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• afros • feminismos • migrantes • sexualidades •
Viernes 30 de setiembre de 2016 · Nº 13
Federico Murro
Censo trans y narrativas diversas
Se caen las caretas
02
Viernes 30·set·2016
afros / feminismos / migrantes / sexualidades
« FICCIONES PROPIAS »
Amores periféricos
Erguida, pálida y europea, más que
apoyar los pies, acariciaba el suelo.
Entró al comedor cuando el sol se
apoderaba de la bruma santiagueña. Peinada como una niña llevaba
dos cintas colgando entreveradas
en el pelo y entre la boca y la nariz
destellaba uno de esos lunares asesinos. De esos que vienen al mundo a funcionar como carnada para
gente como yo, a la que le vuelven
loca los lunares cuando viven en la
periferia de los labios.
La vi sobrevolar las mesas con
los ojos más azules del salón. Mirar aquel bufete, que olía a carne
picante, a maíz y a fruta. La vi estudiar con minucia la silla vacía más
conveniente. La encontró, y al llegar, saludó con una sonrisa fulminante. De todas las mesas en aquel
encuentro de mujeres era la única
en la que había un varón. Retuve
el pensamiento tóxico y celebré
que el lugar vacío me permitiera
contemplarla aunque fuera más
lejos de lo que me hubiera gustado.
Apoyó sus codos y trenzó sus
dedos. “Yo soy Julia y vengo de
España”. Yo tenía razón y venía de
Uruguay. Ella tan nuevos movimientos y yo tan discusiones inocuas. Ella tan podemos y yo tan no
podemos más. Navegó con gracia
el ritual protocolar de escuchar
nombre y país, sonrió y tuvo preguntas para cada comensal. Julia
la de España, una muñeca perfecta
con dones de Mirtha Legrand.
Soltó sus manos y llegó al gesto. Llevó uno de sus dedos largos
justo al lunar y lo rozó casi haciéndole un mimo, bajó con el dedo
hasta sus labios donde lo dejó reposar por un segundo y volvió al
lunar (mi lunar) otra vez. Siempre
me gustaron las mujeres que se
tocan la cara. Las que sin procurarlo se sienten con las yemas la
fachada que le muestran al mundo. Algo, quién sabe qué, impulsa
a sus manos a comprobar que allí
sigue la boca, que allí siguen los
párpados y las narinas, las arrugas
y los pómulos.
Me atrapan los gestos sencillos y delicados. No me gustan los
que hacen ruido ni los que contraen la cara.
El hotel estaba lleno de mujeres, todas soldadas de batallas
hostiles en una guerra que viene
ganando el que la tiene más grande. Todas servidoras del largo plazo, hijas ingratas de democracias
plebeyas, compañeras valiosas
cuando carne de cañón, locas de
mierda cuando disputan privilegios, y sin excepción, todas putas.
Mucha calle y poco amor, mucha
lucha y poca vida. Mucha torta y
nada de empalago.
No me había dejado absorta la
mueca histriónica de la paraguaya,
lanzando cólera a las vacas sagradas del feminismo. No me habían
cautivado los dedos extendidos al
cielo de Yaiza, dueña de una mezcla exquisita de piel árabe tostada
Jornada previa a la Marcha de la Diversidad, ayer, en la plaza Independencia. / foto: pablo vignali
por el sol parejo del trópico. No me
habían encandilado aquellas bocas de encendidos carmines. No,
me había embrujado Julia la de
España, la niña de piel blanca y de
labios discretos. Yo tan Edipo colonialista y ellas tan empoderadas.
Las horas del espejismo antipatriarcal corrieron veloces y cálidas, cargadas de rabias, cargadas
de astucias y de desencantos, de
rotundos fracasos y de escasos
éxitos. Corrieron hasta la hora en
que Julia la de España y yo estábamos convocadas a sentarnos en la
misma mesa a hablar de nuestras
batallas contra los lugares comunes. A anunciar lo ya sabido: no
hay leyes que por bien no vengan,
pero no se ganan las batallas en el
mármol si el músculo de la calle no
permanece tonificado, se combate
desde el desayuno hasta la cama o
se cuelga la toalla de la ambición.
Yo, como todas las veces que
me exigen aventurar relatos, padecía la incertidumbre de saber si
lo que iba a decir era justo o banal
hasta que llegó ella y detuvo mi
propio flagelo para apoderarse de
mi atención. Mientras hablaba repitió el gesto una, dos, tres, cuatro
veces, hasta que giró la cara hacia
mí. Me miró a los ojos buscando
aprobación y yo le miré la boca
buscando el lunar.
Entendió que me tenía comiendo de la mano, y yo en ese
preciso instante rompí el hechizo. Y es que tendré una erótica un
poco racista para que justo me guste la blanca. Puedo vivir con ciertas
contradicciones, pero todo tiene
un límite para desear una boca y
el mío son los pelos en los lunares
que la rodean.
◆◆◆
Él me juraba deseo antes de conocerme, me tomaba antes de tocarme, me acariciaba antes de llegar a
casa y golpear la ventana. El timbre
no anda, le respondí en un men-
saje de texto junto a mi dirección,
el día que me preguntó si quería
seguirla en mi casa. Para esa noche teníamos en nuestro haber 74
horas de chat. Paramos sólo para
dormir. Yo estaba de vacaciones, él
vivía en lo de papá y mamá.
De perfil tenía una foto de espaldas, miraba una bahía celeste,
amplia, llena de pájaros y de selva, de sol y de verde. Llena de esa
grandilocuencia que sólo se ve en
los bordes de los continentes y que
sólo pagan los salarios de gerentes.
De espalda ancha sobre su cintura
delgada, robustecida por años de
rugby, la delgadez endémica superada a puro fierro. La mía con la
modesta altura de 35 centímetros
y el recuerdo estampado de haber
quedado chica para la gestación.
Cuando cayó el mensaje diciendo que venía, procuré darle a
mi casa otra apariencia que no fuera la desidia. Puse todos los platos
sucios en la pileta y dejé correr el
agua, metí los chiches en el cuarto
de la niña, intacto desde su partida
a la casa paterna a pasar las fiestas,
junté almohadones, ropa sucia y
migas de desayuno. Enjuagué los
rastros de pasta de dientes, vacié
la papelera del baño. Lavé vasos
y limpié las huellas de los pies de
las copas. Escondí con velocidad
y precisión quirúrgica todo lo que
le diera más información de la que
yo quería darle.
Cuando se trata de la cama,
más tira un prejuicio hijo del sentido común que una convicción
revolucionaria. Dos personas
mayores de edad con diez años de
diferencia que se gustan. Pero los
diez años más los tenía yo, como
a la hija y al trabajo, a la casa y a
las cuentas. Metabolizaba la contradicción mientras enumeraba a
todos los hombres que conocí en
la vida con amantes diez años menores que ellos.
Deseaba ser yo la que venía en
camino, con sus 24 endemoniados
años, sus cuentos de facultad, de
malos viajes con malas drogas, de
novias narcisistas, de maratones
nocturnas, de firmes profecías
contra el amor romántico, pero
no. Un chiquilín atravesaba la
ciudad encantado con la idea de
irse a la cama con una tipa, con
una M mayúscula, de mujer y de
mamá. Él estaba en camino y yo
me metía a la ducha con el tiempo
y las herramientas necesarias para
una depilación fugaz. Tarde pía la
moral cuando el cuerpo sucumbe.
Salí en pantuflas y lo estudié
del otro lado del vidrio. Se sonrió
con los labios primero y con los
dientes después. Dientes parejitos, sonrisa de ortodoncia, carita
de tarde echado, piel bronceada
por el sol del horario de oficina.
Yo tenía una vuelta al mundo y él
estaba 0 km.
No quedaban palabras para
usar de preámbulo. Me calzó la
mano en la nuca y me llevó directo
a su boca. Agradecí en silencio que
nos ahorrara la parte de los buenos
modales. Cerré los ojos cuando estaba al borde del beso y me soltó.
Me dejó con los labios en orsai y
con una calentura inmoral.
Me pidió agua y le dije que sí,
que pasara y se sintiera como en
su casa. Mientras bebía observaba cómo se escurrían las gotas de
agua de los platos recién lavados.
Me miró y sonrió sabiendo. Dejó el
vaso en la pileta y me pidió para ir
a la cama, le dije que sí, que pasara
y que se sintiera como en su cama.
