Revista No. 21 Corte Suprema Libertad y Orden Corte Suprema de Justicia República de Colombia ISSN 1657-2408 Corte Suprema Año 9 Revista No. 21 Junio de 2007 REVISTA No. 21 Corte Suprema Editor Germán Gómez Rojas Consejo Editorial Yesid Ramírez Bastidas Carlos Ignacio Jaramillo J. Manuel Ardila Velásquez Jaime Alberto Arrubla Paucar Eduardo López Villegas Mauro Solarte Portilla Fotografía contenido Juan Pablo Gómez Miguel García Colprensa Corte Suprema de Justicia PRESIDENTE: CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE VICEPRESIDENTA: ISAURA VARGAS DÍAZ SALA DE CASACIÓN CIVIL RUTH MARINA DÍAZ RUEDA, Presidenta Manuel Ardila Velásquez Jaime Alberto Arrubla Paucar Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo Pedro Octavio Munar Cadena César Julio Valencia Copete Edgardo Villamil Portilla SALA DE CASACIÓN LABORAL Seguridad jurídica ................................................ 1 Justicia y seguridad jurídica ................................ 2 Invasión de competencias por tutela contra sentencias................................. 6 Saltando sobre la propia sombra ....................... 15 GUSTAVO GNECCO MENDOZA, Presidente Elsy del Pilar Cuello Calderón Carlos Isaac Nader (hasta mayo de 2007) Eduardo López Villegas Luis Javier Osorio López Francisco Javier Ricaurte Gómez Camilo Tarquino Gallego Isaura Vargas Díaz Foto: Humberto Pinto, Ámbito Jurídico La misión del tribunal supremo ........................ 18 La independencia del juez, un horizonte sin fin ........................................... 26 La oralidad, elevación de la cultura jurídica ......................................... 34 Protección de los consumidores frente a los contratos celebrados por otros .................. 44 La subordinación laboral en la jurisprudencia .......................................... 52 Ética judicial: Código Modelo Iberoamericano ................................................. 60 Luto en la justicia .............................................. 71 Diseño gráfico e impresión Imprenta Nacional de Colombia Bogotá, D. C., Colombia - Junio, 2006 Oficina de Comunicación y Prensa Palacio de Justicia - Calle 12 No. 7-65 - Piso 4° Tels.: 5629080 - 562 2000 Ext. 1081 E-mail: [email protected] SALA DE CASACIÓN PENAL ALFREDO GÓMEZ QUINTERO, Presidente Sigifredo Espinosa Pérez Alvaro Orlando Pérez Pinzón Marina Pulido de Barón Jorge Luis Quintero Milanés Yesid Ramírez Bastidas Julio Enrique Socha Salamanca Mauro Solarte Portilla Javier Zapata Ortiz Agradecimientos SYNGENTA - WILSON VALDERRAMA COLPRENSA ÁMBITO JURÍDICO - LEGIS „Estoy plenamente convencido de que esta Alta Corte, en la noble búsqueda de la paz por parte de Colombia, actúa con sabiduría, equidad y firmeza y su gran aporte para construir la paz se hará al conseguir la justicia frente a los culpables y las víctimas‰. HORST KÖHLER Presidente de la República Federal de Alemania Advertencia Las afirmaciones y opiniones expresadas en los artículos firmados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no comprometen el pensamiento institucional de la Corte Suprema de Justicia. Visita de Estado a la Corte Suprema de Justicia. Bogotá, D.C, 13 de marzo de 2007 „El caso del gitano que va a confesarse y el sacerdote, al preguntarle los mandamientos de la ley de Dios, el gitano le responde: ÂMire usted, Padre, yo los iba a aprender, pero he oído por ahí un runrún de que los van a quitar⁄Ê. Derecho es solo hoy el runrún de que algo se va a quitar, no es lo que se da, y todo a cuenta de la llamada justicia‰. ORTEGA Y GASSET Seguridad Jurídica YESID RAMÍREZ BA STIDA S PRESIDENTE CORTE SUPREMA DE JUSTICIA,2006 A l comienzo –en la época prepolítica o de naturaleza– reinaba el caos, la arbitrariedad y la inseguridad, y por eso el hombre inventó el Estado, y con él la jurisdicción, para que a través de reglas dadas por el contrato social (Aristóteles, Rousseau) se resolvieran en definitiva y pacíficamente los naturales conflictos surgidos de la vida de relación, propósitos que adelante alentaron la Ilustración y el fenómeno codificador inspiradores de la Revolución francesa verdugo del Antiguo Régimen, y es entonces cuando aparece el concepto de seguridad jurídica, el cual pasó a convertirse en el Estado de Derecho en una irrenunciable garantía constitucional como instrumento de protección que se brinda a sus ciudadanos, condición esencial para la vida y desarrollo de una Nación. mente tutelados, interdicción de la arbitrariedad, de modo que permite en el ciudadano el nacimiento de una expectativa razonablemente fundada en cuál ha de ser la actuación del poder en la aplicación del Derecho, supone una estrecha relación con la justicia porque la ley como sistema conforma un campo de garantías tanto en su aplicación como en su misma interpretación, sometida a determinados cánones que impiden la arbitrariedad de los operadores del mismo, entre ellos la observancia estricta de los principios de legalidad e igualdad, que irradian todo el sistema e implica el respeto por la cosa juzgada, que también es un derecho fundamental. El desarrollo humano y económico del país está asociado a su desarrollo institucional, y de manera preponderante a la existencia de un Poder Judicial que garantice independencia de los jueces como presupuesto necesario para la seguridad jurídica que debe brindar un Estado Social y Democrático de Derecho. Los estudiosos del crecimiento son unánimes en señalar que en el propósito del desarrollo con capacidad innovadora de la actividad económica es crucial que las normas sean claras y transparentes y que se cumplan rigurosamente, es decir, que haya seguridad jurídica, tan importante para la paz social. Y al contrario, una poca confiabilidad en el sistema de justicia desalienta y a veces excluye la inversión, de suerte que resulta necesario un adecuado marco institucional, del que la justicia sea una parte esencial, para el desarrollo económico sobre todo de países que se mantienen estancados en el umbral de la pobreza: un buen clima de inversión descansa, entre otros factores, en la paz social en lo que cuenta la percepción sobre la independencia y eficacia de la justicia como causa de seguridad jurídica. La cultura actual acude a estas múltiples y heterogéneas facetas de ese valor: seguridad personal, seguridad ciudadana, seguridad del empleo, seguridad en el trabajo, seguridad social, seguridad de los datos, seguridad del tráfico negocial, seguridad del tráfico vial, que demanda entre sus lenitivos el “cinturón de seguridad”. Y, en la vivencia internacional, el máximo órgano ejecutivo de las Naciones Unidas se llama “Consejo de Seguridad” mientras que en la distensión se avanzó en reuniones convocadas bajo el lema “Conferencias sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa”. Claro que “junto a esas acepciones nobles, la seguridad ha servido también de eufemismo encubridor de numerosas agresiones a la libertad”, pues, en palabras de Pérez Luño, “la seguridad es, sobre todo y antes que nada, una radical necesidad antropológica humana y el ‘saber a qué atenerse’, es el elemento constitutivo de la aspiración individual y social a la seguridad, raíz común de sus distintas manifestaciones en la vida y fundamento de su razón de ser como valor jurídico”. Preciso es anotar, finalmente, que no hay verdades absolutas y que la cosa juzgada puede ser relativizada por razones de justicia, previendo el derecho positivo el instituto de la acción de revisión para que dentro del propio proceso se discutan y viabilicen –de ser el caso– las pretensiones respectivas. La seguridad jurídica, en términos generales, se entiende como la certeza sobre el ordenamiento jurídico aplicable y los intereses jurídica- 1 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Justicia y seguridad jurídica MAURO SOLARTE PORTILLA PRESIDENTE SALA DE CASACIŁN PENAL, 2006 L Puede decirse que hoy en día la seguridad jurídica sigue siendo una institución dedicada a afianzar la libertad y la igualdad, a hacer justicia. Sería impropio sostener que esas ideas, que en su momento tuvieron una poderosa connotación revolucionaria, resultaran despreciadas por la pérdida de la perspectiva y del contexto, es decir, examinando el allá y el entonces con criterios del aquí y del ahora. a seguridad jurídica es un producto de la modernidad, del Estado demoliberal. Para entender su inmensa importancia baste considerar que en la antiguedad y en el medioevo no existía una división de poderes en la forma como la concebimos hoy y estos no estaban sujetos a una normatividad positiva que fuera expedida por un órgano de elección popular, por lo cual la legislación era precaria o francamente inexistente. No se trata, pues, de renegar de los orígenes de la seguridad jurídica sino de reformular sus contenidos para hacerlos compatibles con los fundamentos de las democracias contemporáneas: la dignidad humana, los derechos fundamentales y la democracia participativa y pluralista. En sus orígenes la seguridad jurídica tuvo un nítido contenido libertario y nació como una respuesta a la necesidad de imponer claros límites al absolutismo y resguardar, al mismo tiempo, un ámbito de libertad para los asociados. Es decir, a partir de entonces se precisan las ideas de derecho y justicia, con fundamento en el pacto social de los integrantes de la sociedad, en un claro intento de superar el modelo absolutista. Empero, no puede resultar desconocido que en un momento de la historia el modelo demoliberal, tan importante para superar el absolutismo, se mostró incapaz para dar respuesta a nuevas concepciones sobre la democracia, el derecho y la justicia. Se concibió, en consecuencia, que el ejercicio del poder estuviera sujeto a la ley, y la legalidad prevalecería sobre la arbitrariedad y la razón sobre la fuerza. Surgen entonces concepciones compatibles con la idea de justicia material. Se plantea que la fuerza normativa de la Constitución es indispensable para la construcción de un orden democrático fundado en la dignidad y en los derechos humanos; que la interpretación está sujeta a principios no solo jurídicos sino políticos; que la ley es la manifestación de un proceso participativo, y que su validez depende de la coherencia interna y sistemática de sus textos. En fin, se busca la concordancia real de sus enunciados con los principios fundantes del Estado y con los derechos humanos. Se abandona la exégesis pues ahora la ley tiene un contenido más dúctil y el juez puede y debe abandonar su literalidad para reconocer la vigencia de principios constitucionales que la trascienden y la dotan de sentido. Este pasa a ser realizador de los contenidos materiales de las disposiciones jurídicas Al comienzo de ese nuevo esquema rige un concepto formal de ley –válido en tanto fuera expedida por el órgano competente– y la justicia constituye un momento de la adjudicación normativa. Por eso la misión del juez no era otra que la de ser la boca de la ley, destacándose la corrección del silogismo en el fallo; de ahí que se entendiera que no había lugar a interpretarla cuando su sentido literal fuese claro. En resumen, el dogma de la ley surge como manifestación inequívoca del sometimiento de los poderes públicos a la voluntad general y como emblema de la reacción contra el absolutismo y la concentración de poderes. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 2 No es tarea de la judicatura sacrificar la justicia en el mismo altar en el que se ha inmolado la seguridad jurídica. Nadie discute hoy por hoy que en el mundo del derecho resulta imposible la pretensión de una única respuesta correcta y menos que pueda encontrarse con exclusividad en la jurisdicción constitucional. que comienzan en la ley, pero que se sustentan en la Constitución Política y en el bloque de constitucionalidad. La argumentación no es teoría justificativa de una decisión. Es el método de realización de valores, principios y garantías constitucionales, cuya protección es necesaria para lograr el ideal de dignidad humana en que el Estado se funda. Los jueces operan con hechos, valores y normas. Su misión consiste en acudir a esas herramientas con el fin de construir decisiones coherentes con el sistema normativo en su conjunto y con la justicia como valor superior del ordenamiento jurídico. Un esfuerzo responsable en tal dirección, y no su habilidad para identificar una inexistente, infalible y matemática respuesta única, es lo que legitima sus fallos y lo que genera seguridad jurídica. Dicho de otro modo: mientras la decisión judicial se halle más cerca de los principios y valores referidos, mayor legitimidad tendrá y también más seguridad de que será obedecida. Sin embargo, ahora como antes, es lo cierto que graves riesgos se ciernen sobre el principio de la seguridad jurídica, aunque de distinta naturaleza. Antes eran los autoritarismos, ahora la inflación normativa que hace cada vez más incierto su conocimiento, y el decisionismo judicial que, so pretexto de proteger los fundamentos de las democracias constitucionales, desdeña el contexto de las tensiones entre la seguridad jurídica y la justicia. El proceso judicial no es, por supuesto, un escenario propicio para la violación de lo derechos fundamentales, sino precisamente para su realización, para su preservación. Las normas procesales no deben contrariar la Constitución, sino desarrollarla. No es casual, entonces, que el Código de Procedimiento Penal (Ley 906 de 2004), por ejemplo, consagre como principios rectores y garantías procesales la dignidad humana, la libertad, la prelación de tratados internacionales, la igualdad, la imparcialidad, la legalidad, la presunción de inocencia e in dubio pro reo, la defensa, la prevalencia del derecho sustancial, los derechos de las víctimas, la lealtad, la gratuidad, la intimidad, la contradicción, la inmediación, la concentración, la publicidad, el juez natural, la doble instancia, la cosa juzgada, el restablecimiento del derecho, la cláusula de exclusión, la integración y la prevalencia de las normas rectoras, entre otros. Conviene tener muy claro que no es tarea de la judicatura sacrificar la justicia en el mismo altar en el que se ha inmolado la seguridad jurídica, pues en tal caso aquella solo conservaría un nombre, pero su esencia y sentido se habrían perdido. Es preciso encontrar un punto de equilibrio ya avizorado por Radbruch: “Tenemos que buscar la justicia, pero al mismo tiempo tenemos que mantener la seguridad jurídica, que no es más que un aspecto de la misma justicia y reconstruir un Estado de Derecho que satisfaga a ambas ideas en la medida de lo posible”1. 1 Todo el proceso, decantado a lo largo de los siglos, está diseñado para que las garantías de quienes en él intervienen se cumplan rigurosamente. La totalidad de las normas procesales desarrolla los principios enunciados: las que regulan el derecho de postulación, la intervención Pérez Luño, Antonio Enrique. La seguridad jurídica. Barcelona. Ariel S.A ., 1991. P. 62. 3 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 de aquellos en el proceso de producción y contradicción de la prueba, los cambios de radicación, los impedimentos y las recusaciones, las nulidades, los medios de impugnación, etc. ocurra, la jurisprudencia de esta Corporación ha señalado que solo hay lugar a la calificación del acto judicial como una auténtica vía de hecho si el vicio que origina la impugnación resulta evidente e incuestionable. Aquellos asuntos que puedan ser objeto de polémica judicial o que no surjan a simple vista como lesiones superlativas del ordenamiento jurídico, no pueden dar origen a la descalificación, por vía de tutela de la sentencia impugnada”. Por eso es de destacar la invulnerable lógica de la sentencia de constitucionalidad C–543 de 1992, mediante la cual se declararon inexequibles las normas que hacían posible la tutela contra decisiones judiciales. Es que no pueden medirse con el mismo rasero los simples actos de la administración que los fallos dictados por el juez natural en un escenario rodeado de toda una urdimbre protectora de los derechos fundamentales. Y luego en la Sentencia SU–563 de 1999 dijo: “La vía de hecho no puede existir si el juez ha respetado el ordenamiento jurídico. Y, para que el fallador de la tutela pueda convencerse de lo contrario, la conducta del juez debe revelarse y probarse como arbitraria y ajena a la normatividad o, más todavía, como contraria a ella”. En la ocasión memorada la Corte Constitucional sentenció que no procedía la tutela contra decisiones judiciales porque: 1. Quebranta la autonomía funcional de los jueces. 2. Obstruye el acceso a la administración de justicia. Pero ese norte se ha extraviado. 3. Rompe la estructura descentralizada y autónoma de las distintas jurisdicciones. El concepto de vía de hecho tan dispendiosamente trabajado por la doctrina constitucional ha ido desnaturalizándose en su verdadero sentido, significación y alcance, hasta llegar al desolado panorama actual en el que para la prosperidad del amparo basta y sobra con que el juez constitucional no esté de acuerdo con el legítimo ejercicio hermenéutico del juez que por expreso mandato constitucional está llamado a resolver el caso, con autonomía e independencia, así sean fáctica y jurídicamente razonables los argumentos que utilice en sustento de su determinación. Ya ha hecho carrera la idea de que la tutela procede cuando se estima que hay una interpretación probatoria o jurídica de mejor estirpe que la realizada por el juez natural. Y con ello se le ha asestado una herida mortal a la seguridad jurídica, la autonomía y la independencia judiciales. 4. Impide la preservación de un orden justo. 5. Afecta el interés general de la sociedad. 6. Lesiona en forma grave el principio de cosa juzgada, inherente a los fundamentos constitucionales del orden jurídico, y 7. Puede propiciar el desconocimiento del non bis in idem. Así, por fuerza de esas razones, la Corte Constitucional señaló que: “La acción de tutela ha sido concebida para dar soluciones eficientes a situaciones de hecho creadas por actos u omisiones que implican la transgresión o amenaza de un derecho fundamental, respecto de las cuales el sistema jurídico no tiene previsto otro mecanismo susceptible de ser invocado ante los jueces a objeto de lograr la protección del derecho”. Quizá a esa conclusión haya contribuido la teoría de las causales de procedibilidad de la acción de tutela. Pero, con todo y ello, de la misma sentencia de constitucionalidad C-590 de 2005, en la que se perfiló esa línea, hay que rescatar que, como allí se dijo, “el juez constitucional no tiene facultades para intervenir en la definición de una cuestión que debe ser resuelta exclusivamente con el derecho ordinario o contencioso”. Posteriormente, precisó que solamente en situaciones extremas podía proceder la tutela, cuando el juez en su actuación renegaba abiertamente de la legalidad y groseramente la suplantaba con su propio capricho, de modo que la actuación solo aparentaba ser una decisión judicial. Debía tratarse de una arbitrariedad con ropaje (puro disfraz) de providencia judicial. Una auténtica vía de facto. Por eso, en la sentencia T–470 de 1994 el juez constitucional puntualizó: La Corte Suprema de Justicia tiene bien claro que su vocación no puede ser otra que la de lograr la materialización de los principios del orden superior. Así lo ha hecho a lo largo de la historia, como cuando reinterpretando la casación, desde la Constitución y de los fines del instituto, pese a que aún no existía norma expresa que lo autorizara, y más allá de la sistemática del recurso, la Sala de Casación Penal privilegió las garantías sobre las formas, para abrirle espacio al trámite oficioso del recurso. “En los eventos en los que se está en presencia de una vía de hecho, el juez de tutela debe limitar su análisis a determinar las arbitrariedades en que haya podido incurrir el funcionario judicial que adopta una decisión dentro del respectivo proceso en forma ilegal y según su capricho o ignorando deliberadamente las formalidades propias del mismo”. Del mismo modo, su sentir coincide a plenitud con el clamor ciudadano que ve en la acción de tutela un efectivo medio de defensa de los derechos fundamentales. Desde su cosmovisión del Estado democrático de derecho –que no duda en defender– y desde la filosofía de los derechos humanos –en cuya protección Y en la Sentencia T–008 de 1998 expresó: “Según la jurisprudencia constitucional, el juez de tutela no puede reemplazar al juez de la causa ni puede convertirse en última instancia de decisión. Para asegurar que ello no Corte Suprema de Justicia • Revista 22 4 de interpretación positivista o autosuficiente que concentra la protección de derechos en la regla general positiva, y de manera especial en la ley y el proceso político que le antecede”3. está empeñada– ha perfilado una sólida línea de interpretación que le permite reclamar una vasta participación en su defensa. Como muestra de ello, durante el año 2005 la Sala de Casación Penal, de las múltiples tutelas que se sometieron a su consideración, en 331 casos decidió que el amparo resultaba procedente para la protección de derechos como el de la libertad, la salud en conexidad con el de la vida, el de petición, el de igualdad y el debido proceso, entre otros. Todo bajo el convencimiento pleno de que la justicia del Estado democrático es la justicia de los derechos humanos. Por supuesto, en tal concepción, en tal convicción, en tal proceder y en tal compromiso la Sala de Casación Penal concuerda a plenitud con las otras Salas que integran la Corte Suprema de Justicia, que en esta materia no tiene ni fisuras ni excepciones. Ello supone, por supuesto, el respeto por una judicatura independiente y autónoma, sin interferencias, pero consciente a su vez de su vinculación con los principios políticos y jurídicos del Estado y de su sometimiento a la ley como expresión de la Constitución, que ve en la seguridad jurídica el presupuesto de las libertades y derechos fundamentales y no la consecuencia de estos. Todavía más: la noción de justicia solo se entiende en función de la independencia judicial y se funda en la acabada idea de que la jurisdicción termina en los órganos de cierre de la Constitución, pues al fin y al cabo al decir el derecho, por última vez, con sujeción a principios y valores que reflejan incluso el pluralismo de sus integrantes, no hacen más que decir lo que la ley dice, en todo caso, y siempre, de acuerdo con la Constitución del Estado democrático y con la filosofía siempre inaplazable de los derechos humanos. Ello significa que la Corte Suprema sabe bien que como máximo tribunal de la justicia ordinaria su papel no es el de restaurar la vigencia de la ley formal, sino su contenido material; que su tarea consiste en edificar precedentes asentados en el propósito de lograr la efectividad del derecho sustancial, el respeto a las garantías fundamentales de los intervinientes, la reparación de los agravios inferidos a estos y la unificación de la jurisprudencia. No es poco, y lo hace en el marco de las tensiones entre la seguridad jurídica y la justicia, firmemente convencida de que la primera no se identifica con la mera noción de legalidad formal, sino con la protección de bienes jurídicos fundamentales para la realización de la convivencia social. De allí que cuando se irrumpe contra la autonomía de los jueces se obstruye la administración de justicia, se desconoce la estructura descentralizada de las jurisdicciones, se impide la preservación de un orden justo y se afecta en general el interés que la sociedad tiene en la estabilidad de las decisiones. La autonomía de los jueces no puede verse perturbada, ni aun pretextando la facultad de controlar la constitucionalidad de sus actos, máxime cuando en el marco del respeto por el plexo de valores de la Constitución crean certeza con sus decisiones, conforman postulados que sirven con vocación de uniformidad al mantenimiento de la estabilidad de las instituciones y realizan la unidad del ordenamiento jurídico sobre la base de una axiología consensuada desde el plano constitucional que se legitima por la carga argumentativa de la decisión. En ese orden, en la construcción del orden justo al cual la Constitución aspira, parte del respeto por la base empírica de los enunciados normativos y segura de que su relación con los principios políticos de la Constitución posibilitan la identidad en el tratamiento de supuestos de hecho iguales. Pero no se trata solo de reiterar respuestas con la pretensión de realizar el ideal de igualdad, ni de reconocer la validez de los precedentes como apoyo de una mejor argumentación, sino de reconocer que las decisiones coherentes auspician la seguridad jurídica, entendida esta como “la exigencia de que la legalidad realice una cierta legitimidad, es decir, un sistema de valores considerados como imprescindibles en el nivel ético social alcanzado por el hombre y considerado por él como una conquista irreversible”2. Ese es el papel del juez de los derechos humanos y allí radica la fuerza vinculante de sus decisiones. En resumen: si a la tutela como instrumento de protección de los derechos fundamentales, sí a la seguridad jurídica, sí a la independencia judicial y sí a la intangibilidad de la cosa juzgada. Por el contrario, no a la tutela por divergencias interpretativas y no al desconocimiento de la sentencia de constitucionalidad C–543 de 1992, dictada por la Corte Constitucional. Desde el punto de vista acabado de ver, debe anotarse que una decisión que respete los axiomas del Estado y el contenido vinculante de los derechos humanos resulta de suyo intangible e inmodificable. Claro, porque si en su momento la validez y legitimidad de las decisiones y su vocación de cosa juzgada radicaban en la vinculación irrestricta de la sujeción del juez a la ley, ahora lo son por el respeto por los valores y principios constitucionales, máxime si “existe una diferencia entre un modelo de interpretación valorativo o abierto, que otorga un papel preponderante al juez en la protección de derechos y un modelo 2 3 5 García Manrique, Ricardo. Acerca del valor moral de la seguridad jurídica. Universidad de Barcelona. García Villegas, Mauricio. “Las fronteras del derecho”, en Revista de teoría del derecho y análisis jurídico, número 8, Universidad Nacional de Colombia, 1998. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Invasión de competencias por tutela contra sentencias EDUARDO LÓPEZ VILLEGAS PRESIDENTE SALA DE CASACIŁN LABORAL, 2006 finalidad para la que la consagró el artículo 86 de Constitución Política: la de instalar de manera expedita a innumerables ciudadanos en el goce de los derechos fundamentales vulnerados por las autoridades administrativas o los particulares. Así, por tanto, está por demás el ruido de consignas como la de que la tutela es grande, lo cual está por fuera de la discusión. El contexto M otiva este escrito la invasión de competencias que las jurisdicciones ordinaria y contencioso-administrativa padecen por parte de la Corte Constitucional cuando, al actuar en sede de tutela, decide sobre lo que ya fue decidido por jueces y magistrados de aquellas jurisdicciones, y en el contexto de propuestas que, bajo el supuesto de fortalecer la protección de los derechos fundamentales dentro de los procesos ordinarios, ponga término a las disputas sobre las atribuciones entre las altas Cortes. El tiempo de hoy tiene sus propias urgencias. De esa institución, nacida hace quince años, no se puede seguir hablando como de una prometedora criatura, que si bien ha colmado con creces las expectativas puestas en ella, revela ciertos rasgos de su personalidad y de su comportamiento que obligan a ocuparse de ellos. Se tienen evidencias de desórdenes en su interior, y se ha de asegurar su continuidad sin disfunciones. Amable lector: antes de dar un paso adelante se ha de contextualizar el debate. No se trata de reformular el que se dio en 1991 en el seno de la Constituyente cuando se discutía si se debía dar a luz a la tutela, anclado en las concepciones de la Constitución de 1986. Tampoco, controvertir la tutela en la versión de la Asamblea Constituyente, sino la que de ella ha forjado la doctrina constitucional; y menos, ser partícipes de un plan de exterminio de esta acción sino de su reconducción al diseño genuino del constituyente. Se salta el cerrojo de seguridad El problema medular surge de que a la tutela concebida por el Constituyente de 1991 la jurisprudencia de la Corte Constitucional –en esto se centra la crítica– le ha incorporado piezas que fuerzan el diseño original. Para empezar, la puesta en juego de la creatividad jurisprudencial aplicada a la ampliación del ámbito de poderes es ya un riesgo –se salta un cerrojo de seguridad– a la distribución de competencias base de un Estado de Derecho. Es un peligro para el equilibrio de poderes de un órgano o una Corte, cualquiera que ella sea, que tenga Se ha de tener como presupuesto que la tutela es el mayor legado del Constituyente de 1991, la institución que merece el reconocimiento de la excelencia en la construcción del Estado Social, el mecanismo más eficiente para hacer realidad el acceso a la administración de justicia. La tutela tiene bien habido prestigio cuando acredita cumplir con la Corte Suprema de Justicia • Revista 21 6 Foto: Colprensa El estudio juicioso de las actas de la Constituyente enseña que en ella no se pretendía instaurar tutelas contra sentencias, y que si ello no fue expreso era porque se consideraba superfluo. nal, el que se propende se imponga obligatoriamente aboliendo la independencia judicial y minando la seguridad jurídica. capacidad de regular su propio poder, de ampliar sus atribuciones, y mayor cuando se trata de una Corte Constitucional, que como a todos los organismos a los que la Carta Política les fija de manera puntual sus competencias, pero con una diferencia sustancial: la amonestación relevante según la cual ha de sujetarse a los estrictos y precisos términos del artículo que a ello se consagra. A tan rigurosa prevención no puede dársele un laxo entendimiento: en asuntos del poder un milímetro es la largada para una carrera de kilómetros; ciertamente, lo que se pone en funcionamiento es un mecanismo que no sabe contenerse. Esa es justamente la historia de la tutela, que en su corta trayectoria acredita sucesivas de adaptaciones, un big bang expansivo. La ponderación de la colisión Hablamos de invasión de competencias porque el ejercicio jurisdiccional de la Corte Constitucional –invocando la protección efectiva de un derecho fundamental– ha desconocido lo ya resuelto en sentencias judiciales dictadas en otras con el sacrificio y desconocimiento del de la separación de competencias constitucionales entre la jurisdicciones –de la especialización y jerarquía y la institución de la casación–, de las reglas para la asignación de atribuciones, la cosa juzgada, la seguridad jurídica y del de la independencia judicial; también del derecho fundamental del debido proceso, suscitando el interrogante de cómo a nombre de restablecer la violación de un derecho fundamental de unas de las partes se puede vulnerar el de la otra, tema que no comprenderemos en este escrito. Si el principio fue utilizar la tutela para enmendar un excepcionalísimo error judicial, hoy se tiende a valerse de su uso para asumir la orientación jurisprudencial de todas las jurisdicciones borrando las sentencias que no concuerden con el criterio de la Corte Constitucio- 7 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 expreso era porque se consideraba superfluo. Cae de su peso hacer derivar del cambio de la expresión contra autoridades administrativas, por el de autoridades públicas, como entidades contra las que se podría dirigir la tutela, la voluntad de comprender a las sentencias provenientes de autoridades judiciales. Con la cosa juzgada el hombre reconoce la limitación de su capacidad para alcanzar en el derecho la verdad, y deliberadamente opta por que esta sea la que resulte de un debido proceso. Pero si en gracia de discusión se dejara el enfoque originalista y se admitiera la ambigüedad de las motivaciones del constituyente, fue la misma Corte Constitucional la que resolvió el enigma: mediante la sentencia C-543 de 1992 declaró inconstitucional la norma del Estatuto de la Tutela que pretendía instaurarla contra sentencias judiciales, y bajo dos argumentos decisivos: el valor de la cosa juzgada y la falacia del error judicial. Los fundamentos argumentativos que sirven para encoger los principios rectores de la administración de justicia y resolver su “colisión” con los derechos fundamentales se los proporciona a la Corte Constitucional “la teoría de la ponderación”, aunque bien discutible sea su utilización frente a reglas taxativas como la de fijación de competencias que, como lo señala Matthias Jestaedt1, son resistentes a la ponderación. Esa argumentación es válida en cualquier tiempo, pero ha sido la Corte la que le antepuso una razón frágil pero de efecto deslumbrante: si la tutela se puede invocar contra cualquier autoridad pública, pues todas ellas pueden incurrir en error, ¿por qué los jueces han de estar por fuera? ¿O es que ellos no pueden incurrir en error? Este persuasivo dilema es una impostura y es falso: la respuesta negativa entrañaría un acto de soberbia quien afirme que no comete errores, soberbia que no es distinta de la que oculta quien relativiza la cosa juzgada bajo la pretensión de ser él quien enmienda errores sin peligro de incurrir en ninguno. No discutimos el supuesto de nuestro orden jurídico, el de la necesidad de garantizar la vigencia de los derechos fundamentales, sino el de que la vía para hacerlo respecto a los que fueron materia de estudio y solución dentro de un proceso judicial, o cuya violación tuvo origen en él, o sea la tutela, y precisamente sea el mecanismo que no fue previsto para ello, sino por el contrario, para actuar solo cuando no existiera ese medio judicial de defensa. Pero este dilema distrae la atención del planteamiento correcto, del mismo que hizo la Corte Constitucional cuando se ocupó de la cosa juzgada en la sentencia C–543 de 1992 y que se reitera en la sentencia C–590 de 2005; no cabe hablar de error cuando se está frente a lo que se considera es la verdad. Ciertamente, la cosa juzgada o res judicata pro veritate habetur, –del Digesto– es en Derecho el sinónimo de la verdad; a diferencia de la filosofía, el Derecho no se puede tomar siglos para resolver un problema, ha de tener un término. Las controversias jurídicas han de tener solución definitiva, punto final, la causa debe ser cerrada; es de tal trascendencia esta construcción que la misma Corte Constitucional califica a la cosa juzgada como fundamento de nuestra civilización jurídica. Aquí se llega a un punto complejo que tiene una primera dimensión: la posibilidad lógica de la vulneración de los derechos fundamentales mediante sentencia judicial, dictada al final de un proceso ordinario erigido justamente para asegurar el imperio del orden jurídico, en especial el de los derechos fundamentales. Y una segunda dimensión es, a la luz de la distribución de competencias, la necesidad de la tutela contra sentencias judiciales medida frente a otras alternativas judiciales para actuar previniendo o restableciendo la violación de un derecho fundamental. Las dos son dimensiones de un único instituto: el de la cosa juzgada, pues dentro de su lógica es una falacia hablar de error judicial –como lo pregona y olvida calculadamente la Corte Constitucional– y, justo por ello, la tutela contra sentencias judiciales no cabe en los estrictos y precisos términos de competencias de esta Corte. Con el menoscabo de la cosa juzgada se introduce la figura de expedientes que nunca pueden ser sellados, en los que no se puede proferir decisión última, pues la “final” estará sujeta a revisión posterior, ya que todas son dictadas por seres humanos, incluidas las de la Corte Constitucional. Si ese fuera un fundamento válido para que obre la tutela contra decisiones judiciales las de esta Corte falible también deben estar sujetas a tutela, tentación que no ha seducido a la Corte Suprema de Justicia que se ha abstenido de tramitar las que se presentan contra su par. Se edifica en la arena El estudio juicioso de las actas de la Constituyente enseña que en ella no se pretendía instaurar tutelas contra sentencias, y que si ello no fue 1 Con la cosa juzgada el hombre reconoce la limitación de su capacidad para alcanzar en el derecho la verdad, y deliberadamente opta por que esta sea la que resulte de un debido proceso; mientras más se ha profundizado en el conocimiento de cualquier ciencia, más se advierte la impotencia para alcanzar lo que es lo supuestamente verdadero. Mattias Jestaedt, E. La Teoría de la Ponderación, sus fortalezas y debilidades, conferencia en la Universidad Externando de Colombia, julio de 2006. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 8 inferior dictar cátedra a sus superiores, como lo revela la práctica judicial. Hay una desproporción entre la protección al derecho que se invoca como vulnerado y el efecto devastador en otros derechos, principios e instituciones. De esta corriente histórica se sustrae quien considera que como juez de tutela puede ser el “ojo de Dios” que dicte la verdad, el punto final luego de la cosa juzgada. Pero esta elaboración de impecable lógica sobre la cosa juzgada resulta en ocasiones hiriente; el debate puede ser cerrado por un asaltante o un tramposo que actúa falsamente como juez vulnerando los derechos fundamentales de una de las partes. Lo que ha ocurrido es que se ha cambiado el “ADN constitucional” de la tutela, como reserva de anticuerpos de la rama judicial contra su enemigo: el juez prevaricador, para convertirse en enfermedad autoinmune, en mecanismo que se acciona indistintamente para atacar cualquier órgano, sin distinguir aquel monstruoso enemigo sino a todo juez con quien se discrepe en la interpretación del derecho. No es esta una descripción exagerada, es la que refleja una situación usual y corriente. Ciertamente pocos jueces en la República no han sido accionados en tutela por sus sentencias, y a muchos se les ha calificado pródigamente como violadores de derechos fundamentales. Se ha depauperado el significado de tal señalamiento. Es el riesgo de la administración de justicia que no lo soluciona el juez de tutela, que a su vez puede ser el asaltante; de hecho, por estos días se ha dictado resolución de acusación de prevaricato contra un magistrado por su actuación como juez de tutela. Y, es aquí donde debe volcarse el juicio de la necesidad, para advertir que sí hay medios judiciales alternativos para defender al ciudadano de los excepcionalísimos errores judiciales, tanto en lo penal como dentro del mismo proceso ordinario con el recurso de revisión. Este mecanismo ofrece una mayor y eficaz protección colectiva al obrar penal y disciplinariamente contra la fuente de una vulneración de los derechos, y conducir las cosas a expulsar el juez del cuerpo judicial. El orden jurídico que se basa en la independencia de los jueces desaparece cuando alguna de sus Cortes proclama que el respeto de los derechos fundamentales no se determina a partir de la visión que cada juez tenga de ellos sino del alcance que le fije la Corte Constitucional. En el colofón de la sentencia C–543 de 1992 la Corte Constitucional, en ejercicio de una autofagia argumentativa, se preguntó por lo que no cabía preguntarse luego de asentar que era una falacia el error judicial: ¿Cómo no remediar el falaz error judicial –exagerado y para casos de contornos hábilmente dramatizados– como lo descalifica la misma sentencia? Y la respuesta es una puerta hechiza de una muralla, la de que frente a actuaciones de hecho imputables al funcionario por medio de los cuales se desconozcan o amenacen derecho fundamentales o cuando una… decisión pueda causar perjuicio irremediable pueda obrar la tutela contra sentencia; la incoherencia de esta aseveración salta a la vista si, renglones seguidos, en la parte resolutiva de la sentencia se declaran inconstitucionales las normas –artículos 11 y 12 del Decreto 2591 de 1991– del Estatuto de Tutela que la autorizaban contra sentencias judiciales. Los modelos de la tutela según la versión del error judicial Aquella pieza que les permite obrar a los jueces contra sentencias judiciales se innova periódicamente con modelos o nuevos elementos que amplían el campo de acción de la Corte Constitucional, haciendo más pesante y desproporcionada la invasión de competencias a las jurisdicciones ordinaria y contencioso-administrativa. Es también falacia tal pregunta y tal respuesta sobre la que se erige la tutela contra la sentencia judicial, pues es un juicio inconcluso, limitando el escenario al juez de tutela y desconociendo la existencia de acciones judiciales para juzgar al juez violador de derechos, y a los recursos ordinarios y extraordinarios para remediar errores judiciales existentes dentro del proceso. El elemento más proteico de la pieza nueva ha sido el de la vía de hecho; de aquel error que solo tiene explicación en una actuación abusiva y caprichosa de un juez, que rompe cualquier atadura con el derecho, la Corte Constitucional ha hecho una elaborada doctrina:2 a) del error sustancial; b) del orgánico; c) del procesal; d) del probatorio, y cada uno con su propia dinámica expansiva. De la excepción a lo usual Es intolerable para la Constitución Política, según lo dictado por la Corte Constitucional, que haya tutela contra sentencia judicial; solo la admite para casos extremos y excepcionales, esto es, bajo un enfoque ponderativo no se justifica a la luz de la proporcionalidad, que lo que se acepta como expediente por extraordinario sea patente para actuaciones ordinarias, cotidianas, para invadir la competencia de los jueces especializados por los de otra jurisdicción, o para los de rango 2 9 Corte Constitucional, SU–014 de 2001. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 El error judicial que se aceptó como tal fue la decisión por la que se despojaba a una madre de su hijo, con una carencia absoluta de pruebas. Luego se halló que la carencia de medios probatorios no tenía que ser absoluta, sino que bastaba que se desconociera la prueba reina3, luego no importaba que se tuviera en cuenta todas las pruebas,4 pero que el juez ordinario hiciera una valoración distinta de la del juez constitucional.5 La invasión de competencias adquiría así un nuevo matiz: el de disputarle al juez ordinario el análisis probatorio. Desde la perspectiva del arte de argumentar es un reto el que asumió la Corte Constitucional en conducir al error de hecho a su antípoda, el error de derecho; el error sustancial original era en el que incurría aquel juez que para sus determinaciones hacía caso omiso de las normas que regulaban la materia y acudía a una claramente inaplicable, luego no del juez que hacía tábula rasa del ordenamiento jurídico, sino del que equivocaba su juicio sobre la validez temporal de la norma que invocaba. El paso siguiente, el yerro, no era sobre la norma aplicable, sino sobre su alcance, como por ejemplo no haber asumido los criterios interpretativos del juez constitucional.6 Las sentencias de tutela contra la Sala Laboral de la Corte Suprema, en gran medida, se fincan en que la vulneración se origina en haberse apartado no de los postulados, principios y valores constitucionales,7 sino de la interpretación que de ellos hace la Corte Constitucional. El error judicial no era ya el de hecho, del juez abusadoramente caprichoso, sino aun del juez, en temas de derecho, y en los que incurría el juez más ponderado. A la Corte Constitucional no le fue suficiente su sistematización del error judicial, y a ella le siguió una nueva bajo la denominación “requisitos especiales de procedencia de la tutela”, se agregan nuevas especies separadas de error judicial: e) el error inducido; f) la decisión sin motivación; g) el desconocimiento del precedente; y h) la violación directa de la Constitución8. La conexidad sepulta la proporcionalidad Otra innovación incorporada a la tutela, que la aleja de la versión del 91, es la que le sirve para extender su competencia desde el estricto terreno que le marca la Constitución, de prevenir la violación de 3 4 5 6 7 8 9 Corte Constitucional, C–590 de 2005 y T–513 de 1993. Corte Constitucional, SU–014 de 2001. Corte Constitucional, T–555 de 1999. Corte Constitucional, sentencia T–531 de 1999. Corte Constitucional, SU–120 de 2003. Corte Constitucional, sentencia T–390 de 2006. Corte Constitucional, SU–819 de 1999. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Los derechos fundamentales no son monopolio de ninguna autoridad, ni están reservados a la tutela. La situación ideal es el de una cultura de respeto universal y permanente de los derechos constitucionales. La tutela es el medio y no el fin. los derechos fundamentales y restablecerlos cuando hubieren sido violados, al de los derechos sociales que le fueren conexos, ampliación de competencias apoyada en una racionalidad persuasiva, pues razonablemente se ha de admitir que cuando está de por medio la vida ha de obrar la tutela, como por ejemplo frente al derecho a la seguridad social en salud. Pero el problema no surge de la vocación dada a la tutela de proteger derechos conexos a los fundamentales, bajo el supuesto de que conforman una unidad íntegra, pues las circunstancias fácticas impiden que se separen ámbitos de protección9, sino de cómo la conexidad tal como se aplica no es la que se predica; ella obra bajo supuestos fácticos y como tales se han de comprobar por quien invoca la tutela, sino en reglas de derecho tal como que quien reclama pensión tiene en riesgo su subsistencia, o toda prescripción farmacéutica supone el peligro para el derecho a la vida. Y esta transformación de lo excepcional a lo corriente, además de traicionar el planteamiento de principio, afecta de nuevo la ecuación de la proporcionalidad en los juicios de ponderación de intereses. La conexidad genera problemas más profundos, pues una cosa es sistematizar separación de competencias entre una jurisdicción constitucional, en tutelas que centran la controversia en los derechos fundamentales, y otra cuando por obra de la conexidad la tutela se extiende a los derechos sociales, económicos y culturales. Del instrumento subsidiario a uno alternativo La paradoja de postular como vía necesaria a la tutela contra sentencias judiciales para restablecer los derechos que se vulneraron con ella es hacer desaparecer el mecanismo que tiene justamente esa vocación, el debido proceso puesto en acción en los procesos ordinarios. Aquí la doctrina que se cuestiona choca contra un muro constitucional: la tutela es un mecanismo subsidiario que ha de operar de manera extraordinaria cuando no exista otro medio de defensa judicial. Esta es una regla que no puede ser borrada del ordenamiento superior; la misma Corte Constitucional la invoca y olvida a discreción. 10 Foto: Germán Gómez R. La prueba al canto es que el recurso de tutela es uno ordinario que sigue a la sentencia del proceso; esta tutela nada tiene que ver con la del 91 pensada para aquellos eventos en los que no alcaza la mano de juez ordinario –para cuando no existiera otro medio de defensa judicial– sino para remplazar la mano del juez cuando no satisface su actuación, y la Corte Constitucional configura esa nueva forma de tutela al establecer que ella procede cuando se hayan agotado todos los medios –ordinarios y extraordinarios– de defensa judicial.10 El desaparecimiento del proceso ordinario como mecanismo principal de protección de todo derecho –fundamentales, sociales, económicos o culturales, de raigambre constitucional o legal–, tiene origen en una declaración inconsistente: que el proceso ordinario es ineficaz para proteger los derechos fundamentales y conexos. No se puede desconocer que el prestigio de la tutela radica, justamente, en lo que ha hecho de ella la jurisprudencia constitucional en convertirla en el medio alternativo en contradicción expresa con la Carta Política. El remedio no estriba en que la tutela sustituya el proceso ordinario sino que este se modernice –el Estado falta al deber de dotar al país de la infraestructura suficiente para atender la demanda de justicia–, 10 Corte Constitucional, sentencia C–590 de 2005. se constitucionalice, dotando al proceso de acciones constitucionales internas al proceso para proteger de manera expedita la vulneración de los derechos fundamentales, como lo propone la Corte Suprema de Justicia; esto es, un escenario en que cada uno cumpla lo suyo, el juez natural en el proceso ordinario y el juez constitucional en la tutela. La falacia mayor En 1995 –Corte Constitucional, SU–342–, la racionalidad pretendida era que aunque existiera en el caso en estudio la posibilidad de acudir a reclamar los derechos económicos sociales en proceso ordinario, este no era eficaz para asegurar su protección; y así, vuelve a operar la conversión de lo excepcional en regla. De todos los procesos ordinarios laborales se puede predicar que son por principio ineficaces para el reconocimiento de derechos a la seguridad social, sin cerrar las puertas a la posibilidad de poder decir lo contrario ad libitum. Mirando las cosas desde la orilla, los límites que se han trazado para establecer fronteras entre jurisdicciones, la constitucional por un lado, y ordinaria y contencioso-administrativa por otro, hallamos un planteamiento que está en la base de muchas posturas y que es una verdadera falacia. En un enfrentamiento entre las jurisdicciones en el sonado caso de las Empresas Públicas de Medellín, donde se dispuso el reintegro de más de tres centenares de trabajadores, el mismo que habían negado en sendos procesos todas las instancias de la jurisdicción ordinaria labo- 11 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Mientras más se ha profundizado en el conocimiento de cualquier ciencia, más se advierte la impotencia para alcanzar lo que es lo supuestamente verdadero. ral, la Corte Constitucional acudió a una tesis ad hoc: la cosa juzgada relativa; que uno era el juzgamiento a la luz de la Constitución y otro a la luz de la ley; esta tesis era solo una apariencia de argumentación, deleznable. Los jueces juzgan respecto al ordenamiento jurídico que es unitario; todo juicio de legalidad debe hacerse a partir de su constitucionalidad. Las leyes son la prolongación de la Constitución, y si no lo son deben ser expulsadas del ordenamiento. La imposibilidad de separar los ámbitos de protección de los derechos fundamentales de los de seguridad social detalladamente reglados en la ley, invocada en la sentencia SU–899 citada, es prueba fehaciente de este aserto, y de la incoherencia doctrinaria de la Corte Constitucional. Pero esa tesis ad hoc se convirtió en regla de común aceptación y plataforma para otras elaboraciones, como las siguientes: – Que los derechos fundamentales se protegen solo en la sede constitucional de la tutela y no en la de la jurisdicción ordinaria que es hogar solo de la ley; – Que la cosa juzgada como decisión inmutable no puede ser aceptada porque ello supone un portazo al compromiso internacional de proteger los derechos fundamentales. Son formulaciones equivocadas, que juegan en la argumentación de la ponderación el papel de crear falsas necesidades de la tutela contra sentencias; efectivamente de ser ciertas, que esta fuera el único camino para garantizar los derechos fundamentales, sería irrebatible su necesidad. No puede existir justificación racional para sostener lo contrario a lo que manda el precepto según el cual todas las autoridades, y especialmente los jueces en todas sus actuaciones ordinarias, y más cuando dispensan justicia bajo las reglas del debido proceso, tienen el deber primordial de proteger los derechos fundamentales erigidos en los tratados internacionales y en nuestra Constitución Política, al resolver Corte Suprema de Justicia • Revista 21 controversias legales en los que estos derechos están concernidos o relacionados. La ley y el proceso ordinario son bastiones de la defensa de los derechos fundamentales. Los derechos fundamentales no son monopolio de ninguna autoridad, ni están reservados a la tutela; la situación ideal es el de una cultura de respeto universal y permanente de los derechos constitucionales. La tutela es el medio y no el fin; no faltara más que, como sucedía en los tiempos de estado de sitio, se pregonara el mantenimiento de las causas de turbación del orden público para dejar abierta la posibilidad de ejercer facultades extraordinarias. La abolición de la independencia judicial garantía de realización del Estado democrático en la Rama Judicial La sentencia C–590 de 2002, ya aludida, ofrece como argumento de la necesidad de la tutela contra las sentencias de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado, el cumplir la labor de la unificación de la jurisprudencia de los derechos fundamentales. El dilema que surge es cómo convertir en necesaria una función no prevista dentro de los estrictos y precisos términos con los que se instituyó la Corte Constitucional. Se parte de una suposición que no encuadra: la de la simetría de la casación de la Corte Suprema con la de la revisión de las decisiones de tutela. Aquella históricamente fue concebida para unificar jurisprudencia. Y es que la labor de unificación debe partir de una clara definición de un ámbito como sí lo tienen el penal, el civil y el laboral; es reflejo de la falacia mayor pretender que los derechos fundamentales son una esfera diferente del derecho ordinario. ¿El derecho penal no es parte inescindible del derecho a la libertad?. La vigencia de los derechos 12 fundamentales se realiza en un entorno jurídico conformado por la totalidad de las normas que integran el ordenamiento jurídico. La tutela misma, que por fuerza de la jurisprudencia constitucional lo es también para proteger derechos conexos con los fundamentales, no sirve tampoco para circunscribir una jurisdicción sobre el que la Corte Constitucional pueda actuar sin invadir otras competencias. El diseño constitucional, en respeto a la tradición jurídica colombiana, es el control difuso de la Carta Política; si la Corte Constitucional y el Consejo de Estado tienen competencias de constitucionalidad –de una Constitución mirada como un todo– ¿por qué ha de existir un órgano unificador de la jurisprudencia? No se desconoce el papel preeminente que a la Corte Constitucional le concede la Carta Política, sino que esta lo cumpla a través de los mecanismos de los que para el efecto fue dotada. El ministerio constitucional lo cumple dictando sentencias en sede de exequibilidad, sin que luego de su pronunciamiento pueda algún juez considerar en contrario para aplicar la excepción de inconstitucionalidad. Por lo demás, a la función de unificación de jurisprudencia no necesariamente le ha de seguir modificar una sentencia en firme, y tampoco se puede ejercer remplazando al juez que dictó la providencia Toda labor de unificación de jurisprudencia se ha de hacer respetando el principio de independencia judicial, condición para que se haga dentro de los cauces constitucionales; se ha de ajustar a nuestro sistema de jueces independientes para los que la jurisprudencia puede obrar con la mayor amplitud bajo la única condición de que sea por la fuerza y rigor argumentativo. Ciertamente la dificultad no estriba en si la unificación de la jurisprudencia en una función que por añadidura se cumple al revisar decisiones de tutelas. Lo que entraña dificultad es su invocación para justificar la suplantación del juez natural, y especialmente en una construcción en continuo progreso, en la que se ha eliminado el cerrojo de seguridad para la distribución de competencias, peldaño para el que le sigue, la proclamación de la obligatoriedad de los dictados de la Corte Constitucional. interpolando aspectos de este en el nuestro, hasta configurar uno por el que se pueda proclamar que ha llegado el fin de las diferencias históricas entre la common law y el románico; haciendo símiles como entre la obligatoriedad de la decisión judicial anglosajona, con las de nuestra Corte Constitucional en sede de exequibilidad. Ciertamente la fuerza vinculante de estas decisiones estriba en la función legislativa de esta Corte, por las que le da acabado final a la ley; la obligatoriedad por imperio de la ley no es el ejemplo de la obligatoriedad de la jurisprudencia; basándose en la sentencia de la Corte Constitucional que moduló la Ley 166 de 1996, de la que hizo de dos reglones doce incisos, y abarcó materia diferentes de las de las que se ocupó el legislador. Y la fuerza de la jurisprudencia, que se pretende erigir en unificadora, debe partir, como se exige de las Cortes Constitucionales, de la prudencia en el ejercicio de sus competencias y de la elaboración de un cuerpo doctrinal bien cimentado, persuasivo, donde su mérito y credibilidad radiquen en la fuerza de sus argumentos. Así ha cumplido la Corte Suprema de Justicia como tribunal de casación; le ha bastado que su doctrina sea meramente probable. No requiere para su eficacia norma que la declare obligatoria. El orden jurídico que se basa en la independencia de los jueces desaparece cuando alguna de sus Cortes proclama que el respeto de los derechos fundamentales no se determina a partir de la visión que cada juez tenga de ellos sino del alcance que le fije la Corte Constitucional, como lo hace esta corporación en la sentencia C–590 de 2005, y en apoyo de este punto de vista expresa entre otros argumentos que para la interpretación de las normas constitucionales se debe acudir a métodos especiales y propios del derecho constitucional. Bien se puede pasar por alto la dudosa validez de esa tesis, pero no lo que en dicha afirmación subyace, de que no solo la Corte Constitucional tiene el monopolio de la Constitución sino de la metodología para su interpretación, como si todos los jueces en Colombia no fueran jueces constitucionales. Y, es incompatible con nuestra Constitución la unificación de jurisprudencia impuesta a garrote, a baculazos de autoridad, que es la que ha pretendido para sí la Corte Constitucional; ella choca contra nuestra institucionalidad jurídica y frontalmente contra la independencia de los jueces, condición para la realización de la democracia en el poder judicial. En sustento suyo acuden a elaboraciones en el que nos encuadran en sistemas ajenos al nuestro el de precedentes judiciales americano, 13 NOTA DEL AUTOR Luego de elaborado este escrito, la Sala Laboral, de la que hago parte, admite tutela contra sentencia judicial de instancia –sentencia 15456 del 12 de febrero de 2007–, dado su fundamento jurisprudencial, como realidad jurídica incontestable; lo cual no se opone a lo aquí aseverado: que existe el principio de la cosa juzgada, y que ello es lo que se pondera; la ausencia de fundamento normativo; la no procedencia de la tutela contra sentencia de órganos límites, fuente de invasión de competencias; y el desbordamiento del concepto de error judicial, que en las providencias de Sala Laboral se corrige, analizando la decisión del juez a la luz de si cumplen o no con las reglas mínimas de racionalidad jurídica. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Si en el llamado choque de trenes los políticos corren presurosos a elegir estratégicamente un vagón, la sociedad civil no puede tolerarlo. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Foto: Germán Gómez R. 14 Saltando sobre la propia sombra EDGARDO VILLAMIL PORTILLA MAGISTRADO SALA DE CASACIŁN CIVIL N o obstante estar en juego la democracia o, en una visión más escéptica, el juego periódico de elecciones de la que decimos es una de las democracias más antiguas de América, ya pocos se conmueven con los graves acontecimientos que hoy forman parte del paisaje o el decorado al cual nos estamos acostumbrando, como secuela de la atonía moral colectiva. No es apocalíptico decir que en el debate actual sobre la intervención de organizaciones delictivas en las elecciones están en juego los soportes de una democracia que, además de la crisis de participación e inclusión, ya de por sí graves, labra lenta e inexorablemente su propia destrucción. El rasgo más saliente de una democracia, que no el único por supuesto, es la libre y soberana expresión de la voluntad popular. Por esa circunstancia, si en el momento de expresión de la voluntad popular aparece toda serie de contaminantes, la democracia está en peligro; peor aún, si de manera elaborada y minuciosa se ha tejido una serie de prácticas sociales, todas encaminadas a falsear la expresión de los ciudadanos y a erosionar ese momento sacratísimo de construcción colectiva del destino y las promesas que la sociedad se hace sobre su futuro. El clientelismo, la manipulación de los contratos para pagar favores pasados y comprar los futuros, hipoteca la voluntad de electores y elegidos a un sistema perverso que se alimenta en cada proceso electoral. A ello se suma la presencia de dineros ilícitos y, no solo eso, de organizaciones criminales en las campañas, son los signos externos de un contravalor que ya echó anclas en la vida nacional: la mercantilización de la política. Hay entonces una demanda y una oferta que se mueven al compás de las inexorables leyes del mercado. Como ese mercado es subterráneo, oligopólico y clandestinos los agentes, la impunidad está casi asegurada, pues se crea un tramado de connivencias casi imposible de expugnar. Hay códigos de “honor” en la política, solidaridades y complicidades próximas a los acuerdos de las sociedades secretas. Lo comunitario se vuelve una identidad hermética, cerrada, un gueto que recicla un ethos local inadmisible. A ese espurio mercado ingresaron como demandantes los narcotraficantes. En busca de un producto y con la palanca de los dólares se propusieron controlar los centros de las decisiones que podían afectarlos y, en general, de la vida nacional. Y en la demanda se involucraron también los grupos paramilitares, interesados en sumar al control militar el control político que les asegurara, de alguna manera cierta, legitimidad y prosperidad en sus negocios, entre otros para dar un zarpazo a los recursos del erario y de la salud, como ingreso complementario. Esta estrategia emergente que tiene como objetivo el presupuesto, en la forma de contratos y recursos para la salud y las obras públicas, funde en una sola caja el presupuesto nacional y los ingresos por narcotráfico, palanca económica que sin duda avasalla cualquier genuina expresión de la voluntad popular que, casi desaparecida en la periferia, apenas subsiste precaria e impotente en algunas grandes ciudades en ciertas manifestaciones de independencia política. Los aparatos políticos regionales estaban en oferta. Estado de cosas que, sumado a la ausencia de discurso político y la carencia de ciudadanía, fue el terreno feraz en que esas nuevas formas realizaron fluidamente la penetración. No hay en lo local y regional una verdadera sociedad civil, el concepto de ciudadanía está diluido y los partidos políticos son apenas un apéndice débil al servicio de clanes familiares. Así, el ejercicio de la política y las condiciones para la participación son en Colombia un asunto del mapa genético familiar, los cargos y honores 15 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 se reparten y suceden por apellidos, se heredan a la muerte del cacique y se endosan en caso de la pérdida de investidura. Esto facilitó, sin duda, la penetración, pues en este escenario basta que los intereses siniestros comprometan a uno de los miembros de la familia o del clan para apropiarse de toda la organización constitutiva de las estructuras electorales. Esas estructuras familiares locales son la columna regional del poder, están en capacidad de aglutinar cargos de elección popular, no solo municipales y departamentales, sino de reclamar representación nacional para sus miembros. La fortaleza de esas estructuras familiares les permite obrar con una dinámica independiente de los partidos, pueden cambiar de partido o formar movimientos cívicos de rígida disciplina vertical basada en la autoridad parental o los sustitutos de ella y amparada en los códigos del silencio familiar. Esta especial rigidez es terreno abonado para la penetración por intereses siniestros, que mediante la violencia o el dinero se apropian de la empresa política familiar y sojuzgan a sus propios miembros en un proceso que degrada aun al propio clientelismo a nuevas formas con dinámicas que los clanes políticos tradicionales no pueden controlar. Del halago, el engaño y el pago por el voto se pasa a la amenaza, al atentado personal, a la desaparición física y a las tenebrosas candidaturas únicas, que simplifican enormemente la tarea de eliminación de la soberanía popular. En una combinación perfecta de todas las formas de supresión de la genuina voluntad popular se recurre a la falsedad de registros; amenazas y atentados a funcionarios y testigos electorales, los mismos que en otros casos participan en la corrupción, sin prescindir de la sofisticación del fraude electrónico. Toda esta retrospectiva permite ver que las amenazas a la democracia son cada vez mayores, preocupación que se acrecienta con vista en la desaparición de los partidos políticos, pues una democracia sin partidos, con una opinión pública claudicante y una muy débil sociedad civil, difícilmente puede subsistir. Por todo ello es apremiante concebir la dimensión que tiene la intervención de los jueces en la tarea titánica de limpiar los canales de expresión de la democracia, deber reconstituyente rodeado de toda serie de amenazas y peligros. El desafío institucional consiste en garantizar, sin concesión ni espera, que la Corte Suprema de Justicia no sea interferida en sus decisiones, sea cual fuere el resultado, pues de entrada debe haber equilibrio total entre las posibilidades de absolución y de condena a quienes sean juzgados en esta operación para salvar la democracia. La legitimidad del sistema no puede depender del resultado de las investigaciones, sino de valores superiores, entre ellos el más caro, la independencia de la Corte Suprema. Infortunadamente, la singular personalidad del Presidente de la República ha involucrado a mala hora un debate que puede tener muchas lecturas y que es disolvente en términos institucionales para todos. En una retrospectiva condensada puede verse cómo el Presidente pasó de un apoyo irrestricto a la Corte Suprema de Justicia a una clara toma de partido a favor de la Corte Constitucional de quien dice debe ser el órgano de cierre del sistema. Así lo pregonó en la celebración de los 15 años de la Constitución de 1991, en el aniversario de los 120 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 años del recurso de casación y lo ratificó en un evento público de la Corporación Excelencia en la Justicia. Este alinderamiento del poder presidencial es, por lo menos, inconveniente por inoportuno. Es inoportuno porque, estando próxima la postulación presidencial de tres magistrados para la Corte Constitucional, no parece prudente que el Presidente reclame un ensanchamiento aun mayor de los poderes de ese Tribunal Constitucional, quien de juez constitucional pasó a ser el juez máximo de causas particulares, entre las cuales han estado en el pasado las que se siguieron contra los congresistas. Con la propuesta presidencial se produce un desequilibrio grave porque inclina la balanza de la justicia en favor de un cuerpo en el que el Presidente tiene definitiva incidencia personal y política, y porque abre un espacio para el cuestionamiento sobre la bondad de que, en últimas, un cuerpo judicial de origen congresual sea el juez de los congresistas, todo bajo la consigna de depositar en la Corte Constitucional una función de cierre de los procesos penales. Esta posición presidencial causa un enorme daño a la institucionalidad, especialmente a la propia Corte Constitucional, pues no debe someterse ese cuerpo a la necesidad de resolver en últimas si sus electores directos o indirectos han cometido delitos. Constitucionalmente el juez de esas causas es y debe ser exclusivamente la Corte Suprema de Justicia. Además, el signo de la propuesta del Presidente de la República deja un cierto sabor autoritario pues al pedir más poderes para un tribunal en cuya integración tiene un papel fundamental, es como pedir más poderes para sí1, y exponer la institucionalidad a la conjetura de que ubicar a la Corte Constitucional como órgano colocado por encima de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado equivale a convertirlo en el último juez penal de los congresistas y de la posibilidad de pérdida de sus investiduras. Es inoportuno plantear ante la opinión pública que los senadores, o sus suplentes, cuando aquellos estén comprometidos penalmente, sean a la vez reos y electores de su juez último. No es suficiente garantía que el senador juzgado no pueda participar directamente, pero sí su suplente, en la elección de magistrados de la Corte Constitucional, estos, con vocación de ser jueces penales de los senadores, por obra de su irrupción en espacios ajenos. Nada más inconveniente al sistema y a la legitimidad institucional que propiciar la ruptura de la competencia constitucional que debe ejercer de modo exclusivo la Corte Suprema de Justicia, competencia que puede ser erosionada, como en el pasado ha ocurrido, por la intervención de la Corte Constitucional bajo el pretexto de que es menester la protección de los derechos fundamentales en el proceso, como si la protección de los derechos no fuera la razón misma de la existencia del proceso y de la propia Corte Suprema de Justicia. La 1 16 Este escenario es propicio para preguntarse, desde la óptica del debate Karl Schmith/Hans Kelsen: ¿Quién debe ser el defensor de la Constitución? ¿Quién, en últimas, es el autorizado para llenar de contenido la ‘norma fundamental’, un Tribunal Constitucional independiente y democrático, o el Presidente como guardián del ‘elemento político’? sola posibilidad de que así ocurra causa daño a todos y, primero, a la propia Corte Constitucional. En el pasado las elecciones de magistrados de la Corte Constitucional por el Senado de la República han sido procesos de poca resonancia. En verdad, jamás se han presentado los episodios que rodearon la integración del Consejo Nacional Electoral. No obstante, nada garantiza que las nuevas elecciones de magistrados de la Corte Constitucional por parte del Senado sean igualmente tranquilas. A pesar del sosiego, tranquilidad y transparencia que han rodeado hasta ahora la elección por el Senado de los magistrados de la Corte Constitucional, es notorio el designio de sus magistrados de ampliar sin límites las competencias de ese Tribunal, hasta llegar a desplazar al Consejo de Estado y a la Corte Suprema de Justicia de sus naturales competencias constitucionales, entre ellas el juzgamiento de los congresistas y la aplicación de la sanción de pérdida de la investidura. La preocupación por la injerencia del Presidente y del Senado de la República en la integración de un tribunal que se apropió de funciones judiciales en casos particulares, que no se limita al estricto control político del balance de poderes, se acrecienta enormemente por el ascendiente del mandatario, el momento y la intensión de esa intervención. La contundencia