REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 1 Reflexiones en torno a la verdad 2 © 2005 Instituto de Epistemología Facultad de Filosofía y Letras - U.N.T. Av. Benjamín Aráz 800 - (4000) S. M. de Tucumán Tucumán - Rep. Argentina ISBN 950-554-471-5 Impreso en Argentina REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD REFLEXIONES 3 EN TORNO A LA VERDAD REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD JORGE E. SALTOR (Compilador) INSTITUTO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y DE EPISTEMOLOGÍA LETRAS – UNIVERSIDAD NACIONAL DE TUCUMÁN 4 © 2005 Instituto de Epistemología Facultad de Filosofía y Letras - UNT Av. Benjamín Aráoz 800 - S. M. de Tucumán Tucumán - Argentina ISBN Impreso en Argentina REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Índice Nota preliminar ....................................................................... 7 Problemas de la relación verdad-justificación ................ 9 Graciela Gómez Verdad y fin de la investigación: ¿aciertan el blanco las críticas de Quine a Peirce? .......................................... 35 Catalina Hynes La teoría de la coherencia en B. Blanshard ................... 51 María Josefina Norry Wittgenstein: el problema de la verdad .......................... 83 Roberto Rojo La verdad ................................................................................99 Jorge E. Saltor Traducciones Traducción de la Quaestio Prima de las Quaestiones Disputatae de Veritate ........................ 121 por José Canal Feijóo Observaciones de Frege acerca de la verdad ........ 181 por Graciela Gómez 5 6 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 7 NOTA PRELIMINAR El presente volumen recoge trabajos realizados en el marco del Proyecto de investigación, subsidiado por el CIUNT, «Teorías epistemológicas de la verdad en el siglo XX» (2001-2005) dirigido por el Dr. Jorge E. Saltor. Se publican investigaciones inéditas, fruto del trabajo personal y colectivo de los miembros del proyecto, como así también algunas traducciones muy pertinentes para el tema de la verdad aun cuando no pertenezcan estrictamente al siglo XX. Tal es el caso de la traducción de la Primera Cuestión Disputada De Veritate, de Tomás de Aquino, que los investigadores actuales sobre este tema no pueden desconocer. 8 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD REFLEXIONES 9 EN TORNO A LA VERDAD PROBLEMAS DE LA RELACIÓN VERDAD-JUSTIFICACIÓN Graciela Gómez Introducción Tenemos acceso a cierto conocimiento del mundo, de la naturaleza. Pero se trata de un conocimiento probablemente verdadero, porque lo afirmamos sobre la base de una justificación que está históricamente condicionada por los recursos, evidencia o razones disponibles. No estamos en el campo de la lógica; se trata de una justificación no-demostrativa. Bertrand Russell, al explicar sus postulados o principios generales de la inferencia científica,1 sostiene que la verdad de cualquier proposición empírica que vaya más allá de la experiencia inmediata es incierta. Sin embargo, no por ello deja de constituir conocimiento, justamente porque nuestro saber acerca del mundo físico, tanto el del hombre común como el del científico, cuenta con una justificación racional sólida que nos autoriza a traspasar los límites de lo inmediatamente presente. Ya en el análisis tradicional del conocimiento, la justificación aparece como un ingrediente esencial de aquellos enunciados que se refieren a los hechos y que pretenden ser verdaderos. En el marco del conocimiento pro-posicional, nos interesa considerar en qué consiste la justificación y cuál es su relación con la verdad. Son dos conceptos distintos y defenderemos la idea de que no se identifican, aunque la verdad probable que asignamos a nuestros enunciados fácticos depende de la justificación que hayamos alcanzado. Y a la vez, al no haber identificación o coincidencia entre ellos, se deja lugar a la posibilidad de enunciados verdaderos de hecho, pero que sin embargo carecen de una justificación objetiva. 1 B. Russell: El conocimiento humano, Parte VI, Ediciones Orbis, Barcelona, 1983. 10 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Contamos con una inmensa cantidad de creencias sobre los temas más variados, con un bagaje de conocimientos que nos permiten movernos en el mundo, comprenderlo y transformarlo. Tenemos la información requerida para construir un acelerador de partículas, descifrar el código genético, escribir una partitura o predecir cambios sociales. Pero no confiamos por igual en todos nuestros datos, damos más crédito a algunas de nuestras creencias que a otras y, según los fines que buscamos, exigimos diversos grados de justificación para ellas. Ante cualquier enunciado, nos podemos preguntar cómo sabemos que es así, por qué nuestra opinión tiene más peso que otra, qué le confiere validez a nuestros argumentos. Y en el plano de la ética, este problema se vuelve especialmente acuciante, cuando necesitamos determinar si nuestras acciones son las correctas y si nuestras creencias pueden considerarse moralmente apropiadas. Siempre buscamos razones que apoyen nuestras creencias. El concepto de justificación excluye aquellas conseguidas mediante meras conjeturas azarosas, que resultan afortunadas sólo por casualidad. Y ello porque nuestra noción de conocimiento incluye la de argumentación racional, que está profundamente incorporada en la tradición occidental que nos viene de la Grecia clásica. Desde que el pensamiento científico y filosófico se distanciara de las explicaciones propias del mito y la religión, se ha desarrollado en el marco de una tradición racionalista y crítica, que se caracteriza por la búsqueda y defensa de argumentos para sostener sus hipótesis.2 Muy probablemente esta tradición nos condiciona a aceptar la racionalidad como un valor irrenunciable, como un supuesto o un hábito milenario3 y con ese carácter se manifiesta con fuer- 2 K. Popper desarrolla esta idea con detalles en la primera parte de Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico, destacando que tal tradición se caracteriza por el interés central en la argumentación o método crítico que, aplicado en las ciencias fácticas no puede llevar nunca a la certeza racional o justificación conclusiva, demostrativa, la cual sólo es posible en el ámbito de la matemática y la lógica. 3 Esta idea de la racionalidad como un supuesto es expresada, entre otros, por H. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 11 za cuando nos ocupamos de la relación verdad-justificación, más específicamente, cuando indagamos acerca de cómo justificamos nuestros enunciados. Justificación y escepticismo Podríamos decir que en el núcleo de esta tradición crítica de occidente se engarza el viejo escepticismo, en el sentido de que sus planteos constituyen un ataque fuertemente argumentativo y racional contra la posibilidad de obtener un conocimiento realmente seguro. Sus argumentos apuntaban justamente a mostrar lo razonable que es la suspensión del juicio al final de la indagación y particularmente polemizaban contra los filósofos que pretendían haber encontrado un criterio de verdad.4 Son muchos los que asignaron al escepticismo un estatus privilegiado dentro de la gnoseología, identificando incluso sus discusiones con el problema propiamente filosófico del conocimiento; así lo hace Ayer, por ejemplo, en El problema del conocimiento. También Ortega y Gasset considera que, con sus planteos, el escepticismo no presenta una cuestión más, sino «el problema primario de toda filosofía», «el problema de los problemas»; es por ello que este movimiento no constituye «un episodio de la filosofía», algo aleatorio, sino que, por el contrario, ésta comienza con las investigaciones escépticas. Y no puede ser de otro modo, dada su Putnam -en Las mil caras del realismo, Barcelona, Paidós, 1994, pp. 158-159- en los siguientes términos: «El hecho es que tenemos cierto tipo de obligación primitiva y no derivada de ser razonables; ciertamente no es una ´obligación moral` o una ´obligación ética`, pero no obstante es una obligación muy real de ser razonables que, en oposición a Peirce, no es reducible a mis expectativas a largo plazo y mi interés en el bienestar de los demás o en mi propio bienestar en otras ocasiones. ... Creo ... que se debe hacer lo racional incluso en situaciones irrepetibles.» También forma parte del argumento central de La Racionalidad, de N. Rescher. 4 Pensemos en los tropos o argumentos ideados por los escépticos griegos para concluir de allí la necesidad de la suspensión del juicio, en la solidez y precisión de sus razonamientos, en la fuerza lógica manifiesta en las sucesivas interpretaciones o exposiciones que de ellos hicieron Enesidemo, Agrippa y Sexto Empírico. 12 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD pretensión de constituirse en un saber sin supuestos.5 En general, se considera que es Descartes quien dio el impulso decisivo para que la filosofía moderna tome un giro marcadamente epistemológico, cuando se propuso encontrar un fundamento último o principio básico de nuestros enunciados acerca del mundo. Se valió del «método de la duda» como un filtro para eliminar todas las opiniones discutibles, pero estaba convencido de haber encontrado el modo de escapar a la amenaza del escepticismo. Sin ser realmente un escéptico, con este procedimiento trajo a un primer plano la profunda y vieja preocupación acerca de la posibilidad de todo conocimiento, incluido el científico. El escéptico da poderosos argumentos para sostener que no es posible obtenerlo. Sus cuestionamientos se enlazan con el problema de la justificación; pone en discusión la base misma del conocimiento, apuntando a que las creencias que pretenden el título de saber carecen de fundamento, que todas ellas descansan en suposiciones que no se pueden justificar y por tanto no pueden valer como conocimiento genuino. Es usual la objeción de que el escéptico se auto-refuta.6 A ellos mismos no se les pasó por alto esta paradoja, por eso se empecinaron en buscar giros lingüísticos que les permitieran no afirmar propiamente ninguna proposición; por ejemplo, era habitual en sus discursos la expresión «no más esto que aquello», o utilizaban preguntas en vez de aserciones para poner de relieve que no pretendían asegurar la verdad respecto de ninguna de sus expresiones. La disparidad de opiniones, el regreso al infinito de las justificaciones, la relatividad de las percepciones, el carácter necesariamente hipotético de las premisas adoptadas y el dialelo o círculo vicioso en las 5 Ortega y Gasset: «¿A qué llamamos verdad? (1915)», en: Nicolás, J. A. y Frápolli, M. J. (editores), Teorías de la verdad en el siglo XX, Tecnos, Madrid, 1997. 6 En el artículo «escepticismo» del Diccionario de filosofía de José Ferrater Mora (Ed. Alianza, Madrid, 1979) hay una breve referencia respecto de cómo se puede resolver la paradoja metalógica implícita en «Ninguna proposición es verdadera», aplicando las enseñanzas de Tarski sobre las paradojas acerca de la verdad. No vamos a analizar esta cuestión clásica sobre la autorrefutación de la postura escéptica porque consideramos que no es pertinente en este trabajo. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 13 demostraciones –los tropos, reducidos a cinco por Agrippa– los llevaba a pensar que no vale la pena afirmar proposiciones que inmediatamente se convertirían en dudosas. Era mejor abstenerse de formular cualquier proposición. De todos modos, cuando se coloca este movimiento en un lugar de privilegio en la historia de la filosofía, lo que se busca destacar es su defensa tenaz de la reflexión crítica, su empeño por fundamentar todo, su insistencia en continuar la investigación; todo lo cual se traduce, en definitiva, en la actitud medular constitutiva de la filosofía y de la ciencia que nació con ella. Nos interesa rescatar, para el tema que nos ocupa, que el escepticismo, al negar la posibilidad de que conozcamos algo porque ninguna de nuestras creencias está objetivamente justificada, nos está diciendo que de ninguna podemos afirmar que sea más probablemente verdadera que su negación. Y esto porque la imposibilidad del conocimiento viene dada por la imposibilidad de la justificación. Decían los pirrónicos que no contamos con ninguna marca o señal que nos permita distinguir los juicios verdaderos de los falsos. Que carecemos absolutamente de un criterio para justificar un enunciado frente a cualquier otro y, lo que es más tremendo, frente al que constituye su propia negación. De acá se sigue que toda opinión es tan buena como cualquier otra. Toda actividad –sea de los científicos o de los filósofos– encaminada a justificar seriamente la creencia que fuese, está destinada desde el vamos al fracaso. Desarrollaron argumentos para mostrar que la evidencia, razones o pruebas presentadas como fundamento de nuestras diversas creencias no son satisfactorias. Llevaron la duda a la posibilidad misma de la justificación, apuntando a lo central, a la ausencia de un criterio que nos pueda señalar que una creencia en particular tenga que ser verdadera y no pueda ser falsa, un criterio que nos decida por las razones que fundan esa creencia y no las opiniones contrarias. Por eso, según este punto de vista, si llegáramos a alcanzar opiniones correctas, podríamos tenerlas por azar, pero no estarían justificadas. En definitiva, encontramos que detrás de esta perspectiva, como telón de fondo, está supuesta una idea de verdad como correspondencia, que es lo que buscan «los que siguen investigando» –como decía Sexto 14 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Empírico para poner distancia con los dogmáticos y académicos– porque «no la han hallado todavía». También está implícita, además, una fuerte dependencia de la verdad respecto de la justificación (los tropos apuntan a que no podemos hacer afirmaciones verdaderas porque no las podemos justificar, somos incapaces de encontrar razones sólidas y definitivas a su favor). Y, a la vez, hay una coincidencia de esta última con el problema del criterio. Pero no identifican, no confunden de ninguna manera verdad con justificación. El concepto de justificación presupone el de verdad La tarea primaria de la epistemología coincide, para muchos epistemólogos contemporáneos, con la propia de una teoría de la justificación,7 esto es, descubrir si nuestras creencias pueden, y cómo, estar justificadas, y en virtud de ello mostrar que el escepticismo está equivocado. Esto es sumamente imperioso en el plano de la acción, de la vida práctica, donde son nuestras creencias las que nos orientan en nuestras evaluaciones y decisiones morales. En este plano los ejemplos son decisivos para enfrentarnos con el problema que se discute. En Putnam encontramos un ejemplo recurrente: el caso del enfrentamiento entre los nazis/antinazis respecto del carácter objetivo/subjetivo que atribuimos a nuestros juicios de valor sobre el asesinato indiscriminado de judíos.8 Se 7 En esto hay amplia coincidencia, de modo que cuando se habla de «teoría del conocimiento» son muchos los que se refieren a ella como «teoría del conocimiento y la justificación». Por ejemplo: R. Chisholm, Teoría del conocimiento, Tecnos, Madrid, 1982; J. Dancy, Introducción a la epistemología contemporánea, Tecnos, Madrid, 1993; R. Audi, Epistemology. A contemporary introduction to the theory of knowledge, Roudledge, London and New York, 1998; John L. Pollock and Joseph Cruz, Contemporary theories of knowledge, Rowman and Littlefield Publishers, Inc., Boston, 1999; M. Williams, Problems of knowledge. A critical introduction to epistemology, Oxford University Press, New York, 2001; R. Kirkham, Theories of truth. A critical introduction, The MIT Press, Massachusetts Institute of Technology, Cambridge, Massachusetts, 1997. 8 H. Putnam: Razón, verdad e historia, Tecnos, Madrid, 1981, p. 155, es uno de los textos donde este autor se vale del ejemplo del «nazi perverso». REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 15 pone en evidencia la necesidad imperiosa de un criterio que permita fundamentar racionalmente nuestras creencias. Pero no nos ocuparemos acá del problema de la justificación objetiva/subjetiva referida a los juicios de valor. Tampoco de las pruebas que legitiman la validez de nuestros argumentos en el plano de la lógica. Lo que nos interesa es destacar una cuestión que fue discutida a fondo por los escépticos: para decidir en una disputa acerca de situaciones fácticas o procesos del mundo, tenemos que contar con un criterio que legitime la objetividad de nuestros juicios, que justifique su pretensión de verdad. Cuando hablamos de justificación, nos referimos a una creencia o enunciado que está justificado–como o garantido–como verdadero. O sea que la justificación del enunciado está estrechamente ligada a la teoría de la verdad que se sostenga. En nuestro caso, nos interesa la teoría correspondentista de la verdad, que es la implícita en el análisis tradicional del conocimiento como creencia verdadera y justificada, donde la justificación aparece como un ingrediente esencial del conocimiento. Acá debemos hacer una aclaración. Tengamos en cuenta, por un lado, que al hablar de justificar nuestras creencias, juicios o conocimientos, en realidad lo que queremos decir es justificar el enunciado al que apuntan. Creer, afirmar, conocer, saber, son actos que no se dan en el vacío sino que tienen un polo intencional: el enunciado del caso, que es lo propiamente verdadero o falso. Así, cuando creemos, creemos que «p»; o conocemos, afirmamos, sabemos que «p», donde «p» está en lugar de un enunciado o proposición. En este sentido podemos hablar, como de hecho se lo hace, de la falsedad o verdad de una creencia; por ejemplo, de la creencia falsa acerca de la órbita circular de los planetas, o de la creencia verdadera acerca del carácter hereditario de ciertas enfermedades, donde lo que tenemos en cuenta es el contenido de la creencia, lo creído. De modo que no estamos considerando aquí la creencia como una actitud proposicional, esto es, como una oración cuyo valor de verdad no depende de un hecho o situación objetiva, sino de una actitud interna del sujeto. En este segundo sentido, la creencia siempre es verdadera si el sujeto que la enuncia realmente cree en lo que dice que cree, sea lo que fuere lo creído, es decir, lo expresado en la oración subordinada. Esto, me parece, 16 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD aclara que podamos referirnos a la justificación de una creencia, de un conocimiento o de un enunciado como expresiones sinónimas. Por otro lado, nos interesa destacar que no podemos hablar de un enunciado justificado a secas. En realidad sí lo hacemos, pero porque damos por supuesto que está justificado-como. Lo mismo ocurre si justificamos una norma: la justificamos como justa; o podemos justificar un comportamiento como correcto, una elección como adecuada. Es obvio que esto supone una previa aclaración de lo que habrá de considerarse como justo, correcto o adecuado. Cuando en el contexto epistémico justificamos un enunciado, no lo hacemos en el vacío, presentamos razones a favor de su verdad. El concepto de justificación presupone el de verdad (en la teoría correspondentista, presupone que el hecho al que se refiere existe realmente).9 Justificar un enunciado es una actividad reflexiva, que consiste en inferir la verdad de una proposición (la probabilidad de su verdad) de las razones o evidencia que apoyan tal probabilidad. Luis Villoro lo expresa breve y claramente: «La justificación por razones objetivamente suficientes funciona como un criterio estricto de verdad pero no puede confundirse con ella. ¿Cuál es entonces su relación con la verdad? Sólo puede ser una relación de inferencia. La justificación en razones objetivamente suficientes es una garantía firme de verdad.»10 Nosotros vamos a añadir: «firme, pero no absoluta», y enseguida lo vamos a aclarar. Sin embargo, hay filósofos que sostienen que es la verdad la que debe definirse o analizarse en términos de justificación (o de alguno de sus sinónimos, tales como «justificación en circunstancias ideales», «asertabilidad garantizada», «máxima justificación», etc.). Muchas veces la tesis de la verdad como justificación aparece ligada a la idea de que en 9 En realidad, presupone muchos más, los cuales están interrelacionados tan estrechamente, que al intentar explicar uno, se cuelan inevitablemente todos los demás. Constituyen, pues, una familia de conceptos: «verdad», «justificación», «realidad», «racionalidad», «conocimiento», «objetividad», «significado», etc. 10 Luis Villoro: «Verdad», en: El conocimiento, Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, Ed. Trotta, comp. Luis Villoro, Madrid, 1999, p. 229. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 17 realidad no es necesaria una teoría de la verdad, o con la idea de que la verdad es relativa a un esquema conceptual; otras veces también se ha sostenido esta tesis de la verdad como justificación para defender la idea de que «verdad» es un concepto vacuo, cosa que no ocurriría con el de justificación. Si al sostener que una proposición está justificada queremos decir que está justificada como verdadera, entonces nos parece evidente que estamos suponiendo no sólo una idea de verdad, sino también una valoración o defensa de la racionalidad. Sostenemos la verdad de un enunciado presentando razones que deben cumplir con ciertos requisitos para que valgan como justificación objetiva (de ahí el carácter normativo de la justificación). Cuáles sean esas razones (su relación con el consenso, con las imposiciones de la lógica, con los intereses de la comunidad epistémica, con los fines y valores) es algo tremendamente difícil de acordar, porque, por supuesto, no entran aquí sólo «razones» lógicas. No voy a entrar ahora en esta cuestión.11 Lo que quiero remarcar es otro problema: la justificación racional apunta a la verdad, pero la verdad ¿tiene como condición la justificación? Si contestamos afirmativamente, quedarían afuera todas las proposiciones verdaderas para las que no tenemos justificación. Si nos inclinamos por una respuesta negativa, dejamos el campo abierto para oscuras verdades incondicionadas o absolutas (recordemos que no estamos hablando de las verdades de la lógica o de la matemática, sino de las que se refieren a los hechos), o para aquellos privilegiados que tengan acceso a algún tipo especial de intuición. Me parece que podríamos vislumbrar una salida si damos lugar a una verdad probable, esto es, si acordamos que, como seres finitos, podemos llegar a postular ciertas condiciones que nos permitirían afirmar la probabilidad de nues11 Tomamos «racionalidad» no en su sentido restringido de razón demostrativa o inferencia lógica, sino en un sentido amplio que no es nuestro propósito discutir en este artículo. Este sentido amplio está expresado, por ejemplo, en N. Rescher: La racionalidad. Una indagación filosófica sobre la naturaleza y la justificación de la razón, Tecnos, Madrid, 1988; en Eugenio Pucciarelli: «Dos vertientes de la razón histórica», en Escritos de filosofía, Bs. As., 1981, N° 8, o en Luis Villoro: Creer, saber, conocer, Siglo XXI, México, 1986. 18 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD tros enunciados. ¿Esto es relativizar la noción de verdad o hacerla depender-de? Sí. Mejor dicho, en un sentido sí, pero en otro no, como veremos enseguida. Por supuesto que es muy peligroso: no hay absolutos de los cuales agarrarse, sean enunciados básicos de experiencia, sean ciertos principios racionales fundantes. Y conocemos las tremendas dificultades que esta posición acarrea particularmente en el plano de las decisiones morales, de los juicios de valor. Pero no nos queda otra; es la apuesta por la racionalidad, por el espíritu crítico y responsable. ¿Es la verdad la que se relativiza o es nuestro conocimiento? ¿O la justificación? Veamos si podemos aclararnos en alguna medida estas confusiones. Por un lado, el conocimiento implica verdad: no afirmamos conocer proposiciones falsas, como «la Tierra es plana»; tampoco decimos que en el pasado eso se conocía, sino que se lo creía. También ocurre que un enunciado que en un momento dado ocupa el nivel de mera creencia pasa a ser considerado un enunciado verdadero. Decimos que sabemos que «el daltonismo es una patología hereditaria», pero hubo un momento en que era sólo una sospecha, una creencia. El análisis de los cromosomas paternos pertinentes proporciona una poderosa razón para que lo consideremos un enunciado suficientemente justificado, esto es, conocimiento. Pareciera, entonces, que la relativización afecta a los tres términos. La evidencia disponible, las razones que en un momento se consideren suficientemente adecuadas, puede variar, ya sea en distintos momentos históricos o en distintas comunidades epistémicas. Por otro lado, afirmamos conocer que «p» en función de la justificación que la avala como (probablemente) verdadera. Por eso nuestro conocimiento es probable, en función de la justificación. La ciencia y la vida diaria están llenas de enunciados que alguna vez fueron considerados verdaderos; por eso podemos decir que el conocimiento científico constituye el modelo de «enunciado racionalmente justificado». En este sentido podríamos entender la «relatividad» de la verdad, porque nuestro conocimiento es siempre probable, y proponemos nuestros juicios en base a nuestras pruebas. En nuestro humano proceder necesitamos avalar nuestras afirmaciones y ese aval o garantía es rectificable, falible. Entonces, propiamente hablando, lo que varía en relación a la época, sociedad, tecnología y todo ti- REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 19 po de recursos disponibles es la justificación; ella es, pues, lo relativo-a, lo que depende-de, lo cambiante. Y si tiene sentido hablar de verdades absolutas, de proposiciones cuya verdad no depende de nada, sería considerando los enunciados disociados del conocimiento, de la estructura cognitiva del sujeto. Esto es, que no depende de las razones que podamos presentar. Así, un enunciado, tomemos por caso «hay vida en otros planetas», puede ser verdadero o falso, esto es, se puede corresponder o no con lo que realmente acontece. Pero otra cosa distinta es nuestra capacidad para conocer el mundo que nos rodea, para proveernos de criterios adecuados o justificación suficiente. Me parece que un caso claro a favor de esta idea lo constituye el concepto de verdad absoluta propuesto por Popper, que cumple una innegable función regulativa en la marcha de la investigación. Verdad absoluta es la que adjudicamos a una proposición que describe los hechos de un modo tal que queda excluido el sujeto que afirma el juicio; de ahí que se permita hablar de «conocimiento sin sujeto». Cuando se habla de «verdad» interesa la correspondencia juicio/hecho, a eso apunta su concepto. No es condición para la verdad así entendida que un sujeto la perciba o la afirme. No debe confundirse con los modos o capacidades que tengamos para acceder a ella. Recurro otra vez a la claridad de Ortega y Gasset cuando nos explica lo absurda que resulta una «teoría relativa de la verdad», esto es, una teoría que hace depender la propiedad de verdadero de la peculiar estructura del sujeto: «...cuando yo creo que una proposición mía –A es B– es una verdad, puede que en realidad no sea B el A. Entonces se dice que he cometido un error; o, de otra manera expresado, entonces ha sido verdad para mí lo que, en rigor, no era verdad.» [Pero] «...no hay la menor diferencia: algo es verdad para mí, quiere decir: creo que a este mi pensamiento de algo corresponde una realidad. Y algo es ‘verdad en sí’, o simplemente verdad, quiere decir: a esto que yo pienso corresponde una realidad.» ... «El para mí no afecta a la cosa ‘verdad’, sino al enlace, tal vez erróneo, que establezco entre ‘A es B’, por un lado, y ‘verdad’ por otro.»12 Esta misma idea corresponde a lo 12 Ortega y Gasset, op. cit., pp. 348-349. 20 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD que hemos llamado más arriba «verdad absoluta»; el acento está puesto en el concepto de verdad, en la correspondencia misma, no en el criterio o justificación. Verdad y justificación; concepto y criterio Que haya una estrecha relación entre verdad y justificación ha ocasionado muchas confusiones con respecto a los dos términos y al modo como se ha entendido su vinculación. En primer lugar, aclaremos que las teorías de la justificación no son teorías de la verdad; no son acerca de la verdad; no analizan ni dan su significado, ni tampoco enuncian las condiciones necesarias y suficientes para la verdad. Lo que hacen es proporcionarnos la condición suficiente (o el conjunto de ellas) para nuestro estar justificados en creer una proposición. En Theories of Truth. A critical introduction, Kirkham caracteriza lo que él llama «proyecto de justificación» como el intento de identificar aquellas características que están presentes en la mayoría de las sentencias verdaderas, pero ausentes de la mayoría de las falsas, y en base a las cuales debe juzgarse la probable verdad o falsedad de las sentencias. El propósito es descubrir qué clase de evidencia o garantía nos sirve para determinar si una proposición es o no probablemente verdadera,13 cuáles son las razones que nos autorizan a creer –por lo menos con algún grado de confianza– en la verdad de una proposición. El ejemplo que da es el siguiente: si me parece que frente a mí hay una máquina de escribir azul y si no tengo ninguna razón para pensar que soy víctima de una ilusión, entonces es probablemente verdadero que haya una máquina de escribir azul delante mío. Notemos la importancia que tiene aquí la palabra «probablemente», porque un mago podría, sin que yo lo 13 No se trata, por supuesto, de la probabilidad matemáticamente calculable, que satisface los axiomas del cálculo probabilitario, sino de un concepto más amplio y más vago: la «credibilidad» o «grado de credibilidad» que atribuimos a las proposiciones empíricas en base a la evidencia considerada relevante (provenga ya sea de la experiencia o de otras proposiciones) y que nos permite hablar de «conocimiento probable». Es la distinción que hace Russell en la Parte V de El conocimiento humano. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 21 sepa, crear la ilusión de que efectivamente hay una máquina de escribir, sin que yo tenga razón alguna para creer que soy víctima de una ilusión. Así, el hecho de que me parece que hay una máquina de escribir aquí y el hecho de que no tengo ninguna razón para creer que soy víctima de una ilusión, no garantizan o aseguran que verdaderamente haya aquí una máquina de escribir azul; cuanto más, ellos sólo hacen probable que ella esté aquí. Justamente, he recurrido a este ejemplo porque me parece que ayuda a visualizar que aún en casos que aparentan ser tan sencillos, como el de la percepción de un objeto físico presente, no podemos eludir el «probablemente» (y esto, creo, se lo debemos a los planteos escépticos). Por otro lado, tengamos presente que lo que cuenta como evidencia relevante variará de un tipo de proposición a otra. ¿Qué clase de evidencia me justifica para creer que la Isla del Sol es impactante? Si nunca estuve ahí, es obvio que en este caso necesito otro tipo de aval para mi creencia. No es lo mismo justificar los enunciados sobre objetos físicos que se encuentran en esta habitación que aquellos enunciados acerca de objetos alejados en el espacio. Siempre se han señalado las dificultades con que nos encontramos cuando se trata de precisar lo que cuente como evidencia relevante en el caso del conocimiento de la existencia de otras mentes, o del conocimiento por testimonio, esto es, el caso de afirmaciones sobre acaecimientos alejados en el tiempo –se refieran ya sea a sucesos pasados o a hechos del futuro– o los enunciados que contienen los tan discutidos «términos teóricos» de la ciencia. Con esto se pone de manifiesto que, en tanto nuestro conocimiento fáctico cubre una amplia gama de hechos, o se expresa en distintos tipos de enunciados, habrá de variar también el tipo de justificación exigido en cada caso. Sin embargo, sin desconocer de ninguna manera ese problema, los filósofos intentan encontrar qué característica comparten todas las clases de evidencia y usan esa característica común para elaborar una teoría general de la justificación que nos sirva para todas las proposiciones. Tratan de responder a preguntas como ésta: ¿Cómo y cuánto estamos justificados para creer que una proposición dada es probablemente verdadera? Por supuesto, nos damos aquí con distintos tipos de enunciados: particulares, universales, los que se refieren a hechos del pasado o 22 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD del futuro, los que afirman propiedades observables o no-observables, etc., variedad que deberá tener presente una teoría de la justificación. Pero de ningún modo podría una teoría tal proporcionar una definición de verdad, dar las condiciones necesarias y suficientes para que algo sea verdadero. Un «proyecto metafísico»14 no se interesa por dar un criterio que podamos usar actualmente para determinar si una proposición es verdadera. Las condiciones necesarias y suficientes para la verdad pueden ser muy abstractas, de modo que nos resulte imposible determinar directamente si una proposición las cumple o no. Por ejemplo, no podemos aprehender directamente si una determinada proposición concuerda o no con la realidad (el tan discutido problema de cómo comparar dos relata tan heterogéneos) exceptuando, quizás, el grupo de sentencias que expresan nuestras propias sensaciones actuales, como «yo tengo un dolor». Decir que la correspondencia con la realidad es la única condición necesaria y suficiente para la verdad, no nos alcanza para decidir si una proposición dada es probablemente verdadera. Está claro, entonces, que aunque un teórico de la verdad al describir su teoría diga que la misma nos provee de un criterio de verdad, está confundiendo el «proyecto metafísico» con el «proyecto de justificación». Aun admitiendo que en algún sentido sí nos provee de criterios de verdad, difícilmente éstos serán de uso práctico. El propósito del proyecto de justificación es darnos un criterio práctico de verdad, esto es, identificar alguna característica que, aunque pueda no figurar entre las condiciones necesarias y suficientes para la verdad, correlacione –si bien no perfectamente– con la verdad y, 14 Con «proyecto metafísico» alude Kirkhan (op. cit.) a las teorías de la verdad, cuyo interés es dar una definición de verdad o descripción de las condiciones necesarias y suficientes para que un enunciado sea verdadero. Subdivide este proyecto en tres ramas: el proyecto extensional, el naturalista y el esencialista. El proyecto extensional, por ejemplo, intenta dar una descripción no circular de todas las cosas verdaderas (fijar la extensión del predicado «es verdadero»). No es nuestro propósito exponer las atinadas y útiles clasificaciones de Kirkham. Sólo las mencionamos, con las aclaraciones mínimas, para entender mejor el concepto que nos interesa, a saber, la distinción entre verdad y justificación. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 23 además, que sea relativamente fácil determinar si un enunciado posee tal característica. Hay una larga historia de confusiones en la filosofía entre el plano de la definición de «verdad» y el de la justificación, que si bien están conectados, no son lo mismo. Por ejemplo, con frecuencia se considera que algunos filósofos niegan la distinción entre verdad y justificación; así suele interpretarse las posturas de William James, Brand Blanshard, Michael Dummett,15 entre otros, cuando en realidad no es cierto que todos ellos la nieguen; también es usual que los autores que identifican estos dos conceptos no presenten una buena defensa de su equiparación. Por otro lado, mientras algunos hacen explícita esa distinción, como ocurre con Blanshard –citado por Kirkham–, otros fallan en verla, como es el caso de N. Rescher. Este último presentó en 1972 una teoría coherentista de la justificación, convencido de que defendía una teoría coherentista de la verdad, a la que llamó «definición de verdad»; la rectificó en escritos más recientes, donde llegó a admitir que la teoría de la justificación del fundacionalismo es justamente la opuesta a la suya, con lo cual admitió que su teoría coherentista es tal, en realidad, respecto de la justificación, no de la verdad. A todas estas mezclas y ambigüedades se suman variados niveles de confusión; está todo enrevesado. Las descripciones de los diversos proyectos son lo suficientemente vagas como para que un teórico pueda suscribirse a uno u otro; se han utilizado las mismas palabras para describir algunos que en realidad son distintos y, a la inversa, diferentes descripciones resultaron ser sólo dos modos de describir un mismo proyecto; incluso algunos teóricos de la verdad han tenido en mente distintos proyectos cuando elaboraban su postura. A la par de estas confusiones que acabamos de considerar, hay, sin embargo, un acuerdo generalmente aceptado en distinguir entre definición de verdad, que señala las condiciones en que un enunciado es verdadero (en la teoría correspondentista, cuando el enunciado dice lo que acontece en el mundo), y el criterio, que es el procedimiento por el 15 Son los casos que Kirkham analiza en el libro citado, en 2.2 y 8.7. 24 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD cual se establece que esas condiciones se cumplen. Susan Haack lo expresa en estos términos: «Corrientemente se hace una distinción ... entre definiciones de verdad y criterios de verdad; la idea es, aproximadamente, que mientras una definición da el significado de la palabra ´verdadero`, un criterio da un test mediante el cual decir si una oración (o lo que fuere) es verdadera o falsa –como, por ejemplo, se podría fijar el significado de ´tener fiebre` como tener una temperatura superior a algún punto dado y, por otra parte, especificar procedimientos para decidir si alguien tiene fiebre».16 El problema del criterio, así entendido, es entonces metodológico o de índole normativa, porque se trata de encontrar un procedimiento mediante el cual podamos determinar si un enunciado dado es verdadero o falso. Pero ¿cómo establecemos esos procedimientos o requisitos que nos permitan reconocer tales enunciados? Y esto se complica por la diversidad en cuanto a las clases de proposiciones y a sus objetos de referencia. Nos damos aquí con un problema crucial, clásico de la teoría del conocimiento, conocido como «la cuestión del criterio», ya claramente planteada por Sexto Empírico y discutida ampliamente durante la Reforma, cuando se presentó la necesidad de encontrar un criterio de verdad religiosa. Brevemente, el problema consiste en qué criterio aplicar para seleccionar un criterio, si para ello necesitamos contar ya de antemano con otro, lo cual nos lleva a un regreso infinito o a un círculo vicioso. De acá se concluye que es imposible justificar los medios que nos permitirían distinguir los enunciados verdaderos de los falsos. Una forma tradicionalmente aceptada de escapar a la paradoja que plantea el «problema del criterio del criterio» es aceptar algún tipo de evidencia (pensemos, por ejemplo, en el caso clásico de la solución cartesiana o en los enunciados protocolarios del empirismo lógico). Pero tal como ha sido considerada la evidencia en la tradición filosófica –esto es, como la forma en que se presenta la verdad, que acompaña a ciertos enunciados– no es algo que pueda obtenerse por algún procedimiento es- 16 Susan Haack, Filosofía de las lógicas, Ed. Cátedra, Madrid, 1982, p. 109. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 25 pecífico, y hemos acordado que los criterios implican procedimientos, operaciones. El fundacionalismo o fundamentismo, la teoría clásica de la justificación, encontró en ciertas proposiciones evidentes –el cogito cartesiano, o nuestros propios enunciados de observación, por ejemplo– el modo de resolver la circularidad o el regreso de nuestras justificaciones. Dicho brevemente, sostiene que todo conocimiento empírico o creencia justificada descansa en última instancia sobre un fundamento o creencia no obtenida inferencialmente, que carece de justificación y no necesita de ella, se acepta como evidente e incorregible, absoluta. Esto permite comprender por qué los defensores de esta postura se ocupan de estudiar las reglas de inferencia: constituyen el proceso de dar razones o de justificar nuestros enunciados a partir de lo inmediatamente evidente. Desde mediados del siglo XX se han sumado las críticas al fundacionalismo, particularmente desde la corriente pragmatista. Incluso ha llegado a discutirse no sólo cuáles son los enunciados inamovibles sobre los cuales practicar las inferencias, sino las reglas mismas que empleamos para relacionar, mediante algún tipo de inferencia, esos enunciados con otros no-evidentes. Es conocida la afirmación de que hay tantos pragmatismos como pragmatistas; sin embargo, podríamos señalar como una idea generalmente admitida por ellos que es la práctica cognoscitiva la encargada de establecer y de imponer los criterios que habremos de utilizar para valorar un enunciado como verdadero o falso. Acá el problema estaría en el delicado juego o ajuste entre las normas que rigen una práctica y esta misma práctica que a su vez condiciona las normas.17 Sin entrar en ma- 17 Es usual en los pregmatistas evitar la objeción de circularidad en la argumentación alegando que se trata de una «circularidad virtuosa» al estilo de Dewey. Me parece una importante contribución, una forma práctica y sutil de escapar al círculo vicioso. Es la propuesta que encontramos, por ejemplo, en N. Rescher cuando busca dar una justificación racional de la propia racionalidad, en el cap. 3 de La racionalidad. Una indagación filosófica sobre la naturaleza y la justificación de la razón; también me parece que es la argumentación implícita en el análisis que hace H. Putnam del concepto de «aceptabilidad racional idealizada», en Razón, verdad e historia, Madrid, Tecnos, 1988. 26 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD yores análisis, sólo digamos que la salida pareciera ser pragmática: los criterios o requisitos exigidos pueden variar; la justificación puede perderse; una proposición puede dejar de ser considerada como racionalmente aceptable, porque la verdad es independiente de una concreta y particular justificación, mejor dicho, de toda justificación. Y esto lo tenía claro C.S. Peirce, el fundador del pragmatismo, que cuando se propone abordar la filosofía con una «actitud científica», lo mueve un deseo genuino de descubrir la verdad, lo que «es Así, independientemente de lo que usted, yo o cualquiera crea que es o no de ese modo» (2.135)... «¿Qué significa que existe una cosa llamada Verdad?», pregunta, y responde: «Quiere decir que [...] hay algo que es Así, independientemente de que la gran mayoría vote en contra» (2.135).18 La justificación en el análisis tradicional Lo que se conoce con el nombre de «análisis tradicional» del conocimiento se ocupa del conocimiento proposicional, donde se afirma que «S conoce que p», ‘p’ está en lugar de una proposición arbitraria, y lo que se busca es establecer las condiciones necesarias y suficientes para que pueda hacerse tal afirmación. Vamos a dar por supuesta la historia y los detalles de esta concepción estándar que discute Platón en el Teeteto, para centrarnos en el problema de fondo que plantea su definición del conocimiento como creencia verdadera y justificada: en qué consiste la justificación y cuál es su relación con la verdad. Tengamos en cuenta, por un lado, que no se identifica la verdad con nuestros procedimientos de justificación, aunque se afirme que no hay conocimiento independiente de nuestra capacidad de dar razones. Por otro lado, de entrada se puede ver que esta definición lleva en sí misma un ideal normativo: se debe cumplir el requisito de la justificación, un enunciado que constituya conocimiento implica una evaluación positiva; sin embargo, no se aclara cómo se la consigue ni en qué consis- 18 Peirce citado por Susan Haack, en «Viejo y nuevo pragmatismo», Dianoia, Vol. XLVI, N° 47, nov. 2001, pp. 22 y 31, trad. de Ana I. Stellino. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 27 te. Michael Williams19 señala que el análisis estándar se aplica tanto al conocimiento a priori como al a posteriori, pero que es neutral respecto a qué clase específica de justificación exige el conocimiento. Sin embargo, pensamos que en realidad tan neutral no es, porque en el diálogo de Platón están claramente presentados los dos obstáculos principales con los que choca la pretensión de una justificación conclusiva: el regreso al infinito de las justificaciones y el círculo. Si a esto le sumamos su concepción gnoseológica expuesta en diálogos anteriores como el Menón o la República, está claro que lo que tiene en mente es el conocimiento fundado en la intuición de las formas absolutamente verdaderas.20 Entonces, no es casual que partiendo del análisis clásico del conocimiento se haya desarrollado el fundacionalismo,21 la teoría justificacionista que ha suscitado históricamente la mayor cantidad de adeptos.22 Esencialmente, como dijimos, sostiene que algunas proposiciones son básicas, absolutamente ciertas y autoevidentes, y constituyen el punto de partida para todo conocimiento genuino (históricamente, los candidatos más apoyados para ocupar el lugar de las proposiciones privilegiadas han si- 19 M. Williams: Problems of Knowledge. A Critical Introduction to Epistemology, Oxford University Press, 2000. 20 Reconocidos estudiosos de su pensamiento -como F. Cornford, en: La Teoría Platónica del Conocimiento, Paidós, Barcelona, 1983- interpretan que en el Teeteto el problema de la justificación queda sin resolverse justamente como un recurso para hacer sentir con fuerza la necesidad de la teoría de las formas y el modo de acceso a las mismas, para explicar el conocimiento. 21 María Cristina Di Gregori, en su excelente artículo «La fundamentación racional del conocimiento: programas fundamentistas», publicado en Racionalidad epistémica, Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, Ed. Trotta, Madrid, 1995, expone dos casos ejemplares de esta teoría justificacionista en el siglo XX: el empirismo lógico y la fenomenología de Husserl, trazando las tesis sustantivas básicas de todo «buen» fundamentista. 22 Dentro de lo que Kirkham denomina «proyecto de justificación», al lado del fundacionalismo, distingue también el instrumentalismo (defendido, entre otros, por W. James) y la teoría coherentista de la justificación (B. Blanshard, por ejemplo). Como se ve, reciben el mismo nombre que reconocidas teorías de la verdad, lo cual es uno de los motivos de las confusiones entre ambos tipos de teorías. 28 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD do los enunciados básicos de la experiencia y enunciados analíticos). Hay además otras proposiciones que no son básicas y necesitan justificarse, por lo cual deben inferirse de las primeras. También se cuenta, entonces, con un procedimiento para garantizar los resultados de esas inferencias. Actualmente, hay una tendencia a dar más espacio a las inferencias inductivas. No podemos dejar de mencionar este proyecto de justificación, por la relevancia que ha tenido y sigue teniendo en las discusiones sobre la justificación (un reconocido representante en nuestros días es R. Chisholm). Decíamos que el principal interés de este análisis estándar está puesto en los problemas que entraña la justificación, y el modo de introducir la discusión de fondo es mostrando que podemos estar en lo cierto, pero por razones equivocadas, o por ninguna razón. No se trata de aquellos casos en los que podemos estar justificados en creer algo que, sin embargo, es falso. Desde el interior de una habitación, una persona puede creer que afuera está lloviendo porque escuchó un pronóstico del tiempo, ve entrar a su perro mojado, incluso siente el ruido de las gotas contra el techo, pero es un tanque de agua que gotea. Son todas razones a favor de una creencia que resulta ser falsa. Muy distinto es el caso de un enunciado no ya falso, como el anterior, sino verdadero y además justificado: verdad y justificación se dan disociadas. A esto apunta el célebre ejemplo del Teeteto acerca de un juez que dictamina la inocencia del acusado (que de hecho es inocente) dejándose convencer por las razones aludidas por los defensores. Después de contemplar este caso, el joven Teeteto del diálogo, interlocutor de Sócrates, añade a la condición de verdad la de justificación, en su intento por llegar a una definición del conocimiento. A partir de los conocidos contraejemplos de Edmund Gettier,23 donde se muestra que a pesar de cumplirse las condiciones señaladas en 23 Edmund L. Gettier, «¿Es conocimiento la creencia verdadera justificada?», en: Phillips Griffiths: Conocimiento y creencia, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 1974. El artículo original fue publicado en Analysis, vol. 23, Blackwell, 1963. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 29 el análisis tradicional de «saber» no podemos afirmar que haya conocimiento porque falla la justificación, se sucedieron innumerables propuestas, con algunas alternativas bastante complicadas, a fin de precisar, en definitiva, una cuarta condición: la incontrovertibilidad de las razones.24 Si se piensa la verdad como la correspondencia entre el enunciado y el hecho a que hace referencia, con independencia de cualquier sujeto que lo crea, es decir sin que se tenga en cuenta para nada el sujeto que puede afirmar ese enunciado o aseverar el juicio, se está pensando en una relación diádica lenguaje/realidad con independencia del conocimiento que algún sujeto tenga de ella. Se está pensando en una relación abstracta, en lo que hemos llamado más arriba «verdad absoluta», que no supone un sujeto. Pero nosotros afirmamos enunciados verdaderos sobre la base de las razones que consideramos suficientes para inferir de allí su verdad, mejor dicho, la probabilidad de su verdad. Y en esto interviene la deliberación de la voluntad, que condicionará el número y tipo de razones a tener en cuenta, según los fines e intereses que se persiguen. Las circunstancias en las que se produce el conocimiento, o en las que necesitamos de nuestras creencias como guías de la acción, determinan en cada caso la pertinencia de las alternativas a considerar. Dice Luis Villoro: «En cualesquiera circunstancias, los fines prácticos determinan si nos contentamos con creencias razonables o exigimos saber para asegurar el éxito de nuestra acción. Sólo porque el conocimiento no es una operación desinteresada, puede explicarse que en unas circunstancias consideremos sólo unas pocas razones para inferir que sabemos y en otras exijamos razones más completas para hacer la misma inferencia. La práctica determina el grado de justificación que requerimos.»25 24 En Luis Villoro: Creer, saber, conocer, particularmente en los caps. 7 y 8 se sigue de cerca esta discusión, citándose la bibliografía pertinente. Además, la propuesta de Villoro ha seguido discutiéndose en numerosos artículos, principalmente con León Olivé y Ana Rosa Pérez Ransanz. 25 Luis Villoro: op. cit., p. 171. 30 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Volvamos al problema que planteamos al principio de este artículo. No podemos afirmar un enunciado como verdadero sin nuestro particular modo de establecer verdades, o de aprehenderlas, o de producirlas. En este punto no interesa, me parece, el grado de participación de «lo dado» y/o «lo puesto» por el sujeto; no es eso lo que está en discusión. No interesa en qué medida la realidad esté ya dada o constituida, porque está dada para un sujeto, o constituida por un sujeto que debe basar sus juicios en algún tipo de razones. Sea cual fuere nuestra postura frente a todas las variedades de internalismo/externalismo, el sujeto afirma la verdad de «p» por razones, sean objetivamente válidas, intersubjetivamente suficientes, válidas en un determinado marco conceptual, válidas para una comunidad epistémica, etc. Sin embargo, con esto no se niega el imprescindible papel regulativo de la idea de «verdad absoluta», o que habrá de alcanzarse al final de la investigación o en condiciones epistémicas ideales, o como aceptabilidad en condiciones puras de racionalidad. Dice Villoro: «La verdad absoluta no es plenamente alcanzable por sujetos históricos; su acceso a ella siempre será parcial y estará limitado por condiciones fácticas. Sin embargo, la adecuación plena de nuestros juicios a la realidad es una idea regulativa de la razón a la que se aproxima progresivamente, en etapas sucesivas, el conocimiento de la especie». «La relativización de la noción de objetividad a condiciones históricas y sociales es, en cambio, la única alternativa real frente al escepticismo.»26 O sea que nuestro acercamiento a la verdad siempre está condicionado históricamente. Y la idea regulativa de una verdad «absoluta» no es guiarnos a «una única descripción verdadera del mundo», sino progresivas descripciones con razones condicionadas fácticamente. Quizás la relación entre verdad/justificación se aclare si pensamos que las pretensiones de verdad, esto es, aquello a que se aspira o que se exige cuando se afirma la verdad de un enunciado, son distintas a las de justificación. Las de verdad son pretensiones de correspondencia, 26 Ibid, p.195. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 31 suponen un compromiso ontológico, trascienden el terreno epistémico; mientras que las de justificación son pretensiones de intersubjetividad.27 A esta misma distinción se refiere Ortega con estos términos: «Cuando un pensamiento nuestro, un acto de nuestra mente va acompañado de creencia queda dotado de la pretensión de que a él corresponde exactamente algo transconsciente, algo que no es nuestra mentalidad. En menos palabras: creer es creer que a mi conciencia corresponde un ser ... no nos preocupa ahora la cuestión de si ese carácter de nuestra creencia, esa pretensión que es constitutiva de ella, está o no justificada.»28 Aunque se trata de dos problemas distintos, están indisolublemente ligados. Cuando afirmamos que un enunciado es verdadero presentamos razones, o sea que se piensa el concepto de verdad como inseparable, en parte, del de justificación. Pretendemos que el enunciado se corresponda con una situación fáctica, real, pero no por capricho o azar; pretendemos además ser racionales y basar nuestros juicios en razones objetivas. Y surge el problema de cómo engarzar o combinar una concepción de la verdad como adecuación con la noción epistémica de la verdad, esto es, con una garantía sólida que respalde nuestras aserciones. Tanto la vida diaria como la historia de la ciencia es una muestra de cómo juegan y se entrecruzan estas dos pretensiones. Una afirmación verdadera no siempre cuenta con una justificación adecuada, ni una justificación aceptada como correcta en un momento dado garantiza la verdad de un enunciado. Según Villoro,29 podemos evitar relativizar la verdad a comunidades históricamente determinadas, de dos maneras: una es la elegida porLeón Olivé y consiste en no separar «verdad» de «justificación objeti- 27 Así defiende Ana Rosa Pérez Ransanz a Villoro, citando a este autor, en una discusión con Olivé, en «Verdad y realidad: comentarios a la propuesta de León Olivé», en: Revista latinoamericana de filosofía, Vol. XIX, N° 2, Bs. As., 1993, p. 332. 28 29 Ortega y Gasset: op. cit., p. 344-345. Luis Villoro: «Sobre justificación y verdad: respuesta a León Olivé», en: Crítica. Revista hispanoamericana de filosofía, Vol. XXII, N° 65, México, 1990, P. 82. 32 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD va», sino definir la verdad como una clase de justificación. Así, cuando se cumplen ciertas condiciones ideales, la justificación es compartida por toda comunidad epistémica, y por tanto universal. Villoro, en cambio, sigue otro camino: niega que «verdad» coincida con alguna forma de justificación, aunque podría inferirse de aquella justificación que cumple ciertas condiciones. Según Villoro, tanto Olivé como Habermas y Putnam coinciden en derivar la noción de verdad de la de justificación, porque dan por supuesto que la verdad puede entenderse como un caso «ideal» de justificación objetiva. En este párrafo se sintetiza con claridad el problema que venimos discutiendo: «Me parece que «verdad» y «justificación» responden a preguntas diferentes. No podemos confundir la pretensión (Anspruch, claim) de verdad con la pretensión de justificación universal. La primera pretende que, si un enunciado es verdadero, el hecho enunciado es; la segunda, que nadie puede acceder a razones que invaliden lo bien fundado de un enunciado. La primera contesta a la pregunta ¿existe p realmente?, la segunda, a ¿está «p» justificada para cualquier sujeto? «Verdad» está emparentada con «realidad», «justificación» con «intersubjetividad». Que «p» esté justificada objetivamente quiere decir que está basada en razones no controvertibles por otros sujetos, por lo tanto, que se refiere a una situación válida para todos. Que «p» sea verdadera quiere decir que lo enunciado forma parte del mundo real, independientemente de que otros sujetos coincidan en enunciarlo.”30 Si bien es cierto que la verdad probable de un enunciado se infiere de su justificación objetiva, no significan lo mismo. Afirmar que ‘p’ es verdadero, significa contar con el hecho correspondiente como parte del mundo, mientras decir que ‘p’ está justificada es afirmar que cualquier sujeto que tenga acceso a las razones de una comunidad epistémica determinada, aceptará el enunciado «p forma parte del mundo». La verdad no se define en términos de justificación objetiva. Entre la verdad de una proposición y las razones que enunciamos a su favor, hay una relación de inferencia (no de coincidencia). Pero no es una 30 Ibid., p. 83. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 33 inferencia infalible, puesto que siempre está la posibilidad de que las creencias avaladas como objetivas en una comunidad epistémica se muestren en otro momento como falsas debido a razones suplementarias que haya encontrado otra comunidad. Por eso, la justificación se da en diversos grados, sin llegar a coincidir con la verdad misma; no exigimos de todas nuestras creencias la misma garantía. La mayoría de las creencias que nos guían en la vida diaria, religiosas, morales, políticas, metafísicas, expresan nuestras convicciones profundas, pero no pretendemos para ellas la misma justificación universal y racionalmente demostrativa. En esta interpretación, también se da lugar a la posibilidad de enunciados verdaderos de hecho, pero que sin embargo carecen de una justificación objetiva. A modo de conclusión, podemos decir que los problemas planteados por la relación entre justificación y verdad que discutimos en este trabajo, se deben en gran parte a dos poderosas ideas heredadas de los griegos y largamente sostenidas: por un lado, que el conocimiento es infalible porque implica una verdad entendida como absoluta; y por otro lado, el ideal de una justificación como inferencia demostrativa, o sea una justificación también absoluta y definitiva. Pero respecto a los hechos, alcanzamos un conocimiento siempre probable, hipotético, perfectible, apoyado en las mejores razones y recursos disponibles. Y decimos que ciertos enunciados son verdaderos (probablemente verdaderos) en base a esa justificación signada por nuestra intrínseca falibilidad. Podríamos sintetizar todo este análisis diciendo que el concepto de verdad no implica justificación ni conocimiento, sólo correspondencia; mientras el de conocimiento implica justificación y verdad, se entiende como proposición «justificada-como verdadera», mejor aún: justificada como probablemente verdadera. En la intuición básica de nuestra idea de verdad ésta es completamente independiente de nuestras creencias, en ese sentido la llamamos «absoluta», en tanto es «radicalmente no epistémica», o «realista», como la llama Donald Davidson. Quisiéramos terminar este trabajo con una cita de este autor, donde se plantea lo propio de las cuestiones filosóficas, esto es, que siguen abiertas al análisis y a la crítica: 34 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD «Considero insostenibles las concepciones epistémicas, e ininteligibles en último extremo a las concepciones realistas. Que ambas concepciones, que sin duda responden a intuiciones poderosas, están fundamentalmente equivocadas está al menos sugerido por el hecho de que ambas invitan al escepticismo.»31 31 D. Davidson: «Estructura y contenido de la verdad (1990)», en Nicolás y Frápolli, op. cit., pp.169-170. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 35 VERDAD Y FIN DE LA INVESTIGACIÓN: ¿ACIERTAN EL BLANCO LAS CRÍTICAS DE QUINE A PEIRCE? Catalina Hynes 1. Introducción Charles Sanders Peirce (1839-1914) caracterizó la verdad como la opinión final en la que convergerán (o convergerían) todas las opiniones de los investigadores si continuaran en la aplicación del método científico. Éste se distingue de los otros métodos posibles de formación de creencias por su confrontación con los hechos, de ahí que pueda esperarse que a la larga sus resultados estarán menos amenazados por la duda que aquellos obtenidos por los caprichos de la tenacidad, la autoridad o el apriorismo.1 En estos últimos (en especial en los dos primeros) puede verse claramente una elección hecha de antemano a favor de una u otra crencia; en ese caso la investigación no será una actividad genuina sino una farsa. Mientras que la investigación genuina, llevada a cabo con honestidad, está abierta a los hechos, a la realidad y, por ende, abierta a la verdad –cualquiera que sea y sin importar nuestras preferencias personales–. 1 En «La Fijación de la creencia» (1877) Peirce examinó los méritos y deméritos de los cuatro grandes métodos de fijar creencias presentes en la historia de las ideas: el método individual de la tenacidad, consistente en aferrarse firmemente a cualquier creencia que se tenga, escondiendo la cabeza -como el avestruz- frente a cualquier amenaza de duda; el método de la autoridad -típico de la teología y la política- se caracteriza por la imposición de creencias por parte de un grupo a todo el resto de la sociedad, imposición que se debe a la fuerza, tanto física como social; el método de los filósofos -o a priori- consiste básicamente en seguir la inclinación del propio pensamiento, esto es, no basarse en hecho alguno sino adoptar proposiciones porque son «agradables a la razón»; el método científico intenta dejarse guiar por algo externo, no humano (las cosas reales), sobre lo cual el pensamiento no tenga efecto alguno. 36 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD La noción peirceana de verdad ha sido objeto de diversas críticas; entre ellas se destacan las debidas a Willard Van Orman Quine (19082000) en Palabra y Objeto. Quine afirma allí que todas las definiciones pragmáticas de la verdad están «condenadas al fracaso»2 y critica especialmente la caracterización peirceana de la verdad como teoría ideal a la que nos aproximaríamos como a un límite cuando usamos el método científico. En este trabajo se intenta analizar los argumentos de Quine en contra de la teoría peirceana de la verdad y mostrar que es posible defender la posición de Peirce incluso dentro de la epistemología quineana. La noción de aproximación a la verdad, como objetivo de la ciencia, puede sostenerse aun cuando no resista los cánones de definibilidad estricta exigidos por Quine, quien –por otra parte– tampoco puede brindarlos con respecto a nociones básicas de su epistemología. 2. Verdad y límite Comencemos por la primera crítica de Quine. Está referida al empleo por parte de Peirce de la noción de límite, empleo erróneo según Quine: Peirce llegó a definir directamente la verdad a base de la noción de método científico: la verdad sería la teoría ideal a la que nos aproximamos como a un límite cuando usamos los (supuestos) cánones del método científico de un modo continuo sobre experiencia nueva. Pero la verdad es que esa noción de Peirce tiene mucha falsedad, dejando ya aparte su supuesto de un órgano del método científico que estuviera concluyentemente construido y su apelación a un proceso infinito. Peirce hace un uso erróneo de una analogía numérica al hablar de un límite de teoría, pues la noción de límite depende de la de «más cerca que» (o menor que), la cual está definida para números, no para teorías.3 2 Quine, Willard: Palabra y objeto, Barcelona, Labor, 1968: p. 37 (Word and Object, Cambridge MA, MIT, 1960). 3 Quine, Willard: op. cit.: pp. 36-37. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 37 En primer término cabe preguntarse si Peirce pretendió dar en su artículo Cómo Esclarecer Nuestras Ideas una definición de verdad stricto sensu. No parece que sea el caso.4 Creo que es sólo una lectura postarskiana la que induce a Quine a juzgar esta caracterización como si fuese una definición. Por otro lado, esta es una estrategia típicamente quineana, esto es, solicitar definiciones verbales estrictas de todas aquellas nociones que pretende criticar o que le resultan «perturbadoras» (i. e. las nociones intensionales, las modales, o las que se refieren a estados mentales). Sin embargo esta pretensión no es equitativa ya que muchas de las nociones que Quine utiliza carecen de las definiciones o explicaciones que él pide. No es raro encontrar autores que le devuelvan el guante. Es lo que hace Richard Creath mostrando que dos de los conceptos centrales de la epistemología quineana, los de simplicidad y conservadurismo, son muy discutidos pero poco definidos y que la noción peirceana de límite es al menos tan adecuada como la quineana de conservadurismo. Veamos cómo introduce Quine estos conceptos en su célebre «Dos dogmas del empirismo»:5 La totalidad de lo que llamamos nuestro conocimiento, o creencias, desde las más casuales cuestiones de la geografía y la historia hasta las más profundas leyes de la física atómica o incluso de la matemática o de la lógica puras, es una fábrica construida por el hombre y que no está en contacto con la experiencia más que a lo largo de sus lados. O, con otro símil, el todo de la ciencia es como un campo de 4 Angel M. Faerna parece ser de la misma opinión cuando dice: «el propósito último de su ´definición` parece ser desviar nuestro interés de la cuestión abstracta ´qué es la verdad` hacia las investigaciones empíricas concretas, ligadas a contextos definidos, en que preguntamos ´cuál es la verdad`, esto es, qué debemos creer a propósito de esto o aquello, cómo fijar nuestra creencia» (Faerna, A.: «El pragmatismo y la pregunta por la verdad» en Arena, Muñoz y Perona (eds.): El retorno del pragmatismo, Madrid, Trotta 2001: p. 183). 5 Quine, Willard: «Dos dogmas del empirismo» en Desde un punto de vista lógico, Barcelona, Paidós, 2ª Ed., 2002: pp. 61-91. (From a Logical Point of View, Cambridge MA, Harvard Coll., 1953) 38 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD fuerzas cuyas condiciones-límite da la experiencia. Un conflicto con la experiencia en la periferia da lugar a reajustes en el interior del campo [...] nuestra natural tendencia a perturbar lo menos posible el sistema en su conjunto nos lleva a centrar la revisión en esos específicos enunciados relativos a (objetos físicos) [...] El contorno del sistema tiene que cuadrar con la experiencia; el resto, con sus elaborados mitos y sus ficciones, tiene como objetivo la simplicidad de las leyes. Este texto de Quine tiene fuertes resonancias de William James6 y nos señala que la ciencia es producto tanto de la fuerza externa –que podríamos denominar la «presión de los hechos» o adecuación empírica– como de las fuerzas internas del conservadurismo (perturbar el sistema lo menos posible) y la simplicidad; la amplia libertad de juego de estas dos últimas es la responsable, en última instancia, de que los enunciados no tengan significado empírico tomados asiladamente sino sólo en conjunto. Si bien Quine se retractó parcialmente de este excesivo holismo, siempre conservó esta visión de la ciencia. Pero no ofrece una definición ajustada de lo que debe entenderse por cada una de estas fuerzas. Es por ello que Creath introduce fácilmente una definición de límite para teorías sucesivas utilizando el concepto quineano –apenas caracterizado– de conservadurismo:7 Una Teoría T es el límite de una secuencia de teorías ssi para cualquier teoría T’, con T ≠ de T’, llega un punto tal en la secuencia que para cualquier teoría T’’ posterior en la secuencia, T’’ es una modificación más conservadora que T de lo que T’ es con respecto a T. 6 James, William: Pragmatism. A New Name for Some Old Ways of Thinking, New York, Longmans, Green, and Co., 1907: pp. 59-60. 7 Creath, Richard: «Quine and the Limit Assumption in Peirce’s Theory of Truth» , Philosphical Studies, Vol. 90, Nº 2,1998: pp. 109-112 . REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 39 Esta maniobra definidora de Creath serviría para acallar la objeción de Quine pero deja en pie el complejo y más interesante problema de cómo debe entenderse la noción de verdad como ideal regulativo de la investigación científica. Quine señala de soslayo que para aceptar la definición peirceana de verdad hay que suponer un órgano del método científico concluyentemente construido. Pero no es claro que esta sea efectivamente la posición de Peirce. Su referencia al método científico, en la definición de verdad, tiene que ver con el hecho de que confía más en los métodos que en los resultados,8 siendo un rasgo esencial de los métodos científicos la autocorrección derivada de su capacidad de resistencia por parte de la realidad. Es por ello que no insiste tanto en los sucesivos logros de cada una de las teorías parciales a que arribamos cuanto en una cierta confianza en que a la larga perseverar en este modo de investigar tiene que aproximarnos a la verdad. Ahora bien, esta noción de aproximación a la verdad se ha mostrado, por una parte, reacia a ser definida,9 y, por otra, resulta una buena aproximación intuitiva a lo que puede afirmarse como fin de la ciencia. El carácter falible de nuestro conocimiento requiere de alguna noción que dé cuenta, a la vez, de su pretensión de verdad o –al menos– de su perfectibilidad. Nuevamente acierta Haack cuando diagnostica que ni Peirce ni Popper «logran el delicado equilibrio entre pesimismo y optimismo»10 que requiere la concepción falibilista y a la vez objetivista que 8 «Peirce, como Popper, -nos dice Susan Haack- considera la ciencia como algo en crecimiento, no estático, y constituida más por sus métodos que por sus resultados». Haack, Susan: “Dos falibilistas en busca de la verdad” en Anuario filosófico, XXXIV/1, 2001:18. 9 Pienso concretamente en los infructuosos intentos de Popper por matematizar la noción de verosimulitud y facilitar así la comparación de teorías. Sus principales críticos, Miller y Tichý han mostrado convincentemente que estos intentos son inútiles. Para una descripción del status questionis cf. Orellana, Isabel: «La verosimilitud. Problema, formulación popperiana y planteamientos actuales», en Carreras, A. (Ed.), Conocimiento, ciencia y realidad, Zaragoza, Seminario interdisciplinar de la Universidad de Zaragoza SIUZ, 1993: 177-204. 10 Haack, Susan: op. cit.: p. 38. 40 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD ambos filósofos profesan. Al parecer, el conocimiento humano en general y la ciencia en particular están tensionados entre dos constataciones: de un lado la innegable capacidad humana de equivocación y error y, del otro, la también innegable capacidad de rectificación y acierto. Sin esta capacidad de acertar, de conjeturar correctamente, «la raza humana habría sido extinguida de la faz de la tierra por su incapacidad en la lucha por la existencia».11 Sobrevivimos, ergo acertamos con alguna verdad, aunque no podamos infaliblemente12 señalarla. Notemos, de paso, que no es fácil ver qué significa entonces acercarse a la verdad. En el caso de Quine, esta dificultad se agrava debido a que ni siquiera las verdades matemáticas y lógicas están a salvo de la duda. Es por esto que tendrá que recurrir a una salida pragmatista para escapar –si es que lo logra– del escepticismo generalizado. El hiato existente entre las verdades y la Verdad es arduo de explicar pero es intuitivamente captable con la noción de aproximación a una ideal. No resulta entonces aventurado afirmar que Quine se detiene en minucias e ignora las dificultades de fondo, dificultades y tensiones que existen también en su propia concepción de la ciencia puesto que también para él la ciencia (y la filosofía) busca la verdad. Es poco probable que este problema, central a la filosofía de la ciencia contemporánea, sea eliminable via definición. 11 12 Peirce, C. S.: Manuscritos, 692. Treinta años después de los artículos que consideramos, Peirce mostrará este sesgo algo pesimista de su falibilismo diciendo: “No estoy diciendo que es infaliblemente cierto que haya creencia alguna a la que cualquier persona pueda llegar mediante indagaciones suficientemente avanzadas. Sólo estoy diciendo que lo que llamo Verdad debe definirse únicamente como lo hice. Es imposible que yo pueda saber infaliblemente que alguna Verdad existe infaliblemente” (Carta a Lady Welby del 23 de diciembre de 1908 en Peirce, C. S.: La ciencia de la semiótica, Buenos Aires, Nueva Visión, 1986, Selección de Textos, Colección Semiología y epistemología dirigida por Armando Sercovich). REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 41 3. Verdad y unicidad La segunda crítica de Quine se dirige contra la unicidad del resultado de la investigación científica. Recordemos que el ejemplo que Peirce utiliza para aclarar su idea de verdad y fin de la investigación está referido a la velocidad de la luz. Ésta puede determinarse por varios métodos posibles y los investigadores al principio pueden obtener resultados distintos, pero, a medida que cada uno perfecciona su método y sus procedimientos, se encuentran con que los resultados convergen ineludiblemente hacia un centro de destino. Así con toda la investigación científica (...) Esta enorme esperanza se encarna en el concepto de verdad y realidad.13 Los conceptos de verdad y falsedad, en su «pleno desarrollo» están vinculados al método científico o experiencial;14 éste –por su sujeción a lo real– está menos sospechado de arbitrariedad en sus asignaciones de verdad y falsedad que los otros métodos. Es la unicidad de lo real mismo la que, al parecer, se constituye en el centro de destino que permite hablar de convergencia y de consenso final de las investigaciones. Quine cuestiona esta convergencia en un único resultado final: Y aun pasando por alto todos esos defectos,15 identificando la verdad, un tanto imaginativamente, con el resultado ideal de la aplicación correcta del método científico a 13 Peirce, C. S.: «Cómo esclarecer nuestras ideas», 1878. Traducción castellana de José Vericat accesible en <http:www.unav.es/gep/HowMakeIdeas.html>, n. 20. Nótese aquí la posición naturalista de Peirce en lo concerniente al conocimiento: la razón humana está en sintonía con la legalidad de la naturaleza; por este motivo puede hablar de «instinto» abductivo y relacionar esta capacidad de conjeturar con la supervivencia de la especie. 14 15 Peirce, C. S., Ib., n.19. Esto es, los defectos antes mencionados: el «supuesto» de un órgano del método científico ya concluido y el empleo erróneo de la noción de límite. Cf. sección 2. 42 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD la entera futura totalidad de las irritaciones superficiales, seguirá siendo deficiente la atribución de unicidad («el resultado ideal»). Porque, como se ha dicho antes, no tenemos razón alguna para suponer que las irritaciones de la superficie sensible humana, aunque sea considerándolas por toda la eternidad, sean susceptibles de una sistematización científicamente mejor o más simple que todas las demás posibles.16 Esta objeción está realizada desde el corazón mismo de la epistemología quineana, es decir desde su célebre tesis de subdeterminación (underdetermination) de las teorías por la experiencia. Como es sabido, Quine propone una epistemología naturalista cuyo principal objetivo es explicar, para el organismo humano, la ecuación asimétrica que vincula la magra entrada sensorial con la torrencial salida teórica. El principal problema de la epistemología es, según Quine, «el problema de cómo nosotros, animales humanos, hemos podido llegar a la ciencia a partir de esa información tan limitada».17 Es imposible justificar la dispar relación input/output desde el empirismo profesado por Quine; de ahí que proponga una investigación científica –no filosófica– de este particular fenómeno, desde la psicología empírica –léase conductista–, la fisiología, la neurología, etc. La epistemología naturalista de Quine es una propuesta alternativa al fracaso de la teoría del conocimiento tradicional, entendida como la búsqueda cartesiana de fundamentos ciertos para la ciencia. Lo que queda para la filosofía es el análisis de los conceptos más generales, que escapan al tratamiento de las ciencias particulares. Si realizamos un análisis lógico de las teorías científicas, tenemos que aceptar que siempre son posibles otras teorías, incluso en un número infinito, igualmente consistentes con la evidencia empírica disponible. La subdeterminación empírica de nuestras teorías persistiría aunque tuviése- 16 17 Quine, Willard: Palabra y objeto: p. 37. Quine, Willard: Theories and Things, Cambridge Mass. and London, Harvard UP, 1981: p. 93 (Teorías y cosas, traducción castellana de Antonio Zirión, UNAM, México, 1986). REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 43 mos teorías ideales finales, es decir, teorías que recogiesen todos los datos sensoriales de la humanidad pasada, presente y futura. Del mismo modo que por un número finito de puntos pasan infinitas líneas posibles, dado un conjunto finito de datos sensoriales, éste puede ser explicado desde infinitas teorías posibles. Es por esto que rechaza la apelación a un único resultado como punto de convergencia de la investigación científica; ésta podría culminar en un conjunto de teorías acabadas, capaces de predicción igualmente exitosa, entre las cuales no cabría la posibilidad de elegir la teoría verdadera. Susan Haack18 ha sugerido que esta objeción de Quine es irrelevante puesto que no es seguro que la teoría del método científico de Peirce permita la posibilidad de teorías incompatibles entre sí pero compatibles con la evidencia empírica disponible. Es probable que Haack tenga razón, sobre todo teniendo en cuenta que el indeterminismo peirceano hace dudoso que «haya leyes exactas y universales que podamos esperar para un conocimiento comprehensivo, preciso y completo».19 En rigor, habría que repensar si tenemos derecho a esperar siquiera una teoría estrictamente final. La sobreabundancia de teorías finales –que sugiere Quine– no es una opción dentro de la filosofía de la ciencia de Peirce. Más bien parece que el método abductivo fuese lo opuesto a la subdeterminación: si bien como lógico Peirce ha considerado la posibilidad de infinitas hipótesis para explicar los datos, subraya la sorprendente eficacia del instinto abductivo. Recordemos que Peirce denomina abducción a la capacidad de elaborar hipótesis que expliquen los hechos; la abducción es parte integrante de los métodos científicos juntamente con la deducción, la inducción y la analogía. A pesar de no ser infalible como la deducción «es él único tipo de argumento con el que surge una idea nueva».20 Hemos señalado anteriormente que la capacidad de con- 18 Haack, Susan, «The Pragmatist Theory of Truth», British Journal for the Philosophy of Science, 27, 1976: 246. 19 20 Haack, Susan: “Dos falibilistas en busca de la verdad” en op. cit.: p. 17. Peirce, C. S.: Collected Papers of Charles Sanders Peirce, comp. por Charles Hartshorne, Paul Weiss y Arthur W. Burks, 8 volúmenes, Cambridge MA, Harvard 44 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD jeturar acertadamente está relacionada con la supervivencia de la especie y en ese sentido puede hablar Peirce de un instinto abductivo –un lumen naturale– presente en el hombre en continuidad con los instintos de los animales y comparable a la capacidad de volar de los pájaros. Retomemos en un contexto más amplio una cita anterior: Es evidente, que si el hombre no poseyera una luz interior tendiente a conjeturar... demasiado a menudo acertadamente (por lo que no puede pensarse en el azar), hace tiempo que la raza humana habría sido extinguida de la faz de la tierra por su incapacidad en la lucha por la existencia.21 Nótese aquí la sugestiva acotación: «por lo que no puede pensarse en el azar», esto es, si el hombre estuviera realmente ante un abanico infinito de posibilidades ¿por dónde comenzaría? Las probabilidades de acertar por azar son abrumadoramente contrarias. Kepler no podría –nos dice– haber formulado sus leyes por este método aunque hubiese estado probando combinaciones desde el comienzo de los tiempos. El número de hipótesis que habitualmente un científico prueba es escaso. Considerar que todas las posibilidades que indica la lógica pudieran ser igualmente explicativas asemejaría la conducta de un científico a la de un jefe de policía que, ante un asesinato, tomara la guía telefónica y señalara con el dedo un nombre cualquiera como correspondiente al sospechoso:22 Pero el número de nombres de la guía no se aproxima a la multitud de posibles leyes de atracción que podría haber tenido en cuenta Kepler para su ley del movimiento planetario y, adelantándose a la verificación por las predicciones de las perturbaciones, etc., lo habrían tenido en cuenta para University Press, 2.97. 21 Peirce, C. S.: Manuscritos, 692. 22 Ib. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 45 perfeccionarlo. Newton, ustedes lo saben, supuso que la ley debía ser sólo una. Hay que reconocer que la historia de la ciencia, al menos numéricamente, da la razón a Peirce y no a Quine. Esta suposición realista, algunos dirán ingenua, acerca de la unicidad de la realidad fue el ingrediente esencial de la revolución científica del Renacimiento y la Modernidad. Probablemente una fe de este tipo sustenta también las actuales búsquedas de teorías del Todo. Independientemente de las consideraciones arriba expresadas es posible intentar otra respuesta a Quine –en este punto– desde su propia filosofía del lenguaje. El argumento es como sigue: si la unidad de significación empírica es el todo de la ciencia, tal como él afirma, y si el significado de las expresiones debe entenderse estrictamente en términos empiristas-conductistas, como él pretende, entonces es posible afirmar que todas las teorías compatibles con idénticas situaciones estimulativas son equivalentes entre sí. Es decir, cabe la pregunta acerca de si hay una diferencia real entre todas ellas o son expresiones complejas pero estimulativamente sinónimas; si es este el caso, deberíamos considerarlas meras variaciones notacionales de una única teoría significativa. Si el significado de las expresiones nunca puede rebasar la estimulación sensorial, entonces nuestras distintas teorías con idéntica capacidad predictiva tienen el mismo contenido informativo, y son, por lo tanto, la misma teoría. Quine esboza una última objeción, es la siguiente: Si (...) hubiera una sistematización óptima, δ , aunque desconocida, de la ciencia, adecuable a los impactos nerviosos recibidos por la humanidad en lo pasado, lo presente y lo futuro, (...) no por eso tendríamos una definición de la verdad de las sentencias concretas.23 23 Quine, Willard: Palabra y objeto: p. 37. 46 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Esto es así, según Quine, porque las asignaciones de verdad sólo tienen sentido intrateoréticamente. Únicamente desde el seno de una teoría podemos decidir si una sentencia dada es verdadera o falsa. Si esa teoría no está disponible para nosotros ¿cómo podríamos decidir en los casos concretos? El caso es que aceptar que la verdad está al final de la investigación parece dejarnos sin poder juzgar aquí y ahora sobre las verdades expresadas por las sentencias particulares. Tal vez Peirce no tendría problemas en admitir esta lectura, aunque no como una objeción sino como una ilustración de su propio punto de vista. En la carta a Lady Welby del 23 de diciembre de 1908 vimos las reservas de Peirce con respecto a la posibilidad de conocer infaliblemente que hay una verdad. Susan Haack nos recuerda que «Peirce escribe a veces como si la ciencia alcanzara finalmente la verdad; otras veces muestra menos confianza».24 De todas maneras, el aprecio peirceano por los métodos científicos (fidelidad a los hechos) antes que por los resultados (la teoría), permitiría –según creo– que pueda hablarse de verdad con independencia de las teorías concretas. La afirmación quineana de que la verdad sólo tiene sentido intrateoréticamente, aunada con la tesis de la subdeterminación de las teorías por los datos, podría conducir a un escepticismo de tipo relativista. Sin embargo, Quine no se muestra dispuesto a aceptar esta consecuencia, antes bien, quiere salvaguardar las pretensiones de verdad de la ciencia y para ello propone que aceptemos provisionalmente nuestras teorías como verdaderas y sigamos investigando. Nuestra «doctrina total, sometida a evolución» puede tomarse como parámetro para juzgar las verdades concretas siempre y cuando la consideremos sujeta a rectificación.25 Es imposible dejar de ver en esto el falibilismo que Peirce introdujo en la filosofía de la ciencia contemporánea, unido a lo que podríamos llamar una salida «pragmática». De la subdeterminación de las teorías por los datos no quedan ni rastros. 24 Haack, Susan: op. cit.: p. 34. 25 Cf. Quine, Willard: op. cit.: p. 38. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 47 4. Conclusiones La concepción peirceana de verdad sobrevive a las críticas y es fácil ver que éstas pueden revertirse hacia la propia posición de Quine. Mientras exige definiciones propiamente dichas para la noción de límite de teorías, él mismo no las ofrece con respecto a dos de sus conceptos centrales: simplicidad y conservadurismo, que también se utilizan como términos de comparación entre teorías. La alternativa quineana a la unicidad de la verdad es menos viable todavía: ofrece un abanico infinito ante el cual no habría decisión posible. Sin embargo, la salida pragmática que propone es muy afín a la propuesta de Peirce. Lo que antes hemos señalado como una tensión, es decir, el difícil equilibrio entre falibilismo y objetivismo, entre pesimismo y optimismo, es también una tensión presente en el pensamiento quineano: entre la búsqueda de la verdad y las varias indeterminaciones26 que nos impiden llegar a ella en el curso del tiempo. Putnam ha señalado con sagacidad que el pragmatismo, a partir de los primeros escritos de Peirce, se ha caracterizado por la conjunción de antiescepticismo y falibilismo: Que se pueda ser al mismo tiempo falibilista y antiescéptico es, tal vez, la intuición fundamental del pragmatismo norteamericano./ Quizás un equilibrio de este tipo pueda parecer frágil (algunos dirán imposible), pero representa la situación en que vivimos.27 Siendo esto así, hay muchas razones para llamar pragmatista a Quine, puesto que toda su epistemología podría leerse desde esta intui- 26 Me refiero -además de la subdeterminación de las teorías por los datos- a los conocidos principios de Quine: indeterminación de la traducción e inescrutabilidad de la referencia de las expresiones lingüísticas. 27 Putnam, Hilary, El Pragmatismo. Un debate abierto, Traducción castellana de Roberto Rosaspini Reynolds, Barcelona, Gedisa, 1999: 36 (Il pragmatismo: una questione aperta, Roma-Bari, Laterza, 1992). 48 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD ción fundamental. De modo que si hay aquí problemas, que los hay, sin lugar a dudas recaen también sobre las propuestas de Quine. Si éste hubiera tomado en serio su tesis de la subdeterminación de teorías tendría que haber renunciado a la búsqueda de la verdad como fin de la ciencia. No lo hizo. La sostuvo hasta el final. Y se basó principalmente en razones pragmáticas para confiar en lo que Peirce llamó, ante todo, una esperanza. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 49 Bibliografía CREATH, Richard: «Quine and the Limit Assumption in Peirce’s Theory of Truth», Philosphical Studies, Vol. 90, Nº 2,1998: 109-112 . FAERNA, Ángel. M.: «El pragmatismo y la pregunta por la verdad» en Arenas, Muñoz y Perona (eds.), El retorno del pragmatismo, Madrid, Trotta, 2001, pp.173-185. HAACK, Susan: «Dos falibilistas en busca de la verdad», Anuario filosófico, XXXIV/1, 2001, 13-38. HAACK, Susan: «The Pragmatist Theory of Truth», British Journal for the Philosophy of Science, 27, 1976, pp. 231-249. JAMES, William: Pragmatism. A New Name for Some Old Ways of Thinking, New York, Longmans, Green, and Co., 1907. ORELLANA, Isabel: «La verosimilitud. Problema, formulación popperiana y planteamientos actuales», en Carreras, A. (Ed.), Conocimiento, ciencia y realidad, Zaragoza, Seminario interdisciplinar de la Universidad de Zaragoza SIUZ, 1993. PEIRCE, Charles Sanders: «Cómo esclarecer nuestras ideas» (1879), Traducción castellana de José Vericat, Barcelona, Crítica, 1988. Accesible en <http:www.unav.es/ gep/HowMakeIdeas.html> PUTNAM, Hilary: Il pragmatismo: una questione aperta, Laterza, Roma-Bari, 1992 (El Pragmatismo. Un debate abierto, Traducción castellana de Roberto Rosaspini Reynolds, Barcelona, Gedisa, 1999. QUINE, Willard V. 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Pero si bien no caben dudas de que la cuestión se debate en el ámbito de la filosofía, hay divergencias acerca de cuál de las disciplinas filosóficas constituye el lugar propio de la verdad. Frege, por ejemplo, sostenía que es la lógica el saber que no sólo busca la verdad –ya que todas las ciencias lo hacen– sino el que además la tiene como su objeto propio de estudio. Empieza el texto de las Investigaciones con esta afirmación: Así como la palabra «bello» señala la dirección de la estética y «bueno» la de la ética, del mismo modo «verdadero» señala la de la lógica. Todas las ciencias tienen la verdad como meta, pero la lógica se ocupa de ella de una manera completamente diferente. Se comporta respecto de la verdad más o menos del mismo modo que la física respecto del peso o del calor. Es tarea de todas las ciencias descubrir verdades: a la lógica le toca decretar las leyes del ser verdad.1 Pero aun cuando el discurso de los lógicos está sembrado de expresiones como «verdad», verdadero, «es verdad que», «falsedad», «es falso que», las toma como nociones primitivas, o sea, términos que no se de- 1 Gottlob Frege: Investigaciones Lógicas, Madrid, Ed. Tecnos, 1984, p. 49. 52 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD definen dentro de la lógica misma y cuyo significado está supuesto. Su tarea no incluye la determinación de qué enunciados son verdaderos: solamente consiste en averiguar cuáles son las relaciones entre los enunciados verdaderos y encontrar las leyes que sirven para preservar la verdad en un argumento; en una palabra, su objeto de estudio es la validez, término que generalmente se define en base a la verdad,2 confirmando así el carácter de concepto primitivo de esta noción. Pero aunque se formularon otras posiciones como la de Frege, se acepta que la disciplina que atiende temáticamente a la verdad es la Gnoseología o Teoría del conocimiento (aquel saber que los filósofos de habla inglesa denominan «epistemología», denominación que en nuestra tradición reservamos más bien para la teoría de la ciencia). El objeto de la gnoseología son los diferentes problemas del conocimiento en general y algunos de los más importantes de ellos son los que se refieren a la verdad. Entre los problemas recurrentes de la teoría del conocimiento con relación a la verdad se pueden mencionar los de investigar si es posible o no alcanzar un conocimiento verdadero, cuál es la naturaleza de la verdad, si se puede definir este concepto (el mismo Frege sostenía que la verdad es indefinible), cómo justificar la verdad de nuestras creencias o de nuestras afirmaciones, cuál es el portador más adecuado del adjetivo «verdadero» (aquí los principales candidatos son las creencias, los enunciados, las proposiciones y, para algunos, las oraciones o los juicios), la cuestión de los grados de verdad, etc. Voy a ocuparme en este trabajo fundamentalmente de una de las respuestas más importantes que se dieron al problema de la definición de verdad: aquella teoría que entien- 2 Si bien hay otras definiciones de validez, denominadas sintácticas en contraposición a las definiciones semánticas que apelan al concepto de verdad, también ellas van a parar siempre en la noción de verdad. Tales definiciones definen la implicación en términos de reglas de derivación, pero éstas a su vez deben cumplir un requisito fundamental: el de la corrección. ¿Y cómo definiríamos una regla correcta si no como aquella que preserva el paso de la verdad de las premisas a la verdad de la conclusión? REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 53 de a la verdad como coherencia. Sin embargo la cuestión de la naturaleza de la verdad está tan ligada con la de la justificación, que será inevitable hablar también de ella. Pero, como históricamente se dieron muchas versiones de esta doctrina, debemos acotar aún más nuestro campo, por lo cual me limitaré a la que creo que es una de las explicaciones más claras, completas y fundamentadas de la coherencia: la formulada por B. Blanshard. Importancia de la cuestión Richard Kirkham se pregunta cuáles son las preguntas que debe responder una teoría de la verdad, y cuáles las inquietudes intelectuales que debe mitigar y que hacen que los que él llama «proyecto metafísico» y «proyecto de justificación» sean tan importantes para la epistemología. En breves palabras, Kirkham sostiene que lo que motiva el estudio de la verdad es el temor a un cierto tipo de escepticismo, denominado «general», y define a la posición escéptica general como el convencimiento de que ninguna de nuestras creencias está objetivamente más justificada que su negación. De ser esto así, toda la actividad de los científicos, filósofos y en general de las personas interesadas en descubrir los hechos o en justificar alguna conclusión o alguna acción es sólo tiempo perdido, porque no hay ninguna esperanza de llegar a saber que se está en lo cierto. Esto implicaría que la opinión de alguien es tan buena como la de cualquier otro; y no sólo en cuestiones de gusto o de valores morales sino en todos los ámbitos. Y estas son, dice el autor, las alarmantes implicaciones que los filósofos tienen en mente cuando hablan del problema del escepticismo. Todo el mundo es escéptico con respecto a algo. La mayoría de nosotros somos escépticos con relación a las predicciones de la astrología; esto es, pensamos que estas predicciones no están objetivamente más justificadas que sus negaciones. La mayoría de la gente también es escéptica acerca de las evaluaciones de mérito artístico. Y, por supuesto, hay gente que cree que la opinión de alguien sobre cuestiones 54 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD morales es tan buena como la de cualquier otro. Usualmente las personas que son escépticas en una u otra de estas tres maneras son también personas a las que no les preocupa (e incluso a menudo les complace) que las creencias astrológicas, artísticas o morales se consideren injustificadas. Pero hay muchas clases de creencia cuyo estatus justificatorio preocupa a casi todos. Nos preocupa que esté justificada la creencia de nuestro médico acerca de cómo debe tratarnos cuando estamos enfermos. Nos interesa que la creencia del piloto acerca de cómo guiar el avión en el que viajamos sea más que una conjetura. Es importante para nosotros pensar que estamos justificados al creer que este camino y no el otro nos llevará a Londres más rápido y que este ingrediente y no aquél mejorará el gusto de nuestra ensalada. Si ninguna de nuestras creencias está más justificada que su negación, entonces toda la vida se convierte en un perpetuo juego de conjeturas. Y agrega Si usted está inclinado a decir en este punto que pronto aprenderíamos por experiencia cuál es el camino correcto, los mejores ingredientes, etc., entonces usted no ha entendido lo que un escéptico general afirma. Una de las cosas que él quiere decir cuando afirma que ninguna creencia puede ser nunca más justificada que su negación es que la experiencia no proporciona tal justificación. Sólo estamos engañándonos a nosotros mismos si creemos que lo hace. 3 Pero sobre todo nos preocupa que nuestras creencias morales estén justificadas, porque, dice Kirkham, no queremos pensar que nuestra creencia de que el asesinato es malo no está más justificada que la creencia 3 R. Kirkham: Theories of Truth (A critical Introduction), Cambridge, The M.I.T. Press, 1997, ps. 41-42. (La traducción de las citas es mía). REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 55 del criminal de que es moralmente permisible. Casi todos nosotros somos conscientes de que no tenemos evidencia de que nuestras convicciones sean las correctas, pero queremos creer que frente a una decisión moral podremos lograr alguna razón que nos asegure que nuestra elección es al menos un poco más correcta que una conjetura al azar, aun cuando nunca podamos estar seguros de que es la correcta. Pero no es fácil probar que el escéptico está equivocado. Es justamente porque pensamos que él puede estar en lo cierto que empezamos a dudar de la posibilidad de justificar nuestras afirmaciones. Y por eso la tarea fundamental de la epistemología es descubrir si nuestras creencias pueden justificarse y, en ese caso, cómo. El llamado por Kirkham «Proyecto de Justificación» es la tarea más importante para el epistemólogo porque él debe señalarnos cómo pueden justificarse nuestras creencias y, al hacerlo, demostrar que el escepticismo general está equivocado.4 Ahora bien, hay distintas teorías de la justificación ¿Cómo averiguar cuál es la correcta? Evidentemente, no podemos juzgar la plausibilidad de estas teorías a menos que tengamos alguna idea de lo que significa para una proposición (o creencia, juicio) ser verdadera o falsa, o sea, cuáles son las condiciones necesarias y suficientes para la verdad. Y es aquí donde deben pronunciarse las teorías acerca de la naturaleza de la verdad, porque son las teorías metafísicas de la verdad (al conjunto de las cuales él llama «Proyecto Metafísico»), las que tratan de decirnos cuá- 4 A pesar de la importancia que reviste para la Teoría del conocimiento el problema de los portadores de verdad, no me ocuparé de él en este trabajo. Es por eso que he elegido respetar los términos utilizados por los distintos autores. En este caso, Kirkham utiliza el concepto de «creencia» como portador de la verdad o la falsedad. Muchos pensadores han alegado que una creencia no puede ser nunca falsa: Si creo que es martes cuando realmente es miércoles, mi creencia no es por ello menos verdadera. Por esto la lógica considera que los enunciados de creencia (al igual que los deseos, las órdenes, etc.) no son funciones de verdad, ya que su verdad no depende de la verdad de lo creído. Sin embargo, se puede decir (y sin duda el lenguaje corriente lo usa de este modo) que una creencia es verdadera o falsa en la medida que lo creído es o no un hecho en el mundo. 