EVOLUCIÓN VITIVINÍCOLA EN ALDEANUEVA DE EBRO

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EVOLUCIÓN VITIVINÍCOLA EN ALDEANUEVA DE EBRO
Miguel Ángel del Prado Martínez
Un cultivo tradicional
El cultivo del viñedo, la transformación de las uvas en vino y su consumo forman parte
de nuestras señas de identidad cultural y económica. El vino fue un ingrediente básico de
la dieta ordinaria de nuestros antepasados y, junto al pan, constituyó la base de su alimentación. La importancia de su consumo quedaba reflejada en la costumbre de incluir un
azumbre de vino dentro del salario diario de los jornaleros. Pero, además, era un componente indispensable en las fiestas religiosas y profanas, e incluso se utilizaba como ingrediente de remedios medicinales al ser considerado fuente de salud. Así en el año 1550 el
médico navarro Alfonso López de Corella escribía que el vino “es aceite de la vida, defensa
de la salud, remedio de casi todas las enfermedades, antídoto de las muchas afecciones del
alma y estímulo incitante del ingenio”.
La diversidad y frecuencia de su uso hicieron del vino un producto básico que no podía faltar en las casas, por lo que los agricultores de Aldeanueva de Ebro estaban obligados a cultivar viñedo si querían satisfacer sus necesidades.
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Está constatado que el crecimiento del pueblo corrió paralelo al incremento del cultivo
de la vid; así ya desde el siglo XVI son continuas las referencias documentales que nos hablan de la presión que ejercían sus vecinos para conseguir la necesaria licencia real para la
plantación de nuevas viñas, ante la oposición de la ciudad de Calahorra, que obligaba a
todas las aldeas sometidas a su jurisdicción a producir cereales, mientras ella se reservaba
el cultivo del viñedo, mucho más lucrativo. No será hasta el año 1691, tras más de un siglo
pleiteando y solo una vez independizados de Calahorra, cuando los aldeanos consigan la
autorización del monarca Carlos II para plantar hasta mil fanegas de viñas “en tierras particulares y no realengas ni concejiles”.
Como consecuencia de las limitaciones impuestas por Calahorra, el terreno destinado a
viñedo era reducido, por lo que la producción local de vino no llegaba a cubrir las necesidades de consumo. Para asegurar su provisión, el ayuntamiento disponía de un servicio de
taberna pública que era sacado anualmente a subasta adjudicándolo al postor que más ventajas ofreciese al municipio. Gracias a los documentos localizados por Sara Bustos en el Archivo Histórico Provincial de Logroño, hemos podido saber que, ante la carencia de vino,
los aldeanos estaban obligados a traerlo de fuera de la localidad y que de ese cometido se
ocupaba fundamentalmente el arrendatario de la taberna, quien se obligaba a acarrear el
vino necesario “de donde lo mandaré el ayuntamiento”, ya fuera de dentro o de fuera del
reino de Castilla; como compensación por estas tareas de carretería, el tabernero recibía una
retribución económica. Así, por ejemplo, en las condiciones del arriendo de los años 1598
y 1599 se estipulaba que se le entregará “6 maravedís de cada legua de cada una cántara y
cuatro de vendaje”; además, “si el vino es de fuera de este reino se le pagarán los diezmos
y mermas de cántara”.
La venta de los caldos la realizaba el arrendatario de la taberna en su propia bodega; por
su parte, los cosecheros de la localidad también estaban autorizados a tener taberna en su
casa, pudiendo vender al menudeo el vino de su propia cosecha y “por cantarado” el que
trajesen de fuera del pueblo. El precio era establecido y regulado por el concejo, de manera que todos los vendedores estaban obligados a ofrecerlo “según postura del regidor”.
Los vinos estaban gravados por una amplia gama de impuestos, tanto municipales como
reales y eclesiásticos (alcabalas, sisas, servicios de millones, diezmos, primicias…), lo que
repercutía en su precio hasta tal punto que se ha llegado a estimar que entre un 60 y 68%
del precio final correspondía al pago de impuestos. Los taberneros actuarán de intermediarios entre los consumidores y la hacienda real y municipal, asumiendo el pago de la alcabala que posteriormente cobraban a los vecinos al realizar las ventas. Siguiendo la
documentación facilitada por Sara Bustos, vemos cómo en el año 1598 Diego Marín se
obligó a entregar 19 ducados al ayuntamiento de la alcabala y, un año más tarde, Diego García consiguió el arriendo de la taberna pagando 13 ducados y medio por el mismo impuesto.
La elaboración del vino se realizaba de manera doméstica en pequeñas bodegas situadas
en el interior de los domicilios de los vecinos más pudientes. La mayoría de los pequeños
campesinos carentes de su propia bodega se veían obligados a arrendar una cuba o concertar la elaboración del vino junto al mosto de los dueños de las bodegas.
A mediados del siglo XVIII la extensión del viñedo en Aldeanueva continuaba siendo
muy escasa. Así, por las noticias que nos ofrece el catastro del año 1752, sabemos que se
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cultivaban 300 fanegas en terreno de secano y 8 fanegas en terreno de regadío, obteniéndose una producción de 3.176 cántaras anuales. El precio del
vino era por entonces de cuatro reales y medio la
cántara.
Según el mencionado catastro, esta limitada producción era suficiente para satisfacer el consumo
local; así se señalaba que
en esta villa de ordinario se cogen los frutos
de pan y vino suficiente para su abasto y cada
cosechero tiene en su casa lo que le conviene
de ellos, por lo que por lo regular no suele haber
taberna ni panadería determinada.