Con admirable oficio me sacó
toda la ropa y recorrió con la lengua todo mi territorio. Me estudió
la piel, me dijo porquerías. Esperó
a que le suplicara y justo antes de
ponerla me preguntó dónde quedaba el baño.
◆◆◆
“Vos contame que yo te estoy escuchando”, me dijo mientras se
paraba a buscar la segunda caja
de cigarrillos que nos íbamos a fumar en la noche. Yo seguí hablándole mientras la miré esquivar las
sillas del comedor contorneando
su cuerpo entre ellas, desplazando con suavidad el aire tibio que
la abrazaba todo lo que yo no me
dejaba abrazarla. Otra vez la estupidez de encontrarnos. Otra vez
rodeada de sus cosas y su casa, de
su olor a comida casera.
Hay una clase de deseo que
funciona como cierto tipo de virus, del tipo de los que se alojan en
el cuerpo, y si se sienten a gusto,
se quedan agazapados. Se mimetizan y se acurrucan hasta que se
vuelven imperceptibles y en los
momentos de debilidad se exponen como divas. Aparecen orondos para recordarte que no estás
haciendo nada para defenderte.
Habito mis vidas todas y en
ninguna le regalo un pedacito,
pero cada vez que la veo me prometo no verla otra vez. Mientras
camino a la parada repaso como
un mantra todas las cosas que
no me gustaron de las últimas 12
horas con ella. Repaso su obstinación en hablar de sí misma al
punto de extraviarse en su abundancia. Repaso sus dedos finitos
como piernas de gallina, sus narinas anchas y sus tetas chiquititas. Repaso su lenguaje pulcro,
impoluto, sin una sola señal de
que no más allá de la superficie
es una rota, igual que yo.
Cuando para el ómnibus me
prometo no desearla nunca más.
Se abren las puertas y como un
bólido me atropella el recuerdo de
su imagen, levantando sus brazos
largos al aire, para tomarse el pelo
con toda la mano y envolvérselo
sobre dos de sus dedos que, rígidos, la ayudan a tornear un rodete
perfecto, al que ata con un nudo
hecho con su propio cabello. La
muy perra, para estar hermosa no
precisa ni siquiera una horquilla.
Cada encuentro es la celebración de ese meridiano que divide
la forma en que vemos el mundo.
Nos convocamos a pelearnos, a
tratarnos como el culo, a hundirnos el ego a las piñas, a dejarnos
sin aliento de tanto berrinche. Y
cuando el cuerpo apesta a tabaco,
a encierro, a la salsa que se seca
en los bordes de los platos, a cigarrillos retorcidos sobre las sobras
de sus raviolones de calabaza,
irremediablemente terminamos
como dos gatitos redondos y
jaspeados, con las pupilas como
bolitas, pidiéndonos mimos en
la nuca.
Habito mis vidas sin ella, pero
cuando respiramos el aire que la
otra exhala, nos cagamos en cada
mitad del mundo y todo vuelve a
empezar otra vez, hasta la próxima caminata a la parada, hasta el
próximo pedacito de vida que nos
damos como ofrenda. ■
Romina Napiloti
afros / feminismos / migrantes / sexualidades
Viernes 30·set·2016
03
yo no soy
Seriados
Te podés parar frente al espejo un
día y darte cuenta de todo. De que
estás viejo, de los pelos en las orejas, de que la carne es evidencia
de las cosas. Porque algunos no lo
admiten, pero el cuerpo es evidencia de todo. Y mientras me miro
las miserias, el dolor de los años, el
odioso balance, cerrar las cuentas,
llega desde la luz azul del televisor
la noticia: los putos marchan.
Los putos en todos lados. Los
putos que casi son fabricados en
serie por empleados explotados
en algún sótano clandestino. Se
venden barato. Algunas personas
quieren un gato siamés, otras un
pastor alemán. Otras un puto en
el llavero del auto, como amigo,
como conductor de televisión.
Somos un fetiche lícito. Bah… Ustedes: yo no.
No importa que ya no estemos
en un catálogo de enfermedades.
No importa nada una mierda. Entramos en el círculo retroalimentado de la automarginación, y por
la puerta grande. Y después los ves
en la calle, marchando. Algunos
son putos. Otros no sé qué son,
ataviados con plumas, con colores,
desenvainando taco aguja, más
agudos que el descaro, más altos
que rascacielos. Las caras pintadas, tetas hechas con algodón, con
medias. No entiendo. ¿Quiénes
son estos seres? ¿De dónde salen?
¿Qué tienen que ver esos colores
con los rincones lastimados de las
habitaciones silenciadas? ¿Por qué
no me encuentro a estas personas
cuando voy al súper, entre la mayonesa y el atún?
Detrás de esas caras que se
hacen famosas, detrás de esas
reivindicaciones, detrás de la semántica, ¿los putos mismos no
nos damos cuenta de que somos
tan artífices de nuestra condena
como aquellos a los que llamamos otros? Tantas luchas de otras
minorías y seguimos en la misma
o una peor. Hasta la reivindicación de la libertad y el orgullo
llevan código de barras.
Pero vamos a decir que todo
esto no nos importa, porque suena
el teléfono. Es su voz. Dale, vení,
estoy en casa, rescatame: no hay
marcha, no hay padres que pesan
sobre la vida.
Vino Leonardo. Se me apretó
contra el pecho, casi llorando. Me
dejé mojar por las lágrimas. Él lloraba, yo lo consolaba, consolándome a mí también, olvidándome de
las noticias, de todo. Me contaba
alguna de sus tragedias menudas.
Este gurí no sabe ni qué hacer con
esa hombría que se le desparrama,
como si fuera un médium amateur
que no puede dominar todas las
voces que le llegan, que no puede
separar un mensaje de otro. Toda
su psiquis necesita de un hombrón
que lo contenga, y yo necesito
un efebo para no sé qué mierda,
aunque todos esos escrúpulos se
callan cuando nos tiramos en la
cama y lo veo desnudarse. No me
obligues a ser la puta eterna que
te lama desde los pies hasta la
corona, pensé. Sin embargo, toda
impostura fue en vano. No pasaron
15 minutos, y me arrodillé. Agarré,
recibí, encontré el pene de manera
extraordinaria. Cuerpo de Cristo.
Amén. No había sólo gula lasciva;
fue distinto. Acaso todo lo lascivo,
pero mezclado con una sensación
diferente, con un imperativo inmenso. Me aferré como si aquello
fuera el único nexo a una realidad,
a una certeza sospechada, pero
nunca vista; a una dicha.
En ese momento no, pero
después uno teoriza la mezcla
de cosas que sentía cuando estaba de rodillas: la furia edípica
homosexual, el éxtasis rabioso
de poseer, saborear el pene nunca encontrado. Y esa pudo ser la
causa de esas lágrimas que se me
empezaron a salir. La culpa incestuosa, el absurdo, la vergüenza de
estar así, de tener un pene entre
las piernas pero dejarme someter por otro. Saberse tan, tan puto.
Quizá el orgullo de controlar los
espasmos y los deseos todos del
cuerpo de un hombre, por su
parte más vil y vulnerable. ¿Qué
podrán buscar las lesbianas en la
cama? ¿Saben que aunque excaven en sus huecos blandos, babosos, en esas bocas mudas, jamás
desenterrarán un pene?
Este pibe es una droga. Y le
pago, le pago, le pago. Le compro
lo que me quiera vender al precio
que me pida. A veces me vende
pedazos de carne que sangran;
otras veces carne seca, como un
tasajo agrio que venía guardando
para el momento del negocio, de
esa prostitución descarada que te
tira a la cara cuando se levanta de
la cama, va, se echa una meada de
caballo y se empieza a vestir. No
me hagas eso, Leonardo. Esperá
a que me duerma y sacame plata
de la billetera. Pero no: el hijo de
puta casi siempre se viste cuando
yo tengo los ojos abiertos. Le aprieto las nalgas antes de que se las enfunde en ese blue jean malvado. A
veces no me dice nada, a veces me
dice que lo deje vestirse tranquilo.
Cuando te diste cuenta de que
tenía alguna lágrima en la cara,
cortaste todo con la practicidad
de quien sabe que el negocio no
marcha. No te dije nada, me quedé mirándote ahí, aguantando un
poco las ganas de llorar. El rito de
retirada comenzó: agarraste el
pantalón, unos billetes. Saliste.
