Solange Carcamo

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Interculturalidad y Trabajo Social: Sistematizar desde la experiencia de
alteridad.
Solange Oravia Cárcamo Landero. 1
Docente Escuela de Trabajo Social
Universidad Católica de Temuco
Resumen:
Esta ponencia tiene como objetivo analizar la propuesta de un lenguaje de
contrastes sutiles, elaborada por el filósofo canadiense Charles Taylor. Desde
los aportes de este autor se reflexiona acerca de las posibilidades que tienen
las ciencias humanas para comprender la alteridad. Específicamente, se
analiza el aporte que, en este sentido, el Trabajo Social puede desarrollar, al
sistematizar sus prácticas como experiencias de alteridad. De este modo, se
problematiza el lugar que ocupa la sistematización en el marco de nuestra
disciplina y de las ciencias humanas en general. Siguiendo los aportes de
Taylor, la sistematización podría entenderse como una experiencia de
generación de conocimiento en Trabajo Social que se constituye
ineludiblemente a partir de un diálogo auténtico, cuyo contenido es la
significación experiencial de los otros y la nuestra. La sistematización como
experiencia que nos remite a la historicidad de nuestra existencia humana y
profesional permite abrir las ciencias humanas a la auto-crítica y al héteroconocimiento. La conflictividad intercultural aparece aquí como paradigma del
conocimiento humano y la comunicación intercultural como “metodología” que
exige una alta implicancia personal que puede llevar a la transformación
intercultural de quien sistematiza.
Palabras clave: Comunicación intercultural, Trabajo Social, significación
experiencial, sistematización, alteridad.
Introducción:
El desafío de articular un proyecto auténtico de Trabajo Social nos exige
reflexionar acerca de nuestras prácticas profesionales desde una perspectiva
disciplinaria e interdisciplinaria crítica. Ello nos lleva, necesariamente, a asumir
una postura que cuestiona las auto-interpretaciones que hoy prevalecen en
nuestra profesión, lo cual a su vez, significa iniciar un proceso de revisión de
los supuestos filosóficos, epistemológicos, ético-políticos y estéticos, que van
orientando y configurando la práctica del Trabajo Social. Así, para llegar a una
comprensión más plena de nuestra acción profesional, necesitamos de una
reflexión-en-la-acción que se configure como una autocrítica que los propios
profesionales realizan desde sus contextos laborales cotidianos y en diálogo
permanente con quienes trabajan. En este sentido, las conversaciones que
guiarían a este tipo reflexión tendrían como punto de apoyo inicial una serie de
interrogantes relacionadas con la necesidad de comprender cómo los saberes
1
Trabajadora social; Magister en Ciencias Sociales Aplicadas; Doctora © en Filosofía por la
Universidad de Salamanca, España; Doctora © en Ciencias humanas por la Universidad Austral
de Chile.
1
y conocimientos alcanzados en la praxis cotidiana de la profesión, permiten
redescubrir los conceptos/valores de verdad, bondad, justicia y belleza que,
como trasfondo, animan cada experiencia profesional.
En este sentido, la sistematización de las experiencias profesionales de los
trabajadores sociales, aparece como el espacio/proceso privilegiado para
desarrollar una redescripción tanto de nuestra profesión como de las prácticas
sociales que le dan vida. Esto no es una novedad, ya que históricamente el
Trabajo Social se ha construido de manera articulada con quienes luchan por
su sobrevivencia. De este modo, el ethos de nuestra profesión se ha expresado
siempre tanto en el deseo de alcanzar una vida humana más buena y solidaria
como en el imaginar y construir un mundo social más justo. Es este ethos el
que motiva el desarrollo de un saber sistemático o un sistematizar que permita
superar las situaciones de malestar social y, al mismo tiempo, configurar un
espacio profesional y disciplinario; que no es nunca un campo tecnológico preestablecido, sino una zona abierta de interacciones cara-a-cara en el que se
entrelaza la reflexión con la participación, pero también la intuición, la
imaginación y la creatividad.
