Ópera en el Met por Daniel Lara desde el 1996— fue simple, tradicional y de un supremo buen gusto denotando un sólido trabajo previo en lo que concierne al juego escénico de los cantantes. Eugene Onegin Octubre 12. Este año la dirección del Met apostó por una ópera rusa para la apertura de su temporada, convocando para ello a un elenco soñado del primero al último cantante, un director musical a la altura de las circunstancias, y propuso además una nueva producción escénica proveniente de la English National Opera. A todo esto vale sumarle la usual parafernalia “marketinera” propia de la era Gelb, que hizo presuponer un éxito sin precedente y que sólo logro cumplir en parte. Danielle de Niese (Despina), Susanna Philips (Fiordiligi) e Isabel Leonard (Dorabella) Foto: Marty Sohl Così fan tutte Octubre 5. La reposición de Cosí fan tutte no hubiese tenido nada de especial de no ser el título con el cual James Levine regresó a “su” casa de ópera después de una convalecencia de dos años debido a problemas de salud. Una ovación interminable y ensordecedora fue la encargada de darle la bienvenida y le manifestó el afecto del público en el preciso instante en el hizo su aparición en el foso y se puso al frente de sus músicos. Con Levine al timón, la orquesta del Met volvió a sus mandos naturales y brindó una lectura de gran energía, buen ritmo y, por sobre todas las cosas, gran equilibrio. Se le vio atento a las voces, pero sin traicionar ni los tiempos ni el estilo exigidos por la partitura. En el rol del protagonista, Mariusz Kwiecien hizo una caracterización elegante, aristocrática y carismática que calzó a la perfección al personaje de Onegin. Vocalmente resultó convincente, entregado y muy refinado. Su sensual y atractiva voz de mediano volumen se proyectó con efectividad y mostró en todo momento una sólida técnica. Las dimensiones de la sala no le jugaron a su favor y el rol pareció en su voz mucho más lírico que lo deseado. Tampoco Valery Gergiev desde el foso se mostró muy comprensivo a la hora de adaptar el sonido de su orquesta para un mayor lucimiento del barítono polaco. Abriendo temporada por tercera vez, Anna Netrebko concibió una Tatiana de medios sobrados, una presencia de primer orden y una caracterización plena de recursos dramáticos. Su voz de emisión siempre fluida, inteligentemente manejada y plena de sensualidad, descolló a partir del segundo y tercer acto, alcanzando su zénit en un electrizante dúo final que hizo saltar a más de uno de su butaca. En la escena de la carta, la madurez y el peso de la voz de la soprano rusa no fueron muy acordes a la inocencia y timidez que requiere el personaje, mas allá de que hubo canto del más alto nivel. Excelente, Piotr Beczala fue un poeta Lenski de inmejorable canto El elenco resultó homogéneo. En lo que respecta a las voces masculinas, todos los laureles se los llevó Matthew Polenzani, quien concibió un Ferrando impecable desde todo punto de vista. Particularmente dotado para el repertorio mozartiano, el tenor americano recorrió cada una de las notas de su parte con gran clase, una voz de gran belleza y un gran dominio técnico. Obtuvo una gran ovación al termino de su aria ‘Ah, lo veggio…’ en merecido reconocimiento por su virtuosa interpretación. Rodion Pogossov compuso a un joven oficial Guglielmo de gran corrección que se impuso más que por su canto por las muy llamativas condiciones de su juego escénico. El cínico Don Alfonso de Maurizio Muraro fue de manual. Muy medido, siempre buscando el acento justo y de una musicalidad sin mácula. En cuanto a las voces femeninas, la Fiordiligi de Susanna Philips le regaló muchos gratos momentos al oyente. Su bonito color de voz, la facilidad con que se manejó en toda la extensión de su registro y su poder expresivo le convino perfectamente a la parte. Sin embargo, las exigencias de este personaje parecieron agotarla hacia el final de la ópera y como consecuencia de ello, algunos de sus agudos sonaron gritados. Por su parte, Isabel Leonard compuso un Dorabella muy eficiente, desenvuelta y comunicativa que convenció de la A a la Z. La mundana mucama Despina de Danielle de Niese desbordó de histrionismo e hizo olvidar una interpretación vocal no siempre del todo afinada y justa. En su breve intervención, al coro de la casa se lo escuchó muy competente. La puesta en escena de Lesley Koenig —patrimonio de la casa enero-febrero 2014 Mariusz Kwiecien (Onegin) y Anna Netrebko (Tatiana) Foto: Ken Howard pro ópera e ideal presencia que paseó por el escenario un excelso patrimonio vocal que dominó con maestría, extrayéndole ricos acentos, un fraseo cristalino y unas medias voces de singular belleza. Su aria ‘Kuda kuda…’ fue todo un ejemplo de buen gusto, refinamiento y calidad. Oksana Volkova, con sólidos medios vocales, le sacó un buen partido a la parte de la extrovertida Olga. El príncipe Gremin de Alexei Tanovitski lució un bello color de voz y un canto fácil y espontáneo. Lamentablemente, empobreció su rendimiento una emisión inestable que no fue capaz de controlar. Tanto Elena Zaremba como Larisa Diadkova fueron dos lujos desmedidos interpretando a Larina y a Filippyevna, respectivamente. Un detalle que no merece dejarse pasar fue la inapropiada elección de John Graham-Hall como Triquet, parte a la que no supo darle ni una sola pizca de gracia. El coro contribuyó con mucho profesionalismo a apuntalar los muchos méritos de la vertiente vocal de la noche. Contra todos los pronósticos, Gergiev llevó adelante su peor trabajo en todos estos años de colaboración con la casa. Sin demostrar la más mínima preocupación por cuanto sucedía en la escena, su lectura musical fue de una lentitud y un peso insoportables contra la que tuvieron que luchar todos los cantantes. La hiperrealista producción firmada por Deborah Warner para la ENO y que hizo su presentación en el Met en esta ocasión, trasladó con mucho criterio y minuciosa atención la acción hacia 1870 —años en lo que fue compuesta la ópera por Chaikovski— obteniendo un rotundo éxito sobre todo del ala más conservadora del público de la casa. Un halagador comentario mereció el bellísimo vestuario diseñado por Chloe Obolensky para esta producción. A Midsummer Night’s Dream Octubre 31. Ausente por más de diez años del repertorio y aprovechando las celebraciones del primer centenario del nacimiento del compositor inglés Benjamin Britten, el Met subió a su escenario la muy divertida producción de Tim Albery de la ópera Sueño de una noche de verano. En lo que correspondió a la vertiente vocal, todos los cantantes mostraron idoneidad en su trabajo, en una ópera donde prevalece más el lucimiento conjunto que el individual. Así todo, lestyn Davies estuvo algunos peldaños por encima del resto del elenco. Con la pizca justa de sensualidad y perversidad, su Oberon, rey de los elfos y de las hadas fue deslumbrante, sobre todo en lo que refiere a naturalidad y expresión. Su aria ‘I know a bank’ fue una lección de canto bueno e intencionado. Como su esposa, la reina Tytania, Kathleen Kim lució mucha simpatía y una sólida técnica en la ornamentada aria ‘Come now, a roundel’, pero lamentablemente en el resto de la ópera no pareció muy convencida de su personaje. De las parejas de humanos, Joseph Kaiser fue un refinadísimo Lisandro de desbordantes recursos vocales en una noche particularmente inspirada, y Michael Todd Simpson, un Demetrio de gran presencia escénica y convicción. Excelentes, tanto Elizabeth DeShong como Erin Wall compusieron una Helena y una Hernia sin mácula. De los seis artesanos de alto vuelo que ensayan un espectáculo para la boda del duque Teseo, vale puntualizar la labor de Matthew Rose quien, como el tejedor Bottom —cuya cabeza es convertida por Puck en la cabeza de un burro—, extrajo toda la humanidad y comicidad imaginable a su personaje, lo mismo que el desbordante Barry Brandes, una referencia indiscutible como Flauta, el remienda fuelles. Completó el elenco el joven actor Riley Costello como un pícaro, movedizo y explosivo espíritu Puck. El coro de la casa a quien la ópera de Britten le da no pocos momentos de lucimiento mereció los mejores elogios por su rendimiento. En cuanto al aspecto musical, el maestro James Conlon se encontró a sus anchas en un repertorio con el cual posee una absoluta afinidad y que conoce minuciosamente. Desde del foso y al frente de la orquesta de la casa, su lectura musical destacó por su cuidada puntuación, su energía y la policromía de su sonido puesta de manifiesto en caracterizar del mejor modo el ambiente de los tres mundos —el fantástico, el humano y el de los artesanos— presentes en la partitura del compositor británico. A pesar del paso del tiempo, la surrealista puesta en escena de Albery con sus coloridos decorados, su buen ritmo y su sabiduría teatral, completó un espectáculo que rindió con creces tributo y reivindicó a un compositor clave si