Cundo diste un portazo y te hundiste en la calle, entonces sí me tiré
en la cama y lloré como hacía tiempo no hacía. No quise pensar nada.
Sólo quería que el llanto me saliera
todo, entero. Me salió de la boca
en un bloque, como un monolito;
así lo largué al mundo. Y después
me dormí. ■
David Rodríguez Salles
“Hacemos lo que nos gusta y queremos: preguntamos, nos detenemos
en la sensibilidad de los sujetos y grupos abordados, pensamos con la
mayor libertad de la que somos capaces. Nos detenemos en esa palabra
bastardeada: sensibilidad; y en las ideas pero destinadas a los sujetos.
Y a distintos territorios: buscamos al otro, su pensamiento y sensibilidad
a través de colaboradores de muchas partes del mundo. Nuestro espejo
no puede ser siempre el mismo río. ¿Todo muy correcto? Un poco. Es que
Incorrecta quiere ser furia, rabia, amor y pensamiento”.
ejemplares de la primera edición a la venta en la Feria del Libro (IM)
04
Viernes 30·set·2016
afros / feminismos / migrantes / sexualidades
La cadena excluyente
Censo de personas trans
Uruguay realizó el primer censo nacional de personas trans en
el mundo. El Ministerio de Desarrollo Social (Mides) contabilizó a
todas las personas trans (travestis,
transexuales y transgénero) que
habitan en el país y recopiló información sobre sus características
sociales, económicas y políticas.
El censo tomó como punto de
partida la base de datos de la Tarjeta Uruguay Social para personas
trans (TUS Trans) y otras del Mides, ya que se registra la identidad
de género en todos sus programas.
También se sumaron las personas
trans en situación de encierro
(privadas de libertad), y se sirvió
de otras acciones como el censo
a personas en situación de calle.
Paralelamente, se utilizó la estrategia de bola de nieve: se trabajó
en conjunto con la sociedad civil,
se recorrieron lugares de esparcimiento y de trabajo sexual, se enviaron mensajes de aviso impresos
en los recibos de las TUS Trans, se
mandaron mensajes por Facebook,
Twitter, y en la página del Mides
se habilitó la posibilidad de dejar
los datos para ser contactados por
los censadores. Se censaron todas
las personas que afirman tener una
identidad de género que no coincide con su sexo biológico.
Hasta hace seis años no habían
datos de ningún tipo sobre esta población en el país. No sólo no eran
objetivo de las políticas específicas,
sino que no accedían a las políticas sociales en general. En 2010
se empezó con investigaciones de
corte cualitativo en convenio con
el Instituto de Ciencia Política de
la Facultad de Ciencias Sociales
(Universidad de la República), y
con el transcurrir de los años y la
acumulación de conocimiento en
el tema, se comenzó a evaluar la
posibilidad de realizar un censo
que sobre todo permitiera conocer
el número exacto de la población
trans en Uruguay. Las especulaciones en su momento hablaban de
3.000 personas trans y hoy podemos afirmar que la cifra en Uruguay es de casi 1.000. Cuantificar y
conocer las características de este
universo permite tomar medidas
más efectivas y eficientes así como
planificar mejor el gasto público
y decidir cuándo se tienen que
tomar acciones de seguimiento
personalizado para contribuir a generar otros proyectos de vida lejos
de la marginación y la transfobia.
Este censo rompe el círculo de
invisibilidad de las identidades no
heteronormativas (especialmente
la de los varones trans), y aporta
conocimiento y reconocimiento
que contribuyen a la igualdad. El
Estado está obligado a que la identidad de género deje de ser un factor relevante a la hora de acceder a
derechos y oportunidades.
Hallazgos
Al 31 de agosto, se censó un total
de 774 mujeres trans (90%) y 79
varones trans (10%). De las 1.113
personas registradas inicialmente
Jornada previa a la Marcha de la Diversidad, ayer, en la plaza Independencia. / foto: pablo vignali
(mediante una base o por una persona que hacía referencia a ellas),
resultó que 34 fueron inubicables,
otras 34 han fallecido, 27 rechazaron responder el formulario y 23 se
mudaron al exterior.
Los datos que arrojó el censo son en su mayoría alarmantes,
aunque no necesariamente novedosos. Confirman una situación de
violencia y discriminación evidente
y sistematizada por las recientes investigaciones cualitativas.
El dato más dramático es el de
las 34 personas fallecidas. Personas que hace no más de tres años
habían solicitado la TUS Trans.
Aún no se sabe si todas ellas son
víctimas de la violencia más directa ni las causas exactas de sus
muertes tempranas, pero sin duda
es uno de los tópicos a investigar y
cambiar. Las personas trans, quienes son expulsadas de sus hogares
(en promedio a los 18 años, la misma edad en que se inician en el
trabajo sexual), se ven expuestas
a la violencia emocional, verbal y
física, del sistema médico, de sus
clientes y de la policía, al consumo
de alcohol y sustancias psicoactivas, a conductas sexuales de riesgo, a niveles altos de estrés, depresión y ansiedad, situaciones que
contribuyen a la mala calidad de
vida y que desembocan en muertes prematuras.
La Organización de Estados
Americanos, por medio del Registro de Violencia, observó que en el
80% de los asesinatos cometidos
contra mujeres Trans ellas tenían
35 años o menos (Disponible en
http://www.oas.org/es/cidh/lgtbi/
docs/Registro-Violencia-LGBTI.
xlsx), misma edad manejada por las
organizaciones de la sociedad civil
a nivel continental para referirse a
la expectativa de vida de las trans.
En el caso de Uruguay, la edad promedio de las personas censadas es
37 años.
El censo confirma los altos niveles de discriminación que sufren
las trans así como la exposición a
la violencia y su naturalización: el
88% se sintió discriminada alguna
vez, el 58% sufre discriminación por
parte de un miembro de su familia nuclear, los 14 años es la edad
promedio de la primera relación
sexual (y el 21% confirma que fue
sin su consentimiento), el 36% fue
discriminada por los médicos de
centros de salud y el 45% afirma
haber sufrido violencia por causa
de su identidad de género.
El porcentaje de atención es un
registro mucho mayor al esperado
(casi 96% se atiende en el sistema
médico y 88% lo hace en ASSE), lo
que revela o confirma que las mutualistas no brindan la atención correspondiente. Sólo 22% se hormonizan pero casi 50% lo hacen con
supervisión de un endocrinólogo.
El 15% se realizó cirugías para modificar su cuerpo, el 17% se inyecta
silicona líquida. ¿El resto escogió
no hacerlo? ¿Saben que no todas
las personas tienen las características sociales y/o fisiológicas para
poder llevar adelante el proceso?
¿Están informadas sobre las consecuencias que tiene el consumo
de hormonas sin indicación o controles? Sólo el 38% (322 personas)
tiene expectativas de realizarse una
operación de reasignación de sexo:
¿Cuál sería el costo que tendría
para el Estado satisfacer este derecho? ¿Cuánto se ahorraría invirtiendo en cirugías planificadas en
vez de interviniendo en situaciones
de emergencia?
Todos los aspectos que hacen
a las transformaciones corporales
decididas por las personas trans
son indispensables para contribuir a su identidad. No son aspectos menores sino definitorios. Las
consecuencias de devolver una
imagen socialmente no acorde
con el género que ellas y ellos habitan desatan burlas, agresiones,
desprecio y violencia, lo que tiene
inmediatas repercusiones negativas sobre su autoestima y su salud
mental. El 60% de las personas
trans no terminaron el ciclo básico, el 69% de los varones trans
desertaron del sistema educativo,
el 70% sufrió discriminación en el
liceo por parte de sus compañeros
y aproximadamente el 20% también la sufrió de docentes, ya sea
en primaria o en secundaria.
Todas estas situaciones son
producto de la desafiliación familiar temprana. Cuando se realiza
un seguimiento exhaustivo de los
datos y las trayectorias de vida de
las personas trans, este es un factor
determinante. Al iniciar el “destape”, se dan, en mucho casos, situaciones de incomprensión y violencia dentro del hogar que terminan
con la expulsión. Esto también
genera desafiliación educativa, lo
que a mediano plazo dificulta la
inclusión laboral: casi 67% de las
personas censadas declaran estar
ocupadas, el 32% nunca realizó
trabajo sexual y el 67% lo realizó
o realiza. El 29% restante está desocupado. Las limitaciones laborales derivadas de la poca formación
y la discriminación son muchas.