del discurso del Presidente viene a reforzar la tendencia expansiva y avasallante que ya hoy forma parte de la personalidad institucional de la Corte Constitucional, que aun sin la consigna presidencial ha llegado a extremos insospechados en la monopolización del poder de decisión sobre casos particulares confiados constitucionalmente a otros jueces. En ese contexto, el estandarte de los magistrados postulados por el Presidente y elegidos por el Senado no será neutral, pues, en la práctica, el Presidente y sus fuerzas en el Senado les otorgarán una investidura con el mandato, antes inexistente, ahora explícito y contundente, de erigirse en el órgano único de cierre, que no es otra cosa que la aniquilación de las competencias constitucionales de la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado, y el desquiciamiento de la Constitución de 1991. Así las cosas, como la consigna política del Presidente de la República es la consolidación de la Corte Constitucional como el órgano supremo y esa será la enseña de sus elegidos, no queda otro camino a la Corte Suprema de Justicia y al Consejo de Estado, que en esto dependen de sí mismos, que dar una respuesta política meditando con perspectiva histórica el papel que han de cumplir en su momento, so pena de la desaparición por el vaciamiento de sus funciones constitucionales, cometido aniquilatorio que ha contado con la entusiasta celebración de ese otro ente de origen político: el Consejo Superior de la Judicatura. Según el artículo 235, numeral 3°, de la Carta Política, corresponde a la Corte Suprema de Justicia “investigar y juzgar a los miembros del Congreso”. Igualmente, el artículo 186 de la Constitución establece que: “De los delitos que cometan los congresistas conocerá en forma privativa la Corte Suprema de Justicia, única autoridad que podrá ordenar su detención. En caso de flagrante delito podrán ser aprehendidos y puestos inmediatamente a disposición de la misma corporación”. Estas normas son las mismas que estaban vigentes cuando en 1998 la Corte Suprema de Justicia daba los primeros pasos para el juzgamiento de los 108 representantes que absolvieron al Presidente Samper, con su claridad y contundencia, en ese entonces la Corte Suprema de Justicia fue sustituida en su competencia constitucional mediante una acción de tutela que cambió lo que se había dicho en sede de control de constitucionalidad por la propia Corte Constitucional, decisión adoptada por una precaria mayoría de 5 votos, uno de ellos depositado por un magistrado que en su conciencia se consideraba impedido, pero a quien no se le atendió en el ruego por el que se negaba a participar en los debates y en la decisión. Es urgente entonces reclamar que en esta coyuntura histórica se preserve la institucionalidad, para que, una vez se hallen andando las investigaciones, unos jueces no puedan ser sustituidos por otros, en particular para que se preserve la garantía de que el juicio contra los congresistas comenzará y terminará en la Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia sin interferencia alguna. Naturalmente, el temor de que ocurra esa injerencia está fundado en los antecedentes, los que a las claras muestran la posibilidad de que esa invasión ocurra. La verdad histórica, más tozuda que todas esas construcciones jurídicas hechas ad hoc, se ha encargado de mostrar el escaso valor social de las absoluciones hechas al margen o contra la institucionalidad. El conocido proceso 8.000, que fue originado en los más graves episodios de corrupción política del siglo pasado, fue cerrado mediante una decisión dividida de la Corte Constitucional que desplazó a la Corte Suprema de Justicia en su función de juez natural. Esta decisión cuestionada en su momento, tomada con una mayoría precaria, sirvió de Ley de Punto Final al proceso contra el Presidente y los congresistas que entonces lo absolvieron. Aquellos sucesos y otros recientes muestran la ruptura radical que hay entre la realidad y la forma, en especial cuando esta encubre actuaciones inspiradas en la coyuntura y en la dominación transitoria carente de legitimidad institucional. La cosa juzgada, valor fundamental en todo ordenamiento jurídico y sin el cual la seguridad jurídica es imposible, se erosiona severamente cuando se fracturan las instituciones diseñadas para estabilizar los conflictos sociales y políticos en el largo plazo, para dar paso a soluciones transitorias de coyuntura. Así, la historia reciente muestra pertinazmente cuán mal cerrados quedaron los procesos judiciales relativos al holocausto del Palacio de Justicia, los magnicidios de Luis Carlos Galán y de Álvaro Gómez, la financiación de otras campañas políticas. En el mismo capítulo de heridas abiertas a la institucionalidad está la absolución al Presidente Samper y la absolución a los jueces que lo absolvieron hecha por la Corte Constitucional cuando cerró el proceso seguido contra ellos, en abierto desdoro de la competencia de la Corte Suprema de Justicia. Los fantasmas de todas esas patologías graves de la vida nacional, para los cuales el sistema no dio una solución real sino una salida más política que jurídica, deshacen la institucionalidad e inhiben la construcción de ese acumulado de capital moral necesario para la construcción del futuro. Si en el llamado choque de trenes los políticos corren presurosos a elegir estratégicamente un vagón, la sociedad civil no puede tolerarlo. 17 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 La misión del tribunal supremo JAIME ALBER TO ARRUBLA PAUCAR PRESIDENTE SALA DE CASACIŁN CIVIL, 2006 Introducción L a contemporaneidad y sus innovaciones en el derecho llevan a la irremediable necesidad de repensar todas las instituciones jurídicas y, por consiguiente, el proceso como instrumento de tutela de los derechos de las personas. Una visión panorámica sobre los problemas que presenta el quehacer de los tribunales de casación en el mundo, y particularmente en Colombia, como máximos rectores de la justicia ordinaria, se podría concretar, entre otros, en los siguientes puntos: • La incursión de mecanismos de amparo para la protección de derechos fundamentales, han puesto a otros tribunales diferentes del de casación a cumplir tareas nomofilácticas que en cierta medida compiten con el trabajo de casación. Se hace necesario precisar la órbita de dichos tribunales para evitar la duplicación de competencias en la misma función para la defensa del orden jurídico. • Los tiempos del recurso de casación y en general del proceso no pueden ser los de antes. El momento actual exige la definición pronta y rápida de los litigios. La tradicional demora del proceso ordinario, dentro del cual se comprende la etapa casacional, causa descrédito a la Administración de Justicia y lleva a que otros mecanismos de amparo tengan un mejor sabor entre los usuarios. • El proceso escrito y las diferentes clases del mismo hacen demorado su trámite, además de dificultoso. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 • La selectividad del recurso de casación, solamente para aquellas cuestiones de gran monto económico, hace que no sea de buen recibo por la gente en general, que tiene cuestiones no muy cuantiosas pero definitivas para su vida en sociedad. La casación no es cercana a las personas, por lo menos en aspectos patrimoniales. • El carácter dispositivo del recurso de casación contraviene las expectativas actuales de que sobre todo propósito, en la finalidad que se persigue con el proceso, incluido su recurso extraordinario, debe primar la justicia. Para comenzar a plantear algunas posibles soluciones a esta problemática, previamente debemos realizar ciertas reflexiones y revisar algunos paradigmas que desde que se originó la casación en el corazón del Estado liberal se han venido presentando. 1. Los fines de la casación en el Estado constitucional de derecho Revisemos qué es lo que debe pretenderse con la casación, es decir, si los fines clásicos siguen siendo válidos o si debemos reformularlos en un Estado constitucional de derecho. Es necesario distinguir entre fines, medios y consecuencias derivadas de la casación. Para algunos la unificación de la jurisprudencia es uno de los fines primordiales de la casación. Ello no es así, es apenas una de las consecuencias obtenidas, un resultado inevitable. La labor principal 18 de un tribunal supremo es la defensa del derecho, o mejor, del ordenamiento jurídico. Sin embargo, de no existir una jurisprudencia uniforme, creada por el más alto tribunal de justicia, el resultado final sería anárquico, pues existirían tantas posibles soluciones como casos particulares se presentan a diario. La unificación de la jurisprudencia no es, por tanto, el fin que se pretende con la casación, sino el medio a través del cual se materializa la defensa del ordenamiento jurídico como su principal objetivo. 1.1. La finalidad nomofiláctica de la casación La palabra nomofilaquia viene del griego, nomos= ley o norma y filake= salvaguarda o defensa; que unidas significan la salvaguarda de la ley o defensa de la norma. Además, entendemos el ordenamiento jurídico en una concepción monista, compuesto por legislación y sentencia, esta última entendida como parte de un todo que crea y aplica derecho al caso concreto. El juicio concreto del juez, ajustado o no a la ley, justo o injusto, es el único derecho indiscutible en el caso individual. La función es jurisdiccional, en cuanto emiten una norma (la sentencia) para el caso concreto. Sentencia y norma no son conceptos jurídicos antagónicos o enfrentados, sino complementarios, son vertientes del mismo propósito. Son conceptos no contrarios sino sucesivos, a manera de lo cóncavo y lo convexo, que pertenecen a la misma estructura del derecho. El motivo que justifica la casación es la defensa de la norma violada mediante providencia judicial. La casación es un instrumento que actúa en defensa del ordenamiento jurídico, tanto cuando el derecho es violado por providencia judicial como cuando, sin existir dicha violación, la Corte de Casación se pronuncia sobre un determinado punto, para que sea la guía de futuros pronunciamientos judiciales. Entendiendo el ordenamiento jurídico en su concepción sistemática, comprensiva de todo tipo de normas, tanto las de orden constitucional como las legales y reglamentarias y concebido como un todo coherente y pleno. 19 La unificación de la jurisprudencia no es el fin que se pretende con la casación, sino el medio a través del cual se materializa la defensa del ordenamiento jurídico como su principal objetivo. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 “Nunca la deseada uniformidad jurisprudencial con la fijación de criterios inamovibles que en nada favorecerían la finalidad nomofiláctica que está llamada a cumplir la casación”1. 1.2. La fuerza vinculante de la casación Es indudable la fuerza vinculante o persuasiva de la sentencia emitida por la Corte Suprema de Justicia. Los jueces y tribunales fundamentan sus decisiones apoyados en fallos del Tribunal de Casación. No solamente los jueces, sino cualquier autoridad, buscan sobremanera apoyar sus criterios en jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia. Sus sentencias son argumentos de autoridad para justificar todo tipo de providencias, conceptos, dictámenes, etc. El propio legislador en sus exposiciones de motivos cita jurisprudencia de la Corte de Casación. La legalidad se defiende no solamente aplicando el criterio que se ha considerado tradicionalmente correcto, sino adaptando la interpretación de la norma a la realidad mutante y cambiante y ello solamente es posible con la autonomía del juzgador. Esto no significa que la jurisprudencia de la Corte Suprema sea plenamente vinculante o exclusivamente de su producción creativa. Muchas son las maneras como cumple la casación su defensa del ordenamiento jurídico. Lo hace conformando, uniformando, actualizando, agilizando, etc. El principio de la autonomía judicial se mantiene; perfectamente un juez puede apartarse de decisiones de la Corte Suprema señalando las razones y motivos que justifiquen su posición y quizás sus criterios provoquen un cambio jurisprudencial. O puede tratarse de un punto que no ha tenido ningún desarrollo jurisprudencial y es la decisión del juez de instancia la que motive el pronunciamiento en casación. Ahora, si el juez se revela sin razón ni fundamento, el control estará en la posibilidad de que esa sentencia llegue a la Corte de Casación y sea aniquilada en defensa del orden jurídico. También la Corte de Casación puede apartarse de sus propios antecedentes cuando existan razones para el efecto, producidas por cambios sociales o en las costumbres de los pueblos. Esta dinámica es la que evita el anquilosamiento de la jurisprudencia y del mismo orden jurídico, sin tener que llegar a la obligatoriedad del precedente, ahora tan en boga en la teoría jurídica, que recorta la autonomía del juez y nos lleva a un sistema dogmático y cerrado, donde la evolución solamente puede venir de la cabeza a los pies, y no al contrario como debería de ser, pues es el juez de las instancias quien se encuentra en contacto directo con el caso, sus partes, la prueba, y quien –por consiguiente–, debe ser el motor del cambio que impulse la jurisprudencia. Sentencia y norma no son conceptos jurídicos antagónicos sino complementarios, son vertientes del mismo propósito, a manera de lo cóncavo y lo convexo, que pertenecen a la misma estructura del derecho. 1.3. La materialización de la función nomofiláctica Todos los jueces y operadores jurídicos, en sus providencias, realizan el derecho objetivo y en cierta forma efectúan una nomofilasis en forma indirecta. Sin embargo, lo que hace la Corte Suprema en casación es singular, precisamente por estar en la cúspide de los tribunales logrando aglutinar la dispersión y la amalgama interpretativa de todos los que la preceden. Esto no sería posible si no estuviera en el punto más alto de la justicia ordinaria. No es pues la casación misma la que ejerce la nomofilasis (todos los recursos podrían ejercer esta misma función), sino la circunstancia de encontrarse en la cima y que tal decisión no sea susceptible de recurso alguno. “Con ello estaremos intentando hacer efectiva la necesaria unidad de criterio en las decisiones judiciales, y como corolario de ello, la coherencia exigible de todo ordenamiento jurídico”2. a) Actualización de la ley Desde su promulgación la ley empieza a envejecer. La labor de la jurisprudencia es mantener esa ley actualizada. La función de la casación radica en mantener esa letra vigente con las exigencias cambiantes de la realidad social. Ha sido clara la labor de la jurisprudencia de la Corte Suprema en ese trabajo de actualización de la ley. Basta citar algunos ejemplos: • • • • • b) Labor creadora o integradora del ordenamiento jurídico La jurisprudencia garantiza la plenitud hermética del ordenamiento jurídico. Debe suplir sus vacíos y llenar sus espacios cuando el le1 2 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Riesgo creado en responsabilidad extracontractual. Perjuicio moral. Filiación natural con restrospectividad. Responsabilidad por contaminación ambiental. Prueba de ADN. 20 Buendía Cánovas, Alejandro. La casación civil. Dijusa, Madrid, 2006. Pág. 165. Buendía... Ob. cit. Pág. 168. La sentencia forma parte del ordenamiento jurídico al ser la respuesta concreta a una situación de conflicto y, en ella, difícilmente se pueden separar los hechos del derecho. gislador no lo ha hecho. No puede el juez dejar de fallar pretextando silencio a falta de legislación. Al respecto señala el Artículo 48 de la Ley 153 de 1887 lo siguiente: “Los jueces y magistrados que rehusaren juzgar pretextando silencio, oscuridad o insuficiencia de la ley, incurrirán en responsabilidad por denegación de justicia”. Son innumerables los casos en los cuales la Corte Suprema ha cumplido con esta finalidad. Observemos algunos de ellos: • Abuso del derecho. • Enriquecimiento sin causa. • Teoría de la imprevisión. • Sociedad de hecho entre compañeros. c) Labor unificadora de criterios Es el medio más importante con que cuenta la labor nomofiláctica de la casación. Incluso se le confunde con su labor esencial. La sentencia casacional se convierte en un referente para seguir por los tribunales en sus futuras decisiones. Si en un Estado existiese un solo tribunal para dirimir todos los conflictos no habría problema alguno. La realidad es que son muchos y se produce discordancia en la aplicación de la ley. La casación logra esa coherencia y unidad del sistema. Por ello, quienes afirman que sobra la Corte Suprema de Justicia lo que en realidad están manifestando es su rampante ignorancia de lo que es un sistema jurídico y de cómo se mantiene, a través de la casación, su unidad y su coherencia. El instrumento que hace posible la coherencia y unidad de un sistema jurídico es la casación. “Mediante la casación se traslada hacia la unicidad interpretativa la multiplicidad inicial de criterios de los órganos llamados a decidir. Con ello se canalizan y recogen todas las interpretaciones judiciales para concluir en una única y última definición. El recurso casacional sirve, pues, para intentar hacer realidad en el plano judicial aquella coherencia exigible en cualquier ámbito del ordenamiento jurídico”3. 3 Buendía.... Ob. cit. Pág. 195. 21 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Como se ha dicho, lo anterior no significa que la uniformidad jurisprudencial sea el fin de la casación, sino el medio para conseguirlo. La uniformidad no es sino el ropaje externo, de una finalidad interna y subyacente que es la defensa del ordenamiento jurídico. No solamente cuando se presenta la disparidad de criterios cumple la jurisprudencia casacional su labor unificadora. También se cumple el mismo propósito cuando se adelanta a los hechos, fijando una posición sobre un tema nuevo, que no ha sido objeto de pronunciamientos, antes de que se produzcan las discrepancias. Para este propósito, el recurso debería ser lo suficientemente ágil y versátil, que pueda ocupar a la Corte de Casación del tema en forma oportuna y no cuando ya han pasado muchos años y se ha producido la disparidad de criterios. De allí la vital importancia de que los tiempos de definición del recurso sean oportunos. En estos casos la decisión será un modelo por seguir en casos análogos. Incluso, la labor unificadora se realiza sin necesidad de que se presente una violación al sistema legal, cuando la Corte Suprema considera ajustada la decisión de un tribunal y no la quiebra y ello se convierte en el referente para seguir por otros tribunales. Se dice que dentro de la Corte a veces pueden presentarse discrepancias que van en contra de la tarea unificadora. Puede suceder, pero el argumento se convierte precisamente en estribo de defensa de la existencia de los tribunales de casación, pues si ello sucede en un tribunal único y de cierre, ¿qué podría decirse si no existiera y cada tribunal fallara a su criterio, sin orientación de ninguna clase?. Por ello se torna necesaria la existencia de un tribunal señero de unificación de criterios que procure evitar la anarquía en la interpretación de la norma y, consecuencialmente, en la defensa del ordenamiento jurídico en su conjunto4. Ahora, ¿por qué concluir, que la posición de la Corte Suprema como del Tribunal de Casación, que se privilegia, prevalece sobre todos los demás tribunales es la correcta, es decir, la que permite el sistema jurídico? El cuestionamiento parte de una concepción dualista entre ley y sentencia, entre legislación y jurisdicción, según la cual la sentencia es mera aplicación de la ley. Desde ese enfoque podría decirse en ciertos casos que la decisión del Tribunal de Casación no es la querida por la ley. Pero en una concepción monista, aceptada por la doctrina actual5, según la cual la sentencia casacional no es otra cosa que el desarrollo de la norma (sentencia y norma pertenecen a la misma estructura), la objeción planteada carece de todo fundamento. Como indica Taruffo, el tribunal casacional como cualquiera otro órgano jurisdiccional, no se coloca frente a un enunciado normativo en una posición meramente cognoscitiva de identificar y aclarar el contenido de la ley, sino en una situación operativa, de quien ante varios significados posibles decide 4 5 6 Buendía... Ob. Cit. Pag. 198. Buendía... Ob. Cit. pag. 199. Citados por Buendía... Ob. Cit. pag. 199 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 acoger uno y aplicarlo como válido, por considerarlo el más correcto o el más adecuado. En idéntico sentido, Ferrajoli señala que el tribunal casacional, al ejercer su labor de denotación e interpretación en su labor jurisdiccional, no está desempeñando una labor meramente cognoscitiva, sino una labor que es siempre el fruto de una elección práctica respecto de hipótesis interpretativas alternativas. Luego la sentencia casacional, como todas las sentencias, será creación y desarrollo de lo establecido en la norma y por tanto su contenido no podrá ser considerado contrario a la ley, sino fijación de aquella, eso sí con diferencia esencial respecto a otras sentencias, por ser la única y última, lo que la singulariza de todas las demás, en su tarea unificadora y en consecuencia nomofiláctica6. Partiendo de esa concepción monista del binomio legislación–jurisdicción, en virtud de la cual se le permite a la sentencia cierta función creadora, tenemos que la finalidad de la jurisprudencia no es tanto la uniformación o unificación de jurisprudencia, como la defensa del ordenamiento jurídico. Por ejemplo, si todos los tribunales estuvieran de acuerdo sobre una interpretación de la ley en un determinado asunto que vulnera el ordenamiento, si la función fuera la uniformidad, no se justificaría la casación para ese caso, por no existir disparidad de criterios. En esos casos se justifica la intervención del Tribunal de Casación precisamente porque la finalidad es la defensa del ordenamiento jurídico, pues aun en ausencia de contradicciones jurisprudenciales se está produciendo una incoherencia en el ordenamiento jurídico, concretamente, en sus normas generales (leyes) y sus normas particulares (sentencias), que claramente contravienen lo establecido por el legislador. La unidad y la coherencia, siempre necesarias para que podamos hablar de ordenamiento jurídico, se sacrifican en estos eventos. La casación se convierte de esta manera en el instrumento procesal idóneo con el que se podrá combatir este tipo de incoherencias posteriores, es decir, las que se producen en el terreno judicial como consecuencia de la interpretación de las normas realizada por los jueces. Sin ella y sin la jurisprudencia uniformadora que dimane de las sentencias casacionales, difícilmente podremos hablar de un ordenamiento sistemático, e incluso hablar propiamente de ordenamiento jurídico. 1.4. Otros fines que se realizan con la casación Tradicionalmente, cuando se estudian los fines de la casación, se contraponen el fin público o nomofiláctico conocido como el ius constitutionis y el ius litigatoris, o fin privado que es la tutela de los derechos de los recurrentes. La realidad es que allí no están todos los fines que se cumplen con la casación. Hoy en día aparecen los llamados fines indirectos, de raigambre constitucional, como son los derechos fundamentales recogidos en la Constitución colombiana y que a su vez son derivados de los principios de unidad y coherencia que supone todo ordenamiento jurídico. Son, por ejemplo, el de igualdad frente a la ley (Art. 13); el 22 seguridad jurídica quebrantada por una errónea aplicación de la ley y, por otro lado, el del litigante, pues la sentencia define el litigio. No puede desconocerse que la casación cumple esta segunda finalidad, al tiempo que cumple con la defensa del orden jurídico. Al Tribunal de Casación se le debiera permitir el examen y valoración de las pruebas, al igual que a los tribunales de apelación. Sólo así se defenderá adecuadamente el orden jurídico. La casación tradicionalmente ha sido un recurso limitado en cuando a los asuntos, a la cuantía y a las posibilidades del Tribunal de Casación. Sus limitaciones obedecen a la necesidad creada de limitar los recursos de casación y a la idea de que no puede convertirse en una tercera instancia; de allí la creencia según la cual el Tribunal de Casación debería concentrarse en cuestiones solamente jurídicas y no fácticas. principio de seguridad jurídica; el del debido proceso (Art. 29), el de acceso a la justicia (Art. 229), todos ellos defendidos por la casación al amparo de su función nomofiláctica. a) El ius litigatoris La finalidad que el proceso persigue no es otra que la tutela de los derechos reconocidos en la Constitución y en la ley. En este sentido el proceso no es sino “el instrumento con el cual los ciudadanos, a través de los órganos jurisdiccionales, piden y obtienen la tutela judicial efectiva que la Constitución les otorga en defensa de sus derechos e intereses legítimos, cuando consideran que han sido vulnerados”7. El proceso es el instrumento máximo para la tutela de los derechos de las personas, de toda índole, incluso los llamados ahora fundamentales. En este orden de ideas, la garantía de justicia y de debido proceso que la Constitución consagra se realiza y consigue a través del proceso. El proceso es el cauce para que las personas puedan reclamar la tutela de sus derechos y es el medio por el cual los órganos judiciales cumplen con su función. No puede perderse la perspectiva de que la razón de ser de todas las instituciones jurídicas, incluyendo el proceso y la casación, no es otra que la justicia. Los exámenes en las segundas instancias son limitados, en una u otra medida, como no permitir debate probatorio o tenerlo muy restringido en la segunda instancia y ello afecta el ius litigatoris. El ius constituciones y el ius litigatoris no son contrarios, sino que se complementan. El fin principal de la casación es el nomofiláctico, pero ello no puede llevar a desconocer que la casación como recurso extraordinario se presenta dentro del proceso y que el fin último de este es tutelar derechos de los litigantes y, en definitiva, la obtención de la justicia. El cumplimiento de la labor nomofiláctica incide indirectamente en la resolución del caso concreto y, en consecuencia, en la protección de los derechos de los litigantes8. Se ha creado un paradigma en la distinción entre lo de hecho y lo de derecho en casación, distinción de raigambre histórico y por demás artificiosa. El hecho y el derecho son inseparables. “Donde quiera que haya un fenómeno jurídico –señala Miguel Reale– hay siempre y necesariamente un hecho subyacente; un valor que confiere determinada significación a ese hecho, y, finalmente, una regla o norma que representa la relación o medida que integra uno de aquellos elementos en el otro; el hecho en el valor. Tales elementos (hecho, valor y norma) no existen unos separados de otros, sino que coexisten en una unidad concreta, de tal modo que la vida del Derecho resulta de la integración dinámica y dialéctica de los tres elementos que lo integran”9. En igual sentido, Stammbler advertía que el derecho no es otra cosa que el medio de organización social de los seres humanos y los conflictos de intereses que entre ellos se presentan. Hecho y derecho son inseparables. La distinción no es defensable. Lo propio puede predicarse del proceso. La sentencia forma parte del ordenamiento jurídico al ser la respuesta concreta a una situación de conflicto y en ella difícilmente se pueden separar los hechos del derecho. La etapa de decisión judicial entremezcla toda una serie de juicios históricos, lógicos, críticos. ¿Cómo podrían obviarse los juicios históricos en la valoración de la norma?10 Por ello la separación entre hecho y derecho no es sino un artificio. Lo propio sucede con la casación, no es posible establecer el derecho aplicable sin tener en cuenta las circunstancias fácticas del caso. Por lo anterior, no consideramos de recibo la prédica de reducir la casación solamente a la vía directa. Perdería una de sus grandes funciones para el ius litigatoris. Lo que hace particular a la sentencia de casación es que se dicta por el único y máximo tribunal, el más alto y último y que contra ella no cabe recurso alguno y por eso el recurso es extraordinario. La Corte Suprema, más que sancionar una supuesta violación del derecho, 7 Por tanto, con una sentencia de casación se satisfacen los dos intereses y no puede decirse que uno prime sobre el otro. Por un lado, el interés público de la colectividad, en la necesidad de restablecer la 8 9 10 23 Buendía... Ob. cit. pág. 207. Buendía... Ob. cit. pág. 209. Reale, Miguel, citado por Buendía... Ob. cit. pág. 221. Buendía... Ob. cit. pág. 222. Corte Suprema de Justicia • Revista 22 corrige su errónea determinación. De esta manera se logra la finalidad nomofiláctica y, de paso, su finalidad protectora del ius litigatoris. También se ha creado otro paradigma señalando que la cuestión probatoria debe ser ajena al examen de casación. Se trata de otra artificiosa proscripción para la casación al señalar que los tribunales encargados de decidir el recurso deben tener limitaciones en el examen y valoración de las pruebas. Al igual que la proscripción sobre cuestiones fácticas, la finalidad es la misma, hacer que a los tribunales de casación lleguen menos recursos. la concepción monista que profesamos, derecho y sentencia forman parte del orden jurídico, por ser aquella la respuesta concreta ante determinada situación de conflicto. 2. La casación como instrumento de protección de los derechos fundamentales Decíamos que todo el proceso es instrumento de protección de derechos fundamentales y, por ende, también el recurso extraordinario de casación cumple idéntica finalidad. Al Tribunal de Casación se le debieran permitir el examen y valoración de las pruebas, al igual que a los tribunales de apelación. Solamente de esa manera se defenderá adecuadamente el orden jurídico. La Constitución es la cúspide del sistema normativo y de ella dimanan una serie de principios que deben ser acatados. Los principios de igualdad ante la ley y seguridad jurídica, por ejemplo. Si lo que se busca es reducir el ámbito de la casación, para ello existen otras vías, como la casación discrecional, pero en nada contribuye a la función nomofiláctica recortar el espacio y la competencia al juez de casación. Las Constituciones han cambiado en los últimos tiempos; históricamente tuvieron una mera finalidad programática y en consecuencia carecían de eficacia normativa directa. Sus normas eran meramente orientadoras. En nuestro país la postura se cambia a partir de la Constitución de 1991, donde se establece que los poderes públicos se sujetan a ella. A partir de esta, las normas constitucionales adquieren validez inmediata y eficacia directa, ya no tienen un mero carácter programático. La Constitución se convierte en la primera norma del ordenamiento jurídico y así lo pregona su artículo 4º, cuando la cataloga como norma de normas. El fin del proceso es precisamente la justicia al caso concreto y para poder conseguirla debe haber consideraciones de hecho y de derecho, en el orden dogmático y pragmático y las pruebas son el conjunto de medios sobre los cuales se pretende llevar convicción al órgano jurisdiccional acerca de lo debatido en juicio y por ello, para poder pronunciarse al respecto, el tribunal debe examinar dichos medios probatorios. Para que la Corte de Casación pueda averiguar si ha existido tal violación de norma jurídica necesariamente deberá hacerlo mediante el examen de los hechos y de las pruebas que a esta conducen. Solo así el juzgador podrá pronunciarse en forma razonable sobre una supuesta violación al orden jurídico. Este examen que hace el juez ordinario no lo hace y no le incumbe al juez del amparo constitucional o de la tutela. No olvidemos que en Corte Suprema de Justicia • Revista 21 De allí el vuelco que la casación debe dar. De otras épocas, cuando incluso se predicaba la exclusión de la violación de la norma constitucional para efectos del recurso de casación, pasa a ser instrumento de tutela de derechos fundamentales reconocidos en la Constitución directamente. Si el fin esencial de la casación es la defensa del ordenamiento jurídico, por supuesto que la norma constitucional hace parte de ese ordenamiento y es objeto de defensa por todo juez, incluyendo el de casación. 24 El problema ahora es otro. Al separarse la Corte Constitucional de la Corte Suprema resultan dos tribunales haciendo nomofilasis de normas constitucionales. Y en virtud del recurso de amparo o acción de tutela puede implicarse que la Corte Constitucional, reclamando su función de máximo interprete de la Constitución, quiera realizar revisiones posteriores a las efectuadas por la Corte Suprema. Pero la tutela no es un proceso, no se efectúa en su trámite un conocimiento completo y especializado del caso concreto para definir o declarar derecho, apenas permite una revisión ligera a fin de reparar la vulneración de un derecho fundamental, y con ella se produce una orden de reparación con un necesario reenvío a la autoridad competente para su cumplimiento. Su labor nomofiláctica es frente a un derecho fundamental, no frente al ordenamiento jurídico en general. El campo de examen del recurso de amparo es funcionalmente más limitado que el que hace el juez ordinario. Por ello, es claro, que donde cabe la casación no puede intentarse la tutela, pues existen otros medios para buscar la tutela del derecho fundamental violado. El artículo 86 de la Constitución dice claramente que la acción de tutela no procede cuando el afectado disponga de otro medio de defensa judicial. La casación como instrumento de defensa del orden jurídico es un medio judicial idóneo para dicha defensa del derecho fundamental violado. La casación debe por tanto ser permeable al examen de constitucionalidad y realizarse en forma exhaustiva para que cumpla a cabalidad con su función de defensa integral del ordenamiento jurídico. Dicho examen lo efectúa la Corte Suprema de Justicia, a la que la misma Constitución le atribuye la competencia como Tribunal de Casación y se dice que es el máximo tribunal de la justicia ordinaria. Luego le está asignada la competencia constitucional de realizar la nomofilasis del orden jurídico y además como tribunal máximo, de cúspide o de cierre, siendo también el juez especializado en el proceso y en la materia de derecho respectiva. De allí el absurdo de pretender tutela contra decisiones de casación. Perdería la razón de ser de la casación, pues no se justifica sino en un organismo de cierre. La Corte Constitucional cumple su función de defensa del orden jurídico por medio del examen de exequibilidad de las leyes. No puede volver a juzgar el caso concreto porque esa labor le corresponde a la justicia ordinaria y, de hacerlo, significaría violar el debido proceso y los principios de seguridad jurídica, autonomía de los jueces y especialidad, que son derechos también fundamentales de los ciudadanos; pero aún más grave, el derecho de los personas a tener un juez independiente, que ha sido una constante lucha en la historia universal. De ahí que los procedimientos de designación de los jueces procuren evitar la interferencia política. La Corte Constitucional no es órgano de cierre en materias cuyo enjuiciamiento la Carta Política ha asignado competencia a la justicia ordinaria. El magistrado constitucional es elegido por el Congreso, tiene origen político porque política es su función de examinar la exequibilidad de las leyes. Pero de allí a permitirle siquiera un atisbo a la decisión de los tribunales supremos equivaldría a una contaminación seria de la política en la decisión judicial. Es inconcebible, por ejemplo, que las decisiones de la Corte Suprema sobre funcionarios con fuero constitucional sean revisadas en tutela; sería entregar la Administración de Justicia a los criterios y decisiones políticas, dar una válvula de escape, en lo político, a una decisión basada en una competencia constitucional. Ante lo expuesto, resulta preocupante la propuesta planteada por el Gobierno Nacional de reformar la Constitución para permitir tutela contra decisiones de la Corte Suprema de Justicia como Tribunal de Casación. No es de recibo el argumento de que es necesario que la Corte Constitucional revise las sentencias de la Corte Suprema para unificar la jurisprudencia de derechos fundamentales. La jurisprudencia sobre el derecho fundamental que se agita para la tutela contra sentencias judiciales ya está hecha por la misma Corte Constitucional, y es que no procede dicha acción contra sentencias. Así se observa en la sentencia que declaró inexequible una parte del Decreto 2591 de 1991 que consagraba tal acción11. Lo que se ha llamado vía de hecho ya está definido, luego nada hay que unificar y lo que se haría con semejante despropósito es romper la función de casación, es decir, quebrar la unidad y coherencia del orden jurídico en Colombia, poniéndonos en contravía con el orden jurídico universal. Conclusiones En resumen, los aspectos sobre los cuales se deberá reflexionar acerca del futuro de la casación se podrían concretar así: • Oralidad en el proceso, incluso en la casación, para poder cumplir rápida y eficazmente con la administración de justicia. • Casación discrecional, para evitar congestiones y repeticiones innecesarias. • Casación oficiosa, para que se cumpla la finalidad del proceso que es administrar justicia. • Mantener las vías directa e indirecta, para no constreñir al juez de casación en el examen fáctico del caso y en la defensa del orden jurídico. • Examen de constitucionalidad dentro del proceso, en todos los recursos, incluso en el de casación. No puede el juez ordinario ceder sus espacios como juez constitucional, so pena de que le sean llenados por terceros invasores. • Rebajar el rigor técnico y buscar la justicia del caso como finalidad complementaria de la casación. • No tutela contra decisiones de casación, para no romper la unidad y coherencia del orden jurídico. 