A comienzos del siglo XIX, la parroquia empezará a recaudar los diezmos de la uva recolectada por los fieles aldeanos y que hasta entonces habían recibido las parroquiales de
San Andrés y Santiago de Calahorra. Durante 25 años, será la bodega de la “fábrica parroquial” el lugar donde se recogerá y elaborará el vino proveniente de los diezmos, pero finalmente en el año 1831 el cabildo eclesiástico decidirá construir una nueva.
Gracias a un expediente conservado en el archivo parroquial sabemos que la redacción
del proyecto y la dirección de las obras de la nueva bodega corrieron a cargo del arquitecto
y maestro albañil, Pedro Monasterio, vecino de Azagra. De la ejecución material se encargaron Facundo Ocón Arnedo y Pedro Merino, maestros alarifes de Aldeanueva de Ebro.
La obra consistió en el cerramiento y acondicionamiento de un corral sin techumbre y con
paredes de adobe. Para ello se derribó la pared de
adobe de la fachada y se levantó una nueva con un
primer tramo de piedra de dos varas de altura (cerca de
dos metros) y en el que se abrió la puerta de entrada
y dos ventanas por las que se introduciría la uva en la
bodega. El segundo tramo llegaba hasta la altura del
tejado del corral vecino y se hizo con unos pilares de
ladrillo y adobe. La pared trasera se mantuvo de adobes con dos pilares a cada lado sobre los que apoyaba
un madero. El techo de la bodega estaba cruzado por
50 maderos que iban desde la pared principal a la trasera y sobre los que se colocaron las bóvedas del tejado.
Calle Alejandro Palacios.
Fachada semejante a la de la bodega del Cabildo.
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La bodega tenía dos plantas. En la planta baja se encontraba la bodega propiamente
dicha, y era allí donde se recogía la uva, elaboraba y conservaba el vino. A la entrada estaba el pisador en el que se echaba la uva desde el exterior a través de las ventanas, para
ser aplastada y estrujada. Este pisador estaba enladrillado y tenía unas dimensiones de 4
varas de ancho por 3 de largo y se levantaba 4 pies de alto (8,3 metros cuadrados - 9,3 metros cúbicos). Detrás del pisador se construyó un foso de paredes empedradas “a tizón”
con una profundidad de algo menos de medio metro, y en cuyo fondo se colocaron 14 combos o piedras de “media vara en cuadro” que sirvieron de asiento para los tinos de la bodega. Al lado del foso de los tinos se acondicionó un espacio para colocar una “prensa al
aire”. En la segunda planta estaba la oficina del mayordomo de los diezmos, toda ella enlucida, con una piedra en el umbral de la puerta, una ventana y ventanilla con sus cerraduras y unos asientos de tabla.
Para el almacenamiento del vino se solicitaron los servicios de Pablo Maguregui, maestro de cubería de Anguciana, quien se encargó de hacer dos tinos con una capacidad de
1000 cántaras cada uno (32.000 litros en total), “a estilo de Rioja”, con tablas de dos pulgadas de grosor y con ocho cellos de hierro. Cada uno de los tinos tenía su “témpano” o tapa.
El contrato se firmó a mediados de julio, y los tinos debían estar colocados en la bodega
para el comienzo de la vendimia. Durante un año completo el cubero se hizo responsable
de las posibles reparaciones que pudieran ser necesarias.
A la bodega, además, se le dotó de una prensa “al aire” de la que se nos dice que era
firme, reforzada con planchas de hierro en la costuras.
Construida la bodega, e instalados los tinos y la prensa, finalmente se adquirieron todos
los utensilios necesarios, como una escalera para subir a los tinos, un comportillo para recibir el mosto, dos canillas de bronce, una cántara y un envasador de cobre, un azumbre y
dos arpas. La mayoría de estos utensilios se guardaban dentro de una alacena. Para la oficina del mayordomo se adquirió una mesa con cajón.
El precio final de la bodega, sin contar el corral en la que se construyó, ascendió a 13.370
reales, distribuidos del siguiente modo:
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La bodega había sido largamente esperada por el cabildo aldeano, pero una vez construida, no estaba llamada a perdurar mucho tiempo. La supresión de los diezmos en el año
1841, justo a los diez años de su construcción, dejaba a esta bodega sin el sentido para la
que fue construida.
El último cuarto del siglo XIX, la edad dorada del vino aldeano
Hasta bien avanzado el siglo XIX la viticultura aldeana se mantuvo como un cultivo tradicional dentro de una economía de subsistencia. Pero esta situación se vio radicalmente
transformada en el último cuarto del siglo XIX, debido a la creciente demanda de vino por
el mercado francés, tras la destrucción de sus viñedos atacados por la filoxera. La demanda
estuvo acompañada de una fuerte subida de los precios, especialmente en La Rioja Baja; así,
según el periódico mercantil Crónica de Vinos y de Cereales, la cosecha del año 1880 se vendió en Alfaro a 18 reales la cántara y en Aldeanueva de Ebro se llegaron a pagar hasta 20
reales. La reducción de los aranceles impuestos a los vinos españoles en la frontera francesa, tras la firma en el año 1882 del convenio hispano-francés, incrementará las exportaciones sobre todo del vino común.
Este contexto tan favorable provocará un
espectacular aumento, tanto del viñedo
como del vino producido. Las 151 hectáreas cultivadas en Aldeanueva de Ebro se
convirtieron en 1.100, a las que había que
sumar las 1.650 hectáreas plantadas por los
aldeanos en las jurisdicciones de los pueblos vecinos. En el plazo de treinta años,
de una producción que apenas cubría las
necesidades locales, se pasó a producir
300.000 cántaras de vino, convirtiéndose
en uno de los principales productores de
La Rioja, muy por encima de Autol con
180.000 cántaras, de Alfaro con 250.000, de
San Asensio con 280.000 e incluso que
Haro con 240.000. Vinateros
y comisionistas franceses,
guipuzcoanos y catalanes
eran los compradores del
vino producido en nuestro
pueblo.