La mayoría no tiene formación
para el empleo debido al abandono temprano de los estudios, pero
en aquellos casos en los que han
logrado avanzar, igualmente las tasas de desempleo siguen siendo
muy altas.
El destape
Es el momento en el que la persona
comunica su identidad de género
no esperada y comienza a realizar
los cambios físicos que considera
necesarios o posibles. Esta etapa
está llena de conflictos internos
(no sentir que se tiene el cuerpo
apropiado) y externos: la familia, los
centros educativos y la sociedad en
general no están preparados para
asumir estos cambios. Además, la
persona que está experimentando
las modificaciones físicas y sus efectos emocionales tiene la necesidad
de centrar la atención en este con-
junto de transformaciones estéticas
y corporales que requieren de mucho tiempo y energía.
Investigaciones cualitativas
coordinadas por el Mides dan cuenta de que en los casos de mujeres
trans muchas veces este proceso
se da de la mano de las primeras
incursiones en el comercio sexual,
algo que modifica la realidad y genera entornos con mayores niveles
de aceptación, nuevos vínculos e
ingresos y cambios en la rutina (lo
que es incompatible con los horarios escolares).
En lo que refiere a los varones
trans, aparentemente tienen más
oportunidades de negociar con el
entorno y lograr otras formas de camuflarse para tener mayor aceptación y continuar con los estudios.
Aunque estas estrategias de invisibilidad generan serios problemas
en la autoestima y muchas veces
surgen ideas de suicidio. Cabe señalar que aparentemente existiría
una mayor tolerancia con los varones trans por parte de sus familias,
probablemente relacionada a los
mismos patrones patriarcales que
los obligan a permanecer en el seno
del hogar.
La realización de este censo es
un gran paso en la garantía de los
derechos humanos de las personas en Uruguay pero la recopilación de esta información debe ser
incorporada en el censo nacional y
en todos los registros administrativos. De lo contrario, el Estado está
incumpliendo con los derechos y
omitiendo sus responsabilidades.
Es necesario que para la próxima
ronda censal en 2020 el país, y específicamente el Instituto Nacional de
Estadística, hayan discutido la relevancia de incorporar la variable de
identidad de género para que esta
información se actualice y amplíe
de forma sistematizada.
Hágase la pregunta
¿Por qué las personas trans son objeto de tanta violencia? ¿Por qué es
tan difícil para la sociedad aceptar
el relato y la práctica de una vivencia genérica ajena a la genitalidad
dada? ¿Por qué la sociedad en su
conjunto las condena a vivir en la
exclusión? ¿Será que se toman el
atrevimiento o cometen la herejía de romper la lógica binaria de
hombre-mujer? ¿Será porque no
hay nada más incomprensible para
nuestra sociedad que el intento de
romper con la concatenación de sexo-género-expresiones de género?
¿Será que la figura de una travesti es
lo más antipatriarcal que hayamos
visto? ¿Será porque rompen las condiciones básicas del patricarcado:
la heteronormatividad y el contrato
sexual? Y no menor: ¿no sería necesario que fueran abrazadas por los
movimientos feministas? ■
Patricia P Gainza
El Censo de Personas trans fue también
reseñado en la diaria por Amanda Muñoz.
Aquí, porque no se agota y porque es de
orden para Incorrecta, se retoma el tema y
se buscan más aristas.
afros / feminismos / migrantes / sexualidades
Viernes 30·set·2016
05
No es sólo la pena
Se debate el proyecto de ley contra violencia de género
El lunes 11 de abril el Consejo
de Ministros aprobó el proyecto
de ley integral con el objetivo de
garantizar a las mujeres una vida
libre de violencia de género. El
texto actualmente se encuentra
en proceso de estudio a cargo de
la Comisión de Población y Desarrollo del Senado.
La directora de Inmujeres,
Mariela Mazzotti, señaló a Incorrecta que espera que esta iniciativa sea aprobada antes de fin de
año. Sin embargo, la aprobación
de este texto es apenas parte de
un programa de mínimos ítems
que aún está lejos de ser siquiera completado. Cuestiones como
el andamiaje patriarcal que pesa
sobre las instituciones judiciales
y del Poder Ejecutivo, la falta de
financiación de los programas
de prevención y, en definitiva, la
implementación deficiente del
texto legislativo, son las principales amenazas que hacen que
la ley conquiste logros sociales
pero circunscriptos al terreno de
lo simbólico.
Este tipo de legislaciones tiene la virtud de visibilizar el problema de la violencia de género
fuera del ámbito estrictamente
doméstico y de las relaciones de
pareja. En este sentido, supone
un cambio de enfoque que parte
de la premisa de que la violencia
contra la mujer en sus diferentes
formas es inherente al sistema
sociocultural de corte patriarcal
en el que vivimos, en la medida
en que responde a su necesidad
de reproducción. Así, el proyecto
no se limita a atacar las caras más
graves y visibles de este sistema de
dominación, como son el maltrato
físico y el asesinato de mujeres,
sino que define por primera vez
a nivel jurídico cuestiones hasta
hace poco ignoradas por los diferentes organismos de poder, como
el acoso callejero, la violencia patrimonial o la violencia obstétrica
contra la mujer.
Los proyectos integrales tratan de transversalizar la respuesta y la prevención de la violencia
de género abordando ámbitos
como el educativo, el sanitario o
el mediático. Esto, según explicó
la abogada y ex jueza Ana Lima,
supone un avance importante en
un país que a mediados del siglo
pasado se adelantó a su tiempo
reconociendo derechos civiles de
igualdad para las mujeres respecto de los varones, pero que desde
entonces hasta 2002 se caracterizó
por el vacío en cuanto a reconocimientos y garantía de derechos.
Según Lima, el código penal
uruguayo se remonta a 1934 y fue
copiado de la Italia fascista: “Tiene un capítulo de delitos contra el
honor, las buenas costumbres y el
orden de familia en el que se contemplan los delitos sexuales, pero
vistos desde una condición estrictamente mecanicista”. Considera
delitos como el estupro o el rapto
y distingue mujeres doncellas, no
doncellas, casadas y solteras, lo
en materia de género. En el Poder
Judicial todo lo vinculado con este
tipo de crímenes generalmente es
tomado como un asunto menor, y
la mayoría de jueces interesados en
esta materia han tenido que procurarse la formación por fuera de lo
institucional. Por ello, la ex jueza
demanda una mayor capacitación
de los juristas, que tenga carácter
obligatorio y que adquiera un peso
relevante en los méritos requeridos
para los ascensos laborales.
Performance sobre el feminicidio. / foto: iván franco (archivo, marzo de 2016)
que da una idea de la cosmovisión
a la que obedece.
Esta legislación convive con
un proyecto de ley enviado en
2015 por el Poder Ejecutivo que
incluye el femicidio como agravante, y con un código de procedimiento penal pensado para entrar a regir en 2017, que contiene
importantes vacíos en cuanto a
la protección de las damnificadas por violencia de género. Con
este enredo legislativo de fondo,
se presenta el nuevo proyecto de
ley integral, lo que deriva en un
panorama jurídico que hasta las
propias autoridades de Naciones
Unidas consideran confuso.
Conquistando esferas de poder
El sistema punitivo es uno de los
principales medios por el que las
sociedades definen y reafirman
los valores esenciales que caracterizan su identidad. Para filósofos
como Andrew Oldenquist, la principal funcionalidad del castigo no
es tanto lograr reducir el número de crímenes que se cometen,
sino fortalecer la identidad moral
de una determinada comunidad,
infringiendo determinadas formas
de sanción a aquellos que vulneran sus valores esenciales. Por tanto, llegar a conquistar un ámbito
de poder con la aprobación de un
texto de este tipo es ya en sí mismo
un hito histórico para el país.
