4. LA TEORÍA MUSICAL GRIEGA Y PTOLOMEO. Cuando Ptolomeo escribe su Harmónica (primera mitad del siglo II d.C.), la teoría musical griega acumulaba un desarrollo cercano a los seiscientos años. Como en el caso de otros ámbitos de su producción, el autor tiene a su disposición abundante material anterior que es reunido y organizado para su revisión y, en muchos casos, corrección: ocurre en la astronomía con Hiparco, en la geografía con Marino de Tiro; en el terreno musical, Ptolomeo contempla cuáles han sido los caminos científicos en que ha discurrido la teoría, y elabora un resumen de las tendencias de las principales escuelas para rechazarlas o integrarlas en un sistema propio. De ahí que sea el de Ptolomeo un período de la historia de la teoría musical en el que todas las herramientas, los conceptos y los procedimientos estaban prácticamente definidos. Por ello, su figura como tratadista musical debe ser estudiada sobre todo por contraposición a un género que, en su conjunto, había quedado delimitado por escuelas de pensamiento opuestas, y que hacía tiempo que había dejado de ofrecer soluciones novedosas o propuestas diferentes. Al contrario, los elementos que conforman el cuerpo de la a(rmonikh/ se habían desarrollado mediante transformaciones sucesivas, solapamientos y reorganizaciones (un caso ejemplar es la teoría de los ei)/dh tou= dia\ pasw=n, las a(rmoni/ai y los to/noi de los aristoxénicos), y habían adquirido una formulación prácti- camente definitiva. Tal formulación, debido al prestigio de algunos autores anteriores, empezaba a quedar fosilizada en forma de manuales (un ejemplo es Cleónides o los posteriores Baquio o Gaudencio), citada en tratados de eruditos (Ateneo, Ps.Plutarco) o reescrita de manera condensada, mezclándose elementos de tradiciones diferentes y opuestas (como se ve en Arístides Quintiliano o en los Anónimos de Bellermann)86. En principio, la teoría musical es el reverso de la práctica de los instrumentistas. La música en Grecia está ligada indisolublemente a la palabra y a la danza, y ya los líricos arcaicos eran también “músicos” en el sentido que hoy le daríamos al término. Pero el genio griego sublimó esta práctica, y a semejanza de otros ámbitos, privilegió la teoría que la sostenía, aunque ésta fue mucho más allá convirtiéndose, en la mayoría de los casos, en metafísica. La práctica musical es, para los teóricos que se refieren a ella, algo 86 En este sentido, A. Bélis (“Harmoniké”, en J. Brunschwig y G. Lloyd, Diccionario Akal de El Saber Griego, Madrid 2000, p. 271) establece la división entre “musicógrafos”, que “redactan opúsculos, generalmente bastante cortos, con títulos que indican los límites de sus ambiciones”, y los “teóricos”, que escriben Peri mousikes, Peri harmonikes. XXX inferior e “irracional”: Aristóxeno critica a los auletas que creen conocer el fin último de la a(rmonikh/ mediante el conocimiento de la notación; los fragmentos que Porfirio de Tiro nos ha transmitido de autores como Dídimo o Ptolemaide nos enseñan la triste opinión que les merecían a los así llamados “canonistas” (que sin duda son pitagóricos) los instrumentistas; y el mismo Ptolomeo no se ocupa de ellos salvo para su objetivo de contrastar el modelo matemático con los fenómenos musicales. La primera reflexión sobre la práctica musical vendría dada por los efectos que en el oyente producía la música. La música griega, a semejanza de la de otros pueblos como el árabe o el indio, tiene como característica fundamental la microtonalidad. Esta microtonalidad se organiza en secuencias de intervalos reconocibles y “ajustados”, llamados entonces a(rmoni/ai, que por sus características internas (la ordenación interválica, la altura tonal relativa, el género al que se asociaba, el instrumento, etc.) conllevaba un tipo de “carácter” que modificaba el del oyente, tal y como dice