La sistematización sería, entonces, el espacio/proceso que permitiría la
autocrítica de la acción social profesional, entendiendo esta acción como
proyecto intersubjetivo que surge desde una constante reflexión de las
experiencias y su significación, pero también desde una diálogo auténtico e
infinito con todos los actores sociales comprometidos con dicha acción. En este
sentido, podemos decir que el ethos que anima los procesos de sistematización
del Trabajo Social se orienta hacia la búsqueda de una “sabiduría práctica” 2 , es
decir, de una razón que no es calculadora ni estratégica, sino comprensiva.
Una razón práctica que no se centra en el deber, como imperativo moral, ni en
el carácter represivo ni coactivo de una acción social; si no más bien en el
discernimiento y deliberación de lo que se considera una “vida buena” 3 en y
desde un contexto específico y concreto.
2
Entendemos sabiduría práctica de acuerdo a lo que, desde una perspectiva ricoeuriana, nos
propone Domingo Moratalla, a saber:
“ ... la deliberación (sabiduría práctica, juicio moral en situación) no es la simple
aplicación de unos principios generales a un caso concreto, ni tampoco la generalización
de prácticas consideradas adecuadas, sino un proceso creativo de conocimiento, más
cercano al juicio reflexivo que al juicio determinante. Responde así, al modelo
problemático [...], que, en definitiva, es una forma de ejercer la razón práctica.”
(Domingo Moratalla. 2005:144)
Es autor nos dice que la sabiduría práctica es una “racionalidad ampliada” que incorpora una
ética hermenéutica; que no es una ciencia de la práctica ni una crítica a la razón práctica, sino la
utilización de la razón práctica como crítica. Estos aspectos son muy relevantes si pensamos
orientar un proceso de sistematización desde una ética-epistemológica, dialógica y situada; ya
que desde esto planteamientos se pueden advertir que la sistematización no es un conocer
normativo/deontológico sino un conocer orientado teleológicamente.
3
Siguiendo los aportes de Taylor la búsqueda de una vida buena se configura a partir del
ejercicio de una sabiduría práctica que nos permita tomar decisiones en momentos únicos,
decisivos con respecto al curso de nuestra vida, que nos permita articular la diversidad e
infinitud de bienes con la certeza de que sólo tenemos una sola vida y que es finita. Al respecto
dice:
2
Así, desde el Trabajo Social, la sistematización aparece como una manera de
construir conocimiento científico acerca de la acción profesional; una manera
de crear conocimiento que se orienta desde una perspectiva
éticoepistemológica que considera que la razón siempre es práctica y que el hacer
ciencia, el teorizar, es siempre una práctica cultural autodefinitoria. (Taylor.
2005:199) Desde esta perspectiva, podemos llegar a establecer que
sistematizar es teorizar, ya que aquí el teorizar se transforma en una praxis, es
decir, en una práctica reflexiva mediante la cual los trabajadores sociales reconstruyen el mundo, al explicarlo significativamente.
Sistematización y experiencia de alteridad.
En este contexto, de la ciencia como práctica cultural autodefinitoria, la
sistematización aparece como una perspectiva científica de aproximación a las
realidades sociales complejas y diversas. De este modo, la sistematización
permite situar, a su vez, al Trabajo Social como una interdisciplina capaz de
aprehender y transformar la complejidad del mundo vivido desde la experiencia
misma de complejidad irreductible en la que se encuentra con los Otros actores
comprometidos en la situación. En este sentido, si consideramos al Trabajo
Social como una interdisciplina, podemos entender que es un espacio
privilegiado desde donde se puede articular una praxis intercultural, ya que la
interdisciplinariedad constitutiva de la profesión surge desde la necesidad de
trascender las disciplinas mismas para lograr el diálogo entre distintos saberes
y cosmovisiones.