Para poder elaborar este
vino se construyeron nuevas
bodegas. Así, las 24 que
había en 1880 se convirtieron
en 69 en 1889. Algunas de
Bodega construida en 1872.
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ellas compartían espacio con corrales y pajares, otras estaban dentro de las casas de los cosecheros, y 29 se usaban exclusivamente como bodega, destacando entre todas ellas la de
Martín Bretón Falcón en la calle Yerga, de 300 metros cuadrados, y la de Alejo Arnedo Ocón
en la calle Don Ángel, de 280 metros cuadrados.
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Junto a las pequeñas bodegas ubicadas
principalmente en los domicilios de los cosecheros y donde elaboraban el vino con los
métodos tradicionales, surgen otras con visión comercial en las que se introducen los
métodos de elaboración de vino a la manera
de Burdeos, que suponía el despalillado de
la uva antes de su fermentación. En estas bodegas empiezan a aparecer las primeras despalilladoras, en un principio simples mesas
con una rejilla de madera sobre la que se separaba el grano del raspón, para poco a
poco ir apareciendo las despalilladoras-estrujadoras.
De los 13 cosecheros, recogidos en el
Anuario del Comercio del año 1881, se pasará a los 32 entre los años 1888 y 1899.
Trabajando en una mesa despalilladora
a comienzos del siglo XX.
Cosecheros de vino en Aldeanueva de Ebro, según el Anuario del Comercio.
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Nuevos profesionales como los cuberos empiezan a desarrollar su actividad en la localidad. El primero de ellos, Anselmo Goicochea, ejerce como cubero desde 1882, y a partir
de 1886 también lo hacen Ramón Echevarría, Miguel Zubeldia y Robustiano Varea.
Incluso se llegó a constituir
una industria derivada, la Fábrica de Alcoholes y Tártaro
de José Berenguer en la que
a partir de los excedentes y
de los orujos y residuos resultantes de la elaboración de los
vinos se elaboraba alcohol vínico y ácido tartárico.
Los productores aldeanos no descuidaron la proyección comercial de sus vinos, participando en numerosas exposiciones tanto nacionales como internacionales, donde no solo
exhiben sus caldos sino que además reciben importantes reconocimientos.
Ya en la primavera de 1877 se celebró en Madrid la Exposición Nacional Vinícola con el
objetivo de mostrar a los países europeos con sus viñedos destruidos por la filoxera el potencial que ofrecían los vinos españoles. A esta muestra acudirán 12 cosecheros aldeanos:
Bernardino Bretón, Atanasio Eguizábal Cordón, Lucas Giménez, Anselmo Goicochea, Antonio Gómez Ortiz, Margarita Herce, Ildefonsa Llorente, Gabino Moreno, Joaquín Ocón Moreno, Joaquín Ambrosio Palacios Ruiz de Bucesta, Bartolomé Pastor y Telesforo Ruiz de
Bucesta. Seis de ellos serán premiados por sus vinos “tintos de monte”: Justo Marín Gutiérrez, Telesforo Ruiz de Bucesta, Manuel Carrera Urtubia, Antonio Gómez Ortiz, Ildefonsa Llorente y Joaquín Ocón Moreno; por su parte, Joaquín Palacios Ruiz de Bucesta recibió el
reconocimiento por un tinto de 1864, es decir con 13 años de solera.
Un año más tarde, Joaquín Palacios Ruiz de Bucesta obtenía una mención de honor en
la Exposición Internacional de París de 1878 en la categoría de vinos dulces y secos.
En 1888 la producción y venta vinícola está en la cima; no es por ello extraña la masiva
participación de los vinateros aldeanos en la Exposición Universal celebrada en Barcelona
entre el 8 de abril y el 9 de diciembre de dicho año. Nada menos que 31 cosecheros concurren al certamen: Cirilo Álvarez, Alejo Arnedo, Bernardino Bretón, Martín Bretón, Isidro
Calvo, Faustino Falcón, Juan Baustista Falcón, Plácido Falcón, Anselmo Goicochea, Antonio Gómez, Carlos Gutiérrez, Baltasar Jiménez, Esteban Jiménez, Juan Lasanta, Pedro Librada, Silvestre Librada, Justo Marín, Pedro Martínez, Pedro Merino, Enrique Miranda, Víctor
Montiel, José Mª Moreno, Felipe Ocón, Nemesio Ocón, Josefa Pascual, Juan Ramírez Carreras, Eleuteria Ruiz, Hilario Ruiz Miranda, Juan Francisco Ruiz, Vicente Ruiz y Miguel Zubeldía.
Pero no es solo cantidad lo que llega a Barcelona, sino también calidad, tal como lo demuestran los numerosos premios recogidos. En esta ocasión serán 16 los cosecheros reconocidos, cinco con la medalla de plata: Plácido Falcón, Justo Marín, Felipe Ocón, Pedro y
Silvestre Librada; ocho con la medalla de bronce: Bernardino Bretón, Pablo Falcón, Baltasar Jiménez, Enrique Miranda, Víctor Montiel, Josefa Pascual, Vicente Ruiz y Faustino Roldán; y tres con mención de honor: José María Moreno, Pedro Martínez y Juan Francisco Ruiz.