Aristóteles en la Política (1342a). De este modo, a la vista de la importancia de la paidei/a en Grecia y de la música como elemento de la educación de los jóvenes, se entienden los motivos de la preocupación de un Platón (R. 398e ss.) por qué modos deben ser preservados en su ciudad, sobre todo después de los “excesos” de los representantes del Nuevo Ditirambo. Éste es un discurso sobre el hÅJoj cuyo máximo exponente entre los presocráticos fue Damón de Atenas87 y que recogieron después Filodemo, el mismo Platón y Arístides Quintiliano. Pero los fundamentos de la a(rmonikh/ no parten de la doctrina ética, sino de consideraciones puramente físicas. Según la leyenda, fue Pitágoras quien de modo casual, en una herrería, descubrió las leyes que rigen lo que se conoce por “consonancia” (sumfwni/a), así como su número y relaciones88. Es así que la escuela pitagórica, que sostenía la idea de que todo el Universo está gobernado por el número (así, cf. S.E., M. VII 94-95, Arist. Metaph. 985b 23 ss.), expuso la forma matemática subyacente a un hecho perceptivo, después de varios experimentos con instrumentos, sobre todo con el 87 Cf. DK 37B6 y Plat. R. 400b ss., 424c. La doctrina ética de los modos griegos se ve contenida además en numerosos fragmentos de otros autores; vid. para ello H. Abert, Die Lehre vom Ethos in der griechischen Musik, Leipzig 1899, pp. 74 ss. Pero el hÅJoj no es propio sólo de la escala, sino también del género melódico, de la melopeya, del ritmo, etc. 88 Cf. Nicom. Harm. cap. 6. XXXI canon89: los intervalos consonantes adquieren la forma pollapla/sioj ([nm]:n) o e)pimo/rioj ([n+1]:n). Este lenguaje matemático sostuvo, al desarrollarse, todo un entra- mado de cálculos interválicos cuya ordenación posterior daba lugar a los “géneros” (ge/nh) melódicos, o lo que es igual, modelos generales de organización del tetracordio (pues la música griega antigua se basa en el intervalo de cuarta como núcleo fundamental). La doctrina musical pitagórica se conserva fragmentariamente. Tenemos textos citados de Filolao de Crotona y de Arquitas de Tarento, como representantes del pitagorismo antiguo. Después encontraremos, como fuentes básicas, la Sectio Canonis (atribuida a Euclides), el tratado de Nicómaco, así como Teón de Esmirna; y fragmentos y citas sueltos. En concreto, Arquitas, contemporáneo de Platón, contribuyó poderosamente a la teoría pitagórica con el descubrimiento de las tres “medias” (aritmética, geométrica y armónica) y con sus investigaciones sobre acústica90, de un modo tal que influyó notablemente no sólo en Platón, sino también en el desarrollo peripatético posterior (así por ejemplo en el propio Aristóteles, en los Problemata sobre música o en Teofrasto). Para Ptolomeo, es quizá el autor que mejor ha tratado los géneros melódicos (Harm. I 13). Pero el orden matemático subyacente a los intervalos es, para los pitagóricos, el mismo que subyace en todo lo demás, notablemente en los cielos. A partir de ellos se desarrolla la doctrina de la “armonía de las esferas”, rechazada por Aristóteles (Cael. 290b 12 ss.), pero repetida y transformada por muchos autores posteriores, desde Platón hasta Plinio, Ptolomeo, Cicerón o Boecio, por ejemplo. El orden planetario refleja el orden de las notas en el sistema (y antes, el orden de las cuerdas en la lira), y produce así, al guardar las debidas proporciones, una a(rmoni/a de orden universal. Así pues, las coordenadas del sistema pitagórico son, brevemente, las siguientes: en primer lugar, una fundamentación matemática de la música. La tetraktu/j contiene ya los números de las tres primeras consonancias (los intervalos de cuarta, quinta y octava)91. Las consonancias en tanto que intervalos son consideradas como “relaciones” 89 Cf. Sch.Plat.Phd.108d 4, Theo Sm. 59.4 ss. 90 DK 47B2 (= Porph. in Harm. 93.6 ss.) y DK 47B1 (= Porph. in Harm. 56.5 ss.), respecti- vamente. 