Sin embargo, esto significa luchar por el reconocimiento científico de la
sistematización en un mundo científico-social en el cual aún prevalecen los
postulados de una epistemología positivista, empírico-formal, que ha relegado
al Trabajo Social a la aplicación de tecnologías y que ha distorsionado y
reducido los conceptos mismos de aplicación y tecnología a lo que, desde esta
postura, podría definirse como una mera reproducción a-crítica de
conocimientos previamente canonizados por una comunidad científica, también
canonizada.
En este escenario, sistematizar para producir conocimiento científico relevante
significa una lucha continua en contra de una idea de Objetividad que ha sido
entendida como “observación desde ninguna parte”. Cuando se entiende la
objetividad de este modo, se comienza a separar la teoría de la práctica, las
ciencias básicas de las aplicadas, la ciencia
de la tecnología. Tales
distinciones se transforman en desigualdades que están a la base del divorcio
entre investigación social y acción profesional. En el marco de estas creencias
epistemológicas, la practica transformadora de los trabajadores sociales, es
“... aunque veamos una pluralidad de fines últimos de igual rango, aún nos resta
vivirlos; debemos idear, entonces, una vida en la cual puedan integrarse de algún modo,
en alguna proporción, dado que toda vida es finita y no puede admitir una búsqueda
ilimitada de ningún bien. [...] La vida ética real se vive ineludiblemente entre la unidad
y la pluralidad. No podemos eliminar la pluralidad de bienes [...] ni la aspiración a la
unicidad implícita en el hecho de conducir nuestra vida.” (Taylor. 2005:302)
3
visualizada por algunos científicos convencionales sólo como la reproducción
acrítica de modelos y técnicas elaborados previamente por otros. Así, en
nombre de la objetividad, se desconoce la capacidad reflexiva y creativa de los
trabajadores sociales, ya que el nivel de participación y compromiso de estos
profesionales con la práctica alteraría la pureza de la posición objetiva, tal y
como se ha descrito previamente.
La sistematización nos permitiría abandonar esta idea de objetividad, ya que
nos encamina en la búsqueda de un conocimiento-en-acción, un conocimientosituado o contextual, pero no contextualista. Es decir, un conocimiento
vinculado a la experiencia de contextos concretos y particulares, pero que no
se cierra al conocimiento generado por otros, ya sea desde otros lugares y/o
perspectivas de enunciación. En este sentido, la sistematización puede ser un
aporte relevante para superar la idea de la verdad como exactitud perfecta,
aportando así con una crítica al racionalismo, es decir, al exceso de razón o su
reducción a mera razón instrumental. Para ello, necesitamos orientar la
sistematización
como una experiencia comunicativa 4 , lo cual significa
desarrollar dialógicamente unos discurso organizadores de las prácticas, crear
unos lenguajes alternativos que permitan interpretar las autocríticas, pero
también autocriticar las interpretaciones.
Al respecto, la propuesta “un lenguaje de contrastes sutiles” aportada por
Charles Taylor nos puede iluminar el camino. Esta propuesta no consiste en
crear un lenguaje nuevo independiente de los hablantes, cuyo desarrollo
conlleve pretensiones universalistas abstractas. Tampoco consiste en el
lenguaje de un “yo” o el lenguaje de un “tú”. Por el contrario, se trata de un
lenguaje concreto que se construye, continuamente, a partir de un “nosotros”.