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Año 1888. Medallas de plata en la Exposición Universal de Barcelona.
En el año 1897 se celebró en la capital de La Rioja la “Exposición Regional de Logroño”
durante los días 16 de septiembre al 25 de octubre. En la lista de los cosecheros riojanos
premiados aparece Alejo Arnedo, quien consigue una medalla de bronce por su vino tinto.
Entre el 14 de abril y el 20 de noviembre de 1900 se celebró en París la Exposición Universal Internacional, donde se exhibieron productos de más de cincuenta países. De la provincia de Logroño se trasladaron 32 productores, pero entre ellos ya solo había un único
representante aldeano, el hacendado Alejo Arnedo, quien recibió una mención de honor por
su vino y una medalla de bronce por su aceite de oliva.
La pérdida del mercado francés y la llegada de la filoxera
Aldeanueva de Ebro era considerada una villa rica en la que viticultores y vinateros obtenían importantes beneficios y los jornaleros conseguían trabajo en las abundantes tareas
que requerían las viñas a lo largo de todo el año. Pero en las mismas puertas del siglo XX
el cierre del mercado francés y la aparición de la filoxera acaban con la edad de oro de la
viticultura aldeana.
Ya en la última década del siglo XIX, la paulatina recuperación del viñedo francés, una
vez superada la plaga de la filoxera, supuso la progresiva disminución de las exportaciones a Francia, cerrándose definitivamente este mercado en el año 1892, cuando el país vecino renuncia al entonces vigente tratado comercial, imponiendo un arancel proteccionista
que gravaba la importación del vino español.
El veinticuatro de abril de ese mismo año 1892, la Junta Central de todos los pueblos que
poseen viñas en la Rioja Baja, reunida en Calahorra, decide dirigirse al Congreso de los Diputados para hacerle sabedor de la situación en que la nueva situación comercial les dejaba:
la ruptura de las relaciones comerciales con Francia, cuyas nuevas tarifas han privado
a nuestros vinos del más importante mercado, que no tiene fácil sustitución en el ex-
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terior. Los franceses aprovechaban los caldos de España como primera materia para
el desarrollo progresivo de la industria del comercio de vinos en aquella nación, en
la que colocábamos la mayor parte de nuestra cosecha, y como nos falta este recurso,
es de temer la completa anulación de tan valiosa producción del territorio español si
no se compensa la privación de aquel punto comprador, facilitando el aumento del
consumo interior y otros medios de exportación, que han de ser más lentos, a remediar lo que nuestra triste y precaria situación demanda.
Para “salvar la producción vinícola de la crisis que en la actualidad sufre”, esta Junta solicitaba al Congreso una serie de medidas:
• Supresión de la odiadísima contribución de consumos.
• Rebaja en las tarifas de vías férreas, cuyos altos precios dificultan el tráfico.
• Abolición de todo derecho arancelario sobre el vino a su importación
en nuestras posesiones de Ultramar.
• Prohibición absoluta de vinos artificiales, cualquiera que sea la substancia
que se emplee en confeccionarlas.
• Persecución y trabas a los alcoholes industriales y libertad de circulación
a los de vino.
• Protección a los aceites nacionales.
• Pronto e inmediato arreglo comercial con Francia bajo su tarifa mínima,
siendo la escala alcohólica de doce grados en nuestros vinos la base para tratar.
• Procurar a la mayor brevedad hacer tratados idénticos con Inglaterra
y Estado Unidos de América, que permitan con precio módico importar en
dichas potencias los vinos de pasto españoles.
• Introducción libre del sulfato de cobre y azufre con destino a emplear los
vinicultores en sus propiedades.
El período de máxima prosperidad iniciado en el año 1878 llegaba a su fin. No obstante,
y a pesar de unas condiciones menos favorables, se mantuvo la extensión del viñedo. Pero
lo peor todavía estaba por llegar. En el verano de 1899 se detectaban los primeros casos de
filoxera en La Rioja y en diciembre ya había llegado a los campos aldeanos. Los efectos de
este insecto eran letales para las viñas; así, una vez instalado en las raíces de una cepa, ésta
moría irremediablemente en un
plazo que oscilaba entre los
dos y los cuatro años. La propagación de la plaga se producía de forma rapidísima.
Aún no habían pasado tres
años de la detección de los primeros casos de filoxera
cuando en el verano de 1902,
el alcalde y la Junta de Mayores Contribuyentes, en una dramática solicitud enviada al
ministro de Hacienda, daban
por “perdida en gran parte y
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Tratamiento de una viña con sulfuro de carbono, mezclado con agua mediante una bomba a presión (1895).
Foto: Juan Piqueras Haba.
muy pronto será en su totalidad su riqueza vitícola por el alarmante desarrollo de la filoxera”.
En el año 1904 la filoxera ya se había extendido por todo el término municipal. Tal y
como informaban los propietarios aldeanos al ministro de Hacienda, “la devastación del viñedo por la terrible plaga filoxérica avanza rápidamente; ya no es un término determinado
el invadido, sino que se ha enseñoreado de toda nuestra principal riqueza sumiéndonos en
la mayor miseria”. En este estado, las cosechas ya se daban por perdidas, “la última cosecha de vino ha sido tan insignificante y tan marcada su depreciación en el mercado, que
sus escasos productos, aunque los obtuviera, no remunerarían ni en pequeñísima proporción los cuantiosos dispendios y enormes tributos que gravitan sobre estos pobres labradores”.