91 S. E., M. VII 94. El conocimiento de la importancia del intervalo de octava y su razón 2:1 fue seguramente muy anterior a los pitagóricos y derivado de la experiencia instrumental: vid. W. D. Ander- XXXII (lo/goi) entre longitudes de cuerda, pesos u otros factores, expresables mediante números. La expresión e)pimo/rioj descrita antes hace que un intervalo no pueda dividirse en dos de manera exacta, lo que da lugar a la llamada “afinación pitagórica” donde no existe un semitono temperado, y expresable en el conocido “círculo de quintas” imposible de cerrar92. En segundo lugar, la investigación acústica. Arquitas, como se ha indicado, fue el primero que se ocupó de esto, y formuló sus elementos básicos: la “percusión” (plhgh/) de algo contra algo (por ejemplo, la cuerda contra el aire) como productor del sonido; los factores asociados al volumen (fuerza en la emisión) y altura tonal (velocidad de transmisión). La teoría acústica de Arquitas será simplemente seguida por Platón y sus seguidores93 o modificada por Aristóteles y su escuela94. La acústica favorecerá una concepción “cuantitativa” de las diferencias del sonido, al considerarse que los factores que lo producen son susceptibles de ser cuantificados. No todos aceptaron esto (Teofrasto abogó por una concepción cualitativa) y otros simplemente lo ignoraron (como Aristóxeno). No obstante el refinamiento logrado en acústica, el oído como criterio de verdad no significó nada para los pitagóricos, y esto es, a su vez, una característica de esta escuela, según Ptolemaide (ap. Porph. in Harm. 22.22 ss.). En tercer lugar, la idea de a(rmoni/a, explicada como una unión de contrarios95. Los pitagóricos llamaban así a la octava, sobre todo Filolao96, como el ensamblaje de cuarta más quinta. Esta armonía era concebida también a nivel cósmico, puesto que ya hemos visto que la estructura musical es común en el Universo y en la Tierra. Por ello, la armonía también está en el cielo, pero también en el alma97: el mismo Platón en el Timeo expuso la estructura del alma basada en los números armónicos98. La armonía, son, Ethos and Education in Greek Musik. The evidence of poetry and philosophy. Harvard University Press, 1966, p. 7. 92 Cf. J. J. Goldáraz Gaínza, Afinación y temperamento en la música occidental, Madrid 1992, p. 26. 93 Cf. Plat. Ti. 67 a-c, Eliano ap. Porph. in Harm. 33.29, y el estoico Diógenes de Babilonia ap. D.L.VII 55. 94 Cf. Arist. de An., II 8, GA 786b ss., Theoph. fr. 89 (= Porph. in Harm. 63.21 ss.), Ps.Arist. Prob.XIX.35 (96.11-15), Aud. 800b 24 ss., pero también Sect.Can.148.9-149.3 y Ptol. Harm.I 3. 95 Philol. DK 47B10, Arist., de An. 407b 27 ss. Cf. D.L. VIII 33. 96 DK 47B6 (Nicom. Harm. cap. 9). 97 Plat. Phd. 86b. La crítica aristotélica se lee en de An. I 4. 98 Cf. Plat. Ti. 34b ss. XXXIII pues, lo atraviesa todo, y si el alma es armonía, los pitagóricos cuidaban especialmente de no alterarla, como dice el mismo Ptolomeo (Harm. III 7). Los pitagóricos fueron duramente contestados por un discípulo de Aristóteles, Aristóxeno de Tarento, de quien se nos ha conservado –aunque incompleta– sobre todo su Harmónica99. Su influjo fue tal que toda la historia de la música se ha visto dividida por quienes propugnaban un acercamiento matemático a la música y aquéllos que la entendían como el objeto propio del oído. En efecto, Aristóxeno y su escuela (oi( Aristoce/neioi) rechazan frontalmente la acústica pitagórica, con la concepción del sonido como una vibración del aire y la consiguiente noción de intervalo como lo/goj entre dos longitudes de cuerda vibrantes; de esta forma, también entra en conflicto con reflexiones peripatéticas (los Problemata) sobre la música dependientes de la doctrina pitagórica. Aristóxeno define en su tratado los “elementos” constituyentes de la música, empezando por la