El proyecto, en caso de ser
aprobado, supondrá un instrumento que permitirá a las mujeres
exigir derechos que actualmente
no se contemplan. “Esto las fortalece como ciudadanas y a los
movimientos sociales en términos de su capacidad de exigencia
al Estado”, explicó la directora de
Inmujeres. La ley propone crear
los juzgados multimateria, que
reúnen en un solo tribunal a todos los procesos que tienen que
ver con la materia penal del delito
de violencia de género, además
de los aspectos vinculados a lo
civil y a la familia. “En este momento una mujer que denuncia
violencia para sí misma o para
sus hijos tiene que acudir al tribunal especializado en violencia
doméstica, al juzgado de familia
y al juzgado penal. Entonces, ese
tránsito de la denunciante por un
mecanismo completamente hostil
con formalidades que no conoce y
sin adecuada defensa se convierte
en un infierno”, señaló Lima. Por
ello, la entrada en vigor de esta
legislación fortalecería el vínculo
de la mujer con el Poder Judicial
en la medida en que eliminaría
la carrera de obstáculos que debe
superar para realizar la denuncia.
El texto también contempla
la creación de organismos en los
que participaría la sociedad civil,
como la Comisión Nacional para
una Vida Libre de Violencia de
Género. Esto establece nuevas
competencias y obligaciones en
materia de género para un importante número de instituciones públicas que, en caso de ser incumplidas, implica una vulneración
de la ley que podrá ser reclamada
a nivel jurídico. “Sin esta ley hay
muchas actuaciones vinculadas a
la atención, a la protección y a la
reparación de las mujeres que no
podemos realizar. Pero sólo con
la ley no alcanza. Esto es un marco de actuación. Después se abre
toda la responsabilidad de los poderes Ejecutivo y Judicial para reorganizar sus servicios conforme
a esto”, expresó Mazzotti.
Miopía de género
Otras voces del feminismo crítico
reclaman la implementación de
un sistema de protocolos de actuación por fuera de lo penal, que
permitan identificar los crímenes
de género mediante una política
pública de ámbito más preventivo. En este sentido, varias medidas
de prevención sencillas que no
cuentan con la voluntad política
del gobierno para ser implementadas correctamente anuncian de
entrada resultados deficientes en
la hipotética aplicación del texto
legislativo. A modo de ejemplo,
que el número de atención a víctimas 0800 no esté disponible las
24 horas durante los siete días de
la semana y que carezca de un
sistema de geolocalización da
cuenta de un talante institucional inadecuado para que se pueda
materializar la nueva legislación,
en resultados y en la mejora real
de las condiciones de las víctimas.
El presupuesto del que dispone actualmente Inmujeres es de
unos 95 millones de pesos, según
señaló Mazzotti. No obstante, la
jerarca no pudo especificar la parte de ese monto que el organismo
dedica específicamente a prevención, un aspecto que deberá ser el
principal foco de los reclamos del
feminismo uruguayo en el marco
de su lucha social compleja y multidimensional.
Uno de los principales escollos para la correcta implementación de esta ley es la incapacidad
del aparato judicial para hacer valer la justicia con mirada de género, debido a la tradición patriarcal
que pesa sobre sus estructuras.
Ana Lima denuncia cómo muchos
casos que responden a los patrones de violencia establecidos quedan invisibilizados por la apreciación que realizan jueces y fiscales
miopes. “Esta tendencia en parte
se sigue perpetuando porque la
especialización en violencia doméstica no se promociona en el
Poder Judicial, no es un orgullo
ser juez dedicado a este ámbito”,
explica la ex magistrada.
Si bien Lima no deja de considerar las excepciones que hay en el
seno de este organismo, denuncia
la indiferencia que la institución
ha tenido hasta ahora respecto de
la capacitación de sus funcionarios
Experiencias extranjeras
Las experiencias previas en la
implementación de este tipo de
legislación en otros países dan
la razón en parte a quienes denuncian las carencias del marco
institucional uruguayo. En el caso
español, por ejemplo, se publicó
el 28 de diciembre de 2004 la Ley
Orgánica 1/2004 de Medidas de
Protección Integral contra la Violencia de Género, pionera en Europa por su pretensión integral.
Sin embargo, pasados más de diez
años, los femicidios no han experimentado una reducción significativa en el país y varios expertos
y organizaciones de víctimas denuncian la deficiente aplicación
de este texto.
Para la fiscal española Susana
Gisbert y la abogada y directora
del Centro de Estudios Multidisciplinares en Violencia de Género,
Elena Martínez, “nada se han desarrollado durante estos años las
políticas destinadas a la prevención de estas conductas, a pesar
del extenso y afortunado desarrollo que el legislador les dio en esta
ley”. Así, Amnistía Internacional
señaló que desde la creación de
los Juzgados de Violencia en 2005
y hasta 2013, el número de sobreseimientos provisionales (archivos del procedimiento realizados
por no quedar acreditados los hechos) se ha incrementado 158%,
que el número de denuncias y el
de órdenes de protección han experimentado una caída progresiva
con los años, y que el porcentaje
de sentencias condenatorias fue
mermando hasta situarse en 2012
diez puntos por debajo del registrado en 2006.
Por su parte, las asociaciones
de víctimas coinciden en denunciar la aplicación incorrecta de las
órdenes de alejamiento, así como
fuertes carencias en la inversión
económica destinada a la prevención por parte del gobierno. Esta
última cuestión, con el estallido de
la crisis económica en 2008, experimentó una mengua importante,
algo a tener en cuenta en la comparativa con el contexto uruguayo
actual, marcado por un proceso de
recesión económica. Una similar
tendencia a la del caso español fue
denunciada también en Brasil. Allí
se implantó la Ley Maria da Penha, que celebró su décimo cumpleaños en agosto, con resultados
bastante cuestionados. ■
Manuel González Ayestarán
06
Viernes 30·set·2016
afros / feminismos / migrantes / sexualidades
Disputas por el territorio de la ciudad
Gentrificación: control, clases, migrantes
Ciudad Vieja palpita, ecléctica,
seductora. Apenas unas hojas acarician su piel de cemento, los viejos
edificios acumulan años, cicatrices,
el polvo que van dejando a su paso
las obras de nuevos emprendimientos, la rehabilitación urbana que
irrumpe de la mano de las inversiones público-privadas.
También están los edificios
abandonados, cautivos de la especulación inmobiliaria.
A lo que vive hoy este barrio
portuario algunos le llaman gentrificación, un término acuñado
por primera vez en los años 60 por
Ruth Glass para explicar un proceso que se dio en Londres por el
que muchos barrios obreros fueron
revitalizados para formar nuevos
enclaves poblacionales, con gente
“más linda y creativa”. La fórmula
del concepto aparentemente es
sencilla: desplazamiento de cierta
población y reinversión económica
en las viviendas del barrio.
Sitiados
Si se hace por la avenida 18 de
Julio, la entrada a la Ciudad Vieja
muestra distintos paradigmas de la
especulación inmobiliaria. Del lado
izquierdo, está el edificio Royal, en
Andes y 18, desalojado en setiembre del año pasado a partir de las
acciones legales impulsadas por
el empresario Juan Lestido. Justo
unos meses antes del desalojo de
las 25 familias que habitaban ese
edificio, había sido destruido el proyecto habitacional del CH20, cuya
demolición podría estar vinculada
a la conveniente proximidad de un
emprendimiento inmobiliario al
que le faltaba vista al mar.
También en Andes y 18, pero
del otro lado de la avenida, se encuentra el Jockey Club, comprado
a principios de 2000 y remodelado
recientemente por el grupo Pestana. Cordialmente en su página web
“invita a sus visitantes a emprender
un viaje en el tiempo y el espacio [...]
dentro de [esa] joya arquitectónica
de la ciudad que ha sido cuidadosamente remodelada”.
De acuerdo a lo señalado por
diversos autores (Janoschka, Sequera, Slater), la gentrificación puede
ser positiva pero sólo para los gentrificadores, los administradores
de la ciudad y particularmente los
dueños del capital.
Más allá del rigor terminológico, en este barrio la cotidianidad
muestra inevitablemente las tensiones de las luchas territoriales, la
identidad, la apuesta del gobierno
por la hipervigilancia, por la apropiación de los espacios y la diseminación de ciertos discursos que hoy
parecen prédica eclesial.
Tenemos entonces que lidiar
con las contradicciones que impone la convivencia de un slogan que
afirma que la ciudad es nuestra y
las imperiosas reglas del mercado
que exigen la relocalización de familias enteras.
¿Cómo se vincula la especulación inmobiliaria y la reivindicación de nuevas formas de propie-
dad colectiva? ¿Cómo interactúa
la normativa de limpieza social
para preservar las calles libres de
“lumpenaje”, como lo es la ley de
faltas, y la expectativa popular de
vivir la ciudad como un derecho?