Tras ensayar de manera infructuosa distintos medios para combatir la plaga, se comprobó
que el único método útil era el arranque de las viñas filoxeradas y la plantación de barbados o portainjertos de vid americana, que, a diferencia de las variedades europeas, eran resistentes al insecto. Tras las lógicas vacilaciones para adoptar una medida tan drástica,
finalmente los viticultores aldeanos comenzaron a arrancar sus viñas, desapareciendo en el
plazo de diez años 920 hectáreas de viñedo de su término municipal, quedando su extensión reducida a tan solo 180 en el año 1.909 y su producción a unas escasas 20.000 cántaras, 280.000 menos que en los años de bonanza.
Los agricultores aldeanos muy pronto fueron conscientes de la necesidad de acometer la
replantación de las viñas. Así ya el 8 de febrero de 1903 la Junta Municipal de Reformas Sociales consideraba que era preciso “empezar la replantación de los viñedos que han sido
atacados por la filoxera por vides americanas, teniendo en cuenta que en este distrito mu-
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nicipal no existe industria de ningún género y que ricos y pobres todos viven de la agricultura”.
Esta Junta tras reconocer que, si bien en un principio “nadie había creído en los destructores efectos de la plaga filoxérica”, consideraban que “la replantación está fuera de
duda tanto por sostener la riqueza vinícola de esta villa como por dar vida al obrero que
tendrá que emigrar a otros países en busca de sustento para su familia si en sus planes más
lejanos ve que no se hace ánimo de reconstruir el viñedo perdido, toda vez que en esta localidad es la única producción que existe”.
La lenta recuperación
En el año 1909 se tocará fondo, quedando reducida a 180 hectáreas la extensión del viñedo de Aldeanueva de Ebro; pero las replantaciones pronto empezarían a notarse, de manera que al año siguiente ya había 280 hectáreas de las que 200 eran americanas.
En este proceso desempeñó un papel importante la Diputación Provincial de Logroño. Así,
tal y como refleja la documentación del sindicato agrícola local, los viticultores aldeanos que
quisieron plantar vides americanas se pudieron beneficiar desde el año 1910 de los injertos
barbados y de los abonos que esta institución les ofrecía.
De todos modos, la recuperación resultó costosa y no será
hasta la década de 1921-1930
cuando la superficie de las viñas
quede totalmente reconstituida,
aunque su extensión se reducirá a
un 60% de la que ocupaba en
1889. Buena parte de este viñedo
estará en manos del terrateniente
José María Arnedo Mateo, el
mayor propietario de la localidad,
quien en el año 1931 poseía 150
hectáreas de viñas en los términos de Aldeanueva de Ebro, Alfaro, Rincón de Soto y Calahorra,
a las que sumaba 330 hectáreas de cereales y
otras 650 hectáreas dedicadas a pastos.
Conforme se fue recobrando el viñedo, volvieron a ser necesarias las infraestructuras vinícolas, por lo que ya en el año 1918 el sindicato
agrícola proyectó la construcción de una bodega cooperativa y destilería, aunque finalmente dicho proyecto no se materializó.
Cuba de 800 cántaras.
Bodega de Santiago Rubio, en la calle Alejandro Palacios.
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A partir de entonces solo unos pocos cosecheros locales siguieron manteniendo la producción vinatera en pequeñas bodegas, donde transformaban las uvas obtenidas de las garnachas de sus propias viñas, obteniendo unos vinos tintos robustos y de alta graduación
alcohólica, que eran comprados sobre todo por empresas de Cenicero y Haro.
En estas bodegas no eran infrecuentes los accidentes, en ocasiones mortales; el causante
era el temido “tufo”, dióxido de carbono producido por la fermentación de las uvas que,
acumulado en unas cavas escasa o nulamente ventiladas, llegaba a provocar la pérdida de
la conciencia y la muerte por asfixia de los trabajadores. Uno de estos casos lo recogía el
periódico de tirada nacional El Imparcial en su edición del día 5 de noviembre de 1911:
Muerte por tufo en la bodega.
En Aldeanueva de Ebro se ha desarrollado un triste suceso, ocasionado por la poca
precaución de los cosecheros de vino en la época de actividad en los lagares. En la
bodega de propiedad de Carlos Librada entró su dueño y cayó instantáneamente al
suelo con síntomas de asfixia. Al auxiliarle un hijo suyo, sufrió idéntico accidente, falleciendo en breves momentos. Después, cuando el vecindario en masa asistía al entierro de las víctimas, oyeron gritos de dolor. Acababa de fallecer, también intoxicado,
el joven Valentín Alcalá.
Ya en la década de los cuarenta se alcanzan las 800 hectáreas de viñedo. Por lo que respecta a los productores locales de vino destacaba Casto Gutiérrez, tanto por el tamaño de
su bodega como por la cantidad de vino que elaboraba y que llegaba a alcanzar los 350.000
litros anuales. Junto a los cosecheros surgen bodegas industriales, como la de Emiliano Bezares, en la que se elaboraban unos 650.000 litros de vino anuales, o la de Bernardo Beristain, también conocida como la “bodega nueva” y que sería la cuna de Bodegas Campo
Viejo.
El donostiarra Bernardo Beristain, desde la década de los 40, elaboraba en Aldeanueva
de Ebro un vino destinado a la exportación, que, almacenado en Pasajes de San Juan, era
comercializado desde San Sebastián. Tras varios años produciendo vino en nuestro pueblo,
se asociará con José Ortigüela, naciendo Campo Viejo, que elaboró su
primer vino en el año 1959. Dos
años más tarde, en 1961 aparece la
primera botella de Campo Viejo, que
se convertirá rápidamente en icono
de las grandes marcas de La Rioja. El
lanzamiento comercial no llegará
hasta 1963 de la mano de Juan Alcorta, empresario guipuzcoano fundador de la Sociedad Vinícola del
Norte (Savin), que comercializaba
un popular vino de mesa envasado
en botella retornable. Si Savin era el
vino de diario, Campo Viejo se conBodega Bernardo Beristain, actualmente desaparecida.
vertirá en el vino de los festivos.