nota (“la caída de la voz sobre un grado concreto”) y el intervalo (“el espacio delimitado por dos notas que no poseen el mismo grado”); en su refutación de ciertas nociones aristoxénicas, Ptolomeo se referirá a esto en Harm. I 9. Con tales definiciones, basadas en la percepción o ai)/sJhsij y alejadas de toda implicación matemática, Aristóxeno reivindica el papel de la a)koh/ como criterio máximo en la harmónica, dejando la razón o dia/noia para el discernimiento de la función (du/namij) de las notas dentro del sistema. El rechazo de la idea de lo/goj, unido al privilegio de la percepción como criterio último tiene decisivas consecuencias: el oído puede distinguir intervalos mínimos dentro de los límites de la cuarta, y el sistema de quintas pitagórico queda, salvando las distancias, temperado. Los temas centrales de Aristóxeno son, en primer lugar, el estudio del género y sus variedades. Estudia los tipos de géneros en función de las diferencias de tensión de las notas móviles (internas) del tetracordio, y especifica los tipos de intervalos que son melódicos: cuartos de tono, tercios, semitono, tono y dítono, repartidos en tres tipos de género (enarmónico, cromático y diatónico; los pitagóricos –así Filolao y Platón, por ejemplo– eran afectos a un tipo de diatónico). 99 Ediciones de R. da Rios, Aristoxeni Elementa harmonica, Roma 1954 y F. Pérez Cartagena, La Harmónica de Aristóxeno de Tarento. Edición crítica con introducción, traducción y comentario. Tesis doctoral, Universidad de Murcia, 2001. Se puede leer una introducción a la teoría aristoxénica en Pérez Cartagena, op. cit., pp. lxx ss. XXXIV En segundo lugar, aceptadas las tres consonancias básicas (cuarta, quinta y octava, sin discusión sobre sus características matemáticas), estudia las leyes que afectan a la forma de la melodía: es básico que “todas las notas formen, o bien consonancia de cuarta con la cuarta nota a partir de ellas, o de quinta con la quinta”100, pero además explicita los órdenes válidos en la sucesión melódica. En tercer lugar, Aristóxeno trata la noción de “forma” de una consonancia (eiÅdoj), un aspecto fundamental en la teoría de los modos y las tonalidades. La forma hace referencia al modo de ordenación interválico dentro de las tres consonancias, y el tarentino racionaliza el número de formas frente al procedimiento de los llamados a(rmonikoi/, quizá los referidos por Platón (R. 531a) y de los que no sabemos mucho más. El número de formas de octava –siete– dependerá del número de las de cuarta y quinta –tres y cuatro, respectivamente–; y más allá de ser una mera clasificación teórica, los ei)/dh tou= dia\ pasw=n o “formas de la octava” son un elemento teórico que terminarán por borrar la noción de a(rmoni/a como escala, con aspectos éticos asociados y que podemos ver en los líricos arcaicos. Las formas de octava seguramente tuvieron mucho que ver en la formación del llamado “Sistema Perfecto”, una escala teórica compleja pero, a diferencia de las viejas a(rmoni/ai, con una altura tonal abstracta, y lugar de realización de las “formas”. A su vez, la sucesiva repetición a alturas diferentes de tal Sistema da lugar a los to/noi o “tonalidades” aristoxénicos, pero esto lo sabemos por los seguidores posteriores del tarentino101 (su propio tratamiento del tema no ha sido preservado). Ciertamente la harmónica es materia de reflexión teórica, y prácticamente todas las escuelas de pensamiento griegas ofrecieron su punto de vista sobre ella. Hemos visto el caso –sobresaliente– de los pitagóricos y los aristoxénicos: se convirtieron en dos escuelas rivales por irreductibles y así lo percibieron los mismos griegos102; de otras escuelas apenas si tenemos noticias, como los mencionados a(rmonikoi/. Pero además de Aristóteles y Teofrasto, Filodemo era epicúreo; el platonismo sobrevivió en Teón de 100 Cf. Pérez Cartagena, op.cit., p. lvi. 101 Cleonid. Harm. 203.4 ss., cf. Ptol. Harm. II 11. 