¿Cómo se articulan los reclamos de
vivienda de los nuevos migrantes
sin que se propicie, con el aval del
Estado, la construcción de guetos en
función del origen nacional de los
pobladores? ¿Cómo resuelve una
ciudad pretendidamente inclusiva
las tensiones del acoso callejero sin
tener que recurrir a medidas punitivas como han reclamado algunos
sectores feministas?
Dos historias breves en Ciudad
Vieja me conectan con este proceso.
Mi cuerpo, ¿mi territorio?
Está atardeciendo pero queda aún
el eco del bullicio de las horas pico,
quedan los rastros de los oficinistas
apurados, los montacargas.
Emergen los nuevos rostros
del “cosmopolitismo herido”, ese
concepto extraído de un libro de
Homi K Bhabha, mientras veo los
rostros tristes de los migrantes que
me esquivan.
Doblo en la calle Colón y sorprendo a un hombre sobre un colchón de basura. Devora todo lo que
encuentra, escarba e introduce en
su boca aquello que sea blando al
tacto. Un líquido ocre se escurre
por su boca. Según la ley de faltas, la
19.120, su presencia altera el orden
público, la convivencia ciudadana,
las buenas costumbres de la capital
iberoamericana de la cultura.
El legislador afinó el lápiz, y si
fuera llevado ante un juez, sería posible que declararan a ese hombre
culpable y deudor de más de 30 horas de trabajo comunitario: “Faltas
por la afectación y el deterioro de los
espacios públicos”, dicta el manual
que codifica las penas.
Me mira; más allá de las escleróticas amarillas, de los pelos que
dominan sin tregua esa piel negra,
hay unos ojos mirando. ¿De qué
precipicio cayó, desde dónde viene
rodando esa vida revuelta entre los
desechos de una humanidad que
lo desprecia?
Me obligo a no cruzar la vereda,
a no tener miedo, pero sin quitarme
la mirada de encima aquel hombre
empieza a tirar frenéticamente de
su pene mugriento.
Súbitamente él tiene el control
de la situación.
¿Podría hablar de acoso callejero o de dominación patriarcal o
de que este hombre me ha robado
mi derecho a la ciudad, a transitar
tranquila sin insinuaciones ni obscenidades de ningún tipo?
¿Cómo se vinculan iniciativas
como la ley de faltas y la necesidad
de implementar medidas contra
el acoso?
En los últimos años los reclamos sobre acoso callejero han centrado los debates sobre la necesidad
de legislar al respecto, visibilizar
esta forma de violencia en el espacio público y habilitar mecanismos
de castigo contra los agresores. El
albergar dos oficiales para pedir la
cédula de identidad a una mujer
inconsciente?
Tardíamente fue trasladada al
Hospital Maciel.
En ese momento nos preguntamos qué hubiera ocurrido si
Sofía hubiese sufrido el derrame
cerebral en la Casona Mauá o en
el local de CasaMario, predios ubicados en el mismo perímetro de
una T imaginaria formada entre las
calles Piedras y Bartolomé Mitre.
La transición del proceso de
“elitización” que constituye la
gentrificación quizá sugiere que
mientras no haya sido homogeneizado un barrio el número de
puerta opera como un instrumento
de segregación en una misma calle.
En este caso, llevado a cabo
por la Seccional 1a.
Rodaje en la Ciudad Vieja. / foto: iván franco (archivo, agosto de 2016)
acoso callejero ha sido considerado
por activistas un tema de relevancia
en la agenda de la seguridad ciudadana, pero paradójicamente es el
único reclamo (junto con el feminicidio) que desde la sociedad civil
incorpora en su tratamiento una
aparente necesidad de mano dura.
La ley de faltas, por su parte, es
un buen ejemplo para visibilizar las
dificultades que conlleva construir
una narrativa común en torno a la
convivencia en el espacio público.
Sin duda, esta ley es un esfuerzo
legislativo que fracasó, logrando
consolidarse como una de las normativas más reaccionarias de los
últimos años: al tiempo que justifica la limpieza social le da armas al
proceso de criminalización primaria ejercido por la policía.
Paraísos
Los grafitis en las paredes daban
testimonio de similares sufrimientos. “Golpe de dolor” estaba escrito
en una pared junto a un pedazo de
muro desgarrado donde permanecían las huellas de unos nudillos
anónimos.
Ese universo olía a enfermo,
a pobreza y olvido. El hipoclorito
no lavaba el olor a muerte que se
colaba entre los corredores.
Las figuras tristes esperaban
en una sala donde de a ratos jesucristo, los santos y las virgencitas
eran evocados, pero si es que hay
un dios, en ese lugar su ausencia
era evidente.
La puerta se abrió para matar
la incertidumbre de una separación inminente.
Las noticias buenas no llegaron y a las 17.30 anunciaron la
muerte de Sofía, una compañera
migrante radicada en Uruguay
hace más de 25 años.
Las lágrimas desbordaron y
vino el luto.
Así terminamos la jornada
de un día que se hizo eterno. Era
agosto.
Ese mismo día pero a las nueve
de la mañana, junto a Sofía y otras
15 mujeres, asistimos a una jornada inspirada en el trabajo desarrollado por los Iconoclasistas, un
dúo formado por Pablo Ares y Julia
Risler, quienes han impulsado talleres de investigación colaborativa
a fin de construir relatos colectivos
críticos sobre el territorio.
La actividad se desarrolló en
la sede del Proyecto CasaMario1
(en pleno “Bajo” de Ciudad Vieja:
Piedras 627).
Esa mañana buscamos plasmar colectivamente los recorridos
urbanos, lugares de trabajo, habitación, recreación, itinerarios burocráticos, de atención de salud
y envío de remesas del grupo de
mujeres migrantes.
Después de desarrollar esta
primera instancia de “mapeo colectivo”, durante el almuerzo, la
compañera Sofía se levantó, atravesó la calle y fue al restaurante
vecino Contigo Perú a pedir un
condimento.
En el mostrador del local gastronómico le dio un derrame cerebral, su cuerpo yacía a unos pocos
metros de CasaMario y pudimos
saberlo unos minutos después. Se
pidió telefónicamente una ambulancia y acudieron dos patrullas.
La violencia policial se respiraba. ¿Cuánto desprecio pueden
Hologramas
Diversos autores han afirmado que
el término gentrification, al ser un
concepto importado, tendría que
adaptarse a la forma de comprender los procesos de desplazamiento
en las ciudades de América Latina.
Esto implicaría, según sugieren los especialistas, la profundización de tres dimensiones clave
que son inherentes a los procesos
de gentrificación en el continente:
“(i) la creación y rearticulación de
los mercados inmobiliarios; (ii)
las dimensiones simbólicas de la
gentrificación; y (iii) la importancia
que tienen las distintas formas de
desplazamiento”.
En 2004 Mijal Tier escribió:
“Por ahora no se puede constatar
que la reestructuración urbana siga
al modelo de la llamada gentrificación. Hasta el momento no existen
propósitos de un recambio radical
de la población residencial”. No sé
qué tanto pueda defenderse esa
afirmación hoy.
Nuestra Montevideo latina,
¿vive hoy el mismo proceso que
vivió Ciudad de México o Buenos
Aires?
Las miradas y expectativas de
vecinos, clubes deportivos, organizaciones sociales, cooperativas
de vivienda, empresarios y comerciantes, urbanistas, artistas
y autoridades locales, ¿dónde se
encuentran? ¿En qué espacios, en
qué intersecciones?
Aunque se pretenda sintetizar
en un monograma armónico el modelo de ciudad que queremos habitar, hoy hay un territorio en disputa.
Mientras tanto, las historias
anónimas construyen un relato
de ciudad de la ciudad que muta,
que se aleja y que deviene otra,
innombrable. ■
Valeria España
1. CasaMario es un proyecto de gestión autónoma para el desarrollo de la producción
colectiva artística y en colaboración; elaboración de curadurías colectivas y procesos
críticos en los modos de hacer. La cesión
en préstamo de las casas forma parte del
Programa de Apoyo a la Cultura de Casona
Mauá que busca potenciar el sector artístico
dentro del ámbito privado.
afros / feminismos / migrantes / sexualidades
Viernes 30·set·2016
07
Hablar con los ojos
Haití relatado en primera persona
“Haití, donde la negritud se pone
de pie por primera vez y dice que
cree en su humanidad”, relata
Aimé Césaire (1962) impactado
por la historia que tenía delante
en un país tan marcado por sus
revoluciones como por las dictaduras propias y abusos de extranjeros. Haití, donde la suerte y la
condena se unen para ser el primero en Latinoamérica en levantarse y decir basta. Suerte, porque
le da una identidad como pueblo,
y condena, porque nunca lo dejarán levantarse nuevamente.
