tener perspectiva. El
tiempo, la competición y el conocimiento que poseemos de cada
uno de los jugadores nos dará la solución. Algunos creen que la edad
supone un freno para los veteranos y da vía libre a los más jóvenes,
partiendo del principio de que la edad no es ningún mérito, sino
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solamente un estado. La edad no debe ser el nivel para que formen
parte de la plantilla y sí su rendimiento. Nadie vendrá a la selección
por los méritos contraídos en el pasado, en otras temporadas; lo harán
por su nivel de juego durante esta última temporada. Y con un contrastado espíritu competitivo.
Ahora, en estos meses que quedan por delante, nuestro trabajo
como cuerpo técnico debe centrarse, sobre todo, en perfilar a los
jugadores óptimos para cada posición. Los mejores porteros, los defensas más destacados, los mejores centrocampistas, los delanteros
más sobresalientes. En definitiva, tratar de encontrar a los veintitrés
futbolistas que conformen la selección ideal; los que mejor se adapten
a nuestro sistema de juego, aquellos que nos convenzan por su aportación, su momento de forma y su ánimo competitivo.
Las posturas radicales no han ido con nosotros en todo el recorrido de más de ochenta partidos. Y eso que tomamos decisiones duras,
aquellas que tenían que ver con los jugadores que fueron campeones
de Europa en 2008, en Viena, y que ayudaron a que España haya
llegado hasta el máximo nivel. El recuerdo y la estima hacia jugadores como Marcos Senna, Marchena o Capdevila, por poner tres
ejemplos, nunca se borrarán y siempre formarán parte de nuestros
pensamientos, aunque hay que tener cuidado con los experimentos.
También sentimos mucho aprecio por los más habituales, pero ningún privilegio. Uno de nuestros principios en la gestión de la plantilla, porque no hay nada más rentable que un trabajador satisfecho.
Hay que tener equidad y sentido común.
Por eso, en estos últimos meses he advertido a los aficionados de
que «lo más lógico será que no ganemos la Copa Mundial de la
FIFA» y que ésa no sería una señal que se pueda ver como un signo
de debilidad.
Debemos poseer esa inseguridad ante cualquier contrario, porque
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Único entrenador que tiene Mundial, Eurocopa y Champions
la prudencia es buena y aconsejable. La humildad es esencial para
afrontar la Copa del Mundo. Tenemos que hacer hincapié en este
aspecto, porque forma parte de la base del éxito. Las victorias nos han
creado un clima de euforia que contrasta con el fatalismo que nos
impedía pasar de cuartos. Ahora todos piensan que vamos a ser campeones. Debemos ser más cautos y denotar que no es fácil. Tampoco
debemos hacer manifestaciones de cara a la galería. Esto no tiene que
suponer una pérdida de emoción por parte del grupo.
El fútbol y el triunfo en los tres últimos grandes torneos han incrementado la capacidad simbólica de nuestro deporte. Ese juego
solidario y de amistad, de una selección compuesta por gallegos, canarios, castellanos, catalanes, andaluces, vascos y de otras comunidades, ha sido un ejemplo de buenas relaciones. Y, como dice mi buen
amigo Javier Martín del Burgo (Ciudad Real, 1949): «Los éxitos deportivos siempre cohesionan la sociedad y, en tiempos de crisis, aún más».
Por último, quiero hacer varias reflexiones.
Os quiero trasladar esta consideración, que no es mía, pero que
en esta ocasión aprovecho para incidir en ella: «El fútbol es más importante que mi equipo». Estamos en la obligación de defender el
fútbol, mimarlo y potenciarlo. Lo dije cuando recibí el premio que
la FIFA concede al mejor entrenador de cada año, pues lo manifesté
en mi discurso de agradecimiento, sabiendo que para los que tenemos una cierta responsabilidad la defensa del fútbol debe ser un principio de conducta.
Estamos obligados a alcanzar una perspectiva más amplia de lo
que ocurre en un encuentro durante noventa minutos. Algunas veces, por disculpar una derrota, hacemos daño a nuestra pasión, a
nuestro deporte. Hay personas que empobrecen el fútbol; quiero
creer que sin querer, pero es verdad que sucede. El fútbol tiene una
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enorme importancia en la sociedad actual, en nuestros jóvenes, en los
niños que nos ven, y cualquier gesto, por nimio que sea, cualquier
palabra, por trivial que pueda parecer en el instante en que se pronuncia o ante el exiguo auditorio que la escuche, termina muchas
veces magnificándose por el altavoz que suponen los medios de comunicación, o incluso por el boca a boca.
Es cierto que todos queremos ganar. ¿Conocéis a alguien a quien
le guste perder? Yo no. Pero hay que lograrlo con un cierto comportamiento personal. No vale la victoria a toda costa, porque, incluso
en el caso de obtener el fin perseguido en ese instante, esa manera de
actuar terminará volviéndose en nuestra contra.
Un entrenador tiene que ser recto, con principios, moralmente
íntegro, y esa integridad debe llevarlo a obtener la confianza de los
jugadores... También tiene la obligación de estar muy preparado, en
continua formación. Vamos, como cualquier jefe en su empresa. Ser
un líder moral. Debe tener vocación e influencia sobre los suyos. Ser
ejemplar, porque sirve más lo que haces que lo que dices. Y ha de
saber escuchar. Ésta debe ser una de las virtudes de un entrenador o
de cualquier persona que tenga que dirigir grupos de trabajo. Sólo el
engreído cree que lo sabe todo. Soy un convencido de la cultura del
diálogo.
Estoy seguro de todo esto, y mucho más después de conocer el
pensamiento de mi amigo, el jesuita José María Martín Patino (Lumbrales, 1925). Difícilmente se puede explicar mejor. «Ustedes creen
que los españoles necesitamos escucharnos más unos a otros. Sin escuchar bien y con la mejor voluntad, no comprenderemos las razones de los demás.» Para eso, hay que apreciar la voz de los demás,
aunque disuene de la nuestra. Es significativo que el mundo entero
se haya sumado al homenaje a Nelson Mandela (Mvezo, Sudáfrica,
1918-2013). Fue grande porque escuchó a los otros, a los que no
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El 7 de enero de 2013 fue premiado con el FIFA Balón de Oro
eran de su raza, a los que no compartían sus ideas, a los que durante
años le habían hecho la guerra. Supo entenderlos, tratar de ponerse
en su lugar para tener una perspectiva mayor y, de este modo, tratar
de actuar desde la mayor ecuanimidad.
En la conferencia de prensa posterior a un partido de Liga en el
que Iker Casillas nos había salvado de la derrota, cuando comparecí
ante los medios como entrenador, dije algo parecido a que «el culpable de la victoria de nuestro equipo ha sido Casillas». Y me quedé tan
tranquilo. Era una frase que intentaba recoger el excelente trabajo de
nuestro portero. A las pocas semanas el filólogo Lázaro Carreter (Zaragoza, 1923-2004), en uno de los artículos en el periódico en el que
colaboraba y que alertaba sobre la necesidad del buen uso del idioma,
criticaba con toda razón esa frase. No estaba bien expresado, mi
apunte. Nunca un hecho positivo de alguien puede ser calificado con
la palabra «culpable». La frase correcta debía ser «el artífice de la victoria de nuestro equipo ha sido Casillas».
Uno no siempre tiene la razón y una de las cosas más difíciles en
esta vida es saber apreciar cuándo estamos equivocados. No debemos
creer que lo sabemos todo. Porque, como finaliza una gran película,
«Well, nobody’s perfect» («Bueno, nadie es perfecto», Con faldas y a
lo loco, Billy Wilder, 1959).
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