102 Cf. Porph. in Harm. 3.1-3, pollw=n ai(re/sewn ou)sw=n e)n mousikv= peri\ to\ h(rmosme/nou, wÅ Eu)do/cie, du/o prwteu/ein a)/n tij u(pola/boi, th/n te PuJago/reion kai\ th\n Aristoce/neion, wÂn kai\ ta\ do/gmata ei)j e)/ti kai\ nu=n s%zo/mena fai/netai; según Porfirio, Dídimo escribió un Peri\ diafora=j th=j PuJagorei/ou mousikh=j pro\j th\n Aristoce/neion (Porph. in Harm. 5.11) y un Peri\ th=j diafora=j tw=n Aristocenei/wn kai\ PuJagorei/wn (ib., 23.5). XXXV Esmirna; Diógenes Laercio da pistas sobre un interés estoico en la música103; Sexto Empírico también refutó a los teóricos de la música y Porfirio, comentador de la Harmónica de Ptolomeo, fue discípulo de Plotino (neoplatonismo hay también en el tratado de Arístides Quintiliano). Pero de todos ellos los más influyentes, como ya se ha señalado, fueron los aristoxénicos y los pitagóricos; sin embargo, y a pesar de su incompatibilidad, lo cierto es que encontramos en los últimos siglos de la Antigüedad una mixtura de las dos escuelas en los tratados que son el máximo exponente de la ciencia harmónica: así, si bien Cleónides (en los siglos II-III d.C.)104 es un aristoxénico puro, en otros tratados se encuentran sin problema doctrinas aristoxénicas junto a pitagóricas: por ejemplo, en el Armonikh=j e)gxeiri/dion de Nicómaco de Gerasa (floruit 100-150 d.C.)105, un eximio pitagorizante en música; en Arístides Quintiliano (de datación incierta, pero no más allá del siglo IV d.C.)106, es un neoplatónico, como lo es Teón de Esmirna107 (siglo II d.C.); finalmente, en los tardíos Gaudencio o Baquio108 (siglos III y IV d.C.) y en los Anónimos de Bellermann109. En todos estos autores, la teoría de procedencia aristoxénica convive sin problemas junto a la de procedencia pitagórica; sus tratados tienen como características fundamentales un estilo cercano a la escolástica, preciso en sus definiciones (a excepción de Nicómaco y Arístides Quintiliano110) y un interés desconocido antes por la notación musical111. Ptolomeo representa el contraste con esta tendencia. No es un autor tan tardío como los últimos mencionados, pero su tratado revisa las dos líneas fundamentales de la teoría musical griega ya vistas. No, ciertamente, al modo de un Sexto Empírico y su 103 Cf. Diógenes de Babilonia ap. D.L.VII 55 o Zenón, ib. VII 4: véase A. A. Long, “The harmonics of Stoic virtue”, en Stoic Studies. University of California Press, 19962 , pp.202-223. 104 La datación de este autor, por lo demás desconocido, es incierta. L. Zanoncelli (op.cit., pp. 74-75), tras repasar las propuestas de especialistas anteriores, lo sitúa entre los siglos II y III, aunque Th. J. Mathiesen (Apollo’s Lyre. Greek Music and Music Theory in Antiquity and the Middle Ages. University of Nebraska Press, 1999, p. 368) establece como límites máximos los siglos II y IV. Cleónides está editado por C. von Jan, MSG, 1895, pp. 179-207. 105 Edición en MSG, pp. 236-265. 106 Th. J. Mathiesen, op.cit., p. 521, y, del mismo autor, Aristides Quintilianus: On Music in Three Books, Yale University, 1983, pp. 10-14. 107 Edición de E. Hiller, Theon Smyrnaeus. Expositio rerum mathematicarum ad legendum Platonem utilium, Leipzig 1878. 108 Edición en MSG, pp.327-356 y 292-316, respectivamente. 109 Editados por D. Najock, Anonyma de Musica Scripta Bellermanniana. Leipzig 1975. 110 Edición de R. P. Winnington-Ingram, Aristidis Quintiliani De musica libri tres, Leipzig 1963. 