se desea comprender la música del siglo XX. Norma Octubre 14. Se hizo desear pero finalmente Sondra Radvanovsky pudo asumir en la escena del Met el rol de la sacerdotisa Norma y al mismo tiempo presentar al público esta nueva faceta belcantista de su repertorio poco conocida en un teatro que la ha visto creer y que le ha propinado no pocos triunfos en su carrera. Y bien valió la pena la espera. Superando cualquier expectativa, la soprano americana dio una lección de canto, de estilo, de técnica, de sensibilidad y fundamentalmente de conexión con su personaje. Fue imposible Riley Costello (Puck) e Iestyn Davies (Oberon) Foto: Marty Sohl pro ópera Sondra Radvanovsky (Norma) y Aleksandrs Antonenko (Pollione) Foto: Marty Sohl enero-febrero 2014 Dmitri Hvorostovsky (Rigoletto) e Irina Lungo (Gilda) Foto: Ken Howard no rendirse ante tal despliegue de intensidad dramática y expresiva con la cual fue desmenuzando su personaje dejando entrever con igual solvencia a la Norma amante, madre y jefa espiritual de su comunidad. Su voz caudalosa, sonora y bien esmaltada fue incluso capaz de dominar su vibrato y al mismo tiempo servirse de este para obtener el matiz dramático justo en el momento adecuado. En su canto abundaron los pianissimi pero no como una mera muestra de proeza vocal sino como una forma más de exteriorizar los sentimientos de la trágica parte que la tuvo como protagonista. Un triunfo absoluto y merecido. Defendiendo la parte del cónsul romano Pollione, el tenor Aleksandrs Antonenko, no obstante poseer una voz adecuada para el este rol, no pareció particularmente cómodo en su parte. Si bien su autoridad vocal y su musicalidad fueron indiscutibles, no pudo decirse lo mismo de la construcción general de su personaje —su Pollione estuvo demasiado cercano al verismo— ni de su fraseo, demasiado eslavo —con sonidos muy abiertos— para esta ópera. A pesar de sus buenas intenciones, la aspirante a sacerdotisa Adalgisa de la mezzosoprano Kate Aldrich sólo se quedó en aspiraciones y no alcanzó a conformar. Vocalmente su labor no superó la discreción debido en buena parte a una voz falta de color y de homogeneidad. Sólo su intencionalidad en el decir y su muy correcta afinación pueden ser mencionados como hechos destacables de su anodina prestación general. Más allá de imprimirle una muy palpable humanidad al personaje de Oroveso, el veterano James Morris intentó compensar con una presencia escénica de primer orden un canto que pide “a los gritos” la jubilación. El siempre profesional Eduardo Valdés compuso un Flavio muy bien plantado, lo mismo que la Clotilde de la muy interesante Sian Davies. El coro bajo la atenta dirección de Donald Palumbo tuvo una de sus noches más inspiradas en lo que va de la temporada. Al frente de la orquesta de la casa y en un repertorio que le es muy afín, el maestro Riccardo Frizza brindó una lectura de la partitura de Bellini de gran personalidad, cautivante lirismo e impecable control siempre en absoluto equilibrio entre el foso y la escena. Muy apoyada en el cuidado vestuario, la oscura producción de John Coply estrenada en la casa hace poco más de una década, sin ser todo lo dinámica que enero-febrero 2014 se desearía, dejó no sólo que la acción fluyera sin inconvenientes sino que además no entorpeció la labor de los cantantes, que para los tiempos que corren no es poca cosa. Rigoletto Noviembre 14. Presentada con bombos y platillos la temporada pasada, la nueva producción escénica de la ópera Rigoletto que trasladó la acción de la ciudad de Mantua en el siglo XVI a Las Vegas de los años 60 buscando actualizar la trama —y de paso atraer a parte del público de Broadway— volvió a subir a la escena del Met con el único atractivo de contar con Dimitri Hvorostovsky como el protagonista de la ópera de Verdi. Como el deforme bufón del duque de Mantua —aquí convertido en una especie empleado de un Frank Sinatra que regentea un casino corrupto— el barítono ruso se lanzó a componer un rol donde encontró más limitaciones vocales que en otras de sus incursiones en terreno verdiano y que lo acercaron al límite de sus capacidades vocales. El bellísimo y homogéneo color, el canto espontáneo y dúctil y la búsqueda de la sutileza en el fraseo, elementos que son moneda corriente en el desempeño de Hvorostovsky, estuvieron siempre presentes en su caracterización. Sin embargo, su rendimiento, aunque convincente, esta vez fue desigual. Prestó particular atención