Llegué a Haití el 8 de setiembre de 2014 con quién sabe qué
intención y qué ideales locos de
héroe. No tenía idea en ese momento de que nada volvería a ser
lo mismo. Mirar el espíritu vudú a
los ojos te conmueve y te remueve,
porque en él se encuentra, aunque uno no lo busque (y sobre
todo por esto) todo el espíritu latinoamericano, ese “ser más” de
Paulo Freire.
Minuto que piso tierra haitiana, minuto que me gritan “Blan,
blan, ba’m dola” (Blanco, blanco,
dame dólares). Una expresión que
escucharía mucho en los dos años
que me quedé, aunque la respuesta siempre sería distinta. Primero me dediqué a observar. Dicen
que el alma entra por los ojos, y
el contacto visual con el haitiano
determina mucho.
Digamos que la vista aprendió
a descansar en los amigos, en los
hermanos desconocidos que subían al tap tap conmigo cada día,
aunque nunca dejó de indignarse cuando veía tres Porsches por
semana en los mismos caminos
de tierra que me llevaban a trabajar a las escuelas; nunca dejó
de asustarse cuando militares
con banderas uruguayas salían
con sus escopetas, cascos, chalecos y camionetas con aquella
rara creencia de que vivían en un
país en guerra (nunca estuve seguro qué estaban viendo), y vivían
dentro de su pequeña gran casa
burbuja con mozo, asados, pizza,
lengua a la vinagreta, cervezas y
truco; nunca dejó de incomodarse con las fiestas que organizaba
la cooperación internacional en
sus casas de la montaña con vino
francés, música house y charlas de
cine; nunca dejó de sufrir, transformarse, enamorarse, todo eso
junto y separado.
Hijos de quiénes
Recuerdo un día que me subí a
un tap tap. Era uno de esos días
que se sabía que el ambiente estaba revuelto. Ya habían pasado
casi siete meses desde que había llegado a la isla, por lo que
entendía del todo el idioma. En
general, no es común ver a un
“blan” subirse a un transporte
público. Son muchas las risas
que provoca este evento. Yo ya
me había acostumbrado, pero
esta vez nuestra presencia fue
ampliamente discutida. Se escuchaban argumentos políticos a
/ foto: erika santelices, afp
favor y en contra. Mantenían una
conversación no muy habitual,
ya que los espacios para discutir
sobre la suerte de su propio país
eran bastante reducidos. “Aristid
tenía razón, nosotros somos hijos
de la revolución, de un pueblo
haitiano que ahora depende de
extranjeros”, decía un joven sentado en el fondo. “Pero si no te
hacen nada, han aportado, además de que estás juzgando a estas
personas que están aquí sin conocerlas”, decía una señora sentada frente a mí. Yo me limitaba a
escuchar, porque era hermosa la
conversación aunque estuvieran
hablando directamente de nosotros. A muchos compañeros les
afectaba ser siempre el centro de
atención, pero esta era una forma
de que los haitianos debatieran y
tomaran las riendas que otros les
habían arrebatado. Después de
mucho debate, les dije en su idioma: “¿Aquí es donde me tengo
que bajar?”. Todos me quedaron
mirando fijamente. En ese momento estalló una risa colectiva
propia del pueblo haitiano. “¿Hablás kreyol?”, me decían algunos
sorprendidos; “oh, bienvenido a
Haití, hermano”, me decían otros,
mientras unos más allá miraban
con desconfianza. En ese momento los felicité por la conversación que estaban teniendo
y me bajé.
Constantemente me acordaba de las historias que en la escuela me contaban de Colón. Se dice
que en sus notas ponía algo así:
“Todos estaban bien formados,
con magníficos cuerpos y caras
hermosas. No portaban armas,
ni saben de ellas. Serán buenos
sirvientes, y cristianos, porque me
parecieron que no tenían religión.
Traeré media docena de ellos a
Sus Majestades para que aprendan a hablar” (Bellegrade, 2004).
Me contaban historias de cómo
cambiaban espejos por trabajo
esclavo. Creo que nunca lo había comprendido tan bien como
cuando estuve en Haití, pero por
la historia que otros habían dejado detrás de mí, yo era Colón, sólo
que esta vez los espejos eran miles
de recetas diferentes para salir de
la pobreza y solucionar una crisis
política constante.
En la mente haitiana muchas
veces se mezclaban los conceptos
de cooperación y colonización. Es
que en muchos de los que llegaban a “cooperar” la receta utilizada contenía los mismos ingredientes que la de Colón cuando
describía que serían buenos porque no tenían religión ni sabían
hablar; sólo que ahora “pobreza”
era sinónimo de “incapaz”, lo que
llevaría a una redacción inconsciente de “como es pobre, hará
todo lo que le digo”. Entonces, con
esa sensación, y habiendo comprendido ese engranaje, ¿por qué
quedarnos? ¿Por qué me quedé
después de haber comprendido que yo estaba metido en una
historia de cientos de años de
invasiones militares, políticas,
ideológicas y morales? ¿Por qué
quedarme después de entender
que las armas de los militares
eran parecidas a la asistencia de
la cooperación internacional?
Porque después de haber aprendido el idioma y darme la cabeza
contra la pared insertándome en
una cultura que me acogió, la pregunta se transformó e hizo que
me interpelase a mí mismo y a un
continente entero, dando vuelta
la tortilla y planteando: ¿qué tiene Haití para el continente?, ¿qué
tiene Haití para el mundo?
Pero, ¿qué hacía con esta historia que otros me cargaban en
los hombros día a día? No quedaba otra que hacerme responsable, decir que sí, que otros lo
hicieron antes que yo, y quebrar
constantemente estereotipos
míos y ajenos.
Como ninguna verdad tiene
valor en sí misma, ninguna verdad
es superior a la otra. Por esto, nos
vemos forzados a hacer un análisis comunitario del ser humano.
Quién otorga la libertad
Nos encontramos con una intensa
paradoja: ¿quién libera a quién?
¿Quién soy yo para liberar al
otro? El voluntario viaja miles de
kilómetros sólo para darse cuenta de que lo que su pasaje costó
(en general, financiado por empresas multinacionales) podría
haber pagado el trabajo de otros
en esta tierra. Muchos entran en
una gran crisis. Si alguien dijo que
hay voluntarios sin crisis es porque algo está ocultando o porque
quiere ocultar verdades.
“Nadie puede liberarse cuando domina a otro […] Con el supuesto de que vamos a liberar a
los otros […] ni siquiera nosotros
nos liberamos” (Bondy, S, en Dussel, 2007).
El caso haitiano, tanto por su
historia como por su relevancia internacional, ha generado grandes
debates y es terreno de discusiones prácticas y teóricas sobre cómo
actúa la globalización en nuestro
tiempo, cuáles son las verdades
universales que deben primar y
cómo los organismos internacionales, como el Banco Mundial, han
sabido, bajo lógicas asistencialistas y en primer aspecto de buenas
intenciones, generar proyectos y
políticas de desigualdad.
Es aquí cuando entra en juego
la paradoja misma de los derechos
universales, las políticas migratorias y las relaciones multiculturales. ¿Cómo promover y conservar
el derecho a la diferencia estableciendo valores comunes-universales que en algún momento
eran establecidos por una cierta
territorialidad? Y al mismo tiempo, ¿quién decide estos valores
universales y por qué? Las mis-
mas preguntas que se realiza un
voluntario o una ONG al ir a Haití:
¿son mis ideas más válidas o superiores a las que ya existen aquí?
¿Tengo algo que aportar? ¿Tienen
algo que aportarme a mí?
Incluso, una de ellas debe de
someterse a la otra. Es curioso
que en Haití sucede un fenómeno opuesto al que pasa con los
movimientos migratorios actuales. Si un grupo de refugiados, por
ejemplo, entrara a otro territorio,
debe empezar a regirse por los
valores y normas de este nuevo
territorio, pero siempre lo hace
con la esperanza de no perder algunos propios. En Haití la cooperación internacional ha ocupado
el territorio y le dice al país cómo
adaptarse.