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Ya en el año 1965 y con el fin de incrementar su producción y mejorar la comercialización del vino, las iniciales instalaciones aldeanas se trasladaron a Logroño. No obstante, la
bodega de Bernardo Beristain seguirá elaborando caldos para Savin, manteniendo una importante producción de vino que en el año 1967 alcanzó el millón de litros.
El impulso cooperativista de los pequeños viticultores
A mediados del siglo XX la mayoría de los viticultores eran pequeños productores que
dependían de las pocas bodegas aldeanas y de los comerciantes y almacenistas foráneos
para dar salida a su producción. Carentes tanto de medios de almacenaje para sus uvas
como de infraestructuras para su elaboración, no tenían margen para negociar con comerciantes y almacenistas, viéndose obligados a vender las uvas a los precios que éstos les imponían, generalmente por debajo de su valor real. Por su parte, los pequeños cosecheros
no tenían mucha más capacidad de presión para obtener buenos precios en la venta de sus
caldos.
Para acabar con estos abusos, el 20 de noviembre de 1955 un grupo de agricultores, en
su inmensa mayoría pequeños viticultores, fundan la Bodega Cooperativa San Isidro Labrador, redactando en el mes de febrero de 1956 sus estatutos e iniciándose la construcción de su propia bodega. Tan solo un año más tarde, la cooperativa ya fue capaz de
elaborar 750.000 litros de vino destinados a la venta a granel a las bodegas comercializadoras de La Rioja Alta.
La cooperativa estaba regida por una Junta Rectora y un Consejo de Vigilancia, elegidos por votación popular entre sus asociados. Los socios debían aportar a la cooperativa
la totalidad de su cosecha, determinándose a la entrada de la uva en la bodega su peso
y densidad de azúcar o graduación alcohólica, calculándose en consecuencia los kilos-grados entregados, medida empleada para repartir el valor del producto una vez vendido.
Durante un período de diecisiete años los socios tuvieron que dejar el diez por ciento del
valor de su cosecha en la cooperativa, en concepto de amortización de inmuebles.
Si bien sus principios estuvieron llenos de dificultades, poco a poco los viticultores fueron concienciándose de los beneficios que les aportaba el cooperativismo, lo que conllevó
la progresiva incorporación de nuevos socios; a los pequeños viticultores no tardarán en
unirse los cosecheros que hasta entonces mantenían sus bodegas familiares, desapareciendo de este modo la figura del cosechero individual.
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La bodega cooperativa pasa a aglutinar la práctica totalidad de la elaboración vinícola
local, por lo que en el año 1967 llega a producir cerca de 2.400.000 litros de vino. Cinco
años más tarde esta producción se había doblado; así en 1972 se elaboraron 4.895.900 litros, alcanzándose ya a mediados de esa década los seis millones de litros anuales.
El incremento de la producción obligó a la ampliación de la bodega mediante la construcción de nuevos depósitos de cemento, pero las dificultades para la venta del vino, producidas entre los años 1972 y 1975, hicieron que el espacio conseguido fuera insuficiente.
A comienzos del año 1975 en la bodega se almacenaba el 60% de la cosecha del año
1973 y la totalidad del año 1974. Para recoger los excedentes se adquirieron depósitos de
poliéster con capacidad para 2,5 millones de litros de vino, lo que requirió una inversión
de más de catorce millones de pesetas.
Hasta entonces la producción de vino se destinaba de manera exclusiva a la venta a granel, tanto a las empresas vinateras -sobre todo de La Rioja Alta-, como directamente a los
consumidores, quienes se llevaban el vino de la bodega en sus propios garrafones.
Es a mediados de los 70 cuando se instala la primera embotelladora con procesos muy
manuales y comienzan a producirse los primeros vinos embotellados destinados al consumo interno de los socios y a la comercialización a pequeña escala a los clientes de localidades cercanas. Ya en los años 80 se decide dar el salto al mercado nacional, por lo
que se hace necesario sustituir la primera embotelladora por otra tecnológicamente más
avanzada y que permitiera una producción de botellas acorde con las nuevas necesidades comerciales.
Con una política expansionista, a finales de los 80 la cooperativa adquiere parte importante de las acciones de Bodegas Berberana, pasando a ser el accionista mayoritario
del grupo y ostentando su presidencia. Una década más tarde, en 1995, se vende la par-
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ticipación de Bodegas Berberana y el capital obtenido se invierte en la renovación de las
antiguas instalaciones, así como en la ampliación y creación de nuevas infraestructuras
para la elaboración y embotellado de vino, dándose los primeros pasos en la crianza de
sus caldos. A la vez se potencia su estrategia comercial para la venta directa al consumidor de los vinos embotellados y etiquetados, creando una marca reconocible y diferenciable. Para ello la que fuera Bodegas San Isidro Sociedad Cooperativa pasa a llamarse
Viñedos de Aldeanueva, y sus vinos se etiquetan bajo la marca Azabache.
Actualmente Viñedos de Aldeanueva cuenta con 850 socios, propietarios de 2.800 hectáreas de viñedo, obteniendo una producción media anual de veinticinco millones de
kilos de uva. En su bodega se elaboran dieciocho millones de litros anuales, lo que la convierte en la mayor bodega de elaboración de La Rioja. Además, dispone de capacidad
para almacenar treinta y dos millones de litros de vino con un parque de barricas formado
por 15.000 unidades depositadas en tres naves de crianza. En su faceta comercial, se encuentra entre las cinco primeras bodegas comercializadoras de La Rioja, destacando su faceta exportadora, que representa un 40% de la facturación de su vino embotellado.