Se trataría de un lenguaje vivo que, para ser tal, requiere de la participación
intersubjetiva e intercorporal de los hablantes en un espacio público común. No
se trata de un lenguaje neutro, sino de un lenguaje esclarecedor que nos lleve
a percibir que otra cultura, otra sociedad, otra forma de vida diferente a la
nuestra, puede ser incomprensible en nuestro propio lenguaje, es decir, en el
lenguaje de nuestra autocomprensión. Al respecto Taylor señala:
“... cuando queremos entender otra sociedad de manera adecuada, no
debemos adoptar nuestro lenguaje de la comprensión ni el de ella, sino
más bien [...] un lenguaje en el cual podamos formular ambos modos de
vida en cuanto posibilidades alternativas, vinculadas a ciertas constantes
de lo humano vigentes en uno y otro.” (Taylor. 2005:211)
Se trata entonces, de un lenguaje construido a partir de un nosotros que
permita esclarecer o re-significar tanto el modo de vida de los otros como el
nuestro. Esto significa contrastar las significaciones, es decir, construir un
lenguaje común que permita comparar de manera no distorsionante los
4
Se habla aquí de experiencia comunicativa en el sentido existencial que Karl Jaspers (1980) da
al concepto, para referirse a: “Una comunicación [auténtica] que no se limite a ser de intelecto a
intelecto, de espíritu a espíritu, sino que llegue a ser de existencia a existencia...” (22). Cabe
señalar que para Jaspers (1980) la comunicación auténtica es comunicación existencial, única e
irrepetible, que se da entre seres que son “si-mismos” y no representan a otros. Este sí-mimso
existe para el otro si-mismo en mutua creación.
4
proceso de asignar significado, sentido y valor a algo por parte de un agente en
una situación dada. En este sentido, Taylor habla de significación experiencial;
ya que para él, siempre:
“ 1) La significación es para un sujeto: no es la significación de la
situación in vacuo, [...] 2) es significación de algo; o sea, podemos
distinguir entre un elemento dado - situación, acción o lo que fuere – y
su significación. [...] Las cosas sólo tienen significación en un campo,
esto es, en relación con las significaciones de otras cosas.”
(Taylor.2006:152).
Si a la luz de estas ideas revisamos con atención plena lo que tradicionalmente
entendemos por sistematización en Trabajo Social, a saber: Aquella forma de
construcción de conocimiento desde y acerca de nuestras prácticas,
consistente en la interpretación crítica de una o varias experiencias que a partir
de su reconstrucción nos permite re-descubrir la lógica y el sentido del proceso
vivido; podemos percatarnos que, implícitamente, el proceso de sistematizar
está animado por las ideas de contrastar la vivencia de una experiencia y su
significación para los diversos actores, así como también está animada por la
idea de comunicarlas a otros, es decir, contratar nuestras experiencias y su
significación con las experiencias y significaciones de los otros. En este
sentido, podríamos decir que cuando sistematizamos siempre está el anhelo de
comunicarnos con los otros desde el reconocimiento de sus diferencias. Así, al
reconstruir una experiencia profesional vivida, considerando los diversos
factores, prácticas y actores que han intervenido en ella; al reconstruir la forma
en que todos ellos se han relacionado entre sí; estamos construyendo un
lenguaje común, un lenguaje que se hace más pleno en la medida en que se
van refinando los disensos, en la medida en que van rescatando y haciendo
evidente las sutilezas de los contrastes que aparecen en los discursos y que
revelan la diversidad de significaciones experienciales. Así, la sistematización
aparece como un juego de lenguaje 5 , un juego que permite contrastar las
experiencias y su significado colocando el acento en el valor de lo di-verso
como forma de vida.
Por esta vía, podemos establecer que la sistematización podría entenderse
como una experiencia de generación de conocimiento en Trabajo Social que
se constituye ineludiblemente a partir de un diálogo auténtico 6 , cuyo contenido
5
Hablamos de juego de lenguaje en el sentido propuesto por Wittgenstein en las
Investigaciones, según el cual el hablar está arraigado en una forma de vida, hablar un lenguaje
forma parte de una actividad o una forma de vida. Ello es importante porque nos previene de la
tentación de reducir la multiplicidad y variedad de expresiones a un modelo único y, por el
contrario, da lugar al reconocimiento de la polifonía o multivocidad de cada cultura.
6
Cabe señalar las palabras de Paulo Freire, para quien no hay comunicación auténtica si no hay
diálogo: “El diálogo es el encuentro amoroso de los hombres que, mediatizados por le mundo,
lo ‘pronuncian’, esto es, lo transforman y, transformándolo, lo humanizan, para la humanización
de todos”. (Freire, P. 1993:46. Citado por Rodríguez, L. 2003: 39.) Rodríguez nos señala que
existen, para Paulo Freire seis componentes sin los cuales el diálogo no es posible: el amor, la
humildad, la fe en los hombres, la confianza, la esperanza y el pensar crítico. Así, podemos
apreciar que para Freire el diálogo no era sólo debate, sino la armonía entre comprensión y
argumentación.