Por esto hay que aprender
a hablar kreyol. Y eso fue lo que
hicimos. Nos fuimos al norte de
Haití a conocer uno de los lugares más pobres y hermosos que he
visto y donde mi retina y mi corazón trabajaban al mil por ciento.
Mi vista y mi corazón iban juntos,
se exponían a la intensidad tanto visual como emocional. Este
lugar se llama Jean Rabel y posiblemente no sea de los primeros
lugares que veamos en los mapas.
Pero la gente nos brindó toda su
hospitalidad y empezamos a entender su territorio a través de su
lengua, porque la lengua crea realidad y nos permite comprender
la cosmogonía del otro: intensa,
emocional, lenta y efervescente al
mismo tiempo. Como su idioma:
simple, pero con una historia que
surge desde la esclavitud misma
del pueblo haitiano. El kreyol es la
lengua de los esclavos que escuchaban hablar a sus colonizadores franceses, y en la que mezclaban muchas lenguas con ánimos
de revolución.
Es por esto que antes de hacer
nada debemos entrar en confianza. Estar meses y meses sentándonos a las aulas, compartiendo
experiencias, hasta que un día
una profesora viene a contarte su
vida, sus ocho meses sin recibir
salario, pero yendo cada día a
trabajar, con esos ojos de docente
que parecen tan universales, y que
en Haití encarnan a la perfección.
¿Qué tiene Haití? ¿Qué tiene
Haití que no tiene nadie más? La
constante experiencia de la opresión que se combina con la experiencia de la rebeldía. No nos confundamos, Toussaint-Louverture
sigue existiendo en cada revolución de emoción y humildad que
aporta el haitiano al continente,
en esa lección de epistemología
que nos dan al saber cuál es el verdadero conocimiento que surge
del día a día y que no se acumula en una universidad bajo mil
libros polvorientos y algún artículo en Wok. Sigue existiendo en
esa mirada que nos indaga como
humanidad y nos pregunta cómo
reaccionamos ante el otro. ■
Nicolás Iglesias
08
Viernes 30·set·2016
afros / feminismos / migrantes / sexualidades
Refugiadas esperando los reinos
La Comisión Española de Ayuda
al Refugiado estimó en 1.321.600
las solicitudes de asilo en Europa sólo en 2015. Se resolvieron el
22,7%. El resto han sido abandonadas a su suerte en un muy cuestionable acuerdo con Turquía,
mientras que la lucha por llegar
al paraíso nórdico se convierte en
la segunda fase del tormentoso
viaje tras pisar suelo europeo.
De los últimos informes con
cifras alarmantes de compra-venta y tráfico ilegal de personas, a
falta de números exactos, la Oficina de las Naciones Unidas contra
la Droga y el Delito establece que
por cada persona rescatada hay
20 más por rescatar.
En un contexto tan mediatizado los individuos que conforman las cifras de Euroestat, informes de la sociedad civil, artículos
y noticieros, esconden historias
de mujeres que le permiten a
una viajar por territorios desconocidos: Somalía, Sudán, Irán,
Zimbabue, Bangladesh, Albania,
Tailandia, Brasil.
Mujeres anónimas sin nexos
ni conexiones que incomprensiblemente se encuentran en
Reino Unido. Exploradoras sin
ánimo de aventura, sin mochila
y con lo puesto.
◆◆◆
Tuve “el lujo” de reunirme por primera vez con las recién llegadas
en el living del refugio, del barrio
sur de Belfast, conocido como “el
multicultural”. Ofrecí una taza de
té made in Britain (negro y con
leche, azúcar opcional), esbocé
una sonrisa, con un juguete en
mano para los hijos, un pijama y
un nécessaire con objetos de higiene básicos. Ahí se derriba un
muro que arrastra un trayecto
demasiado pesado. Gratitud en
lo micro, negación en lo macro.
Los procesos para adquirir
el estatus de refugiado o víctima
de tráfico ilegal de personas en
Reino Unido lleva meses, hasta
dos años en algunos casos. En
ocasiones los estatus se conceden, en otras ocasiones no. Detención y deportación son la cruz
de la moneda.
licía le arrebatara el poco dinero
que había podido esconder de
su explotador sexual. Como muchas en su situación, iba sentada
detrás de los oficiales de policía
sintiéndose culpable. Durante el
interrogatorio, sus ojos desbordaban terror al oír las palabras
prisión, deportación, culpable.
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Alexandra, originaria de Brasil,
vivía en Málaga desde hacía diez
años con su marido y sus dos hijos. Creyó encontrar la gallina de
los huevos de oro en Larne, un
municipio obrero de Irlanda del
Norte, donde, a Alexandra la engatusaron con el cuento de que
la prostitución sí permitía enviar
ahorros al núcleo familiar que
quedó en España. De entre todos
los miedos que reflejaban sus
ojos, sentadas en la parte de atrás
de un coche patrulla y yendo a
una comisaría, temía que la po-
Nina se destapaba la cabeza
cuando me recibía en su apartamento. Su piel caoba contrastaba
con sus rizos de puntas rubias
resultado de las mechas californianas. Su hijo de ocho años
correteaba con una camiseta del
United mientras rellenábamos
la solicitud para la subvención
del uniforme escolar. A Nina le
atormentaba que Mohammed,
un amigo también somalí, rescatado niño soldado ahora vestido como un dandy a la moda e
inspirando a jóvenes locales, la
Apoyan:
Federico Murro
rondaba galantemente, aunque
Nina supiese, cerca de la certeza, que su marido muy probablemente no se reuniera con ella.
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Fátima fue rescatada por la Cruz
Roja en Mogadiscio, Somalía. A
sus 28 años llevaba dos sin su
marido, desparecido forzosamente por el grupo terrorista Al
Shabab que opera en el cuerno
de África. La noche que fue rescatada de una violación múltiple
junto a su hija menor dejó atrás
su vida y a sus cuatro hijos varones. Su teléfono se convirtió en
una extremidad más de su cuerpo, una prótesis necesaria. En
esta ocasión, no por Whastapp,
Facebook o Gmail, esperaba una
llamada con noticias de la Cruz
Roja que le informara del rescate
de los suyos, y el reencuentro.
El ganchillo enganchó y al
espacio que compartíamos Fá-
tima y yo se nos unieron Myriam,
Swili, Saeeda, Myada, Nyma, Walla. Las risas continuaron con las
gesticulaciones de unas y otras
como lenguaje común y universal. Vestimentas, color de piel,
hijos de unas y otras, religión e
idioma pasaban a un segundo
plano una vez por semana.
El temor en los ojos, la ansiedad por el teléfono, las persecuciones que habían sufrido cada
una de ellas, las preocupaciones
por los seres queridos, las distancias y la incertidumbre por el futuro a corto, medio y largo plazo
se desvanecían y otorgaban un
respiro de dos horas los viernes
por la mañana. La variedad en la
comida, y las miradas, nos unían.
La problemática hacia la
integración y el aislamiento por
razones culturales, lingüísticas y
sociales se mezclan con lo personal, en una espiral de sentimientos contradictorios entre la lucha
incesable por recuperar lo que es
de uno y fue arrebatado, frente a
la posibilidad de la búsqueda de
oportunidades, rescate o refugio.
Así viven o atraviesan Europa. Con una sensación constante
y perturbadora que divide a estas
sociedades entre el welcome y el
go home. A pesar de ello y de la
inmovilidad burocrática y política, sólo queda la convivencia
en lo cotidiano: pubs y halal, té
negro con leche y té verde con
hierbabuena. Minifaldas con
tacones y cabellos cubiertos por
pañuelos.
Mujeres incansables y agotadas frente de una vida nueva,
pendientes de la reunión con los
suyos. Sus miradas, temerosas y
temerarias.
Historias injustas, y admirables. No son cifras, son retratos
errantes. ■
Laura G Vilanova
Redactor responsable: Lucas Silva / Edición y coordinación: Apegé / Diseño y armado: Martín Tarallo / Edición gráfica: Iván Franco
Ilustraciones: Federico Murro / Textos: Valeria España, Laura G Vilanova, Manuel González Ayestarán, Nicolás Iglesias, Romina Napiloti, Patricia
P Gainza, David Rodríguez Salles / Corrección: Magdalena Sagarra / Consejo asesor: Valeria España, Patricia P Gainza, Ana Karina Moreira
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