Lectura del Evangelio según san Marcos 14,12-16.22

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REFLEXIONES CATÓLICAS SOBRE LA BIBLIA
Arquidiócesis de Miami - Ministerio de formación cristiana
14 de junio de 2009
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Ciclo B)
Lectura del Evangelio según san Marcos 14,12-16.22-26
El primer día de la Fiesta en que se toma pan sin levadura, cuando se sacrificaba el
Cordero Pascual, sus discípulos le dijeron: “¿Dónde quieres que vayamos a preparar la
Cena de Pascua?” Entonces Jesús mandó a dos de sus discípulos y les dijo: “Vayan a
la ciudad; les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y
donde entre, digan al dueño de la casa: El maestro dice: ‘¿Dónde está mi pieza para
celebrar la Cena de Pascua con mis discípulos?’ El les mostrará en el piso superior una
pieza grande, amueblada, ya lista; preparen allí nuestra cena”. Los discípulos salieron,
llegaron a la ciudad y encontraron las cosas tal como Jesús les había dicho, y prepararon la Pascua. Mientras estaban
comiendo, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió y se los dio, diciendo: “Tomen; esto es mi
cuerpo”. Después tomó una copa, dio gracias, se la entregó y todos bebieron de ella. Y les dijo: “Esto es mi sangre,
sangre de la Alianza, sangre que será derramada por mucha gente. Les aseguro que no volveré a beber del jugo de la
uva hasta el día en que beba vino nuevo en el Reino de Dios”. Una vez cantados los himnos, se fueron al cerro de los
Olivos.
Comentario breve:
En la Cena de Pascua, Jesús quiso aclarar que iba libremente a una muerte que salvaría al mundo. El
había entregado el mensaje capaz de guiar a la humanidad, pero era necesario un pueblo de Dios que fuera
como la levadura en la masa, personas comprometidas con la obra del Reino. Doce siglos antes de Jesús,
Dios se había comprometido con el pueblo judío y había celebrado con ellos una alianza. Pero con el pasar
del tiempo, los profetas entendieron que debía darse un paso más; se necesitaba otra alianza, cuyo primer
efecto sería obtenernos el perdón de los pecados (Jer 31,31 y Ez 36,22). El pueblo de Dios ya no sería una
raza, sino una familia de creyentes en la vida, Pasión, muerte y Resurrección de Jesús el Cristo.
Cuando Marcos escribió su Evangelio, la comunidad cristiana estaba formada por miembros judíos y
gentiles. Por lo tanto, este relato incluye algunas tradiciones rituales judías y su adaptación cristiana. Como
ejemplo tenemos: “la fiesta de los panes ácimos o sin levadura” y “el sacrificio del cordero pascual”. Las
palabras y acciones de Jesús dentro del contexto de la pascua judía, marcan el comienzo de la nueva
alianza. Esta alianza es su propio sacrificio por amor a la humanidad. Su sangre, derramada por muchos,
recuerda el antiguo rito de Éxodo 24:4-8* e indica la nueva comunidad que nacerá de su sacrificio.
*Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en unos recipientes, y derramó la otra mitad sobre el altar... Entonces tomó
la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: "Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes...”.
La lectura de hoy nos presenta tres ideas importantes:
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La última cena de Jesús fue la primera del culto cristiano. En vez de las solemnes ceremonias del
Templo, el momento más importante de la vida de la Iglesia será una comida fraterna, en la que
vuelve a hacerse presente el misterio de su muerte y resurrección.
En la Eucaristía renovamos nuestro compromiso de servir a Cristo en aquellos que tienen hambre
de alimentos o de una vida digna.
Cuando cantamos el gran Amén en la Eucaristía estamos diciéndole sí al cuerpo entero de Cristo.
Esto incluye la presencia real de Cristo en el sacramento, y también en todos los que nos rodean. A
través de la Eucaristía somos uno con él y con los demás.
Para la reflexión personal o comunitaria:
Después de una pausa breve para reflexionar en silencio, comparta con otros sus ideas o sentimientos.
1.
¿Cómo puedo ser “pan” para alguien que necesita ayuda?
2.
Cuando digo Amén al Cuerpo y la Sangre de Cristo, ¿les doy también la bienvenida a los que
me caen mal?
Lecturas recomendadas: Catecismo de la Iglesia Católica, párrafos 787; 1328-1339; 1355; 1397; 1403-1419.
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