11 25 Corte Constitucional, Sentencia C–543 de 1992. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 La independencia del juez, * un horizonte sin fin CARLOS ISAAC NADER PRESIDENTE CORTE SUPREMA DE JUSTICIA, 2005 L a independencia, observó don ÁNGEL OSSORIO, “supone que el juez sea un soberano de su ministerio y esté creado para dar la razón a quien la tenga, sin preocuparse de nada, sin obedecer a nadie y sin depender de ningún otro hombre o institución. De modo que la alternativa es tajante: o la justicia goza a plenitud su independencia, o no existe justicia”. Más que una cumbre conquistada, la tajante idea del autor de El alma de la toga es un punto de partida hacia la montaña de inquietudes en que se desenvuelve el trazado, siempre inconcluso, del sendero por el cual transita la independencia del juez. Partiendo, entonces, de su carácter de meta, es preciso preguntarnos cuál es el alcance actual de su concepto, cómo está estructurado y construido, cuáles son sus bases y qué vicisitudes enfrenta cuando se transporta a la realidad. En últimas, la pregunta es: ¿Tiene la independencia del juez un horizonte despejado? ¿Es un libro totalmente escrito y con todas sus páginas cerradas? Esta perspectiva requiere iniciar esta reflexión con un somero recorrido por las variables que bordean la independencia judicial; claro está, sumergida en el marco del sistema jurídico–político en que históricamente se inscribe. Comprendida también como una figura propia del constitucionalismo de los regímenes democráticos. Propósito que se acomete de entrada, para luego mirarnos brevemente frente al espejo de los hitos, los matices y las particularidades colombianas. Al aspirar a una noción cumbre sobre justicia imparcial, RAWLS sostiene que un sistema jurídico debe tomar medidas para dirigir ordenadamente los juicios, así como prever reglas de prueba que garanticen unos procedimientos razonablemente proyectados para conocer la verdad por medios acordes a los demás fines del sistema legal. Y aunque haya diferencias en estos procedimientos, el imperio de la ley Corte Suprema de Justicia • Revista 22 exige alguna forma de proceso. Los jueces deben ser independientes e imparciales, mientras los juicios deben ser justos y abiertos y no han de ser prejuiciados por el clamor público1. De sobra conocemos que para llegar a una concepción tan elaborada como está, el hombre ha escalado progresivos peldaños. Así, al amanecer del tercer milenio de nuestra era no parece posible, ni saludable en un sistema jurídico que se precie de serlo, un juzgador que emita veredictos “sin preocuparse de nada, sin obedecer a nadie y sin depender de ningún otro hombre o institución”. Un imaginario de este temperamento resulta extravagante porque nos remonta a épocas antiguamente superadas, como aquellas en que el príncipe o soberano estaba ‘absuelto’ del derecho o suelto del imperio de este. Sin embargo, es la prueba palpitante de la evolución; es el polo a tierra del grado de conciencia con el cual sabemos que los tiempos que corren no son el comienzo y tampoco el fin de la historia. Por fortuna, son inmensos los avances alcanzados Las sociedades han logrado, unas más que otras, niveles aceptables de convivencia pacífica, teniendo como hilo conductor ese elemento que Rawls sigue llamando el imperio de la ley. Principio rector de las actuales organizaciones políticas, estrechamente ligado al de independencia judicial, pero que para infortunio de los dos –o, más que para ellos, para la misma sociedad– es blanco de ataque permanente en la lucha por acumular poder. * Ponencia de instalación del VIII Encuentro de la Jurisdicción Ordinaria realizado en Barranquilla del 13 al 15 de octubre de 2005. 1 Rawls, John. Teoría de la Justicia. 1971. Fondo de Cultura Económica, primera reimpresión de la segunda edición en español. México, D.F., 1997. 26 La independencia del juez no se está inventando ahora. Muy distinto es que sea el producto de una constante recreación y esté en el centro de las luchas desde el interior y desde fuera del Estado; porque no basta con decir que los jueces son independientes para que en verdad lo sean. Por su parte, la independencia orgánica tiene que ver con el mayor o menor grado de legitimidad democrática en el proceso de integración, lo que ha permitido que algunos países tengan designación popular de jueces o sistemas combinados de elección. También se han instaurado las formas de cooptación y los concursos de méritos. „La democracia con un Poder Judicial fuerte es sencillamente una democracia más fuerte, porque es un régimen en que los derechos de los ciudadanos están mejor tutelados‰. A estas lógicas obedece, en teoría y práctica, la exploración de mecanismos que otorguen mejor y mayor independencia judicial. Mecanismos que se buscan básicamente en los sistemas de reclutamiento, permanencia o inamovilidad, ascenso y retiro del Poder Judicial, así como en la organización interna condicionada a la relación con el resto del sistema político. Por eso, como se anotó, la inamovilidad es insuficiente si no está acompañada con garantías de ascenso. Carlo Guarnieri La independencia del juez no se está inventando ahora. Si bien desde una perspectiva subjetiva, que no institucional, Inglaterra la comenzó a practicar hace 304 años. Muy distinto es que sea el producto de una constante recreación y esté en el centro de las luchas desde el interior y desde fuera del Estado; porque no basta con decir que los jueces son independientes para que en verdad lo sean. La independencia del juez nace y evoluciona, entonces, como un medio para garantizar la justicia imparcial. No como un fin en sí misma. “A cambio de independencia, el juez devuelve imparcialidad”2. De esa manera, se acepta teóricamente, sin discusión, que esa independencia es el principal cimiento estructural del Estado constitucional y que, por consiguiente, “la democracia con un Poder Judicial fuerte es sencillamente una democracia más fuerte, porque es un régimen en que los derechos de los ciudadanos están mejor tutelados”3. En líneas generales, la independencia abarca la distancia del juez con cualquier interferencia extraña a su función: ya sea con las partes del proceso, grupos de presión, actores políticos o sociales, medios de comunicación, poderes ejecutivo y legislativo e, incluso, inexplicablemente como veremos en nuestro caso, del mismo Poder Judicial. La independencia admite por ello la existencia de la pirámide judicial, con la cual se busca disminuir el riesgo de esa condición natural a lo humano: la falibilidad. Sin juez alguno que, por su naturaleza humana, pueda posar de infalible, se da la intervención lógica, no la interferencia ilegítima, del superior que revisa la decisión autónoma e independiente del inferior. 2 3 4 5 6 Ruiz Pérez Joaquín. Juez y sociedad. 1987 Editorial Temis, Bogotá. Guarnieri Carlo y Pederzoli Patricia. Los jueces y la política. 1996 Taurus, 1999. Bouche des lois, en palabras del Barón de Montesquieu. Inglaterra permaneció fiel a su tradición, pues a pesar del enorme prestigio de sus jueces, estos siguen siendo apéndice del Parlamento A. Hamilton, J. Madison y J. Jay: El Federalista, México, FCE, 2001. Corte Suprema de Justicia • Revista 22 En el mundo occidental, a estas concepciones llegamos luego de pasar por escenarios distintos que han caracterizado los últimos trescientos años de desarrollo de la justicia. Tengo la osadía de afirmar que desde la propuesta de Montesquieu, acogida con entusiasmo por los independentistas norteamericanos y los revolucionarios franceses, América y Europa continental reaccionaron positivamente para construir un cuerpo de jueces que no siguiera siendo un simple apéndice del rey o del parlamento. Y aun cuando en Francia dicha separación se fundamentó en una confianza incondicional a la ley como expresión de la voluntad del pueblo y a su vez en una desconfianza hacia el hombre-juez, que en el orden napoleónico quedó reducido, al menos teóricamente, a una simple boca-de-la-ley4, en América esa disyunción se vislumbró desde el principio como una confianza en el hombre, dispensando en un puñado de magistrados el poder de revisar los actos del legislador y del ejecutivo. De aquel estadio de sujeción absoluta al soberano se transitó en una y otra latitud hacia una dependencia respecto del poder ejecutivo creado en las nuevas democracias5. Pero en el siglo XIX las cosas comenzaron a cambiar. No obstante la debilidad política del órgano judicial en las nuevas repúblicas, que como advirtiera ALEXANDER HAMILTON procedía de la naturaleza de sus funciones6, la consolidación del poder de revisión de los actos de los legisladores y del presidente, por un lado, y la cimentación de toda una estructura jurídica a partir de la jurisprudencia administrativa del Consejo de Estado francés, por el otro, la dependencia de la justicia respecto del poder ejecutivo fue cada día menor. El nuevo orden constitucional consagró la independencia judicial como la expresa prohibición a los otros poderes del Estado para entrometerse en los asuntos sometidos a decisión de los jueces. Esto es, se concibió el principio de una manera negativa, prohibicionista. Poco a poco este criterio se fue tornando insuficiente. A medida que se perfiló la enorme importancia de los jueces por vía del control a las leyes y la conducta activa u omisiva de los funcionarios públicos, la reacción no se hizo esperar. Tarde o temprano, los grandes intereses políticos, buenos o malos, terminan por presionar al Poder Judicial para hacerlos sucumbir a sus propósitos. Durante el siglo XIX fueron 28 múltiples las tensiones entre el Poder Ejecutivo y los jueces de las democracias que habían establecido una real separación de poderes. Fue por eso en Estados Unidos, desde el famoso fallo de Marbury vs. Madison de 1803, donde la fuerte independencia de la justicia generó resistencias de parte de los gobiernos, que veían en los jueces un espíritu de coparticipación, que obstaculizaba los planes y proyectos emprendidos por aquellos. En 1805, todavía caliente el fallo del Juez MARSHALL, el Presidente JEFFERSON quiso librarse de los jueces incómodos para el Ejecutivo. Después de la gran depresión de 1929 en los Estados Unidos, cuando las políticas económicas del New Deal emprendidas por FRANKLIN DELANO ROOSEVELT se vieron seriamente obstaculizadas por la Suprema Corte, este forzó un cambio de actitud de los jueces que, ante las amenazas de intervención, dieron un viraje y avalaron gran parte de las nuevas normativas propuestas por el Ejecutivo. definitivas de los jueces sean sometidas a revisión de otras instancias, distintas de las competentes para el recurso judicial “de revisión” o con la finalidad humanística de “mitigación o conmutación de las penas” en lo que al derecho penal se refiere, todo ello de conformidad con lo dispuesto en la ley, advierten tales resoluciones7. Por su parte, la restauración de las democracias en la post–guerra fue acompañada de la consagración constitucional de este postulado judicial, como garantía de legitimidad de sus decisiones, pero ante todo, como pilar básico para su imparcialidad y la adopción de soluciones justas en defensa de los derechos humanos. El artículo 10 de la Declaración Universal de 1948 transformó dicho valor político, que se enunciaba como un derecho de la magistratura, en derecho concreto de los ciudadanos. Igual precepto se aplica a la independencia del juez en el siglo XXI. La independencia judicial, como ya se decía, más que un privilegio de los jueces, es una garantía de los ciudadanos. Para impedir interferencias indebidas en ella y romper el equilibrio que busca, el sistema jurídico debe asegurarle adecuadas condiciones internas y externas. Y así lo han procurado, al menos como cláusulas constitucionales, los países de allá y de acá, los que aplican el sistema de la common law y los que seguimos la civil law. Una nueva perspectiva de tan caro principio emergía. Emergen, en este entramado evolutivo, enredos en la relación Poder Judicial–poderes políticos, con efectos para la independencia del juez. Numerosa literatura sociojurídica da cuenta de la expansión del Poder Judicial y las llamadas judicialización de la política y politización de la justicia, con la creciente aparición de preguntas acerca de su legitimidad en el marco de los regímenes democráticos. La necesidad de instaurar mecanismos que aseguraran su cumplimiento por parte de los Estados era un imperativo categórico. Se requerían instrumentos serios que afianzaran el avance de la independencia judicial, de valor constitucional a realidad viviente. Solo así los ciudadanos, receptores directos de sus bondades, podrían interiorizar colectivamente el respeto a las decisiones de los jueces. Una expansión del postulado que lo potenciara, ahora como derecho fundamental de los justiciables. Y no me limito al sentido burocrático, sino con mayor énfasis a la implementación de una verdadera cultura de la independencia, a la colectivización de un sentimiento de respeto ex ante y ex post a las decisiones del juez, ligados al desarrollo de la estructura organizacional que controlen la selección y el ingreso a la carrera judicial, así como el funcionamiento autónomo, desde el punto de vista económico y financiero y del control de la responsabilidad de los jueces. De manera paralela y complementaria, Naciones Unidas viene trabajando denodadamente en la consolidación universal del imperio de la ley, como única forma de asegurar la libertad de todos. Pero, bien lo anotaba el año 2004 el señor Kofi Annan, para entonces Secretario General de la Organización: “El imperio de la ley como mero concepto no basta. Las leyes deben ponerse en práctica y deben impregnar toda nuestra vida”. Para eso, “hemos de tomar como base el principio de que nadie está por encima de la ley”8. Estas inquietudes son las que han llevado, en muchos casos, a establecer sistemas híbridos o puros de elección de los jueces, con intervención de actores políticos. Sistemas que fuera de los Estados 7 8 En esta dirección se enmarcan las resoluciones 40/32 de 29 de noviembre de 1985 y 40/146 de 13 de diciembre de del mismo año de las Naciones Unidas, que de manera expresa impusieron a los Estados miembros la obligación de garantizar la independencia de los jueces, deber que no sustrae a ninguno de los órganos ni funcionarios públicos. Se hace mención explícita, igualmente, de las distintas formas de interferencia que el Estado debe impedir, para que la decisión judicial se adopte “sin influencias, alicientes, presiones, amenazas o intromisiones indebidas, sean directas o indirectas, de cualesquiera sectores o por cualquier motivo”. También prohíbe la ONU que las decisiones 29 Adoptados por el Séptimo Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, celebrado en Milán del 26 de agosto al 6 de septiembre de 1985, y confirmados por la Asamblea General en sus resoluciones 40/32 de 29 de noviembre de 1985 y 40/146 de 13 de diciembre de 1985. Mensaje del Secretario General de la ONU al inicio del 59º Periodo de Sesiones de la Asamblea General en Nueva York. 21 de septiembre de 2004. „El único freno a nuestro propio ejercicio del poder es nuestra propia mesura‰. Harlan Stone Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Unidos aún están a prueba y han arrojado resultados ambiguos, pues no se ha tenido suficiente conciencia de que en ese país “dos siglos de activismo judicial han permitido al sistema desarrollar aquellos contrapesos que estaban ya inscritos en la Constitución de 1787. Y –como lo observa Guarnieri– el régimen político americano se apoya sobre el principio según el cual cada poder está limitado: es la manera en que, en este contexto, se ha realizado el principio de la separación de poderes. Pero en la Europa continental los contrapesos han estado siempre ausentes o eran débiles”. De todas maneras, en la línea de la concepción de sistema jurídico planteada y como concluye el analista CARLO GUARNIERI, “no se puede sostener, como se suele hacer en Italia, que una independencia sin límites corresponda a los principios de las democracias constitucionales. Más bien es cierto lo contrario, o sea, que la independencia de los jueces debe ser siempre compatible con los principios fundamentales de estos regímenes y, entre ellos, precisamente el de que todo poder tiene que estar limitado: sin formas de control, la independencia de los jueces significaría la tiranía de los jueces”9. Allí descansa la importancia que señalábamos sobre los sistemas de ingreso, permanencia y ascenso del juez, así como su autonomía, conjugados con la responsabilidad democrática que hoy asume, en la comprensión de los grados de independencia que adquiere su función pública. Pero, ¿cómo ha experimentado este proceso el juez colombiano? Al igual que lo sucedido en el derecho comparado, nuestro país tiene una evolución muy particular. Aquí también, como dice uno de los descendientes de quienes perecieron en el holocausto del Palacio de Justicia, “el pasado es prólogo”10. Y evoco ante ustedes esta lúcida apreciación, no solo por su valor certero para resaltar que en Colombia la conquista de la independencia del juez tampoco empieza ni termina en nuestra generación, sino, además, porque la Corte Suprema de Justicia quiere invitarlos a vincular las reflexiones de este Encuentro a la conmemoración del Vigésimo Aniversario de esa absurda tragedia, en la que perecieron once de sus magistrados y un centenar más de colombianos inermes. Tragedia en la cual, como se ve en la grandiosa obra jurídica y los escritos académicos por ellos legados, aquellos jueces murieron luchando por la independencia. 9 10 11 Cfr. Guarnieri, C. Gaona Bejarano José Mauricio. Columna de opinión publicada el 17 de agosto de 2001 en El Tiempo. Gaona Cruz Manuel. Control y reforma de la Constitución en Colombia, 1984. Superintendencia de Notariado y Registro, 1988, Bogotá. En efecto, según dejó consignado el maestro MANUEL GAONA CRUZ en una conferencia dictada el año anterior al holocausto, en la segunda mitad de 1984, se sustentaba desde el Ministerio de Gobierno que existía “exceso de independencia, debido a la vitalicidad, cooptación y privilegio de estabilidad de los jueces de constitucionalidad, como factores perjudiciales del sistema representantivo y estimulantes del gobierno de los jueces”. Desde diversos sectores políticos se clamaba una reforma constitucional para morigerar el estricto control judicial que se ejercía de las leyes y los actos del Gobierno. Nada distinto de lo que hoy se podría escuchar, solo que ahora requerimos esa reforma a la inversa: para rescatar y consolidar a plenitud la independencia del juez. Sin duda, los años 80 fueron un momento estelar para la independencia de los jueces colombianos, encabezados por la Corte Suprema. A él se había llegado luego de una larga travesía. Tras edificar, en cerca de 100 años, el que, para el profesor GAONA CRUZ, era “el sistema de control constitucional más eficiente, completo, experimentado, avanzado y depurado de Occidente y, por lo tanto, del orbe”, pues aglutinaba la organización, los mecanismos y la operancia de todos los existentes”. Y él tenía por qué saberlo: es uno de los escasos extranjeros que figuran en la lista esculpida en bronce para los estudiantes ilustres de la Universidad Sorbona de París, donde su tesis de Doctorado en Derecho Constitucional y Ciencias Políticas fue laureada y aclamada. Esa férrea convicción lo llevó a oponerse siempre a la creación de la Corte Constitucional, incluso contra la conocida postura de su maestro Carlos Restrepo Piedrahita, la del profesor mexicano HÉCTOR FIX ZAMUDIO, la del ex presidente ALFONSO LÓPEZ y la del ex ministro JAIME CASTRO. Su argumentación terminaba regularmente en una petición para que no nos dejáramos “influir por manías doctrinarias extranjerizantes, que, como no nos conocen, nos interpretan mal”. Luego de citar el reconocimiento que el tratadista francés GEORGE VEDEL hiciera al entonces sistema de control constitucional colombiano, como “un monumento a la sabiduría jurídica”, concluía en que “sería una lástima cambiar lo inmejorable, solo por ser nuestro, por lo imperfecto y rudimentario, solo porque es foráneo”11. De ahí que hoy duela la timidez con que algunos reconocen los logros del control constitucional de la Corte Suprema de Justicia cuando lo ejerció. Y no hablo con nostalgia de él porque nunca participé en su ejercicio. Sencillamente es una realidad. Tan solo 84 años después del famoso caso Marbury vs. Madison en los Estados Unidos, la Corte colombiana emitió el primer veredicto de inexequibilidad en el caso de la pensión O’Levy, impulsando con ese hito al país al constitucionalismo moderno, mucho antes que tantos países desarrollados. Son innumerables aquí los fallos significativos que emitió la Corte Suprema en su oportunidad. El actual presidente de la Corte Constitucional, magistrado MANUEL JOSÉ CEPEDA, cuenta que “en Colombia se ha ejercido durante un siglo, de manera ininterrumpida, amplia 31 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 e independiente, el control judicial de normas legales dictadas por el Congreso o el Ejecutivo en circunstancias excepcionales o extraordinarias, con el fin de someter el poder al derecho y salvaguardar la supremacía de la Constitución”12. Reconoce que sobre esa fortaleza institucional se construyó el sistema creado en 1991. De igual forma y luego de haber sido pensada por primera vez a mediados de los años 40 e intentada en 1970, por fin se instauró la carrera judicial en el país con la expedición del Decreto 052 de 1987. Hasta ese momento, la administración de justicia en su base era vista como un apéndice del Gobierno y los partidos políticos. Salvo por la fortuita independencia orgánica alcanzada por la Corte Suprema y el Consejo de Estado en 1957, gracias a que los militares exigieron la creación del sistema de cooptación y la inamovilidad de los magistrados, la justicia siempre permaneció relegada a la voluntad del Ejecutivo y del Congreso en materia presupuestal y financiera, sin autonomía alguna. Y así es como arribamos a la Constitución de 1991 La nueva Carta Política consagró la independencia judicial en dos dimensiones: Una impersonal o institucional, como atributo de las decisiones de la “administración de justicia” en su artículo 228. Y otra subjetiva, al disponer el artículo 230 a cada juez de la República que sólo está sometido al imperio de la ley. Además, quedó consagrada una autonomía presupuestal relativa. Sin embargo, se estableció un régimen de nombramiento híbrido en algunos órganos judiciales, en el que intervienen el Ejecutivo y el Legislativo, específicamente en la designación de los magistrados de la Corte Constitucional y de la Sala Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura, lo cual se ha considerado por muchos como un golpe frontal a la independencia judicial. No fueron aprobadas propuestas concretas, como la expresa prohibición de las autoridades de interferir en las decisiones judiciales, ni una norma transitoria que durante 10 años imponía una suma no menor del 10% del presupuesto de la Nación para la Rama Judicial y el Ministerio Público. La Ley Estatutaria de la Administración de Justicia, por su parte, consagró el principio de la independencia funcional en el inciso segundo de su artículo 5º, en el que prohíbe a todos los jueces o empleados administrativos “insinuar, exigir, determinar o aconsejar a un funcionario judicial para imponerle las decisiones o criterios que deba adoptar en sus providencias”. Este tipo de independencia judicial 12 13 14 15 16 Cepeda Espinosa Manuel José. 2004. “Defensa judicial de la Constitución”, en Fortalezas de Colombia, Ariel, Bogotá. De Sousa Santos, Boaventura. El caleidoscopio de las justicias. 2001. Eds. varios. Bogotá. Carrillo Flórez, Fernando. 2004. “La séptima papeleta”, en Fortalezas de Colombia, Ariel, Bogotá. Arboleda Ripoll, Fernando. Avances y riesgos del Poder Judicial, en revista Corte Suprema, No. 13. Bogotá. 2001. Cfr. Arboleda Ripoll... Corte Suprema de Justicia • Revista 21 orgánica garantiza la evolución de la jurisprudencia, la adecuación de las normas jurídicas a las nuevas concepciones y la actualización de sus contenidos. Pero todos los esfuerzos legales tendientes a consagrar prescripciones acerca de la independencia judicial son inagotables. Entre otras cosas porque estamos frente a un valor de enorme significación teleológica. Ella, en tanto principio, medio y fin, tiene una connotación bifronte: es instrumento para conseguir propósitos específicos, pilares fundamentales del Estado de derecho. Por eso se concibe como mecanismo que debe servir para algo. Para garantizar decisiones en derecho; para hacer respetar las garantías y libertades que toda democracia moderna lleva implícitas. También para llevar la certeza a los justiciables de que se actúa con imparcialidad. Desde luego, como ya lo decíamos, por el solo hecho de que se consagre al juez independiente, automáticamente ello no significa que así sea en la realidad. El sistema jurídico, tal como lo concibe Rawls, debe estar al servicio de ese propósito. Además, bien se asevera que “el buen funcionamiento de la justicia en un país requiere mucho más que buenos jueces y una adecuada infraestructura para cumplir sus cometidos”13. Los análisis sobre la realidad colombiana, a la luz de la joven Constitución, señalan algunas distancias entre la independencia plasmada en el papel y su práctica en los desempeños institucionales. Son incuestionables ciertas discrepancias entre marco jurídico y la experiencia que seguramente muchos de ustedes, como jueces y magistrados, han tenido. Sobre ello es que buscamos debatir en este foro. Impulsores del nuevo orden constitucional como el ex ministro FERNANDO CARRILLO FLÓREZ sostienen que hemos empezado a vivir una verdadera “democracia judicial”, que conlleva implicaciones políticas de los fallos judiciales y un ejercicio con carácter ‘político’ de la función judicial. Por esa vía, defienden los “controles democráticos estrictos en dicho ejercicio”. Para este sector de analistas, la independencia dibujada por la Carta Política puede llegar a ser malentendida y mal utilizada, puede significar una patente de corso para sumir en el aislamiento la función judicial, y puede levantar obstáculos a la armonía en las relaciones entre los poderes públicos. “Por eso –dicen– resulta inconcebible considerar la reforma de la justicia como un campo inmune a la política y pretender que existan sistemas políticos no asentados fácticamente en estructuras jurídico-institucionales”14. Desde otra orilla, en el sector judicial hemos visto cómo la realización del valor y principio de la independencia del juez “ha alcanzado notoriedad, pero también desconocimientos y negaciones en un clima de gran controversia pública”15. Para algunos de nosotros, entre quienes me atrevo a incluir a la Corte Suprema de Justicia, “no puede decirse en términos rotundos que la independencia judicial constituya una cultura en nuestro medio que legitime por sí sola la configuración y desempeño del Poder Judicial”16. 32 De tiempo atrás hemos denunciado la erosión del principio de independencia del juez ordinario, paradójicamente, desde la misma Rama. La vía: acción de tutela contra providencias judiciales. Luego de prudente espera, llegó un punto en que la Corte tuvo que dejar de asistir al derrumbe del sistema jurídico “como quien mira llover”. Por eso actuó. Por eso sigue empeñada en participar en una reforma que vaya más allá de combatir la congestión. Por eso, con los mensajes de apoyo que ha recibido de los jueces y magistrados de la jurisdicción, seguirá insistiendo en sanear los vacíos en la regulación de competencias entre jurisdicciones; vacíos que están minando la autonomía e independencia judicial, que se cambiaron en 1991, para buscarlas con la nueva Carta Política. Más que un privilegio de los jueces, la independencia judicial es una garantía de los ciudadanos. Para impedir interferencias indebidas en ella y romper el equilibrio que busca, el sistema jurídico debe asegurarle adecuadas condiciones internas y externas. Es que si no se respeta la cosa juzgada, la independencia judicial es pura entelequia. Lo peor es que sea dentro de la misma justicia que se desquicie un elemento fundamental para la democracia, como es la seguridad jurídica. Ahora, que a cambio de un alto grado de independencia judicial se instauren controles ciudadanos eficaces, bienvenidos sean. Para mí no existe el mínimo asomo de inquietud por el desarrollo de instrumentos de tal estirpe. Incluso, partidario soy de que se exija una rendición anual de cuentas sobre el estado de la Justicia en Colombia. Porque, en definitiva, estoy convencido como el que más, de que la independencia del juez reside en él mismo. He aquí la razón para privilegiar el fortalecimiento de su sentimiento de amor y respeto hacia el oficio que ejerce un juez. Que se sienta imbuido de su importancia y se constituya en un ser capaz de responder a las exigencias de la comunidad y de los tiempos en que funge tan divina actividad. Lo que importa, a mi juicio, es tener conciencia de que se es íntegro, imparcial e independiente. Porque es una utopía pensar que en algún momento cesarán las presiones políticas, económicas o de cualquier otro tipo de interés, provenientes de los detentadores de algún poder, o de las partes mismas. En palabras de quien fuera juez de la Suprema Corte de los Estados Unidos durante el último gobierno de ROOSEVELT, HARLAN STONE, citado por su colega SANDRA O’CONNOR: “El único freno a nuestro propio ejercicio del poder es nuestra propia mesura”. Pero es indispensable que exista una conciencia colectiva sobre la real independencia de sus jueces y a ello deben contribuir necesariamente los otros poderes públicos. De la dimensión que se le dé a la independencia judicial depende que la percepción de los colombianos marque un indicador superior sobre ella. El respeto efectivo a la condición suprema de los tribunales y a la contribución a la defensa de su supervivencia como elemento esencial de la democracia es lo que muestra la coexistencia de poderes públicos autónomos. Retumban, todavía en la memoria de los colombianos que jamás podremos olvidar, como homenaje simbólico de una triste página de nuestra malograda historia, el clamor del inmolado Presidente de la Corte Suprema, ALFONSO REYES ECHANDÍA: “¡Cese el fuego! ¡Cese el fuego!”. Era el más alto dignatario del Poder Judicial el que en medio de aquel ignominioso acto de terror se dirigía al primer mandatario de la Nación. La súplica, que en ese momento adquiría la connotación de una verdadera orden perentoria a que nuestra respetada Fuerza Pública antepusiera la integridad de los empleados cautivos y la sede de los más altos tribunales de la República, y se abstuviera de repeler el ataque aleve de los subversivos, no fue atendida por nadie. ¿Hasta dónde, pregunto al conmemorarse 20 años de tan execrable hecho, y sin que se trate de un juicio de valor sobre la conducta de los funcionarios de aquel entonces, el control del orden público, que constitucionalmente ha sido, es y seguirá siendo un monopolio del Gobierno, es un valor absoluto que no admite ponderación y balanceo frente a otros de similar jerarquía como el de la independencia judicial en su dimensión institucional, en momentos concretos de tensión como el vivido en aquellas dantescas escenas de noviembre de 1985? Reitero, solo pretendo despertar el interés para que hagamos un acto de fe en nuestras instituciones democráticas. Para que nunca tengamos que repetirnos el mismo interrogante: ¿Existe en nuestro país un Poder Judicial realmente independiente? Con seguridad hay otros aspectos que podremos evaluar desde otras ópticas. Por ejemplo, el aseguramiento de la autonomía administrativa y presupuestal, que probablemente implicará un proceso de rediseño institucional del Consejo Superior de la Judicatura. También es muy importante, por las trascendentales connotaciones que para la independencia tiene, que evaluemos conjuntamente el funcionamiento de la carrera judicial desde 1987. Los jueces tienen la autoridad para hacerlo y están exentos de cualquier apremio, porque son funcionarios de carrera. Un 97% de los tribunales superiores y más de un 90% de los juzgados están ocupados por jueces que superaron las pruebas de mérito para estar allí. Quizá sea el momento de empezar un gran debate dentro de la judicatura que, posteriormente, sirva de estandarte a la aplazada ley de carrera judicial en nuestro medio. Es permanente la vigencia de la búsqueda de la independencia del juez. Ese es un horizonte sin fin que a diario recorremos. 