Historia y restauraciones de la Basílica San Pablo Extramuros Turismo religioso y peregrinaciones / Peregrinación a Roma Por: www.annopaolino.org | Fuente: www.annopaolino.org El edificio de Constantino En el año 313 el Emperador Constantino promulgó el Edicto de Milán, con el cual le puso fin a las persecuciones contra los cristianos e les otorgó la libertad de culto, favoreciendo así la construcción de lugares de oración. Es así como el lugar del martirio de San Pablo, meta de peregrinaciones ininterrumpidas desde el primer siglo, fue monumentalizó con la creación de (un edículo) una pequeña basílica, de la cual se conserva ahora sólo la curva del ábside. Se debería tratar de un pequeño edificio de tres naves probablemente y en el que, cerca del ábside, estaba la tumba de San Pablo, ornamentada con una cruz dorada. La espléndida Basílica de los Tres Emperadores La pequeña iglesia de Constantino resultó ser demasiado chica ante el gran flujo de los peregrinos, y por ello se consideró necesario destruirla para dar lugar a una basílica más grande y cambiarle la orientación, del este al oeste. La Basílica de San Pablo, con su imponente estructura bizantina, es la más grande basílica papal de Roma después de San Pedro en El Vaticano; tiene 131, 66 m de longitud, 65 de ancho y 30 m de altitud. Tiene cinco naves (la nave central mide 29, 70 y está flanqueada por cuatro naves laterales), sostenidas por una “selva” de 80 columnas monolíticas en granito. Del siglo IV al VIII Los Papas, testimoniando el amor de la Iglesia por este lugar, no dejaron de restaurarlo y embellecerlo con la añadidura de frescos, mosaicos, pinturas y de capillas, a lo largo de los siglos: León el Grande (440 – 461) mandó cubrir con mosaicos el Arco Triunfal, reedificó el techo y ordenó la realización de la famosa serie de retratos de tondos con retratos de los papas, hechos en mosaico, que recorren todas las arcadas de la nave central; Hoy en día pueden verse estos retratos, en un friso que se extiende sobre las columnas que separan las cuatro naves, pasillos y el transepto. El retrato del Papa Benedicto XVI está ya colocado e iluminado en su correspondiente lugar. Algunos de los retratos de la serie de los retratos originales, pintados al fresco, se conservan en el monasterio benedictino y en el museo anexo de la Basílica. El Papa Símaco, en el siglo VI, mandó reestructurar el ábside y reconstruir pequeñas habitaciones para los peregrinos pobres. Desde hace más de trece siglos, por voluntad del Papa Gregorio II (715 – 731) los monjes benedictinos custodian la tumba de San Pablo, atendiendo pastoralmente con el carisma monástico, la Basílica del Apóstol de las Gentes. El Papa León III (795 – 816) mandó poner la primera losa de mármol tras el terremoto del 801. Del siglo IX al XI El Papa Juan VIII (872-882) fortificó la basílica, el monasterio, y los alojamientos de los campesinos, formando la ciudad de Joannispolis. El Papa Gregorio Magno, que fue abad del monasterio antes de ser elegido Papa, mandó a realzar el enlosado del transepto y edificar un campanario, destruido después en el siglo XIX. Otra obra importante durante su pontificado fue la colocación, en la entrada de la Basílica, de una espléndida puerta bizantina formada por 54 paneles con ataujías de plata y realizada por artistas de Constantinopla. La edad de oro Durante el siglo XIII la Basílica se enriqueció prodigiosamente de obras de arte: Inocencio III mandó arreglar el gran mosaico del ábside (el cual tienen una longitud de 24 m, y una altitud de 12 m.), se iniciaron las obras para construir el espléndido claustro del Maestro Vassallectus, y en el año 1285 se erigió el magnífico baldaquino gótico de Arnolfo de Cambio. El monumental candelabro para el Cirio Pascual, que es una verdadera columna honoraria con una altura de 6 metros aproximadamente, está totalmente ornamentado por bajorrelieves de