5
es la significación experiencial de los otros y la nuestra. Se trata del desarrollo
de un conocimiento comprensivo que se alcanza a través de un contraste de
significaciones experienciales; es decir, mediante la comparación sutil del
significado, sentido y valor que los distintos actores sociales, entre ellos el
propio trabajador social, le otorgan a una situación vivenciada.
Esta articulación, entre sistematización, lenguaje de contrastes sutil y
significación experiencial, sitúa a la sistematización en la perspectiva de un
conocimiento hermenéutico y fenomenológico que busca interpretar lo dicho a
partir del sentido de la experiencia vivida; situando la producción de
conocimiento científico en el mundo de la vida, entendiéndolo, a su vez, como
mundo cultural. En este contexto, la idea de un lenguaje de contrastes sutiles
que nos permita dialogar acerca de las significaciones experienciales, nuestras
y de los otros, puede ayudarnos a comprender que la sistematización en
Trabajo Social es una modalidad de investigación social que se basa en una
concepción intersubjetiva y situada del conocimiento humano, en donde la
objetividad pasa a ser un producto intersubjetivo consensuado que se alcanza
mediante la actividad de un comprender y argumentar continuo y sistemático.
Desde esta perspectiva, la sistematización en Trabajo Social puede postularse
como una modalidad de investigación social. En este sentido, cabe recordar
aquí que la sistematización ya ha sido conceptualizada como “un proceso
intencionado de creación participativa de conocimientos teóricos y prácticos...”
(Cárdenas, F. Citado por Askunze, Eizaguirre y Urrutia. 2004:14) que surge
como: “... una respuesta a las insuficiencias de la investigación social
predominantes para analizar las problemáticas que relevan los proyectos de
cambio y de transformación social.” (Martinic, S. Citado por Askunze, Eizaguirre
y Urrutia. 2004:14)
De este modo, el trasfondo ético-epistemológico que daría vida a la
sistematización de las experiencias de los trabajadores sociales sería,
entonces, la búsqueda de un conocimiento-en-acción apropiado, genuino o
auténtico que necesariamente es un conocimiento situado o contextual. Es
decir, un conocimiento-en-acción que se sumerge entre los diversos saberes
locales, especialmente, entre los saberes que han sido marginados; pero que,
a la vez, recepciona críticamente los saberes foráneos.
En el contexto de Nuestra América, esto significa desarrollar la sistematización
considerándola una praxis intercultural que se configura desde unos contextos
pluriculturales e interétnicos en donde caven todos los lenguajes posibles,
aunque en principio parezcan paradógicos. Desde esta interconexión entre
sistematización, contraste sutil de lenguajes y praxis intercultural se advierte
que la experiencia profesional se transforma en una experiencia de alteridad 7 ,
7
El concepto experiencia de alteridad, se emplea aquí para relevar que toda experiencia es
constitutivamente experiencia de lo otro, una apertura originaria que remite constantemente a lo
otro:
“... «experiencia» no quiere decir sólo comprensión y asimilación de aquello que se
presenta a nuestra mirada, ni indica únicamente la disponibilidad a situarse en el
horizonte trazado por las estructuras de la lengua que hablamos. «Experiencia» significa
sobre todo [...] capacidad de admiración, posibilidad de sorprenderse por lo de
6
en donde los demás actores sociales comprometidos con dicha experiencia son
considerados como auténticamente Otros y en donde el ejercicio de
sistematizar la experiencia se inicia reconociendo una confusión o
incomprensión acerca del punto de vista del Otro y su discurso, pero que
progresivamente se va transformando en una experiencia de aprendizaje
intercultural; es decir, en un aprender a conocer para comprender la diversidad
a partir de un encuentro.