111 Th. J. Mathiesen, op.cit., pp. 497-498. XXXVI libro VI de Adversus mathematicos; Ptolomeo, como vimos, es exponente de lo que se vino a denominar “escuela ecléctica”, y en música es precisamente un ecléctico que revisa la teoría musical tal y como había llegado hasta él. En su Harmónica, nuestro autor descubre lo que a su juicio son incongruencias en la doctrina de aristoxénicos y pitagóricos, desde el punto de vista que propone al principio, la búsqueda de una perfecta adecuación entre hipótesis y fenómenos (Harm. I 2). No obstante la refutación de tales escuelas en su libro I, Ptolomeo aprovecha lo mejor de ellas. De los aristoxénicos rechaza su noción de nota e intervalo, sus géneros melódicos y la doctrina de tonalidades que se lee en Cleónides; pero, aun criticando la fe ciega que muestran en la capacidad de la percepción, no deja de admitir la ai)/sJhsij como uno de los criterios, con un dominio propio. De los pitagóricos rechaza determinados aspectos de su doctrina (como el problema de la octava más cuarta o el sistema de “iguales” y “desiguales” de I 6) y el rechazo a la percepción como criterio; sin embargo, acepta, como matemático, el sistema pitagórico de razones interválicas y su ordenación según el tipo de expresión racional, así como la consideración del canon como instrumento óptimo para la investigación armónica. En el libro III, Ptolomeo trata las consideraciones astronómico-astrológicas de la harmónica, lo que, más allá de su propia actividad como astrónomo en Alejandría, no deja de tener un origen último en el pitagorismo antiguo. Al confrontarlo con los autores que son grosso modo sus contemporáneos más relevantes (Nicómaco, Arístides Quintiliano) o aquéllos que muestran ya lo que va a ser la tratadística más tardía (Gaudencio), Ptolomeo adquiere su figura propia como autor de teoría musical. En su Harmónica no sólo se percibe un intento de superación de la división anterior, sino de una sistematización completa de todos los elementos que para él son relevantes: junto a los tópicos de la harmónica se encuentran aspectos que tratan sobre la relación entre el alma humana y los intervalos, los géneros o las escalas (Harm. III 3-7); la comparación entre el Sistema Perfecto (la escala teórica heredada de los tiempos de Aristóxeno) con el zodíaco (ib. III 8-9, 13-16) o a los movimientos astronómicos (ib. III 10-12)112. Muchos de estos temas también son tratados por Nicómaco y – de un modo conscientemente sistematizador– por Arístides Quintiliano; sin embargo, aun pudiéndose suponer fuentes comunes, sobre todo para Ptolomeo y Arístides, el tratamiento diferirá notablemente. Ptolomeo no es un neoplatónico o, al menos, no lo es 112 En este paso de astrología a astronomía y de ésta, de nuevo, a la astrología, se revela la íntima unión de las dos disciplinas en el pensamiento ptolemaico. XXXVII siempre, y es el único de los autores que plantea una harmónica astrológica; y lo que es aún más importante, el objetivo de Ptolomeo al adentrarse en los aspectos cósmicos de la harmónica es consolidar desde esta perspectiva (necesaria para un pitagórico o un neoplatónico) el sistema propio expuesto en los libros I y II. El alejandrino, como hemos dicho, tiene como fin demostrar que la armonía de las hipótesis racionales es idéntica a la que el oído nos transmite (algo semejante a la tarea del astrónomo, salvar los fenómenos), y para ello plantea un novedoso sistema de modos basado en las formas de octava (además de géneros melódicos diferentes a los de otros autores). Este su sistema de escalas se ve reproducido en el cielo (Harm. III 12 y quizá III 14-15), y en este sentido Ptolomeo no puede sino ser muy diferente a Nicómaco, Teón o Arístides. La sensación final que deja en el lector la lectura de la Harmónica no es la de un repaso crítico a las doctrinas anteriores o una colección de definiciones o tópicos. Muy al contrario, es la de un todo organizado bajo un único criterio explícito, sobre el cual sólo queda la duda de hasta qué punto Ptolomeo ha sido fiel cuando nos informa, principalmente, de las afinaciones de los instrumentistas, y si su doctrina de los modos refleja la realidad o se trata tan sólo de un desideratum teórico. XXXVIII