33 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 La oralidad, elevación de la cultura jurídica* YESID RAMÍREZ BA STIDA S PRESIDENTE CORTE SUPREMA DE JUSTICIA, 2006 E l rey ha muerto. En el oráculo de Delfos, el dios Apolo revela que el rey de Tebas fue asesinado. “Fuiste tú quien mató a Layo”, agrega el adivino Tiresias increpando a Edipo. Pero las divagaciones de los reyes Yocasta y Edipo impiden aclarar el crimen. Aparecen posteriormente las declaraciones de dos pastores que resuelven el enigma y confirman la sentencia de los dioses. La verdad surge y la profecía se cumple: Edipo dio muerte a Layo, sin saber que era su padre. empírica y cotidiana de los pastores. Entre los dos pastores y los dioses hay una correspondencia: dicen lo mismo, ven la misma cosa, pero no con el mismo lenguaje ni con los mismos ojos... Esta dramatización de la historia del derecho griego compendia una de las grandes conquistas de la democracia ateniense: la historia del proceso a través del cual el pueblo se apoderó del derecho de juzgar, de decir la verdad, de oponer la verdad a sus propios señores, de juzgar a quienes lo gobernaban”2. En esta tragedia, donde por años solo se estudió el famoso complejo de la relación incestuosa entre madre e hijo, Michel Foucault descubrió el primer vestigio de las prácticas judiciales en la cultura de Occidente. La obra de Sófocles se sitúa en el origen de la civilización ateniense del siglo V, a la que tanto debemos, y entraña una ruptura radical con los antiguos poderes mágico-religiosos como portadores de la verdad revelada. La pregunta de ahora es: ¿Hasta dónde se han profundizado y desarrollado las bases del proceso judicial democrático en el curso de los últimos dos milenios y medio? Infortunadamente, no se puede hablar de una evolución categórica, armónica o progresivamente ascendente. La historia ha registrado movimientos pendulares de elevación y retroceso. En todo caso, los caminos se bifurcan para siempre en el procedimiento penal: uno por la senda del modelo inquisitivo y, el otro, por la ruta del sistema acusatorio. El primero afirmado en la palabra escrita, el segundo en la palabra hablada. Otros van más allá: prefieren A partir de entonces, se sabe que el testigo de viva voz, en condición de igualdad con todos sus semejantes, es una pieza clave para descifrar las verdades judiciales. No importa que sea un hombre humilde, un rey, un ministro, un pescador, un presidente, un profesional, un analfabeta, un campesino, un obrero o un pastor oculto en su cabaña. Lo importante es su naturaleza humana capaz de lenguaje, como ser que habla, interactúa, piensa y tiene pretensiones de verdad. Para Foucault, la tragedia de Edipo es una revolución, es la salida de la profecía al testimonio: “Es una manera de desplazar el brillo o la luz de la verdad del brillo profético y adivino hacia la mirada de algún modo Corte Suprema de Justicia • Revista 21 * Texto de la ponencia “La función judicial como uno de los pilares de la democracia”, presentada por el autor en el marco del III Congreso Panameño de Derecho Procesal, realizado en Ciudad de Panamá el 16 de agosto de 2006. 1 YESID RAMÍREZ BASTIDAS, Presidente Corte Suprema de Justicia de Colombia. Conferencia dictada en el marco del III Congreso Panameño de Derecho Procesal. 2 MICHEL FOUCAULT, De las conferencias dictadas en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, recogidas en el libro La verdad y las formas jurídicas. Barcelona. Edit. Gedisa, 1995. 34 mezclarlos y adoptan los sistemas mixtos, como parecen serlo todos los que hoy operan en el hemisferio occidental. La inquietud así planteada cobra vigencia en las circunstancias de cambio por las cuales se atraviesa en estas latitudes del planeta. Y es claro que toda transformación genera incertidumbre. Sin embargo, detenido el péndulo de esa natural perplejidad, toda transformación abre de par en par las puertas a la esperanzada expectativa. En un momento tan crucial se encuentra buena parte de América Latina. Es el instante histórico que palpita en Panamá. Es el camino en la forma de concebir el Derecho que explora desde el año 2005 Colombia y que, recientemente, también emprendieron Ecuador, Chile, Paraguay, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Guatemala y República Dominicana, países que dejan el procedimiento centrado básicamente en la escritura y le apuestan a la oralidad sus sueños de consolidar la justicia. Este rumbo presenta colosales retos porque se presenta en una región del mundo acostumbrada a que “todo cambie para que nada cambie”. Donde las reformas desfilan, una tras otra, sin que nada parezca mejorar el diario vivir. Pero, sobre todo, los desafíos son inmensos porque el sendero escogido exige plantar la semilla y fundar una cultura distinta: la cultura de la oralidad en el procedimiento judicial. Es el salto de la escritura a la palabra viva. Es la superación del aparente dilema de la perpetuidad de lo escrito frente a la vivacidad de lo hablado. Alojados en este otro escenario de la justicia, hoy inicialmente en Colombia para el Derecho Penal, parafraseando a Octavio Paz, se puede afirmar que en los estrados judiciales “los ojos hablan, las palabras miran y las miradas piensan”. Esto es posible con la reunión de jueces, abogados, victimarios, víctimas, periodistas y testigos en un solo lugar: las salas de audiencia en las que se resuelven a la luz pública los conflictos. El tránsito de modelo no es un elemental juego de palabras ni un simple retoque de maquillaje a los procedimientos judiciales. Es la posibilidad de encauzar una transformación jurídico-social dirigida a remover las más hondas raíces de lo que hasta hoy considerábamos sagrado: la escritura. Así, sin desechar ni menospreciar rotundamente el documento plasmado en papel, se torna relativo aquello de que “lo escrito escrito está”. Se despeja la travesía a la cultura de la oralidad. Esto significa, ni más ni menos, un movimiento de paradigmas. Es el paso que introduce un procedimiento determinante para los resultados de fondo, donde el rito de las formas influye en la esencia de las conclusiones. Es una noción del Derecho que contribuye a borrar aquella arcaica imagen de la justicia ciega, de ojos vendados. Los principios de la oralidad la dibujan y simbolizan tal como la imaginó Gorphe, aquel notable magistrado francés del siglo pasado: como una 35 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 figura de mirada penetrante, “una efigie que, con una antorcha en la mano, esclareciese una balanza moderna: justicia que cierre los ojos ante las preferencias personales y que se tape los oídos frente a las recomendaciones, sin duda; pero que también alumbre, con la luminaria de la ciencia, para descubrir la verdad y pesar con precisa medida”3. Tamaña empresa no da tregua ni espera. De ahí la trascendental importancia de espacios académicos para apoyar la tarea de sumarse a la búsqueda de la mejor adaptación del modelo penal acusatorio a la realidad social de cada país. Es tiempo de lanzarse, entonces, a sondear la profundidad de esas aguas en que empezamos a navegar. Debo señalar, en primera medida, mi orilla de partida y mi puerto de llegada: la oralidad como cultura, teniendo en cuenta que su potencialidad de servicio a la sociedad depende directamente de la fuerza vital que alcance su desarrollo en la función judicial y, a su vez, se arraigue en ella como indicador de democracia y seguridad jurídica. Premisa ya advertida en el fondo por las autoridades de este país, según se desprende de lo que señaló hace pocos meses, en un ciclo de conferencias también organizado por el Instituto ColomboPanameño de Derecho Procesal, la señora Procuradora General de la Nación, al indicar cómo “se trata de un cambio de cultura jurídica, una transformación cultural que supone la especialización, capacitación y adecuación de las prácticas al nuevo procedimiento”4. II Lento aprendizaje, sinuosa evolución Desde el enfoque señalado es preciso retomar aquella enseñanza de Calamandrei en la cual relata cómo, luego de décadas de estudio, debió aceptar lo que un veterano empleado de su padre le enseñó al inicio de su carrera: que “lo que cuenta es la práctica”; que el proceso es algo más que el vasto contenido de los códigos y las majestuosas catedrales góticas sobre teorías del derecho, levantadas por la doctrina jurídica con sus impresionantes elaboraciones conceptuales. 3 4 5 FRANCOIS GORPHE, La apreciación judicial de las pruebas. Buenos Aires, Edit. La Ley. Conferencia magistral de la Procuradora General de Panamá ante el VIII Congreso Nacional de Abogados “Retos y desafíos del Ministerio Público ante las reformas penales”, transcrita en la página de internet de la Procuraduría General de la Nación. PIERO CALAMANDREI, de las conferencias pronunciadas por el autor en la Universidad Nacional Autónoma de México ese año, recogidas en el libro Proceso y democracia, Edit. Jurídicas EuropaAmérica, Buenos Aires, 1960. Corte Suprema de Justicia • Revista 22 “Rechazaba entonces con juvenil desprecio las sugerencias de aquel viejo inoportuno –admite Calamandrei–, pero, después de cuarenta años, he llegado a advertir que bajo aquellas modestas palabras se escondía una gran verdad. Hoy debo reconocer que el proceso, tal como está escrito en el Código, no es sino un molde vacío que asume distintas figuras al traducirse en la realidad, de acuerdo con las sustancias que se le vierten en el interior. Y es así como de un modelo único pueden surgir procedimientos de los tipos más variados en las diversas circunscripciones judiciales del mismo Estado, que aun cuando todos ellos pretenden ser aplicaciones fieles de la misma ley procesal, guardan entre sí una semejanza menor de la que tienen los hijos de la misma madre”5. Apoyo esta intervención en la voz del gran maestro italiano, sin ánimo pesimista. Por el contrario, pretendo que mantengamos los faros luminosos y las alertas encendidas. Pretendo defender el sueño 36 latinoamericano de consolidar sistemas judiciales democráticamente orientados, sueño que ya se está haciendo realidad en Colombia mediante la reforma constitucional del 2002 (Acto Legislativo 03) y la Ley 906 del 2004, que gradualmente han puesto en marcha desde el año 2005 el Sistema Acusatorio colombiano basado en el juicio y el método oral en todas sus etapas. Quizá este sea también el juicio más corto en la historia de la humanidad. Lo claro es que, sin necesidad de acudir a testigos, la palabra, mediada por lo sagrado, sale en él al paso de la verdad y la razón. Emerge con pleno poder para solucionar un acertijo que, de otra forma, podría haberse prolongado con un incierto desenlace o, cuando menos, habría quedado totalmente en manos de la justicia divina. No obstante, el fuego de ese sueño debe atizarse sin sosiego para impedir que se convierta en pesadilla. Son incontables las iniciativas frustradas solo por olvidar el pequeño detalle de que “las leyes procesales no son otra cosa que una frágil red a través de cuyas mallas presiona y a veces desborda la realidad”6. Basta asomarse a lo ocurrido en tantos países con la consagración legal del proceso oral en material civil, administrativa, penal, laboral, como Italia, Argentina o en la misma Colombia, donde hace más de cincuenta años existen legalmente las audiencias de trámite en los juicios laborales sin haber sido estrenadas jamás. Lo propio sucedió con las audiencias de juzgamiento previstas en el anterior sistema penal mixto, pues en la mayoría de los casos los oradores se limitaban a memorizar un discurso escrito que entregaban al final de cada intervención, relegándose así las potencialidades de lo oralidad. En la antigüedad de la civilización occidental prevaleció la tradición oral en los procedimientos, con un elemento indisoluble de ella: la publicidad. ¿Quién no recuerda las famosas ágoras griegas y el tristemente célebre juicio de Sócrates? Como se sabe, la justicia se impartía en la plaza pública los días de mercado, cuando los ciudadanos tenían acceso cercano, próximo e inmediato a los juicios. El pueblo, con su imponente presencia, ostentaba “el derecho de juzgar”. Pues bien: tienen sobrada razón quienes, tratando sin éxito de socavar nuestro entusiasmo, dicen que no estamos implementando nada novedoso. Tienen razón cuando afirman que la oralidad, como lo vimos en la referencia a Edipo Rey, acompaña las más antiguas prácticas judiciales griegas y luego las romanas, al igual que sus métodos de establecer la verdad. A lo que no pueden aspirar con razón es a desvirtuar las grandes posibilidades que brinda este viejo sistema, al que todos –sin excepción, opositores o partidarios– estamos ahora llamados a enriquecer y dar nuevos bríos. Fue el mismo Foucault quien nos hizo caer en cuenta cómo, desde la antigüedad, el poder de la palabra hablada ha tenido la virtud de conjurar los conflictos humanos y contribuir ágil, eficaz, eficiente y rápidamente en el hallazgo de la verdad y la razón. Es cierto que, en la opacidad de siglos ulteriores, esas huellas de lucidez se borran y refunden. Sobrevienen pavorosas épocas de decadencia. Oscurantismo que alcanzó su máxima expresión en la Edad Media, cuando se dieron crueles formas de indagación. Hoy recordamos con vergüenza las ordalías o “juicios de Dios”, en que los acusados, culpables e inocentes, enfrentaban desafíos de fuerza bruta, pruebas de hierro candente, sustancias venenosas, ollas de agua hirviendo y otros tipos de demostraciones humanamente imposibles de superar. No hay en ellos límites entre lo divino y lo terrenal. Es cierto que el Derecho de esos sombríos tiempos se convierte en una suerte de ritual violento. La verdad se pretende destapar detrás de la tortura y la opresión. Justicia y paz no se encuentran; por el contrario, no hay frontera entre guerra y Derecho. El Derecho, simple y llanamente, es la manera de continuar la guerra8. Pero también es cierto que, por fortuna, esos tiempos fueron quedando en el pasado. El proceso y sus formas jurídicas, como instrumento para investigar la verdad y aplicar justicia, adquiere perfil de capital importancia para la función judicial en el Estado Moderno. Su evolución 6 En el ciclo de conferencias que dictó en Brasil en mayo del 73, Foucault ubica la primera evidencia de indagación de la verdad en La Iliada de Homero, quien vivió en la Grecia del 700 antes de Cristo. Y la sitúa en el relato del enfrentamiento de Antíloco con Menelao durante los juegos realizados con motivo de la muerte de Patroclo. En la carrera, los dos competidores toman la delantera y a la altura de la curva ocurre una irregularidad. Menelao acusa ante el jurado a Antíloco de cometerla para ganar la competencia. Tras la negación del acusado, Menelao lo desafía diciendo: 7 8 “‘Pon tu mano derecha sobre la cabeza de tu caballo, sujeta con la mano izquierda tu fusta y jura ante Zeus que no cometiste irregularidad’. En ese instante, Antíloco, frente a este desafío, que es una prueba, renuncia a ella, no jura y reconoce así que cometió irregularidad”7. 37 PIERO CALAMANDREI, ob. cit. MICHEL FOUCAULT, ob. cit. MICHEL FOUCAULT, ob. cit. En el ejercicio profesional debemos conjurar el peligro que advierten algunos juristas en la pertinaz permanencia del alma del procedimiento escrito en el oral. El espíritu que deja vacante la escritura debe ser llenado de inmediato por el espíritu de la palabra viva. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 corre paralela a los progresos políticos y a las tendencias del Estado; desde el Absolutista al Estado de Derecho y a los contemporáneos Estados Sociales y Constitucionales de Derecho. Es así como en la época actual el debido proceso se traduce en una garantía política democrática, consagrada expresamente para la función judicial tanto en las Constituciones Políticas de los Estados como en los tratados multilaterales de Derechos Humanos. Ya decíamos que, en el campo punitivo, las alternativas de procedimiento se bifurcan en los esquemas inquisitivo y acusatorio, quedando abierta la opción generalizada de una mixtura que incluye elementos de los dos. Sabemos igualmente que la disyuntiva apunta a la elección del sistema más fluido y apropiado para encauzar la defensa de los intereses en juego y, simultáneamente, conseguir las finalidades sociales del proceso penal. El dilema, visto desde esta perspectiva, no es cuestión de poca monta. Escoger uno u otro sistema, privilegiar uno sobre el otro e imprimirle dinámica, comprometen la responsabilidad de detener el péndulo de la historia del lado de postulados más o menos cercanos al régimen democrático conquistado. “La importancia del procedimiento –señala Tomás Jofre– ha sido considerada siempre superior a las leyes penales de fondo. Se concibe que hayan existido sociedades donde la pena por imponerse dependía del arbitrio del juez, pero jamás las garantías procesales han tenido tal laxitud. La necesidad de un código de procedimientos es, pues, mucho más urgente que la de un código penal. Éste se ha hecho para castigar a los que infringen ciertas reglas de convivencia social, al paso que aquel interesa no solo a los culpables, sino que es la salvaguarda de los hombres honrados. El primero ha sido llamado algunas veces el código de los malhechores, mientras al segundo se le ha calificado como el código de la gente honrada. Es que cualquiera –subraya Jofre– puede afirmar que no matará ni robará, pero nadie puede estar seguro de que no será procesado algún día sin haber puesto nada de su parte y a pesar de su inocencia”9. III Juicio oral, valor de la palabra Con el trasfondo de aquel dilema, el timón del proceso está girando en América Latina. Mediante audaces reformas se empieza a trazar hoja de ruta en dirección al procedimiento oral. La región tomó conciencia del peligroso abismo que se abre entre Derecho y sociedad, cuando los ciudadanos sienten lejanas y ajenas las reglas que los gobiernan. Tomó conciencia del callejón sin salida al que llegaron sus formalismos inclinados a lo escrito. Por eso, muchos de nuestros países iniciaron su propia marcha en la vía del Sistema Penal Acusatorio y, ahora, Panamá fija su mirada en esa misma dirección. 9 TOMÁS JOFRE, Manual de Procedimiento, citado en la Enciclopedia Jurídica Omeba. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Les llegó la hora al valor y al poder de la palabra hablada. Valor y poder cuya fuerza se evidencia en la oralidad del procedimiento que, a su vez, instrumenta la realización de los principios de publicidad, contradicción, concentración, inmediación, integración, celeridad y eficiencia. Principios que entre sí se complementan y desarrollan. Cimiento de la función judicial que, a su vez, se erige como uno de los pilares democráticos del sistema recientemente adoptado por Colombia y algunos de sus vecinos. En efecto: se ha irrigado por casi todo el mundo jurídico que tiene influencia en nuestro subcontinente la sistemática procesal penal de corte acusatorio, cuyas principales características son: la estructura bifásica del proceso; la configuración triádica de actores. Y, un juicio oral y público con inmediación y concentración probatoria en la audiencia, contradicción, celeridad, presunción de inocencia y principio de oportunidad, valores cimeros que se constituyeron en las puntas de lanza de las democracias liberales. 38 En el procedimiento por audiencias, oral, contradictorio, concentrado, democrático y garantista, los elementos por antonomasia son la comunicación y la argumentación verbal. En el procedimiento por audiencias, oral, contradictorio, concentrado, democrático y garantista, el elemento por antonomasia es la comunicación y la argumentación verbal. Ese fue el gran avance en la infancia del género humano cuando se pasó de la fisiología del homínido a la axiología del humánido, convirtiéndose el conversar en pieza rutilante para afianzar los valores de solidaridad y tolerancia, las máximas aspiraciones del hombre. El aporte de la publicidad se suma al fortalecimiento del juez como líder natural de la comunidad, importancia tal que hoy se dice que es el único soporte de la democracia frente al descrédito generalizado de actores sociales tan importantes como los líderes políticos y gremiales. De ahí que la judicatura no debe ser en extremo hermética dando la sensación de una justicia lejana y sin compromiso. Así lo exige la sociedad pluralista. Y la experiencia señala el gran trabajo periodismo-justicia para develar y desmantelar sonoros casos de corrupción, el principal cáncer social de estos tiempos, cuya publicidad de las 39 Corte Suprema de Justicia • Revista 22 sanciones a través de la crónica judicial o de columnas de opinión desincentiva el delito. El sistema oral ofrece una apertura para que la sociedad sepa de las tareas importantes que se cumplen en los Palacios de Justicia, lo que se logra de manera directa con la afluencia personal a estas ágoras modernas, templos y escuelas de los derechos humanos, cuyos más importantes sacerdotes y maestros deben oficiar ahí, bajo la mirada atenta de la ciudadanía y de los medios de comunicación que tienen su propio marco ético-operativo pero cuyos trabajos son de prima importancia para la vigencia del Estado de Derecho, el que les permite independencia a manera de contrapoder –no necesariamente en el simple sentido de réplica sino para la crítica constructiva– en su búsqueda de la verdad a través del lenguaje y de procedimientos propios –unidad investigativa– en los que se desdeña la reserva sumarial pero se reclama con celo el anonimato de la fuente, valiosa prerrogativa de los regímenes democráticos en los que se permite y hasta se demanda una gran publicidad aun a costa de colocar a las personas en la “picota pública”, produciéndose en ocasiones roces y colisiones de los núcleos densos de derechos esenciales como los de la información y los de la intimidad personal y la presunción de inocencia, bajo el argumento discutible pero razonable de que su verdad no siempre coincide con la verdad judicial y los juicios de responsabilidad periodística no son los mismos del Poder Judicial. El expediente penal debe ser también una escuela de socialización del régimen democrático, de difusión de los derechos fundamentales, donde el juez, los intervinientes y hasta los particulares sean sus mejores y principales pedagogos en la firme creencia de que esa tarea incide en su consolidación y desarrollo porque debe estar presente en la tensión del momento creador y el transcurso de su normalidad en relación directa con el arraigo social, para que no se marchite y en cambio se implanten real y efectivamente en las bases de una democracia fuerte. “La publicidad –resalta por su parte el Tribunal Europeo de Derechos Humanos– constituye el más preciado instrumento de fiscalización popular sobre la obra de magistrados y defensores. En último término el pueblo es el juez de jueces. La responsabilidad de las decisiones judiciales se acrecienta si tales decisiones han de ser proferidas luego de una audiencia pública de las partes y en la propia audiencia, en presencia del pueblo”10. En palabras de Ferrajoli, “la publicidad asegura el control, tanto interno como externo, de la actividad judicial, pues el procedimiento debe realizarse a la luz del sol, bajo el control de la opinión pública y sobre todo del imputado y su defensor”11. A estos autorizados argumentos en favor de la publicidad de los procedimientos, se unen voces de abogados, jueces y los más destacados tratadistas del mundo jurídico. Desde Bentham y Beccaría hasta Calamandrei, Bobbio y Ferrajoli. La doctrina del esquema oral público, que en el fondo evoca las antiguas prácticas judiciales, es plenamente viable en el naciente siglo. Los avances de la ciencia en comunicaciones e investigación permiten seguir en tiempo real los juicios, aun sin que la gente esté de cuerpo presente en las audiencias, dadas las comodidades que la radio, la internet y la televisión ofrecen. Sin embargo, la legitimidad que de esta manera se imprime al procedimiento verbal no llena sola la ‘esperanzada expectativa’ de la cual hablábamos al inicio de la intervención. Se cumplirá el cometido en la medida en que el proceso impregne a toda la sociedad, permitiendo un acceso mucho menos formalista y más cercano al Derecho, acorde a las exigencias del hombre del tercer milenio. Desde la antigüedad, el poder de la palabra hablada ha tenido la virtud de conjurar los conflictos humanos y contribuir ágil, eficaz, eficiente y rápidamente en el hallazgo de la verdad y la razón. Desde hace años la doctrina y el derecho internacional sobre los Derechos Humanos venían recomendando el abandono del procedimiento penal basado en la escritura. Lo consideraban incompatible con la garantía de los acusados a un proceso público. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la Declaración Americana de Derechos Humanos y las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el proceso penal contienen disposiciones explícitas sobre la publicidad de los juicios. 10 11 12 Citado por Marcos Fernando Pablo y Ricardo Rivero Ortega en La publicidad de las sentencias en el orden contenciosoadministrativo Madrid, Edit. Civitas, 2001. LUIGI FERRAJOLI, Derecho y razón. Madrid. Edit. Trotta, 1995. GERARDO REICHEL DOLMATOFF, Bogotá, Edit. Procultura, 1985. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Y no se puede afirmar que este sea un conocimiento exclusivo adquirido en la modernidad por los estudiosos del Derecho. Por ejemplo: para los indígenas kogi que habitan al norte de Colombia, “un juicio debe ser una enseñanza de la ley”12. Para ellos, como para los mayas de Centroamérica, los juicios son ritos que se conducen a través de la palabra, dotada de tan profundo significado que hasta le atribuyen poderes curativos. Es la misma catarsis social que tanto se menciona 40 Foto: Miguel García cuando se aspira a que los procesos culminen en verdad, justicia y reparación, estándares internacionales para la justicia penal. En el primer semestre del 2006 se registró en el país un caso que ilustra el asomo de estas potencialidades del sistema acusatorio rápido y público: el debate originado con la noticia por la condena a cuatro años de prisión contra un mensajero que fue hallado responsable del delito de “acto sexual abusivo” por tocar las nalgas a una joven que transitaba por una calle bogotana. Según cuenta la mujer, los policías que segundos después aprehendieron al acusado le preguntaron si deseaba denunciarlo, abofetearlo o que le dejaran libre. Ella rechazó la ‘ley del Talión’ que insensatamente le ofrecieron los agentes oficiales; prefirió llevarlo ante la justicia para “sentar precedente” y contribuir a frenar esas agresiones callejeras. 2. El espíritu humanitario que imprime. El juez debe juzgar cara a cara al hombre de carne, hueso, sentimientos y emociones, no al “nombre” que aparece formalmente en los expedientes escritos. 3. Desarrolla la función intimidatoria al exigir la presencia física del indiciado o acusado, al igual que la difunde entre la ciudadanía y así nadie querrá estar en el lugar del acusado. 5. Exige superación constante a los abogados porque el pueblo los enaltecerá o censurará según sea su desempeño en los juicios orales. La noticia generó todo tipo de reacciones. Los noticieros de televisión y los periódicos contrataron encuestas. Las emisoras abrieron sus micrófonos para que la gente opinara sobre la condena, la legislación y la conducta del mensajero. Lo claro es que la discusión pública abierta a raíz de este caso produjo tres consecuencias inmediatas interesantes: 1. la lección social de la víctima de no responder violentamente al presunto agresor con métodos primitivos medievales, al acogerse al procedimiento legal ágil y expedito. 2. la difusión de la ley penal, y, 3. el hecho de que los ciudadanos opinen sobre el grado de justicia o injusticia de la norma que castiga severamente ese tipo de delitos, hechos reflejados en la divulgación del episodio judicial y los sondeos que los medios de comunicación realizaron durante esos días. Pero así como este episodio muestra las bondades de la implantación del nuevo procedimiento en Colombia, otros han develado problemas, sobre todo en la transición. Experiencia que debe servirles a ustedes los panameños para ser muy cuidadosos en ese aspecto, principalmente porque el cambio de sistema implica elevar las penas para poder negociar rebajas por colaboración eficaz con la justicia; así los antiguos procesados, condenados con castigos bajos, aspirarán a los grandes descuentos que por filosofía contemplará el modelo acusatorio. Resumen tomado del estudio sobre el juicio oral realizado para la Enciclopedia Jurídica Omeba por el jurista argentino Julio A. Quevedo Mendoza, 1982, Buenos Aires. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 1. El procedimiento oral asegura una mayor independencia del juez en virtud del respaldo y la mirada vigilante del pueblo que lo alejan de presiones extrañas. 4. Pone freno a los denunciantes temerarios, porque la publicidad de todas las etapas del proceso se encarga de sacarlos al descubierto. œHasta dónde se han profundizado y desarrollado las bases del proceso judicial democrático en el curso de los últimos dos milenios y medio? 13 Superado ese tipo de escollos prácticos, en estos momentos de transición conviene escuchar a los defensores de la oralidad, quienes suelen ser muy elocuentes y, en ocasiones, implacables con el sistema inquisitivo a la hora de enunciar las ventajas de la palabra hablada en el procedimiento. Entre algunas que esgrimen, sin ahorrar adjetivos para calificarlas, podemos enumerar resumida y rápidamente13: 6. Agiliza la sustanciación y desarrollo de los procesos. En nuestro medio, para no ir tan lejos, el primer expediente que llegó a la Corte Suprema de Justicia el año pasado bajo el sistema acusatorio cumplió la indagación, las dos instancias y el recurso de casación en tan solo ocho meses. Y 7. Cumple una función educativa pues la gente asimila o se apropia del ordenamiento jurídico a través de los casos que conoce, al tiempo que aprende a defender su libertad y a hacer buen uso de ella. No hace falta continuar detallando beneficios del método oral para concluir que, justamente, sus virtudes son nuestros desafíos. Así que, sin prisa pero sin reposo, al estilo de los mejores artesanos, sigamos profundizado y solidificando los cimientos del proceso judicial democrático sentados en el agreste curso de los últimos dos mil quinientos años. Lo importante de los retos es identificarlos, asimilarlos, enfrentarlos y férrea voluntad para superarlos. De nada nos sirven las reglas que privilegian formas jurídicas del sistema acusatorio o saber que la oralidad es el camino correcto. La fortaleza, como paradójicamente también el talón de Aquiles, radica en la práctica. Y en esa práctica, el valor del lenguaje y la palabra hablada. Es verdad que acabamos de abrir las compuertas a un salto trascendental, pero también es verdad que “el peor enemigo de la oralidad es el miedo a comprometerse”, como lo repite una y otra vez Calamandrei. 42 “A veces la práctica puede transformar insensiblemente la intención de una reforma, paralizando las intenciones renovadoras con una sorda resistencia, más mortífera que una abierta rebelión –advierte el gran maestro italiano–. Repetidas experiencias históricas han demostrado que la práctica actúa principalmente en el sentido de retardar la marcha del proceso... Para hacer vivir una democracia no es suficiente la razón codificada, sino que se requiere que detrás se encuentre la laboriosa presencia de las costumbres democráticas con las que se pretenda y se sepa traducirla, día a día, en una concreta, razonada y razonable realidad”14. Hoy no es suficiente, aunque sí necesario, el desarrollo de las habilidades para hablar bien que nos enseñan los manuales de oratoria. No son suficientes, aunque sí indispensables, la elocuencia, la claridad, la brevedad y lo apasionadamente ameno con que nos expresemos en las audiencias. El procedimiento oral moderno exige el dominio de estas destrezas, pero sobre todo plena conciencia del rito en que intereses sociales e individuales tan caros a nuestra conciencia occidental, como la libertad y la dignidad, apuestan su suerte a los mejores argumentos. Precisamente en la metamorfosis de las costumbres es que debemos centrar el esfuerzo de la tarea que sigue. Centrarla en el mismísimo cambio de mentalidad. El giro de paradigma altera la totalidad del clima cultural al que se adaptaron las generaciones que nos preceden. Aquí cambian las miradas del juez, el fiscal, el justiciable, el abogado y el espectador. Y cambian no solo porque queden sometidas a la luz incandescente de los reflectores o varíen radicalmente aspectos como el retorno al clásico papel del juez neutral, sino porque la palabra hablada y el lenguaje incursionan como protagonistas del cambio. Por todo lo anterior, en las audiencias la palabra no se puede prestar a un simple intercambio de pareceres. La discusión, como señala Fernando Savater, significa originariamente “sacudir, derribar, zarandear algo para que demuestre sólidas raíces o incluso arrancarlo de su suelo nutricio para que las enseñe y puedan ser comprobadas. Así es como hay que proceder con las opiniones. Solo las más fuertes deben sobrevivir, cuando logre ganarse la verificación que las legalice”17. Para tener una somera idea de cómo el lenguaje puede construir, basta mirar el formidable efecto con el que la palabra acompañó e impulsó a la Revolución Francesa. Entre otras cosas, la Revolución mostró que la totalidad del léxico de las relaciones sociales y el espectro de las instituciones pueden sustituirse casi de la noche a la mañana. El lenguaje de los derechos se ancló en la conciencia de los ciudadanos más allá de las construcciones teóricas y conceptuales de los juristas15. No vamos a hacernos esas mismas ilusiones porque sabemos que las reformas de largo aliento requieren lentos procesos sociales. Lo que sí debemos es conjurar desde ahora, en el ejercicio profesional, el peligro que advierten algunos juristas en la pertinaz permanencia del alma del procedimiento escrito en el oral. El espíritu que deja vacante la escritura debe ser llenado de inmediato por el espíritu de la palabra viva. Sin duda, es una tarea compleja. Significa articular la mirada empírica y cotidiana de los pastores de Tebas y el hombre actual con los progresos del lenguaje y el mundo del Derecho. Implica resolver los más enredados enigmas de la moderna dogmática penal en el lenguaje sencillo del ciudadano común y corriente. Implica traducir el Derecho al lenguaje del pueblo, sin perder el equilibrio ni la balanza de la justicia. El cambio requiere retornar a la oratoria, pero no a la retórica vacía de los ya casi olvidados sofistas griegos. Requiere un ejercicio forense apropiado de la razón comunicativa de que nos habla Habermas, en la cual “desde la perspectiva de los participantes, el mundo de la vida aparece como el contexto, creador de horizonte de los procesos de entendimiento”16. IV... Queda así derrumbado aquel mito de que “todas las opiniones son respetables”, porque en realidad en el juicio oral todas las opiniones deben ser discutibles. En este contexto, en el cual nuestros países se suman a una nueva era para la palabra, esperemos que la fuerza de los argumentos borre para siempre la fuerza bruta, que el poder del Derecho conquiste tal punto del péndulo de la historia que desplace para siempre la violencia en el espacio de la solución de los conflictos. En medio tendremos el poder del lenguaje, ese lenguaje que, como dice Borges, “hacen los pescadores, los campesinos” razón para acudir a las bases donde se articula la palabra. Y en ese camino, todos tenemos el gran compromiso de entrar y llenar de contenido el procedimiento oral. Asumiéndolo con responsabilidad, la función judicial tiene la misión de culminar la tarea democratizadora iniciada y soñada por las reformas en marcha. La doctrina del esquema oral público, que en el fondo evoca las antiguas prácticas judiciales, es plenamente viable en el naciente siglo. 