Sistematizar desde la experiencia de alteridad significa asumir que el
conocimiento que se construye desde una experiencia profesional debe incluir
las perspectivas de los otros, las definiciones e interpretaciones que los otros
hacen de la situación y que pueden ser radicalmente diferentes a las nuestras.
Asimismo, significa que dicho conocimiento, más que buscar perfeccionar los
consensos acerca de algo, procura refinar los disensos, ya que no se trata de
alcanzar “un conocimiento sobre ”, o “un conocimiento como”, sino un
“conocimiento desde” 8 que en este caso es un saber sistemático que se
construye desde la conflictividad intercultural y que aparece como un
conocimiento desde la experiencia de alteridad que sólo se alcanza estando en
la situación en la que se vivencia tal experiencia.
Al sistematizar desde la experiencia de alteridad, el otro es considerado como
un agente capaz de auto-interpretarse e interpretar su situación; aportándonos
una crítica que debemos considerar al autocriticar nuestras prácticas
profesionales. Así, la sistematización, entendida desde una perspectiva
dialógica intercultural, se convierte en una praxis intercultural que rechaza el
intervencionismo social que busca el control o dominio de la situación y que
reduce a los Otros a meros objetos de nuestros proyectos. Por el contrario,
sistematizar desde la experiencia de alteridad abre la posibilidad de un reencuentro con el sí-mismo profundo de cada uno, re-encuentro que puede
significar, desde la perspectiva ricoeuriana, un auto-reconocimiento más pleno
de nuestra identidad personal y profesional: Un volver a conocernos a nosotros
mismos que nos abre la posibilidad de re-describir nuestra historia personal y
social.
Sistematización: Experiencia con la historicidad de nuestra existencia
profesional.
Como sabemos, la sistematización busca mejorar la calidad de nuestras
prácticas generando conocimiento relevante desde y acerca de ellas; sin
embargo, concretamente, ello se desarrolla colocando el énfasis en uno o
varios propósitos diferentes, como por ejemplo: Aprender de la experiencia
antemano imprevisible, y continua remisión a algo que escapa inicialmente a todo
vínculo de reciprocidad”. (Fabris.2001: 52)
8
Nos referimos a un tipo especial de conocimiento, al cual Donald Schon (1983) y John
Shotter (1993) hacen referencia con las nociones de: “conocimiento en acción” y “conocimiento
desde”, respectivamente. Estas nociones indicarían un tipo de conocimiento al cual se tiene
acceso sólo participando en el ethos de la tradición que da vida a una práctica y que, por lo
tanto, sólo se alcanza estando en el contexto de ejercitar/practicar cierta experiencia de experto
en una situación específica. Al respecto véase: Pakman, M. 1995:360-361.
7
profesional, analizar el proceso vivido, interpretar las situaciones, difundir una
experiencia profesional o un conjunto de ellas, generar un proceso reflexivo de
carácter participativo, entre otros. No obstante, en este apartado se enfatiza el
propósito de ordenar y re-construir la memoria histórica de una experiencia o
de un conjunto de experiencias profesionales, como trasfondo o meta-propósito
capaz de articular y animar la diversidad de objetivos que se conjugan en el
sistematizar.
Al respecto, cabe continuar esta reflexión recordando que: “Sin que exista la
vivencia de una experiencia no es posible realizar una sistematización...” Y
que, por lo tanto, la sistematización necesariamente es “un proceso
participativo que permite ordenar lo acontecido, recuperar la memoria histórica,
interpretarla para aprender nuevos conocimientos y compartirlos con otras
personas.” (Askunze, Eizaguirre y Urrutia. 2004:15) Entonces, sistematizar es
narrar una historia, que es siempre nuestra historia, que escribimos para
compartirla con otros; es aprender de una historia; ya que, como sabemos, reconstruir el proceso vivido: “permite recuperar la historia de la experiencia y
mantener la memoria de la misma.” (Askunze, Eizaguirre y Urrutia. 2004:p.17)
Así, la sistematización nos permite mantener la memoria histórica del Trabajo
Social y se constituye en una práctica indispensable para definir y re-describir
nuestra identidad profesional.