56 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD les son esas condiciones: para afirmar que una creencia está justificada como verdadera debemos explicitar antes qué se entiende por «verdadero». De modo que el papel de las teorías metafísicas es para Kirkham un papel regulatorio: Con relación a una teoría dada sobre las condiciones para la verdad, algunas teorías de la justificación se volverán muy implausibles y otras muy plausibles.5 Me he explayado tal vez demasiado en estas referencias al texto de Kirkham, pero me parece de gran importancia porque con enorme claridad nos muestran algo que está siempre sólo implícito, y de lo cual muchas veces no tenemos conciencia cuando nos ponemos a estudiar estos temas. Nos dan una justificación (valga la redundancia) de por qué es importante sostener una u otra de las teorías de la naturaleza y justificación de la verdad; iluminan la razón de que estos problemas estén siempre presentes en las reflexiones epistemológicas. Las teorías de la coherencia La teoría de la coherencia es característica de los grandes sistemas racionalistas construidos por metafísicos como Leibniz, Spinoza, Hegel (representante además de la concepción de la verdad denominada «ontológica») y Bradley, pero también tuvo vigencia entre numerosos miembros del Positivismo Lógico, en especial Neurath y Hempel, quienes fueron influenciados por los sistemas de la matemática pura y la física teórica. La metafísica es tradicionalmente no empírica; sus conclusiones son deducciones a priori de ciertos dogmas como el de Berkeley, «ser es ser percibido». Las declaraciones conceptuales típicas de la filosofía tales como «Nadie puede conocer lo que es falso», «nadie puede conocer lo que no ha sido todavía probado» o «nadie puede conocer lo que está por ser» son verdaderas o falsas a causa de las relaciones lógicas entre con- 5 Op. cit., p. 44. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 57 ceptos tales como «conocimiento», «verdad», «prueba», «futuro». Ya desde Platón las matemáticas, por su coherencia interna, han sido el ideal de la metafísica: el sistema de Leibniz estaba basado en ciertos principios que él sostenía para caracterizar a la lógica y a la matemática. Y el famoso libro de Spinoza, Ética, está subtitulado «probado en el orden geométrico». Algunos de los positivistas lógicos, por su entrenamiento en matemática y en física teórica, buscaban establecer todo conocimiento como un vasto sistema de enunciados lógicamente interrelacionas y expresados en el lenguaje de la física. En tales sistemas el criterio de verdad era sin duda la coherencia de los enunciados en relación con al menos otro miembro del sistema. Pero hay que definir más explícitamente lo que significa coherencia. De acuerdo con la teoría que estamos analizando, decir que un enunciado (generalmente llamado juicio) es verdadero (o falso) significa afirmar que es (o no es) coherente con otros enunciados; o sea, es afirmar que es miembro de un sistema cuyos elementos están relacionados entre sí por lazos de implicación lógica, del mismo modo que se relacionan los elementos de un sistema de matemática pura. Preguntar si un enunciado es verdadero es preguntar por su coherencia con un sistema de enunciados. El sistema con el cual deben ser coherentes todos los enunciados verdaderos será, según los positivistas lógicos, aquél aceptado por los científicos de la cultura contemporánea. Los adherentes metafísicos de la coherencia, por su parte, insisten en que un enunciado no puede con propiedad ser llamado verdadero a menos que encaje con una explicación comprehensiva del mundo o la realidad, que por sí misma constituye un sistema coherente. Muchos sostenedores de la teoría exigen que cada enunciado del sistema implique a todos los otros. Un sistema satisfactoriamente completo no tendría ningún defecto, ya que ninguna proposición sería arbitraria, toda proposición estaría implicada por las otras conjuntamente e incluso individualmente y ninguna proposición quedaría fuera del sistema. La integración sería tan completa que ninguna parte podría ser entendida sin ver su relación con el todo, y el todo mismo podría ser entendido sólo a través de la contribución de cada parte. Y no sólo no cono- 58 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD ceríamos el significado o la verdad de un enunciado tal, sino que tampoco podría decirse que tiene un valor de verdad o un significado independientemente de sus relaciones con otros enunciados. En cualquier caso, ningún enunciado puede ser conocido como verdadero hasta que se sabe que es coherente con cualquier otro enunciado del sistema; pero, como el sistema consiste en enunciados que deben ser todos verdaderos, debe concluirse que tal conocimiento es inalcanzable. Luego trataremos de aclarar este punto. Tratando de explicar las razones del interés por esta teoría de la verdad, haciendo abstracción de sus estrechos lazos históricos con los racionalistas y los metafísicos idealistas, podemos señalar los siguientes hechos: En primer lugar, la doctrina más clásica de la verdad, la teoría de la correspondencia o adecuación del enunciado con la realidad, teoría que sin duda se ajusta mejor que cualquier otra a nuestras intuiciones de lo «verdadero» y lo «falso», ha dado lugar en sus distintas formulaciones de paradojas como la de Epiménides, que han sido abundantemente tratadas por múltiples estudiosos. Hay también otros serios problemas al parecer insalvables, el más importante de los cuales se resume en lo siguiente: la teoría de la correspondencia se ve en la necesidad de comparar dos entidades que poseen un estatus ontológico diferente: un enunciado (o proposición, etc.), que es un objeto lingüístico, debe ser contrastado con un hecho, que se ubica en el plano de la realidad. No parece haber forma de rellenar el hiato entre ambas entidades para poder definir la verdad como correspondencia y mucho menos procurar alguna justificación (por lo menos, hasta los trabajos de Tarski). Como vimos antes, estas deficiencias conducen al sentimiento de que todo vale e inmediatamente a la instauración del escepticismo. En este sentido, la teoría de la coherencia evita esos riesgos porque se mueve siempre dentro de un mismo plano: en el plano lingüístico hay coherencia de los enunciados entre sí, y (para algunos autores) en el plano real hay coherencia de los hechos con otros hechos de la realidad. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 59 En segundo lugar, es reconocido el prestigio que con razón ha adquirido desde muy antiguo la matemática en cuanto ciencia pura, exacta y probada. En ese sentido son muchos los pensadores que consideraron a esta ciencia el modelo y prototipo de todas las otras. En la exacta y acreditada matemática pura, la prueba lógica para la verdad y aceptabilidad de cualquier proposición es su coherencia con algunas de las otras proposiciones –y en último término con los axiomas– del sistema al que pertenece. En esta prueba, de carácter puramente teórico, ser coherente con otras proposiciones significa para una proposición ser lógicamente deducible de ellas. Luego, es la coherencia la característica a la que aludimos cuando llamamos verdadera a una proposición si pretendemos alcanzar el rigor y la exactitud de la matemática. Por último, es fácilmente comprobable que la coherencia actúa de hecho como criterio de verdad. A diario comprobamos que, en la práctica, a veces rechazamos como falsa la afirmación de una persona común (por ejemplo, la afirmación de que vio un fantasma) o incluso un resultado científico (por ejemplo en experimentos sobre percepción extra-sensorial) por el hecho de no ser coherentes con otras perspectivas del sentido común o científicas que consideramos verdaderas. La teoría de la coherencia de Brand Blanshard El tema central de la investigación de Blanshard, como lo atestigua el título de su obra,6 es averiguar cuál es la naturaleza del pensamiento, y es éste el marco en el que se inscribe su teoría acerca de la verdad. Sintetizando, podríamos decir que para Blanshard pensar es tratar de comprender. Y tratar de comprender es una actividad de la mente que está determinada por todas sus otras actividades. Su fin es lograr una visión sistemática, tanto para aprehender de ese modo lo que ahora es desconocido para nosotros, como para relacionarlo (y la relación es necesaria) a lo que ya conocemos. Pero siempre es sistemático; el pensa- 6 Brand Blanshard: The Nature of Thought, Londres, George Allen, 1939, 2a ed. 1948, Vol. II. (La traducción de las citas es mía). 60 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD miento en su naturaleza real es el intento de poner algo desconocido o conocido imperfectamente dentro de un subsistema de conocimiento, y a éste dentro de un sistema mayor que constituye el mundo de creencias aceptadas. ¿Pero no podría ser que lo que satisface al pensamiento no logre conformar el mundo real? ¿Dónde está la garantía de que cuando yo haya puesto mis ideas dentro de la forma que mi ideal requiera, ellas serán verdaderas? En nuestra larga lucha con la relación pensamiento–realidad, afirma el autor, vemos que si se concibe que el pensamiento y las cosas se relacionan sólo externamente, entonces el conocimiento es pura suerte; no hay necesidad alguna de que lo que satisface a la inteligencia coincida con lo que la realidad es. Pero si nos deshacemos de las engañosas analogías a través de las cuales se ha concebido la relación de conocimiento (de copia y original, estímulo y organismo, proyector y pantalla), y pasamos al pensamiento mismo con la cuestión de qué significa referirse a un objeto, logramos una respuesta diferente y más esperanzada. Pensar en una cosa es poner en algún grado a la cosa misma dentro de la mente. El pensamiento parece así tener dos fines: por un lado busca lograr la satisfacción de la visión sistemática y por otro lado busca aprehender su objeto. El principal argumento de Blanshard es que estos fines son uno solo y que, a menos que los aceptemos como uno, no vemos otra alternativa que el escepticismo. Pensar es plantear una pregunta; plantear una pregunta es buscar una explicación; buscar una explicación es asumir que puede haberla; o sea que asumir que hay una explicación de algo es tomar por garantizado que su naturaleza es inteligible. Ciertamente la historia del avance del conocimiento se desenvuelve como si el aumento en la consistencia del pensamiento significara también un acercamiento a la realidad. Que ambos procesos son realmente uno solo es la base metafísica sobre la cual se funda la creencia en la coherencia. Si uno admite que la búsqueda de un sistema coherente nos ha llevado realmente a lo que cualquiera acordaría en llamar conocimiento, ¿por qué no tomar este REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 61 ideal como una guía que nos conducirá más lejos? ¿Qué mejor llave puede uno pedir a la estructura de lo real? Los coherentistas están convencidos de que deberíamos tomar este fin inmanente del pensamiento con toda seriedad como la clave de la naturaleza de las cosas. Sostienen que la realidad es un sistema, completamente ordenado y totalmente inteligible, con el cual el pensamiento en su avance se va identificando cada vez más. Podemos considerar el aumento de conocimiento, individual o social, como un intento de nuestras propias mentes por retornar a la unión con las cosas como ellas son en su totalidad ordenada. Y si tomamos esta perspectiva la verdad es la aproximación del pensamiento a la realidad. «Es el pensamiento en su camino a casa». Por lo tanto, en cualquier momento dado el grado de verdad en nuestra experiencia como un todo es el grado de sistema alcanzado. Una vez que ha establecido la coherencia como meta del pensamiento, Blanshard pasa a desarrollar su teoría de la verdad. En primer lugar muestra que la coherentista es la única teoría que puede justificar nuestros juicios, y luego pasa a la afirmación más fuerte de que la coherencia constituye no sólo el criterio sino también la naturaleza misma de la verdad. I. La justificación de nuestros juicios El grado de verdad de una proposición particular debe ser juzgado en primera instancia por su coherencia con la experiencia como un todo, y en última instancia por su coherencia con el todo más lejano, omnicomprensivo y totalmente articulado, en el cual el pensamiento puede descansar.7 Blanshard cuestiona la creencia no analizada de que en la verificación hemos dejado atrás la construcción del sistema interno y accede- 7 Op. cit., p. 264. 62 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD mos por fin al contacto con los hechos desnudos. Esta creencia admitirá bastante fácilmente que la verificación apela a la coherencia, pero sólo si esta coherencia se apoya en lo que es inmediatamente dado. Se dirá en este punto que tomamos las mesas y las sillas como hechos, no porque nuestros juicios sobre ellas sean coherentes con algo más, sino porque ellas son dadas en la percepción. Así, hacer de la coherencia la historia total sería como construir un puente sin ninguna columna para soportarlo. Si Blanshard admite esto en un sentido, en el sentido de que hay algo como el darse (la dación) de una cosa ¿cómo entonces puede seguir tratando la verificación como si ella no implicara nada más allá de la coherencia? Su respuesta es que tan pronto como tratamos de decir qué es dado, nos encontramos lanzados de alguna forma sobre la coherencia. Las sólidas columnas de los hechos, que se supone que son las bases que sustentan la estructura de la teoría, son pura ilusión, porque no hay tales cosas. Los «hechos» que soportan nuestro sistema son ellos mismos relativos al sistema. En resumen, la coherencia de los hechos dentro de un sistema es nuestro test, y nuestro único test, de cualquier verdad o de cualquier hecho. Esta afirmación compromete mucho al defensor de la coherencia porque lo obliga a mostrar no simplemente que no hay ninguna alternativa a la coherencia como un test general, sino también que ninguna supliría a un test en ninguna instancia. Esto se resolvería fácilmente si se mostrara que, cualquiera que sea el test usado para una primera aproximación a la verdad, hay uno en particular al que siempre hay que recurrir cuando se necesita un test final. Él afirma poder demostrar que la coherencia es la corte de apelación a la cual siempre se recurre, implícita pero universalmente, como última instancia. Blanshard señala que actualmente hay por lo menos seis tests de verdad: la correspondencia con lo hechos, la auto-evidencia, la coherencia, el argumento de que algo «funciona» (working) como lo definen los pragmatistas, la peculiar garantía que se atribuye a la intuición mística o a la voz de la autoridad. Su defensa de la coherencia como el test de la verdad consiste en REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 63 examinar las teorías rivales y mostrar que, lejos de tener alguna virtud en sí mismas, las virtudes que tienen son prestadas por la coherencia. Dedica un pequeño espacio a sus dos rivales menos fuertes: la autoridad y la intuición mística y luego se enfrenta con «los postulantes más formidables»: correspondencia y auto–evidencia. La argumentación de Blanshard es muy fuerte, porque no se contenta con criticar a las mencionadas teorías en aquellos casos en que cada una de ellas es más débil, sino que toma a cada una allí donde tienen mayor fuerza: la correspondencia entre los juicios de hecho, y la auto–evidencia entre los axiomas y las leyes lógicas, tratando de mostrar que incluso allí estos principios por sí mismos no pueden validar nada y están obligados a recurrir a la coherencia. Veámoslas brevemente: Críticas a la teoría correspondentista. Blanshard empieza mostrando que los juicios sobre hechos del pasado sólo se pueden demostrar recurriendo a distintos testimonios y tratando de compatibilizarlos (o sea, de hacerlos coherentes con el hecho en cuestión), y luego arremete con los enunciados que describen experiencias inmediatas: Aceptando que todo juicio acerca de hechos históricos debe contener un toque de incertidumbre, aún se nos puede replicar que, cuando la apelación a la experiencia es posible, hay que recurrir a ella y que en tales casos la incertidumbre desaparece. Si usted escucha a alguien decir «Aquel pájaro es un cardenal» ¿cómo lo comprueba? Usted mira y ve; si hay una correspondencia entre lo afirmado y lo que usted vio, llamaría al juicio verdadero; si no, falso. Esta es la forma en que realmente nos aseguramos de la verdad de tales juicios, y es la correspondencia la que nos lo asegura.8 Ahora bien, esto supone que, correspondiendo a nuestro juicio, hay algún hecho sólido, directamente presentado a la sensación y más allá de toda cuestión, al cual el pensamiento debe ajustarse. Y este «hecho sólido» es para Blanshard una ficción. Lo que la teoría toma como 8 Op. cit., ps. 227/8. 64 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD hecho y realmente usa como tal es otro juicio o conjunto de juicios, y lo que proporciona la verificación es la coherencia entre el juicio inicial y estos otros. Aceptando que hay datos sensibles, ¿pueden ellos como tales verificar algo? Un simple juicio de hecho no es final, ya que es capaz de error; y la cuestión entonces es si podemos pasar más allá de esto a algo que sea a la vez indudable y suficiente de verificar. En el siguiente relato9 se puede ver que, en el trabajo actual de la ciencia, la correspondencia no es considerada determinante y que algunas observaciones se rechazan por no coincidir con el saber dominante: En 1874 Sir Williams Crookes publicó el informe de una extensa serie de observaciones hechas en su propio laboratorio, para probar la afirmación de una médium espiritualista de que en estado de trance ella era capaz de producir materializaciones completas de espíritus incorpóreos. Crookes dispuso las condiciones de manera que, a su propia satisfacción, quedaran excluidos tanto el engaño como la cooperación de otras personas con la médium. Él informó que apareció una figura totalmente materializada de una mujer de unas 4 pulgadas y media más alta que la médium, cuyos rasgos eran más grandes, cuyo pulso era de 75 mientras que el de la médium era de 90, que fue vista simultáneamente con la médium «por mí mismo y por otras ocho personas, en mi propia casa, iluminada por la luz eléctrica» y que fue fotografiada por una serie de cámaras. Crookes fue un observador exacto y cuidadoso, de intachable honestidad y un distinguido científico. ¿Aceptó la ciencia sus observaciones? No. Sus afirmaciones en el mundo científico se encontraron con una incredulidad inquebrantable y casi universal. Esta no es una actitud atípica de la ciencia hacia las afirmaciones de hechos percibidos: si estos hechos pueden ser interpretados como coherentes con el cuerpo ya establecido de la ciencia, si la apoyan o la extienden, muy bien; si entran en conflicto con ella, entonces la observación y la experiencia no 9 De una carta de A. J. Balfour a la Asociación Británica, citada por Joseph en Logic y reproducida por Blanshard, op. cit., ps. 235/6. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 65 son tratadas como guías a ser dócilmente seguidas, sino como testigos a ser derribados en sucesivas repreguntas. Esto significa que una observación de esta clase no es nunca tomada por sí misma como concluyente, lo que debería ocurrir si la correspondencia con los hechos percibidos fuera nuestro test. En caso de conflicto se la acepta sólo si las consecuencias de rechazarla fueran más desastrosas que las de aceptarla y esto es la apelación a la coherencia. Si la correspondencia falla en lo perceptible, mucho más lo hará cuando la referencia a los hechos es más lejana o está ausente. ¿Cómo aplicar la correspondencia en casos como «debo pagar mis deudas justas» o «entre dos puntos cualesquiera en una línea puede insertarse un punto intermedio»? Se puede reprochar a los seguidores de la teoría de la coherencia, y ellos podrían admitirlo, que sus argumentos han sido extraídos de la naturaleza del razonamiento a priori típico de la matemática y la metafísica, pero algunos han afirmado que el examen de un razonamiento a posteriori, ya sea de la ciencia empírica o de la vida cotidiana, también sirve de soporte a la teoría, no sólo dando el significado de «verdad» sino también la prueba de verdad. En la prueba, sostienen, se hace manifiesto que la coherencia es el único criterio cuando tratamos enunciados acerca del pasado. Nadie puede comparar el enunciado de que la batalla de Hasting se libró en 1066 con ninguna otra cosa más que con otros enunciados, tales como aquellos que encontramos en documentos, libros de historia o trabajos de arte. Pero, como señala A. White,10 es diferente cuando se tratan de contrastar enunciados acerca de algo presente, tal como «hay un gato en la alfombra». Se pensaría que para probar esto alguien simplemente miraría y si lo que ve corresponde con lo que se afirma, llamaría al juicio «verdadero». Sin embargo esa persona está asumiendo que hay algún hecho sólido, directamente presentado a los sentidos y más allá de toda 10 Alan R. White: «Coherence Theory of Truth», en Paul Edwards: The Encyclopedia of Philosophy, New York, Mac Millan ed., 1967. 66 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD cuestión, al cual el pensamiento debe ajustarse. Lo que ella toma y usa como un hecho es en realidad «otro conjunto de juicios», y lo que provee la verificación es la coherencia entre el juicio inicial y éstos. Hay que considerar cuánto de su experiencia previa y educación, cuánto de su poder de conceptualización ha entrado en su percepción del gato en la estera; en suma, su supuesta percepción de un hecho es realmente un juicio, ya que sin una provisión de juicios lo visto no podría identificarse nunca con un gato y con una alfombra respectivamente. Su prueba de la verdad del juicio de que hay un gato en la alfombra y su comparación con lo que hay, resulta ser una comparación del juicio original con otro juicio. Críticas a la auto–evidencia. Veamos ahora la otra gran rival de la coherencia: la teoría de la auto–evidencia. Parece obvio que enunciados como «2 + 2 = 4» y «una proposición no puede ser a la vez verdadera y falsa» son probados por su propia auto–evidencia, en tanto que parecen poseer ya la mayor claridad y certeza de que sea capaz cualquier juicio.11 Buscar probarlos implicaría que no son tan claros y ciertos como son, y que los juicios a los que se recurriera tendrían mayor claridad y certeza. En síntesis, son juicios que se aceptan sin demostración y no parece sensato tratar de probar una proposición cuando la prueba no es más cierta que la proposición misma. Pero hay que admitir que muchas proposiciones tomadas como auto–evidentes se han vuelto falsas; y si un test correctamente aplicado puede conducir a error, entonces es indigno de confianza, o sea que no es un test en absoluto. Por ejemplo, los primeros juicios sobre la forma de la tierra, que eran «auto–evidentes», son ahora obviamente falsos. No hay posiblemente ningún sector del conocimiento que no tenga ejemplos 11 El Dr. Jorge Saltor, que tuvo la amabilidad de leer este trabajo, disiente con esta denominación. Él distingue entre la evidencia apodíctica (propia de los axiomas y las leyes lógicas), y la auto-evidencia, que pertenecería únicamente a enunciados acerca de la experiencia personal, como por ejemplo «me duele la rodilla», los cuales se presentan, al decir de Wittgenstein, como indubitables. Por lo tanto señala que habría una confusión en Blanshard entre ambos conceptos. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 67 similares de tales «certezas». Por otra parte, no hay ningún enunciado que se pudiera hacer, por evidentemente verdadero que parezca, que no pudiera encontrarse alguna vez con la objeción «no es evidente para mí». Este hecho basta para desacreditar la auto–evidencia, porque ¿cómo puede ser auto-evidente una proposición que no es evidente en absoluto para alguien? Las proposiciones que son tomadas como auto-evidente pertenecen principalmente a dos clases, los axiomas y las leyes lógicas, que son los elementos constituyentes de toda demostración: la forma aceptada de demostrar una proposición es remontarnos a otras proposiciones de las que ella se sigue. Pero ¿cómo saber si esas otras son verdaderas?, ¿dónde termina la serie ascendente? Esta termina en última instancia en ciertas proposiciones que no necesitan prueba porque son ciertas en sí mismas: los axiomas. Pero la deducción a partir de ellos sólo es válida si está de acuerdo con las leyes de la lógica. ¿Y cómo se establecen esas leyes? Obviamente no por prueba, ya que ellas mismas son las leyes de prueba y tendríamos que asumirlas en cualquier prueba que ofrezcamos. Deberían por lo tanto ser más indubitablemente ciertas que la proposición que pretenden probar. Veamos entonces hasta qué punto son evidentes los axiomas y las leyes lógicas: a) Axiomas. Los matemáticos mismos no aceptan que sean auto– evidentes Para Poincaré, cuya perspectiva es cada vez más aceptada, los axiomas no son ni auto–evidentes como suponía la tradición, ni empíricos: son «convenciones» cuya elección y desarrollo son irrestrictos excepto por el requisito de la consistencia. Es claro no solamente que la certeza de estas proposiciones axiomáticas está estrechamente relacionada con un sistema que las incluye, sino que lo mismo ocurre con su significado. «La línea recta es la distancia más corta entre dos puntos» es verdadero del espacio euclideano, dentro de un sistema que define la geometría euclideana, pero puede ser falso de otros espacios no–euclideanos. Y la mayoría de los axiomas no tendrían el significado que tienen si los consideramos fuera del sistema al que pertenecen. b) Leyes lógicas. La ley de contradicción es por supuesto una de 68 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD las tradicionales «leyes del pensamiento», y con ella llegamos al segundo baluarte de la auto–evidencia, considerado indestructible porque cuando los axiomas tradicionales fueron cuestionados, y se propusieron conjuntos alternativos, la lógica parecía a salvo. Para ello fue considerado decisivo el siguiente argumento: «Cuando se adoptan conjuntos alternativos de axiomas, se lo hace para poder sacar inferencias de ellos. Pero el razonamiento debe tener cánones, y puede observarse que cuando se examinan sus razonamientos, no importa donde empiece, sus cánones son siempre los mismos. Si se los abandona no se podrá avanzar un paso. Se puede empezar si se quiere por postulados alternativos, pero sólo hay una lógica para desarrollarlos; una lógica alternativa es impensable.» Esta respuesta es ahora desafiada, como lo muestra la siguiente cita de «Sistemas alternativos de Lógica» de Lewis: Desde Aristóteles las leyes de la lógica han sido vistas como fijas y arquetípicas, y como tales no admiten alternativas concebibles. A menudo han sido atribuidas a la estructura del universo o a la naturaleza de la razón humana; y en general han sido consideradas como proporcionando un punto fijo arquimídeo en el reino del pensamiento ... modernos estudios en lógica exacta revelan ciertos hechos a la luz de los cuales cualquier creencia como ésta se vuelve altamente problemática ... Puede demostrarse más allá de toda duda razonable que el número de las diferentes relaciones de implicación, en término de las cuales nuestras inferencias pueden ser extraídas (con completa validez en cada caso) es ilimitado. Las principales conclusiones son: I: No hay «leyes de lógica» que puedan ser atribuidas al universo o a la razón humana en el modo tradicional. II: Hay un número ilimitado de posibles sistemas de lógica, cada una de cuyas leyes es verdadera y aplicable a la deducción. III: Cualquier canon de inferencia corriente o aceptado debe ser pragmáticamente determinado.12 12 De Lewis: «Alternative Systems of Logic», en Monist, Vol XLII (1932), 481-4; cita- REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 69 Y no sólo Lewis sostiene estas creencias. De hecho, Brouwer ha producido un sistema en el cual no vale la ley de tercero excluido. Hilbert construyó un sistema numérico que hace inválida la ley conmutativa de la multiplicación, que es una extensión de la lógica tradicional. En la lógica de Principia Mathematica hay tres formas en que una proposición p puede implicar a otra q: cuando ambas son verdaderas, cuando ambas son falsas y cuando p es falsa y q es verdadera; en estos tres casos la implicación es válida. En la lógica de tres valores de Lukasiewicz y Tarski, las formas en que dos proposiciones pueden implicarse una a otra son mucho más numerosas. Y Lewis calcula que en el sistema de cuatro valores de Parry, una proposición puede implicar a otra en más de un millón de formas diferentes. Para Cohen y Ángel, en cambio, admitir alternativas dentro de la lógica implicaría que no todos debemos usar los mismos principios de razonamiento. No habría base para el acuerdo (e incluso para el desacuerdo) y sería entonces el suicido de la lógica. Si se asume que las leyes de la lógica son auto–evidentes, es el lógico profesional sobre todo quien debe poder certificar esto. Y es revelador, señala Blanshard, que haya muchos lógicos competentes que consideran que las leyes de la lógica tradicional no son más auto–evidentemente verdaderas que una variedad de leyes alternativas; éste es en sí mismo un argumento significativo. Y este argumento se sostiene sea verdadera o errónea la creencia de que hay lógicas alternativas. Para destruir las dos principales teorías que se oponen a la coherencia, Blanshard ha mostrado que: a) la correspondencia falla en explicar la verdad de los juicios sobre hechos, y b) la auto-evidencia falla al explicar los axiomas y las leyes lógicas, de modo que cada una de ellas no resiste la crítica en los terrenos en que se suponía que son más fuertes. Es claro entonces que mucho menos redo por Blanchard, op. cit., ps. 249-250. 70 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD sistirán allí donde son más débiles. Por lo tanto el autor concluye que el único criterio válido es el de la coherencia Es característico de las partes de un sistema lógico como el de las matemáticas puras que sus partes serían lo que son si sus relaciones con las otras partes fueran diferentes de lo que son. Así, 2 no sería el número que asociamos con el numeral 2 si fuera el tercio de 4 en lugar de ser su mitad, o la raíz cúbica de 27 en lugar de la raíz cúbica de 8. Por lo tanto, el significado y la verdad de, por ejemplo, «2 + 2 = 4» están directa o indirectamente ligados con el significado y la verdad de todos los otros enunciados del sistema aritmético. En consecuencia nuestro conocimiento de su significado y su verdad está estrechamente relacionado con nuestro conocimiento del significado y la verdad de los demás. Este principio de que nada sería lo que es si sus relaciones con las otras cosas fueran diferentes (principio que obedece a la llamada «doctrina de las relaciones internas») vale, según afirman los defensores de la coherencia, para todo lo que existe, no sólo en el pensamiento sino también en la realidad. Por ejemplo, ellos sostienen que no podríamos entender (y mucho menos conocer su verdad o falsedad) un enunciado acerca de algo azul, si el azul no estuviera comprendido en el espectro total de los colores. ¿Qué sería el azul si estuviera divorciado en nuestro pensamiento de todos los otros colores del espectro, con los cuales él se relaciona por semejanza o diferencia, de todos los matices dentro de su propia gama, y toda la definición que posee en virtud de ser pensado como una cualidad más que como una sustancia o relación? ... no tengo la menor idea.13 En la vida común nos contentamos con mucho menos que esto. Aceptamos las demostraciones de un geómetra como completas, y no pensamos en reprocharle que haya empezado con postulados y culmine 13 Op. cit., p. 316. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 71 con un sistema que es a lo sumo un esqueleto. En física, en biología, sobre todo en las ciencias sociales, nos conformamos con menos aún. Juzgamos las proposiciones por la cantidad de coherencia que es razonable esperar en su asunto particular. II. La naturaleza de la verdad Blanshard plantea otra cuestión: Si aceptamos la coherencia como el test de la verdad ¿nos compromete esto a algunas conclusiones acerca de la naturaleza de la verdad o de la realidad?14 Su respuesta es: «Yo pienso que lo hace, aunque más claramente acerca de la realidad que acerca de la verdad». Esta respuesta es muy curiosa porque de pronto se sale del camino que traía y empieza a hablar de «realidad» en lugar de hablar de «verdad». O sea que su discurso se ha vuelto de pronto metafísico: supone que al aceptar el test de la coherencia nos comprometemos con un cierto tipo de realidad. Blanshard sostiene que parece un sinsentido decir que la naturaleza de las cosas puede ser incoherente, pero que nos aproximamos a la verdad acerca de ellas precisamente tanto cuanto nuestros pensamientos se vuelven coherentes. Y aún sería un sinsentido si retenemos la coherencia como un test y concebimos la verdad como correspondencia: la completa correspondencia entre un pensamiento coherente y un objeto incoherente parece absurda. Es difícil ver entonces cómo alguien podría tomar consistentemente la coherencia como el test de la verdad a menos que la tomara también como un carácter de la realidad. 14 Kirkham sostiene que Blanshard no ignora la diferencia entre naturaleza y criterio de verdad, pero que habiendo aceptado la teoría de la coherencia como justificación, se sintió obligado a aceptarla también como definición de la verdad, porque si la realidad fuera algo completamente externo a la mente humana, ninguna teoría de la justificación sería posible. Nunca tendríamos conocimiento, excepto por azar, y seríamos conducidos por lo tanto a aceptar el escepticismo general. La manera de evitar esto es entonces postular que los pensamientos en nuestra mente no son en realidad completamente distintos de las cosas del mundo en las que pensamos. Entonces, con la suposición adicional de que el mundo es coherente, parece seguirse que nuestros sistemas de creencias son probablemente verdaderos en la medida que son coherentes. 72 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Luego plantea una posible objeción muy frecuente: aceptando que las proposiciones, para ser verdaderas, deben ser coherentes unas con otras, ¿no pueden ellas ser coherentes sin ser verdaderas? ¿No hay muchos sistemas de gran unidad e inclusividad que sin embargo son falsos? Hemos visto que hay varios sistemas de geometría, cada uno de los cuales parece ser tan coherente internamente como los otros, pero como son mutuamente incompatibles, sólo uno de ellos puede ser verdadero –y hay muchos matemáticos que dirían que ninguno de ellos es verdadero–; sin embargo, si la verdad radicara en la coherencia ¿no estamos obligados a tomarlos a todos ellos como verdaderos? Una novela puede crear un mundo especial de personajes y eventos extremadamente complejo e internamente consistente, ¿es por eso menos ficticio? A esta objeción Blanshard responde: Pero la teoría de la coherencia no sostiene que cualquier sistema es verdadero, no importa cuán abstracto y limitado sea; sostiene que sólo un sistema es verdadero, a saber, el sistema en el cual todo lo real y posible está incluido coherentemente.15 Sin embargo, la objeción se hace más fuerte cuando pasa a preguntarse si todo lo que es real no puede ser incluido en más de un sistema. Cuando se ha cometido un asesinato pueden haber dos teorías del crimen que hacen igualmente justicia a todos los hechos conocidos y sin embargo se contradicen una con otra. ¿No es concebible que hayan dos sistemas perfectos pero incompatibles en los cuales todos los hechos conocidos o cognoscibles encajen perfectamente? Si fuese así nuestra pauta nos obligaría a decir que ambos son verdaderos, lo que sería absurdo porque están en conflicto entre sí. Blanshard replica que, aunque posible, esa contingencia es improbable. En el caso del asesinato, cada nueva pieza de evidencia estrecha el rango de hipótesis disponibles, y parece que si conociéramos todos los hechos relevantes no podríamos seguir sosteniendo hasta el fin teorías conflictivas. Si el asunto es im- 15 Op. cit., p. 276. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 73 probable cuando los hechos son tan escasos, lo sería mucho más en la medida que su número aumente. Lo único que la objeción muestra, afirma Blanshard, es que con los hechos disponibles ahora no estaríamos justificados para hacer una elección. Y esto realmente confirma nuestra teoría, poniéndola en línea con la ciencia. Tal suspensión del juicio es precisamente la propia de la práctica científica, que sostiene que en tanto dos teorías rivales cubran igualmente los hechos, ninguna es preferible a la otra, pero que tan pronto aparezca una instancia crucial que una hipótesis pueda asimilar y la otra no, estamos justificados para adoptar la primera.16 Y si no surge ninguna instancia crucial, si la verdad reside en la coherencia, entonces, enfrentados a dos mundos igualmente coherentes, seríamos incapaces de seleccionar uno como más verdadero que el otro. Dice Blanshard que tal incapacidad es precisamente lo que encontramos y que, por lo tanto la identidad de verdad con coherencia está largamente verificada. Otra objeción es que la teoría de la coherencia puede ser acusada de «racionalización del conservadurismo»: ¿cómo pueden haber revoluciones, progreso científico o político si se reconoce de antemano que nada puede ser verdad a menos que esté de acuerdo con lo que está establecido? Pero la teoría de la coherencia dice que ningún sistema puede ser tomado como final excepto aquél, totalmente inclusivo y perfectamente integrado, en el cual el ideal de pensamiento esté realizado. La historia, desde los tiempos primitivos al presente, muestra un camino hacia una ordenación del mundo que, al aparecer coherentemente comprehensivo, puede ser tomado también como verdadero. Estrechamente vinculada a la objeción de que la teoría llevaría a nuestro pensamiento al conservadurismo, está la que sostiene que lo llevaría a la circularidad. Supongamos que tenemos un sistema de proposiciones abc... n, cada una de las cuales es aceptada porque es coheren- 16 Podría decirse que la verdad no es establecida hasta que todas las rivales han sido eliminadas. Pero ésta no es la perspectiva que siguen actualmente las ciencias naturales. 74 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD te con el resto. Entonces la razón (en parte) por la que a es aceptada es que es coherente con c, y la razón (en parte) por la que c es aceptada es que es coherente con a. Y esto es un círculo. Al apoyarse en c para saber si a es verdadera, debemos saber primero si c es verdadera. Pero para ello debemos saber si a es verdadera. De modo que para establecer la verdad de a debemos empezar por suponer su verdad. Aquí hay para Blanshard nuevamente una confusión. Él ha dicho que parte de la razón para aceptar a es su coherencia con c, pero no hay nada en esto que implique que ya debemos saber que c es verdadera. La teoría de la coherencia insiste en que no se puede arrancar con una proposición –o incluso con un sistema limitado de proposiciones– como verdadera aisladamente de sus relaciones y probar otras con referencia a ella o ellas. Sostiene que un conjunto de proposiciones, cualquiera de las cuales tomada aisladamente sería extremadamente dudosa, puede prestar apoyo a cada una de las otras a través de la coherencia sistemática de modo de hacer al todo virtualmente cierto. «Decimos que la verdad no es una función de ninguna proposición tomada independientemente, sino del sistema al que ambas pertenecen». A veces a la objeción de circularidad se añade la objeción de contradictoriedad. Se ha admitido que de acuerdo a la teoría de la coherencia, la verdad que se concede a cualquier juicio no puede nunca ser conocida con precisión hasta que se conoce su lugar en el todo; parecería no haber ninguna proposición que podamos afirmar con confianza como absolutamente verdadera: tampoco la que sostiene que ningún juicio aislado es absolutamente verdadero. ¿Pero no es exactamente esto lo que se propone hacer la teoría de la coherencia? Cuando afirma que la verdad es coherencia, difícilmente quiere decir que esto es sólo parcialmente verdadero. Cuando dice que las proposiciones son sólo parcialmente verdaderas, seguramente quiere decir que esta aserción acerca de ellas es totalmente verdadera. Pero si lo hace está contradiciéndose a sí misma, porque dice que todas las proposiciones son parcialmente verdaderas, pero que ésta no lo es. Este argumento consigue apoyo aparente del dictum de los lógicos de que nunca podemos, en el momento de juzgar, considerar la posibilidad de que nuestro juicio sea falso. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 75 La respuesta de Blanshard a esta objeción puede ser simplemente que a la luz de las condiciones que conoce la proposición es creíble, mientras que si se tomaran en cuenta todas las condiciones relevantes, podría no serlo. Por cierto, esta es la clase de juicio más común. Si digo que el juicio por jurado va a ser aprobado, o que el agua está constituida por H2O, estoy afirmando que, con la evidencia que tenemos, esta proposición es sólida, no que ante cualquier posible evidencia ella no requeriría la más mínima modificación. Eso mismo pasa con la teoría de la verdad como coherencia. Cuando afirmo que es verdadera estoy afirmando que la teoría es verdadera de acuerdo a la evidencia disponible ahora. Los científicos naturales no aceptarían la imputación de dogmatismo a sus teorías; tampoco hay ninguna razón para que el defensor de la coherencia deba aceptarla. III. Doctrina de las relaciones internas Coherencia significa más que consistencia. Significa no solamente que los distintos constituyentes de un sistema son compatibles unos con otros, sino también que ellos se necesitan unos a otros. El sistema supuesto es un sistema idealmente perfecto, porque nada menor a esto satisfaría la inteligencia como algo estable más allá de cualquier rectificación. En un sistema tal no habría ningún cabo suelto: una diferencia en alguna parte se reflejaría en diferencias por todas partes. En un ejemplo lleva su afirmación hasta el límite: supongamos que escalo la montaña frente a mi granja en Vermont y miro el monte Washington. Estoy usando un sombrero de fieltro. ¿Es razonable argumentar que si hubiera usado un sombrero de paja, esto hubiera hecho una diferencia al monte Washington? Efectivamente, dirá Blanshard, no solamente creo que es así sino que el argumento para esta conclusión es casi tan fuerte como una demostración. A grandes rasgos es como sigue: el hecho de ponerme este sombrero particular tuvo causas, que están en parte en el funcionamiento de mi cerebro; este funcionamiento también tiene causas que están en parte en el funcionamiento de otros órganos corporales que, a su vez dependen de numerosos factores físicos en la forma de alimento, aire, luz y temperatura, cada uno de los cuales tiene 76 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD sus propias condiciones. Es claro que antes de que demos muchos pasos en este retroceso, nos encontraríamos a nosotros mismos implicados en millones de condiciones, y si pudiéramos atravesar todas las ramas divergentes, no habría probablemente ninguna región del universo que permaneciera impenetrada. Si los antecedentes del evento presente estuvieran dispersos a través del universo, y los suponemos totalmente alterados, ¿hay alguna razón para suponer que el estado del mundo presente sería como lo encontramos? La respuesta para él es obvia: el mundo no sólo sería diferente, sino que la diferencia se extendería tanto que no podríamos ni apuntar al monte Washington ni a ningún otro y decir que estaría exento de cambio. La teoría de que todo en el universo es relevante para todo lo demás ha sido pensada por muchos como una piedra de molino alrededor del cuello de la coherencia. La verdadera tarea del conocimiento, dicen, consiste en retener lo relevante y excluir lo irrelevante. ¿Acaso la actividad del pensamiento no implica la selección de fundamentos y consecuencias? Pero para Blanshard, decir que todas las cosas son relevantes no implica que todas ellas sean igualmente relevantes. La tuberculosis no se daría en un paciente si el bacilo y la temperatura exterior no hubieran cooperado para ello. Por lo tanto ambos factores son relevantes. Probablemente casi todos los científicos estarían de acuerdo con Mill en que la causa de un evento no es alguna condición simple, sino la suma de las condiciones. Tal vez también aceptarían que al seguir estas condiciones quedaría implicado, a la larga, el estado total del universo. Reconocerían por lo tanto que al seleccionar la causa de un evento ellos estarían nombrando una causa y no la causa. Y debe admitirse que la relevancia comparativa es a menudo determinada por consideraciones que no son las lógicas. Si la presencia del bacilo es tomada como la causa de la tuberculosis, es en parte porque ésta es la más relevante, tanto en el sentido lógico como en el causal, porque explica la enfermedad de manera más completa, porque trae más luz sobre su naturaleza que otros factores concomitantes. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 77 Como él cree que la necesidad completa no es nunca alcanzada, ninguna verdad será absolutamente verdadera, ni tampoco ninguna proposición falsa, en tanto tenga sentido, será absolutamente falsa. Tales ideas no pueden ser entendidas por aquellos que creen que las proposiciones son verdaderas o falsas simplemente y en su totalidad. Por cierto, el conjunto de implicaciones que tienen que ver con los grados de verdad, constituye para muchos el principal tropiezo de la teoría de la verdad como coherencia. Sin embargo para Blanshard la creencia en los grados de verdad es tan vital para la coherencia que debe sostenerse, razón por la cual pasa a tratar de demostrar que la verdad es siempre una cuestión de grados. IV. Los grados de verdad El pensamiento aspira a la comprensión, y comprender algo significa, como vimos, entenderlo como necesario dentro de un sistema de conocimiento. Si el sistema es fragmentario, necesitará a su vez ser comprendido dentro de un sistema más inclusivo. Lo único que satisfaría plenamente el pensamiento es un sistema tal en el que nada quedara excluido o fuera contingente. Blanshard no ha tratado de sostener que un sistema así se ha logrado en el mundo que conocemos, pero sí ha sostenido dos tesis acerca de esto: la primera es que el test de cualquier teoría consiste en su coherencia con el sistema de conocimiento, y en última instancia su coherencia con esta totalidad más grande a la cual el mismo sistema de conocimiento está tratando de aproximarse. La segunda tesis dice que lo que suministra el test de la verdad suministra también la naturaleza de la verdad: no tiene sentido decir que una proposición es falsa y al mismo tiempo completamente inteligible y necesaria dentro de tal sistema inclusivo. La coherencia sistemática no es sólo el criterio que usamos para la verdad, es lo que en última instancia entendemos por «verdad». Si estas suposiciones son sólidas, se sigue que la verdad es una cuestión de grados, que sólo sería perfectamente verdadero lo que podría ser trasladado a un sistema inclusivo y perfectamente integrado sin sustracción ni alteración y que sólo es absolutamente falso lo que está abso- 78 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD lutamente fuera del sistema. Entre estos dos límites inalcanzables de verdad y falsedad perfectas, el pensamiento se mueve en una región intermedia en la que todos sus conocimientos, aunque variando en exactitud y alcance, sólo pueden ser considerados verdaderos en cierto grado. Un juicio dado es verdadero en el grado en que su contenido podría sostenerse a la luz de un sistema de conocimiento completo; falso, en el grado en que su aparición allí requeriría su transformación. La teoría de la coherencia diría que todos los juicios –incluso los juicios de medida más exactos– son verdaderos sólo en grado. Blanshard admite sin discusión que la teoría de la coherencia tiene dificultades técnicas, pero afirma que también las tienen las teorías alternativas. Y que sus fundamentos son tan fácilmente vistos y tan difíciles de negar que, una vez que los consideramos, la paradoja se desvanece rápidamente. «Verdad», escribe Bosanquet, «creo que es el grado en el que el carácter de la realidad está presente dentro de una proposición o conjunto de proposiciones». Exactamente esta es nuestra perspectiva, sostiene Blanshard, y agrega otra afirmación de Bosanquet: Todo juicio es relativo a la totalidad del conocimiento, y ningún juicio escapa a la modificación si esta totalidad es modificada.17 Pensar algo de un objeto es pensar sus relaciones con lo que está más allá de él. Algunas de estas relaciones son tan vitales a la naturaleza de las cosas, y por lo tanto a nuestro concepto de su naturaleza, que ninguna de ellas puede aisladamente, ser lo que es. De modo que nuestro concepto no puede nunca ser adecuado hasta que hayamos abarcado estas relaciones en nuestro conocimiento, y como nunca las abarcaremos totalmente, nuestro conocimiento será siempre inadecuado. Esto no significa que no tenga valor; sino que nunca es totalmente adecuado ni totalmente inadecuado; su adecuación es una cuestión de grado. 