REGENERACIÓN POLÍTICA. REGENERACIÓN DE LOS SERVIDORES REGENERACIÓN DE LA SOCIEDAD. PÚBLICOS. Tras años de deterioro de la situación política, económica y social es urgente plantearse la necesidad de elaborar alternativas creíbles que aporten a la ciudadanía una mínima esperanza. Estamos viviendo la crisis actual como un auténtico fracaso. Alcanzados unos niveles de bienestar inimaginables hace sólo unas décadas, vemos cómo en lugar de avanzar en esa senda se nos viene todo abajo de manera precipitada. Con la insoportable cifra de seis millones de parados, con el deterioro de los servicios públicos, de la sanidad, la educación, la pérdida de la atención a los más necesitados y desfavorecidos, estamos yendo hacia una sociedad cada vez menos equitativa, menos justa y, en definitiva, menos democrática. Si a todo ello añadimos la profunda crisis ética puesta de manifiesto en la escandalosa reiteración de los casos de corrupción y la pérdida del espíritu cívico, no podrá extrañarnos que, en el ideario colectivo, algunos de los términos que en la actualidad se relacionan con la actividad política sean los de desinterés, lejanía, divorcio, corrupción, incumplimiento o incompetencia. Las encuestas no pueden ser más explícitas. Según el último barómetro del CIS, el 24% de los españoles consideran a la clase política como el principal problema del país, situándose esta cuestión en el tercer lugar de los asuntos que más preocupan a los ciudadanos, tan sólo detrás del paro y de la situación económica. Es necesario, por tanto, que los partidos reformulen el concepto clásico de la política ¿La política tiene futuro? Evidentemente sigue siendo necesaria, pero si se mantiene este desapego ciudadano, ¿no está en riesgo el propio sistema democrático? La política se menosprecia, pero al mismo tiempo resulta imprescindible. ¿Qué podemos hacer? Hay que propiciar un cambio en el orden de valores, la cultura de la irresponsabilidad y del dinero fácil, que trajo consigo la corrupción, la evasión de impuestos y un consumismo voraz ha de dejar paso a formas de vida que, cubiertas dignamente las necesidades materiales, fortalezcan cultural y espiritualmente al individuo y a la sociedad. Y esto solo se puede hacer si vuelven a situarse en primera línea valores como la solidaridad, la cooperación, la pasión por el saber, el autodominio, la austeridad o el trabajo bien hecho. Hay que impulsar una cultura de la ejemplaridad. Los protagonistas de la vida pública tiene un deber de ejemplaridad coherente con los valores de la democracia. No puede tenerse la más leve condescendencia con la corrupción, la malversación de bienes públicos, el despilfarro, la asignación de sueldos e indemnizaciones escandalosos a la vez que los responsables del gobierno se muestran insensibles por el sufrimiento de quienes más padecen las consecuencias de la crisis. Resulta imprescindible que la sociedad visualice con rapidez un cambio de rumbo. Y donde con más nitidez se puede acometer esta tarea es en la organización de los partidos políticos y en la selección de los representantes políticos o altos funcionarios de la Administración pública. Hay que construir organizaciones políticas plenamente democráticas y transparentes y ofrecerles como representantes de los ciudadanos a sus mejores mujeres y hombres, aquellos que, en el proceso de selección, respondan a los criterios de honestidad, mérito, capacidad y publicidad. Los servidores públicos han de tener un profundo sentido de la responsabilidad y de la profesionalidad, entendido no sólo porque acrediten una eficiencia científica y técnica sino porque incorporen en su actos los ideales de servicio a la sociedad y al interés común. Es un hecho que las instituciones y las personas que desempeñan cargos de gran responsabilidad pública han defraudado, en muchos casos, las esperanzas que se habían puesto en ellos y no han sabido ganarse la reputación ni el prestigio imprescindibles para merecer la confianza y el respeto por parte dela ciudadanía . Se hace pues imprescindible corregir los despilfarros y las corrupciones, erradicar de los puestos de responsabilidad a todos aquellos que no se hayan comportado con la decencia ética y política exigible. Necesitamos servidores públicos capaces de comprender la gravedad de la situación actual, tener una clara visión de futuro y que conciten la confianza de los ciudadanos. Se pueden hacer reformas institucionales, en el sistema político o en el de elección. Toda actuación política que pretenda ser creíble tiene que estar relacionada con "la transparencia" y con la idea de "rendir cuentas" ante los ciudadanos. Porque hay maneras de hacer política que facilitan el acercamiento de la gente, sobre todo cuando se tratan cuestiones que les interesan. La pérdida de prestigio y de influencia social, solo se pueden remontar con una apuesta claramente reformista, que devuelva alguna confianza a los que creen que las cosas no pueden seguir así y que la política tiene que recuperar la dignidad perdida. El reformismo debe formar parte de una verdadera estrategia ideológica. El PSOE ha de insistir en la batalla de las ideas y la regeneración o exigencia radical de competencia profesional y conducta ética. La receta está clara: reformismo y ofensiva ideológica. Pero, para que sea creíble, la reforma tiene que empezar en casa: desmontar los sistemas clientelares internos del partido y máximo cuidado la hora de elegir a quienes la sociedad ha de ver como moralmente muy confiables y profesionalmente muy capacitados. ¿Qué más se puede hacer? Habrá que examinar otros modelos de acción y organización política, por ejemplo adoptar, como en California, la fórmula del recall (rellamada) que supone que "el gobernador se someta a la confianza de la ciudadanía en la mitad de su mandato", acercar a políticos y ciudadanos. En definitiva, reconciliar al pueblo con sus representantes. Pero no nos podemos quedar en las palabras. También ellas han sido corrompidas. Y de modo especial en la política. Se ha tratado de usurpar, ocultar o alterar la dura realidad del país entronizando el eufemismo y el silencio con tal de no llamar a las cosas por su nombre. Como ya tiene dicho Cicerón “la verdad se corrompe o con la mentira o con el silencio". Y nosotros, en ninguno de los dos casos debemos ser cómplices de esa corrupción. El uso del eufemismo es habitual para evitar términos demasiado claros. Pero también ocurre lo contrario: las palabras que conllevan un valor y que se usan para mencionar un cambio positivo, como transparencia, se manosean tanto y se ven tan falseadas por la realidad cotidiana que se devalúan antes de que podamos incorporarlas con normalidad al lenguaje político. A través de las palabras, los políticos manifiestan el deseo de construir una sociedad políticamente correcta, como si las palabras fueran a modificar la sociedad. Y no es así. Las palabras, por sí solas, no resuelven las injusticias o los agravios. Los políticos muestran una gran incapacidad para reconocer los errores. Los niegan con tal rotundidad que nos dejan asombrados y perplejos. Quieren que los ciudadanos no vean lo que ven, los toman por tontos, y con esta falta de consideración y respeto aumentan el distanciamiento total entre políticos y ciudadanos. Asistimos a un espectáculo de magias trileras construidas sobre palabras o frases como externalizar en lugar de privatizar, o línea de crédito o apoyo financiero en lugar de rescate, o recargo temporal de solidaridad por copago, o, incluso, se ha llegado a recomendar la prohibición del uso de la palabra desahucio. Tras una prolongada degeneración de la vida pública, de la que también nosotros somos corresponsables, se ha consolidado una visión consensual indistinta de la lógica del sistema: no hay más que una realidad y ninguna opción para interpretarla. Y no es así. En nosotros está la posibilidad de desmentirlo. Con hechos, no sólo con palabras.