Desde esta perspectiva, al revisar críticamente las prácticas, hacemos también
una revisión crítica de nuestra tradición como trabajadores sociales, ya que
logramos comprender nuestras prácticas concretas como procesos históricos y
dinámicos; que se sitúan, a su vez, en el contexto de otros espacios/procesos
históricos y en la vivencia de nuestra experiencia con la historia local, regional y
mundial; de la cual participamos directa o indirectamente. Así, a través, de la
sistematización somos capaces de re-encontrarnos con nuestra historia de vida
personal y profesional; pero también con la historia del Trabajo Social y su
papel tanto en la historia de un pueblo como en las historias – que de dicho
pueblo – no se han contado.
Esta experiencia con la historicidad de nuestra existencia profesional, permite
mirar de una manera diferente la producción de conocimiento que buscamos
con la sistematización. Esta mirada diferente surge porque, desde nuestra
experiencia con la historia, la interpretación crítica contextualizada que
hacemos de nuestras prácticas surge no sólo de la necesidad de transformar lo
que hacemos, sino también, lo que somos; surge de la necesidad profesional
de construir una identidad apropiada, valorada por nosotros y por los otros.
En este sentido, la interpretación crítica que da vida a la sistematización se
orienta a objetivar lo vivido, a “convertir la propia experiencia en objeto de
estudio e interpretación teórica, a la vez que objeto de transformación.”
(Askunze, Eizaguirre y Urrutia. 2004:17) En este sentido, también,
la
sistematización busca mantener un equilibrio entre aspectos teóricos y
prácticos, incluyendo aportes científicos cuantitativos y cualitativos. Así, la
sistematización, entendida como experiencia con la historia que busca objetivar
lo vivido, se transforma en un ejercicio profesional de re-creación conceptual y
de creación de conceptos nuevos; cuyo resultado es conceptualizar nuestras
8
experiencias de manera di-versa. Conceptualizaciones que buscan ser
compartidas, contrastadas y difundidas no sólo al interior de nuestro campo
profesional, sino también en ámbitos de diálogo interdisciplinario y
transdisciplinario.
De este modo, sistematizar desde la experiencia de alteridad significa repensar las categorías conceptuales usadas habitualmente por el Trabajo
Social, ya que la experiencia de conflictividad intercultural implica poner entre
paréntesis el discurso habitual que tenemos acerca de los otros y acerca de
nosotros mismos; para poder, de este modo, escuchar plenamente lo que el
Otro tiene que decir acerca de sí mismo y acerca de nosotros. Por ejemplo,
significaría re-pensar las clasificaciones que hacemos de: Sujetos, ámbitos de
acción, formas de interacción profesional y de situaciones de malestar social,
con las cuales trabajamos convencionalmente. Ello nos llevaría a realizar
opciones que permitan configurar nuevos conceptos organizadores y
orientadores de una práctica reflexiva que sea más inclusiva con respecto a
otros saberes y sus diversas formas de expresión. A su vez, este ejercicio de
sistematización se transformaría un una instancia de aprendizaje intercultural,
ya que podríamos vislumbrar, a través de él, otras alternativas de solución
posibles, que continuarían siendo insospechadas de no mediar el aporte de los
Otros.
Conclusión: Necesitamos escuchar las prácticas.
Para concluir es necesario acudir a la propuesta de Carballeda (2007),
especialmente cuando, a propósito de los procesos de supervisión, nos pide
escuchar las prácticas. Esta petición es coherente con un sistematizar desde
una experiencia de
alteridad, desde una vivencia de la irreductible
conflictividad intercultural. Desde esta perspectiva, el proceso de
sistematización es un proceso de análisis e interpretación que “implica
básicamente una actitud de escucha, de lectura de aquello que se presenta en
diferentes situaciones de intervención.” (Carballeda. 2007:103)
Aquí la
escucha activa se inscribe en el escenario del diálogo, porque en principio la
diversidad de significaciones que puede llegar a tener una experiencia
profesional aparece como un desorden o una confusión necesaria de
comprender; necesidad que sólo se satisface a partir de un escuchar pleno.