17 Bosanquet, Logic, II, p. 230 citado por Blanshard, op.cit., p. 318. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 79 La doctrina de los grados de verdad es un corolario del principio de las relaciones internas y de la teoría de la coherencia en general. Si la verdad de un enunciado está estrechamente relacionada con la verdad de todos los enunciados del sistema, y, por lo tanto, está estrechamente relacionada con el sistema total, se arguye que los enunciados individuales como tales sólo son verdaderos «en parte» (y, por lo tanto, «en parte» falsos), mientras que sólo el sistema total es completamente verdadero. «La verdad, dice Bradley, debe mostrar el marco de expansión y de completitud». V. Críticas: Se han hecho numerosas objeciones a la coherencia y a los grados de verdad. En primer lugar, se objeta a la teoría de la coherencia –en tanto único criterio de verdad– el hecho de que si fuera lógicamente posible tener dos conjuntos de enunciados coherentes, diferentes entre sí pero igualmente abarcadores, no habría ninguna manera de decidir cuál de los dos conjuntos de enunciados es verdadero. Si se rechaza un enunciado particular como «Juan vio un fantasma» porque entra en conflicto con nuestras creencias cotidianas, se lo hace solamente porque pensamos que éstas ya se han mostrado como verdaderas. La coherencia de un juicio con otro es aceptada como una prueba práctica de verdad solamente si el segundo juicio es aceptado independientemente. En segundo lugar, hay en los enunciados a priori de la matemática y la filosofía una estrecha conexión entre significado y verdad. Enunciados como «dos veces dos es la mitad de ocho» o «lo que se conoce no puede ser falso» son verdaderos en virtud del significado de las palabras que los expresan: es porque los significados de las palabras están internamente relacionados como lo están que esos enunciados son verdaderos. Sin embargo, no es a causa de la relación entre los significados de «dos» y «cuatro», que es verdadero que cometí dos errores en la página cuatro de mi manuscrito. Parecería que los enunciados matemáticos son verdaderos en virtud del criterio de coherencia, mientras que los enun- 80 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD ciados empíricos lo son en virtud del criterio de correspondencia con la naturaleza del mundo. En tercer lugar Kirkham señala que el error de Blanshard nace de su falta de reconocimiento de que la teoría de la coherencia como justificación depende de su ontología idealista (o quizá cuasi–realista). Dice Kirkham que Pero en una ontología realista es fácil concluir que la coherencia no es una condición necesaria ni suficiente para la verdad... «la única cosa que la coherencia prueba acerca de la creencia es que la creencia es coherente.» 18 En cuarto lugar, incluso restringida a la matemática, la doctrina de la coherencia de los grados de verdad no parece sostenible. El hecho de que un enunciado de la matemática no sea verdadero a menos que sea coherente con los otros enunciados del sistema, no implica que no sea él mismo enteramente verdadero; a lo sumo podría implicar que no constituye la verdad total. Pero un enunciado particular puede ser perfectamente verdadero sin contener más que una mínima proporción de la verdad total: ser enteramente verdadero no es lo mismo que ser la verdad total, ni ser en parte verdadero es lo mismo que ser parte de la verdad. Lo que sólo en parte es verdadero, es necesariamente en parte falso, pero lo que es sólo parte de la verdad puede ser enteramente verdadero. Cuando los partidarios de la teoría de la coherencia dicen que todo enunciado es sólo en parte verdadero, usualmente parecen significar que cada enunciado es sólo parte de la verdad, ya que nada, salvo el sistema total de enunciados, puede dar la totalidad de la verdad. Lo que esto expresa es bastante correcto pero está erróneamente expresado, porque confunde dos sentidos de parcialidad: es diferente preguntar cuánto hay de verdad en algún enunciado (y la respuesta puede ser «todo», «nada» o «una parte») que preguntar cuánto de la verdad hay en él (y la 18 Op. cit., p. 111. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 81 respuesta no puede ser «todo»). Un enunciado particular puede ser perfectamente verdadero sin contener más que una mínima proporción de la verdad total. En quinto lugar, la principal razón para la creencia en los grados de verdad por parte de los partidarios de la teoría de la coherencia está basada en una deducción errónea a partir de su teoría de las relaciones internas. Como todo enunciado está, de acuerdo con esta doctrina, lógicamente conectado con otros enunciados, se sigue por un lado que la verdad de cada enunciado depende de la verdad de los otros enunciados, y por otro lado, que nuestro conocimiento depende de nuestro conocimiento de la verdad de esos otros enunciados. Pero un enunciado puede ser perfectamente verdadero en sí mismo, aún cuando no lo sepamos. La exposición de Blanshard se anticipa a casi todas las críticas que se le pudieran hacer y las enfrenta valientemente con argumentos sin duda fundamentados de un modo impecable. Si bien su punto más vulnerable es el que se refiere a los grados de verdad, creo, sin embargo, que lo que la teoría de la coherencia hace realmente es dar el criterio para la verdad o falsedad de los enunciados a priori o analíticos. (Lo que algunos metafísicos hicieron realmente fue suponer que todos los enunciados son a priori). En primer lugar, sugiere que el criterio apropiado a estos enunciados se aplique a toda clase de enunciados. En segundo lugar, asimila la razón o criterio para llamar a un enunciado «verdadero» o «falso», con el significado de «verdad» o «falsedad». En cuanto criterio de verdad, sólo de los enunciados a priori o analíticos podemos decir que son verdaderos porque son coherentes con otros. Y sólo de los enunciados empíricos, que son verdaderos a causa de que el mundo es así. Sin embargo, en lo que toca al significado de la verdad, podemos decir que ambos tipos de enunciados son verdaderos si corresponden a los hechos. Lo que debemos recordar es que aunque ambas clases de enunciados, si son verdaderos, nos dicen lo que las cosas son, se refieren a cosas diferentes en los dos casos; la medida de los ángulos de un triángulo (dos rectos) no es algo en el mundo en la forma en 82 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD que lo es la medida desde la base hasta la punta del obelisco de Buenos Aires (67 metros). Tratándose de enunciados lógicos, matemáticos o metafísicos, la coherencia es condición necesaria y suficiente de verdad. Para los enunciados empíricos, en cambio, la coherencia es solo la condición necesaria de inteligibilidad (y en consecuencia de la verdad). Pero para éstos es indispensable además otra condición: la de describir correctamente la realidad. Este es el sentido que tiene en el lenguaje ordinario y en el científico el término verdad. En realidad, más que una teoría epistemológica de la verdad, lo que Blanshard elabora es la descripción de un mundo coherente, con relaciones internas tan fuertes que la menor perturbación en una de sus partes alteraría todo el aspecto del universo. Lo que el autor plantea, en suma, es una explicación metafísica de la realidad. Y en tanto teoría metafísica,19 no es una descripción empírica sino a priori, un sistema cuyos enunciados son analíticos y perfectamente coherentes unos con otros. Esto nos lleva a lo que tal vez sea la objeción más fuerte: si hemos afirmado que las teorías de la verdad nacen como una respuesta al escepticismo, la teoría de la coherencia no cumple con tal fin porque no puede refutar el primero de los argumentos escépticos: la coexistencia de distintas opiniones sobre un asunto. Blanshard acepta explícitamente que tales explicaciones contrapuestas puedan coexistir, y aduce que tal es el procedimiento de la ciencia actual. Pero esto no sólo no confirma su teoría justificatoria sino que además pone en tela de juicio todos los resultados de la ciencia. 19 Agradezco al Dr. Saltor su aclaración acerca de que no se puede calificar a toda teoría metafísica como «a priori». Esto vale sólo para las metafísicas idealistas, pero no para las realistas (desde Aristóteles hasta Heidegger). REFLEXIONES 83 EN TORNO A LA VERDAD WITTGENSTEIN: EL PROBLEMA DE LA VERDAD Roberto Rojo Obras de Wittgenstein. Abreviaturas Tractatus Logico Philosophicus, Tr. By D.F. Pears & B. McGuinness. (Tract) trad. española de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera, Madrid. Alianza, 1987. Philosophische Grammatik (PG). Oxford, Blackwell, 1969. Notebooks, (NB), Oxford, Blackwell, 1961. Diario Filosófico, trad. española de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera, Barcelona, Ariel, 1982. Notes of Logic en Notebooks Philosophische Untersuchungen, Oxford, Blackwell, 1963. Investigaciones Filosóficas, (IF), trad. española de A. García Suárez y U. Moulines, México, UNAM, 1988. Über Gewissheit (UG), Oxford, Blackwell, 1969. Zettel, University of California Press, 1967. Zettel (Z), trad. española de O. Castro y C. U. Moulines, Universidad Autónoma de México, 1979. Como muchas cuestiones, la referente a la verdad ha experimentado modificaciones a lo largo de las distintas perspectivas desde las cuales afrontó Wittgenstein los problemas filosóficos. En efecto, no podía correr el mismo destino teórico la verdad vista desde el ángulo de la teoría pictórica de la proposición que integrándola en la visión de los juegos del lenguaje. En ambos casos, empero, está estrechamente vinculada con el modo de concebir el lenguaje porque la expresión lingüística es el lugar, la residencia natural de la verdad. Sin lenguaje no hay verdad y, consecuentemente, sin quien es el único capaz de hacer enunciaciones. ¿Cómo concebir la verdad sin lenguaje y sin el hombre? Sin estas 84 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD presencias, la realidad es lo que es pero conocerla, afirmarla, caracterizarla, supone inevitablemente el forjador de dichas aseveraciones. No pocas veces la filosofía ha compartido esta convicción, como lo muestran estos testimonios. Santo Tomás1 dice: «... en el supuesto de no existir ningún intelecto no quedaría razón alguna de verdad». «La cosa se dice verdadera tanto en relación con el intelecto divino como el humano». Heidegger,2 a su vez, sostiene que la verdad no existía antes que el Dasein la descubriera y la verdad dejará de ser cuando no haya ningún Dasein: «las leyes y los principios ... son verdaderos mientras el Dasein es». Wittgenstein y la Verdad Indagar acerca de la verdad en Wittgenstein no es empresa fácil tanto por las variadas teorías que sustenta como por las formas que asume en los distintos períodos de su itinerario filosófico. Debido a motivaciones filosóficas diferentes y a diferentes modos de concebir el lenguaje en los llamados el primero y el segundo Wittgenstein, el perfil de la verdad cobra en cada caso rasgos peculiares. Me propongo mostrar primero, como idea general, que hay una conexión interna entre lenguaje y verdad y, segundo, que esta conexión pone de relieve que la teoría pictórica o figurativa del Tractatus arrastra consigo una idea absoluta de la verdad, al paso que los juegos del lenguaje la hacen dependiente del contexto o circunstancias específicas. Vinculado con este tratamiento asoman problemas particulares, como el de los portadores de verdad, a los cuales haré una ligera referencia. Tanto en el Tractatus como en Notebooks ronda con cierta claridad la teoría de la correspondencia y un cierto esclarecimiento acerca de cómo entender los conceptos de verdad y falsedad. Para aproximarse a estas enigmáticas cuestiones conviene distinguir en primera instancia 1 2 Questionae Disputatae de Veritate, Artículo Segundo y Artículo Sexto. Ser y Tiempo, Chile, «El saber y la Cultura», 1997, trad. Jorge Eduardo Rivera, parág. 44 c. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 85 dos cuestiones decisivas: 1) los llamados portadores de verdad y 2) la índole categorial de la verdad. 1) Los portadores de verdad. Si la verdad es atributo del lenguaje, la pregunta que se impone es la siguiente: ¿de qué entidades lingüísticas se puede decir que son verdaderas? La pregunta deslinda el ámbito de lo que es susceptible de verdad o falsedad y, en segundo término, requiere la justificación de los pretendientes a dicho título honorífico. Es ilustrativo a este respecto traer a colación el planteo de Austin,3 acerca de cuál o cuáles son los portadores de verdad, esto es, de qué cosas o entidades se dice que son verdaderas. Así, se habla de la verdad o falsedad de las creencias, de las descripciones, de los testimonios, de las oraciones, de los enunciados, de las proposiciones, etc. La filosofía anglosajona ha puesto últimamente el acento en la importancia de los portadores de verdad como tarea previa a la dilucidación de la naturaleza de la última. Así, Richard L. Kirkham4 estudia detalladamente esta cuestión distinguiendo el sentido en que pueden tomarse palabras profusamente emparentadas como emisión (utterance), oración (sentence), enunciado (statement), aserción, juicio, la creencia y proposición, distinciones éstas que concitan opiniones diferentes acerca de a cuál o a cuáles de estas expresiones se refiere principalmente la verdad. Por ejemplo: se podría decir que es verdadera la emisión «llueve» referida a una situación determinada, pero no la oración o la proposición «llueve» que no atiende a circunstancia alguna. En cambio, es muy común hablar justificadamente también acerca de la verdad de la proposición o del enunciado. En el caso del Tractatus, el único portador de verdad que el autor tiene es en cuenta es la proposición (Der Satz). 2) El otro problema alude a las distintas categorías que pueden aplicarse a la verdad o a la falsedad, ya que se suele ver en ellas, bien sea una sustancia, una propiedad o una relación. En ciertas formas del 3 Austin, John L.: «Verdad» en Ensayos Filosóficos, Madrid, Revista de Occidente, 1975. 4 Theories of Truth, The MIT, Cambridge, 1995, cap. 2. 86 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD hablar común, en muchos giros retóricos se advierte el uso sustantivo de la palabra verdad en frases como «La verdad se impone al final», «la ciencia busca la verdad». La verdad entendida como sustancia ha sido históricamente interpretada desde un punto de vista religioso y metafísico, como una suerte de entidad que habla, se manifiesta o se revela en una hipostasiación. Leemos así en el Evangelio de San Juan la frase de Cristo: «Yo soy el camino, la Verdad y la Vida». O cargada de claras resonancias escatológicas nos damos con frases como «la Verdad salva» o «la Verdad os hará libres». Para Wittgenstein la verdad no es una sustancia ni una cualidad sino una relación, tal como lo exige su adhesión a la teoría de la correspondencia. La verdad en el Tractatus y Notebooks. El problema de la verdad está vinculado a la teoría figurativa del lenguaje que presta a su vez la base para sustentar la idea clásica de la verdad como correspondencia. Según se ha reiterado en diversas ocasiones, la teoría de la correspondencia tiene su origen en la filosofía de Aristóteles y fue Santo Tomás quien la forjó sintéticamente en una frase convertida en paradigmática. Dice Aristóteles: Decir de lo que es que no es y de lo que no es que es, es falso; decir de lo que es que es y de lo que no es que no es, es verdadero (Metafísica, IV 7, 1011 b26). Santo Tomás echó a rodar luego la frase que expresa sintéticamente la verdad como correspondencia o adecuación entre el intelecto y la cosa. Quae quidem concordia adaequatio intellectus rei dicitur. Veritas est adaequatio rei et intellectus: la verdad es adecuación de la cosa y el intelecto.5 Santo Tomás, como se hizo posteriormente, reconoce variantes sin- 5 Questionae Disputatae de Veritate, Quaestio1, Articulos 165 - 190. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 87 tácticas de la formulación de la teoría de la correspondencia, y se tiene entonces la adecuación de la cosa al pensamiento o simplemente se habla de la adecuación del pensamiento y de la cosa. También, últimamente, se formularon variantes semánticas de la teoría a las cuales aludiré después, y a ese propósito quiero recalcar que en la teoría de la verdad en este período de la filosofía del Tractatus, junto a la adhesión a la teoría clásica de la correspondencia, se advierten formulaciones como la de Tarski y también las teorías de la redundancia o deflacionaria y la de la versión minimal. Esta última se puede formular así: «La proposición de que p es verdadera si y sólo si la proposición dice cómo las cosas son» (o si corresponde a un hecho). Como otras variantes de la teoría de la correspondencia se suelen señalar la de la correlación y la de la congruencia o isomorfismo, propia de Wittgenstein. Ahora bien, en todas las formulaciones se plantean tres cuestiones referentes a la proposición, la realidad y la relación entre ambas. Los demasiados compromisos metafísicos de esta relación –la de la proposición con la realidad– han conducido a una formulación que no implica los supuestos ontológicos de que está lastrada la teoría clásica. Como dije, la condición figurativa del lenguaje sirve de base a la idea de la verdad, y esta idea de la figuración es tal que constituye no simplemente una característica más sino la esencia misma de la proposición. En efecto, «la proposición sólo dice algo en la medida que es una figura» (Tract 4.03). Decir que la proposición es una figura (Bild), un modelo de la realidad (Tract 4.01), es postular que a cada uno de los elementos simples de ella –los nombres– corresponden los elementos de la realidad – objetos simples. Se trata, según se ha dicho reiteradamente, de isomorfismo, si bien Wittgenstein no utiliza esta palabra. Y esta idea del isomorfismo y de la figuración, junto con la bipolaridad de la proposición, constituyen los pilares de la teoría de la verdad, una nueva versión de la idea de la correspondencia. De este modo, la relación de la proposición con la realidad se hace inteligible a la luz de su bipolaridad según la cual una proposición es susceptible de ser verdadera o falsa. Por otro lado, importa destacar aquí dos aspectos: a) a partir de 88 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD este rasgo constitutivo de la figuración es fácil advertir que la proposición sólo diga algo en la medida en que es una figura (Tract 4.03) y sólo en la medida en que la proposición figura o representa la realidad es verdadera o falsa (Tract 4.06). Vale decir que toda la capacidad comunicativa del lenguaje está supeditada indisolublemente a la condición figurativa de la proposición. Y a su vez, la verdad arraiga en el carácter figurativo de la proposición. En la figuración está la grandeza pero también el límite de la proposición. b) La teoría figurativa culmina con la afirmación de que la esencia de la proposición es la esencia del mundo (Tract 5.4711). Por su parte, esta afirmación conlleva implicaciones ontológicas que permiten matizar la vieja relación filosófica de lenguaje y mundo. Me importa, por último, subrayar –para una ulterior precisión sobre la verdad– que la proposición no se agota en el decir, sino que tiene la posibilidad de mostrar, que viene a superar de algún modo la limitación intrínseca de expresar su propia forma (Tract 4.022, 4.121, 4.1212). La verdad de la proposición. Como dije, el portador de verdad es la proposición (Satz), definida como «lo que puede ser verdadero o falso...» «Proposición es todo aquello que puede ser negado» (PG §79). Recordemos que la verdad está ligada a la condición figurativa del lenguaje y gracias a la figuración, la verdad se vincula con la realidad o el mundo. De esta manera, por medio de la figuración se restaura la teoría clásica de la verdad, como puede apreciarse en muchos textos del (Tract) y de (NB) aunque ahora cobra un aspecto nuevo, una nueva modulación, dada por la concepción isomórfica del lenguaje. Y por ello mismo, la determinación del método de la figuración es una exigencia previa a la comparación de la proposición con el mundo para saber si es verdadera o falsa. Conforme a la teoría de la correspondencia, la verdad es fruto del cotejo de la proposición con los aspectos que presentan el mundo o la realidad. Y esta idea de la comparación preside también –gracias a la figuración– la teoría wittgensteiniana de la verdad: si la proposición o figuración concuerda con la realidad, es verdadera; si no concuerda, es falsa. Por lo tanto, la verdad no es a priori, no existe una figura a priori porque la REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 89 verdad es el resultado de una comparación de la proposición con la realidad. La formulación es clara; refiriéndose a la figuración –que es la condición de la proposición– expresa: «Su verdad o falsedad consiste en el acuerdo (Übereinstimmung) o desacuerdo de su sentido con la realidad» (Tract 2.222). Líneas arriba dije que las variantes sintácticas de la teoría de la correspondencia hablan no sólo de la adecuación del pensamiento a la cosa, sino también de la adecuación de la cosa al pensamiento, variantes éstas que tienen cabida en el Tractatus al expresar: «La realidad es comparada con la proposición» (Tract 4.05) y la proposición es verdadera o falsa en la medida que es una figura de la realidad (Tract 4.06). Una variante –tal vez meramente lingüística– de la formulación está en hacer que la realidad se compare con la proposición y no la proposición con la realidad (Tract 4.05), variante ésta que se advierte en la formulación clásica. También puede considerarse la siguiente formulación como una variante que elude el concepto de comparación: «Si una proposición es verdadera existe algo» (NB 15.5.15). La idea de «mostrar» esquiva –como en la teoría minimal– las críticas que suscita la idea de la concordancia y las no siempre deseadas consecuencias ontológicas, que plantea la relación de concordancia. Donde también se esfuma el polémico concepto de comparación es en la siguiente formulación que implica la teoría deflacionaria, expresada antes por Ramsey: « ‘p’ es verdadera no expresa otra cosa que ‘p’». Y repite ésta con una variante que ha sido por lo demás muy examinada: «p» es verdadera = p «p» es falsa = ~ p «Lo que él dice es verdadero = la cosa se comporta como él dice» (Was er sagt, ist wahr, es verhält sich so, wie er sagt) (PG §79). Como se ve, hay en Wittgenstein otras formulaciones de la verdad diferentes a la de la correspondencia, próximas algunas a la teoría minimal, a la deflacionaria o redundancia y aún ciertos ecos de la verdad tarskiana, pero menos relevantes que la convicción isomórfica. 90 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD De la teoría minimal, puesta últimamente sobre el tapete, Alston6 da la siguiente formulación: «(p) la proposición de que es verdadera: si y sólo si es un hecho que p». Y Lynch7 expresa a su vez: «la proposición de que ‘p’ es verdadera si y sólo si las cosas son como la proposición de que p dice que son». Con esta formulación pretende zafarse de las consecuencias ontológicas que trae consigo la teoría de la correspondencia a favor de una posición ontológicamente neutral. Estaríamos frente a un realismo minimal. Una evidente aproximación a la teoría minimal se advierte en algunas formulaciones de la verdad como la que reza el siguiente aforismo: «Porque una proposición es verdadera cuando las cosas se comportan como lo decimos con ella...» (Tract 4.062). En esta misma línea de pensamiento minimal –digámoslo así– se puede considerar el siguiente aforismo en el cual figura la importante apelación a la idea del mostrar: «La proposición muestra su sentido. Si es verdadera, la proposición muestra cómo se comportan las cosas. Y dice que se comportan así» (Tract 4.022). Por otro lado, hay formulaciones que, al igual que las variantes minimales, descargan el peso ontológico de la correspondencia, esquivando precisamente, su apelación a ésta. En este sentido, puede leerse la afirmación ya mentada: «Si una proposición es verdadera existe algo» (NB 15.5.15). También advertimos ecos tarskianos en la formulación: «Hablando estrictamente, es incorrecto decir que entendemos la proposición p cuando sabemos que ‘p’ es verdadera ≡ p» (Appendix I Notes of Logic, p. 94, IF §136). Y acaso por influencia de la idea de la verdad como redundancia de Frank Ramsey expresa Wittgenstein: «¡ ‘p’ es verdadera no expresa otra cosa que p!». Ramsey8 ilustraba su idea con este ejemplo: «‘Es verdad que César fue asesinado’ no dice otra cosa sino que César fue 6 Alston, William P., A Realist Conception of Truth, London, Cornell University Press, 1966, p. 38. 7 Lynch, Michael P., Truth in Context. An Essay on Pluralism and Objectivity, T., Cambridge MIT Press, 1998, p. 126. 8 The Foundations of Mathematics and Other Logical Essays, VI Facts and Propositions, N. York, Harcourt, 1931, p. 143. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 91 asesinado, y ‘Es falso que César fue asesinado’ significa que César no fue asesinado». Hay en Santo Tomás9 cierto vislumbre de la idea de la redundancia con su definición de la palabra “nugatio” cuya aplicación a la noción de verdad rechaza. «Nugatio» (redundancia) es la repetición inútil de lo mismo: en consecuencia, si verdadero fuese lo mismo que ente, habría (nugatio) redundancia al decir ente verdadero, lo cual es falso, porque no son lo mismo. Más allá de estas insinuaciones a la teoría minimal y a la de la redundancia, cabe recalcar que la teoría prevaleciente en este período de la filosofía de Wittgenstein es la naturaleza figurativa de la verdad, próxima a la clásica concepción de la verdad como correspondencia. Y en este sentido se enfrenta con el viejo problema de la relación del lenguaje con el mundo o la realidad. Como resumen de la teoría de la verdad en el primer período de la filosofía de Wittgenstein, destaco los siguientes puntos. La teoría de la verdad se funda en la teoría figurativa del lenguaje y de la proposición, sobre la cual se asienta, a su vez, la comparación porque al comparar la figura con la realidad puede aquella concordar con ésta o no. Y en esta idea de la figuración y en la relación isomórfica radica la especificidad de la teoría wittgensteiniana de la verdad con relación a la teoría clásica de la concordancia. Ahora bien, uno de los problemas filosóficos, planteado desde los albores del pensamiento griego y renovado con extraña vitalidad en el pensamiento contemporáneo es el de saber si la verdad es relativa o absoluta, esto es, si es incondicionada o, por el contrario, dependiente, bien sea del sujeto que conoce, bien sea de situaciones históricas o culturales. No es mi propósito aquí el entrar en esta discusión, pero sí señalar que la teoría figurativa de la verdad, tal como la formula Wittgenstein, arrastra consigo el carácter absoluto de la verdad: si la proposición concuerda con la realidad y la realidad exhibe una estructura rígida reflejada en el 9 Questionae Disputatae de Veritate, Articulo Primo. 92 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD lenguaje, no puede ser más que verdadera y si no concuerda no puede ser más que falsa. «La realidad tiene que quedar fijada por la proposición en orden al sí o al no» (Tract 4.023). La teoría figurativa garantiza la imagen unitaria del mundo, una visión impersonal porque el sujeto, la subjetividad, no participa en el proceso de la figuración. No asoma, efectivamente en la teoría figurativa la íntima vinculación del hombre con la verdad presente, como vimos tanto en Santo Tomás como en Heidegger. No hay circunstancias históricas o culturales que afecten la relación veritativa que la proposición guarda con la realidad; es una relación rígida, totalmente estructurada y tributaria del atomismo lógico, propiciada en su momento por Russell y Wittgenstein. Sólo con el abandono de este atomismo y el del privilegio conferido a la proposición descriptiva, apta para un lenguaje exclusivamente figurativo representativo podrá abrirse paso otra idea de la verdad más rica y más próxima a las complejidades del lenguaje. En consecuencia, muchas críticas lanzadas a la teoría de la correspondencia –como la índole de la relación misma de la correspondencia y su referencia a hechos del pasado o a los hechos negativos– son válidas para la idea de Wittgenstein, al punto que el propio Wittgenstein encontraba enigmática esta relación según las palabras siguientes: La dificultad de mi teoría de la figuración (Abbildung) era encontrar la conexión entre los signos en el papel y un estado de cosa (Sachverhalt) fuera en el mundo. Siempre dije que la verdad es una relación entre la proposición y el estado de cosa, pero nunca pude dar con semejante relación. (NB 27.10.14). Segundo período. Tras este paisaje sin matices de la condición figurativa que el Tractatus exhibe ejemplarmente, nos aguarda en las obras posteriores una más fecunda y compleja perspectiva del lenguaje. De esta suerte, es llamativo el hecho de que en el segundo período apenas se encuentre alguna que otra referencia al problema de la verdad, cosa que contrasta con las distintas y minuciosas consideraciones pre- REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 93 sentes en Notebooks y en el Tractatus. Una explicación plausible es que la verdad ha sido destronada del privilegiado solio intelectual que hasta entonces ostentaba para ocupar ahora una humilde posición dependiente de conceptos más decisivos y fundamentales. Una nueva imagen del lenguaje, la idea de uso, de aire de familia, de contexto y de sistema, la forma de vida, una diferente noción de acuerdo (Übereinstimmung) y la acción constituyen la compleja trama en la cual ahora aparece inserta la verdad. Queda arrinconado el isomorfismo, esa rígida relación estructural entre el lenguaje y la realidad, porque es el uso (IF § 43) el que da cuenta ahora del significado de una palabra vinculada siempre a un juego del lenguaje (IF § 23) – nociones éstas claves en este período de la filosofía de Wittgenstein. En efecto, sólo el uso y los juegos del lenguaje permiten valorar las múltiples y disímiles funciones de las oraciones, no constreñidas ahora a las oraciones asertivas o descriptivas o representativas del Tractatus. Al caracterizar «juego del lenguaje» como “el todo formado por el lenguaje y las acciones con las que está entretejido” (IF § 7) y se-ñalar que «el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida» (IF § 23), es fácil advertir que sean muy variadas las funciones que Wittgenstein atribuya al lenguaje, como describir un objeto, dar órdenes, contar cuentos, formular una hipótesis, suplicar, maldecir… (IF § 23). Ante esta nueva riqueza conceptual se perfila con claridad una diferente concepción del lenguaje y con ello un enfoque original de la enigmática noción de verdad. Sistema y contexto. Dos conceptos conectados con los juegos del lenguaje, a los cuales Wittgenstein confiere especial significación, son los de sistema y contexto (Zusammenhang) aplicados a diferentes realidades o situaciones, que sólo tienen sentido dentro de un sistema adecuado o pertinente. Entre las múltiples aplicaciones sólo mencionaré algunas y daré cabida en ellas a la idea de verdad. De esta manera, constatamos que nuestras convicciones constituyen un sistema (UG § 102), la creencia y la duda se insertan siempre en un sistema de proposiciones 94 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD (UG § 247). La duda –sobre la cual Wittgenstein hace observaciones anticartesianas en otros textos– se inserta, en efecto, en un sistema porque dicho sistema es tal que acepta unas creencias y rechaza las que invalidan los frutos de la enseñanza y la observación (UG § 279). También nuestro saber, lejos de ostentar aislamiento o soledad, disfruta del honor de moverse y organizarse dentro de un sistema (UG § 410) que, al igual que el signo, «sólo tiene vida dentro del sistema» (Z § 146). Agreguemos, por último, las siguientes aplicaciones: la acción, al igual que las palabras, sólo tiene sentido dentro de un determinado contexto (IF, parte II, p. 435), y las argumentaciones son tales que la prueba, la confirmación y la refutación de una hipótesis operan en el seno de un sistema (UG § 141). No es, pues, de extrañar que la íntima conexión existente entre el lenguaje y la verdad cobre ahora distinto perfil a la luz de los nuevos conceptos de juegos de lenguaje, sistema y contexto. No hay una sola forma de representar la realidad, según la visión del Tractatus, sino que los diferentes juegos del lenguaje conllevan distintas formas de presentación de la verdad. Entre las escasas frases alusivas a este modo de ver la verdad, señalamos la siguiente aseveración: «La verdad de nuestros enunciados de experiencia pertenece a nuestro sistema de referencia» (Bezugsystem) (UG § 83). Formas de vida. Quedan descalificadas por imposibles las pretensiones de alcanzar una verdad absoluta, de esa verdad que supone la existencia de una única función del lenguaje, centrada en la representación de la realidad o en su adecuada transcripción. Frente a esta rígida noción de la verdad, se abre paso la idea plástica, cambiante, de verdades múltiples, cuyos sentidos se conforman con las exigencias de los distintos juegos del lenguaje y al colorido propio de la forma de vida. Como para captar la verdad hay que comprender el lenguaje en que se expresa, no se puede alcanzar esta comprensión si no se adentra uno en la forma de vida que la nutre con sus experiencias y costumbres. Reiteradamente recurre Wittgenstein al ejemplo de la necesidad de adentrarse en la forma de vida de una comunidad primitiva para comprender el significado de sus palabras y expresiones. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 95 Se hace más comprensible esta dependencia de la verdad tocante al juego del lenguaje si se tiene en cuenta que lo que confiere significado a las palabras no es la representación del mundo o de la realidad sino el uso: «el significado de una palabra es su uso en el lenguaje» (IF § 43). Esta frase de Wittgenstein se ensancha filosóficamente cuando proclama: «Las palabras sólo tienen significado en el curso del pensamiento y de la vida» (Z. § 173). Si las creencias, la duda, el saber, las convicciones, el signo, sólo tienen vida dentro de un sistema, al abandonar la rígida noción de correspondencia no podría correr suerte diferente la verdad. Ahora confiesa Wittgenstein que cuando se habla de verdad o falsedad no queda clara la noción ni la aplicación de acuerdo (Übereinstimmung) con los hechos (UG §§ 199 y 215). En la nueva perspectiva, la crítica a la noción de concordancia lleva implícita la crítica a la verdad vista como correspondencia de la proposición con la realidad; se trata ahora de una noción diferente de Übereinstimmung, de un acuerdo de los hombres que, más allá de sus opiniones, es un acuerdo de la forma de vida que es donde, en definitiva, reside el fundamento de la verdad. La siguiente declaración es inequívoca: Dices, pues, que la concordancia de los hombres dice lo que es verdadero y lo que es falso. Verdadero y falso es lo que los hombres dicen y los hombres concuerdan en el lenguaje. Esto no es una concordancia de opinión sino de forma de vida. (IF § 241). Ahora resulta claro que la verdad –muy distante de resonancias absolutas– sólo tiene significación, vida, en relación con el uso de las palabras y expresiones y los juegos del lenguaje, situada, en suma, dentro de un sistema que implica una forma de vida, de pensar y actuar. Ahora el uso de «verdadero» y «falso» es parte constitutiva de un juego de lenguaje (IF § 136) porque «la verdad de ciertas proposiciones de experiencia pertenece a nuestro sistema de referencia» (UG § 83). Ahora bien, si «un significado de una palabra es una forma de emplearla» (Verwendung) (UG § 61), si este rasgo es propio de las pala- 96 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD bras, esto es, si todas las palabras vinculan íntimamente su significado al empleo que se hace de ellos, las palabras «verdadero» y «falso» adquirirán un significado propio según el contexto o juego del lenguaje. De esta forma, dejan de tener este valor intocable que muestran cuando se las considera reflejo de una realidad totalmente independiente de ellas. La verdad aparece no ya como la esquemática referencia a los hechos, vinculada al mundo directamente y sin rodeos, sino como la proposición de un sistema cargada de energía, de experiencias, de alternativas dadas por las distintas creencias y los distintos juegos del lenguaje. Podría decirse que las creencias configuran distintos juegos del lenguaje, y la conjunción de juegos y creencias sirve de sustento a las verdades. Ahora aparece la verdad ligada no sólo a las contingencias de la vida personal sino a las contingencias históricas, unas veces con la defensa temeraria de convicciones renovadoras y con la cruel obstinación de creencias desventuradas. ¿Cómo comprender, si no, la tortura y la muerte que sufrieron apóstoles y héroes que ofrendaron su vida a la verdad que ellos sustentaban inquebrantablemente? Por ello, dice Wittgenstein, exhibiendo sensibilidad histórica, que lo que a los hombres les parece razonable en una época, a otros les parece irrazonable (UG § 336). Es en el contexto histórico, en determinado juego del lenguaje donde, la verdad, vinculada con la razonabilidad, con las creencias aceptadas individual o colectivamente, cobra una significación para la acción y para la vida, según las siguientes palabras de Wittgenstein: «Llamaré también ‘juego del lenguaje’ al lenguaje y las acciones con las que está entretejido» (IF § 7). Cobra así significación la idea de que la verdad se halla en la convergencia de varias líneas conceptuales: el lenguaje y sus diversos juegos, la multiplicidad de creencias, las variadas formas de vida y la razonabilidad, transcripta ésta en los diversos juicios de las gentes y de las comunidades referentes a temas diversos, éticos, religiosos, científicos susceptibles de enfoques antagónicos. El que la forma de vida –las creencias, los hábitos, los pareceres – haga que consideremos algo como verdadero o como falso está formulado con claridad en Investigaciones Filosóficas (§ 241) donde Wittgenstein formula una llamativa secuencia conceptual que toma como hilo la idea REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 97 de concordancia (Übereinstimmung): los hombres concuerdan en un decir verdadero o falso, que es concordancia en el lenguaje y esto, en definitiva, viene a parar en la concordancia con la forma de vida. Constreñida a una relación puramente lógica con la realidad, la idea de la concordancia se amplía ahora, se enriquece, se vincula a la forma de vida, a la experiencia humana, dando de esta manera a la verdad una significación pragmática desconocida en la versión semántica del Tractatus. En efecto, la verdad se da si podemos concordar entre todos (Wenn wir nun Alle hierin übereinstimmen, wir es da nicht wahr sein?, (IF § 594) y esta concordancia, como se ve, dista mucho de la concordancia semántica que apunta a la intocable realidad. A una visión más rica del lenguaje corresponde una visión más rica de la verdad: a tal certeza nos lleva el uso, los juegos del lenguaje y la forma de vida; por lo demás, el lenguaje es como una ciudad (IF § 18), con barrios nuevos y viejos, con calles rectas y callejuelas tortuosas. De igual modo, los distintos momentos históricos del lenguaje conservan palabras desgastadas junto a expresiones nuevas y creadoras que confieren a lo verdadero el valor que más concuerda con el sistema de referencia. Más que como predicado, la verdad es una función, un concepto dependiente de los juegos del lenguaje, cada uno de los cuales marca el sentido u orientación de los enunciados. La multiplicidad de las significaciones de los juegos del lenguaje contrasta con la dirección única del lenguaje declarativo o representativo del Tractatus. Según dije, la noción de verdad se estructura en torno a los conceptos de uso, contexto, juego de lenguaje y forma de vida, y como hace resaltar Jorge Vicente Arregui,10 la forma de vida en su condición de fundamento no es susceptible de ser verdadera o falsa. Con cierto aire metafísico y, como coronando sus ideas, proclama Wittgenstein que si verdadero es lo que está fundado, el fundamento (Grund) no es ni verdadero ni falso. Así las cosas, la forma de vida constituye cimiento inconmovible de la verdad. 10 Acción y sentido en Wittgenstein, Pamplona, Universidad de Navarra, 1984, p. 170. 98 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD REFLEXIONES LA 99 EN TORNO A LA VERDAD VERDAD Jorge E. Saltor Advertencia. Este trabajo, escrito hace ya varios años ad usum scholarum, pretende mostrar un mapa general del tema de la verdad, cuyos relieves morfológicos –para decirlo de una manera metafórica– indiquen aquello que no puede eludirse cuando se emprende una investigación crítica de dicho tema. El análisis minucioso de algunas cuestiones lo he realizado ya en dos libros: La crisis de la noción de verdad, Tucumán, UNT, 1972 y Verdad y conocimiento en Russell, Tucumán, UNT, 1993. Espero, Dios mediante, publicar una obra más completa, documentada y analítica sobre la verdad en los próximos años. El intento está ya iniciado, pero su conclusión depende de factores cuyo total dominio escapa a mis deseos. De todos modos, aunque he realizado cambios importantes con relación a la primera versión, esta segunda también está escrita para uso de mis alumnos de Gnoseología. Introducción. Para muchos pensadores, el tema de la verdad es la cuestión fundamental de la filosofía. Aristóteles, por ejemplo, piensa que ésta «es la ciencia teórica de la verdad» y que se deben hacer inauditos esfuerzos para llegar a lo que pueda considerarse como un enunciado verdadero. Filósofos actuales, de muy distintas tendencias, como Russell y Heidegger, piensan asimismo que la reflexión básica de la filosofía teórica es justamente la dilucidación de la naturaleza de la verdad y de los criterios por medio de los cuales el hombre puede, de alguna manera y en alguna medida, tener un pensamiento verdadero. Digamos, antes que nada, que por lo general en la tradición filosófica la verdad es una noción indefinible, en el sentido de que no se subsume en algún otro concepto más universal; el filósofo puede aproximarse a la 100 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD verdad, describirla de un modo u otro, mostrarla por medio de sinónimos o imágenes adecuadas, pero de ninguna manera puede delimitarla teóricamente mediante otras nociones que tengan más universalidad. Algunos pensadores, como Descartes, inclusive han sostenido que hay un saber prerreflexivo y en cierta manera connatural de la verdad, pues de lo contrario no se explicaría cómo puede el hombre, en ciertas circunstancias de la vida ordinaria, distinguir entre una enunciación verdadera y otra falsa. Un campesino, por ejemplo, cuya educación apenas satisface las exigencias de la escolaridad primaria, puede sin dificultad reconocer la verdad del enunciado «llueve» cuando, efectivamente, está lloviendo. Y, a propósito de la mención de Descartes, y para comprender cabalmente su filosofía, como así también las vinculaciones metafísicas de la noción de verdad, es menester considerar tal filosofía propiamente como un teologismo, dada la importancia que Dios tiene en todo su sistema. «La dinámica de la gnoseología cartesiana, dice Rábade Romeo, viene toda impulsada desde Dios». 1 Si Éste es perfecto y veraz, entonces su criatura por excelencia, el hombre, debe tener vestigios de la perfección divina y, en el orden del conocimiento, debe poseer una aptitud, un criterio, para distinguir lo verdadero de lo falso. Tal criterio, en Descartes, es la capacidad de concebir ideas claras y distintas; además, al habernos Dios provisto de ideas innatas, nos ha proporcionado una especie de garantía para superar el engaño y la falsedad que los sentidos pueden provocar. A pesar de su radical indefinibilidad, hay desde luego diversas interpretaciones de la verdad; muchas veces éstas tienen que ver con la peculiar cultura en la que fueron formuladas. La verdad, por ejemplo, ha tenido entre los griegos un sentido diferente del que tuvo entre los hebreos, y los matices que se enfatizaron en la Edad Media fueron luego descartados en la época moderna, con ocasión del advenimiento de la era tecnológica y de la civilización industrial. Mas a pesar de las diversas 1 Verdad, conocimiento y ser, Madrid, Gredos, 1965, p. 54. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 101 interpretaciones que se han propuesto, no hay que creer que alguna de ellas excluye necesariamente a las otras, sino más bien que tales interpretaciones pueden constituir escorzos –perspectivas parciales e incompletas– de la verdad como tal. De estas perspectivas vamos a hablar ahora. Hay en general interpretaciones gnoseológicas (o epistemológicas), metafísicas y éticas de la verdad. Sobre estas últimas nada se dirá por el momento. Es absolutamente necesario mostrar, mediante un análisis de la verdad en Platón y, sobre todo, en Aristóteles, que esta triple visión –gnoseológica, metafísica y ética– de la verdad es sólo aparente, pues no se puede ni histórica ni teóricamente trazar una divisoria tajante entre ellas. 2 l. Perspectivas gnoseológicas o epistemológicas Veamos ahora algunas importantes interpretaciones gnoseológicas de la verdad. En las cinco perspectivas metafísicas que habrán de estudiarse posteriormente, el ser es condición suficiente de la verdad: basta que haya ser (las cosas, Dios, las ideas divinas...) para que haya también verdad. Pero, en las interpretaciones gnoseológicas juegan un papel fundamental no sólo el ser, sino también la relación cognoscitiva que el hombre pueda tener con éste. 1. Es casi universalmente aceptada la teoría gnoseológica de la correspondencia entre el pensamiento y las cosas (objetos o situaciones objetivas o entes; en el presente trabajo, estas expresiones son tomadas como equivalentes; no obstante, por razones cuya aclaración puede dejarse de lado por ahora, pienso que las palabras apropiadas son «hechos», «sucesos» o «acaecimientos» cuando se refieren al dominio empírico). Se suele caracterizar la verdad como la adecuación entre el pensamiento y la cosa, como la concordancia entre el juicio de la inteligencia y el objeto al cual se refiere el juicio. Un enunciado es verdadero en la me- 2 Para el estudio del problema ético de la verdad, conviene empezar por una lectura reflexiva de santo Tomás de Aquino: Summa Theologica, IIa-IIae, q. 15, art. 3. 102 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD dida que corresponde a la situación objetiva mencionada; en caso contrario, es falso. En la filosofía tradicional, el lugar propio de la verdad epistemológica es el juicio (enunciado o proposición enunciativa). En rigor, no se puede decir que un concepto o un razonamiento sean verdaderos; lo que es verdadero es el juicio. Algo que se ha discutido mucho a lo largo del siglo XX es el problema de los «portadores de verdad». Las respuestas son varias, pero, para los fines de este trabajo, son importantes sólo dos. Basados en la tradición del Teeteto de Platón y en la del empirismo de William James, muchos filósofos mantienen que los «portadores de verdad» son las creencias, no los juicios. Por mi parte, prefiero mantenerme en la línea clásica y continuar sosteniendo que son las proposiciones enunciativas los portadores de verdad en sentido estricto. 3 Ahora bien, el juicio no es un mero espejo o copia de la realidad, sino, por el contrario, el resultado de un proceso en el que intervienen activamente el sujeto de conocimiento y la cosa ofrecida al intelecto. La adecuación entre éste y el ente es posible porque el hombre pone en juego sus propias capacidades sensoriales e intelectuales y, sobre todo, su aptitud para elaborar abstractivamente, inmaterialmente, la cosa dada y, además, su aptitud para establecer conexiones sintéticas entre diversos conceptos. Al mismo tiempo, la verdad es posible porque la cosa se ofrece intencionalmente, es decir, despojada de su materialidad, a la inteligencia cognoscente. La verdad como correspondencia es, pues, posible por la conjunción de una actividad inmanente del sujeto –la abstracción y los modos generales de la inferencia– y por una presencia peculiar de la cosa en el intelecto, presencia que se denomina «ser intencional» y que supone, por cierto, una específica teoría ontológica del ente. La definición de la correspondencia que da santo Tomás es la siguiente: adaequatio intellectus et rei. La atribuye, al parecer equivocadamente, a Isaac ben Israeli. En De Veritate q. 1, a. 1, muestra que tanto la definición agustiniana, como la de Avicena, como la de san Hilario y 3 He tratado extensamente esta cuestión en mi libro: Verdad y conocimiento en Russell, pp. 197 y ss. La compilación de Phillips Griffiths: Conocimiento y creencia, México, Fdo. de Cultura Económica, 1974, es muy orientadora respecto de este tema. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 103 otras aluden a los fundamentos metafísicos de la verdad, pero que ésta, formalmente, consiste en una correspondencia expresada en el enunciado o juicio. Pero, en rigor, ¿es el intelecto o la cosa lo que hay que tener en cuenta en una descripción satisfactoria de la verdad desde el punto de vista epistemológico? Veamos una opinión compartible: «Incluso podríamos añadir que el entendimiento es el elemento principal en las dos clases de verdad más importantes para el Aquinate: la verdad ontológica, que se predica de las cosas en cuanto éstas se adecuan al entendimiento divino; y la verdad lógica que se predica del entendimiento humano en cuanto éste se adecua a las cosas».4 A esta teoría de la correspondencia se le han opuesto diversas objeciones. Una de ellas afirma que es imposible confrontar el pensamiento con la realidad (puesto que el primero pertenece al ámbito de lo psíquico, mientras que la segunda al de lo no-psíquico), y que sólo se pueden comparar las representaciones actuales con otras representaciones ya anteriormente adquiridas. De este modo, la verdad no sería la adecuación entre el juicio y la cosa sino más bien la confirmación de mi pensamiento actual por otros pensamientos ya existentes en mí. Es fácil ver que esta objeción carece de peso, pues el hecho de que un enunciado, para ser verdadero, tenga que remontarse a otros plantea más bien la cuestión de cómo se justifica la verdad, y no la cuestión de qué sea ésta. Además, si no se quiere caer en una regresión al infinito, que ineludiblemente desembocaría en el solipsismo, los antecedentes tienen alguna vez que haber sido confrontados con los hechos y verificados por éstos. Es importante notar que si la verdad es la conformitas con el ser, tal conformitas no puede darse sino en aquello que es esencialmente receptivo, es decir, en aquello que puede ser adecuable a todo ente o modalidad de éste. Lo «esencialmente receptivo» es el entendimiento –fundamentalmente su operación originaria: la proposición– de manera que Aristóteles y santo Tomás tienen razón cuando afirman que el entendimiento es, en cierto modo, todas las cosas: quodammodo est omnia. La 4 Rábade Romeo: op. cit., p. 39. 104 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD sensibilidad, en cambio, no es esencialmente receptiva, pues hay entes, los ideales, que no constituyen referentes de su actividad. Además, la psicología contemporánea nos muestra que la sensibilidad tiene alcances limitados, llamados por los psicólogos del siglo XIX «umbrales de la sensación», de manera tal que hay porciones incontables del ente que no pueden ser capturadas por los sentidos: así, una partícula elemental o un hecho acaecido siglos antes no son referentes de mi sensibilidad. Pero es importante mostrar que, a pesar de ello, pueden ser representaciones de mi entendimiento y que puedo formular sobre los inobservables diversas proposiciones con un determinado valor veritativo. No hay que desconocer, con todo, que hay también intrínsecas limitaciones intelectuales –no ya sensoriales– que han sido largamente estudiadas y discutidas por la ciencia actual. Por ejemplo, en la aritmética de los enteros positivos hay fórmulas que no son decidibles, a menos que se caiga en contradicciones, según lo ha mostrado, entre otros, Kurt Gödel; asimismo, en microfísica, y de acuerdo con las investigaciones de Heisenberg, deberíamos renunciar a conocimientos categóricos y contentarnos con meras aproximaciones estadísticas. Hay, en la filosofía contemporánea, un renacimiento sugestivo de la tradicional teoría de la correspondencia. Por ejemplo, el lógico polaco Alfred Tarski propuso la denominada «teoría semántica», cuya interpretación ha generado numerosos comentarios. El propósito explícito de Tarski es mostrar que la palabra «verdadero» sólo puede usarse en ciertos lenguajes cuya estructura sintáctica impida la aparición de paradojas, de modo tal que estos lenguajes deben tener corrección formal; otro propósito tarskiano consiste en afirmar que la verdad puede ser definida recurriendo a la noción lógico-matemática de «satisfacción de una función proposicional» por valores que sean pertinentes. Así, si en la función proposicional F(x), «F» significa «ser filósofo», y la variable individual «x» puede ser sustituida por «Aristóteles», entonces el enunciado resultante: «Aristóteles es filósofo», es verdadero, pues el valor asignado a la variable individual satisface el predicado «F». Bertrand Russell, a su vez, en Investigación sobre el significado y la verdad, ha mostrado que es necesario establecer cuidadosamente cuá- REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 105 les son las condiciones necesarias y suficientes de la verdad de un juicio, en razón de que hay diversos tipos de juicios. En efecto, la determinación de la verdad de un enunciado atómico es diferente de la de un enunciado molecular; inclusive las proposiciones enunciativas generales, tanto universales como existenciales, requieren consideraciones propias en lo que respecta a su valor de verdad; en fin, las oraciones que contienen descripciones («El rey de Francia», «El manco de Lepanto»…) son verdaderas cuando se dan conjuntamente tres precisas condiciones: que exista el individuo, que no haya más de un individuo para una determinada descripción y que tal individuo posea la propiedad mentada. Por otra parte, la noción de verdad está asociada con la de significado, problema filosófico extraordinariamente complejo, y con la de causa, pues un enunciado básico de experiencia sólo es verdadero en la medida que esté corroborado por un correspondiente verificador. 2. Para el idealismo en general, la verdad de un juicio consiste en la congruencia, o coherencia, que dicho juicio tiene con todos los demás. Un enunciado cualquiera es verdadero, pues, en la medida que se infiere de otro o de otros enunciados. Dicho de una manera distinta, la verdad de un enunciado es la posibilidad cumplida que tiene de ser deducido. Si la teoría de la correspondencia o adecuación implica un salir fuera (un trascender) de la conciencia, para relacionar un juicio con las cosas, esta teoría de la coherencia implica un permanecer (una inmanencia) en el universo del pensar. Es claro que en algunas disciplinas científicas, como la lógica y las matemáticas, los enunciados son verdaderos porque mantienen una íntima congruencia con otros enunciados afines; esto puede verse con claridad en la forma deductiva que tiene la geometría, donde los teoremas se derivan de los axiomas o de otros teoremas de nivel superior por la rigurosa aplicación de las reglas lógicas de la inferencia (algoritmos). Hegel, que es uno de los filósofos que con mayor profundidad han defendido esta concepción de la coherencia, afirma que la verdad está en el todo; y, efectivamente, un juicio nunca es totalmente verdadero pues está conectado con otros juicios y éstos, a su vez, con otros diferentes…La verdad aparece, pues, como un atributo de la totalidad lógica, racional. Dicho sea de paso, la concepción de Hegel es razonable 106 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD para un entendimiento omnisciente, pero, según creo, no es aplicable a nuestros entendimientos finitos, limitados. Es obvio que esta concepción de la verdad, válida en el dominio de las ciencias formales, no puede ser aplicada al conocimiento cotidiano y a las ciencias factuales. Una ley científica, si bien es por lo general deducida de otras, es verdadera –mejor aún: altamente probable– sólo en la medida que permite derivar enunciados que correspondan lo más fielmente posible a los hechos del espacio-tiempo. Estos «enunciados derivados» de una ley suelen llamarse predicciones o consecuencias observacionales y, como es natural, describen el comportamiento singular de los hechos aludidos por la ley general. Por ejemplo, de la ley biológica: «los cromosomas se dividen por dos», pueden inferirse por reglas estrictamente deductivas que «el cromosoma a habrá de dividirse por dos», que «el cromosoma b habrá de dividirse por dos», y así sucesivamente. En las ciencias de hechos, las «consecuencias observacionales» son proposiciones atómicas, las que serán verdaderas o falsas en la medida que sean verificadas o falsadas por los acaecimientos; pero, en el caso de que tales consecuencias fueren verdaderas, ellas no garantizarían con necesidad lógica la verdad de la ley sino, simplemente, su probabilidad. Como se ha dicho, la verdad como coherencia ha recibido una sanción metafísica, y no sólo gnoseológica, en el idealismo de Hegel. Pero había ya, en la filosofía de Kant, ciertos elementos que favorecieron el tránsito hacia la concepción puramente inmanentista de la teoría hegeliana. En efecto, debido a la imposibilidad de conocer la cosa en sí, en Kant ya no se puede hablar de la verdad del ente, del modo como los escolásticos entendieron la verdad. En Kant sólo es posible, entonces, una verdad del conocimiento y, en especial, una verdad gnoseológica referida en forma especial a la de los juicios sintéticos a priori. Por otra parte, muy lejos del realismo aristotélico-tomista, se invierte la función mensurante en la relación sujeto-objeto; en efecto, si en el realismo el sujeto es informado por el objeto, en la medida que a partir de éste hay una transferencia de la forma al entendimiento humano, en Kant es el sujeto el que informa los datos sensibles para constituirlos en REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 107 objeto de un juicio posible. No sólo es mensurante el entendimiento –mediante el conjunto de sus categorías, principios y esquemas–, sino inclusive la misma sensibilidad es espontánea, pues ella organiza en un todo coherente, mediante las intuiciones puras del espacio y del tiempo, los caóticos datos de los sentidos. En Kant, conocer, dice Rábade Romeo, «deja de consistir en ser informado para convertirse en informar». Y añade: «Del entendimiento como potencia informable en la tradición aristotélica, y del entendimiento tímidamente normativo en Descartes, hemos pasado ahora al entendimiento francamente constitutivo, no del ser en sí, pero sí del único ser conocido, el objeto». 5 Con todo, es posible seguir hablando en Kant de una verdad ontológica, aunque por supuesto las funciones y relaciones de los correlatos hayan sufrido una modificación esencial. En efecto, es el entendimiento –¡no el divino, pero sí el humano!– el que establece una medida, una forma, al ser; pero este ser ya no es el extramental sino un ser inmanente, el fenómeno, que sólo es tal en la relación cognoscitiva. Estas tendencias kantianas respecto de una metafísica de la verdad se desarrollan en el idealismo, en especial, en Hegel. Un análisis de los tres predicados que éste utiliza para explicitar su filosofía de la verdad así lo confirma. Tales predicados son los siguientes: identidad, dinamismo y totalidad. Efectivamente, según Hegel, la verdad consiste en la identidad entre el concepto y la realidad, entre el impulso de la subjetividad, que es meramente abstracta en un primer momento, y su finalidad de tornarse concreta en la medida que se llene de contenido mundano, finalidad que se cumple justamente en la unidad sintética del juicio. Por otro lado, y de acuerdo con uno de los ejes metafísicos de Hegel, la realidad va constituyéndose a lo largo de un proceso legalmente racional y, en consecuencia, también la historia de la verdad participará de este dinamismo del ser. Finalmente, como se dijo más arriba, si todo juicio está de hecho y de derecho conectado con todos los demás juicios, es casi natural que la verdad posea la característica de la totalidad; ahora bien, 5 Ib. pp. 64 y 65. 108 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD la historia de las matemáticas y de la ciencia actual parece no darle la razón a Hegel en este punto, pues en nuestras teorías hay enunciados indeducibles, no-inferibles ni deductiva ni dialécticamente, por lo cual habrá que explorar más a fondo la concepción pluralista –no monista– de la verdad, pluralismo defendido generalmente por el realismo. 6 3. El pragmatismo, de acuerdo con el confesado empirismo de William James, parte de la idea de que no hay verdades fijas, inmutables, aprióricas, sino que las verdades se van haciendo constantemente en la medida que los hombres logran ciertos objetivos. Ahora bien, ¿cuáles son estos objetivos? Tal pregunta no tiene una respuesta única, pues hay varios tipos de pragmatismo. Pero, en general, puede afirmarse que los objetivos del conocimiento, como de toda la conducta humana, son la expansión y la potenciación de la vida. Un enunciado o una teoría serán verdaderos cuando logren realizar esta expansión, cuando sean útiles para lograr los resultados más felices. Schiller afirmaba: «una inteligencia que no tenga ningún valor para los fines de la vida es una monstruosidad, una aberración patológica, una falta de adaptación que la selección natural ha de eliminar tarde o temprano». Y el mismo Schiller añadía: «una creencia es verdadera en la medida que compensa ser creída». En el pragmatismo hay una cierta correspondencia, mas no entre un enunciado y un hecho actual o pretérito, sino entre una creencia y algo que todavía no ha acontecido. La verdad sería la conformidad entre la creencia y un suceso posterior, futuro, que realizará el fin de potenciar la vida. La búsqueda connatural de la verdad, en el pragmatismo, se presenta así como una potencia operativa, no entitativa; una creencia es verdadera cuando estimula la acción, cuando de un modo u otro sirve a los fines de la existencia humana. Es extraordinariamente fecunda, des- 6 Cf. Hegel: Ciencia de la lógica, libro III, cap. 2, A: «La idea de lo verdadero». En la traducción de Augusta y Rodolfo Mondolfo, Bs. As., Hachette, tomo 2, se encuentra en pp. 508 y ss. Hay que tener sumo cuidado, en la lectura de este libro y posiblemente en la de toda la bibliografía hegeliana, respecto del uso que el gran filósofo hace de los términos, cuyos significados no siempre coinciden con los más o menos canónicos. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 109 de el punto de vista de la metafísica, la investigación de cuáles son «los fines de la existencia humana»: las propuestas son varias y van desde la gestación del superhombre y de la voluntad de poder, en Nietzsche, hasta el fortalecimiento de la moral individual, en William James. 4. Se han expuesto tres interpretaciones gnoseológicas de la verdad: la teoría de la correspondencia, la de la coherencia y la de la eficacia (pragmatismo). A pesar de las diferencias, hay entre ellas algunas coincidencias que es conveniente poner de relieve. La primera coincidencia que aparece es la siguiente: toda teoría gnoseológica de la verdad implica una cierta idea de relación. En efecto, en la concepción de la correspondencia hay una relación entre un pensamiento y un hecho; en la de la coherencia, hay también una relación entre un pensamiento y otros pensamientos; finalmente, en la doctrina de los pragmatistas, la verdad es una relación entre una creencia y un suceso cuyo cumplimiento futuro es deseable. Las tres teorías concuerdan por lo menos en dos cosas: la verdad es una relación y el primer correlato es un contenido mental: o un juicio o una creencia. Difieren, no obstante, en lo que respecta al segundo correlato, pues una afirma que se trata de un hecho real, otra que se trata de un pensamiento y la tercera que se trata de un hecho posible. Además, las tres teorías conciben la relación de un modo diferente: en la de la correspondencia hay una relación intencional, mientras que en la de la coherencia la relación es lógica y, finalmente, en el pragmatismo debe hablarse más bien de una relación de expectativa psicológica. Una segunda coincidencia es la indeterminación metafísica de estas tres teorías: en efecto, a pesar de que creen que la verdad es una relación no abren juicio sobre la naturaleza ontológica de los correlatos. Ellas no nos dicen qué debe entenderse por «pensamiento» o «proposición enunciativa», ni menos aún en qué consiste el «objeto» con el que se relaciona el pensamiento. Esto lleva a concluir que una interpretación gnoseológica de la verdad no es autosuficiente, en el sentido de que no agota la multiplicidad de cuestiones posibles, de que no responde a todas las preguntas que sobre la verdad pueden suscitarse; de hecho, una interpetación epistemológica debe completarse mediante una concepción metafísica 110 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD (más propiamente ontológica) de los correlatos que entran en la relación veritativa. Tal es lo que ha sugerido Nicolai Hartmann; las conocidas aporías noéticas, que expone en Metafísica del conocimiento, sólo pueden tener un principio de solución en la medida que se relacionen con una metafísica explícita y busquen allí una respuesta. Sugiero que las tres teorías que nos ocupan pueden y deben coordinarse dentro de la integridad del saber. En la vida ordinaria y en las ciencias llamadas «fácticas», el uso de la concepción correspondentista parece ineludible. En cambio, en los cálculos lógico-matemáticos, se requiere coherencia deductiva, pues el propósito buscado por ellos es el conocimiento demostrativo. Finalmente, en varios dominios del quehacer humano, por ejemplo en las ciencias denominadas «prácticas» (política, ética individual, tecnología, etc.), que son las que persiguen la finalidad de una realización instauradora, la doctrina de la eficacia es sin dudas aceptable. La objeción a esta sugerencia es inmediata: ¿no implica tal sugerencia una parcialización del concepto de verdad que echaría por tierra el ideal de un conocimiento humano integrado y unitario? He aquí un problema arduo cuya solución satisfactoria es presumiblemente difícil. En principio, un camino posible es aceptar la teoría aristotélica de la analogia entis, esto es, la evidencia de que el segundo correlato de la relación veritativa puede ser o un hecho real del espacio-tiempo o un ser de razón o un objetivo deseable. 2. Perspectivas metafísicas l. Entre los griegos, y en especial entre los presocráticos, la verdad es interpretada como descubrimiento, como desocultamiento (alétheia) del ser de las cosas. Éstas, en un primer momento, están veladas y ocultas a la mirada del que pretende conocerlas, pero el esfuerzo del hombre puede conseguir rescatarlas de ese estado de velamiento. Se podría interpretar esta concepción como el acto deliberado de poner de manifiesto el ser de las cosas, de mostrar lo que ellas son; el descubrimiento es un proceso que va desde la oscuridad de la ignorancia hasta la luminosidad del saber. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 111 «La palabra griega alétheia nos lleva de la verdad de las cosas, a hacernos concebir la verdad como una apertura del ser, como una autopresencia de lo denominado verdadero, como un desocultamiento o desvelamiento. Para el presocratismo el ser, los seres, estaban constituidos por unos determinados elementos, stoikeía, o por unos principios, arkaí. Toda su verdad no podía consistir más que en epifanizar esos elementos o principios que tenían. Nadie dejó estas ideas plasmadas con más claridad, dentro de lo que cabe, que Parménides en los fragmentos que conservamos de su poema. Se ha señalado con razón la sinonimia de estas tres palabras en el eleata: on, en, alétheia». 7 Pero entre los mismos griegos y, sobre todo, por obra de Platón que atribuye a las ideas el carácter de realidad por excelencia, pronto la alétheia se convierte en orthótes, esto es, en la rectitud óntica de las cosas; éstas tienen tal rectitud cuando participan adecuadamente de su paradigma subsistente. Pero como el conocimiento, en Platón, es fundamentalmente reminiscencia, la orthótes –verdad óntica– se transformará gradualmente en omoíosis que es la correspondencia o concordancia entre una cosa y su idea eterna. Se abre así la puerta, no ya a una concepción metafísica de la verdad, sino a una concepción relacional entre el entendimiento y el ser, que en Platón serán las ideas subsistentes, mientras que en Aristóteles serán las cosas sensibles, aunque no exclusivamente. En la concepción aristotélica, relacional o gnoseológica, el peso determinante no caerá en el correlato-óntico, sino en el correlato-entendimiento. Cabe hacer notar que esta interpretación de la historia de la noción de verdad, entre los griegos, se debe en especial a Heidegger, y se la puede encontrar en su interesante artículo «La doctrina de la verdad según Platón». 2. Para los hebreos, la verdad (émunah) no es otra cosa que la fidelidad de Dios a su propia palabra, en especial, a las promesas confiadas al pueblo de Israel a través de los Patriarcas y de los Profetas. Dios es el ser absolutamente veraz, porque es absolutamente fiel a lo que di- 7 Rábade Romeo: op. cit., p.16. 112 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD ce; en esta fidelidad de Dios se fundan todas las esperanzas históricas y mesiánicas que han caracterizado al pueblo hebreo. Pero esto implica un corolario antropológico. Si el hombre, tal como lo afirma el Génesis, es una criatura hecha a semejanza de Dios, entonces es necesario que su comportamiento resulte proporcionalmente análogo al divino, es decir, que haya en las palabras y en las acciones humanas una exigente fidelidad. Gabriel Marcel y Zubiri han profundizado, de manera muy acertada, este tema de la fidelidad. Resumo todo esto con palabras de Laín Entralgo: «La verdad fue para el griego alétheia, descubrimiento, patencia de lo que es; en suma, un acto de visión, de evidencia intelectual. El logos, la palabra, es así la expresión o declaración de la verdad patente a la inteligencia. Para el hebreo, en cambio, la verdad fue émunah, algo en lo que se puede confiar; no, por tanto, la visión intelectual de lo presente y patente, sino la confianza de todo el ser en el cumplimiento de lo futuro y prometido».8 3. La verdad, en filósofos como Platón y san Agustín, es la relación que existe entre una cosa y su paradigma, idea o arquetipo. Es la teoría llamada ejemplarismo. En san Agustín, por ejemplo, la mente de Dios contiene la idea de todas las cosas posibles: de un hombre, de una mesa, de un río, de un instrumento cualquiera, etc. Ahora bien, la relación entre una cosa real y la idea de Dios, la participación entre la cosa creada y la idea increada, constituye la verdad. Propiamente son verdaderas las ideas divinas, mientras que las cosas son verdaderas de una manera secundaria, por su participación, semejanza o adecuación al arquetipo divino. Esta concepción ontoteológica de la verdad puede comprenderse mejor si se piensa en el acto de la constitución de la obra de arte a nivel humano: el arquitecto tiene en su mente la idea de una casa, idea que es normalmente expresada en un plano; la casa real no es lo mismo que la idea que el arquitecto tiene de la casa, pero la relación que hay entre ambas constituye un caso de participación veritativa. La teoría agustiniana de la verdad presupone la idea de una crea8 La espera y la esperanza, Madrid, Rta. de Occidente, 3ª. edición, 1962, p. 35. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 113 ción ex nihilo, idea que llega al cristianismo no de la mano de la razón sino de la revelación, tal como puede uno comprobar en la lectura del Génesis. «Con el cristianismo acaba esta clausura del ser en sí mismo. Querer comprenderlo sin salir de él, es renunciar a su comprensión radical, ya que ésta me ha de remitir a la causa que lo produjo. Sin más explicaciones barruntamos que, o surge un nuevo concepto de verdad que abarque esta referencia a la causa productora, o por lo menos, habrá que hablar de una nueva verdad, consistente en la rectitud que la causa creante quiera dar al ser creado. Va a nacer el concepto de la verdad ontológica, de la verdad que mide al ser de las cosas en su esencial referencia al Dios creador». 9 En el De vera religione, XXXVI, 66, dice san Agustín: «Vera in tantum vera sunt, in quantum sunt». De esto se desprenden dos conclusiones: primera, que las cosas propiamente verdaderas son las ideas divinas, pues ellas tienen la característica esencial ontológica de la subsistencia; segunda, que las cosas creadas son también verdaderas en la medida que están reguladas por las ideas divinas. En suma, la verdad es propiamente Dios lo que, por otra parte, está de acuerdo con la frase evangélica: «yo soy el camino, la verdad y la vida». Los entes creados son verdaderos mediatamente, por el concurso que Dios les presta para su existencia y permanencia en el ser. La teoría agustiniana exige otro presupuesto: el de la iluminación divina. Esta teoría nos explica que, por una intuición intelectual, conocemos la verdad de los primeros principios y, además, que por una intuición sensible, conocemos la realidad o existencia de las cosas materiales. La teoría agustiniana del Deus-veritas se prolonga en san Anselmo, con la peculiaridad de que éste analiza no sólo los aspectos intelectuales de la verdad, sino también los referidos a la acción. La verdad es, en san Anselmo, una propiedad de las enunciaciones, pero una propiedad que se da cuando ellas corresponden a las cosas. La verdad anselmiana se expresa en la siguiente definición: «Veritas est rectitudo mente sola percep9 Rábade Romeo: op. cit., p. 28. Cf. de san Agustín De Lib. Arb., caps. 13 y 14; Solil., II, cap. 5; De Nat. Boni, cap. 19. 114 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD tibilis» (De Veritate, cap.11). Pero la rectitudo se da en dos niveles: entre las enunciaciones y las cosas; y entre éstas y las ideas divinas (verdad ontológica). 4. Puede interpretarse también la verdad como autenticidad, esto es, como identidad entre la apariencia de una cosa y su naturaleza esencial. Heidegger propone un ejemplo bastante ilustrativo de inautenticidad: una moneda dorada no necesariamente es de oro. Cuando nosotros tomamos por oro una moneda que apenas es cobre dorado, hemos confundido la apariencia de la moneda con su realidad o naturaleza física. Algo es verdadero, pues, en este sentido, cuando su apariencia no desorienta la inteligencia sino, por el contrario, le permite descubrir lo que simplemente es. Un hombre es auténtico cuando su comportamiento observable está en un todo de acuerdo con sus convicciones profundas e íntimas, sean éstas de orden moral, religioso, político, etc. 5. En la filosofía escolástica medieval tuvo mucha vigencia la teoría de que la verdad es un trascendental del ser, esto es, uno de los predicados que convienen a todo ente. Se admiten, por lo general, tres trascendentales: la unidad, la verdad, el bien; nosotros aceptaremos cinco. Por el momento, el ser es uno, es verdadero y es apetecible. ¿Qué quiere decir que el ser es verdadero? Que es susceptible de ser conocido. No se concibe al ser como algo que, al mismo tiempo, no sea objeto de un conocimiento posible, no sea algo capaz de colmar en parte mi inteligencia, mi deseo de saber. Pero veamos más detenidamente esta doctrina. Los trascendentales son los modos más generales que todo ente tiene en calidad de propiedades necesarias. Cuando el ente es considerado en sí mismo, sin tener en cuenta su relación con cualquier otro ente, entonces podemos inferir necesariamente que es una cosa (res), y que es una unidad (unum). También puede considerarse al ente con relación a otro y, en ese caso, aparece como algo (aliquid) formalmente diferente de su correlato (utrum). Finalmente, puede considerarse al ente en su relación con el hombre; como éste tiene dos facultades –el entendimiento y el apetito– el ente REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 115 puede relacionarse adecuadamente, verdaderamente (verum), con el producto natural del entendimiento, que es la proposición, o puede coincidir y satisfacer en cuanto bien (bonum) el apetito o deseo humano. Nótese que hay aquí también una metafísica del hombre –la de Tomás de Aquino y la del aristotelismo medieval–, según la cual las facultades espirituales son propiamente dos: intelecto y voluntad. Pero la teoría de las facultades del alma no ha sido unánimemente compartida. Para san Agustín eran tres: intelecto, voluntad y memoria. Inclusive escolásticos del siglo XVI, como san Juan de la Cruz, han heredado en este tema, y en otros más, la tradición agustiniana. La verdad es, pues, un trascendental del ente que implica, como bien se ve, una cierta relación de adecuación. Tal relación, ontológicamente, es decir, teniendo en cuenta sólo el fundamento del ente, se establece entre éste y el entendimiento divino: todo ente, en efecto, es tal y permanece como tal en la medida que encuentra su fundamento, su razón de ser, en Dios. Pero la mencionada relación de adecuación puede establecerse también entre el ente y el entendimiento humano, y en tal caso uno se encuentra en el terreno de la verdad lógica, que, según santo Tomás, es la que expresa simple y formalmente el sentido de la relación veritativa. Según esto, el fundamento ontológico o condición necesaria y suficiente de una proposición verdadera es la relación entre el ente y Dios; pero la actualización temporal de tal relación, que puede o no darse en el conocimiento humano (logos), es la verdad lógica, la que interesa a la epistemología. «Resumiendo: para santo Tomás merece el nombre de verdad del ser la verdad tradicionalmente llamada ontológica. La extrapolación del centro de la verdad óntica se ha consumado totalmente al hacerla gravitar sobre el entendimiento divino al que debe conformarse el ser en su mensuración pasiva por tal entendimiento o por las ideas ejemplares del mismo. Igual que decíamos en san Agustín, se trata de una verdad teológica, de una verdad que supone previamente la existencia de Dios y el conocimiento de su atributo dinámico de creación».10 Los dos textos capi10 Rábade Romeo: ib., p. 44. 116 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD tales para el tema de la verdad en santo Tomás son la q. 16 de la primera parte de la Summa y la q. 1 de De Veritate. 3. Criterios de verdad Vamos a considerar ahora algunos criterios de verdad, esto es, normas mediante las cuales nos cercioramos de la presencia de un juicio verdadero. El criterio adoptado por el racionalismo es el de la evidencia: un juicio es evidente cuando su verdad se nos aparece en forma inmediata e indubitable. Hay algunos juicios privilegiados, en el sentido de que su evidencia se impone directamente a la conciencia, como, por ejemplo, «el todo es mayor que alguna de sus partes», «en una superficie plana la menor distancia entre dos puntos es la línea recta», etc. Los filósofos difieren, sin embargo, en la extensión que debe asignarse a la clase de los juicios evidentes, pues aunque la mayoría acepta que la razón es fuente de evidencia, casi ninguno admite que la experiencia de los sentidos nos proporcione un conocimiento inmediatamente considerado como verdadero, a menos que sea sometido a un riguroso examen por el intelecto. No hay que creer que la evidencia es un estado subjetivo, psicológico, del sujeto. Por el contrario, filosofías tan diferentes como el racionalismo cartesiano y el intelectualismo tomista piensan que la evidencia es un carácter objetivo de la verdad, la condición que ésta tiene de ser luminosa para la inteligencia humana, de apresentarse a ésta. Como más adelante se verá, el estado psicológico en el que uno cree estar frente a un juicio evidente es la certeza. Es preciso distinguir, como lo hace Husserl, entre evidencia apodíctica y evidencia asertórica. Un enunciado es apodícticamente evidente cuando su negación viola el principio de no-contradicción. Así, el juicio «por un punto exterior a una recta pasa una y sólo una paralela», referido desde luego al espacio euclidiano, es de suyo evidente porque su negación implicaría un sinsentido lógico. Pero hay también enunciados apodícticos referidos al mundo real, tal como el principio de razón suficiente para los hechos empíricos o el cogito cartesiano o los juicios que aluden a la experiencia de la propia interioridad (como, por ejemplo, «ahora estoy contento»). La evidencia asertórica, por el contrario, se da en aquellos REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 117 juicios que están fundados en la experiencia del mundo extramental, en las informaciones de nuestros sentidos externos, como así también en razones que se consideran suficientes para actuar en consonancia, no para afirmar la verdad necesaria de tales juicios. Por ejemplo, cuando afirmo «este libro está forrado con papel azul», cabe la posibilidad de su falsedad o por una ilusión óptica o por un defecto fisiológico de mi sentido de la vista o por alguna circunstancia lumínica especial en la que todos los objetos aparezcan como azules. Como ha mostrado Popper, en La lógica de la investigación científica, los «enunciados básicos de experiencia» siempre son revisables a la luz de nuevas informaciones. Cuando se afirma que la evidencia es la conciencia inmediata de la verdad de un enunciado, no se quiere decir con ello, al menos eso es lo que me parece, que no se pueda tener evidencia de la conclusión de un prolongado razonamiento. En la demostración de un teorema, a pesar de que puedan haberse dado numerosos pasos, la conclusión –si es que utilizo correctamente los algoritmos– es por cierto evidente en la medida que las premisas antecedentes sean verdaderas. En el riguroso modelo nomológico-deductivo de la explicación científica que ofrece Hempel, si las premisas del explanans son verdaderas, el explanandum es verdadero y evidente siempre y cuando el sujeto comprenda el significado de los enunciados y haya obedecido las leyes lógicas. Otro criterio de verdad, generalmente defendido por filosofías de raíz empirista, es el de verificabilidad. Un enunciado es verdadero cuando es susceptible de ser verificable, esto es, cuando de hecho se lo comprueba aquí y ahora o, por lo menos, cuando puede imaginarse un modo de verificación posible. Algunas posturas extremas del empirismo piensan inclusive que sólo tienen significado los enunciados cuando son verificables; de este modo, las proposiciones de la metafísica y de la religión son sin-sentidos, porque no pueden ser constatadas por medio de la experiencia. La adopción del criterio de verificabilidad, como norma para el conocimiento verdadero, plantea de hecho dificultades muy serias. ¿Cómo se justifica, por ejemplo, cualquier proposición matemática que esencialmente no necesita de constatación empírica? ¿Cómo se justifican algunos de los principios fundamentales de la ciencia física –la 118 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD covariancia en la teoría de la relatividad o la constante h de Planck en la mecánica cuántica, por ejemplo– cuya comprobación, por medio de la experiencia, es indirecta en el mejor de los casos? ¿Hay que descartar de hecho como incognoscibles los enunciados de la ética y de la metafísica, cuya negación acarrearía consecuencias teóricas y prácticas muy negativas para la ciencia y para la vida? 11 4. Estados psíquicos Resta ahora analizar algunos estados psíquicos que, con ocasión de un juicio, puede asumir un sujeto de conocimiento. Por lo pronto, está la aceptación común de una generalización empírica, generalización que es tenida por verdadera. En efecto, cuando una proposición general obtenida por medio de sucesivas observaciones, por inducción, no tiene casos que la contradigan, entonces dicha proposición general puede aceptarse con algún fundamento. Desde luego, ésta no es absolutamente verdadera, sino sólo probable en distintos grados, pues no es impensable que aparezca un contraejemplo. Así, «el cobre conduce electricidad» es un enunciado altamente probable, pero no puede descartarse a priori la aparición de un caso que lo contradiga, de un caso falsador. La fuente más común de nuestras enunciaciones sobre los hechos es la autoridad. Hay ciencias, como la historiografía, que explícitamente se fundan en la confianza que se deposita en los historiadores, en los documentos, en los testigos, en los testimonios, en lo que se denomina «fuentes del conocimiento histórico». En la vida cotidiana, numerosísimos juicios tienen lugar u origen en la creencia de que quien nos comunica algo nos está diciendo una proposición verdadera. Cuando no hay relación cognoscitiva el sujeto se encuentra en estado de ignorancia. Pero hay una forma de conocimiento, la «docta ignorancia», propia del filósofo en general, que consiste en la conciencia de nuestras limitaciones noéticas y en la de nuestros escasos saberes. Por 11 He tratado con cierta extensión el criterio empirista de verficabilidad en mi libro La crisis de la noción de verdad, cap. III. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 119 lo común, el hombre vulgar pretende tener opinión fundada sobre muchísimas cosas, o, por lo menos, no se preocupa en absoluto por la falta de justificación de sus juicios. El filósofo, por el contrario, permanentemente está cuestionando sus propios enunciados y tiene conciencia lúcida de su ignorancia en numerosos dominios del ser; lamentablemente, con frecuencia, los sabios, de quienes se espera una permanente actitud crítica, caen en dogmatismos desconcertantes. La duda, que es otro estado psíquico del sujeto, consiste en cierta indecisión frente a la verdad o falsedad de un juicio. En este estado, el sujeto no sabe realmente cuál alternativa elegir y por eso realiza lo que se llama «suspensión del juicio» o epojé. Claro que hay diferentes estados de duda: por ejemplo, ésta puede provenir de un simple desconcierto, o de una falta de interés, o del explícito método (la duda cartesiana o fenomenológica) que uno va alternativamente aplicando a las diversas proposiciones para encontrarles un fundamento más sólido. La opinión es un enunciado considerado como verdadero, pero insuficientemente fundado; de allí que no tenga la fuerza afirmativa de la certeza, pero tampoco la incertidumbre de la duda. En Aristóteles, la opinión es el conocimiento probable, por oposición al conocimiento científico que tiene en sí el carácter de la necesidad lógica o de la intuición intelectual. Por eso los juicios de opinión se introducen por las locuciones «me parece que…», «es probable que…», etc. Dijimos anteriormente que la certeza, que no es lo mismo que la evidencia, es el estado subjetivo de total asentimiento respecto de un juicio. Es menester aclarar que no hay una necesaria coordinación entre evidencia y certeza; es posible que todo juicio evidente se nos aparezca también con certidumbre, pero asimismo es un hecho que muchas veces tenemos certeza sobre juicios que no resistirían el menor análisis. Inclusive se puede tener certeza sobre juicios que luego son descubiertos como falsos. Es preciso, con relación a este concepto, hacer una rigurosa delimitación de planos: la verdad es una propiedad de ciertas proposiciones o juicios, por lo tanto es una propiedad epistemológica que implica explícita o implícitamente alguna concepción ontológica; la evidencia es tam- 120 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD bién una propiedad gnoseológica, pues es la aptitud que la verdad tiene de aparecer a la conciencia, de ser vista por ésta; la certeza, en cambio, es un estado de ánimo totalmente psicológico, según el cual el sujeto cree hallarse en posesión de la verdad, aunque de hecho pueda no estarlo. Otro concepto, estrechamente vinculado con el de la certeza, es el error. Efectivamente, el error consiste en la certeza de una falsedad. Decimos de alguien que está errado o equivocado cuando toma por verdadera una proposición falsa. Desde luego, ese alguien se comporta frente al juicio falso exactamente como se comportaría otra persona frente a un juicio verdadero, considerado, además, como cierto. Por eso la persona equivocada generalmente sale de su error no por un análisis intrínseco del juicio creído, sino por una causa extrínseca: por alguien que le advierte su equivocación o por un hecho cualquiera que pone en cuestión su convicción equivocada. Un último concepto de índole psicosocial, que implica también una toma de posición frente a la verdad, es la mentira. Esta consiste en el deliberado propósito de engañar a otro (y eventualmente de engañarse a sí mismo) y por eso decimos que se trata de una conducta de tipo social. El que miente tiene una determinada certeza que, volvemos a repetirlo, no necesariamente implica un juicio verdadero, pero comunica al prójimo lo contrario de lo que tiene por cierto. Desde luego, los motivos de la mentira son innumerables. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 121 TRADUCCIONES TRADUCCIÓN DE LA QUAESTIO PRIMA DE LAS QUAESTIONES DISPUTATAE DE VERITATE Presentación La presente versión al castellano de la Cuestión primera, «¿Qué es la verdad?», de las Cuestiones Disputadas sobre la Verdad de Santo Tomás de Aquino,* ha sido publicada en dos oportunidades en Venezuela, en Notas y Documentos, revista del Instituto Internacional Jacques Maritain, en 1987 (núm. 11-12) y en 1995 (núm. 38-39). Su traducción ha sido realizada por el Lic. José Canal-Feijóo y han intervenido en su revisión el Lic. Gaspar Risco Fernández, el Dr. Ramón E. Ruiz Pesce y el Dr. Fernando Rovetta, tareas ambas cumplidas en el marco de actividades conjuntas del Centro de Estudios In Veritatem y del Taller de Traducción de la cátedra de Historia de la Filosofía Medieval de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT. Para su publicación en este número de la revista del Instituto de Epistemología, el texto ha sido nuevamente revisado por José CanalFeijóo y retocado apenas en uno que otro detalle superficial de expresión. * Sancti Thomae de Aquino: Quaestiones Disputatae De Veritate. Roma: Sancta Sabina, 1970-76. 122 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Cuestión primera Sobre la verdad 1. Qué es la verdad. 2. Si la verdad se encuentra más principalmente en el intelecto que en las cosas. 3. Si la verdad está sólo en el intelecto que compone y divide. 4. Si hay sólo una verdad por la que todas las cosas son verdaderas. 5. Si alguna otra verdad es eterna aparte de la verdad primera. 6. Si la verdad creada es inmutable. 7. Si la verdad se atribuye a Dios en sentido esencial o personal. 8. Si toda verdad es por la verdad primera. 9. Si la verdad está en el sentido. 10. Si alguna cosa es falsa. 11. Si la falsedad está en los sentidos. 12. Si la falsedad está en el intelecto. Artículo primero La cuestión es sobre la verdad.1 Y primero se pregunta: ¿QUÉ ES LA VERDAD? Ahora bien, parece que verdadero es en todo sentido lo mismo que ente: Agustín en Soliloquios [II c. 5] dice que verdadero es lo que es; pero lo que es no es otra cosa que ente; luego verdadero significa en todo sentido lo mismo que ente. 2. El que respondía decía que son lo mismo en cuanto a sus sujetos pero que difieren en su razón. —— En contra: la razón de toda cosa es lo que se significa por su definición; pero Agustín asigna ‘lo que es’ como definición de verdadero, después de rechazar algunas otras definicio1 Lugares paralelos: I Pars q. 16 a. 3; Super Sent. I d. 19 q. 5 a. 1. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 123 nes; luego, como verdadero y ente convienen según lo que es, parece que son lo mismo en cuanto a su razón. 3. Además, cualesquiera cosas que difieren en su razón se relacionan entre sí de modo tal que una puede entenderse sin la otra; de donde Boecio en Sobre los siete días dice que puede inteligirse que Dios existe si mentalmente se le separa por un momento su bondad; ahora bien, ente no puede ser inteligido de ningún modo si se le separa verdadero, puesto que precisamente se lo intelige por ser verdadero; luego verdadero y ente no difieren en cuanto a su razón. 4. Además, si verdadero no es lo mismo que ente, es necesario que sea una disposición de ente; pero no puede ser una disposición de ente: en efecto, no es una disposición que lo corrompa totalmente, pues de lo contrario se seguiría ‘es verdadero, luego es no ente’, así como se sigue ‘es un hombre muerto, luego no es hombre’; de modo semejante no es una disposición que lo reduzca, pues de lo contrario no se seguiría ‘es verdadero, luego es’, como no se sigue ‘es blanco de dentadura, luego es blanco’; de modo semejante no es una disposición que lo contraiga o especifique porque así no se convertiría con ente. Luego verdadero y ente son en todo sentido lo mismo. 5. Además, las cosas cuya disposición es la misma son lo mismo; pero la disposición de verdadero y de ente es la misma; luego son lo mismo. En efecto, en Metafísica II [1 (993 b 30)] se dice: «La disposición de la cosa en el ser es como su disposición en la verdad.» Luego verdadero y ente son lo mismo en todo sentido. 6. Además, cualesquiera cosas que no son lo mismo difieren de algún modo; pero verdadero y ente no difieren de ningún modo, porque no difieren por esencia al ser todo ente verdadero por su esencia, ni difieren por alguna diferencia porque sería necesario que convinieran en algún género común; luego son lo mismo en todo sentido. 7. Asimismo, si no son lo mismo en todo sentido es necesario que verdadero añada algo a ente; pero verdadero no añade nada a ente puesto que inclusive excede a ente, lo que pone de manifiesto el Filósofo en Metafísica IV [16 (1011 b 25)], donde da como definición de verdadero 124 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD ‘decir que es lo que es o que no es lo que no es’, y, así, verdadero incluye al ente y al no ente. Luego verdadero no añade nada a ente, y, así, parece que verdadero es lo mismo que ente en todo sentido. PERO EN CONTRA: ‘redundancia es la repetición inútil de lo mis- mo’; en consecuencia, si verdadero fuese lo mismo que ente, habría redundancia al decir ente verdadero, lo cual es falso; luego no son lo mismo. 2. Asimismo, ente y bueno son convertibles; pero verdadero no se convierte con bueno: en efecto, algo que no es bueno es verdadero, como el que alguien fornique; luego tampoco verdadero se convierte con ente, y, así, no son lo mismo. 3. Además, según Boecio en Sobre los siete días, en todas las creaturas «son diversos el ser y lo que es»; pero verdadero significa el ser de la cosa; luego verdadero es diverso de lo que es en lo creado. Pero lo que es es lo mismo que ente; luego verdadero es diverso de ente en las creaturas. 4. Además, cualesquiera cosas que guardan entre sí relación de anterioridad y posterioridad son necesariamente diversas; pero verdadero y ente guardan entre sí esa relación porque, como se dice en Sobre las causas [Prop. 4], «la primera de las cosas creadas es el ser», y el Comentador en el mismo libro [Com. 18 (17)] dice que todas las demás cosas se dicen de ente por información, y, así, son posteriores a ente; luego verdadero y ente son diversos. 5. Además, las cosas que se dicen en común de la causa y los causados son más uno en la causa que en los causados, y más principalmente en Dios que en la creaturas. Ahora bien, de Dios estos cuatro atributos: ente, uno, verdadero y bueno, se predican propiamente de modo tal que ente corresponde a la esencia, uno a la persona del Padre, verdadero a la persona del Hijo, bueno a la persona del Espíritu Santo; pero las personas divinas no sólo se distinguen por la razón sino también realmente, de donde no se predican recíprocamente; luego, con mucha mayor razón, en las creaturas los cuatro atributos mencionados deben distinguirse entre sí más que con distinción de razón. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 125 RESPUESTA. Debe decirse que, así como en las demostraciones es necesario hacer una reducción a algunos principios conocidos por sí mismos, así también al investigar qué es cada cosa, pues de lo contrario en ambos casos se iría al infinito, y así perecerían totalmente la ciencia y el conocimiento de las cosas. Ahora bien, aquello que el intelecto concibe primordialmente como conocidísimo y en lo que resuelve todas sus concepciones, es el ente, como dice Avicena al principio de su Metafísica [I c. 6]. De donde es necesario que todas las otras concepciones del intelecto se intelijan por adición a ente. Pero a ente nada puede añadirse como extraño al modo como la diferencia se añade al género o el accidente al sujeto, porque cualquier naturaleza es esencialmente ente, de donde prueba también el Filósofo en Metafísica III [8 (998 b 22)] que el ente no puede ser género; sino se dice que algo se añade a ente en cuanto expresa un modo del ente mismo que no se expresa con el nombre de ente, lo que ocurre de dos modos. De un modo, de forma que el modo expresado es algún modo especial de ente, pues hay diversos grados de entidad según los cuales se determinan diversos modos de ser, y con arreglo a estos modos se determinan los diversos géneros de cosas: en efecto, sustancia no añade a ente ninguna diferencia que designe alguna naturaleza sobreañadida a ente, sino que con el nombre de sustancia se expresa un cierto modo especial de ser, a saber, ente por sí, y así en los demás géneros. De otro modo, de forma que el modo expresado es un modo general que sigue a todo ente, y este modo puede tomarse según dos posibilidades: por un lado, según que sigue a cada ente en sí, y por otro, según que sigue a un ente en orden a otro. De acuerdo con la primera posibilidad, hay dos casos porque expresa en el ente algo o afirmativa o negativamente; ahora bien, no se encuentra nada dicho afirmativamente de modo absoluto que pueda darse en todo ente salvo su esencia, según la cual se dice que es, y, así, se impone el nombre de cosa, que difiere de ente, según Avicena al principio de la Metafísica [I c. 6], en el hecho de que ente se toma del acto de ser, mientras que el nombre de cosa expresa la quididad o la esencia del ente; por su parte, la negación que sigue a todo ente de modo absoluto es la indivisión, y a ésta la expresa el nombre de uno, pues no es uno otra cosa que ente indiviso. Ahora bien, si el modo 126 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD del ente se toma de acuerdo con la segunda posibilidad, es decir, según el orden de uno a otro, esto puede ser de dos modos. De un modo, según la división de uno respecto del otro, y esto lo expresa el nombre de algo [aliquid], pues se dice algo como si se dijera otro qué [aliud quid], de donde así como ente se dice uno en cuanto es indiviso en sí, así se dice algo en cuanto dividido de los demás. De otro modo, según la conveniencia de un ente con otro, y esto por cierto no puede ser a menos que se suponga algo que sea capaz por naturaleza de convenir con todo ente; esto precisamente es el alma que «en cierto modo es todas las cosas», como se dice en Sobre el alma III [8 (431 b 21)]. Ahora bien, en el alma están las potencias cognitiva y apetitiva; en consecuencia, la conveniencia del ente con el apetito la expresa el nombre de bueno, de donde al principio de la Ética [I c. 1] se dice que «el bien es lo que todas las cosas apetecen», mientras que la conveniencia del ente con el intelecto la expresa el nombre de verdadero. Ahora bien, todo conocimiento se cumple por el asemejarse del cognoscente a la cosa conocida, de forma tal que ese asemejarse es causa del conocimiento, así como la vista conoce el color por el hecho de que es dispuesta según la species del color; en consecuencia, la primera referencia del ente al intelecto es que el ente concuerde con el intelecto, concordancia que ciertamente se dice adecuación de intelecto y cosa, y en esto se cumple formalmente la razón de verdadero. Por lo tanto, lo que verdadero añade a ente es esto: la conformidad o adecuación de cosa e intelecto, a la cual conformidad, como se ha dicho, sigue el conocimiento de la cosa. Así, por consiguiente, la entidad de la cosa precede a la razón de verdad, mientras que el conocimiento es un cierto efecto de la verdad. De acuerdo con ello, en consecuencia, se encuentra un triple modo de definir la verdad o lo verdadero. De un modo, según aquello que precede a la razón de verdad y en lo que se funda lo verdadero, y así define Agustín en los Soliloquios [II c. 5]: «Lo verdadero es lo que es», Avicena en su Metafísica [VIII c. 6]: «La verdad de cada cosa consiste en ser propiamente lo que se le ha establecido que sea», y algunos así: «Lo verdadero es la indivisión entre el ser y lo que es». De otro modo se define según aquello en que se cumple formalmente la razón de verdadero, y así dice Isaac REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 127 que «la verdad es adecuación de cosa e intelecto», y Anselmo en Sobre la verdad [cap. 11]: «La verdad es la rectitud perceptible sólo con la mente», –pues esta rectitud se dice según una cierta adecuación–; y el Filósofo da en Metafísica IV [16 (1011 b 25)] como definición de lo verdadero ‘cuando se dice que es lo que es o que no es lo que no es’. De un tercer modo se define lo verdadero según el efecto consecuente, y así dice Hilario que «la verdad es declaración y manifestación del ser», y Agustín en Sobre la verdadera religión [cap. 36]: «La verdad es aquello por lo que se manifiesta lo que es», y en el mismo libro [cap. 31]: «La verdad es aquello según lo cual juzgamos de las cosas inferiores». 1. A lo primero, en consecuencia, debe decirse que aquella definición de Agustín se da de la verdad según que tiene fundamento en la cosa, y no según que la razón de verdadero se da cumplidamente en la adecuación de cosa e intelecto. —— O bien ha de decirse que, al decir que lo verdadero es lo que es, ‘es’ no se toma ahí según que significa el acto de ser sino según que indica el intelecto que compone, o sea en cuanto significa la afirmación de la proposición, de modo que el sentido sea: lo verdadero es lo que es, vale decir, como cuando de algo que es se dice que es, de manera que coincida la definición de Agustín con la del Filósofo mencionada más arriba. 2. A lo segundo, la solución se desprende de lo dicho. 3. A lo tercero, debe decirse que el inteligirse una cosa sin otra puede tomarse en dos sentidos. En un sentido, que se intelija una cosa sin inteligirse la otra, y, así, las cosas que difieren en su razón guardan entre sí una relación tal que una puede inteligirse sin la otra. En otro sentido, puede interpretarse que una cosa se intelija sin otra en cuanto se intelige no existiendo la otra, y, así, el ente no puede inteligirse sin lo verdadero porque el ente no puede inteligirse sin el hecho de que concuerde o se adecue al intelecto; sin embargo no es necesario que todo el que intelige la razón de ente intelija la razón de verdadero, así como tampoco todo el que intelige el ente intelige el intelecto agente, y, no obstante, sin el intelecto agente nada puede inteligirse. 128 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 4. A lo cuarto, debe decirse que verdadero es una disposición de ente, no como si añadiera alguna naturaleza ni como si expresara algún modo especial de ente, sino algo que de modo general se encuentra en todo ente; de donde no es necesario que sea una disposición que corrompa o reduzca o contraiga a una parte. 5. A lo quinto, debe decirse que disposición no se toma ahí en cuanto está en el género de la cualidad sino en cuanto importa un cierto orden, pues como aquellas cosas que son causa del ser de las demás son entes en grado máximo, y las que son causa de la verdad son verdaderas en grado máximo, concluye el Filósofo que para una cosa es el mismo el orden en el ser y en la verdad, de modo que donde se encuentra lo que es ente en grado máximo, está lo verdadero en grado máximo. De donde tampoco es ello porque ente y verdadero sean lo mismo según su razón, sino porque en tanto le es propio a algo adecuarse al intelecto en cuanto tiene de entidad, y, así, la razón de verdadero sigue a la razón de ente. 6. A lo sexto, debe decirse que verdadero y ente difieren en su razón por el hecho de que hay algo en la razón de verdadero que no está en la razón de ente, pero no de modo que haya algo en la razón de ente que no esté en la razón de verdadero; de ahí que ni difieran por esencia ni se distingan entre sí por diferencias opuestas. 7. A lo séptimo, debe decirse que verdadero no excede a ente, pues ente tomado en una de sus acepciones se dice del no ente en cuanto el no ente es aprehendido por el intelecto; de donde dice el Filósofo en Metafísica IV [1 (1003 b 5)] que la negación o privación de ente son un modo de decir ente, y también Avicena al principio de su Metafísica [I c. 6] dice que no puede formarse una enunciación sino del ente, porque es necesario que aquello acerca de lo que se forma la proposición sea aprehendido por el intelecto. Por lo cual se evidencia que todo lo verdadero es ente de algún modo. 1. A lo primero, a su vez, de lo que se objeta en contra, debe decirse que no hay redundancia cuando se dice ‘ente verdadero’, porque algo que no se expresa con el nombre de ente se expresa con el nombre de verdadero, y no porque difieran en la realidad. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 129 2. A lo segundo, debe decirse que aunque esta fornicación sea mala, sin embargo, en cuanto algo tiene de entidad le es propio por naturaleza conformarse al intelecto, y según ello se sigue ahí la razón de verdadero, y, así, se evidencia que verdadero ni excede a ente ni es excedido por él. 3. A lo tercero, debe decirse que al decir ‘el ser es diverso de lo que es’, se distingue el acto de ser de aquello a lo que el acto pertenece; ahora bien, el nombre de ente se toma del acto de ser, y por ello la razón no es concluyente. 4. A lo cuarto, debe decirse que verdadero es posterior a ente en cuanto la razón de verdadero difiere de la razón de ente del modo explicado. 5. A lo quinto, debe decirse que ese argumento falla en tres puntos: primero, porque aunque las personas divinas se distingan realmente, sin embargo los atributos apropiados a las personas no difieren realmente sino tan sólo por la razón; segundo, porque si bien las personas se distinguen realmente entre sí, sin embargo no se distinguen realmente de la esencia, de donde verdadero, que se apropia a la persona del Hijo, tampoco se distingue de ente que le pertenece por parte de la esencia; tercero, porque si bien ente, uno, verdadero y bueno están más unidos en Dios que en las creaturas, sin embargo no es preciso que por distinguir-se en Dios deban distinguirse también realmente en las creaturas, pues esto ocurre con aquellos atributos cuya razón no exige que sean algo uno en la realidad, como la sabiduría y la potencia que, aun siendo en Dios algo uno realmente, en las creaturas se distinguen realmente. Pero a ente, uno, verdadero y bueno les es propio según su razón el ser algo uno en la realidad. De ahí que dondequiera se encuentren sean algo uno en la realidad, aunque sea más perfecta la unidad de la cosa según la cual se unen en Dios, que la de la cosa según la cual se unen en las creaturas. 130 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Artículo segundo En segundo lugar se pregunta: SI LA VERDAD SE ENCUENTRA MÁS PRINCIPALMENTE EN EL INTELECTO QUE EN LAS COSAS.1 Y parece que no: en efecto, verdadero, como se ha dicho [a. 1], se convierte con ente; pero el ente se encuentra más principalmente en las cosas que en el alma; luego también lo verdadero. 2. Además, las cosas están en el alma no con su propia esencia sino mediante su species, como dice el Filósofo en Sobre el alma III [13 (431 b 28)]; entonces, si la verdad se encuentra principalmente en el alma, la verdad no será la esencia de la cosa sino su semejanza y species, y lo verdadero será la species del ente existente fuera del alma. Pero la species de la cosa existente en el alma no se predica de la cosa que está fuera del alma, así como tampoco se convierte con ella, pues convertirse es predicarse recíprocamente; luego tampoco verdadero se convertiría con ente, lo cual es falso. 3. Además, todo lo que está en algo sigue a aquello en que está; en consecuencia, si la verdad está principalmente en el alma, entonces el juicio sobre la verdad será según la estimación del alma, y así retornará el error de los antiguos filósofos que decían que todo lo que uno opina en su intelecto es verdadero, y que dos contradictorias son simultáneamente verdaderas, lo cual es absurdo. 4. Además, si la verdad está en el intelecto principalmente, es necesario que se ponga en la definición de verdad algo perteneciente al intelecto. Pero Agustín reprueba tales definiciones en Soliloquios [II c. 5], como por ejemplo esta: «Lo verdadero es lo que es así como se ve», porque de acuerdo con ello no sería verdadero lo que no se ve, lo cual es patentemente falso respecto de las piedras preciosas ocultísimas en las entrañas de la tierra; y de modo semejante reprueba y refuta esta: «Lo verdadero es lo que es como le parece al que conoce, si quiere y puede conocer», porque de acuerdo con ello nada sería verdadero a menos que 1 Lugares paralelos: Super Periherm. 1 lect. 3; Super Metaph. VI lect. 4. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 131 el cognoscente quisiera y pudiera conocer; y lo mismo se argumentaría de cualesquiera otras definiciones en que se pusiera algo perteneciente al intelecto; luego la verdad no está principalmente en el intelecto. EN CONTRA, el Filósofo en Metafísica VI [4 (1027 b 25)]: «Lo falso y lo verdadero no están en las cosas sino en la mente.» 2. Además, «la verdad es adecuación de cosa e intelecto»; pero esa adecuación no puede darse sino en el intelecto; luego tampoco está la verdad sino en el intelecto. SOLUCIÓN. Debe decirse que respecto de lo que se predica de muchos según un orden de prioridad y posterioridad, no es necesario que reciba prioritariamente la predicación de lo común lo que es como causa de los demás, sino aquello en que primero está completa la razón de lo común, así como sano se dice prioritariamente del animal, en el cual primero se encuentra la razón perfecta de salud, aunque se diga sano el medicamento en cuanto produce salud; y por ello, como verdadero se predica con prioridad y posterioridad de varias cosas, es necesario que se predique prioritariamente de aquello en que primero se encuentra completa la razón de verdad. Ahora bien, la completidad de todo movimiento u operación está en su término. Y el movimiento de la potencia cognitiva tiene su término en el alma, –pues es necesario que lo conocido esté en el cognoscente según el modo del cognoscente–, en cambio el movimiento de la apetitiva tiene su término en la cosa; de ahí que el Filósofo en Sobre el alma III [15 (433 a 14)], ponga un cierto círculo en los actos del alma, es decir, en cuanto la cosa que está fuera del alma mueve al intelecto, la cosa inteligida mueve al apetito y el apetito tiende a alcanzar la cosa en que comenzó el movimiento; y como lo bueno, como se ha dicho [a. 1], dice orden del ente al apetito, mientras que lo verdadero dice orden al intelecto, de ahí que el Filósofo diga en Metafísica VI [4 (1027 b 25)] que lo bueno y lo malo están en las cosas, en cambio lo verdadero y lo falso en la mente. Ahora bien, la cosa no se dice verdadera sino según que está adecuada al intelecto, de donde lo verdadero se encuentra con posterioridad en las cosas, en el intelecto en cambio prioritariamente. 132 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Ha de saberse empero que la cosa se relaciona de un modo con el intelecto práctico y de otro con el especulativo: en efecto, el intelecto práctico es causa de las cosas, de donde es medida de las cosas que se hacen mediante él, pero el intelecto especulativo, puesto que recibe de las cosas, es en cierto modo movido por las cosas mismas, y, así, las cosas lo miden. Por lo cual se evidencia que las cosas naturales, a partir de las cuales nuestro intelecto recibe la ciencia, miden a nuestro intelecto, como se dice en Metafísica X [2 (1053 a 31)], pero son medidas por el intelecto divino en el que están todas las cosas como todas las cosas artificiales en la mente del artífice. Así, en consecuencia, el intelecto divino mide sin ser medido, a su vez la cosa natural mide y es medida, y nuestro intelecto es medido y mide, no por cierto las cosas naturales sino tan sólo las artificiales. En consecuencia, constituida la cosa natural entre dos intelectos, se dice verdadera según la adecuación a uno y a otro. En efecto, según la adecuación al intelecto divino se dice verdadera en cuanto cumple aquello a que está ordenada por él, como Anselmo lo pone en evidencia en Sobre la verdad [cap. 7], Agustín en Sobre la verdadera religión [cap. 36] y Avicena en la definición ya señalada [a. 1]: «la verdad de cada cosa consiste en ser propiamente lo que se le ha establecido que sea.» Ahora bien, según la adecuación al intelecto <humano>, se dice verdadera la cosa en cuanto es de suyo capaz de producir de sí una estimación verdadera, así como al contrario se dicen falsas las cosas «de suyo capaces de parecer lo que no son o cuales no son», como se dice en Metafísica V [29 (1024 b 21)]. Ahora bien, la primera razón de verdad le es inherente a la cosa con anterioridad respecto de la segunda, porque su relación al intelecto divino es anterior que al humano. De ahí que incluso si el intelecto humano no existiera, las cosas aún se dirían verdaderas en orden al intelecto divino; pero si a ambos intelectos se los pensara suprimidos, permaneciendo las cosas por un imposible, de ningún modo permanecería la razón de verdad. 1. La respuesta, por lo tanto, a lo primero es que verdadero, como de lo ya dicho se desprende, se dice prioritariamente del intelecto verdadero y con posterioridad de la cosa adecuada a él, y en ambos casos se convierte con ente, pero de modos diversos, porque según que se dice de REFLEXIONES 133 EN TORNO A LA VERDAD las cosas se convierte con ente por predicación, –pues todo ente está adecuado al intelecto divino y en potencia de adecuar a sí al intelecto humano, y a la inversa–, en cambio, si se lo toma en cuanto se dice del intelecto, se convierte así con el ente que está fuera del alma no por predicación sino por consecuencia, por cuanto es necesario que a cualquier intelecto verdadero corresponda algún ente, y viceversa. 2. Por lo cual se evidencia la solución a lo segundo. 3. A lo tercero, ha de decirse que lo que está en algo no sigue a aquello en que está sino cuando es causado por sus principios; de donde la luz, que es causada en el aire por algo extrínseco, es decir por el sol, sigue al movimiento del sol más que al del aire. De modo similar también la verdad, que está en el alma causada por las cosas, no sigue a la estimación del alma sino a la existencia de las cosas, «ya que por el hecho de que la cosa es o no es, la proposición se dice verdadera o falsa», y el intelecto otro tanto. 4. A lo cuarto, debe decirse que Agustín habla de la visión del intelecto humano de la que no depende la verdad de la cosa, pues hay muchas cosas que nuestro intelecto no conoce. Sin embargo, no hay cosa alguna que el intelecto divino no conozca en acto y el intelecto humano en potencia, desde el momento en que al intelecto agente se le atribuye el «hacer todas las cosas», y al intelecto posible el «devenir todas las cosas». De ahí que en la definición de cosa verdadera pueda ponerse la visión en acto del intelecto divino, pero no la del intelecto humano, salvo en potencia, como se evidencia de lo arriba expuesto. Artículo tercero En tercer lugar se pregunta: SI LA VERDAD ESTÁ SÓLO EN EL INTELECTO QUE COMPONE Y DIVIDE.1 Y parece que no: en efecto, lo verdadero se dice según la relación del ente al intelecto; pero la relación primordial que el intelecto tiene con 1 Lugares paralelos: I Pars q. 16 a. 2; Super Sent. I d. 19 q. 5 a. 1 ad 7; Super 134 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD con las cosas es en cuanto forma las quididades de ellas concibiendo sus definiciones; luego en esta operación del intelecto se encuentra verdadero primero y más principalmente. 2. Además, «lo verdadero es la adecuación de las cosas y el intelecto»; pero así como el intelecto que compone y divide puede adecuarse a las cosas, lo mismo el intelecto que intelige las quididades de las cosas; luego la verdad no está solamente en el intelecto que compone y divide. PERO EN CONTRA está lo que se dice en Metafísica VI [4 (1027 b 25)]: «Lo verdadero y lo falso no están en las cosas sino en la mente; con respecto a la aprehensión de lo simple y de la quididad, tampoco está en la mente.» 2.Además, en Sobre el alma III [6 (430 a 26)]: «La intelección de los indivisibles se da respecto de aquello en que no caben lo verdadero y lo falso.» RESPUESTA. Debe decirse que así como lo verdadero se encuentra en el intelecto antes que en las cosas, así también se encuentra en el intelecto que compone y divide antes que en el intelecto que forma la quididad de las cosas. En efecto, la razón de verdadero consiste en la adecuación de cosa e intelecto; ahora bien, no hay adecuación de ninguna cosa consigo misma sino entre cosas diversas; de ahí que la razón de verdad se encuentre primeramente en el intelecto allí donde primero comienza el intelecto a tener algo propio que la cosa fuera del alma no tiene, pero algo correspondiente con ella, entre los cuales sea dable la adecuación. Ahora bien, el intelecto que forma la quididad de las cosas no tiene sino la semejanza de la cosa que existe fuera del alma, así como también el sentido en cuanto recibe la species sensible. Pero cuando comienza a juzgar de la cosa aprehendida, entonces el juicio mismo del intelecto es algo propio suyo que no se encuentra afuera en la cosa; y cuando se adecua a lo que está afuera en la cosa el juicio se dice verdadero. Ahora bien, el intelecto juzga de la cosa aprehendida cuando dice que Periherm. I lect. 3; Super De anima III lect. 11; Super Metaph. VI lect. 4. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 135 algo es o no es, lo cual es propio del intelecto que compone y divide; de donde dice también el Filósofo en Metafísica VI [4 (1027 b 29)] que «la composición y la división están en el intelecto y no en las cosas.» Y de ahí es que la verdad se encuentre prioritariamente en la composición y división del intelecto. Secundariamente y con posterioridad se da lo verdadero en el intelecto que forma las quididades de las cosas o las definiciones. De donde la definición se dice verdadera o falsa en razón de la composición verdadera o falsa, como cuando se da de algo una definición que no es la suya, por ejemplo, si la definición de círculo se asignara al triángulo, o también cuando las partes de la definición no pueden componerse entre sí, como si por definición de una cosa se diera ‘animal insensible´, pues la composición implicada, a saber, algún animal es insensible, es falsa. Y de este modo, la definición no se dice verdadera o falsa sino en orden a la composición, así como también la cosa se dice verdadera en orden al intelecto. Se evidencia de lo dicho, por lo tanto, que verdadero se dice prioritariamente de la composición o división del intelecto; en segundo lugar, de las definiciones de las cosas en cuanto implican una composición verdadera o falsa; en tercer lugar, de las cosas en cuanto se adecuan al intelecto divino o son de suyo aptas para adecuarse al intelecto humano; en cuarto lugar, del hombre a causa de que elige lo verdadero, o hace una estimación verdadera o falsa de sí o de otros por lo que dicen o hacen. Ahora bien, las voces reciben la predicación de la verdad del mismo modo que los conceptos que significan. 1. A lo primero, en consecuencia, debe decirse que aunque la formación de la quididad sea la primera operación del intelecto, sin embargo el intelecto no tiene por ella nada propio que pueda adecuarse a la cosa, y por ello no está ahí la verdad propiamente. 2. Y de ello se evidencia la solución a lo segundo. 136 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Artículo cuarto En cuarto lugar se pregunta: SI HAY SÓLO UNA VERFDAD POR LA QUE TODAS LAS COSAS SON VERDADERAS1 Y parece que sí: en efecto, Anselmo dice en Sobre la verdad [cap. 13] que así como el tiempo dice relación a las cosas temporales, así tam- bién la verdad dice relación a las verdaderas; pero el tiempo dice relación a todas las cosas temporales de modo tal que hay un solo tiempo; luego la verdad dirá relación de tal modo a todas las cosas verdaderas que solamente habrá una verdad. 2. Pero decía que la verdad se dice de dos modos: de un modo en cuanto es lo mismo que la entidad de la cosa, como la define Agustín en Soliloquios [II cap. 5]: «lo verdadero es lo que es», y, así, es necesario que haya tantas verdades cuantas son las esencias de las cosas; de otro modo en cuanto se expresa en el intelecto, y en este sentido la define Hilario: «lo verdadero es lo que declara al ser», y de acuerdo con este modo, como ninguna cosa pueda manifestar nada al intelecto sino según la virtud de la verdad primera divina, todas las verdades son en cierto modo algo uno al mover al intelecto, así como todos los colores son uno en su moción de la vista en cuanto la mueven en razón de una única luz. —— Pero en contra: el tiempo de todas las cosas temporales es uno en número; en consecuencia, si la verdad dice relación a las cosas verdaderas como el tiempo a las temporales, es necesario que la verdad de todas las cosas verdaderas sea una numéricamente, y no es suficiente el que todas las verdades sean algo uno en su moción, o que sea una en su ejemplar. 3. Además, Anselmo en Sobre la verdad [cap. 13] argumenta así: si de varias cosas verdaderas son varias las verdades, es necesario que las verdades varíen según las variaciones de las cosas verdaderas; pero las verdades no varían con la variación de las cosas verdaderas, porque destruidas las cosas verdaderas o rectas, aún permanecen la verdad y la rectitud según las cuales son verdaderas o rectas; luego la verdad es sólo 1 Lugares paralelos: I Pars q. 16 a. 6; Super Sent. I d. 19 q. 5 a. 2; infra a. 8. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 137 una. Prueba la premisa menor por el hecho de que, destruido un signo, permanece aún la rectitud de la significación, porque es recto que sea significado lo que el signo significaba; y por la misma razón, destruida cualquier cosa verdadera o recta, su rectitud o verdad permanece. 4. Además, en lo creado ninguna cosa es aquello que su verdad es, así como la verdad del hombre no es hombre ni la verdad de la carne es carne; pero todo ente creado es verdadero; luego ningún ente creado es verdad; luego toda verdad es algo increado, y, así, hay tan sólo una verdad. 5. Además, nada hay mayor que la mente humana excepto Dios, como dice Agustín; pero la verdad, como prueba Agustín en Soliloquios [De lib. arb. II c. 12], es mayor que la mente humana, porque no puede decirse que sea menor, pues de serlo la mente humana juzgaría de la verdad, lo que es falso, –no juzga de ella, en efecto, sino según ella, así como tampoco el juez juzga de la ley sino según ella, como él mismo lo dice en Sobre la verdadera religión [cap. 31]–; de modo semejante tampoco puede decirse que le sea igual porque el alma juzga todas las cosas según la verdad y no según sí misma; luego la verdad no es sino Dios, y, así, hay sólo una verdad. 6. Además, Agustín en Sobre LXXXIII cuestiones [Quaestio 9] prueba que la verdad no se percibe con los sentidos del cuerpo, de la siguiente manera: nada se percibe por el sentido sino lo mudable; pero la verdad es inmutable; luego no se la percibe por el sentido. De modo semejante puede argumentarse: todo lo creado es mudable; pero la verdad no es mudable; luego no es creatura; luego es cosa increada; luego hay sólo una verdad. 7. Además, en la misma obra Agustín argumenta con idéntico propósito, de la siguiente manera: «no hay ninguna cosa sensible que no tenga algún parecido con lo falso, de manera tal que no se lo pueda discernir, pues, dejando de lado otros casos, de todas las cosas que sentimos por el cuerpo, incluso no estando ellas presentes a los sentidos, padecemos sus imágenes como si de veras lo estuviesen, como ocurre al soñar o al delirar»; ahora bien, la verdad no tiene ninguna similitud con lo falso; 138 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD luego la verdad no se percibe con el sentido. De manera semejante puede argumentarse: todo lo creado tiene alguna similitud con lo falso en la medida en que tiene algún defecto; luego la verdad no es nada creado, y, así, hay sólo una verdad. PERO EN CONTRA: Agustín en Sobre la verdadera religión [cap. 36]: «Así como la semejanza es forma de las cosas semejantes, así la ver- dad es forma de las cosas verdaderas»; pero de varias cosas semejantes hay varias semejanzas; luego de varias cosas verdaderas hay varias verdades. 2. Además, así como toda verdad creada deriva por vía de ejemplaridad de la verdad increada y de ella tiene su verdad, así también toda luz inteligible deriva por vía de ejemplaridad de la luz primera increada y tiene el poder de manifestar; decimos empero que hay una pluralidad de luces inteligibles, como Dionisio lo pone de manifiesto; luego de manera semejante parece que debe concederse que hay, absolutamente hablando, una pluralidad de verdades. 3. Además, aunque los colores tengan en virtud de la luz el que inmuten la vista, sin embargo se dice que, absolutamente hablando, son varios y diferentes, y no puede decirse que son algo uno sino en cierto sentido; luego, aunque también todas las verdades creadas se expresen al intelecto en virtud de la verdad primera, no podría empero hablarse por ello de una sola verdad, sino sólo en cierto sentido. 4. Además, así como la verdad creada no puede manifestarse al intelecto sino en virtud de la verdad increada, así tampoco ninguna potencia creada puede hacer nada sino en virtud de la potencia increada; y tampoco decimos de ningún modo que sea una sola la potencia de todas las cosas que poseen potencia; luego tampoco debe decirse de ningún modo que sea una sola la verdad de todas las cosas verdaderas. 5. Además, Dios dice referencia a las cosas en su relación de triple causa, a saber, eficiente, ejemplar y final, y por una cierta apropiación la entidad de las cosas se refiere a Dios como a causa eficiente, su verdad como a causa ejemplar y su bondad como a causa final, aunque también REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 139 cada una de ellas puede referirse a cada una de las causas de acuerdo con la propiedad de la locución; pero no decimos según ningún modo de locución que sea una la bondad de todas las cosas buenas o una la entidad de todos los entes; luego tampoco debemos decir que es una la verdad de todas las cosas verdaderas. 6. Además, aunque sea una la verdad increada en la que todas las verdades creadas tienen su ejemplar, sin embargo no la tienen por tal todas del mismo modo, porque aunque ella diga relación a todas de modo similar, no todas dicen relación a ella de modo similar, como se dice en Sobre las causas [Com. 24 (23)]; de ahí que la verdad de las cosas necesarias y la de las contingentes la tengan por ejemplar de modos diferentes; pero modos diversos de imitar el ejemplar divino producen diversidad en las cosas creadas; luego, absolutamente hablando, hay una pluralidad de verdades creadas. 7. Además, «la verdad es adecuación de cosa e intelecto»; pero de cosas de diversa especie no puede haber una sola adecuación al intelecto; luego, como las cosas verdaderas son de diversas especies, no puede haber de todas ellas una sola verdad. 8. Además, Agustín en Sobre la Trinidad XII [cap. 15] dice: ‘Debe creerse que la naturaleza de la mente humana está conectada a las cosas inteligibles de tal modo que todas las cosas que conoce las intuye en una cierta luz de su propio género`; pero la luz por la que el alma conoce todas las cosas es la verdad; luego la verdad es del mismo género del alma, y, así, es necesario que la verdad sea una cosa creada: de donde en diversas creaturas habrá diversas verdades. RESPUESTA. Debe decirse que, como es manifiesto por lo expues- to anteriormente [a. 2], la verdad se encuentra propiamente en el intelecto humano o en el divino así como la salud en el animal; ahora bien, en las demás cosas se encuentra la verdad por relación al intelecto, así como también la salud se dice de ciertas otras cosas en cuanto producen o conservan la salud del animal. En consecuencia, la verdad está en el intelecto divino primera y propiamente, en el intelecto humano propia- 140 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD mente por cierto, pero secundariamente, y en las cosas impropia y secundariamente porque no está sino por respecto a las otras dos verdades. Por lo tanto la verdad del intelecto divino es tan sólo una, de la cual derivan al intelecto humano una pluralidad de verdades, «así como de un mismo rostro resultan varias imágenes en el espejo», como dice la glosa sobre aquello de que «Las verdades han sido menoscabadas por los hijos de los hombres»; a su vez, las verdades que están en las cosas son tantas cuantas son sus entidades. Ahora bien, la verdad que se dice de las cosas en relación al intelecto humano les es en cierto modo accidental, porque en el supuesto de que el intelecto humano no existiera ni pudiera existir, aún permanecería la cosa en su esencia; pero la verdad que de ellas se dice en relación al intelecto divino las acompaña inseparablemente, puesto que ni podrían subsistir sin el intelecto divino que las produce en el ser. Asimismo la verdad inhiere en la cosa con anterioridad en relación al intelecto divino que al humano, puesto que se relaciona al intelecto divino como a su causa, mientras que al humano en cierto modo como a su efecto en cuanto el intelecto recibe su ciencia de las cosas; así, en consecuencia, una cosa se dice verdadera más principalmente en orden a la verdad del intelecto divino que en orden a la verdad del intelecto humano. Por lo tanto, si se toma la verdad propiamente dicha según la cual todas las cosas son verdaderas principalmente, así todas las cosas son verdaderas por una sola verdad, es decir, por la verdad del intelecto divino; y así habla Anselmo de la verdad en Sobre la verdad ; pero si se toma la verdad propiamente dicha según la cual las cosas se dicen verdaderas secundariamente, así son varias las verdades de varias cosas verdaderas, e incluso de una sola cosa verdadera hay varias verdades en almas diversas; por otro lado, si se toma la verdad impropiamente dicha según la cual todas las cosas se dicen verdaderas, así son varias las verdades de varias cosas verdaderas, pero de una cosa verdadera hay tan sólo una verdad. Así, pues, las cosas se denominan verdaderas por la verdad que está en el intelecto divino o en el intelecto humano como se denomina sana la comida por la salud que está en el animal y no como por forma inherente; pero por la verdad que está en la cosa misma, que no es otra REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 141 cosa que su entidad adecuada al intelecto o que adecua al intelecto a sí misma, se denomina como por forma inherente, así como la comida se denomina sana por su propia cualidad, por la que se dice sana. 1. A lo primero, en consecuencia, debe decirse que el tiempo dice relación a las cosas temporales como la medida a lo medido; de donde se evidencia que Anselmo habla de aquella verdad que es medida de todas las cosas verdaderas, y ésta es sólo una numéricamente así como el tiempo es uno, como se concluye en el segundo argumento. Ahora bien, la verdad que está en el intelecto humano o en las cosas mismas, no se relaciona a las cosas como una medida extrínseca y común a las cosas medidas, sino, o bien como lo medido a la medida, como ocurre con la verdad del intelecto humano, y así es necesario que varíe según la variación de las cosas; o bien como medida intrínseca, cual es el caso de la verdad que está en las cosas mismas, y también estas medidas es necesario que se plurifiquen según la pluralidad de las cosas medidas, así como cuerpos diversos tienen diversas dimensiones. 2. Lo segundo concedemos. 3. A lo tercero, debe decirse que la verdad que permanece una vez destruidas las cosas, es la verdad del intelecto divino, y ésta, absolutamente, es una numéricamente; la verdad en cambio que está en las cosas o en el alma varía con la variación de las cosas. 4. A lo cuarto, debe decirse que cuando se dice ‘ninguna cosa es su verdad`, se entiende de las cosas que tienen ser completo en la naturaleza, así como cuando se dice ‘ninguna cosa es su ser`; y sin embargo el ser de la cosa es una cierta cosa creada; y del mismo modo la verdad de la cosa es algo creado. 5. A lo quinto, debe decirse que la verdad según la cual el alma juzga de todas las cosas, es la verdad primera. En efecto, así como de la verdad del intelecto divino fluyen al intelecto angélico las species innatas de las cosas, según las cuales conoce él todas las cosas, así también de la verdad del intelecto divino procede por vía de causalidad ejemplar a nuestro intelecto la verdad de los primeros principios, según la cual 142 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD juzgamos de todas las cosas; y como no podemos juzgar por ella sino en cuanto que es una semejanza de la verdad primera, por ello se dice que juzgamos de todo según la verdad primera. 6. A lo sexto, debe decirse que aquella verdad inmutable es la verdad primera, y ésta ni se percibe por el sentido ni es algo creado. 7. A lo séptimo, debe decirse que la verdad creada misma tampoco tiene algo similar a lo falso, aunque cualquier creatura tenga algo similar a lo falso. En efecto, en tanto tiene la creatura algo similar a lo falso en cuanto es deficiente; pero la verdad no sigue a la cosa creada por lo que ésta tenga de deficiente, sino según que, conformada a la verdad primera, se aparta de su defecto. 1. A lo primero de lo que se objeta en contra, debe decirse que la semejanza se encuentra propiamente en ambas cosas semejantes; la verdad, en cambio, como es una cierta conveniencia de intelecto y cosa, no se encuentra propiamente en ambos sino en el intelecto; de donde, como hay un intelecto, a saber, el divino, según la conformidad con el cual todas las cosas son y se dicen verdaderas, es necesario que todas las cosas sean verdaderas según una verdad, aunque en varias cosas semejantes haya diversas semejanzas. 2. A lo segundo, debe decirse que aunque la luz inteligible participe ejemplarmente de la luz divina, no obstante la luz se dice propiamente de las luces inteligibles creadas; la verdad, en cambio, no se dice propiamente de las cosas cuyo ejemplar es el intelecto divino; y por ello no decimos una luz como decimos una verdad. 3. Y de modo similar debe decirse a lo tercero sobre los colores, porque los colores se dicen visibles también propiamente aunque no se vean sino por la luz. 4-5. Y de manera semejante debe decirse a lo cuarto sobre la potencia y a lo quinto sobre la entidad. 6. A lo sexto, debe decirse que aunque las cosas deriven ejemplarmente de la verdad divina de diferentes formas, sin embargo no se exclu- REFLEXIONES 143 EN TORNO A LA VERDAD ye debido a ello que sean, propiamente hablando, verdaderas por una verdad y no por varias, porque aquello que se recibe diversamente en las cosas derivadas ejemplarmente, no se dice propiamente verdad así como se dice propiamente verdad en el ejemplar. 7. A lo séptimo, debe decirse que aunque las cosas que son diversas en especie no se adecuen de parte de ellas mismas con una y la misma adecuación al intelecto divino, sin embargo el intelecto divino al que todas se adecuan es uno, y de su parte hay una única adecuación a todas las cosas, aunque no todas se le adecuen del mismo modo; y por ello, del modo explicado, la verdad de todas las cosas es una. 8. A lo octavo, debe decirse que Agustín habla de la verdad que de la mente divina misma deriva ejemplarmente en nuestra mente, así como la semejanza de un rostro resulta en el espejo; y tales verdades que resultan en nuestras almas de la verdad primera son muchas, como se ha dicho. —— O bien debe decirse que la verdad primera en cierto modo es del género del alma, tomando a género en sentido lato según que todas las cosas inteligibles o incorpóreas se dicen del mismo género, al modo como se dice en Act. XVII,28: «Pues somos nosotros también del género de Dios mismo.» Artículo quinto En quinto lugar se pregunta: SI ALGUNA OTRA VERDAD ES ETERNA APARTE DE LA PRIMERA1 Y parece que sí: en efecto, Anselmo en el Monologion [cap. 18], hablando de la verdad de los enunciables, dice: «Sea que se piense que la verdad tiene principio o fin, o que se diga que no los tiene, la verdad no puede ser encerrada por ningún principio o fin»; ahora bien, se entiende que toda verdad tiene principio o fin, o que no tiene principio o fin; en consecuencia, ninguna verdad se encierra por un principio y un fin; pero todo lo que es de ese modo es eterno; luego toda verdad es eterna. 1 Lugares paralelos: I Pars q. 16 a. 7; Super Sent. I d. 19 q. 5 a. 3. 144 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 2. Además, todo aquello cuyo ser sigue a la destrucción de su ser es eterno, porque se suponga que es o que no es, se sigue que es, y es necesario según cualquier tiempo suponer de cada cosa que es o que no es; ahora bien, a la destrucción de la verdad sigue que la verdad es, porque si la verdad no es, es verdadero que la verdad no es, y nada puede ser verdadero sino por la verdad; luego la verdad es eterna. 3. Además, si la verdad de los enunciables no es eterna, entonces debía asignarse un momento en el que no existía la verdad de los enunciables; pero en ese entonces era verdadero este enunciable: ‘no existe ninguna verdad de los enunciables`; luego la verdad de los enunciables existía, lo que es lo contrario de lo que se dio por supuesto; luego no puede decirse que la verdad de los enunciables no sea eterna. 4. Además, el Filósofo prueba en Física I [15 (192 a 25)] que la materia es eterna –aunque esto sea falso–, por el hecho de permanecer después de su corrupción y de ser antes de su generación, debido a que si se corrompe resulta algo corrompiéndose, y si se genera se genera de algo. Ahora bien, aquello de que algo se genera y aquello en que resulta algo al corromperse, es la materia; pero, de manera semejante, si se sostiene que la verdad se corrompe o se genera, se sigue que existe antes de su generación y después de su corrupción, porque si se genera cambia del no ser al ser, y si se corrompe cambia del ser al no ser; ahora bien, cuando no existe la verdad es verdadero que la verdad no existe, lo que absolutamente no puede ser sin que la verdad exista; luego la verdad es eterna. 5. Además, todo lo que no puede inteligirse que no existe es eterno, porque todo lo que puede no ser puede inteligirse que no es; pero la verdad, incluso la de los enunciables, no puede inteligirse que no existe, porque el intelecto no puede inteligir nada sin inteligirlo como siendo verdadero; luego la verdad, incluida la de los enunciables, es eterna. 6. Además, lo que es futuro siempre fue futuro y lo que es pretérito siempre será pretérito; pero la proposición sobre lo futuro es verdadera porque algo es futuro, y la proposición sobre lo pretérito es verdadera porque algo es pretérito; luego la verdad de la proposición sobre lo futuro REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 145 siempre fue y la verdad de la proposición sobre lo pretérito siempre será, y, así, no sólo la verdad primera es eterna sino también muchas otras. 7. Además, Agustín en Sobre el libre albedrío [II c. 8] dice que «no hay nada más eterno que la razón de círculo y que dos más tres son cinco»; pero la verdad de éstas [proposiciones] es verdad creada; luego alguna verdad es eterna aparte de la verdad primera. 8. Además, para la verdad de la enunciación no se requiere que se enuncie algo en acto, sino que basta con que exista aquello sobre lo cual puede formarse una enunciación; ahora bien, antes de que el mundo existiera hubo algo sobre lo cual pudo hacerse una enunciación, aun aparte de Dios; luego antes de que el mundo llegara a ser existió la verdad de los enunciables; pero lo que existió antes del mundo es eterno; luego la verdad de los enunciables es eterna. Prueba de la proposición intermedia: el mundo ha sido hecho de la nada, es decir, después de la nada; luego antes de que el mundo existiese, existía su no ser; pero la enunciación verdadera no sólo se forma de lo que es sino también de lo que no es, pues así como se enuncia con verdad que lo que es es, así también se enuncia con verdad que lo que no es no es, como se pone de manifiesto en Sobre la interpretación I [9 (17 a 26)]; luego, antes de que el mundo existiera, hubo algo sobre lo que pudo formarse una enunciación verdadera. 9. Además, todo lo que se sabe es verdadero mientras se lo sabe; pero Dios supo desde toda la eternidad todos los enunciables; luego la verdad de todos los enunciables es desde toda la eternidad, y, así, muchas verdades son eternas. 10. Pero decía que no se sigue de ello que aquellos enunciables sean verdaderos en sí mismos, sino en el intelecto divino. —— Pero en contra: es necesario que algo sea verdadero en tanto en cuanto es sabido; pero desde toda la eternidad todas las cosas son sabidas por Dios, no sólo según que están en su mente, sino también según existen en su propia naturaleza: Eccl. XXIII 29: «a Dios nuestro Señor le son conocidas todas las cosas tanto antes como después de ser creadas», y, así, no conoce las cosas después de su realización de modo distinto de como las conoció desde toda la eternidad; luego desde toda la eternidad existieron mu- 146 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD chas verdades no sólo en el intelecto divino sino en sí mismas. 11. Además, se dice que algo es, absolutamente hablando, en tanto en cuanto se encuentra cabalmente cumplido; pero la razón de verdad se cumple en el intelecto; luego, si en el intelecto divino fueron muchas cosas verdaderas desde toda la eternidad, se ha de conceder absolutamente que muchas verdades son eternas. 12. Además, Sap. I 15: «La justicia es perpetua e inmortal»; pero la verdad es parte de la justicia, como dice Tulio en Retórica [De inventione II c. 53 n. 162]; luego es perpetua e inmortal. 13. Además, lo universal es perpetuo e incorruptible; pero verdadero es máximamente universal porque se convierte con ente; luego la verdad es perpetua e incorruptible. 14. Pero decía que lo universal no se corrompe por sí sino por accidente. —— Pero en contra: algo debe denominarse más por lo que le conviene por sí que por lo que le conviene por accidente; luego, si la verdad es por sí perpetua e incorruptible y no se corrompe o genera sino por accidente, debe concederse que la verdad dicha universalmente es eterna. 15. Además, desde toda la eternidad Dios fue anterior al mundo; luego la relación de anterioridad fue en Dios desde toda la eternidad; pero puesto uno de los correlatos, necesariamente hay que poner también el otro; luego desde toda la eternidad existió la posterioridad del mundo respecto a Dios; luego desde toda la eternidad existió otra cosa fuera de Dios a la que le compete de algún modo la verdad, y, así, se concluye lo mismo que antes. 16. Pero decía que aquella relación de anterioridad y posterioridad no es nada en la naturaleza de las cosas, sino tan sólo en la razón. —— En contra: como dice Boecio en Sobre la consolación [V pr. 6] hacia el final, Dios es anterior al mundo por naturaleza, incluso si el mundo hubiese existido siempre; luego aquella relación de anterioridad es una relación de naturaleza y no solamente de razón. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 147 17. Además, la verfdad de la significación es la rectitud de la significación; pero desde toda la eternidad fue recto que algo sea significado; luego la verdad de la significación existió desde toda la eternidad. 18. Además, desde toda la eternidad fue verdadero que el Padre engendró al Hijo y que el Espíritu Santo procedió de ambos; pero éstas son varias cosas verdaderas; luego varias cosas son verdaderas desde toda la eternidad. 19. Pero decía que ésas [proposiciones] son verdaderas por una verdad; de donde no se sigue que haya varias verdades desde toda la eternidad. —— Pero en contra: el Padre es Padre y engendra al Hijo por algo distinto de aquello por lo que el Hijo es Hijo y espira al Espíritu Santo; pero por aquello por lo que el Padre es Padre, es verdadera esta proposición: ‘el Padre engendra al Hijo` o ‘el Padre es Padre`; a su vez, por aquello por lo que el Hijo es Hijo es verdadera esta: ‘el Hijo es engendrado por el Padre`; luego tales proposiciones no son verdaderas por una sola verdad. 20. Además, aunque hombre y risible se conviertan, sin embargo la verdad de estas dos proposiciones: ‘el hombre es hombre` y ‘el hombre es risible`, no siempre es la misma debido a que ‘hombre` no predica la misma propiedad que ‘risible`; pero, de modo semejante, no importan la misma propiedad el nombre de Padre y el nombre de Hijo; luego no es la misma la verdad de dichas proposiciones. 21. Pero decía que esas proposiciones no fueron desde toda la eternidad. —— Pero en contra: siempre que haya un intelecto que pueda enunciar puede haber enunciación; pero desde toda la eternidad existió el intelecto divino inteligiendo que el Padre es Padre y el Hijo es Hijo, y, así, enunciando o diciendo, ya que según Anselmo para el Espíritu Santo es lo mismo decir que inteligir; luego las enunciaciones mencionadas fueron desde toda la eternidad. PERO EN CONTRA: nada creado es eterno; toda verdad, aparte de la primera, es creada; luego sólo la verdad primera es eterna. 2. Además, ente y verdadero se convierten; pero sólo un ente es 148 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD eterno; luego sólo una verdad es eterna. RESPUESTA. Debe decirse que, como antes se ha explicado [a. 1], la verdad importa una cierta adecuación y conmensuración; de donde algo se denomina verdadero así como algo se denomina conmensurado; ahora bien, el cuerpo es medido tanto por medida intrínseca, como la línea, la superficie o la profundidad, cuanto por medida extrínseca como lo localizado por el lugar, el movimiento por el tiempo y el paño por el codo; de donde también algo puede denominarse verdadero de dos modos: de uno por verdad inherente, de otro por verdad extrínseca, y de este modo se denominan verdaderas todas las cosas por la verdad primera; y puesto que la verdad que está en el intelecto es medida por las cosas mismas, se sigue que no sólo la verdad de la cosa sino también la verdad del intelecto, o de la enunciación que significa al intelecto, se denominen por la verdad primera. Ahora bien, en esta adecuación o conmensuración de intelecto y cosa, no se requiere que ambos extremos estén en acto, pues nuestro intelecto puede adecuarse ahora a las cosas que serán en el futuro pero que ahora no son, de lo contrario no sería verdadera esta proposición: ‘el Anticristo nacerá`; de donde esto se denomina verdadero por la verdad que está sólo en el intelecto incluso cuando no existe la cosa misma. De modo semejante también el intelecto divino pudo adecuarse desde toda la eternidad a las cosas que no existieron desde toda la eternidad sino que han sido hechas en el tiempo, y, así, lo que existe en el tiempo puede denominarse verdadero desde toda la eternidad por la verdad eterna. En consecuencia, si tomamos la verdad inherente a las cosas verdaderas creadas, que encontramos en las cosas y en el intelecto creado, así la verdad no es eterna, ni de las cosas ni de los enunciables, puesto que las cosas mismas, o el intelecto en los cuales dichas verdades inhieren, no existen desde toda la eternidad. Ahora bien, si se toma la verdad de las cosas verdaderas creadas por la que todas se denominan verdaderas como por medida extrínseca, que es la verdad primera, así de todas, tanto de las cosas cuanto de los enunciables y de los intelectos, la verdad es eterna. Y la eternidad de tal verdad persigue Agustín en Soliloquios [II c. 2 y 15] y Anselmo en Monologion [cap. 18]; de ahí también lo de Anselmo en Sobre la verdad [cap. 10]: «Puedes en- REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 149 tender de qué modo he probado en mi Monologion por la verdad de la proposición, que la verdad suprema no tiene ni principio ni fin.» Ahora bien, esta verdad primera de todas las cosas no puede ser sino una. Pues en nuestro intelecto la verdad no se diversifica sino de dos modos: de un modo, a causa de la diversidad de las cosas conocidas de las que tiene conocimientos diversos, a los que siguen diversas verdades en el alma; de otro modo, por el diverso modo de inteligir, pues la marcha de Sócrates es una sola cosa, pero el alma, que componiendo y dividiendo cointelige el tiempo, como se dice en Sobre el alma III [11 (430 a 31)], intelige de diverso modo la marcha de Sócrates como presente, pretérita y futura, y según ello forma diversas concepciones en las que se encuentran verdades diversas. Ahora bien, ninguno de ambos modos de diversidad se puede encontrar en el conocimiento divino, pues de cosas diversas no tiene conocimientos diversos, sino que conoce todas las cosas con un único conocimiento, puesto que por una sola cosa, es decir, por su propia esencia conoce todas las cosas ‘no aplicando su conocimiento a una por una`, como dice Dionisio en Sobre los nombres divinos [cap. 7 § 2]; de modo semejante tampoco su conocimiento se ciñe a ningún tiempo, ya que se mide por la eternidad que abstrae de todo tiempo conteniendo a todo tiempo. De donde resulta que no hay una pluralidad de verdades desde toda la eternidad. 