El renacer vitivinícola
A finales del siglo XX la viticultura aldeana comenzó a revivir la pujanza que tuviera un
siglo antes, de mano de la creciente demanda del vino de origen Rioja. El precio de la uva,
que desde la década de los 80 había caído hasta rozar la frontera de lo que se considera
imprescindible para rentabilizar una explotación, comenzó a subir estabilizándose a unos
niveles que garantizaban unos buenos ingresos a los viticultores. La rentabilidad y seguridad que ofrecía el viñedo en este nuevo escenario económico lanzó a los agricultores aldeanos a plantar vid a un ritmo vertiginoso, de tal manera que en pocos años el paisaje
agrario se transformó para dar lugar a una continua sucesión de viñas. El siglo XXI se iniciaba con casi 1.373 hectáreas de viñedo en el término municipal de Aldeanueva de Ebro,
a las que habría que sumar las
cultivadas por los aldeanos en
las poblaciones limítrofes. De
esta manera Aldeanueva volvía a ser uno de los principales productores de uva de La
Rioja.
Al incremento de la extensión del viñedo se añadió un
mayor rendimiento en la producción, debido tanto a las
mejoras técnicas como a la
mecanización de su cultivo y,
sobre todo, a la extensión del
regadío, que llevó el agua a las
viñas de las zonas más eleva-
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das, que comenzaron a regarse por el sistema de goteo a comienzos de los 90.
Por otra parte, las antiguas garnachas, adaptadas a la escasez de agua, han sido en buena
medida sustituidas por el tempranillo, una variedad que ofrece una mayor rentabilidad económica y de la que se obtienen vinos más ajustados a las demandas actuales del mercado.
La evolución en el cultivo del viñedo ha venido acompañada de una nueva cultura del
vino y el resurgir de las bodegas familiares, muchas de ellas creadas por los sucesores de
los cosecheros de finales del siglo XIX. El resultado ha sido un espectacular desarrollo de
la industria vinatera aldeana. Si en 1988 la Bodega Cooperativa era la única elaboradora y
comercializadora de vinos, se ha pasado a las 21 bodegas que actualmente embotellan y dan
crianza a sus propios vinos y que comercializan con sus propios nombres y marcas: Bodegas Álvarez Alfaro, Bodegas Cicerón, Bodegas D. Mateos, Bodegas del Medievo, Bodegas
Domeco de Jarauta, Bodegas Finca Manzanos, Bodegas Lacus, Bodegas Montesa de Rioja,
Bodegas Ontañón, Bodegas Pastor Díaz, Bodegas Quinta Avenida, Bodegas Sendero Royal,
Bodegas Viña Herminia, Bodegas Viñas Nuevas, Bodegas y Viñedos la Montesa, Bodegas y
Viñedos las Monjas, Viñedos de Aldeanueva, Viñedos de Alfaro, Viñedos Montalvillo, Viñedos Real Rubio, Viñedos Ruiz Jiménez.
Los viticultores de Aldeanueva de Ebro gestionan y cultivan 6.150 hectáreas de viñedo y
gestionan alrededor de un 10% de la totalidad del vino de la Denominación de Origen Calificada Rioja, con una producción de 40 millones de kilos de uva, con los que se elaboran
28 millones de litros de vino.
Huellas culturales y proyección turística
Las huellas culturales que ha dejado la actividad vitivinícola en Aldeanueva de Ebro se
pueden descubrir tanto en su paisaje como en su paisanaje, en un rico patrimonio etnográfico, documental, arquitectónico y paisajístico que conforman una de sus principales
señas de identidad colectiva.
Así, sus gentes atesoran un rico patrimonio oral transmitido de generación en generación, constituido por un extenso vocabulario específico de las distintas labores realizadas
en las viñas y en las bodegas, de sus pesas y medidas, de las herramientas e instrumentales empleados. Si bien es cierto que las nuevas técnicas de cultivo y la modernización y mecanización de los trabajos están dejando en desuso un vocabulario que ya solo perdura en
las personas de mediana edad, y que sería deseable recopilar antes de su posible desapa-
Documentación en la exposición “De la viña a la bodega”. Año 1999.
225
rición.
La gastronomía aldeana está enriquecida con una serie de platos, cuyo ingrediente principal es el mosto de uva, como los hormigos, el mostillo, o los tajos.
Son muchos los documentos que recogen la larga historia vitivinícola aldeana custodiados en los archivos de la localidad, especialmente en el archivo municipal, conformando
un patrimonio que estamos obligados a salvaguardar.
Mucho más visible resulta el patrimonio arquitectónico, pues siglos de tradición bodeguera han dejado su impronta en el urbanismo de Aldeanueva de Ebro. Tres tipos de bodegas podemos contemplar actualmente: las bodegas tradicionales, las bodegas con
vocación industrial y las bodegas recientemente construidas.
Las bodegas tradicionales se encuentran perfectamente integradas dentro de la propia estructura urbanística, y su uso estaba
completamente asimilado con la vida
cotidiana de sus gentes. Es por ello
que constituyen referentes inexcusables de nuestra memoria histórica. En
este grupo podemos señalar en primer lugar a las bodegas construidas
en el interior de las propias casas. Se
trata de bodegas de dimensiones reducidas, acomodadas a la producción
del cosechero y cuya infraestructura
se reducía a un tino o depósito, a una
prensa y a algunos toneles. Hasta fechas recientes constituían una tupida
red que abarcaba a la práctica totalidad del pueblo; sin embargo, la
transformación urbanística que se
está produciendo en los últimos años
Bodega en la calle Cortijo.
ha reducido considerablemente su número.