estilo románico inspirados en la decoración de los sarcófagos y que expresan diversas historias del Nuevo Testamento; Los Jubileos Desde el siglo XIV, durante los Jubileos siempre crece cada vez más el número de peregrinos que visitan la tumba de San Pablo, y son en estas ocasiones cuando los Papas emprenden importantes trabajos decorativos de la Basílica. Gregorio XIII decidió añadir, para el Jubileo del año 1575, la balaustra entorno a la tumba del Santo, luego Clemente VIII, en el año 1600, mandó realzar el altar mayor. Más tarde, en 1625, Urbano VIII ordenó la remodelación de la Capilla de San Lorenzo, trabajo que le fue confiado a Carlo Maderno. En el Santo Año 1725 Benedicto XIII encomendó la construcción de un nuevo pórtico a Antonio Canevari, quien demolió el antiguo vestíbulo e añadió la capilla del Crucifijo (o del Santísimo Sacramento), para ahí colocar el Crucifijo “milagroso”, hecho en madera polícroma; se atribuye al senés Tino di Camaino (del siglo XIV). Es posible ver hoy todavía un ícono en mosaico del siglo XIII y una conmovedora estatua – reliquia de San Pablo, realizada en madera polícroma y que deja ver algunas huellas del incendio de 1823. El incendio del 15 de Julio de 1823 En el transcurso de la noche del 15 al 16 de Julio un espantoso incendio destruyó totalmente la Basílica, dejando en pie sólo algunas pocas estructuras. El transepto milagrosamente soportó la caída, a diferencia de las naves. Se conservó así el baldaquino de Arnolfo di Cambio y algunos de los mosaicos. Sin embargo, se tuvieron que reconstruir gran parte de los muros. Fue al Papa León XII a quien le tocó la empresa de la reconstrucción; el pontífice no pudiendo cubrir todos los costos, pidió al mundo católico la necesaria ayuda económica a través de la encíclica ad plurimas easque gravissimas, del 25 de enero de 1825. La respuesta fue enormemente positiva no sólo de parte de los católicos, sino como lo hizo, por ejemplo, el Zar Nicolás I quien obsequió bloques de malaquita e lapislázuli, que servirían después para los dos suntuosos altares laterales del transepto o como el Rey de Egipto Fuad I, quien donó columnas y ventanas de finísimo alabastro. Sin lugar a dudas, se trató de la gran obra de la Iglesia de Roma en el siglo XIX. La Basílica fue reconstruida de modo idéntico, utilizando también los piezas rescatadas del incendio con el fin de preserva su antiquísima tradición cristiana. El 10 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX (1846- 1876) dedicó la “nueva” Basílica, en la presencia de un gran número de Cardenales y de Obispos, venidos a Roma de todas partes del mundo para la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción. La Basílica de San Pablo Extramuros después del incendio de 1823 "Yo visité San Pablo el día después del incendio. Tuve una impresión de severa belleza, triste como la música de Mozart. Estaban todavía vivos los vestigios dolorosos y terribles de la desgracia; la iglesia se había convertido en escombros negros y humeantes; los fustes de las columnas, partidos por toda su largura, amenazaban con caer a cada instante. Los romanos, consternados, habían ido en masa a ver la iglesia incendiada". Así escribía Stendhal poco después del incendio que la noche del 15 de julio de 1823 redujo a cenizas la mayor parte de la basílica de San Pablo, de fundación originariamente constantiniana, replanteada, aumentada y enriquecida a lo largo de los siglos por papas y emperadores y cuyo esplendor perdido ha llegado hasta bien cerca de nosotros. A Pío VII, enfermo y cercano a la muerte, nadie se atrevió a darle la noticia, y fueron sus sucesores los que emprendieron la construcción del edificio actual. Entre lo que se salvó, el ábside y el crucero con la tumba del Apóstol, se encontraba el maravilloso ciborio de Arnolfo di Cambio, acaso el más bello de Roma. (Jesús Miguel Alonso. http://liturgia.mforos.com)