14 15 16 17 43 PIERO CALAMANDREI, ob. cit. Sobre este tema han trabajado juiciosamente, entre otros, el filósofo norteamericano Richard Rorty y el jurista español Eduardo García de Enterría. JÜRGEN HABERMAS, Teoría de la acción comunicativa. Edit. Taurus, Bogotá, 1998. FERNANDO SAVATER, Diccionario filosófico. Edit. Planeta, Madrid, 1998. Corte Suprema de Justicia • Revista 22 Protección de los consumidores frente a los contratos celebrados por otros MANUEL ISIDRO ARDILA VELÁSQUEZ MAGISTRADO SALA DE CASACIŁN CIVIL s el de la responsabilidad civil un tema viejo y nuevo a la vez. Desde el fondo de las edades se habla de ella, y ocasiones hay en que la miramos como tema concluido; pero a poco andar, la experiencia se encarga de demostrarnos amargamente que no son sino vacuos alardes del jurista. El terreno aún por recorrer se pierde en lontananza. Los retos no parecen tener fin, y ante cada nueva situación sentimos que tambalea aquella docena de principios jurídicos que harto nos sirvieron para zanjar otro tanto de controversias y litigios pasados. En Derecho no hay quizá más vasto campo que el de la responsabilidad, y exige subsecuentemente que a diario se pase revista a los conceptos e ideas que dominan la materia, y saber qué tanta estabilidad han conservado con el paso del tiempo, sujetarlos a pruebas, contrapruebas, confutaciones y objeciones, para ver de establecer –tal como quien constata qué tan fija y atada está la hamaca en que pretenderse tumbarse–, cuán sólidos están aún, si requieren un ajuste, conservan validez o si definitivamente es aconsejable darlos de baja. E sosiego y la sencillez. Ahora la vida es embrollada y de vértigo. El mundo de los negocios, la producción a gran escala y la oferta de bienes y servicios han acelerado, no solo una capacidad de consumo, sino hasta una “necesidad” creciente y avasalladora de consumo consuetudinario. Las cláusulas de los contratos no se discuten, a menudo se imponen, pues velozmente han de tomarse decisiones al respecto que diezman de modo importante el derecho de elegir, ya que en la práctica todo se reduce a un “generoso” ofrecimiento de “o lo toma o lo deja”. Por lo tanto, aquello de que la convención y el contrato es la expresión fiel de una voluntad libre y espontánea, al cual se llegaba tras amplias deliberaciones caracterizadas por las propuestas y contrapropuestas, pujas y repujas, tira y afloje, al punto que podía decirse sin el yugo de la duda que el contrato es lo que al final pone de acuerdo a quienes no lo estaban –el armisticio del desencuentro–, ha variado, y mucho. Lo que ha dado pábulo para que algunos afirmen que al consentimiento lo ha sucedido el sometimiento, lo que es decir, se impone un deseo con disfraz de contrato, cuestión que se agrava cuando de actividades monopolísticas se trata. Ante todo, el escenario de hoy está cambiadísimo. Por cierto, las épocas pastoriles han quedado demasiado lejos y con ellas se marcharon el Si a ello se añade que el mercado, cada vez más amplio por virtud de procesos económicos expansivos y globalizantes, se ha visto forzado Corte Suprema de Justicia • Revista 22 44 a desarrollar prácticas competitivas del más diverso orden en el afán de seducir y captar el mayor número posible de consumidores, al que dedican importantes renglones de publicidad y propaganda, se patentiza sin mayor esfuerzo que el espectro de una eventual responsabilidad civil despliega un abanico enorme. Ofertas por doquier que en medio de la feroz competencia procuran ponderar sus productos y servicios, es cuestión que genera un ambiente propicio a prácticas desleales entre comerciantes, y de engaño y fraude para los consu- midores, porque la publicidad estará siempre tentada, cuando no a ganar terreno desprestigiando al adversario, a ganar méritos más allá de la realidad, encareciendo las propiedades de lo que ofrece, sobredimensionando lo suyo, incentivando a través de dádivas, regalos, sorteos y promociones, lo que, en último resultado, desvía el propósito propagandístico, cual es, en puridad, el de persuadir, y no el de reducir y asfixiar la voluntad de los destinatarios. En condiciones semejantes se hace poco menos que imposible cumplir el ideario de 45 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 El mundo de los negocios, la producción a gran escala y la oferta de bienes y servicios han acelerado, no solo una capacidad de consumo, sino hasta una „necesidad‰ creciente y avasalladora de consumo consuetudinario. Las cláusulas de los contratos no se discuten, a menudo se imponen. Foto: Archivo Syngenta que la voluntad jurídica sea espontánea, libre de apremios, y refleje en últimas el verdadero querer de los contratantes. Por supuesto que así expandidas e intrincadas las cosas, es terreno abonado para que florezca el perjuicio. Millares de víctimas por cuenta de prácticas indeseadas en el tráfago de bienes y servicios. La victimización ha ganado demasiado terreno y es de rigor buscar el modo de la reparación. En tiempos como los que ahora corren hay consenso en torno a la protección de las víctimas –tema por cierto de palpitante actualidad– y existen declaraciones universales que propenden al efectivo resarcimiento de ellas, sin lo cual, está más que admitido, es difícil lograr un orden justo y equitativo. Es lo que sucede en el mundo del consumo, punto que hoy concita nuestra atención. A buen seguro que algo se ha avanzado después de 1982, empero aún se camina a tientas en asunto que, por cierto, concierne absolutamente a todos. Si hay una zona en que todos nos veamos comprometidos, esa es la del consumo. Consumimos cotidianamente. Y sin embargo, en el país no hay verdaderas políticas que traten esta problemática que, a la verdad, crece a ritmos insospechados. Es de desear que existiera una cultura del consumidor que tenga por propósito que sepa siquiera cuáles son sus derechos y acciones; es deplorable que todavía existan consumidores y usuarios proclives a justificar sus desgracias en el consumo a fuerzas oscuras del destino o el azar, cuando en el fondo lo que se ha cometido contra él es un típico fraude. Una cultura, pues, que tienda a secularizar el punto, principalmente propiciada por el Estado a quien, desde la propia Carta Política, corresponde velar por los intereses del consumidor; debiera pues implementar ambiciosas campañas preventivas, con amplia divulgación tendiente a conscientizar a los consumidores de Corte Suprema de Justicia • Revista 21 los derechos que les atañen, para que así no se hagan presa fácil de las diversas formas que reviste el fraude. De ordinario, el vulgo identifica el fraude no más que con incumplimiento de garantías y alteración exagerada del precio, y desconoce otros aspectos que igualmente hieren sus derechos, en punto por ejemplo de los incentivos de promociones, utilización ilícita de marcas, propaganda delusiva o engañosa, y derechos como el de ser escuchado (verbigracia a través de las asociaciones de consumidores) en la toma de decisiones que lo afecten. Asimismo, no basta que en el Estatuto del Consumidor haya procedimientos que tiendan a sancionar a productores, fabricantes, vendedores e importadores, cuandoquiera que inobserven sus normas, porque hay necesidad de que ello se complemente con una clara política resarcitoria para el consumidor, esto es, la víctima. En una palabra, el consumidor queda desprotegido con que solo se sancione a quien lo defraudó. Para cuyo fin es preciso dotarlo de mecanismos expeditos y ágiles que haga menos penosos sus reclamos, los cuales, para malaventuranza suya, en veces prefiere dejarlos de lado y más bien resignarse, ante todo cuando se trata de reclamos de poca monta económica. La gente no denuncia. Y las pocas veces que lo hace, no se reduce más que buscar a la Policía en busca de apoyo, pero esta carece de herramientas eficaces para brindárselo, ante lo cual prefieren la solución sumisa y rápida de que simplemente, verbigracia, le reemplacen el bien. Más vale –dirá– un mal arreglo que un buen pleito. Por encima de todo, empero, es obligación del Estado educar hacia un consumo responsable y sustentable; lo primero, para procurar que el consumo corresponda a las necesidades reales del individuo, y que, por consiguiente, sea coherente en la materia; y lo segundo, 46 con el fin de que el consumo no ponga en riesgo elementos vitales como el de la salud propia y colectiva, con respeto hacia el medio ambiente. Hay que convenir en el punto de que el consumo no es un acto solamente personal, pues podría en dado caso afectar la familia y la comunidad entera (el ecosistema y el bienestar económico y social de la colectividad). Podrían violarse así derechos fundamentales como la vida, igualdad, intimidad, libertad de conciencia y de información; el fraude constituye una actitud punible, pues, en último resultado, es abusar de la posición económica de los productores y vendedores. Debiendo existir un verdadero Derecho del Consumo apenas sí contamos con algunos instrumentos que han venido desarrollándose lentamente a partir de 1982, anualidad en que justamente se expidió el Estatuto del Consumidor, dentro de un contexto económico algo diverso del de hoy. No más con mencionar que venimos de esquemas económicos proteccionistas, y ahora lo son internacionales, aperturistas, integracionistas y globalizantes, sin consumidores avezados para que al final en medio de sobreofertas tenga la aptitud crítica de saber elegir adecuadamente. Sin duda que las reglas han variado y las condiciones son muy otras. La defensa del consumidor no se hace esperar como deber del Estado, quien debe extremar el control en el aspecto preventivo, todo lo más para evitar hasta donde sea posible que toda problemática llegue necesariamente a reclamar una respuesta institucional (administrativa o judicial). Ante todo un consumidor informado, y más que eso, bien informado. Cuando un Estado espera más sancionar que prevenir y remediar dice de su poco adelantamiento. No recién se menciona todo esto y se agolpan en la memoria varios postulados que han dominado el derecho privado; para decirlo en breve, acucia el interrogante de si ante un comercio tan veloz resultan apropiadas las soluciones hasta ahora aplicadas. Principios tales como el de la diligencia que debe desplegar quien contrata; el comportamiento de un buen padre de familia que debe ser cauto a la hora de comprometer sus intereses –es sólita la afirmación de que el derecho no está para defender a los mentecatos y a los imbéciles–; y que es tolerable entre los negociantes un dolo “bueno” incapaz de dañar, preceptos todos que por sabidos y estudiados que se tengan, ante ese cuadro de cosas que referidas se dejan clamar por nuevas cavilaciones. Así, en un comercio de las características que vienen de dibujarse, ¿por ventura, está el consumidor en condiciones de verificar y someterlo todo a comprobación, antes de adquirir un bien o convenir un servicio? Ciertamente no. Por cierto que no está educado como consumidor. Aunque se diga que el consumidor debe adoptar ahora un papel protagónico (desplegar cierta diligencia para un bien elegir), exagerado fuera que por ese sendero se le exigiera cuanta constatación previa deba adelantar en ese sentido, aparte de que lo que es esperable en todo ambiente, aun en el comercio, es el reinado de la buena fe. En plena conexión con lo anterior, es preciso igualmente ponerlo a resguardo de una publicidad que, amén de avasallante, resulta, cuando no enteramente engañosa, apenas sí la cubre un velo sutil; a la verdad, la publicidad ingresa por todas partes, la radio y televisión, en la calle, las vallas, murales, Internet, en la oficina, en los escenarios recreativos y deportivos. Por doquiera. Es ubicua y ofrece de toda clase de productos y servicios. Y tras los potenciales clientes o consumidores, echando mano de un lenguaje hiperbólico, no ahorra esfuerzos para aderezar y encarecer las cualidades de lo que ofrece, prevalida acaso de lo que entre comerciantes se denomina históricamente como dolo bueno, lo que es decir, ese margen de tolerancia para ponderar los productos, y que, dícese, no alcanza a ser pernicioso; empero, tan singular permisión no parece encontrar hoy cómodo sitio en estas materias –ni quizás en las otras–. Está prohibida la propaganda engañosa, y a lo que parece el engaño no admite en puridad gradaciones ni términos medios, asunto en el que hoy se espera una total transparencia y sinceridad. Y las alabanzas atrapadoras de la publicidad conspiran contra ello. La publicidad no debe contaminar el consentimiento libre y espontáneo del consumidor, punto que rehúsa la práctica entre productores de rivalizar mediante las astucias, lisonjas y halagos que buscan influir indebidamente en el ánimo de las personas. Adrede se reservó el último lugar para el principio de la autonomía de la voluntad y la libertad contractual, y sus secuelas obvias, tales las de que el contrato es ley para las partes (pacta sunt servanda), y que a los demás ni aprovecha ni perjudica (res inter allios acta), porque son los que nos acercan más al tema. De entrada recuérdese que ellos son emblemas que desde siempre han entregado a las partes la potestad de dirigir sus designios contractuales sin más gobierno que el de su propia voluntad y el del orden público y las buenas costumbres. En el contrato así lo harán saber por medio de sus cláusulas, y lo convertirán en su propia ley (artículo 1602 Código Civil). Solo en caso de que algo olviden, la normatividad –la otra ley, ¿o la verdadera ley?– las suple. Entre tanto, son soberanos los contratantes. Así para crear el vínculo como para anonadarlo, pues a la menor señal de su voluntad y deseo podrán hasta darlo por concluido. La doctrina liberal individualista con todo su apogeo. ¿Bueno o malo? ¿A los principios en cuestión les ha llegado la hora crepuscular, porque hay un mundo nuevo que no los resiste? Antes de responder es preciso enfielar el ánimo. Porque con todo y lo que se diga, no es apropiado dudar de que el individualismo y su principal expresión jurídica –el contrato– constituye un incomparable motor de progreso y desarrollo, habida cuenta de que se trata del más eficaz móvil de circulación y distribución de las riquezas. Ni regímenes como el de Rusia pudieron dar con él en tierra; y se tornó axiomático que mientras haya hombres, el interés privado será la palanca encargada de mover el mundo, razón de su luengo trasmigrar y dilatada vigencia. Así, pues, arrasarlo no parece verosímil. No. El ocaso de tal molde contractual no ha llegado todavía. Aún goza de buena salud; antes bien, se multiplica a cada paso. Pero, eso sí, como producto social que es, no puede ni debe escapar a la evolución. Basta entonces acomodarlo a las nuevas realidades sociales; con una buena dosis de 47 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 prudencia y sensatez, se procurará que cumpla los genuinos fines que lo inspiran, y que no sea utilizado para desvaríos que caigan en ásperas iniquidades. El individualismo tiene que aprender a convivir con los derechos de la colectividad. En cuanto que los postulados prístinos del derecho civil han de servir de adarga para el menoscabo de otros derechos, un legislador insomne tiene el deber de conjurar el riesgo que así se cierne sobre la comunidad. Aquí los ojos no pueden rendirse al sueño. Entonces será ineludible intervenir, no para aniquilar la iniciativa privada, sino para colocarla en su justa proporción; no hay que perder de mira que si la economía es dirigida, y el contrato es una de sus más salientes facetas, no tendría por qué escapar a dicha dirección. El Estado garantiza la iniciativa privada, pero responsable. En esa hora, pues, habrá contratos dirigidos, vigilados y controlados, tanto en su formación como en su ejecución. Y la jurisprudencia, siempre a la vanguardia de las transformaciones sociales, no estará menos obligada a hacerlo en el entretanto. Esa, su misión primordial, su razón de ser. Procurar que el espíritu de las normas cumpla su cometido de justicia y equidad. Ejemplo de todo lo discurrido se palpa evidentemente en el secular principio que se conoce con el aforismo res inter allios acta. Porque él, hijo que es de la autonomía de la voluntad y la libertad contractual, ha proclamado inmemorialmente que el contrato es cosa de los contratantes, suya, y no de los demás. Vale decir, que si la piedra de toque en el contrato es el consentimiento, solo a quienes concurrieron a expresarlo, y dar vida al contrato, podrá afectar. Los demás son ajenos al mismo, y no podrán perjudicarse, ni aun beneficiarse, de sus efectos. Así, de viejo cuño se entiende que tal principio está guarnecido y guardado de una gruesa reja que rechaza toda injerencia extraña. Cosas todas que parecen incontestables. Empero, su aplicación draconiana puede llevar a inclementes soluciones. La Corte Suprema de Justicia así lo ha visto y ha reclamado la morigeración del punto, según las líneas que siguen, a saber: En un primer caso, alusivo a un consumidor de servicios bancarios, da cuenta de un beneficiario de un cheque que, tras recibirlo de su librador lo consignó en su propia cuenta; pero acertó a suceder que sorpresivamente el girado, quien vinculado estaba mediante un contrato de cuenta corriente con el librador del instrumento, lo devolvió de modo irregular, circunstancia que aparejó para el beneficiario el incumplimiento de compromisos adquiridos para con terceros y de ahí unos perjuicios. Sintiéndose, pues, lesionado el beneficiario, elevó judicialmente su reclamo contra el banco, pretensión que encontró eco en los juzgadores que, amén de hallar inaceptable la devolución, establecieron también la existencia de perjuicios. Lo interesante aquí es que al analizar esa problemática, la Corte concluyó que si bien el beneficiario de un cheque impagado es un extraño de cara a la relación jurídica que une al banco girado con el cuentacorrentista, nada obsta para que pueda accionar directamente Corte Suprema de Justicia • Revista 21 contra la entidad bancaria, pues razones de peso hay de por medio que descubren cómo la ejecución o inejecución de un contrato, que en principio es asunto que únicamente atañe a las partes del contrato, es cuestión de la que pueden desgajar efectos también contra terceros, quienes, por ende, habilitados están para deducir y reclamar del Banco, a despecho de que el contrato que este incumplió lo celebró fue con otro. Lo demandará entonces extracontractualmente. Y todo porque aunque es cierto que lo del cumplimiento o incumplimiento de los contratos es asunto que, sin ir muy lejos, se discute solo dentro del marco jurídico contractual y no más que entre los contratantes, planteamiento que parecería encontrar apoyo en el célebre principio de res inter allios acta, de modo de pensar que “las acciones que allí se deriven no tienen más titular que ellos mismos” y que, en ese orden, “todo intento de los demás por penetrar en el contrato ha de ser rehusado”, lo cierto es que esto, hoy día, no es algo absoluto. La premisa de la que debe partirse es la de que un hecho puede generar diversas proyecciones en el mundo jurídico; puede evidentemente proyectar múltiples consecuencias nocivas y generar muchos daños, bien a una misma persona o a varias. En fin, herir intereses de aquí y de allá. Un hecho, aunque haga parte de un negocio jurídico, puede por ejemplo desprender consecuencias no solo civiles sino también penales, y todas serán juzgadas en sus respectivos ámbitos. “Un hecho ilícito puede asimismo dejar muchas víctimas, aunque no todas estén en idéntica relación con su autor, y en ese orden de ideas concurrir allí responsabilidades diversas. Los perjuicios de un comportamiento anticontractual, verbigracia, podría lesionar no solo al co–contratante sino afectar a terceros, e incluso llegar a afectar no más que a terceros: el mismo hecho con roles jurídicos varios” (Cas. Civ. Sent. de 2 de marzo de 2005, exp. 8946–01). Ahora. Es claro que dicho tercero en la búsqueda de la reparación de los perjuicios no puede alegar ante los tribunales que la prestación incumplida le pertenece, ni resentirse por ejemplo de la mora. Simplemente ha de alegar que un hecho, mondo y lirondo, le ha irrogado daño, “y que si ese mismo hecho hace parte de una relación jurídica que le es extraña, allá lo que suceda entre quienes tengan esa relación jurídica contractual, porque poco o nada le interesa; pero que mientras tanto aquí, por lo pronto, el autor de tal hecho ha de responderle. He ahí a la conducta de un contratante generando responsabilidad extracontractual. Dicho de modo axiomático: dirá que no demanda al contratante, sino al agente de un hecho” De ahí, pues, que a juicio de la Corte es “inexacto pensar que lo que suceda por fuera de las lindes contractuales no interesa al Derecho. Ese no es el genuino alcance del principio res inter allios acta. En la periferia del contrato hay terceros, como se vio, a los que el incumplimiento del contrato alcanza patrimonialmente, del mismo modo como en el hecho culposo de un tercero –para traer una hipótesis de contraste–, podría estar la causa determinante del incumplimiento 48 contractual, convirtiéndose en reo de responsabilidad extracontractual. Las dos cosas se regirán por esta especie de responsabilidad. De no, forzoso fuera compartir la teoría de que el contrato constituye una coraza para quienes lo celebran, quienes jamás podrían ser demandados por extraños que, aunque perjudicados, son ajenos al mismo; y que, por ahí derecho, los hechos que entran a formar parte del mundo contractual, no pueden causar sino lesión negocial”. Un segundo caso, este en el terreno de los consumidores de seguros, fue el de una viuda que, al fallecer su esposo, quien tenía un seguro de vida como deudor hipotecario de una entidad financiera, reclamó de la aseguradora el pago de la deuda al acreedor, todo bajo el entendido de que esta era la prestación acordada en caso de su deceso y sobre la base de un interés evidente en que el pago se hiciera. Lo cierto es que, negado este por la aseguradora, la viuda instauró la acción pertinente para obligarla a ello, reclamación que acogieron los juzgadores. Un pedazo de la discusión de allí coincidía básicamente con la del otro caso citado como ejemplo; si la viuda, también los hijos del deudor fallecido, que ajenos eran a la relación aseguraticia controvertida, podían penetrar los confines del contrato con una pretensión de tenor semejante. Y concluyó la Corte que si bien estos son terceros, que no parte en el contrato, el interés en el cumplimiento del contrato que en ellos se atisba les permite accionar contra la aseguradora en ese propósito, pues que, en últimas, no son terceros absolutos. A dicha conclusión arribó la Corte tras volver nuevamente sobre el reconocido aforismo romano res inter allios acta tertio neque nocet neque prodest, con arreglo al cual las convenciones no tienen efectos sino entre las partes contratantes, principio que, por exclusión, indica que su fuerza vinculante no lo puede ser para los demás. El contrato, pues, es asunto de contratantes, y no podrá alcanzar intereses ajenos, pues “grave ofensa para la libertad contractual y la autonomía de la voluntad fuera de otro modo. El principio de la relatividad del contrato significa entonces que a los extraños ni afecta ni perjudica; lo que es decir, el contrato no los toca, ni para bien ni para mal” (Cas. Civ. Sent. de 28 de julio de 2005). Mas, postulado como ese, entendió la Corte, no puede ser valladar ni cerrojo que impida todo reclamo que roce siquiera con la prestación surgida de un contrato de seguro con las características que tenía el analizado. Concluirlo de ese modo, observó, “no puede ser sino el fruto de un criterio inspirado en términos absolutos, que, dicho al paso, a modo de gran paradoja, tiende a explicar lo relativo que son los contratos”. Es que, aun cuando la autonomía de la voluntad sigue siendo uno de los pilares más visibles en la vida contractual de los individuos, debe admitirse que ha tenido que resistir ciertos ajustes, más cuando de por medio hay un interés que trasciende la frontera de lo estrictamente privado, casos típicos del precio en el contrato de arrendamiento o en las ventas de mercaderías básicas de un conglomerado, y también cuando él resulta irrisorio o sumamente lesivo para uno de los celebrantes; lo propio sucede con la teoría de la imprevisión, para no citar sino unos cuantos ejemplos. Decir a secas que el contrato no afecta a terceros conlleva vaguedades. Por más que el contrato legalmente celebrado amerite el reconocimiento de todos, no son pocos, sin embargo, los casos en que estos afectan a personas que no son sus celebrantes en sí. En resolución, el criterio de la Corte en este sentido es que no puede echarse al olvido “que en los alrededores del contrato hay personas que ciertamente no fueron sus celebrantes, pero a quienes no les es indiferente la suerte final del mismo. Dicho de otro modo, no solo el patrimonio de los contratantes padece por la ejecución o inejecución del negocio jurídico; también otros patrimonios, de algunos terceros, están llamados a soportar las consecuencias de semejante comportamiento contractual”, como sucede cuando los perjudicados con la muerte de una persona demandan porque consideran que hubo incumplimiento del contrato de transporte. Ahí ellos no alegan ser partes o acreedores de contrato; se limitan a decir que la no ejecución de un contrato, un hecho jurídico, les ocasiona daños reflejamente. Así, es evidente, entonces, que decir a secas que el contrato no afecta a terceros conlleva vaguedades. Ha de recordarse que por más que el contrato legalmente celebrado amerite el reconocimiento de todos, 49 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 expresión de que en los contornos de los contratos revolotean intereses ajenos al mismo, los cuales no es posible rehusar o acallar no más que con el argumento de que terceros son. Por caso, ¿cómo decírselo a la viuda de acá? Cierto que el deudor fallecido no es el beneficiario del seguro contratado; que su vida se aseguró para bien del acreedor, en este caso el banco. ¿Quién podría negarlo ante la letra clarísima del artículo 1144 del Código de Comercio? De modo que solo el banco es titular de las consecuencias directas del seguro contratado. Pero a más de él también está indiscutiblemente interesada la viuda y los herederos, dado que las secuelas indirectas del contrato, señaladamente el no pago del seguro, le perjudica. De la suerte de aquel contrato pende y en mucho la de la sociedad conyugal que tenía con su marido fallecido. Y algo similar les acontece a los herederos. Más todavía: incluso podría ser que al beneficiario del seguro no le interese hacerlo valer –lo demuestra este proceso– porque a la vista tiene otra garantía como la hipoteca y sacará ventaja de quienes, atemorizados por la pérdida de sus bienes pagarán, y hasta con prisa, o que después de todo no le duela el incumplimiento de la aseguradora cuando le ha reclamado –cosa no infrecuente porque la experiencia se ha encargado de develarlo así más de una vez–, y entonces sería exacto afirmar que no hay mayor interesada que la viuda misma”. Foto: Colprensa El consumidor tiene derecho a la información. Y más que eso, a ser bien informado; de no, se torna en fácil víctima de un derecho laberíntico y complejo que en principio no estaría hecho para legos. no son pocos, sin embargo, los casos en que estos afectan o aprovechan a personas que no son sus celebrantes en sí. Tal es el caso de la causahabiencia, consistente en que quien contrata no solo lo hace para sí sino también para sus causahabientes bien a título universal o singular. A lo que añadió: Pero de mucho más interés es el caso de los acreedores de las partes. La suerte de ellos depende de la gestión patrimonial que haga el deudor. Si exitosa o ruinosa, cuánto mejor o peor, de lo que se deduce “que el contrato sí afecta a ciertos terceros; a lo menos, indirectamente. En estrictez jurídica los únicos que escapan definitivamente de sus efectos, son los terceros que se denominan absolutos, es decir, totalmente extraños, que, según la doctrina, reciben por ello mismo la denominación de penitus extranei”. Por donde surge que si con arreglo a dicho apotegma los contratos afectan a propios y extraños, inaplazable es puntualizar que las consecuencias directas del contrato, de acuerdo con el principio de la relatividad del mismo, las soportan o usufructúan exclusivamente los contratantes; evidentemente, la condición de acreedor o de deudor solo se concibe respecto de quienes consintieron en el vínculo jurídico. Pero también que “las secuelas indirectas que de ello se derivan las soportan o aprovechan ciertos terceros; por cierto, si alguien paga lo que debe por virtud de un negocio, ese pago puede beneficiar a los acreedores de quien lo recibe”. Las conclusiones de estas explicaciones las condensó la Corte del siguiente modo: “Es apodíctico, así, que en el buen o mal suceso de los contratos hay mucha gente interesada. Bien fuera admitir la Corte Suprema de Justicia • Revista 21 50 “Aquí, en este caso, la realidad se manifiesta con inigualable poderío y enseña cómo hay un entorno negocial que, inspirado en un clima de confianza, impide apedazar sus varias aristas. Con poco que se fije la vista, es paladino que hay en él cierta unidad en el designio convencional (mutuo–seguro) pues quienes participan son sabedores de los fines que refleja la negociación toda, de tal suerte que muy artificioso es que las defensas se armen desarticulando las distintas partes del todo. Es posible que una mirada fragmentaria del asunto –como cuando se dice que ella no es beneficiaria del seguro– genere conclusiones que, siendo incontestables, pudieran dirigir los pasos del litigio hacia otros resultados. Pero tal argumento algo deja de lado. Y sin alumbrarlo todo, habría una verdad a medias. “Cómo no va a venir en pos de la viuda todo lo explanado en torno al principio de la relatividad de los negocios. Mayormente si de contratos de seguro de vida se trata, en el que, como se sabe, son convenciones destinadas por antonomasia a producir efectos a favor de personas que no han participado en su celebración. Y más todavía por el contexto en que suele contratarse tal tipo de seguros. El deudor no fue por cierto un penitus extranei, esto es, un extraño por entero. Siempre estuvo en los alrededores del contrato; tanto, que la realidad del crédito supeditada estaba a la existencia de la garantía del aseguradoras dejaron fomentar y crecer tal esperanza, algo faltó en materia de ilustración oportuna para desvanecer aquella idea generalizada. El consumidor, ya se dijo, tiene derecho a la información. Y más que eso, a ser bien informado; de no, se torna en fácil víctima de un derecho laberíntico y complejo que en principio no estaría hecho para legos. Y una normatividad así, donde el seguro se aleja del fin económico y jurídico para el que fue creado, que vuelve la espalda al hombre común que es al fin y al cabo su destinatario, no cumple los principales roles del Derecho, que propende ciertamente a un orden justo y equitativo. seguro, cuya prima, de otra parte –y no porque se cite en segundo lugar es lo menos importante–, debía asumir él. Todo eso podría alegar él si se pudiera hablar después de muerto. ¿Cómo entonces imponerles a sus causahabientes el aspérrimo mandamiento del silencio? ¿Acaso no son ellos los que a la postre resisten las consecuencias económicas del caso? “Lógicamente que la viuda ni nadie distinto del beneficiario del seguro podría demandar la prestación del seguro para sí. Bien es verdad que el contrato no puede convertir a un tercero en acreedor; y tampoco, agrégase, en deudor. Cosa que no está haciéndose aquí: no se remite a duda que eso concierne exclusivamente al beneficiario. Simplemente está exigiendo que la aseguradora pague lo que debe; y hay que entender en sano discernimiento que la súplica es que pague a quien debe pagar, esto es, a la Caja, cual resultó ordenándolo el tribunal. Interés de sobra tiene en ello. Si la Caja halló gratuitamente quién le asegurara que a la muerte del deudor tenía derecho a un monto igual al saldo insoluto de la deuda, y si para así ponerse a cubierto de eventuales pérdidas acudió a que su deudor pagase por ello (las primas del seguro), la viuda puede elevar su voz, precisamente porque la función económico–jurídica del seguro ha sido puesta en vilo ante la paciencia, aquiescencia, pasividad o tolerancia de la Caja. Dicha actitud causa de rebote un perjuicio en el patrimonio del causante y a su turno en el de la herencia y sociedad conyugal. Perfectamente dirá la viuda que los seguros, y más lo que le han costado, son para eso, para cumplirse, porque esa es su función normal y corriente; que para algo ha de servir el seguro. Cuando el seguro disputado en este juicio se contrató, es verdad meridiana que el deudor, tanto o más que el propio banco prestamista, está interesadísimo y hasta muy confiado en las proyecciones económicas que tal seguro reflejaría en su órbita patrimonial, y acaso fue por ello que decidió pasar por la condición de pagar, de buen grado o no, la prima a la aseguradora que de ordinario, dicho sea de ocasión, le señala el mismo banco. Difícil imaginar interés más fúlgido. Mandarle que no despegue sus labios porque no es parte en el seguro, o porque el banco, que sí es parte, puede obrar a su antojo, resulta una orden desproporcionada e inicua. Oírla, pues, parece lo más sensato y de elemental justicia”. Así lo exige el derecho del consumidor, porque sus normas, en su mayoría de claro sabor de orden público, están hechas para restablecer el equilibrio perdido entre productores y consumidores. Con estas pocas ideas lo que se busca es simplemente llamar la atención sobre la orientación y dirección que ha de guiar el tema de los consumidores y su protección, y excitar la controversia en bien de un inaplazable Derecho de Consumo. Si así fuere, complacido me declaro. Después de todo, agrégase ahora, es necesario crear un marco de confiabilidad en el consumidor de seguros. Y no parece que lo haya habido cuando millares de consumidores de este tipo de seguros guardaron la ilusión, y no sin motivo, de que a su muerte la vivienda quedaba librada para su consorte e hijos; que el Banco acreedor exigiría que el seguro se cumpliera, y de ahí que haya pasado por condiciones tan onerosas como el solucionar las primas siempre en incremento. Por su mente no pasó que el tecnicismo aseguraticio les hiciera una mala pasada y que, en vez de encontrar una solución de vivienda, dejase a la posteridad sin el derecho fundamental a una vivienda digna. Si las 51 Aun cuando la autonomía de la voluntad sigue siendo uno de los pilares más visibles en la vida contractual de los individuos, debe admitirse que ha tenido que resistir ciertos ajustes, más cuando de por medio hay un interés que trasciende la frontera de lo estrictamente privado. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 La subordinación laboral en la jurisprudencia LUIS JAVIER OSORIO LÓPEZ MAGISTRADO SALA DE CASACIŁN LABORAL Introducción N os proponemos examinar uno de los temas, tal vez el más sugestivo y siempre de actualidad, cual es el papel que ha jugado la subordinación en el derecho del trabajo, mirar cómo se ha desarrollado este elemento en la jurisprudencia, el que de seguro de alguna manera termina dándole vida al contrato de trabajo, punto de partida en el desarrollo de los procesos con el que se orienta la tutela efectiva de variados derechos fundamentales y motiva la apertura del sendero de la actividad procesal, con el horizonte de garantizar la uniformidad de la doctrina que se inspira en los principios constitucionales de seguridad jurídica y de igualdad en la aplicación de ley. Pues aunque parezca que con la sola prestación personal del servicio se puede patentizar el contrato de trabajo, no hay duda de que aquel elemento resulta siendo el centro de atracción desde el cual parte la formación de la estructura propia del derecho laboral, cuyo nacimiento como disciplina jurídica autónoma surge de la necesidad de independizarse del derecho civil, luego de que se razonara que al verse mezclado con una serie de institutos de ropaje capitalista no era posible tener el reconocimiento justo, habida cuenta de que, por tratarse de una relación jurídica surgida del ser humano, era la propia persona del trabajador quien se ponía a disposición de un colocador para que aprovechara su energía y que, por tanto, su protección debía ser la mejor. 