1. A lo primero, en consecuencia, debe decirse que, como Anselmo mismo se explica en Sobre la verdad [cap. 10], había dicho que la verdad de las enunciaciones no está encerrada por un principio y por un fin, «no porque la oración fuese sin principio, sino porque no puede entenderse cuándo la oración sería faltándole la verdad», es decir, aquella oración de la que trataba por la que se significa que algo es futuro verdaderamente; por lo cual se muestra que no quiso sostener que la verdad inherente a la cosa creada o a la oración existieran sin principio ni fin, sino que solamente es así la verdad primera por la cual se dice verdadera la enunciación como por medida extrínseca. 2. A lo segundo, debe decirse que fuera del alma encontramos dos cosas, a saber, la cosa misma y las negaciones y privaciones de la cosa, 150 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD que ciertamente no dicen relación al intelecto del mismo modo. En efecto, la cosa misma se adecua al intelecto divino por la especie que tiene, como la obra artificial al arte, y en virtud de la misma especie es naturalmente capaz de adecuar nuestro intelecto a sí misma, en cuanto por la semejanza suya recibida en el alma produce un conocimiento de sí; pero el no ente considerado fuera del alma, no tiene nada con que adecuarse al intelecto divino ni con que producir de sí un conocimiento en nuestro intelecto, de donde el que se adecue a cualquier intelecto no es por el no ente sino por el intelecto mismo que en sí mismo concibe la razón de no ente. Luego la cosa, que es algo positivamente fuera del alma, tiene en sí algo por lo que puede decirse verdadera, no así en cambio el no ser de la cosa, sino que lo que de la verdad se le atribuya es por parte del intelecto. Entonces, cuando se dice ‘es verdadero que la verdad no existe`, como la verdad que aquí se significa es acerca del no ente, nada tiene excepto en el intelecto; de donde a la destrucción de la verdad que está en la cosa no se sigue sino que es la verdad que está en el intelecto, y, así, se evidencia que no puede concluirse de ello sino que la verdad que está en el intelecto es eterna; y es absolutamente necesario que esté en un intelecto eterno, y ésta es la verdad primera; del argumento presentado, entonces, queda de manifiesto que sólo la verdad primera es eterna. 3- 4.Y de ahí se desprende la solución a lo tercero y a lo cuarto. 5. A lo quinto, debe decirse que no puede inteligirse en sentido absoluto que la verdad no es. Se puede inteligir empero que ninguna verdad creada existe, así como también se puede inteligir que ninguna creatura existe, pues el intelecto puede inteligir que él mismo no existe y que no intelige, aunque nunca intelija sin que exista o intelija; en efecto, no es necesario que todo lo que el intelecto tiene al inteligir, lo intelija cuando intelige, porque no siempre se vuelve sobre sí mismo por reflexión; y por ello no hay inconveniente si intelige que la verdad creada no existe, sin la cual no puede inteligir. 6. A lo sexto, debe decirse que aquello que es futuro no existe en cuanto es futuro, y similarmente lo que es pretérito en cuanto tal; de REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 151 donde la razón de la verdad de lo pretérito y de lo futuro es la misma que la de la verdad del no ente, de la que no puede concluirse la eternidad de ninguna verdad excepto de la primera, como se ha dicho arriba. 7. A lo séptimo, debe decirse que las palabras de Agustín han de entenderse en el sentido de que esas verdades son en cuanto están en la mente divina; o bien toma a eterno por perpetuo. 8. A lo octavo, debe decirse que aunque la enunciación verdadera se haga del ente y del no ente, sin embargo el ente y el no ente no dicen relación a la verdad del mismo modo, como se evidencia por lo expuesto anteriormente, por lo cual se manifiesta la solución a lo que se objeta. 9. A lo noveno, debe decirse que desde toda la eternidad Dios conoció una pluralidad de enunciables, pero no obstante conoció esa pluralidad con un único conocimiento; de donde, desde toda la eternidad, no existió más que una verdad por la cual el conocimiento divino fue verdadero respecto de una pluralidad de cosas futuras en el tiempo. 10. A lo décimo, debe decirse que, como se manifiesta por lo dicho, el intelecto no sólo se adecua a las cosas que son en acto sino también a las que no son en acto, sobre todo el intelecto divino para el cual nada es pretérito ni futuro; de donde, aunque las cosas no existieron desde toda la eternidad en su naturaleza propia, sin embargo el intelecto divino estuvo adecuado a las cosas futuras en el tiempo en la propia naturaleza de ellas, y por ello desde toda la eternidad tuvo un conocimiento verdadero de las cosas incluso en su propia naturaleza, aunque las verdades de las cosas no hayan existido desde toda la eternidad. 11. A lo undécimo, debe decirse que aunque la razón de verdad se cumpla plenamente en el intelecto, sin embargo la razón de cosa no alcanza su cumplimiento en el intelecto; de donde, aunque se conceda que, absolutamente hablando, la verdad de todas las cosas fue desde toda la eternidad por el hecho de estar en el intelecto divino, sin embargo no se puede conceder que, absolutamente hablando, las cosas hayan sido verdaderas desde toda la eternidad debido al hecho de que fueron en el intelecto divino. 152 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 12. A lo duodécimo, debe decirse que aquello se entiende de la justicia divina, o si se ha de entender de la justicia humana, entonces se dice que es perpetua así como se dice que son perpetuas las cosas naturales, como decimos que el fuego se mueve siempre hacia arriba debido a una inclinación de la naturaleza, a menos que algo se lo impida; y puesto que la virtud, como dice Tulio [De inventione II c. 53 n. 159], es «un hábito a modo de naturaleza, concorde con la razón», en cuanto depende de su naturaleza de virtud tiene una indefectible inclinación a su acto, aunque a veces sea impedida; y por ello también al principio del Digesto [I tit. 1 lege 10] se dice que «la justicia es la voluntad constante y perpetua de dar a cada uno su derecho.» Sin embargo, la verdad de que ahora hablamos no es aquella que es parte de la justicia, sino la verdad de las confesiones que deben hacerse en juicios. 13. A lo decimotercero, debe decirse que aquello de que el universal sea perpetuo e incorruptible, Avicena [Suffic. I c. 3] lo interpreta en dos sentidos: en uno, de modo que se diga que es perpetuo e incorruptible en razón de los particulares cuya sucesión nunca comenzó ni terminará jamás, según los que sostienen la eternidad del mundo –pues la generación es, según los filósofos, para que se salve la existencia perpetua en la especie, que en el individuo no se puede salvar–; en otro sentido, de modo que se diga perpetuo porque no se corrompe por sí sino por accidente con la corrupción del individuo. 14. A lo decimocuarto, debe decirse que algo se atribuye por sí a una cosa de dos modos: de un modo, positivamente, así como al fuego se le atribuye el elevarse, y por un tal por sí algo se denomina más que por lo que es por accidente; en efecto, decimos que el fuego se eleva y es de las cosas que se elevan más que de aquellas que descienden, aunque a veces por accidente el fuego descienda, como es manifiesto con el hierro incandescente. A veces, en cambio, se atribuye algo por sí a una cosa por modo de remoción, es decir, por el hecho de que se remueve de ella lo que por naturaleza induce la disposición contraria; de donde, si esto le adviniera por accidente, esa disposición contraria se enunciará absolutamente; así como la unidad se atribuye por sí a la materia prima, no por la posición de alguna forma unificadora sino por la remoción de formas diver- REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 153 sificantes; de ahí que, cuando advienen las formas que distinguen nen por sí las disposiciones materiales que son la causa de corrupción en los individuos; de donde lo universal existente en las cosas particulares se dice, absolutamente hablando, que se corrompe en esto o en aquello. 15. A lo decimoquinto, debe decirse que mientras los demás géneros en cuanto tales ponen algo en la naturaleza de las cosas, –pues la cantidad, por el hecho mismo de ser cantidad, dice algo–, sólo la relación, por el hecho de ser tal, no tiene el que ponga algo en la naturaleza de las cosas, porque no predica algo sino relación a algo; de ahí que se encuentren algunas relaciones que no ponen nada en la naturaleza de las cosas sino sólo en la razón; lo cual ocurre de cuatro modos, como se puede colegir de lo que dicen el Filósofo [Metaf. V 11 y 17 (1018 a 7 ss. y 1021 a 26); X 8 (1056 b 32)] y Avicena [Metaf. III c. 10]. De un modo, como cuando algo se refiere a sí mismo, como al decir ‘algo es idéntico a sí mismo`: pues si esta relación pusiera algo en la naturaleza de las cosas añadido a lo que se dice idéntico, habría procesión al infinito en las relaciones, porque la relación misma por la que alguna cosa se diría idéntica, sería idéntica a sí por otra relación, y así al infinito. De un segundo modo, cuando la relación misma se refiere a algo: pues no puede decirse que la paternidad se refiera a su sujeto por alguna relación intermedia, porque esta relación intermedia también necesitaría otra relación intermedia, y así al infinito; de ahí que la relación que se significa al referir la paternidad a su sujeto, no está en la naturaleza de las cosas sino sólo en la razón. De un tercer modo, cuando uno de los correlatos depende del otro y no a la inversa, como la ciencia depende de lo posible de ser sabido y no a la inversa: de donde la relación de la ciencia a lo posible de ser sabido es algo en la naturaleza de las cosas, pero no en cambio la relación de lo posible de ser sabido a la ciencia, sino tan sólo en la razón. De un cuarto modo, cuando el ente se refiere al no ente, como cuando decimos que nosotros somos anteriores a los que serán después de nosotros: de lo contrario se seguiría que podría haber infinitas relaciones en la misma cosa si la generación se prolongara al infinito en el futuro. En consecuencia, por los dos últimos modos se muestra que la relación aquella de anterioridad no pone nada en la naturaleza de las cosas sino sólo en 154 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD el intelecto, ya sea porque Dios no depende de las creaturas, ya sea porque tal anterioridad dice relación de ente a no ente; de ahí que no se siga de ello que alguna verdad sea eterna, excepto en el intelecto divino que sólo él es eterno; y ésta es la verdad primera. 16. A lo decimosexto, debe decirse que aunque Dios sea por naturaleza anterior a las cosas creadas, no obstante no se sigue que esa relación sea una relación de naturaleza, sino que es inteligida por la consideración de la naturaleza de lo que se dice anterior y de lo que se dice posterior, así como también lo posible de ser sabido se dice anterior por naturaleza a la ciencia aunque la relación de ello a la ciencia no sea nada en la naturaleza de las cosas. 17. A lo decimoséptimo, debe decirse que cuando se dice que es recto que algo sea significado aun no existiendo el acto de significación, se entiende según el ordenamiento de las cosas que existe en el intelecto divino, así como aun no existiendo el arca, es recto que ella tenga tapa según la disposición del arte en el artífice; de donde tampoco se puede obtener de ello que otra verdad sea eterna aparte de la primera. 18. A lo decimoctavo, debe decirse que la razón de verdadero se funda sobre ente; ahora bien, aunque en la divinidad se pongan varias personas y propiedades, sin embargo no se pone en ella más que un acto de ser, porque en la divinidad el ser se dice únicamente de modo esencial; y por ello, de todos estos enunciables: el Padre es o engendra, el Hijo es o es engendrado, y de otros semejantes, según que se refieren a la cosa misma, la verdad es una, que es la verdad primera y eterna. 19. A lo decimonoveno, debe decirse que aunque el Padre sea Padre por algo distinto de aquello por lo que el Hijo es Hijo, porque esto es la filiación, aquello la paternidad, sin embargo es lo mismo por lo que el Padre es y por lo que el Hijo es, porque ambos son por la esencia divina que es una. La razón de verdad, empero, no se funda sobre la razón de paternidad o filiación en cuanto tales, sino sobre la razón de entidad; ahora bien, la paternidad y la filiación son por una única esencia, y por ello es una la verdad de ambas. REFLEXIONES 155 EN TORNO A LA VERDAD 20. A lo vigésimo, debe decirse que la propiedad que predica el nombre de hombre y la que predica el de risible, no son lo mismo por esencia ni tienen el mismo acto de ser, como ocurre con la paternidad y la filiación, y por ello el caso no es el mismo. 21. A lo vigésimo primero, debe decirse que por más diversas que sean las cosas que conoce el intelecto divino, no las conoce más que con un único conocimiento, y cosas que en sí mismas tienen diversas verdades; de donde, con mucha mayor razón, todas las cosas que se inteligen de las personas no las conoce más que con un único conocimiento; de ahí también que de todas ellas no haya más que una sola verdad. Artículo sexto En sexto lugar se pregunta: SI LA VERDAD CREADA ES INMUTABLE 1 Y parece que sí: Anselmo en Sobre la verdad [cap. 13] dice:«Veo que con esa razón se prueba que la verdad permanece inmóvil»; ahora bien, la razón a que alude era sobre la verdad de la significación, como aparece por lo ya expuesto; luego la verdad de los enunciables es inmutable y, por la misma razón, también la verdad de la cosa que significa. 2. Además, si la verdad de la enunciación cambia, sobre todo cambia con la mutación de la cosa; pero mudada la cosa, la verdad de la proposición permanece; luego la verdad de la enunciación es inmutable. Prueba de la proposición intermedia: según Anselmo, la verdad es una cierta rectitud en cuanto algo cumple lo que tiene asignado en la mente divina; pero esta proposición ‘Sócrates está sentado` tiene asignado en la mente divina que signifique la acción de sentarse de Sócrates, a la que significa aun cuando Sócrates no esté sentado; luego, incluso no estando Sócrates sentado, permanece en ella la verdad y, así, la verdad de la proposición mencionada no cambia aunque la cosa cambie. 1 Lugares paralelos: I Pars q. 16 a. 8. 156 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 3. Además, si la verdad cambia, ello no es posible sino por la mutación de las cosas en que la verdad está, así como tampoco se dicen que algunas formas cambien sino por la mutación de su sujeto; pero la verdad no cambia con la mutación de las cosas verdaderas, porque, destruidas las cosas verdaderas, aún permanece la verdad, como lo prueban Agustín [Solil. I c. 15] y Anselmo [De verit. cap. 13]; luego la verdad es absolutamente inmutable. 4. Además, la verdad de la cosa es causa de la verdad de la proposición, «pues por el hecho de que la cosa es o no es, la proposición se dice verdadera o falsa»; pero la verdad de la cosa es inmutable; luego también la verdad de la proposición. Prueba de la proposición intermedia: Anselmo en Sobre la verdad [cap. 13] prueba que la verdad de la enunciación permanece inmóvil en cuanto cumple aquello que le está asignado en la mente divina; ahora bien, de forma similar, toda cosa cumple aquello que en la mente divina está asignado que tenga; luego la verdad de toda cosa es inmutable. 5. Además, aquello que permanece siempre una vez efectuadas todas las mutaciones, no cambia nunca; en efecto, en la alteración de colores no decimos que cambie la superficie, porque permanece una vez hecho cualquier cambio de colores; ahora bien, la verdad permanece en la cosa cualquiera sea la mutación de la cosa efectuada, porque ente y verdadero se convierten; luego la verdad es inmutable. 6. Además, donde la causa es la misma, el efecto también lo es; pero la misma cosa es causa de la verdad de estas tres proposiciones: Sócrates está sentado, se sentará y se sentó, a saber, la acción de sentarse Sócrates; luego es la misma la verdad de ellas. Pero si es verdadera una de las tres, de forma similar es necesario que cualquiera de las otras dos siempre lo sea; pues si alguna vez es verdadera ‘Sócrates está sentado`, siempre fue y será verdadera ‘Sócrates se sentó` o ‘Sócrates se sentará`; luego la verdad una de las tres proposiciones siempre se da de un mismo modo, y, así, es inmutable; luego por la misma razón lo es cualquier otra verdad. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 157 PERO EN CONTRA: cambiadas las cosas, cambian los efectos; pero las cosas, que son causa de la verdad de la proposición, cambian; luego cambia también la verdad de las proposiciones. RESPUESTA. Debe decirse que algo se dice que cambia de dos mo- dos: de un modo porque es el sujeto del cambio, como decimos que el cuerpo es mudable, y así ninguna forma es mudable, y de ese modo se dice que «la forma consiste en una esencia invariable»; entonces, como la verdad se significa por modo de forma, no trata la presente cuestión de si la verdad es mudable de este modo; de otro modo se dice que algo cambia porque según ello se hace el cambio, como cuando decimos que la blancura cambia porque según ella el cuerpo se altera; y así se pregunta acerca de la verdad, si es mudable. Para cuya evidencia ha de saberse que aquello según lo cual tiene lugar el cambio, se dice a veces que cambia y otras que no: en efecto, cuando le es inherente de suyo a lo que cambia, entonces también ello mismo se dice que cambia, como la blancura o la cantidad que se dice que cambian cuando algo cambia según ellas, por el hecho de que ellas mismas se dan sucesivamente en el sujeto según ese cambio; pero cuando aquello según lo cual tiene lugar el cambio es extrínseco, entonces no se mueve con ese cambio sino que permanece inmóvil, así como no se dice que el lugar se mueve cuando algo se mueve según el lugar (de donde también en Física III [IV 4 (212 a 20)] se dice que «el lugar es el límite inmóvil del continente») por el hecho de que por el movimiento local no se dice que hay una sucesión de lugares en un localizado, sino más bien de muchos localizados en un mismo lugar. Pero de las formas inherentes que se dice que cambian con el cambio del sujeto, es doble el modo de cambio, pues de un modo cambian las formas genéricas y de otro las formas específicas: en efecto, la forma específica después del cambio no permanece la misma ni según el ser ni según la razón, como la blancura que, una vez cumplida la alteración, no permanece en absoluto; pero la forma genérica, una vez hecho el cambio, permanece la misma según la razón pero no según el ser, así como, hecho el cambio de blanco en negro, permanece ciertamente el color según la común razón de color 158 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD pero no la misma especie de color. Ahora bien, más arriba se ha dicho [a. 5] que algo se denomina verdadero por la verdad primera como por medida extrínseca, mientras que por la verdad inherente como por medida intrínseca; de donde las cosas creadas varían ciertamente en su participación de la verdad primera sin que la verdad primera misma, según la cual se dicen verdaderas, cambie en absoluto, y esto es lo que Agustín dice en Sobre el libre albedrío [II c. 12]: «Nuestras mentes ven de la verdad misma a veces más, a veces menos, pero ella, permaneciendo en sí misma, ni crece ni mengua»; si consideramos en cambio la verdad inherente a las cosas, entonces se dice que la verdad cambia en cuanto algunas cosas cambian según la verdad. De donde, como anteriormente se ha dicho [a. 2], en las creaturas la verdad se encuentra en dos puntos: en las cosas mismas y en el intelecto –pues la verdad de la acción se comprende bajo la verdad de la cosa y la verdad de la enunciación bajo la verdad del intelecto que significa–, pero la cosa se dice verdadera tanto en relación al intelecto divino como al humano. En consecuencia, si se toma la verdad de la cosa según el orden al intelecto divino, entonces la verdad de la cosa mudable cambia ciertamente, pero no tornándose en falsedad sino en otra verdad: pues la verdad es una forma máximamente genérica por ser convertibles verdadero y ente; de donde, así como la cosa al cabo de cualquier mutación permanece ente, aunque distinta según otra forma por la que tiene ser, así siempre permanece verdadera pero por otra verdad, porque cualquiera sea la forma o privación que adquiera por el cambio, se conforma según ella al intelecto divino que la conoce tal cual es según cualquier disposición. Ahora bien, si se considera la verdad de la cosa en orden al intelecto humano, o a la inversa, entonces a veces se hace el cambio de verdad en falsedad, otras por el contrario de una verdad en otra. En efecto, como «la verdad es adecuación de cosa e intelecto» –dado que si de cosas iguales se quitan partes iguales, permanecen iguales aunque no con la misma igualdad– es necesario que cuando el intelecto y la cosa cambien del mismo modo, permanezca ciertamente la verdad, REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 159 pero otra, así como si estando Sócrates sentado se lo intelige sentado, y si después no estando sentado se intelige que no está sentado. Pero, puesto que si de una de dos cosas iguales se quita algo y nada a la otra, o si de ambas se quitan partes desiguales necesariamente resulta desigualdad, que es a la falsedad como la igualdad a la verdad, de ahí es que, siendo verdadero el intelecto, si cambia la cosa sin cambiar el intelecto, o a la inversa, o si ambos cambian pero no del mismo modo, resultará falsedad, y, así, habrá cambio de verdad en falsedad: por ejemplo, si siendo blanco Sócrates se intelige que es blanco, el intelecto es verdadero; si después, en cambio, se intelige que es negro habiendo Sócrates permanecido blanco, o al revés, habiendo ennegrecido aún se lo intelige blanco, o habiendo empalidecido se intelige que está enrojecido, habrá falsedad en el intelecto. Y así se evidencia de qué modo cambia la verdad y de qué modo no cambia. 1. A lo primero, en consecuencia, debe decirse que Anselmo habla allí de la verdad primera, en cuanto según ella todas las cosas se dicen verdaderas como por medida extrínseca. 2. A lo segundo, debe decirse que, puesto que el intelecto se vuelve sobre sí mismo por reflexión y se intelige a sí mismo así como a las demás cosas, como se dice en Sobre el alma III [9 (430 a 2)], por ello lo que pertenece al intelecto en lo que a la razón de verdad respecta, puede considerarse de dos modos: de un modo en cuanto es una determinada cosa, y, así, se dice la verdad de ello del mismo modo como de las demás cosas, es decir, así como la cosa se dice verdadera porque cumple, conservando su naturaleza, lo que tiene asignado en la mente divina, así también la enunciación se dice verdadera al conservar la naturaleza que le está dispensada en la mente divina, y no puede ser removida de ella mientras permanezca como enunciación; de otro modo, según que dice relación a la cosa inteligida, y, así, se dice verdadera la enunciación cuando se adecua a la cosa, y tal verdad cambia como se ha dicho. 3. A lo tercero, debe decirse que la verdad que permanece una vez destruidas las cosas verdaderas, es la verdad primera, que no cambia aunque las cosas cambien. 160 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 4. A lo cuarto, debe decirse que mientras la cosa permanece, no puede acaecerle mutación en cuanto a las cosas esenciales, así como a la enunciación le es esencial que signifique aquello para significar lo cual ha sido instituida; de donde no se sigue que la verdad de la cosa no sea mudable de ningún modo, sino que es inmutable en cuanto a lo esencial de la cosa mientras ésta permanece –en lo cual empero acaece mutación por corrupción de la cosa–. Pero en cuanto a lo accidental puede acaecer mutación aun permaneciendo la cosa; y, así, en cuanto a lo accidental puede darse mutación de la verdad de la cosa. 5. A lo quinto, debe decirse que, realizada toda mutación, permanece la verdad pero no la misma, como se evidencia por lo expuesto anteriormente. 6. A lo sexto, debe decirse que la identidad de la verdad no depende sólo de la identidad de la cosa sino también de la identidad del intelecto, así como la identidad del efecto depende de la identidad del agente y de la del paciente; ahora bien, aunque sea la misma la cosa que se significa con aquellas tres proposiciones, sin embargo no es la misma la intelección correspondiente a cada una de ellas, porque en la composición del intelecto se añade el tiempo; de ahí que las intelecciones sean diversas según la variación del tiempo. Artículo séptimo En séptimo lugar se pregunta: SI LA VERDAD SE ATRIBUYE A DIOS EN SENTIDO ESENCIAL O PERSONAL.1 Y parece que se le atribuye en sentido personal: en efecto, lo que fuere que en la divinidad importe relación de principio, se dice en sentido personal; pero tal es el caso de la verdad, como lo evidencia Agustín en Sobre la verdadera religión [cap. 36], donde dice que la verdad divina es «la semejanza suma del principio sin ninguna desemejanza, que es de donde se origina la falsedad»; luego la verdad se dice de la divinidad en 1 Lugares paralelos: I Pars q. 39 a. 8. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 161 sentido personal. 2. Además, así como nada es semejante a sí mismo, así tampoco nada es igual a sí mismo; pero, según Hilario [Sobre la Trinidad III 23], la semejanza en la divinidad importa distinción de personas por el hecho de que nada es semejante a sí mismo; luego por la misma razón también la igualdad; luego importa distinción personal en la divinidad. 3. Además, todo lo que en la divinidad importa emanación se dice en sentido personal; ahora bien, la verdad importa una cierta emanación porque significa la concepción del intelecto así como el verbo; luego, así como el verbo se dice en sentido personal, así también la verdad. PERO EN CONTRA: de las tres personas la verdad es una, como dice Agustín en Sobre la Trinidad VIII [cap. 1]; luego es esencial y no personal. RESPUESTA. Debe decirse que la verdad en la divinidad puede tomarse en dos sentidos: uno propio, otro cuasi metafórico. Si se toma la verdad en sentido propio, entonces importará la igualdad del intelecto y la cosa; y puesto que el intelecto divino intelige primero la cosa que es su esencia por la cual intelige todas las demás cosas, por ello también la verdad en Dios importa principalmente la igualdad del intelecto divino y de la cosa que es su esencia, y consecuentemente la del intelecto divino respecto a las cosas creadas. Ahora bien, el intelecto divino y la esencia divina no se adecuan entre sí como lo que mide y lo medido, puesto que uno no es principio del otro sino que son absolutamente lo mismo; de donde la verdad resultante de tal igualdad no importa ninguna razón de principio, sea que se la tome por parte de la esencia o por parte del intelecto, la cual verdad es ahí una y la misma: en efecto, así como ahí es lo mismo el que intelige y la cosa inteligida, así también es ahí la misma la verdad de la cosa y la verdad del intelecto sin ninguna connotación de principio. Ahora bien, si se toma la verdad del intelecto divino según que se adecua a las cosas creadas, de este modo permanecerá aún la misma verdad ya que Dios se intelige a sí mismo y a las demás cosas por lo mismo, pero se añade en el concepto de verdad la razón de principio en 162 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD relación a las creaturas, a las que el intelecto divino dice relación como medida y causa. Ahora bien, todo nombre que en la divinidad no importa razón de principio o lo que es por principio, o bien que importa razón de principio en relación a las creaturas, se dice en sentido esencial. De donde, si se toma la verdad en sentido propio, se dice de la divinidad en sentido esencial; no obstante se apropia a la persona del Hijo así como el arte y lo demás que pertenece al intelecto. Se toma la verdad en la divinidad metafóricamente o por vía de semejanza, cuando la tomamos según aquella razón por la que se encuentra en las cosas creadas, en las que se dice la verdad según que la cosa creada imita a su principio, es decir, al intelecto divino: de ahí también que de ese modo la verdad se diga en la divinidad la imitación suma del principio, la cual conviene al Hijo; y según esta acepción de verdad conviene propiamente la verdad al Hijo y se dice en sentido personal, y es en este sentido que habla Agustín en Sobre la verdadera religión. 1. De lo cual se evidencia la respuesta a lo primero. 2. A lo segundo, debe decirse que en la divinidad la igualdad importa a veces una relación que designa distinción personal, como cuando decimos que el Padre y el Hijo son iguales, y según ello en el nombre de igualdad <se entiende una distinción real; otras veces, en cambio, en el nombre de igualdad> no se entiende una distinción real sino sólo de razón, como cuando decimos que la sabiduría y la bondad divinas son iguales, de donde no es necesario que importe una distinción personal; y tal es la igualdad que implica el nombre de verdad, ya que es igualdad del intelecto y la esencia. 3. A lo tercero, debe decirse que aunque la verdad sea concebida por el intelecto, sin embargo con el nombre de verdad no se expresa la razón de concepción como con el nombre de verbo, de donde el caso no es el mismo. REFLEXIONES 163 EN TORNO A LA VERDAD Artículo octavo En octavo lugar se pregunta: SI TODA VERDAD ES POR LA VERDAD PRIMERA.1 Y parece que no: en efecto, este acto de fornicar es verdadero; pero él no es por la verdad primera; luego no toda verdad es por la verdad primera. 2. Pero decía que la verdad del signo o del intelecto según la cual aquel acto se dice verdadero, es por Dios, pero no según que se refiere a la cosa. —— Pero en contra: aparte de la verdad primera no sólo está la verdad del signo o del intelecto, sino también la verdad de la cosa; luego, si esto verdadero no es por Dios en cuanto se refiere a la cosa, esta verdad de la cosa no será por Dios, y, así, se tendrá lo propuesto: que no toda verdad es por Dios. 3. Además, ‘éste fornica, luego este acto de fornicación es verdadero` concluye rectamente, pasando de la verdad de la proposición a la verdad de lo dicho, la cual expresa la verdad de la cosa; luego la verdad mencionada consiste en el hecho de que este acto se compone con este sujeto; pero la verdad de lo dicho no se daría por la composición de tal acto con el sujeto, a menos que se entendiera la composición del acto existente bajo una deformidad; luego la verdad de la cosa no sólo es en cuanto a la esencia misma del acto, sino también en cuanto a la deformidad; pero el acto considerado bajo la deformidad de ningún modo es por Dios; luego no toda verdad de la cosa es por Dios. 4. Además, Anselmo dice que la cosa se dice verdadera en cuanto es como debe ser, y entre los modos en que puede decirse que debe ser la cosa, pone uno según el cual se dice que la cosa debe ser porque ocurre permitiéndolo Dios; pero la permisión de Dios se extiende también a la deformidad del acto; luego la verdad de la cosa también alcanza a aquella deformidad; pero esa deformidad de ningún modo es por Dios; luego 1 Lugares paralelos: Super Sent. I d. 19 q. 5 a. 2; Super Sent. II d. 37 q. 1 a. 2 ad 1. 164 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD no toda verdad es por Dios. 5. Pero decía que así como la deformidad o la privación se dice ente no absolutamente sino en cierto sentido, así también se dice que tiene verdad no absolutamente sino en cierto sentido, y tal verdad en cierto sentido no es por Dios. —— Pero en contra: verdadero añade sobre ente orden al intelecto; pero la deformidad o privación, aunque en sí no sea ente absolutamente, es sin embargo aprehendida absolutamente por el intelecto; luego, aunque no tenga entidad de modo absoluto, tiene no obstante verdad de modo absoluto. —— Además, todo lo relativo se resuelve en lo absoluto, como el que el etíope es blanco de dentadura se resuelve en que la dentadura del etíope es blanca de modo absoluto; luego, si alguna verdad relativa no es por Dios, no toda verdad en sentido absoluto será por Dios, lo que es absurdo. 6. Además, lo que no es causa de la causa no es causa del efecto, así como Dios no es causa de la deformidad del pecado porque no es causa del defecto en el libre albedrío por el que acaece la deformidad del pecado; pero así como el ser es causa de la verdad de las proposiciones afirmativas, así el no ser lo es de las negativas; luego, como Dios no es causa de aquello que es el no ser, como dice Agustín en Sobre LXXXIII cuestiones [Quaestio 21], resulta que Dios no es causa de las proposiciones negativas, y, así, no toda verdad es por Dios. 7. Además, Agustín dice en Soliloquios [II c. 5] que «lo verdadero es lo que es tal como aparece»; pero algún mal es así como aparece; luego algún mal es verdadero; pero ningún mal existe por Dios; luego no todo lo verdadero es por Dios. 8. Pero decía que el mal no aparece bajo la especie de mal sino bajo la especie de bien. —— Pero en contra: la especie de bien nunca hace aparecer más que el bien; luego, si el mal no aparece sino bajo la especie de bien, nunca aparecerá lo malo sino lo bueno, lo cual es falso. PERO EN CONTRA, sobre aquello de I Cor. XII 3: «Nadie puede decir» etc., dice Ambrosio: «Toda verdad, por quienquiera que se diga, es por el Espíritu Santo.» REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 165 2. Además, toda bondad creada es por la bondad primera increada, que es Dios; luego, por la misma razón, toda otra verdad es por la verdad primera, que es Dios. 3. Además, la razón de verdad se cumple en el intelecto; pero todo intelecto existe por Dios; luego toda verdad es por Dios. 4. Además, Agustín en Soliloquios [II c. 5] dice que «lo verdadero es lo que es»; pero todo acto de ser es por Dios; luego también toda verdad. 5. Además, así como verdadero se convierte con ente, así también uno, y a la inversa; pero toda unidad es por la unidad primera, como dice Agustín en Sobre la verdadera religión [cap. 36]; luego también toda verdad es por la verdad primera. RESPUESTA. Debe decirse que en las cosas creadas la verdad se encuentra en las cosas y en el intelecto, como es manifiesto por lo dicho [a. 2]. En el intelecto, según que se adecua a las cosas de que tiene conocimiento; en las cosas, según que imitan al intelecto divino, que es su medida como el arte es la medida de todos los artefactos, y de otro modo según que les es propio por naturaleza producir de sí una aprehensión verdadera en el intelecto humano, el cual es medido por las cosas como se dice en Metafísica X [2 (1053 a 31)]. Ahora bien, la cosa existente fuera del alma imita por su forma el arte del intelecto divino, y por ella misma le es propio por naturaleza producir una aprehensión verdadera en el intelecto humano, por la cual forma también cada cosa tiene ser; de donde la verdad de las cosas existentes incluye en su razón la entidad de ellas y añade habitud de adecuación al intelecto humano o divino; pero las negaciones o privaciones existentes fuera del alma no tienen forma alguna por la que o imiten al ejemplar del arte divino o introduzcan la noticia de sí en el intelecto humano, sino que el que se adecuen al intelecto es por parte del intelecto que aprehende las razones de ellas. Así, en consecuencia, se evidencia que al decir piedra verdadera y ceguera verdadera, la verdad no se da del mismo modo respecto a ambas, pues la verdad dicha de la piedra encierra en su razón la entidad de piedra y 166 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD añade habitud al intelecto, que también es causada por parte de la cosa misma al tener ésta algo según lo cual puede referirse; pero la verdad dicha de la ceguera no incluye en sí misma la privación que es la ceguera, sino tan sólo la habitud de la ceguera al intelecto, la que tampoco tiene nada en que sustentarse por parte de la ceguera misma, desde el momento en que la ceguera no se adecua al intelecto por la virtud de algo que tuviera en sí. Queda de manifiesto, por lo tanto, que la verdad que se encuentra en las cosas creadas no puede comprender nada más que la entidad de la cosa y la adecuación de la cosa al intelecto, o la adecuación del intelecto a la cosa o a las privaciones de las cosas, todo lo cual es por Dios, porque la forma misma de la cosa por la que se adecua es por Dios, y lo verdadero mismo como bien del intelecto también lo es –puesto que, como se dice en Ética VI [2 (1139 a 27)], el bien de cada cosa consiste en la perfecta operación de la cosa misma, y no es perfecta la operación del intelecto sino según que conoce lo verdadero, de ahí es que en ello consiste su bien en cuanto tal-; entonces, como todo bien y toda forma son por Dios, es necesario decir que absolutamente toda verdad es por Dios. 1. A lo primero, en consecuencia, debe decirse que cuando se argumenta así: ‘todo lo verdadero es por Dios, esta fornicación es verdadera, luego´ etc., se comete una falacia de accidente, pues, como se puede evidenciar por lo ya expuesto, al decir ‘esta fornicación es verdadera`, no lo decimos como si el defecto mismo que está implicado en el acto de fornicar se incluya en la razón de verdad, sino que ‘verdadera´ predica solamente su adecuación al intelecto; de donde no debe concluirse ‘este acto de fornicar es por Dios`, sino que su verdad es por Dios. 2. A lo segundo, debe decirse que las deformidades y demás defectos no tienen verdad como las demás cosas, como de lo expuesto se evidencia; y por eso, aunque la verdad de los defectos sea por Dios, no se puede concluir por ello que la deformidad sea por Dios. 3. A lo tercero, debe decirse que según el Filósofo en Metafísica VI [4 (1027 b 29)], la verdad no consiste en la composición que está en las cosas, sino en la composición que hace el alma; y por eso la verdad no REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 167 consiste en el hecho de que este acto inhiera con su deformidad en el sujeto –pues esto pertenece a la razón de bueno y malo–, sino en el hecho de que el acto que inhiere de ese modo en su sujeto se adecue a la aprehensión del alma. 4. A lo cuarto, debe decirse que lo bueno, lo debido, lo correcto y todo lo demás por el estilo, dicen relación de un modo a la permisión divina y de otro a los demás signos de su voluntad. Pues en éstos se refieren no sólo a lo que cae bajo el acto de voluntad, sino también al acto mismo de voluntad; así, cuando Dios preceptúa honrar a los padres, no sólo el honrarlos mismo es un cierto bien sino que también lo es el preceptuarlo. En la permisión, en cambio, se refieren sólo al acto del que permite y no a lo que cae bajo la permisión, de donde es recto que Dios permita que acaezcan deformidades; no se sigue de ello empero que la deformidad misma tenga alguna rectitud. 5. A lo quinto, debe decirse que la verdad relativa que compete a negaciones y defectos se reduce a la verdad en sentido absoluto que está en el intelecto, la que es por Dios; y por eso la verdad de los defectos es por Dios aunque ellos mismo no sean por Dios. 6. A lo sexto, debe decirse que el no ser no es causa de la verdad de las proposiciones negativas como si las hiciera en el intelecto, sino que el alma misma las hace conformándose al no ente que está fuera del alma; de ahí que el no ser existente fuera del alma no sea causa eficiente de la verdad en el alma, sino cuasi ejemplar; ahora bien, la objeción se refería a la causa eficiente. 7. A lo séptimo, debe decirse que aunque lo malo no es por Dios, sin embargo el que lo malo aparezca tal cual, ciertamente es por Dios; de donde la verdad por la que es verdadero que lo malo es, es por Dios. 8. A lo octavo, debe decirse que aunque lo malo no obre sobre el alma sino bajo la especie de bueno, sin embargo, como es un bien deficiente, el alma capta en sí misma la razón de defecto, y en eso concibe la razón de malo, y de este modo lo malo se ve malo. 168 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Artículo noveno En noveno lugar se pregunta: SI LA VERDAD ESTÁ EN EL SENTIDO.1 Y parece que no: en efecto, Anselmo dice que «la verdad es la rectitud perceptible sólo con la mente»; pero el sentido no es de la naturaleza de la mente; luego la verdad no está en el sentido. 2. Además, Agustín prueba en Sobre LXXXIII cuestiones [Quaestio 9] que la verdad no se conoce con los sentidos del cuerpo, y las razones de ello se han indicado anteriormente [a. 4 arg. 6 y 7]; luego la verdad no está en el sentido. PERO EN CONTRA: Agustín en Sobre la verdadera religión [cap. 36] dice que «la verdad es aquello por lo que se hace ostensible lo que es»; pero lo que es se hace ostensible no sólo al intelecto sino también al sentido; luego la verdad no sólo está en el intelecto sino también en el sentido. RESPUESTA. Debe decirse que la verdad está en el intelecto y en el sentido, pero no del mismo modo. En efecto, en el intelecto está como consiguiente al acto del intelecto y como conocida por el intelecto, pues sigue a la operación del intelecto en cuanto el juicio del intelecto es de la cosa según ella es. Ahora bien, es conocida por el intelecto en cuanto el intelecto se vuelve por reflexión sobre su propio acto, no sólo en cuanto conoce su acto, sino en cuanto conoce la proporción de éste a la cosa, proporción que ciertamente no puede ser conocida sin conocerse la naturaleza del acto mismo; ésta, a su vez, no puede ser conocida si no se conoce la naturaleza del principio activo, que es el intelecto mismo, en cuya naturaleza está el conformarse a las cosas; de ahí que el intelecto conozca la verdad en tanto en cuanto se vuelve por reflexión sobre sí mismo. En el sentido, en cambio, la verdad está como consiguiente a su acto, 1 Lugares paralelos: I Pars q. 16 a. 2; ibid. q. 17 a. 2. REFLEXIONES 169 EN TORNO A LA VERDAD es decir, siempre que el juicio del sentido sea de la cosa según ella es, pero no está en el sentido como conocida por el sentido; y si bien el sentido juzga con verdad de las cosas, sin embargo no conoce la verdad por la que juzga con verdad; pues aunque el sentido conozca que siente, sin embargo no conoce su naturaleza y, por consiguiente, tampoco la naturaleza de su acto ni la proporción de éste a la cosa, y, así, tampoco su verdad. La razón de ello es porque los más perfectos entre los entes, es decir, las sustancias intelectuales, se vuelven sobre su esencia con un volverse completo: en efecto, en el hecho de conocer algo que está fuera de ellas, en cierto modo proceden hacia afuera; pero en cuanto conocen que conocen, comienzan ya a volver hacia sí porque el acto de conocimiento es intermedio entre cognoscente y conocido; sin embargo se completa este retorno en cuanto conocen sus propias esencias, de donde se dice en Sobre las causas [Prop. 15 (14)] que «todo el que conoce su propia esencia, se vuelve sobre su esencia con un volverse completo.» Ahora bien, el sentido, que entre las demás cosas es lo más cercano a la sustancia intelectual, comienza ciertamente a volverse hacia su esencia, porque no sólo conoce lo sensible sino también conoce que siente; sin embargo no se completa su retorno porque el sentido no conoce su esencia; la razón de lo cual Avicena la asigna a que el sentido no conoce nada sino por un órgano corporal, y no es posible que un órgano corporal se interponga entre la potencia sensitiva y ella misma. Pero las potencias no sensitivas de ningún modo se vuelven sobre sí mismas porque no conocen que obran, como el fuego que no conoce que calienta. Y de ello se desprende la solución a las objeciones. Artículo décimo En décimo lugar se pregunta: SI ALGUNA COSA ES FALSA.1 Y parece que no: en efecto, Agustín dice en Soliloquios [II c. 5]: «Lo 1 Lugares paralelos: I Pars q. 17 a. 1; Super Metaph. V lect. 2 y VI lect. 4; Super 170 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD «Lo verdadero es lo que es»; luego lo falso es lo que no es; pero lo que no es, no es cosa alguna; luego ninguna cosa es falsa. 2. Pero decía que verdadero es diferencia de ente: y así como lo verdadero es lo que es, también lo falso lo es. —— Pero en contra: ninguna diferencia divisa se convierte con aquello de lo que es diferencia; pero verdadero se convierte con ente, como arriba se ha dicho [a. 1]; luego verdadero no es diferencia divisiva de ente como para que pueda decirse falsa alguna cosa. 3. Además, «la verdad es adecuación de cosa e intelecto»; pero toda cosa está adecuada al intelecto divino, porque nada puede existir en sí de modo distinto de como lo conoce el intelecto divino; luego toda cosa es verdadera; luego ninguna cosa es falsa. 4. Además, toda cosa tiene verdad por su forma, pues el hombre se dice verdadero por el hecho de tener la forma verdadera de hombre; pero no existe ninguna cosa que no tenga alguna forma porque todo acto de ser es por la forma; luego toda cosa es verdadera; luego ninguna cosa es falsa. 5. Además, así como bueno es a malo, verdadero es a falso; pero como lo malo se encuentra en las cosas, no se sustantifica sino sólo en lo bueno, como dicen Dionisio [Sobre nom. div. cap. 4 §20] y Agustín [Enchir. cap. 14]; luego, si la falsedad se encuentra en las cosas, no se sustantificará sino en lo verdadero; lo que no parece ser posible porque de este modo sería lo mismo lo verdadero y lo falso –lo que es imposible–, así como es lo mismo hombre y blanco por el hecho de que la blancura se sustantifica en el hombre. 6. Además, Agustín en Soliloquios [II c. 8] objeta así: Si alguna cosa se denomina falsa, o es por lo que es semejante o por lo que es desemejante: «si por lo que es desemejante, no existe nada que no pueda decirse falso, pues no hay nada que no sea desemejante a algo; si por lo que es semejante, todas las cosas reclaman que son verdaderas por lo que Periherm. I lect. 3. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 171 que son semejantes.» Luego de ningún modo puede encontrarse la falsedad en las cosas. PERO EN CONTRA, Agustín [Solil. II c. 15] define así a lo falso: «Falso es lo que ha sido conformado a semejanza de algo» y no alcanza a aquello cuya semejanza comporta; pero toda creatura comporta una semejanza de Dios; luego, como ninguna creatura alcanza a Dios mismo por modo de identidad, parece que toda creatura es falsa. 2. Además, Agustín en Sobre la verdadera religión [cap. 34]: «Todo cuerpo es verdadero cuerpo y falsa unidad»; pero se dice eso en tanto en cuanto imita la unidad y, sin embargo, no es la unidad; luego, como toda creatura según cualquier perfección suya imita a la perfección divina y, no obstante, dista infinitamente de ella, parece que toda creatura es falsa. 3. Además, así como verdadero se convierte con ente, así también bueno; pero el hecho de que bueno se convierta con ente no impide que se dé alguna cosa mala; luego tampoco el hecho de que verdadero se convierta con ente, impedirá que se dé alguna cosa falsa. 