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CULTURA
50 años sin Baroja
Sólo escribir no le disgustaba. Inconformista, independiente, solitario, rebelde… Pío Baroja representaba y por ello presentaba a sus lectores, a través de su obra, muchos sentimientos negativos y pesimistas. Todas sus novelas comparten detalles realistas, liberales y
subjetivos. Al fin y al cabo, su característica más señalada es la autenticidad. Desde su muerte, en 1956, han transcurrido 50 años, y éste es el principal motivo por el que 2006 añade
un aniversario más a su lista de homenajes culturales.
“Soy un hombre curioso y que se aburre desde
la más tierna infancia. Si hubiera sido un
hombre rico y hubiera podido pasar la vida
alegremente, creo que no hubiera escrito.”
Esther Plaza Alba
Fotos: Exposición Memoria de Pío
Baroja en el Museo de la Ciudad
INMORTALIZADO en cuerpo y rostro en
forma de estatua, Pío Baroja permanece vigilante en pleno parque del Retiro
de Madrid. Sus brazos entrelazados y
su semblante arduo adivinan el aplomo
de una de las personalidades más polémicas de la Generación del 98.
Vasco de alma y castizo de corazón,
este médico de profesión y escritor de
vocación, es homenajeado en este año
2006 por cumplirse 50 años de su fallecimiento a causa de una larga enfermedad.
Ni siquiera su sepelio pasó desapercibido, traspasando así la incomprensión de
su personalidad incluso después de muerto, ya que en pleno franquismo quiso ser
enterrado en el cementerio civil por declararse ateo en sus convicciones.
Pío Baroja nace en 1872 en San Sebastián, ocupando el tercer lugar de cuatro hermanos. Pertenece a una familia
distinguida de San Sebastián, además de
muy bien relacionada con el mundo del
periodismo y los negocios de imprenta.
Debido a la profesión de su progenitor, ingeniero de minas, se traslada de
residencia en numerosas ocasiones, lo
que conlleva a que el novelista llegue a
justificar en este hecho su espíritu solitario: “al cambiar de sitio donde se vive,
sobre todo en la infancia, se cambia también de amigos. Todo ello, va empujando
al aislamiento y se tiende a sentirse entre
la gente un solitario”.
Aunque como estudiante fue pésimo,
llegó a culminar la carrera de medicina y
ejercer su profesión durante un breve espacio de tiempo en su tierra natal, pero la
incomodidad que sentía llevando a cabo
su trabajo le hizo reconsiderar su vida laboral y encaminarla hacia muy distintos
derroteros.
Su oportunidad la obtuvo al trasladarse a Madrid, aprovechando la estancia
de su hermano Ricardo como regente de
una panadería heredada. En la capital,
Pío Baroja comienza a colaborar en periódicos y revistas, simpatizando a la vez
con ideas anarquistas y de izquierdas.
Sus recorridos por la geografía española los hizo acompañado de dos
buenos amigos, Manuel Val y Vera y
José Luis Arteta le hacen empaparse de
costumbres y personajes típicos de la
época que el escritor vasco metamorfeaba en su mente para otorgarles su especial sello literario.
Aventureros, héroes que deambulan
por muy variados paisajes, personajes
errantes y fracasados se pasean por sus
novelas, género que el propio autor
considera “multiforme, proteico, en formación, en fermentación: lo abarca todo”.
Aún así, siendo máximo exponente
de una literatura sin normas, anárquica
Madrid quiere agradecer al autor vasco su dedicación, y por ello,
desde el 14 de septiembre y hasta el 3 de diciembre, el Museo de la
Ciudad acogerá una muestra que reúne alrededor de 250 piezas. Está
organizada en colaboración con la propia familia del escritor, y con
ella se quiere conmemorar este 50 aniversario y servir de colofón de
una serie de exposiciones sobre la vida y obra de Pío Baroja acontecidas durante este año en los museos municipales (“Los Baroja en
Madrid”), y aquella que hace escasos meses culminó en el Centro
Cultural de la Villa en memoria de la figura de Julio Caro Baroja.
Septiembre-Octubre 2006
en composición y estilo, en 1935 la
Real Academia de la Lengua lo admite
como miembro. Baroja escoge para el
momento del ingreso la lectura de un
discurso biográfico que fue respondido
con fervor por parte de la multitud que
se agolpaba en el evento, con el fin de
satisfacer la curiosidad morbosa que
este escritor rebelde despertaba entre
sus conciudanos.
Coincidiendo con el comienzo de la
Guerra Civil española, Baroja ya había
dilatado su trayectoria novelística desde
el año 1900 (Vidas sombrías) hasta el momento de la publicación de Memorias de
un hombre de acción (1935), con novelas
y trilogías significativamente influyentes
para la futura literatura española. Simiente que aprovecharán de manera esmerada y agradecida escritores tan reconocidos como Ernest Heminngway y
Camilo José Cela.
La contienda le provoca la marcha a
París y, tras ella, su vuelta al país de origen, aunque esto le supusiera soportar
la abusiva censura del momento.
Su última publicación corresponde
a sus memorias, que titula Desde la última vuelta del camino, cuyas últimas líneas confeccionan la síntesis de la impresión que le había producido su vida
vista desde el más puro y auténtico Baroja: “una impresión más bien gris. La infancia poca cosa, la juventud mediocre,
con una temporada de médico de pueblo y
otra de pequeño industrial. Después trabajando sin éxito de editor. Luego de viaje,
escapando a París y otra vez la vida pobre
y ramplona, ganando poco, sin dinero y
sin prestigio”.
El enclaustramiento en su soledad le
lleva a amar la independencia y a elegir
la autenticidad, fabricando una verdad
diferente a la que existía pero, quizás
por ello, imprescindible a la hora de reconocer su impronta en lo que se refiera a las letras hispánicas. ❚
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