1 ERMIDA URIARTE, Óscar. ”El concepto de subordinación o dependencia en el derecho laboral y de la seguridad social”. Revista Tributaria, Montevideo 1983 T. X. Núm 52. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Se hacía ineludible la desmembración porque, de lo contrario, se podría dar lugar a la generación de muchos problemas que entorpecerían el buen desarrollo de aquella disciplina, en tanto que al estar separada se robustecería el principio protector y tuitivo de los derechos laborales, a través de una legislación disciplinada que permitiera el cultivo serio, paciente, ponderado y mesurado de la jurisprudencia adoctrinada, con encargo responsable de proteger la labor subordinada propia de ese trabajador jurídicamente dependiente y económicamente desigual1; subordinación que, para qué negarlo, se ha tratado de ocultar con la aparición de nuevas formas de trabajo independiente. Cierto es que son muchas las actividades que, a pesar de prestarse el servicio personal, no entran en la esfera del trabajo subordinado, no quedan amparadas por la legislación laboral y su participación en el escenario jurídico cada vez se torna más dificultosa por las nuevas estructuras en la forma de producir y de contratar, porque ya no resulta extraña la tercerización de servicios, nuevas modalidades en la dirección técnica, planificación en las decisiones y responsabilidades, ejecución autónoma de instrucciones, orientación para buenos rendimientos en la producción, a efecto de obtener un mejor precio por la labor desarrollada, lo cual resulta siendo más atractivo por superar las escalas salariales, con lo que se permite la deslaborización y, por ende, el alejamiento de la subordinación jurídica. I. La historia la hacen los hombres, la jurisprudencia la hacen los jueces Recordando el pasado, vemos que después de tantos años de lucha por la justicia social, por la proyección del artífice del trabajo hacia una auténtica seguridad social, del respeto por la dignidad y el acer- 52 „El sentido de justicia, mediante el cual se aprecian los hechos y se siente rápidamente de qué parte está la razón, es una virtud innata. Ocurre como en la música: la más alta inteligencia no sirve para suplir la falta de oído‰. Calamandrei Foto: Archivo Syngenta Foto: Juan Pablo Gómez camiento a la igualdad, como que es mucho el rezago que queda de esa esclavitud que comienza con la condena para Adán a sacar de la tierra el alimento mediante el sudor de su rostro como se comenta en el Antiguo Testamento o cuando se sentaba como regla la de que los señores solo debían saber cómo mandaban lo que el esclavo tenía que hacer, mientras ellos se ocupaban de la política y la filosofía2, o Presentadas las distintas formas de contratación, tendientes a mejorar el éxito de la empresa que permiten el abordamiento de nuevas tecnologías y nuevos sistemas organizacionales, la subordinación se va alejando o esfumando. educación, el de libertad de expresión, libertad ideológica, libertad de empresa y el de la tutela judicial efectiva, a lo que desde hace rato está invitando el Estado social de derecho, de cuyo respeto dependen las buenas relaciones entre las clases sociales como una segura realidad en la organización de los pueblos. Como es natural, todo debe atemperarse dentro de un sano sentimiento de justicia que busque la igualdad material para todos; es decir, que abarque a toda la sociedad, con el que se le reconozcan sin más los efectos de la subordinación sin permitir que se antepongan criterios inescrupulosos orientados a arrebatarle esa característica, con la proterva intención de desconocer derechos que son el fruto de la siembra y entrega con dedicación de la fuerza de trabajo, a los que se aspira recibir al terminar la relación porque se cree corresponder en razón a la participación activa, con lealtad, fidelidad y decoro, todo con sentido de pertenencia en el éxito de la empresa. III. La subordinación frente a la jurisprudencia la condena a quedar vinculado al trabajo de por vida, sin más que la entrega de una deficiente alimentación como retribución3. Admitamos que aquella retribución hoy se traduce en el recibo de un salario exiguo que apenas alcanza para una mediana alimentación y un poco de protección sanitaria; descuidándose su integralidad, que abarca el amparo al trabajo, a un nivel económico decoroso, a la salud completa, a la educación y a la vivienda entre otros derechos, instituidas en la Constitución Nacional, como aspiración inmediata del subordinado jurídico, lo que debe ser un programa de gobierno con voluntad política firme, segura y bien orientada, hoy apenas insinuada y difícilmente adelantada por los gobernantes de una gran mayoría de Estados. II. Sentimiento de justicia En este contexto, es conveniente subrayar que, como todos los conceptos humanos importantes, la justicia presenta variadas interpretaciones, las cuales lógicamente dependen del saber del juzgador que se adquiere del conjunto de preceptos, valores y principios que encierra la dogmática jurídica, pues todo depende del pensamiento abierto proyectado al deber ser de las cosas, de la formación, del aprendizaje selectivo y de la cultura general de cada cual. La jurisprudencia, estimada en el derecho romano clásico como la ciencia de lo justo y de lo injusto, se define por Justiniano como la que plasma la interpretación de la ley hecha por los jueces, especialmente por los altos tribunales encargados de unificar la aplicación de la ley, calificándosele por la doctrina desde antaño como la “Ley que vive” que por su uniformidad y no contradicción con la ley y la Constitución Política enaltece la judicatura, no dejando de observar que puede rectificarse o corregirse cuando la legislación cambia y, aun sin variar, cuando se presentan nuevos y mejores análisis o criterios relacionados con la protección de los derechos fundamentales, porque a pesar de desearse estable, ella no puede ser estática4, dados los cambios socioeconómicos, permitiendo que sea la misma jurisdicción que la ha emitido la competente para realizar la respectiva actualización, ojalá dentro del mismo proceso, pues debe recordarse, como lo advertía Couture5, que este es en sí mismo un instrumento de tutela del de- 2 3 4 5 Ya desde Platón de manera racionalista se fundaba en la actuación del propio obrar y, en el siglo XX, se habló de la Justicia Social como concepción que halague a quienes vivimos del trabajo sin comprometer ni las clases ni lo económico, dentro de un marco de intervención sincera y oportuna del Estado, para que fije metas tendientes al reencuentro de los trabajadores y su armonía con la empresa, procurando el reconocimiento y defensa de sus derechos, entre ellos el del trabajo, el de la igualdad, el de la intimidad, el honor, el de reunión, el de 55 ARISTÓTELES. Política. L. I. Capítulo II. DE BUEN, Néstor. Derecho del Trabajo T. I. POUND Roscue, citado por Charles E. Wizanski, Jr. En su obra Reflexiones de un juez. COUTURE, Eduardo J. Fundamentos de Derecho Procesal C. Buenos Aires, 1958. De conformidad con el Art. 59 de la L. 6ª de 1945 se crea la Corte Suprema del Trabajo, iniciando periodo el 1º de septiembre de 1945. Luego, según el Art. 38 del Decreto Extraordinario 1745/45, se establece que el Tribunal Supremo del Trabajo –mientras se expide el Código Procesal del Trabajo– debe funcionar como asesor del Gobierno Nacional en la elaboración de los proyectos de ley. Finalmente por mandato del Art. 3º regla 6º de la L75/45 es que el Tribunal de Casación Laboral adquiere su función plena. Sus primeros magistrados fueron Diógenes Sepúlveda Mejía, Castor Jaramillo Arrubla y Luis Alberto Bravo. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 recho, es el vehículo de la justicia dentro de un régimen democrático propio de un Estado social de derecho. ella, el moldeamiento de ese elemento esencial para la vida laboral de los asociados. Desde la vigencia de la Ley 6ª de 1945 y su decreto reglamentario 2127 de igual año y luego con el Decreto 2158 de 1948 –artículos 23 y 24 del C. S. del T.– para los jueces no ha sido fácil sostener un pedestal seguro para la subordinación jurídica a través de la jurisprudencia, pues, con el correr de los años, con la industrialización se ha venido nublando el efecto jurídico del instituto, como si se quisiera recobrar para el derecho común de donde se independizó. Con evocación del pasado, desde las sentencias de los años 1946 y 1947 el Tribunal Supremo del Trabajo en cabeza de los honorables magistrados Castor Jaramillo Arrubla, Diógenes Sepúlveda Mejía y Luis Alberto Bravo, se emprende la interpretación de aquellas normativas, diferenciándose lo que es el trabajo independiente y dependiente y entre trabajadores libres y subordinados, definiendo que aquel era el que se realizaba “sin sujeción a ningún patrono, con autonomía, en virtud de la actividad libre del individuo, mediante la celebración de actos o contratos de derecho común”, y este “el que se presta con sujeción a un patrón, mediante un contrato de trabajo7”. No obstante, es a partir del 21 de diciembre de 1945 por virtud de la Ley 75 del mismo año, cuando se inician las actividades propias de la casación por el Tribunal Supremo del Trabajo. Se comienza de manera disciplinada la elaboración de la jurisprudencia laboral6, y con La jurisprudencia, estimada en el derecho romano clásico como la ciencia de lo justo y de lo injusto, se define por Justiniano como la que plasma la interpretación de la ley hecha por los jueces, especialmente por los altos tribunales encargados de unificar la aplicación de la ley, calificándosele desde antaño como la „ ley que vive‰. 6 7 8 9 10 11 12 13 14 GACETA DEL TRABAJO T. I., número I, septiembre de 1946. Páginas 43 a 46. GACETA JUDICIAL. Casación de julio 26 de 1947, con ponencia de Castor Jaramillo Arrubla. T. II. 1947. GACETA DEL TRABAJO II.5 Pág. 284.Casación de julio 26 de 1947. Ecuador, C.T, Art. 8º., El Salvador. C.T. Art. 17, Argentina, Arts. 21, 22, 23 y 25 LCT, Mèjico, Art. 20 L:F:T., Brasil, Art. 3º C.L.T, Perú, L. de P. y C., Art. 4º, Panamá, C:T: Arts. 62,64 y 65, Guatemala, C.T. art.18, Costa Rica, Art. C.T. Arts. 5º y 18, República Dominicana, Art. 1º. C.T., Chile, C.T. Arts. 3º y 7º., Venezuela, Arts. 39 y 67 L.O.T. Paraguay C: T. Art. 18, C.T. y Honduras C.T. Arts. 19 y 29, entre otros DE LA CUEVA, Mario. Derecho Mexicano del Trabajo T. I. Pág. 381. México 1943. El artículo 53 de la Carta Política consagra algunos principios del Derecho del Trabajo, entre los que se encuentra el de la primacía de la realidad. PLA RODRIGUEZ, Américo. Los principios del Derecho del Trabajo Paf. 15l–Uruguay. 1978. En México mediante sentencia de amparo de octubre 20 de 1944 extrajo el término subordinación del artículo 17 de su primera Ley Federal de 1931, lo que influyó para que fuera incluido en la reforma de 1970, entendida como facultad jurídica del patrono para dictar lineamientos, instrucciones u órdenes que juzgue convenientes. BARASSI, Ludovico. Libro II. Contratto di laboro nel Diritto Positivo Italiano. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Se afirma, desde entonces, que la subordinación en el contrato de trabajo y la autonomía en el independiente, es la que los diferencia sustancialmente; advirtiendo, eso sí, que la autonomía o la libertad en la ejecución de una labor debe ser completa y real, porque a medida que en la prestación del servicio exista la posibilidad para el patrono de dar órdenes y, la del trabajador, la obligación de acatarlas, se presentará la subordinación jurídica y entonces el contrato es de trabajo8. Se le da vida así a aquel requisito con la connotación de poder jurídico, es decir, como principio de autoridad, lo bastante para la consolidación de la relación contractual de trabajo que, si en algún momento falta, se estará indudablemente frente a un contrato civil o mercantil, atribuyéndose a los jueces la obligación de patentizarla en cada caso9, a la luz del principio de la primacía de la realidad o contrato realidad, como lo califica Mario de la Cueva10, hoy elevado a rango constitucional11, cuya esencia está en que se deben aceptar más las circunstancias o lo que ocurre en el terreno de los hechos, durante el desarrollo de la relación, que lo que surge de los acuerdos o documentos celebrados entre los contratantes12. Y no es original el acogimiento de aquel elemento, el que tanto en la legislación como en la doctrina patria y extranjera sobre todo en Latinoamérica, como por ejemplo en Ecuador, El Salvador, Argentina, México13, Brasil, Perú, Panamá, Guatemala, Costa Rica, República Dominicana, Chile, Venezuela, Paraguay y Honduras, entre otros, lo tienen en sus códigos, el que como necesario en la aplicación del derecho del trabajo, se venía proponiendo en la doctrina pregonada por el italiano Ludovico Barassi14 desde el año 1901, quien lo definió como la sujeción plena y exclusiva del trabajador al poder o facultad de dirección y control por parte de su empleador. En definitiva, se constituye en componente de la esencia del contrato, como la que envuelve las características propias de un servicio personalísimo, ajeno y oneroso, que implica autoridad y poder de mando para dar instrucciones y órdenes, imponer reglamentos, y establecer obligaciones por parte del empleador y hacerlas cumplir frente al trabajador que le debe obediencia, so pena de ser sancionado su incumplimiento. 56 Dentro de este contexto, su identificación afortunada con la figura de la subordinación jurídica, no es más que para distinguirla de la subordinación que apareja a todos los contratos del derecho común, identificables de acuerdo con la responsabilidad obligacional que trae cada vínculo, llámese civil o mercantil15. der otras circunstancias que aparezcan patentizadas, sería bastante para estimar que toda actividad humana en beneficio de otra estaría indiscutiblemente regida por un contrato de trabajo, lo que no puede ser admisible, porque implicaría el desconocimiento de la naturaleza y legalidad de otros vínculos contractuales20. De allí que sea natural que en el mundo del litigio, su acreditación para el derecho laboral no en pocas eventualidades resulta problemática, dada la complejidad y manera como surge y se desarrolla el contrato, sobre todo cuando por el querer del empleador sufre aparentes deformaciones a través de la simulación del acto jurídico, orientada a oscurecer el reconocimiento de derechos que de él se emanan. Lo que sí ocurre es que presentadas las distintas formas de contratación, tendientes a mejorar el éxito de la empresa que permiten el abordamiento de nuevas tecnologías y nuevos sistemas organizacionales, la subordinación se va alejando o esfumando, al acudirse a la celebración de contratos con la apariencia del civil o el mercantil, de prestación de servicios administrativos, contratación a través de cooperativas, de empresas de servicios temporales, de terceros, contratos de distribución de servicios, subcontratación y el teletrabajo, entre otros. Esa complejidad ha hecho que sea de mucha entidad su estudio tanto para la judicatura como para los doctrinantes, en razón de su esenciabilidad, pieza fundamental en el origen de significativos derechos fundamentales expresos o conexos; subordinación a la que no se le puede negar la existencia de unos ingredientes adicionales que sirven para identificarla y que surgen de la hermenéutica de la propia definición del contrato de trabajo, como de la presunción que se establece por la sola prestación del servicio personal, como bien lo ha explicado la doctrina16 y que, analizados con cuidado, se orientan a que cuando el operario cumple las órdenes obedece los reglamentos que le señala el empleador y se somete a las cláusulas contractuales, se es un subordinado personal y si a esto se le agrega el cumplimiento de las normas relacionadas con la forma como debe realizar o ejecutar la labor encomendada, acorde a las indicaciones del empleador, se ubica en la subordinación técnica y que cuando todo lo que hace, tiene como recompensa el salario que le ofrecen, se presenta la subordinación económica17. Y aunque en la jurisprudencia expresamente no se diga de la influencia de aquellos complementos como importantes para la averiguación de la subordinación jurídica, a efecto de establecer la existencia del contrato laboral, es lo cierto que cuando se acude a la prueba indiciaria, al valorarla, es obvio que ellos influyen en su esclarecimiento y de alguna manera se les aplica el juicio de ponderación, constituyéndose en puntales indispensables para la estructura jurídica del fallo y el reconocimiento de los derechos litigiosos. Este hilo conductor ha llevado a la Corte a adoctrinar, desde vieja data, que la presunción de la existencia del contrato laboral que resulta por la prestación personal del servicio, a pesar de traducirse en una ventaja probatoria18 para quien lo presta, relevándolo en principio de otra actividad demostrativa en torno a la existencia del vínculo, no inhibe a que se examinen otras hechos que aparezcan evidenciados, porque de verdad que no toda prestación personal del servicio19 define la existencia de un contrato de trabajo, dada la semejanza con respecto a las características propias de otros de naturaleza diferente. Si bien es cierto, algunos de estos negocios jurídicos se revisten de legalidad21, también lo es, que en un buen número pretenden esquivar el pago de los derechos sociales y son estas formas las que hoy preocupan a la comunidad laboral, no obstante las enseñanzas juris- 15 16 17 18 19 20 21 Por ello, la jurisprudencia ha enseñado que si la presunción fuera suficiente, una simple demostración del servicio personal, sin aten- 57 RUPRECHT, Alfredo J. Contrato de Trabajo. Bibliografía Ameba. Buenos Aires–1960. SIDAQUI A. Teoría General de las Obligaciones en el Derecho del Trabajo. México 1946. Págs. 91 y 92. VÁSQUEZ VIALARD, Antonio. Tratado de Derecho del Trabajo T. I. Pgs. 227 y ss. Corte Constitucional. Sentencia C–665 del 12 de noviembre de 1998. Corte Constitucional. Sentencia C–665 del 12 de noviembre de 1998. En casación de noviembre 24 de 1950, el Tribunal Supremo definió un litigio entre el administrador de una finca y su propietario, y al evidenciar los elementos del contrato encontró demostrada la prestación personal del servició personal, pero al ir a estudiar la subordinación encontró que el propietario de la finca no tenía un beneficio exclusivo, por cuanto era compartido con el administrador que incorporó su capacidad directiva, orientada a la producción en compañía de las utilidades del negocio y además no estaba sometido a órdenes del patrono, pues se desdibujaba con la libertad que tenía para buscar el éxito común de la empresa, para la que tenía que participar con los gastos para sostener y explotar la finca. con lo cual se desdibujaba la noción de relación de trabajo. En casación de junio 7 de 1954 se estudia la subordinación de un trabajador que ofreció sus servicios independientes, contratando por su cuenta acorde con una cláusula contractual determinados trabajadores para prestar el servicio, tales como un inspector licenciado, un mecánico electricista, un mecánico de primera, un ayudante, dos limpiadores de aviones y un ayudante de láminas. Se dijo que aunque prestaba un servicio personal, antes o después de los vuelos en una aerolínea, no se presentaba la subordinación jurídica, por la facultad que tenía de contratar a sus trabajadores y porque el transporte no era el objeto del contrato, pues la labor no exigía una hora determinada y además tenia la disposición de contratar sus colaboradores. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 prudenciales, que a lo largo de más de medio siglo vienen orientando a los operadores jurídicos, para que con juicio acudan al análisis de las situaciones objetivas presentadas durante la relación contractual, acudiendo al juicio de la ponderación y averiguando las circunstancias ofrecidas desde su inicio. distintas entidades, servidores de fiduciarias, vendedores por comisión, servidores de cooperativas, de trabajadores en misión, de trabajadores vinculados por contrato de prestación de servicios, de trabajadores con apariencia de simples transportadores, profesores al servicio de establecimientos educativos, etc. No en vano la jurisprudencia se ha preocupado por establecer diferencias, se repite, con otros negocios jurídicos de apariencia semejante, tarea que como se acotó, viene desde el Tribunal Supremo del Trabajo, sin descuidar la favorabilidad que se ofrece con el aspecto probatorio a partir de la presunción que se advierte en la ley laboral, como suficiente para dar por demostrado el convenio, como por ejemplo pueden consultarse, en uno y otro sentido, las casaciones de octubre 20 de 1948, mayo 19 de 1954, noviembre 27 de 1957 G. J. XCI,1147, diciembre 26 de 1959 G. J. XCI, 1227 abril 1º de 1960 G. J. XCII, abril 9 de 1965, 708, octubre 16 de 1969, abril 24 de 1975. G. J. CLI. Pgs. 458 y 459 noviembre 5 de 1986, julio 5 de 1976, agosto 16 de 1969, diciembre 1º de 1981, mayo 5 de 1982, marzo 4 de 1994, noviembre 13 de 1996, septiembre 23 de 1997, mayo 17 de 2004, con radicado 2235722, julio 10 de 2004, con radicado 2225923, noviembre 4 de 2004 con radicación 20852, y agosto 10 de 2006 con radicación 27711,24 que sin relatar hechos ni circunstancias de los casos debatidos, se ha discutido y definido en su momento la subordinación entre socios con personas morales, médicos con instituciones de salud, sacerdotes con La línea jurisprudencial es bien completa, pero todavía la seguridad jurídica al respecto, como en todos los problemas del derecho, sigue siendo fuente de investigación, siendo oportuno invitar a tomar posiciones claras y a establecer hitos claves que amarren sin subjetivismos la realidad contractual laboral, dándole buena dosis de importancia, a la forma en que se ofrece el acuerdo de voluntades, la naturaleza de la institución, si el empleador o institución a través de sus directivos daba órdenes perentorias al operario y cómo las cumplía, el sometimiento a un horario cuando la actividad lo amerita, la forma de pago, cuáles derechos laborales se reconocían, la conducta asumida por las partes en la ejecución del contrato, aceptación de la tarea o actividad que se debe desplegar aun sin horario25, la continuidad y repetición de las actividades, la obligación de un rendimiento mínimo por labor diaria, como por ejemplo, al vendedor por comisión26, la obligación de justificar el tiempo laborado, el reporte continuo desde el lugar de operación, la obligación de aceptar reuniones señaladas por el empleador, la aceptación de la prohibición de realizar otros trabajos semejantes, el cumplimiento de variadas órdenes, disposición para pagar por el servicio, entrega de herramientas, de zapatos y vestidos de labor, afiliación a la seguridad social, autorización para el cambio de jornada o de turnos, concesión de descansos, llamadas de atención por llegadas tarde, descuentos de cuotas como afiliado sindical, participación de los beneficios de la convención o el laudo arbitral, etc. 22 23 24 25 26 27 28 Se tuvo muy en cuenta el horario y forma de pago como indicio de subordinación para establecer el contrato con el ISS. Se tuvo en cuenta la prestación personal del servicio de un médico, las órdenes y forma de pago, para establecer la subordinación de un trabajador frente a una clínica. Casación de agosto de 2006. Rdo. 27711. Se discutió la subordinación jurídica en un contrato con apariencia del de transporte, definiéndose que era de trabajo. En casaciones de septiembre. 1º/48.y febrero 4/54, marzo 25/55, Sept. 30/55 y julio 25 de 1957 se consideró que había subordinación en el agente viajero que admite toda o una parte de la jornada, o que no necesitaba estar permanentemente en la oficina ni necesitaba estar sometido a horario alguno, que acepta el programa de gestiones, que cumple la obligación de justificar el tiempo empleado, la obligación de un rendimiento mínimo de labor diaria, el monopolio de la actividad encargada, la observancia en la colocación de los pedidos y el acatamiento de los precios fijados y el lugar para vender. GACETA DEL TRABAJO IX. 72 a 76 Pág. 516. Casaciones de febrero 4/54 y diciembre 19/52. En casación de junio 25/58 G. J. LXXXVIII No. 2198 2ª parte P. 350. al hablar de la primacía de la realidad, expresó que haciendo abstracción de la identidad subjetivo–patronal del contrato, así se hubiera dado a la retribución de los servicios del trabajador la forma aparente de precio de una compraventa, acogiendo lo dicho en el artículo 23 CST. de que no importa el nombre que se le dé, ni de otras condiciones o modalidades que se agreguen. DE LA CUEVA, Mario. Cita en el T. I. Derecho Mexicano del Trabajo. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Todos estos episodios o señales, conocidos como el método jurisprudencial de los indicios, dan lugar a su estructuración, que por su relevancia y seriedad serían bien importantes para establecer la existencia del contrato. Como puede verse, este elemento definitorio ha venido siendo construido, desarrollado y definido jurisprudencialmente, sirviendo de activador del principio de la primacía de la realidad27, siguiendo la doctrina, apoyada en el pensamiento de Georges Scelle, orientado a establecer que la relación de trabajo no depende necesariamente de lo que las partes hubieren pactado, sino de la situación real en que el trabajador se encuentra ubicado. Y en efecto Scelle28 anota: 58 “La aplicación del derecho del trabajo depende cada vez menos de una relación jurídica subjetiva, cuando de una situación objetiva, cuya existencia es independiente del acto que condiciona su nacimiento. De donde resulta erróneo pretender juzgar la naturaleza de una relación de acuerdo con lo que las partes hubieran pactado, ya que, si las estipulaciones consignadas en el contrato no corresponden a la realidad, carecen de todo valor”. La jurisprudencia ha salido al encuentro de la verdadera intención de los contratantes para la aplicación del Derecho del Trabajo, echando al traste las relaciones jurídicas preestablecidas subrepticiamente y descorriendo el velo que oculta simuladamente el nacimiento del contrato generador de los derechos laborales. Foto: Juan Pablo Gómez Puede observarse, entonces, que la jurisprudencia adoctrinada con la aplicación del constitucionalizado principio, ha salido al encuentro de la verdadera intención de los contratantes para la aplicación del Derecho del Trabajo, echando al traste las relaciones jurídicas preestablecidas subrepticiamente y descorriendo el velo que oculta simuladamente el nacimiento del contrato generador de los derechos laborales. Conclusión Queda claro que la labor jurisprudencial en el tema de la subordinación como ingrediente de lo fundamental en laboral, ha sido uniforme, es el producto de más de 60 años, que enaltece la formación jurídica de todos los colombianos, en especial para la comunidad jurídica, labor atribuida a la lenta, meditada, depurada y sosegada elaboración realizada por grandes juristas que se formaron y se forman paralelamente con el desarrollo de la civilización, producto de la necesidad de hacer justicia con buen sentido de equilibrio entre el empleador y el trabajador. Solo queda la preocupación manifestada por la Organización Internacional del Trabajo en la última conferencia, quien hace una recomendación sobre la relación de trabajo, al considerar las dificultades para determinar su existencia, cuando no resultan claros los derechos sociales de los interesados, por haberse intentado encubrir o cuando hay insuficiencias o limitaciones en la legislación, en su interpretación o en su aplicación. Seremos en el futuro –los jueces, los profesores de derecho en sus cátedras, los doctrinantes en sus obras, los abogados en sus escritos, las academias de jurisprudencia en sus trabajos científicos y los estudiantes en sus trabajos de grado– quienes continuemos la investigación a efecto de dar luces a una legislación más exigente y comprensiva en el tema. Desde luego que son las distintas entidades del Estado las que desde hace tiempo están acudiendo a la celebración de “contratos de servicios”, para encubrir el de trabajo, frente a lo que el legislativo bien podría dejar por fuera del marco de los contratos estatales, aquellos celebrados con personas naturales y mediante los cuales éstas prestan un servicio personal, valga la redundancia. Tales contratos, niéguese o no, se han constituido en la mayoría de las ocasiones como fuente del desconocimiento de los derechos propios del contrato de trabajo, olvidando una de las características esenciales de esta rama del derecho, cual es la de proteger y amparar las relaciones de trabajo, enfocándola hacia la parte más débil que es precisamente la persona humana que tiene sólo su fuerza de trabajo, para procurar satisfacer sus necesidades materiales y las de su entorno familiar, con una remuneración que en gran medida no guarda proporcionalidad con esas necesidades. 59 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Ética Judicial Código Modelo Iberoamericano* Tercera: Revisar el texto de los Códigos de Ética que ya existen, a efecto de promover que las normas que rigen la ética de los jueces se acoplen al principio de independencia respecto a cualquier otra autoridad y respecto de cualquiera de las partes involucradas en los procesos judiciales concretos, y a los principios derivados de aquel. EXPOSICIÓN DE MOTIVOS I. La actualidad de la Ética Judicial en Iberoamérica En nuestro espacio geográfico y cultural se asiste en los últimos años a la sanción de Códigos de Ética Judicial o reglamentaciones particulares análogas (hasta la fecha se han establecido en 15 países) con contenidos y diseños institucionales diversos. La misma Cumbre Judicial Iberoamericana ha avalado esa alternativa incluyendo en el Estatuto del Juez Iberoamericano, aprobado en Canarias en el año 2001, un capítulo dedicado específicamente a la “Ética Judicial”. En sintonía con esos antecedentes, en la Carta de Derechos de las Personas ante la Justicia en el Espacio Judicial Iberoamericano (Cancún, 2002) se reconoció “un derecho fundamental de la población a tener acceso a una justicia independiente, imparcial, transparente, responsable, eficiente, eficaz y equitativa”. Esa realidad motivó que en la Declaración Copán-San Salvador, 2004, los Presidentes de Cortes y Tribunales Supremos de Justicia y de Consejos de la Judicatura pertenecientes a los 22 países que integran Iberoamérica aprobaron la siguiente declaración: Primera: Reiterar como principios éticos básicos para los juzgadores iberoamericanos los ya establecidos en la Segunda Cumbre Iberoamericana de Cortes y Tribunales Supremos de Justicia, que tiene su reflejo en el Estatuto del Juez Iberoamericano y en la Carta de Derechos del Ciudadano frente a la justicia. Segunda: Realizar todos los esfuerzos necesarios para que se aprueben e implanten dichos principios en la normativa de todos los países de Iberoamérica, en particular en aquellos donde todavía no existe un Código de Ética, promoviendo su creación. * Texto del Código Modelo Iberoamericano de Ética Judicial aprobado por la Asamblea Plenaria de la XIII Cumbre Judicial Iberoamericana, reunida en Santo Domingo (República Dominicana) los días 21 y 22 de junio de 2006. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Cuarta: Dar a conocer en su respectiva judicatura los principios de ética que se consagran en cada uno de sus Códigos de Ética Judicial e integrarlos a los programas de capacitación existentes en cada país. Quinta: Difundir entre los justiciables, a través de distintos medios informativos, sus Códigos de Ética con el propósito de incrementar la confianza y la autoridad moral de los juzgadores. Sexta: Impulsar la elaboración de un Código Modelo Iberoamericano de Ética Judicial. II. El Código Modelo como fruto del desarrollo regional de la ética judicial La identidad de Iberoamérica cuenta con rasgos visibles y explicaciones históricas extendidas pero, sobre todo, Iberoamérica aparece en el mundo globalizado del presente como un espacio que interactúa con otras culturas, sin perder por ello sus propias características que la tornan peculiar. En ese marco, los Poderes Judiciales Iberoamericanos han ido construyendo –trabajosa, pero exitosamente– una realidad que, por encima de las particularidades nacionales, exhibe rasgos comunes desde los cuales es posible ir delineando políticas de beneficio mutuo. En la configuración de la ética judicial iberoamericana hay rasgos comunes con otras experiencias análogas que ofrecen distintos espacios culturales, pero también algunas características distintivas que expresan aquella identidad. La realización de un Código Modelo Iberoamericano supone un nuevo tramo de ese camino que ya se ha ido recorriendo y posibilita que la región se presente al mundo desde una cierta tradición, pero también como un proyecto inacabado, que sin suprimir las individualidades nacionales, descubre y ofrece una riqueza común. 