Este escuchar pleno consiste en reconocer que el silencio es parte de la
conversación profunda, que el silencio es una forma particular de enlace que
permite el diálogo auténtico y, por lo tanto, permite
“liberar mundos
acrecentando el mundo de la otredad del otro, y el mundo de la propia
humanidad.” (Recasens, 2007:7) Sólo a través de este escuchar pleno
logramos configurar el supuestos desórdenes de los Otros como “«otros
órdenes» singulares que es necesario develar...” (Carballeda. 2007:103)
Si se asume que toda sistematización es un proceso de interlocución entre
personas, en el se que interpretan discursos, teorías y construcciones
culturales di-versas, la escucha plena es parte del proceso de comunicación
auténtica que nos lleva a un diálogo entre diversos saberes y conocimientos.
Sólo por la vía de la escucha plena se llega a una comunicación auténtica,
9
especialmente escuchando
aquellos que han sido silenciados
sistemáticamente y registrando su historia. Es el desarrollo de unos procesos
de
comunicación auténtica, que necesariamente son procesos de
comunicación intercultural, los que nos permitirían configurar una perspectiva
ético-epistemológica (dialógica- auténtica) y no al revés. Esta perspectiva éticoepistemológica, siendo necesariamente intercultural, concibe la conflictividad
intercultural como paradigna del conocimiento humano y, por lo tanto, deja de
buscar El Conocimiento y se encamine más bien hacia la búsqueda de Un
Hetero-conocimiento, un conocimiento que es ineludiblemnte construido entre
todos y desde los diversos lugares y perspectivas de enunciación.
En este escenario posible, la propuesta de una sistematización como
experiencia de alteridad, que se configura a partir de un contraste de
significaciones experienciales; es sólo uno de los muchos caminos que
podemos explorar desde el Trabajo Social y desde las Ciencias Humanas que
anhelan un aprendizaje intercultural para dialogar más auténticamente con los
Otros. Así como es necesario escuchar nuestras prácticas, es necesario
escribirlas – y escribirlas en distintos lenguajes – inscribiéndolas, así, en el
curso de la historia.
Obras citadas:
Askunze, C., Eizaguirre, M. y Urrutia, G. 2004. La sistematización, una mirada
a nuestras prácticas. Guía para la sistematización de experiencias de
transformación social. Bilbao: ALBOAN, HEGOA, Universidad de
Deusto.
Carballeda, A. 2007. Escuchar las prácticas: La supervisión como proceso de
análisis de la intervención en lo social. Buenos Aires: Espacio editorial.
Domingo Moratalla, T. 2005. “Hermenéutica y sabiduría práctica”.
Investigaciones fenomenológicas, Nº4. Madrid: Sociedad Española de
fenomenología, UNED.
Fabris, A. 2001. El giro lingüístico: Hermenéutica y análisis del lenguaje.
Madrid: Akal.
Rodríguez, L. 2003. “Producción y transmisión del conocimiento en Freire.” En
Gadotti, M., Gómez, M. y Freire, L. (comps.) Lecciones de Paulo Freire,
cruzando fronteras: Experiencias que se completan. Buenos Aires:
CLACSO.
Jaspers, K. 1980. La filosofía desde el punto de la existencia. México:F.C.E.
Pakman, M. 1995. “Investigación e intervención en grupos familiares. Una
perspectiva constructivista.” Delgado, J. M. y Gutiérrez, j. (Comps.)
Métodos y técnicas cualitativas de investigación en ciencias sociales.
Madrid: Editorial Síntesis.
Recasens, A. 2007. Aproximación a un enfoque fenomenológico en la
etnografía. Actas VI Congreso Chileno de Antropología. Valdivia: en
prensa.
Taylor, Ch. 2005. La libertad de los modernos. Buenos Aires: Amorrortu
editores.
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