4. Además, Anselmo dice en Sobre la verdad [cap. 2] que la verdad de la proposición es doble: una, «porque significa lo que se le asignó que signifique», como esta proposición `Sócrates está sentado` significa el estar sentado de Sócrates, esté sentado o no lo esté; otra, cuando significa aquello «para lo cual ha sido hecha» –pues ha sido hecha para significar el ser cuando se da–, y según esto se dice propiamente verdadera la enunciación. Luego toda cosa se dirá verdadera cuando cumpla aquello para lo cual es, falsa en cambio cuando no lo cumpla; ahora bien, toda cosa que falla con respecto a su fin, no cumple aquello en razón de lo cual existe; luego, como tal es el caso de muchas cosas, parece que muchas son falsas. RESPUESTA. Debe decirse que así como la verdad consiste en la adecuación de cosa e intelecto, así la falsedad consiste en su desigualdad; ahora bien, la cosa dice relación al intelecto divino y al humano, 172 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD como arriba se ha dicho [a. 2]. Dice relación al intelecto divino de un modo como lo medido a la medida, en cuanto a lo que en las cosas se dice o se encuentra positivamente, porque todo lo de esa suerte proviene del arte del intelecto divino; de otro modo, como lo conocido al cognoscente, y, así, también las negaciones y defectos se adecuan al intelecto divino porque Dios conoce todas las cosas de esa suerte aunque no las cause. Es manifiesto, en consecuencia, que la cosa, cualquiera sea la modalidad en que se encuentre, exista bajo cualquier forma, privación o defecto, se adecua al intelecto divino, y se evidencia así que toda cosa es verdadera en relación al intelecto divino; de donde Anselmo dice en Sobre la verdad [cap. 7]: «en consecuencia, en todas las cosas que existen la verdad es la esencia, porque son lo que en la verdad suma son.» De donde, en relación al intelecto divino, ninguna cosa puede decirse falsa. Pero según la relación al intelecto humano, se encuentra a veces desigualdad entre cosa e intelecto que en cierto modo es causada por la cosa misma. En efecto, la cosa produce su conocimiento en el alma por lo que de sí misma aparece exteriormente, porque nuestro conocimiento comienza en el sentido cuyo objeto por sí son las cualidades sensibles; de ahí que también se diga en Sobre el alma I [1 (402 b 21)] que «los accidentes contribuyen en gran medida al conocimiento del ´qué es`»; y por ello, cuando en alguna cosa aparecen cualidades sensibles que muestran una naturaleza que no les subyace, se dice que esa cosa es falsa; de donde el Filósofo dice en Metafísica VI [V 29 (1024 b 21)] que se dicen falsas aquellas cosas «a las que les es natural aparecer o cuales no son o las que no son», así como se dice falso el oro en el que exteriormente aparece el color del oro y los demás accidentes por el estilo, sin que subyazga empero por dentro la naturaleza del oro. Sin embargo, tampoco la cosa es causa de falsedad en el alma de modo tal que necesariamente produzca falsedad, porque la verdad y la falsedad se dan principalmente en el juicio del alma, pues el alma, en cuanto juzga de las cosas, no padece por acción de ellas sino que más bien en cierto modo obra; de donde la cosa no se dice falsa porque siempre produzca de sí una falsa aprehensión, sino porque le es natural producirla por lo que aparece de ella misma. Pero puesto que, como se ha dicho [a. 4], la relación de la cosa al REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 173 intelecto divino le es esencial y según ella se dice verdadera por sí, mientras que la relación al intelecto humano le es accidental, según la cual no se dice verdadera en sentido absoluto sino como en cierto sentido y en potencia, por ello, hablando absolutamente, toda cosa es verdadera y ninguna falsa, pero en cierto sentido, es decir en orden a nuestro intelecto, algunas cosas se dicen falsas. Y, así, es necesario responder a las razones de ambas partes. 1. A lo primero, en consecuencia, debe decirse que la definición ‘lo verdadero es lo que es`, no expresa perfectamente la razón de verdad sino tan sólo como materialmente, a menos que ser signifique la afirmación de la proposición, vale decir, de modo que se diga que es verdadero lo que se dice o se intelige que es así como es en las cosas; y asimismo que se diga falso lo que no es, es decir, lo que no es como se dice o se intelige; y esto puede encontrarse en las cosas. 2. A lo segundo, debe decirse que verdadero, hablando propiamente, no puede ser diferencia de ente: en efecto, ente no tiene ninguna diferencia, como se prueba en Metafísica III [8 (998 b 22)]; pero verdadero dice de algún modo relación a ente por modo de diferencia lo mismo que bueno, a saber, en cuanto expresan algo sobre el ente que no se expresa con el nombre de ente; y según esto el concepto de ente es indeterminado respeto del concepto de verdadero, y, así, el concepto de verdadero dice relación al concepto de ente en cierto modo como la diferencia al género. 3. A lo tercero, debe decirse que hay que conceder ese argumento, pues es procedente respecto a la cosa en orden al intelecto divino. 4. A lo cuarto, debe decirse que aunque toda cosa tenga alguna forma, sin embargo no toda cosa tiene una forma tal que sus indicios se manifiesten exteriormente por las cualidades sensibles, y según éstas se dice falsa en cuanto es apta por naturaleza para producir de sí una estimación falsa. 5. A lo quinto, debe decirse que algo existente fuera del alma se dice falso en tanto le es natural producir de sí una falsa estimación, como de lo dicho se desprende; a lo que no es nada, en cambio, no le es 174 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD natural producir de sí una estimación porque no mueve a la potencia cognitiva; de donde es necesario que aquello que se dice falso sea algún ente; de ahí que, como todo ente en cuanto tal es verdadero, sea necesario que la falsedad existente en las cosas se funde sobre alguna verdad: de donde dice Agustín en Soliloquios [II c. 10] que ‘el trágico que representa a otras personas en el teatro, no sería <un> falso <Héctor> si no fuera un trágico verdadero; de modo similar, el caballo pintado no sería un falso caballo sino fuera pura pintura`. Y, no obstante, tampoco se sigue que las contradictorias sean verdaderas, porque la afirmación y la negación según las cuales se dice lo verdadero y lo falso, no se refieren a lo mismo. 6. A lo sexto, debe decirse que la cosa se dice falsa en cuanto le es propio por naturaleza engañar; cuando digo engañar significo una cierta acción que induce un defecto; ahora bien, a nada le es propio por naturaleza obrar sino en cuanto es ente, pero todo defecto es no ente; por otro lado, cada cosa en cuanto es ente tiene semejanza de verdadero, mientras que en cuanto no es se aleja de esa semejanza; y por ello, esto que llamo engañar, en cuanto a lo que importa de acción se origina de la semejanza, pero en cuanto a lo que importa de defecto, en lo que consiste formalmente la razón de falsedad, surge de la desemejanza; y por ello dice Agustín en Sobre la verdadera religión [cap. 36] que la falsedad se origina de la desemejanza. 1. A lo primero de lo que se objeta en sentido contrario, debe decirse que no le es natural al alma engañarse por cualquier semejanza, sino por una gran semejanza en la que no se puede encontrar fácilmente una desemejanza; y por ello, por una semejanza mayor o menor, se engaña el alma según la mayor o menor perspicacia para encontrar desemejanzas; y tampoco, empero, debe enunciarse falsa una cosa en términos absolutos por el hecho de inducir a error a cualquiera, sino porque le es propio por naturaleza engañar a muchos o a los sabios. Ahora bien, aunque las creaturas comporten en sí mismas alguna semejanza de Dios, sin embargo les subyace una desemejanza máxima, de modo que sólo por una gran insipiencia ocurre que la mente sea engañada por tal semejanza. REFLEXIONES 175 EN TORNO A LA VERDAD De ahí que de la semejanza y desemejanza mencionadas de las creaturas respecto a Dios, no se siga que todas las creaturas deban decirse falsas. 2. A lo segundo, debe decirse que algunos estimaron que Dios es cuerpo, y, como Dios es la unidad por la que toda cosa es una, estimaron por lo tanto que el cuerpo es la unidad misma debido a la semejanza de la unidad; luego el cuerpo se dice falsa unidad en cuanto indujo a algunos, o pudo inducir, al error de creerlo la unidad. 3. A lo tercero, debe decirse que hay una perfección primera y una perfección segunda: la perfección primera es la forma de cada cosa por la que tiene ser, de donde ninguna cosa es privada de ella mientras permanece; la perfección segunda es la operación, que es el fin de la cosa o aquello por lo que deviene al fin, y de esta perfección la cosa es privada a veces. Ahora bien, de la perfección primera resulta la razón de verdad en las cosas: en efecto, por el hecho de que la cosa tiene forma, imita al arte del intelecto divino y engendra en el alma el conocimiento de ella; pero por la perfección segunda se da en ella la razón de bondad, la cual surge del fin. Y por ello lo malo se encuentra en las cosas en sentido absoluto, pero no lo falso. 4. A lo cuarto, debe decirse que, según el Filósofo en Ética VI [2 (1139 a 27)], lo verdadero mismo es el bien del intelecto, pues la operación del intelecto es perfecta en cuanto su concepción es verdadera, y puesto que la enunciación es el signo del intelecto, por ello su verdad es el fin de él mismo. Ahora bien, no es así en las demás cosas, y por ello el caso no es el mismo. Artículo undécimo En undécimo lugar se pregunta: SI LA FALSEDAD ESTÁ EN LOS SENTIDOS.1 Y parece que no: pues ‘el intelecto siempre es recto` como se dice 1 Lugares paralelos: I Pars q. 17 a. 2 y q. 85 a. 6; Super De anima III lect. 6; Super Metaph. IV lect. 12. 176 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD en Sobre el alma III [10 (433 a 26)]; pero el intelecto es la parte superior en el hombre; luego también las demás partes siguen su rectitud, así como en el macrocosmos lo inferior se dispone según el movimiento de lo superior; luego también el sentido, que es parte inferior del alma, será siempre recto; luego no hay falsedad en él. 2. Además, Agustín en Sobre la verdadera religión [cap. 33]: «Los ojos mismos no nos engañan, pues no pueden enunciar a la mente sino su afección; que si también todos los sentidos del cuerpo enuncian así como son afectados, ignoro qué más debemos exigirles.» Luego no hay falsedad en los sentidos. 3. Además, Anselmo en Sobre la verdad [cap. 6] dice: «No me parece que la verdad o la falsedad estén en el sentido sino en la opinión»; y, así, se tiene lo propuesto. PERO EN CONTRA está lo que dice Anselmo [ibid.]: «La verdad está ciertamente en nuestros sentidos, pero no siempre, pues nos engañan a veces.» 2. Además, según Agustín en Soliloquios [II c. 15], «suele decirse falso lo que dista mucho de asemejarse a lo verdadero, pero que sin embargo tiene alguna imitación de lo verdadero»; pero el sentido se asemeja a veces a algunas cosas que no son así en la realidad, como sucede cuando una cosa se ve doble, por ejemplo al oprimirse un ojo; luego hay falsedad en el sentido. 3. Pero decía que el sentido no se engaña respecto de los sensibles propios sino de los comunes. —— Pero en contra: cuantas veces se aprehende de una cosa algo distinto de como es, la aprehensión es falsa; ahora bien, cuando un cuerpo blanco es visto a través de un vidrio verde, el sentido lo aprehende distinto de como es porque lo aprehende como verde, y así juzga, a menos que lo asista un juicio superior por el que se detecte la falsedad; luego el sentido se engaña incluso en los sensibles propios. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 177 RESPUESTA. Debe decirse que nuestro conocimiento, que se inicia a partir de las cosas, progresa en un orden tal que comienza en el sentido y luego se perfecciona en el intelecto, de manera que el sentido se encuentra en cierto modo en el medio entre el intelecto y las cosas: en efecto, en relación a las cosas es a modo de intelecto, y en relación al intelecto a modo de una cierta cosa. Y por ello se dice que hay verdad o falsedad en el sentido de dos modos: de un modo, según el orden del sentido al intelecto, y, así, se dice que el sentido es falso o verdadero como la cosa, es decir, en cuanto producen una estimación verdadera o falsa en el intelecto; de otro modo, según el orden del sentido a la cosa, y, así, se dice que hay verdad o falsedad en el sentido como en el intelecto, es decir, en cuanto juzga que es lo que es o lo que no es. Por lo tanto, si hablamos del sentido según el primer modo, así hay falsedad en el sentido en cierto modo y en cierto modo no la hay, pues el sentido, por un lado, es en sí una cierta cosa, y, por otro, es indicativo de otra cosa. En consecuencia, si se refiere al intelecto según que es una cierta cosa, no hay así falsedad de ningún modo en el sentido referido al intelecto, porque según como está dispuesto así muestra al intelecto su propia disposición; por ello Agustín dice en la autoridad aducida que ‘no pueden enunciar a la mente sino su afección`. Ahora bien, si se lo refiere al intelecto en cuanto representativo de otra cosa, como a veces la representa distinta de como es, se dice falso el sentido en cuanto le es propio por naturaleza producir una falsa estimación en el intelecto, aunque no lo haga necesariamente, así como se dijo también de las cosas, porque el intelecto juzga de lo que se le ofrece por los sentidos así como juzga de las cosas. Por lo tanto, referido así el sentido al intelecto, produce siempre en el intelecto una estimación verdadera de su propia disposición, pero no siempre acerca de la disposición de las cosas. Ahora bien, si se considera al sentido en cuanto referido a las cosas, entonces hay en el sentido verdad y falsedad al modo como lo hay en el intelecto; ahora bien, en el intelecto se encuentran la verdad y la falsedad primero y principalmente en el juicio del intelecto que compone y divide, pero en la formación de quididades solamente en orden al juicio consiguiente a esa formación; de donde también en el sentido la verdad y 178 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD la falsedad se dicen en sentido propio según que juzga de lo sensible, pero según que aprehende lo sensible no está ahí de modo propio la verdad o la falsedad, sino solamente en orden al juicio, es decir, en cuanto de tal aprehensión es natural que siga tal o tal juicio. Ahora bien, el juicio del sentido respecto de algunas cosas es natural, como de los sensibles propios, mientras que el de otras cosas es como por una cierta colación –que hace en el hombre la potencia cogitativa, que es potencia de la parte sensitiva, en cuyo lugar en los demás animales está la estimación natural–, y así juzga la potencia sensitiva de los sensibles comunes y de los sensibles por accidente; ahora bien, la acción natural de una cosa es siempre de un modo, a menos que por accidente sea impedida o por un defecto intrínseco o por un impedimento extrínseco; de donde también el juicio del sentido de los sensibles propios es verdadero siempre, a menos que haya un impedimento en el órgano o en el medio, pero de los sensibles comunes o por accidente el juicio del sentido falla a veces. Y, así, se evidencia de qué modo puede haber falsedad en el juicio del sentido. Sin embargo, acerca de la aprehensión del sentido debe saberse que existe una potencia aprehensiva que aprehende la species sensible estando presente la cosa sensible, como el sentido propio; otra, en cambio, que la aprehende estando la cosa ausente, como la imaginación; y por ello el sentido aprehende siempre la cosa como es, salvo que haya un impedimento en el órgano o en el medio, pero la imaginación las más de las veces aprehende la cosa como no es, porque la aprehende como presente estando ausente; y por ello dice el Filósofo en Metafísica IV [14 (1010 b 2)] que el sentido no es el que dice falsedades sino la fantasía. 1. A lo primero, en consecuencia, debe decirse que en el macrocosmos lo superior no recibe nada de lo inferior, sino a la inversa; pero en el hombre, el intelecto, que es lo superior, recibe algo del sentido, y por ello el caso no es el mismo. A lo demás la solución se desprende fácilmente de lo explicado. REFLEXIONES 179 EN TORNO A LA VERDAD Artículo duodécimo En duodécimo lugar se pregunta: SI LA FALSEDAD ESTÁ EN EL INTELECTO.1 Y parece que no, porque el intelecto tiene dos operaciones, una por la que forma quididades, en la que no se da lo falso, como dice el Filósofo en Sobre el alma III [11 (430 a 26)]; otra, por la que compone y divide, y en ésta tampoco se da lo falso, como se manifiesta por Agustín en Sobre la verdadera religión, quien dice así: «Y nadie intelige cosas falsas; luego no hay falsedad en el intelecto». 2. Además, Agustín en Sobre LXXXIII cuestiones, cuestión 32: «Todo el que yerra, no intelige aquello en que yerra»; luego en el intelecto no puede haber falsedad. 3. Lo mismo Algazel [Metaph. p. I tr. 3 sent. 11], que dice: ‘O inteligimos algo como es, o no inteligimos`; pero todo el que intelige la cosa como es, intelige de veras; luego el intelecto es siempre verdadero; luego no hay en él falsedad. PERO EN CONTRA está lo que dice el Filósofo en Sobre el alma III [6 (430 a 27)], que «donde hay composición de conceptos, ahí se da ya lo verdadero y lo falso»; luego la falsedad se encuentra en el intelecto. RESPUESTA. Debe decirse que el nombre de intelecto se toma del hecho de que conoce lo íntimo de la cosa, pues inteligir [intelligere] es como leer dentro [intus legere]. En efecto, el sentido y la imaginación conocen sólo los accidentes exteriores; sólo el intelecto, en cambio, alcanza a lo interior y a la esencia de la cosa. Pero ulteriormente el intelecto, a partir de las esencias aprehendidas de las cosas, opera de diversos modos razonando e inquiriendo. El nombre de intelecto, en consecuencia, puede tomarse de dos modos: de un modo, en cuanto dice relación so- 1 Lugares paralelos: I Pars q. 17 a. 3; Super Sent. I d. 19 q. 5 a. 1 ad 7; Super Periherm. I lect. 3; Super De anima III lect. 11; Super Metaph. VI lect. 4. 180 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD lamente a aquello por lo que ante todo se le impuso el nombre, y, así, decimos propiamente que inteligimos cuando aprehendemos la quididad de las cosas, o cuando inteligimos aquellas cosas que son de inmediato conocidas por el intelecto con sólo conocer las quididades de las cosas, como son los primeros principios, que conocemos al conocer los términos, de donde también el intelecto se dice hábito de los primeros principios. Ahora bien, la quididad de la cosa es el objeto propio del intelecto; de ahí que, así como el sentido siempre es verdadero respecto de los sensibles propios, así también el intelecto al conocer la quididad, como se dice en Sobre el alma III [11 (430 b 27)]. Sin embargo, puede acaecer ahí falsedad por accidente, a saber, en cuanto el intelecto compone y divide falsamente, lo que ocurre de dos modos, o en cuanto la definición de uno la atribuye a otro, por ejemplo si concibiera animal racional mortal como definición de asno, o en cuanto conjuga entre sí partes de la definición que no pueden conjugarse, como si por definición de asno concibiera animal irracional inmortal, pues es falsa esta proposición: ‘algún animal irracional es inmortal`. Y así se evidencia que no puede ser falsa la definición sino en cuanto implica una afirmación falsa; y de este doble modo de falsedad se trata en Metafísica V [22 (1024 b 26)]. Asimismo tampoco el intelecto se engaña de ningún modo respecto de los primeros principios. De donde se evidencia que si se toma el intelecto según aquella acción por la que se le impone el nombre de intelecto, no hay falsedad en el intelecto. De otro modo puede tomarse el intelecto de modo general, en cuanto se extiende a todas las operaciones, y, así, abarca a la opinión y al raciocinio; y, así, hay falsedad en el intelecto, nunca empero si se hace rectamente la resolución en los primeros principios. Y por ello se evidencia la solución a las objeciones. REFLEXIONES 181 EN TORNO A LA VERDAD OBSERVACIONES DE FREGE ACERCA DE LA VERDAD* Es la búsqueda y el deseo de la verdad lo que nos compele a pasar del sentido a la referencia. G. Frege, Sinn und Bedeutung A menos de hablar para no decir nada, todo sujeto pretende que su discurso tenga un valor referencial. Clásicamente, este valor es externo, de descripción. La expresión justa encuentra la adecuación entre un hecho lingüístico y un hecho extra-lingüístico (a diferencia de ciertos análisis del discurso veridictorio (véridictoire)1 orientados por un método estructural, que pretenden permanecer en la inteligibilidad semiótica). ¿Qué relación hay entre el hecho lingüístico y el hecho extra-lingüístico? Presentarnos un lenguaje donde esa relación de isomorfía fuese perfecta, constituyó el intento temprano de Wittgenstein. Y al mismo tiempo, advirtámoslo, la relación que liga entre sí los diferentes componentes de la frase (y de la realidad) sería una relación exacta, ya que todo discurso debe tener también un valor interno, de coherencia. En realidad, un mínimo de reglas, por ejemplo la de no-contradicción o la de progresión en las ideas,2 evitan el absurdo y el sin-sentido. * Traducción de Graciela Gómez del artículo de Marie-Dominique DelaunayPopelard: «Remarques sur la vérité selon Frege», del libro La Vérité, de varios autores, presentado por Jean Greisch, París, Beauchesne, 1983 (publicación del Institut Catholique de Paris). El artículo de Delaunay-Popelard abarca las páginas 217-229. 1 Véridictoire es un neologismo creado por Delaunay-Popelard; probablemente lo deriva de véridicité (veracidad). El discurso véridictoire sería aquel que se propone o tiende a una descripción verdadera, aunque no lo logre. Según lo expresado por la autora, lo que importa en este tipo de discurso no es su conformidad efectiva con algo extra-lingüístico, con el referente, que podría no darse, sino su pretensión de veracidad. (N.T.). 2 Delaunay-Popelard se refiere al aumento o progreso en la cantidad de informa- 182 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Adecuación y coherencia; la verdad cubre todo uso no lúdico del lenguaje. Los lógicos son los primeros en tenerlo en cuenta: para ellos una proposición se define como un enunciado susceptible de llamarse verdadero o falso. Ciertamente, encontramos esta idea en Aristóteles, y el axioma estoico corresponde sin dudas a la proposición verdadera. Pero no es sino a partir de Gottlob Frege que se ha instaurado una reflexión sobre la referencia en tanto valor de verdad, y más allá de ello, una disciplina de sello científico: la lógica. Las observaciones que siguen nos van a llevar al origen de una concepción moderna de la verdad. *** Después de todo un siglo, todavía se discute y continúa difundiéndose el pensamiento fregeano. Sin dudas, porque preserva una de nuestras mejores maneras de abordar una semántica general. Y en el corazón de esta semántica, la verdad, muy próxima a la noción más clásica, late con fuerza. En esto Tarski no se ha equivocado, al precio de una construcción técnica poderosa y, además, frágil: recordemos la prueba que significó para el logicismo el descubrimiento de la paradoja de los conjuntos en 1903, y después, más recientemente, las dificultades encontradas por Quine en la noción misma de significación. Si bien no es nuestro interés primordial preservar la genialidad de las tesis fregeanas, no las vamos a desligar de su suelo original, esto es, la teoría de los números, a fin de que no pierdan su verdadera fisonomía. En una primera aproximación, Frege está entre aquellos que utilizan, como lo hicieran los estoicos, la noción de signo, pero confiriéndole una estructura netamente ternaria, signo-sentido-referencia. Esto rompe con la modalidad saussuriana que se limitaba a distinguir significantesignificado, una estrategia de lingüista. En Frege, el sentido está disociado de la simple representación: lo que él llama Gedanke, modo de ac- ción que van adquiriendo las ideas, que constituye una de las llamadas «reglas de la coherencia del discurso», de Charolle. (N.T.). REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 183 ceso objetivo a la referencia, se acerca a «proposición», y por tanto es totalmente distinto de la Vorstellung, que es una realidad psíquica que varía tanto según los individuos como según los contextos espacio-temporales. En efecto, Frege logra la des-psicologización del sentido a partir de 1892; Husserl la retomará en un contexto totalmente distinto en 1902, con menos radicalidad. Pero esta primera caracterización parece aún tan próxima al sentido común, que hay que buscar en otro lado lo que está verdaderamente en juego. Y sobre todo, no se vería muy bien el intento de una caracterización que se aparte de ciertas modalidades lingüísticas. Después de todo, es un hecho que los lingüistas mismos también pretenden recortar en tres capas la realidad lingüística: la materialidad del significante, por un lado; un nivel de comprensión media y unánime de los native speakers, por otro; y en tercer lugar, aquello que cualifica ciertos discursos como veridictorios, que si no es una conformidad con el referente, al menos se trata de un valor referencial. Y no se advierte que esta tripartición, en el caso del lingüista, pone subrepticiamente en el terreno del lenguaje aquello que le es extraño: el referente, el cual pertenece al mundo o a lo real, como queramos decirlo, pero está siempre fuera del lenguaje. Es comprensible que esta última actitud sea en principio ignorada por la lingüística, ciencia cuyo objeto se acantona en el lenguaje; sin embargo, en cuanto percibe un aspecto exterior, capaz de explicar el funcionamiento del lenguaje, insiste en integrarlo en su seno. Nada quiebra la banalidad de que, para el lingüista, el lenguaje es un objeto indiferente al valor de verdad, mientras que para el lógico y para el filósofo el lenguaje es una mediación, un decir para el cual es esencial «investigar la verdad». Por trivial que sea esta observación, ella pone el dedo en la llaga, en la base misma de la incomprensión entre lingüistas y lógicos, y en una suerte de inconmensurabilidad de sus teorías. En todo caso, es en el discurso del lógico donde aparece la inquietud por la verdad, ya se trate de la verdad como coherencia o de la verdad como correspondencia. Otra presentación trivial podría ser la de describir el ejemplo es- 184 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD clarecedor utilizado por Frege para explicar su distinción entre sentido y referencia. Ya lo conocemos: tanto «la estrella de la tarde» como «la estrella de la mañana» designan el mismo planeta, Venus; pero muy bien podría suceder que al proferir esas expresiones, alguien ignore el hecho de que remiten al mismo objeto del mundo físico y sin embargo dé sentido a las frases donde ellas aparecerían. Es concebible que se pueda prescindir de conocer las denotaciones3 de esos componentes de las frases.4 Y, efectivamente, a veces prescindimos de ellos cuando omitimos consultar una enciclopedia con motivo de una palabra difícil, a fin de hacernos una idea de los procedimientos que nos dan acceso al objeto denotado, i.e. en términos fregeanos, que nos permiten pasar a la referencia. Nada mejor que considerar la concepción fregeana de la igualdad, para ver con suma claridad que el carácter ternario de la semántica no es trivial, y que la relación sentido-referencia es una relación extremadamente articulada (que no se puede captar por la simple metáfora de llenar o dar contenido a una forma dada). Vayamos pues al análisis de la igualdad a = b. Como dice C. Imbert: La identidad a parte objecti funda la equivalencia de los sentidos y la sustitubilidad de los signos.5 La igualdad entre a y b pretende expresar un conocimiento: 1°) a y b designan el mismo objeto, 2°) a y b no tienen el mismo sentido, 3°) los signos a y b son sustituibles. 3 Denotación, referencia y designación son tomados aquí como tres lexemas sinónimos. 4 La autora habla de componentes «frásticos» (phrastiques), tales como «la estrella de la mañana» o «la estrella de la tarde», esto es, los conocidos ejemplos de Frege, como expresiones que forman parte de una frase, entendiendo por ésta una oración completa, con sujeto y predicado. (N. T.) 5 Introducción de C. Imbert a los Écrits logiques et philosophiques [Escritos lógicos y filosóficos] de G. Frege, París, Seuil, 1971, p. 31. REFLEXIONES 185 EN TORNO A LA VERDAD Los juicios de identidad deben ser verdaderos y sin embargo no pierden por ello contenido informativo. Veremos que Frege es postkantiano. Escribir que: «x² + 4x = x (x + 4)», es reconocer una verdad y asentarla sobre el cálculo de los polinomios. Identificar la estrella de la tarde y la estrella de la mañana en su referente Venus, equivale a un buen fragmento de astronomía. Ahora bien, lo que vale para «a», «x² + 4x», «la estrella de la tarde», todos ellos pedazos componentes de frases, vale para las frases tomadas en su totalidad. La relación sentido-referencia preserva aquí su total pertinencia, pues acontece que: El pensamiento (Gedanke) no tiene más el mismo valor tan pronto vemos que a una de sus partes le falta la denotación (...). ¿Pero por qué queremos que todo nombre propio tenga una denotación además de un sentido? ¿Por qué no nos resulta suficiente el pensamiento? Porque y justamente en la medida en que nos interesa su valor de verdad.6 La denotación de las partes se vuelve necesaria porque se busca un valor para el todo, porque la referencia del todo es un valor de verdad. ¿No es acaso ese el asunto principal de todo discurso, incluso del político?: «lo que X dice tiene consistencia, pero la cuestión es saber si lo que dice es verdadero». Alétheia o pravda, la verdad se dice. Hay que prestar atención aquí –Frege lo señala– la verdad (o la falsedad) no se dice como una propiedad o una relación (predicado en sentido lógico) de una expresión. Ella es un objeto. «El sol ilumina» y «es verdad que el sol ilumina» no expresan pensamientos diferentes, sino apenas diferentemente el mismo pensamiento. Desde el punto de vista de su sustitubilidad salva veritate, esos enunciados son sin duda idénti- 6 Ibid., «Sinn und Bedeutung», p. 109. 186 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD cos porque se refieren al mismo objeto, lo verdadero. Pues la diferencia entre dos nombres que designan el mismo objeto no es sino una diferencia en el modo en que se llega a identificar ese objeto como referente, el modo de darse de ese objeto. Lo precedente toma casi el carácter de evidencia. En el nivel del discurso, se podría avanzar hasta decir que todo enunciado está implícitamente precedido por un "es verdad que". Si así fuese, se estaría confundiendo frase y proposición.7 Sin embargo, si la referencia de una expresión que no es una frase no puede ser eliminada mediante un procedimiento de ese tipo, es impensable que lo sea –dentro de una semántica general– para la frase tomada en su totalidad. De hecho, Frege dice mucho más, y una cosa distinta, pues no se queda en el nivel del discurso. Ni lo verdadero ni lo falso son vocablos que cumplan la función de modalidades frásticas.8 Ellos están fuera del conjunto de los enunciados, como se ve muy bien cuando se trata de definir un modelo lógico: se aplica un conjunto de enunciados bien formados sobre el conjunto {V, F}. En la medida en que en el lenguaje-objeto de la lógica el conjunto de los dos valores de verdad señala hacia lo que está fuera del lenguaje, podemos llegar fácilmente a la formulación de Tarski, a partir de la formulación de Frege. Solamente ahora, después de todas estas disquisiciones, despun7 Delaunay-Popelard distingue acá «frase» de «proposición», entendiendo por «frase» una oración o expresión con sentido, pero que no es ni verdadera ni falsa (una orden, por ejemplo); a diferencia de la «proposición», que está tomada en el sentido de «enunciado», esto es, una expresión con sentido completo que pretende describir un hecho y que puede ser verdadera o falsa (así está definida «proposición» al comienzo de este trabajo, en el segundo párrafo). Sin embargo, como se verá en el resto del artículo, no mantiene estas distinciones y es imprecisa en el uso de esta terminología. (N.T.) 8 Con «frástico», como aclaramos en la nota (3), la autora apunta a lo relativo a las frases; en este caso, señala que lo verdadero y lo falso no son modos de ser de las frases, o propiedades de las frases. Pero hay aquí una imprecisión, porque en lo que sigue inmediatamente, es obvio que toma como sinónimos «frase» y «enunciado», destacando su particularidad de ser portadores de un valor veritativo. (N.T) REFLEXIONES 187 EN TORNO A LA VERDAD ta la originalidad del lógico-filósofo. Ésta se manifiesta en el paso siguien-te: ni lo verdadero ni lo falso son seres-ya-allí que podamos poner en co-rrespondencia con los enunciados; son entidades teóricas. La verdad o la falsedad de un enunciado se construye al ritmo del progreso del conocimiento. Frege es post-kantiano en cuanto invierte el vector epistemoló-gico: se va de lo verdadero a aquello que se considera real por medio de los conceptos que figuran en nuestros «pensamientos». La teoría fregeana es compatible y asociable con lo mejor de la epistemología moderna, a di-ferencia de la lógica tradicional. Recién al final del proceso evaluativo atribuimos un valor de verdad. Encontrar la denotación de una expresión, es definirla. Encontrar la referencia de una frase, es hacerla entrar (o no) como enunciado estimado verdadero (o falso) en el cuerpo de los enunciados de la ciencia. Si Vincent me pregunta: - «¿Existen los extraterrestres?» no puedo más que responderle, en función de los resultados actuales de la astrofísica, algo así como «todavía no los hemos encontrado»; la verdad está supeditada a un progreso. Existen los seres que son de hecho, y los hechos son aquellos que la ciencia hace, haciéndose. Aun si Frege ha pretendido llegar a una semántica general donde estuviesen contemplados a la vez los lenguajes formales y las lenguas naturales,9 seguramente es en el corazón de la aritmética donde la teoría tiene la mayor pertinencia. En una página aritmética escrita en el lenguaje de las fórmulas, la lógica fregeana da cuenta de la estructura horizontal de los enunciados. Cada uno debe ser evaluado, y lo verdadero debe ser conservado en la dimensión vertical de la página, i.e. en el orden deductivo: lo verdadero es hereditario según la relación de deducibilidad. Sin dudas, la extensión a los lenguajes naturales ejerce una gran fascinación, pero también hace surgir dificultades. *** 9 «Lengua» y «lenguaje» son usados indistintamente en todo el artículo, como expresiones sinónimas. (N.T.) 188 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD Lo que vuelve grandioso al análisis fregeano es la sistematicidad. La generalización o extensión de su análisis a toda unidad del lenguaje común (nombres, grupos de palabras, proposiciones), así como a toda expresión de una escritura formal, aun cuando se trate de ecuaciones, le otorga realmente el alcance de una teoría general del sentido. Digámoslo en términos contemporáneos: todo predicado cumplido, todo argumento de cualquier lenguaje, puede considerarse a la vez como signo, como portador de sentido y como denotante de un objeto. Aquí también, sin dudas, nos introducimos en cuestiones discutidas, discutibles quizás, pero de ningún modo perimidas. Para Wittgenstein, por ejemplo, se asigna un valor [de verdad]10 a una proposición sin que tenga sentido, a diferencia de los nombres, que no tienen referencia pero significan. En realidad, a lo que apunta con esto es a destacar que el sentido de una proposición no puede ser dicho, sino únicamente mostrado. Y ello porque Wittgenstein11 considera el sentido como ya ahí, expresado por la frase (sin que sea expresable por una frase distinta, pues rechaza la existencia de todo metalenguaje), frase a la cual falta atribuir un valor [de verdad]. Una tesis así, por lo menos, pone límites al análisis. Meterse a fondo en la significación ha supuesto para Frege no contentarse con una descripción restringida al momento último del proceso significante, el cual, dada una frase y su sentido, la evalúa [como verdadera o falsa]. Si se quiere tener una idea de las críticas dirigidas contra Frege, eventualmente aun aquellas que descansan en un malentendido, esto es, si se quiere aclarar el estado de las discusiones actuales, se puede tomar otro indicador: Michaël Dummett. Dummett encara una comprehensión global de la visión fregeana y sin embargo, por un fino análisis de las tesis parciales que están contenidas en ella, va a extraer una circularidad: una mutua dependencia del 10 11 Lo que va entre corchetes es mío. (N.T.) L. Wittgenstein, Tractatus logico-philosofhicus, trad. fr. P. Klossowski, Paris, 1961, #4.063. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 189 sentido y la referencia. Si convenimos que el sentido del signo es el modo de darse del objeto, para determinar el valor [de verdad] del pensamiento importa tanto la referencia de la frase (su valor de verdad) como la de sus partes; en ello se puede ver que la capacidad de hacernos pasar a la referencia orienta de una cierta manera el sentido de la frase. Pero veamos cómo se explica el propio Dummett: La explicación de «es verdadero» determina únicamente la significación, o al menos la aplicación de ese predicado: dada una proposición, hay una frase que la expresa, y esta frase establece las condiciones bajo las cuales la proposición es verdadera.12 Pero para que de la explicación de que p es verdadero en tales y cuales circunstancias, alguien pueda extraer una explicación del sentido de p, ya debe saber lo que significa «decir de p que es verdadero». Si en el curso de su investigación se le dice que la única explicación consiste en decir que p es verdadero porque resulta de aseverar p, se seguirá de aquí que para comprender lo que se significa cuando se dice que p es verdadero, se debe ya conocer el sentido de aseverar p, precisamente eso que debía explicársele.13 Esta crítica se apoya en dos análisis. En primer lugar, el atomismo fregeano asegura que una frase no es verdadera a no ser que (condición necesaria) todos sus componentes estén munidos de una denotación. Si eso no acontece, la frase p no tendrá valor de verdad, y entonces la aseveración «es verdad que p» será falsa. En consecuencia, nos encontraremos con el caso donde «p» y «es verdad que p» no tendrán el mismo sentido puesto que sus referentes son distintos. En segundo lugar, existe una asimetría entre los dos valores de 12 M. Dummett, «Truth», en Proceedings of the Aristotelian Society, vol. 59, 1958-59, pp. 141-162. 13 Ibid., pp. 148-149. 190 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD verdad, que está oculta por el carácter binario: lo que no es verdadero es falso, y lo que no es falso es verdadero. Una manera de evitar la dificultad que acá se presenta al definir la verdad, ha sido buscar qué es lo falso. Pero lo falso no es un valor de verdad como lo verdadero. Efectivamente, si lo verdadero es el resultado de un proceso de validación cuyo desarrollo se considera factible de reconstituir exhibiéndolo como un protocolo experimental, donde «p es verdadero» entra en los estados de cosas posibles, no acontece lo mismo cuando se trata de verificar que «p es falso», que no se confirma sino por el giro de «no p es verdadero». Lo falso es un valor de verdad negado; la noción de negación lo sostiene. Pero no es que no importe qué negación. La negación lógica, la conectiva proposicional capaz de transformar una frase, toma entonces todo el peso del pasaje verdadero-falso. Lo falso aparece como un valor mediado por la verdad y muy bien podría, en lógica, ser eliminado por lo verdadero con el prefijo de la negación. Además, la negación no está estrictamente definida en las lenguas naturales, y un análisis similar de las otras conectivas exhibiría la distancia entre su funcionamiento en el cálculo lógico de las proposiciones y el que tiene en las lenguas naturales. *** Volvamos al texto de Frege para estimar la crítica de Dummett. ¿A qué apunta, exactamente, tal crítica? Pareciera mostrar que hay una contradicción entre el atomismo fregeano, por un lado, y la suposición de que Frege acepta el juicio de equivalencia «es verdad que p si y solamente si p»,14 por otro lado. No es imposible rastrear los fragmentos precisos de Frege sobre los cuales se apoya el análisis de Dummett: Podemos esperar encontrar proposiciones (...), así como 14 En este juicio de equivalencia, la primera «p» debería ir entre comillas o en cursiva, en tanto está en lugar del nombre de la segunda "p", esto es, del nombre de la oración misma. Así se respetaría la diferencia entre uso/mención, o lenguaje/ metalenguaje. (N.T.) REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 191 hay partes de proposiciones, provistas de sentido pero sin denotación. (...) La proposición «Ulises, sumido en un profundo sueño, fue dejado sobre el suelo de Itaca» tiene evidentemente un sentido. Pero como es dudoso que el nombre «Ulises» que ahí figura tenga una denotación, también es dudoso que la tenga la proposición entera. Pero lo que es seguro, no obstante, es que alguien que crea en serio que esta proposición es verdadera o falsa, también atribuirá al nombre «Ulises» una denotación, además de un sentido. (...) Si sólo nos interesásemos por el sentido de la proposición, por el pensamiento solamente, sería innecesario preocuparse de la denotación de una parte de la proposición; pues si queremos determinar el sentido de la proposición, sólo es relevante el sentido de esta parte, y de ningún modo su denotación. El pensamiento (Gedanke) sigue siendo el mismo, tenga o no denotación el nombre «Ulises».15 El texto es transparente, y parece afirmar que jamás se podría pensar el sentido como dependiendo de o subordinado a la referencia.16 Debemos tenerlo presente. En lo que respecta a la idea de que Frege establece una equivalencia entre «p» y «es verdad que p», el texto en cuestión debe ser el siguiente: Se podría decir (...) «el pensamiento de que 5 es un número primo es verdadero». Pero si se examina esto más aten- 15 16 G. Frege, pp. 108-109. El subrayado es nuestro. Para comprender la objeción de Dummett y su interpretación errónea de Frege, podríamos decir que confunde el sentido de la existencia de una expresión con su denotación. En efecto, se puede sostener que el sentido no sigue siendo el mismo si se suspende el sentido de la existencia de la cosa. Comparemos: «Pa», de donde es posible inferir «∃x Px», con «∃x? Px», de donde se infiere, si es verdad que existe un x tal que P, «Pa v Pb v ...». Mientras que si es falso que existe un x, «∃x? Px» equivale a «¬ ∃x Px», es decir «∇x ¬Px», de lo cual se infiere, por el contrario, «¬Pa». 192 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD tamente, se observa que con ello no se dice realmente nada más de lo que se dice en el simple enunciado «5 es un número primo». En ambos casos, la afirmación de la verdad radica en la forma del enunciado asertivo, y cuando éste no tiene su fuerza habitual, por ejemplo en boca de un actor sobre el escenario, el enunciado «el pensamiento de que 5 es un número primo es verdadero», contiene también únicamente un pensamiento, a saber, el mismo pensamiento que el simple enunciado «5 es un número primo».17 Imposible no leer aquí que «p» y «es verdad que p» no serían distintos,18 a condición de cuidarse de no dejar escapar una nueva ingeniosidad fregeana: la noción de aserción. Sobre esto hay que decir dos palabras, dada su importancia en la teoría: Tenemos aquí una de las diferencias más significativas entre mi concepción y la de Boole, y aún la de Aristóteles: yo no parto de conceptos, sino de juicios.19 La barra horizontal de la aserción () ubicada delante de un juicio significará que lo que sigue es un contenido, que se expresará un pensamiento. Pero ese signo de contenido es absolutamente independiente de la verdad: 2+3=5 4+2=7 se escriben así los dos. Pero sólo la primera expresión es verdadera, y su verdad se escribe con otro signo ( |): 17 G. Frege, op. cit., p. 110. 18 M. Dummett aplica al lenguaje el análisis lógico que Frege hace aquí. Sin embargo, pone de manifiesto la dificultad de extender al lenguaje natural el propio de la lógica. Esa extensión puede hacerse, pero con modificaciones. Cf. Nota 24. 19 G. Frege, op. cit., «Sur le but de l’idéographie» [«Acerca del fin de la ideografía»], p. 74. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 193 | 2 + 3 = 5. La diferencia de sentido entre dos proposiciones que, sin embargo, tienen el mismo valor de verdad, se deberá a los caminos deductivos diferentes que han dado como resultado (tesis) esas proposiciones. Del mismo modo, la diferencia de sentido entre dos nombres que designan el mismo objeto será una diferencia en la manera como se llegue a identificar ese objeto como referente. De manera que la distinción entre «p» y «es verdad que p» queda sin efecto en el caso, y sólo en este caso, de que p quede aislado en un momento dado del cálculo. Ahora debemos tener en cuenta que si bien Frege es sin dudas el primero en distinguir tajantemente dos contextos, el de la aritmética y el de la ficción (donde las referencias no existen) y, por otro lado, el propio del lenguaje natural, él mismo emprende una extensión o generalización del lenguaje formal hacia el lenguaje natural en un proyecto quizás objetable.20 En efecto, esta extensión implica una transferencia de hipótesis semánticas entre la lengua común, cuya fuerza de afirmación es asimilada con el valor [de verdad] de una tesis en el cálculo, y a la inversa, la lengua ideográfica21 que es considerada como la que suministra a la lengua natural su sintaxis. Olvidemos por un instante que la ideografía22 se construye antes que nada para dar cuenta de la aritmética –de sus proposiciones de existencia, de aquellas que atribuyen una cantidad, y de las ecuaciones–, y nos daremos con aporías que, por el con- 20 Probablemente se ha deslizado un error de impresión en este párrafo, en el que nosotros interpretamos que los dos contextos que se distinguen son el del lenguaje formal y el del lenguaje natural. El texto dice así: «C’est le moment de se souvenir que, si Frege est bien le premier à distinguer fortement deux contextes, celui de l’arithmétique et celui de la fiction (où les références n’existent pas), il entreprend une généralisation du langage formel au langage naturel ...». (N.T) 21 Se desprende del texto que Delaunay-Popelard entiende por «lengua ideográfica» («langue idéographique») el lenguaje formal, en contraposición a la lengua natural. (N.T.) 22 En el texto: «l’idéographie», entendida como «la langue formulaire», a la cual se contrapone el lenguaje del diálogo, de «l’interlocution». (N.T.) 194 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD trario, desaparecen en cuanto se mantienen separados los dominios de aplicación. En esta hipótesis, recordemos que Frege ha eliminado las imposiciones del diálogo para hacer aparecer el lenguaje de las fórmulas.23 Dummett ha señalado, por cierto, una dificultad –hagámosle justicia– en el segundo análisis mencionado. Para él no existen más que dos soluciones posibles: o bien renunciar a hacer una teoría de la verdad o bien suplementar la teoría fregeana.24 Ahora bien, ¿en qué sentido suplementarla? *** Si queremos volver a la lengua natural, quizás debiéramos –al contrario de lo que hizo Frege– restablecer las imposiciones del diálogo. Pero entonces nos damos cuenta de que el régimen de la referencia cambia totalmente. Hay que enriquecer los medios descriptivos, ligar las condiciones de verdad y las condiciones de éxito de un enunciado en el interior de un contexto interlocutivo para dar sentido a lo verdadero en la lengua natural. Entonces, tendremos que «p» y «yo te afirmo que p» no tendrán ya el mismo sentido, y lo mismo con «es verdad que p» y «te afirmo que p». Se nos ofrece otro camino, en el que uno se pregunta sobre lo que podría ser un análisis fiel a la tradición fregeana de las frases de la lengua natural con alcance cognitivo.25 Esas frases han de ser tomadas en el contexto de una confrontación epistémica entre dos interlocutores provistos de su respectiva capacidad de aserción. Queda preguntarnos, por cierto, en qué condiciones es posible tal confrontación. Parece que los 23 F. Jacques, «L’idéographie frégéenne: un langage libéré des contraintes de l’interlocution» [«La ideografía fregeana: un lenguaje liberado de las imposiciones del diálogo»], Revue Internationale de Philosophie, número especial sobre Frege (130), 1979. 24 Para una crítica del modelo molecular de M. Dummett, cf. J. Grünfeld, Method and Language, Amsterdam, 1982, B. R. Grüner Publ. C°, pp. 147-152. 25 Ver nota 23. REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD 195 dos interlocutores deben estar en relación. Un intento de esta clase parece pertinente cuando efectivamente se piensa, con Frege, que la referencia es ineludible y que ella consiste en un valor de verdad que resulta de una construcción, de un proceso de evaluación. En un nivel más radical, cuando lo que está en cuestión es la forma de una teoría posible en la que pueda utilizarse el predicado «es verdadero», acepto que hace falta estudiar la controversia meta-teórica en los discursos científicos, donde lo que está en juego entre dos defensores de teorías diferentes es el estatus de verdad científica. Pensemos, por ejemplo, en la disputa (que no ha tenido lugar porque sus expositores no han estado en contacto) entre Newton (partidario de una teoría corpuscular, respaldado por la descomposición de la luz blanca) y Huyghens (defensor de una teoría ondulatoria sobre la base de experiencias de difracción y de coloración de láminas delgadas). En el terreno más privado de las discusiones interpersonales, indudablemente se da cierto desplazamiento de la verdad sobre la noción de creencia. Pero lo esencial es esto: que la referencia, o más bien aquí, la co-referencia,26 el estado de creencia común o la cientificidad conjuntamente reconocida de un enunciado problemático, están al final, y solamente al final de una confrontación de este tipo. 26 Cf. F. Jacques, Dialogiques, Recherches logiques sur le dialogue [Dialógicos. Investigaciones lógicas sobre el diálogo], París, P. U. F., 1979. Para el análisis de la relación necesaria que sostiene el diálogo, cf. Différence et Subjectivité [Diferencia y Subjetividad], París, Aubier, 1982. 196 REFLEXIONES EN TORNO A LA VERDAD REFLEXIONES 197 EN TORNO A LA VERDAD Reflexiones en torno a la verdad Se terminó de imprimir en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, en el mes de noviembre de 2005.