en entregarlo todo en las arias ‘Pari siamo…’ y ‘Cortigiani, vil razza…’ y fundamentalmente en el dúo final donde resultó conmovedor en la despedida de su hija. En el resto de la ópera entregó muy poco para un cantante de su categoría. Tampoco a Matthew Polenzani le fue mucho mejor como el Duque, parte que interpretó más pensando en Mozart que en Verdi. Si bien su prestación fue correcta, no superó la discreción. Cantó todo igual, sin matiz alguno pero puso mucho esmero a la hora de atacar los agudos, lo que no le dio mal resultado a la hora de recibir el reconocimiento del público. Debutando en la casa, Irina Lungo fue una remarcable Gilda que creció en todo momento y cuya voz lírica de correcta agilidad se adaptó a los requerimientos de la parte sin mayores contratiempos. Sus mejores momentos fueron tanto el dúo con el duque como el final con su padre, donde lució una impecable línea expresiva que emocionó al público asistente. En una noche de gran pro ópera Patricia Racette (Tosca) y Roberto Alagna (Cavaradossi) inspiración Stefan Kocan compuso a un mercenario Sparafucile de muchos quilates que hizo alarde de una pletórica vocalidad. Oksana Volkova fue una Maddalena sin demasiada transcendencia. El resto de los personajes secundarios fueron defendidos con solidez. De entre ellos sobresalió con brillo propio el excelente Monterone de Robert Pomakov. Al coro se le vio en buena forma y muy colaborador con las muchas exigencias del director de escena. Un gran debut tuvo el maestro Pablo Heras-Casado al frente de la orquesta del Met. Desde el foso el muy talentoso director de orquesta español imprimió buen ritmo, cuidó tanto de los detalles musicales como de la concertación, así como del trabajo de los cantantes, convirtiéndose en un sostén indiscutible del éxito de la representación. El talentoso y muy galardonado director de escena americano Michael Mayer —de gran renombre en el ámbito de la comedia musical— a cargo de la puesta en escena, concibió un espectáculo innovador y absolutamente coherente que funciona teatralmente hablando y que desde su presentación ha dado —y dará— mucha tela para cortar entre el público más vanguardista y los más conservadores de la casa. Tosca Noviembre 16. No revistieron particular interés estas primeras reposiciones de la ópera Tosca que el mayor coliseo neoyorquino llevó a cabo en el debut de su temporada 2013-14. Todos los intérpretes convocados, ya sea juntos o separados, interpretaron esta ópera con anterioridad sobre este mismo escenario, de modo que esta reposición tuvo sabor a más de lo mismo. Asumiendo el rol protagónico, Patricia Racette demostró una vez más que Tosca es, en este momento de pro ópera Foto: Marty Sohl su carrera, una parte que le va muy bien a su voz. A diferencia con sus anteriores incursiones, la soprano americana mostró una mayor compenetración en la caracterización de su personaje: se le vio mucho más natural, suelta y menos pendiente al efecto vocal. Pudo afirmarse sin miedo al equívoco que su personaje creció desde su última incursión en este escenario. El timbre robusto, potente, de cuidado legato e incisivos agudos le dio muchos momentos de buen canto a la noche y sólo pudo reprochársele su acentuada tendencia a cantar en el forte. Con su carismática y magnética personalidad, Roberto Alagna fue un Mario Cavaradossi de ensueño que ayudó mucho a elevar el nivel general de la representación. Su revolucionario pintor brilló desde el comienzo al fin gracias a una voz viril, bien timbrada, agudos de acero y unas medias voces para el delirio. Su ‘Recondita armonia’ pleno de buen gusto y terminada en piano, así como sus brillantes agudos en los ‘Vittoria, vittoria…’ del segundo acto calentaron el terreno y coronaron un ‘E lucevan le stelle…’ todo pasión y entrega. Como el barón Scarpia, George Gagnidze no estuvo en una noche de gran inspiración. Aquí se lo ha visto en mejor forma vocal y escénicamente más creíble, pero así y todo, gracias a su oficio su prestación satisfizo al público. La voz destacó por su importante caudal, su sonoridad y su proyección y se lamentó que no intentase darle a su jefe de la policía secreta romana acentos más aristocráticos y menos vulgares de los expuestos. En los roles secundarios, el veterano bajo John Del Carlo pintó tanto en lo vocal como en lo escénico un muy simpático Sacristán y el bajo barítono Donovan Singletary dio vida a un solvente prófugo Cesare Angelotti. El coro