En segundo lugar estaban
las bodegas tradicionales
construidas con una vocación industrial. De entre
Bodega de los Arnedo.
Construida alrededor de 1872.
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Bodega de los Arnedo.
Chimenea de la “tufera”.
Cava en la bodega de los Arnedo.
Cava y prensa en la bodega de Faustino Díaz de Rada. Año 1872.
ellas destacaban dos ejemplos de finales del siglo XIX, de factura y estructura semejante.
Una, situada en la antigua calle Yerga, actualmente Avenida Juan Carlos I, perteneció a Clotilde Serrano y Faustino Díaz de Rada, para finalmente ser comprada por Bodegas Gurpe227
gui; y la otra, situada
en la Calle Don
Ángel, pertenecía a
la familia Arnedo.
Estas bodegas eran
dos ejemplos de la
arquitectura industrial desarrollada en
el siglo XIX y muestra palpable de la
importancia vinatera
que tuvo Aldeanueva de Ebro en el
pasado. Desgraciadamente, a comienzos de este siglo XXI
las dos fueron derribadas.
Bodega de Casto Gutiérrez.
Año 1998. Inauguración del Museo del Vino de la Rioja Baja, en Aldeanueva.
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Otro ejemplo de más reciente factura, y en perfecto estado de conservación, aunque en
buena parte reformada, es la bodega de Casto Gutiérrez, situada en la Avda. Juan Carlos I,
que se mantuvo en funcionamiento hasta fechas recientes.
El otro tipo de bodegas lo conforman las nuevas bodegas construidas en la actualidad.
Éstas no solo han atendido a la tecnificación de sus instalaciones, sino que han procurado
dotarlas de indudables valores estéticos.
No han sido ajenos los aldeanos al reconocimiento de la importancia de su patrimonio
histórico, y buena muestra de ello es el Museo del Vino de La Rioja Baja, situado en la ermita de Nuestra Señora del Portal, y en el que se exponen aperos y útiles tradicionales de
labranza y vinificación, acompañados de paneles explicativos que ayudan a su mejor interpretación.
La ermita del Portal, construida en el siglo XVI, tras cuarenta años de abandono y expuesta a su progresivo deterioro, pudo convertirse en museo gracias a un convenio firmado
entre Viñedos de Aldeanueva y la Diócesis de Calahorra y La Calzada–Logroño, por el que
se cedió el uso del inmueble por treinta años prorrogables a cambio de su restauración y
rehabilitación. Tras las obras de recuperación del edificio, el museo fue inaugurado el año
1998, con un triple objetivo: conservar el patrimonio histórico artístico, potenciar el desarrollo local a partir de la promoción turística y cultural y rendir homenaje a los viticultores aldeanos.
A finales del año 2003 se daba un paso más en el desarrollo
estratégico del sector vitivinícola, apostando por el enoturismo,
incluso como marca. De hecho en abril de 2004 la Oficina Española de Patentes y Marcas concedió al Ayuntamiento de Aldeanueva de Ebro el registro de la marca “Enoturismo”.
Con el vino y las
viñas como eje articulador de este proyecto se
empieza a desarrollar
un conjunto creciente
de actividades turísticas
como rutas por los viñedos o las visitas a las
bodegas de la localidad, para difundir y dar
a conocer sus vinos y
marcas. El otro soporte
de la iniciativa fue el
turismo cultural, potenciando y divulgando la
obra que el artista local
Miguel Ángel Sainz
dejó en nuestro pueblo.
Representación del otoño. Monumento en la Plaza de España, obra de Miguel Ángel Sainz.
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La feria anual “Entreviñas” reúne en Aldeanueva de Ebro a miles de visitantes en torno a los vinos aldeanos.
La constitución, a finales del año 2010, de la Asociación de Enoturismo de Aldeanueva
de Ebro por el Ayuntamiento y las bodegas del municipio, dio un nuevo impulso a la promoción y dinamización del turismo enológico en la zona.
El resultado es la sucesión de actividades turísticas, culturales, deportivas, profesionales
y comerciales a lo largo de todo el año, consiguiendo convertir a Aldeanueva de Ebro en
un referente, tanto en La Rioja como en otras comunidades próximas. Entre estos eventos
son destacables: la presentación del primer Rioja de cada añada en el Museo del Vino y el
nombramiento de “Amigo del vino de Aldeanueva de Ebro”; la feria anual “Entreviñas” celebrada desde el año 2008 el primer fin de semana de junio, y en la que los bodegueros
sacan a la calle sus vinos y abren las puertas de sus bodegas para mostrar cómo lo elaboran y crían, todo ello acompañado por el recorrido en tren turístico por los viñedos aldeanos, las marchas a pie o en bicicleta, la música en la plaza, las catas y degustaciones… que
hacen de esos dos días una auténtica fiesta; el ciclo de conciertos “Tardes de música y vino”
los sábados de noviembre a marzo, en los que se fusiona la cata con la música en directo;
la realización de jornadas profesionales, en las que reconocidos profesionales abordan y exponen diferentes temas relacionados con el vino, el cultivo de la vid o el marketing del vino;
o el “Aula de catas” en el Museo del Vino, para descubrir o para profundizar en el conocimiento del vino.
Enoturismo, una apuesta cargada de futuro en un pueblo que puede presumir de una centenaria historia vitivinícola.
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