respondió con eficiencia a los requerimientos de la partitura. enero-febrero 2014 La lectura musical del maestro Riccardo Frizza fue correcta, pero sin el vuelo dramático ni el baño de colores y matices que podría esperarse de la partitura de Puccini. Su labor tuvo más de acompañante que de protagonista. La poca inspirada producción escénica del aun menos inspirado del francés Luc Biondi no ayudó demasiado a despertar al público que pareció no poder escapar al aburrimiento generalizado que imperó durante todo este espectáculo. un broche de oro a su labor y un eficaz medio para calentar motores y hacerse de gran ovación final una vez caído el telón. El numeroso y sólido elenco vocal estuvo capitaneado por Alice Coote quien con una voz de gran calidad y bellísimo color encontró siempre el modo justo de exponer cada una de las variadas facetas de la personalidad de la detective Anne Strawson, quien tiene a su cargo la investigación policial que intenta arrojar la verdad sobre el caso que da origen a la trama. Impecable tanto en lo vocal como en lo escénico, el joven Paul Appleby se hizo de un muy merecido éxito personal gracias a su muy lograda recreación de Brian, el joven cibernauta a quien acusan de ser el autor del apuñalamiento de Jake. Encarnando a sus controlantes pero bien intencionados padres, Maria Zifchak y Kyle Pfortmiller fueron solventes en sus composiciones y aportaron su gran oficio. El Jake idealizado y exquisitamente cantado de Christopher Bolduc dio buen contrapunto con el verdadero Jake, un joven nerd, histérico e introvertido cantado con gran convicción por el niño soprano Andrew Pulver. De gran relieve, Jennifer Zetlan fue una hermana de Jake de gran solidez y Judith Forst delineó a la madre inválida de la detective Strawson con tal abundancia de recursos que acaparó toda la atención en cada una de sus intervenciones. Tanto Sandra Piques Eddy como Keith Miller le sacaron chispas a las partes de la obsesiva tía Fiona y del jardinero Peter, respectivamente. El resto de los roles secundarios fueron cubiertos con gran profesionalismo por elementos locales. Two Boys Noviembre 2. Estrenada en la English National Opera hace dos años, hizo su entrada con gran éxito al repertorio del Met esta nueva la ópera del joven y ascendente compositor americano Nico Muhly. El libreto escrito por el dramaturgo Craig Lucas se centró en la idea de que el Internet es el “paraíso” para que las personas puedan montar una identidad que no es la suya y sobre esta base armó —siguiendo la estructura de una novela policial— una trama compleja y oscura sobre el ciberacoso en Internet entre dos adolescentes gays, basado en hechos reales acaecidos en la ciudad de Manchester en 2011. Musicalmente, la partitura de Muhly resultó interesante y de textura fácil al oído, regalándole a la noche momentos de bellas y armónicas melodías, creativa tensión musical y un buen clima para el desarrollo de la acción. Su composición, aunque con estilo propio, denotó influencias de su mentor Philip Glass, así como de Steve Reich y en menor medida de Benjamin Britten, todos ellos compositores por los que Muhly no calla su admiración. Dada su juventud —el compositor tiene 32 años y es el más joven a quien el Met le haya estrenado una ópera— sorprendió y resultó auspicioso el modo en el cual Muhly escribió para las voces, siendo remarcable la calidad de su elaboración en los episodios corales. La escena final entre el coro y los solistas fue El coro respondió con muy buena predisposición al lenguaje vocal exigido por Muhly para su ópera. Al frente de la orquesta, el maestro David Robertson hizo una lectura precisa y muy atenta a resaltar tanto la tensión como las melodías sutilezas de la ópera. A cargo de la vertiente escénica, Bartlett Sher llevó a cabo uno de sus mejores trabajos en la casa. Valiéndose e integrando proyecciones, imágenes y video, el director de escena americano logró que el público pudiese echar un ojo en el mundo de las salas de chat y en las relaciones íntimas virtuales que a través de ellas se establecieron entre los protagonistas. Al mismo tiempo, la escenografía con sus múltiples cambios de escena, trasladó al espectador a través diferentes y variados ámbitos sin nunca perder el hilo de continuidad y contribuyendo a que el suspenso no decaiga en ningún momento. o t Paul Appleby como Brian en Two Boys t Nico Muhly, el compositor Foto: Matthew Murphy enero-febrero 2014 pro ópera