60 III. El Código Modelo como compromiso institucional con la excelencia e instrumento para fortalecer la legitimación del Poder Judicial A pesar de aquella decisión de la Cumbre Judicial Iberoamericana y del contexto señalado que la respalda, dado que persisten voces judiciales escépticas o desconfiadas, se hace necesario justificar este empeño en la aprobación de un Código Modelo Iberoamericano de Ética Judicial. En último término, se trata de, a partir de las exigencias que el propio Derecho plantea a la actividad judicial, profundizar en las mismas y añadir otras, de cara a alcanzar lo que podría llamarse el “mejor” juez posible para nuestras sociedades. La ética judicial incluye los deberes jurídicos que se refieren a las conductas más significativas para la vida social, pero pretende que su cumplimiento responda a una aceptación de los mismos por su valor intrínseco, esto es, basada en razones morales. Además, completa esos deberes con otros que pueden parecer menos perentorios, pero que contribuyen a definir la excelencia judicial, de lo cual se sigue que la ética judicial supone rechazar tanto los estándares de conducta propios de un “mal” juez, como los de un juez simplemente “mediocre” que se conforma con el mínimo jurídicamente exigido. A este respecto, corresponde advertir que la realidad actual de la autoridad política en general, y de la judicial en particular, exhibe una visible crisis de la legitimidad que conlleva en los que la ejercen el deber de procurar que la ciudadanía recupere la confianza en aquellas instituciones. La adopción de un Código de Ética implica un mensaje que los mismos Poderes Judiciales envían a la sociedad reconociendo la inquietud que provoca esa débil legitimidad y el empeño en asumir voluntariamente un compromiso fuerte por la excelencia en la prestación del servicio de justicia. Resulta oportuno señalar que, no obstante el recurso a una terminología muy extendida en el mundo del Derecho, tal como “código”, “tribunal”, “responsabilidad”, “sanción”, “deber” etc., ella es asumida no con aquella carga, sino como términos que permiten ser utilizados en el campo ético con las particularidades que esta materia implica. manera de no suscitar legítimas dudas en la sociedad acerca del modo en el que se cumple el servicio judicial. El Derecho debe orientarse al bien o al interés general; sin embargo, en el ámbito de la función judicial deben considerarse ciertos bienes e intereses que adquieren una especial importancia, como los de los justiciables, los abogados y los demás auxiliares y servidores de la justicia, que necesariamente han de tenerse en consideración. La ética judicial debe proponerse y aplicarse desde una lógica ponderativa que busca un punto razonable de equilibrio entre unos y otros valores: si se quiere, entre los valores del juez en cuanto ciudadano y en cuanto titular de un poder, cuyo ejercicio repercute en los bienes e intereses de individuos concretos y de la sociedad en general. V. La ética judicial como apelación al compromiso íntimo del juez con la excelencia y con el rechazo a la mediocridad El Derecho puede ser visto como una regulación de la conducta por parte de autoridades legitimadas para ello, que cabe usar para juzgar formalmente ex post facto aquellos comportamientos que la violan. Las normas éticas pueden ser usadas también con esa función, pero en el “enjuiciamiento” ético no hay ninguna razón que pueda esgrimir el denunciado por una falta contra la ética que quede fuera de la deliberación; dicho de otra manera, un Tribunal de Ética puede aceptar razones que serían inaceptables si actuara como un tribunal jurídico. Mientras que en el Derecho las formas generales mediante las que se determina la responsabilidad son indisponibles y esencialmente orientadas hacia el pasado, en la ética se tornan flexibles, puesto que lo primordial es modificar el futuro comportamiento del juez y lograr la excelencia. Para la ética profesional, podría llegar a afirmarse que más importante que descubrir faltas a sus deberes es obtener una firme e íntima adhesión a los mismos para lograr que el servicio se preste con excelencia. Si existiera una conciencia ética firme e integral por parte del profesional, sin duda se tornaría irrelevantes buena parte de los deberes jurídicos. IV. La ética judicial en el “ser” y en el “parecer” del juez orientado a satisfacer de la mejor manera posible los bienes e intereses presentes en su servicio VI. El Código Modelo como explicitación de la idoneidad judicial y complemento de las exigencias jurídicas en el servicio de justicia Cabe recordar que en el Estado de Derecho al juez se le exige que se esfuerce por encontrar la solución justa y conforme al Derecho para el caso jurídico que está bajo su competencia, y que ese poder e imperium que ejerce procede de la misma sociedad que, a través de los mecanismos constitucionales establecidos, lo escoge para tan trascendente y necesaria función social, con base en haber acreditado ciertas idoneidades específicas. El poder que ejerce cada juez trae consigo determinadas exigencias que serían inapropiadas para el ciudadano común que ejerce poderes privados; la aceptación de la función judicial lleva consigo beneficios y ventajas, pero también cargas y desventajas. Desde esa perspectiva de una sociedad mandante se comprende que el juez no solo debe preocuparse por “ser”, según la dignidad propia del poder conferido, sino también por “parecer”, de En las tradiciones de las antiguas profesiones, tanto en la dilucidación de quienes prestaban el servicio como en el modo de hacerlo, se filtraban reclamos a la conciencia ética profesional, por lo que las violaciones respectivas incluían la pérdida de la posibilidad de seguir prestándolo. De ahí que en la tarea judicial se tuviera en cuenta originalmente cierta idoneidad ética y se previeran mecanismos de destitución cuando se incurría en mal desempeño. El ejercicio de la función judicial no debe, obviamente, ser arbitrario, pero en ocasiones es inevitable que el juez ejerza un poder discrecional. Esa discrecionalidad judicial implica innegables riesgos que no pueden solventarse simplemente con regulaciones jurídicas, sino que requieren el concurso de la ética. Parece así adecuado que, a la hora de plantearse el nombramiento o la promoción de los jueces, o de Corte Suprema de Justicia • Revista 21 62 enjuiciar su conducta en cuanto jueces, se tengan en cuenta aquellas cualidades o hábitos de conducta que caracterizan a la excelencia profesional y que van más allá del mero cumplimiento de las normas jurídicas. Las Constituciones contemporáneas contienen un marco general de aquella dimensión ética implicada en el servicio judicial, especialmente cuando indican quiénes pueden ser jueces o cuándo procede su destitución. De ese modo, la ética judicial encuentra asidero constitucional, en cuanto supone una explicitación de aquellos enunciados constitucionales. VII. El Código Modelo como instrumento esclarecedor de las conductas éticas judiciales La formulación de un Código de Ética Judicial puede ser una fuente muy importante de clarificación de conductas. Obviamente, porque un Código de Ética Judicial, como cualquier ordenamiento, supone una división de la conducta que pretende regular en lícita e ilícita y, de esta manera, sirve de guía para sus destinatarios. Pero también porque, en ocasiones, dentro de las conductas éticamente admisibles, los Códigos optan por razones de oportunidad y de coordinación por un determinado curso de acción, de entre varios posibles; por ejemplo, a pesar de que en principio podría haber diversas opciones para establecer el modo en que es éticamente autorizado que el juez se reúna con los abogados de las partes, el hecho de que un Código escoja una de ellas despeja las dudas que legítimamente pueden suscitarse entre sus destinatarios. VIII. El Código Modelo como respaldo de la capacitación permanente del juez y como título para reclamar los medios para su cumplimiento Al mismo tiempo que un Código clarifica conductas, las facilita en tanto se le provee al juez de un respaldo para la realización de las mismas, evitando el riesgo de quejas por parte de eventuales perjudicados. No solo el juez sabe a qué atenerse, sino también aquellos vinculados a su servicio. Pero dado que la ética no puede exigir conductas imposibles, el Código simultáneamente se constituye en una fuente de razones a las que puede apelar el juez en el cumplimiento de sus exigencias. De ese modo, si un Código reclama capacitación, es necesario que se les brinde a sus destinatarios los medios para acceder a la misma: si estos no existieran, sería difícil exigir responsabilidad por eventuales incumplimientos. IX. El Código Modelo como estímulo para fortalecer la voluntad del juzgador y como pauta objetiva de calidad ética en el servicio de justicia El Código puede también ser visto como un instrumento para fortalecer la voluntad del juez, en tanto determina conductas y consagra eventuales responsabilidades éticas ante su infracción. Asimismo, al proveer criterios y medidas determinadas con las que juzga la calidad ética del servicio, el Código dota de cierta objetividad al concepto de “excelencia judicial”. Ello vale no sólo para los propios jueces, sino también para la sociedad que ha conferido el poder y que puede, a partir del Código, evaluar éticamente a los jueces tanto para reprocharles su conducta como para reconocer su excelencia. X. Del Código Modelo de Ética Judicial a la ética de las otras profesiones jurídicas Un Poder Judicial que cuenta con un Código de Ética está más legitimado para exigir de las otras profesiones vinculadas a su servicio una respuesta equivalente para sus integrantes. Es obvio que, más allá de la centralidad del juez en el servicio de justicia, la excelencia ética en el mismo también depende de otras profesiones, por lo que resulta coherente y conveniente extender esa preocupación más allá del ámbito estrictamente judicial. La falta de ética judicial remite en ocasiones a otras deficiencias profesionales, especialmente la de abogados, fiscales, procuradores e, incluso, docentes jurídicos; un reclamo integral de excelencia debe incorporar a esos otros espacios profesionales, y el Código de Ética Judicial habilita para que el mismo Poder Judicial lo impulse. XI. Un Código Modelo como fruto de un diálogo racional y pluralista El Código de Ética Judicial que se propone busca la adhesión voluntaria de los distintos jueces iberoamericanos atentos a la conciencia profesional que exigen los tiempos actuales y trata por ello de presentarse como el fruto de un “diálogo racional” en el que se ha otorgado un considerable peso a las razones procedentes de los códigos ya existentes. Sería inadecuado que el presente Código surgiera como un emprendimiento desarraigado en el tiempo y en el espacio o como un mero acto de voluntad de la autoridad con competencia para ello. Por el contrario, su fortaleza y eficacia dependerán de la prudente fuerza racional que logre traducir en su articulado y de que, consiguientemente, sea capaz de movilizar íntimas adhesiones en función de los bienes e intereses comprometidos en el quehacer judicial. El Código debe ser una permanente y dinámica interpelación a la conciencia de sus destinatarios para que, desde el compromiso de la excelencia, logre encarnarse históricamente en aquellos que han aceptado prestar un servicio demandado por la sociedad. XII. Los principios éticos como núcleos concentrados de ética judicial Desde la lectura comparada de los Códigos de Ética Judicial vigentes es posible identificar ciertas exigencias centrales que muestran una importante concentración del modo en que se pretende la prestación del servicio de justicia de manera excelente o completa. Esos núcleos concentradores de la ética judicial reciben distintos nombres, aunque pareciera aconsejable insistir –de conformidad con los documentos iberoamericanos ya aprobados– en la denominación de “principios”, dado que ellos reclaman cierto perfil intrínseco valioso cuya concreción 63 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 histórica queda sujeta a posibilidades y circunstancias de tiempo y lugar. Los “principios éticos” configuran el repertorio de las exigencias nucleares de la excelencia judicial, pero como tales pueden justificar diferentes normas en donde se especifiquen distintas conductas en relación con determinadas circunstancias. Así, por ejemplo, la independencia es inequívocamente uno de esos “principios”, y desde ella es posible delinear normas que, de manera más concreta, modalicen conductas exigibles. Esos principios, al procurar modelar el ideal del mejor juez posible, no solo reclaman ciertas conductas sino que alientan que, tras la reiteración de las mismas, se arraiguen en hábitos beneficiosos, facilitadores de los respectivos comportamientos y fuente de una más sólida confianza ciudadana. XIII. Las proyecciones de los principios en normas o reglas éticas El Código Modelo Iberoamericano de Ética Judicial ofrece así un catálogo de principios que en buena medida ya han sido receptados en Códigos vigentes en Iberoamérica. Estos principios ordenan genérica y concentradamente la excelencia judicial, y posibilitan que otras normas vayan concretando ese ideal, a tenor de cambiantes y variadas circunstancias de tiempo y lugar. Cabe advertir que estos principios pueden ser reconstruidos con el lenguaje propio de las virtudes –como se hace en algunos Códigos Iberoamericanos–, en tanto la habitualidad de las conductas pertinentes consolida disposiciones para la excelencia en el servicio judicial. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 XIV. La experiencia iberoamericana en materia de faltas éticas y asesoramiento ético-judicial Con independencia de que se estime conveniente alentar y procurar que las exigencias de los Códigos Éticos no queden libradas a la sola voluntad de los destinatarios, una lectura comparativa de los distintos sistemas vigentes en Iberoamérica en materia de ética judicial permite constatar la existencia de un tratamiento muy diversificado. Así, existen países que han optado por establecer Tribunales de Ética Judicial ad hoc que juzgan de manera particular las faltas a sus respectivos Códigos de Ética, mientras que en otros los Tribunales de Ética se limitan a declarar la existencia de una falta ética, pero dejan a los órganos disciplinarios habituales la decisión final que eventualmente pueda adoptarse. Además, hay países en que las faltas éticas se encuentran incluidas dentro del régimen jurídico disciplinario que aplican los órganos administrativos o judiciales competentes. Y, finalmente, otros que confían la eficacia del Código a la voluntad individual de sus destinatarios. Por otro lado, además de Tribunales de Ética, algunos Códigos han previsto la existencia de Comisiones de Consultas Éticas a las que se pueden remitir dudas o cuestiones con el propósito de recabar una opinión que puede o no ser reservada; de esta manera, al mismo tiempo que se presta un servicio de asesoramiento, se van enriqueciendo y concretando las exigencias éticas generales establecidas por los principios. 64 XV. Comisión Iberoamericana de Ética Judicial CAPÍTULO II Partiendo de esta diversificada experiencia institucional, el Código Modelo propone la creación de una Comisión Iberoamericana de Ética Judicial. Sus funciones principales son las de asesorar a los diferentes Poderes Judiciales cuando estos lo requieran y la de crear un espacio de discusión, difusión y desarrollo de la ética judicial en el ámbito iberoamericano. La Comisión estará integrada por nueve miembros que habrán de estar vinculados directa o indirectamente al quehacer judicial de la magistratura, la abogacía o la academia, en activo o jubilados, que cuenten con una dilatada trayectoria profesional y un reconocido prestigio. La elección la efectuará la Cumbre Judicial de entre los candidatos que las Cortes o Tribunales Supremos y los Consejos de la Judicatura puedan presentar, a razón de uno por cada uno de ellos. PARTE I Imparcialidad ART. 9º. La imparcialidad judicial tiene su fundamento en el derecho de los justiciables a ser tratados por igual y, por tanto, a no ser discriminados en lo que respecta al desarrollo de la función jurisdiccional. ART. 10. El juez imparcial es aquel que persigue con objetividad y con fundamento en la prueba la verdad de los hechos, manteniendo a lo largo de todo proceso una equivalente distancia con las partes y con sus abogados, y evita todo tipo de comportamiento que pueda reflejar favoritismo, predisposición o prejuicio. ART. 11. El juez está obligado a abstenerse de intervenir en aquellas causas en las que se vea comprometida su imparcialidad o en las que un observador razonable pueda entender que hay motivo para pensar así. ART. 12. El juez debe procurar evitar las situaciones que directa o indirectamente justifiquen apartarse de la causa. PRINCIPIOS DE LA ÉTICA JUDICIAL IBEROAMERICANA CAPÍTULO I Independencia ART. 1º. Las instituciones que, en el marco del Estado constitucional, garantizan la independencia judicial, no están dirigidas a situar al juez en una posición de privilegio. Su razón de ser es la de garantizar a los ciudadanos el derecho a ser juzgados con parámetros jurídicos, como forma de evitar la arbitrariedad y de realizar los valores constitucionales y salvaguardar los derechos fundamentales. ART. 2º. El juez independiente es aquel que determina desde el Derecho vigente la decisión justa, sin dejarse influir real o aparentemente por factores ajenos al Derecho mismo. ART. 3º. El juez, con sus actitudes y comportamientos, debe poner de manifiesto que no recibe influencias –directas o indirectas– de ningún otro poder público o privado, bien sea externo o interno al orden judicial. ART. 4º. La independencia judicial implica que al juez le está éticamente vedado participar de cualquier manera en actividad política partidaria. ART. 5º. El juez podrá reclamar que se le reconozcan los derechos y se le suministren los medios que posibiliten o faciliten su independencia. ART. 6º. El juez tiene el derecho y el deber de denunciar cualquier intento de perturbación de su independencia. ART. 7º. Al juez no solo se le exige éticamente que sea independiente sino también que no interfiera en la independencia de otros colegas. ART. 8º. El juez debe ejercer con moderación y prudencia el poder que acompaña al ejercicio de la función jurisdiccional. ART. 13. El juez debe evitar toda apariencia de trato preferencial o especial con los abogados y con los justiciables, proveniente de su propia conducta o de la de los otros integrantes de la oficina judicial. ART. 14. Al juez y a los otros miembros de la oficina judicial les está prohibido recibir regalos o beneficios de toda índole que resulten injustificados desde la perspectiva de un observador razonable. ART. 15. El juez debe procurar no mantener reuniones con una de las partes o sus abogados (en su despacho o, con mayor razón, fuera del mismo) que las contrapartes y sus abogados puedan razonablemente considerar injustificadas. ART. 16. El juez debe respetar el derecho de las partes a afirmar y contradecir, en el marco del debido proceso. ART. 17. La imparcialidad de juicio obliga al juez a generar hábitos rigurosos de honestidad intelectual y de autocrítica. CAPÍTULO III Motivación ART. 18. Motivar supone expresar, de manera ordenada y clara, razones jurídicamente válidas, aptas para justificar la decisión. ART. 19. La obligación de motivar las decisiones se orienta a asegurar la legitimidad del juez, el buen funcionamiento de un sistema de impugnaciones procesales, el adecuado control del poder del que los jueces son titulares y, en último término, la justicia de las resoluciones judiciales. ART. 20. Una decisión carente de motivación es, en principio, una decisión arbitraria, solo tolerable en la medida en que una expresa disposición jurídica justificada lo permita. 65 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 ART. 21. El deber de motivar adquiere una intensidad máxima en relación con decisiones privativas o restrictivas de derechos, o cuando el juez ejerza un poder discrecional. ART. 22. El juez debe motivar sus decisiones tanto en materia de hechos como de Derecho. ART. 23. En materia de hechos, el juez debe proceder con rigor analítico en el tratamiento del cuadro probatorio. Debe mostrar en concreto lo que aporta cada medio de prueba, para luego efectuar una apreciación en su conjunto. ART. 24. La motivación en materia de Derecho no puede limitarse a invocar las normas aplicables, especialmente en las resoluciones sobre el fondo de los asuntos. ART. 25. La motivación debe extenderse a todas las alegaciones de las partes, o a las razones producidas por los jueces que hayan conocido antes del asunto, siempre que sean relevantes para la decisión. ART. 26. En los tribunales colegiados, el derecho de cada juez en las deliberaciones y en las motivaciones de sus respectivos votos debe ejercerse en términos respetuosos y dentro de los márgenes de la buena fe. ART. 27. Las motivaciones deben estar expresadas en un estilo claro y preciso, sin recurrir a tecnicismos innecesarios y con la concisión que sea compatible con la completa comprensión de las razones expuestas. CAPÍTULO IV ART. 33. El juez debe mantener una actitud de activa colaboración en todas las actividades conducentes a la formación judicial. ART. 34. El juez debe esforzarse por contribuir, con sus conocimientos teóricos y prácticos, al mejor desarrollo del Derecho y de la administración de la justicia. CAPÍTULO V Justicia y Equidad ART. 35. El fin último de la actividad judicial es realizar la justicia por medio del Derecho. ART. 36. La exigencia de equidad deriva de la necesidad de atemperar, con criterios de justicia, las consecuencias personales, familiares o sociales desfavorables surgidas por la inevitable abstracción y generalidad de las leyes. ART. 37. El juez equitativo es el que, sin transgredir el Derecho vigente, toma en cuenta las peculiaridades del caso y lo resuelve basándose en criterios coherentes con los valores del ordenamiento y que puedan extenderse a todos los casos sustancialmente semejantes. ART. 38. En las esferas de discrecionalidad que le ofrece el Derecho, el juez deberá orientarse por consideraciones de justicia y de equidad. ART. 39. En todos los procesos, el uso de la equidad estará especialmente orientado a lograr una efectiva igualdad de todos ante la ley. ART. 40. El juez debe sentirse vinculado no solo por el texto de las normas jurídicas vigentes, sino también por las razones en las que ellas se fundamentan. CAPÍTULO VI Conocimiento y Capacitación ART. 28. La exigencia de conocimiento y de capacitación permanente de los jueces tiene como fundamento el derecho de los justiciables y de la sociedad en general a obtener un servicio de calidad en la administración de justicia. ART. 29. El juez bien formado es el que conoce el Derecho vigente y ha desarrollado las capacidades técnicas y las actitudes éticas adecuadas para aplicarlo correctamente. ART. 30. La obligación de formación continuada de los jueces se extiende tanto a las materias específicamente jurídicas como a los saberes y técnicas que puedan favorecer el mejor cumplimiento de las funciones judiciales. Responsabilidad institucional ART. 41. El buen funcionamiento del conjunto de las instituciones judiciales es condición necesaria para que cada juez pueda desempeñar adecuadamente su función. ART. 42. El juez institucionalmente responsable es el que, además de cumplir con sus obligaciones específicas de carácter individual, asume un compromiso activo en el buen funcionamiento de todo el sistema judicial. ART. 43. El juez tiene el deber de promover en la sociedad una actitud racionalmente fundada, de respeto y confianza hacia la administración de justicia. ART. 31. El conocimiento y la capacitación de los jueces adquiere una especial intensidad en relación con las materias, las técnicas y las actitudes que conduzcan a la máxima protección de los derechos humanos y al desarrollo de los valores constitucionales. ART. 44. El juez debe estar dispuesto a responder voluntariamente por sus acciones y omisiones. ART. 32. El juez debe facilitar y promover en la medida de lo posible la formación de los otros miembros de la oficina judicial. ART. 46. El juez debe evitar favorecer promociones o ascensos irregulares o injustificados de otros miembros del servicio de justicia. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 ART. 45. El juez debe denunciar, ante quien corresponda, los incumplimientos graves en los que puedan incurrir sus colegas. 66 ART. 47. El juez debe estar dispuesto a promover y colaborar en todo lo que signifique un mejor funcionamiento de la administración de justicia. CAPÍTULO VII Cortesía ART. 48. Los deberes de cortesía tienen su fundamento en la moral y su cumplimiento contribuye a un mejor funcionamiento de la administración de justicia. ART. 49. La cortesía es la forma de exteriorizar el respeto y consideración que los jueces deben a sus colegas, a los otros miembros de la oficina judicial, a los abogados, a los testigos, a los justiciables y, en general, a todos cuantos se relacionan con la administración de justicia. ART. 50. El juez debe brindar las explicaciones y aclaraciones que le sean pedidas, en la medida que sean procedentes y oportunas y no supongan la vulneración de alguna norma jurídica. ART. 51. En el ámbito de su tribunal, el juez debe relacionarse con los funcionarios, auxiliares y empleados, sin incurrir –o aparentar hacerlo– en favoritismo o cualquier tipo de conducta arbitraria. ART. 52. El juez debe mostrar una actitud tolerante y respetuosa hacia las críticas dirigidas a sus decisiones y comportamientos. CAPÍTULO VIII Integridad ART. 53. La integridad de la conducta del juez fuera del ámbito estricto de la actividad jurisdiccional contribuye a una fundada confianza de los ciudadanos en la judicatura. ART. 54. El juez íntegro no debe comportarse de una manera que un observador razonable considere gravemente atentatoria contra los valores y sentimientos predominantes en la sociedad en la que presta su función. ART. 55. El juez deber ser consciente de que el ejercicio de la función jurisdiccional supone exigencias que no rigen para el resto de los ciudadanos y cuyo incumplimiento afecta la confianza en la judicatura. CAPÍTULO IX Transparencia ART. 56. La transparencia de las actuaciones del juez es una garantía de la justicia de sus decisiones. ART. 57. El juez ha de procurar ofrecer, sin infringir el derecho vigente, información útil, pertinente, comprensible y confiable. ART. 58. Aunque la ley no lo exija, el juez debe documentar, en la medida de lo posible, todos los actos de su gestión y permitir su publicidad. 67 ART. 67. El deber de reserva y secreto profesional corresponde tanto al procedimiento de las causas como a las decisiones adoptadas en las mismas. CAPÍTULO XI Prudencia ART. 68. La prudencia está orientada al autocontrol del poder de decisión de los jueces y al cabal cumplimiento de la función jurisdiccional. ART. 69. El juez prudente es el que procura que sus comportamientos, actitudes y decisiones sean el resultado de un juicio justificado racionalmente, luego de haber meditado y valorado argumentos y contraargumentos disponibles, en el marco del Derecho aplicable. ART. 59. El juez debe comportarse, en relación con los medios de comunicación social, de manera equitativa y prudente, y cuidar especialmente de que no resulten perjudicados los derechos e intereses legítimos de las partes y de los abogados. ART. 60. El juez debe evitar comportamientos o actitudes que puedan entenderse como búsqueda injustificada o desmesurada al reconocimiento social. ART. 70. El juez debe mantener una actitud abierta y paciente para escuchar o reconocer nuevos argumentos o críticas en orden a confirmar o rectificar criterios o puntos de vista asumidos. ART. 71. Al adoptar una decisión, el juez debe analizar las distintas alternativas que ofrece el Derecho y valorar las diferentes consecuencias que traerá aparejadas cada una de ellas. ART. 72. El juicio prudente exige al juez capacidad de comprensión y esfuerzo por ser objetivo. CAPÍTULO X CAPÍTULO XII Secreto profesional ART. 61. El secreto profesional tiene como fundamento salvaguardar los derechos de las partes y de sus allegados frente al uso indebido de informaciones obtenidas por el juez en el desempeño de sus funciones. ART. 62. Los jueces tienen obligación de guardar reserva absoluta en relación con las causas en trámite y con los hechos o datos conocidos en el ejercicio de su función o con ocasión de ella, salvo las excepciones previstas en el ordenamiento jurídico. ART. 63. Los jueces pertenecientes a órganos colegiados han de garantizar el secreto de las deliberaciones del tribunal, salvo las excepciones previstas en las normas jurídicas vigentes. ART. 64. Los jueces habrán de servirse tan solo de los medios legítimos que el ordenamiento pone a su alcance en la persecución de la verdad de los hechos en los actos de que conozcan. ART. 65. El juez debe procurar que los funcionarios, auxiliares o empleados de la oficina judicial cumplan con el secreto profesional en torno a la información vinculada con las causas bajo su jurisdicción. ART. 66. El deber de reserva y secreto profesional que pesa sobre el juez se extiende no sólo a los medios de información institucionalizados, sino también al ámbito estrictamente privado. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Diligencia ART. 73. La exigencia de diligencia está encaminada a evitar la injusticia que comporta una decisión tardía. ART. 74. El juez debe procurar que los procesos a su cargo se resuelvan en un plazo razonable. ART. 75. El juez debe evitar o, en todo caso sancionar, las actividades dilatorias o de otro modo contrarias a la buena fe procesal de las partes. ART. 76. El juez debe procurar que los actos procesales se celebren con la máxima puntualidad. ART. 77. El juez no debe contraer obligaciones que perturben o impidan el cumplimiento apropiado de sus funciones específicas. ART. 78. El juez debe tener una actitud positiva hacia los sistemas de evaluación de su desempeño. CAPÍTULO XIII Honestidad profesional ART. 79. La honestidad de la conducta del juez es necesaria para fortalecer la confianza de los ciudadanos en la justicia y contribuye al prestigio de la misma. 68 ART. 80. El juez tiene prohibido recibir beneficios al margen de los que por derecho le correspondan y utilizar abusivamente de los medios que se le confían para el cumplimiento de su función. ART. 81. El juez debe comportarse de manera que ningún observador razonable pueda entender que se aprovecha de manera ilegítima, irregular o incorrecta del trabajo de los demás integrantes de la oficina judicial. ART. 82. El juez debe adoptar las medidas necesarias para evitar que pueda surgir cualquier duda razonable sobre la legitimidad de sus ingresos y de su situación patrimonial. PARTE II ART. 89. El candidato a la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Iberoamericana de Ética Judicial podrá ser de cualquier nacionalidad de los veintidós países iberoamericanos, deberá estar vinculado directa o indirectamente al quehacer judicial, y proceder de la magistratura, la abogacía o la actividad académica, en ejercicio o jubilado, y contar con reconocido prestigio y trayectoria profesional. ART. 90. El Secretario Ejecutivo de la Comisión tendrá las siguientes funciones: a) Propiciar y convocar a las sesiones ordinarias y extraordinarias de la Comisión Iberoamericana de Ética Judicial. b) Recibir, tramitar y archivar las solicitudes de asesoría, consultas o cualquier otro documento. Comisión Iberoamericana de Ética Judicial ART. 83. La Comisión Iberoamericana de Ética Judicial tiene por objeto: a) Asesorar a los diferentes Poderes Judiciales y Consejos de la Judicatura Iberoamericanos o a la propia Cumbre Judicial cuando lo soliciten. c) Levantar actas de las sesiones de la Comisión. d) Rendir cuentas a los miembros de la Comisión y a la Cumbre Judicial Iberoamericana cada año y en cada oportunidad que se le solicite. e) Coordinar esfuerzos con las Secretarías Permanente y Pro-Tempore. b) Facilitar la discusión, difusión y desarrollo de la ética judicial a través de publicaciones o de la realización de cursos, seminarios, diplomados y demás encuentros académicos. f) Ejecutar y notificar las decisiones de la Comisión Iberoamericana de Ética Judicial. c) Fortalecer la conciencia ética judicial de los impartidores de justicia iberoamericanos. g) Participar en las deliberaciones de la Comisión Iberoamericana con voz, pero sin voto. ART. 84. La Comisión estará integrada por nueve miembros y un secretario ejecutivo, elegidos por un período de cuatro años con posibilidad de reelección. Los cargos serán honoríficos. ART. 91. El domicilio de la Comisión Iberoamericana de Ética Judicial será el de la Secretaría Ejecutiva. ART. 85. Cada órgano integrante de la Cumbre Judicial Iberoamericana podrá proponer a un candidato por cada vacante de la Comisión, debiendo acompañar el respectivo curriculum vitae. ART. 92. Las solicitudes de asesoría o cualquier otra petición de los órganos integrantes de la Cumbre Judicial Iberoamericana o los de la propia Cumbre Judicial, deberán dirigirse a la Secretaría Ejecutiva. ART. 86. Los candidatos deben estar vinculados directa o indirectamente con el quehacer judicial, provenir de la magistratura, la abogacía o la actividad académica, en ejercicio o jubilado, y contar con una amplia trayectoria profesional y reconocido prestigio. ART. 93. Una vez recibida una solicitud o petición, la Secretaría Ejecutiva, en un plazo no mayor a 72 horas, deberá hacerla del conocimiento de los integrantes de la Comisión Iberoamericana de Ética Judicial. ART. 87. Integrarán la Comisión Iberoamericana de Ética Judicial aquellos candidatos que obtengan el mayor número de votos en la Asamblea General de la Cumbre Judicial. ART. 94. La Comisión Iberoamericana deberá pronunciarse en un plazo de 90 días naturales o corridos, contados a partir de la recepción de la solicitud o petición. ART. 88. La Secretaría Permanente de la Cumbre Judicial Iberoamericana propondrá a la Asamblea General el candidato para ocupar la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Iberoamericana de Ética Judicial, debiendo obtener la mayoría absoluta de los votos presentes. ART. 95. Los dictámenes, las recomendaciones, las asesorías o cualquier pronunciamiento de la Comisión Iberoamericana en ningún caso tendrán fuerza vinculante para los Poderes Judiciales o Consejos de la Judicatura ni para la propia Cumbre Judicial. 69 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 70 *Palabras pronunciadas durante la ceremonia religiosa celebrada el lunes 23 de abril de 2007, con ocasión del sepelio del doctor Silvio Fernando Trejos Bueno, ex presidente de la Corte Suprema de Justicia. Silvio Fernando Trejos Bueno* Luto en la justicia CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE PRESIDENTE CORTE SUPREMA DE JUSTICIA, 2007 En este momento las banderas de la justicia colombiana, como la que hace un instante velaba el féretro de Silvio Fernando Trejos Bueno, están a media asta. Quienes nos reunimos en comunidad de duelo acudimos a este sagrado recinto en condición de legatarios de una vida excepcional que no podríamos enaltecer en palabras, ni aunque nos lo propusiéramos con el mayor rigor gramatical, porque, sencillamente, su fecunda obra ya la elevó a las más altas cumbres de entrega y servicio a su amada Colombia. Estamos aquí en señal de gratitud. Estamos aquí para expresarles, a su familia, a sus amigos y al país entero, el compromiso de mantener viva su lucha por el derecho y la justicia. Sería necio negarlo: su intempestiva partida le arrebata a la sociedad uno de sus más insignes y demócratas juristas. “Qué temprano nos la quitó Dios”, como él mismo narraba la pronta desaparición de su madre, doña Margarita Bueno Gartner; pero también, como él confiaba, debemos creer que lo hace “para que disfrute por más tiempo de la felicidad eterna”, que bien ganada la tiene Silvio Fernando. Su prematura despedida nos sorprende apenas iniciado en una nueva adolescencia, según la lectura que hacía de sus últimos años, sin sospechar, por supuesto, los insondables giros del destino. Sin embargo, la trayectoria vital de este jurista se une a la de los grandes hombres que en poco tiempo conquistan gigantescas realizaciones, pues sus espíritus evolucionados imponen frenéticos ritmos y en cortos periodos superan con creces lo hecho por inteligencias normales. A decir verdad no sé qué destacar más de él. Y es que por encima de cualquier consideración era una persona cuya bondad y sentido de la justicia eran proverbiales. Su generosidad espiritual no tenía límites. Poseía la sencillez de las almas grandes. Cuando sintió que había cumplido la misión de juez en la Tierra, para él el mejor destino y el de más alta responsabilidad, ni siguiera ante el clamor de la Corte Suprema Justicia esperó el vencimiento de su periodo constitucional como magistrado. Su paso por la Corporación, que presidió con altura y lujo de competencias durante el año 2004, fue la cúspide de su brillante carrera judicial, iniciada en su temprana juventud como juez civil municipal, juez penal del circuito, juez civil del circuito, abogado litigante, asesor jurídico y magistrado auxiliar del máximo tribunal de la justicia ordinaria. Portador de una formación académica sin igual, regentó cátedras sobre su especialidad en distintas instituciones de educación superior del país, y ejerció las funciones de decano de las facultades de Derecho de las universidades de Caldas y Manizales. Fue así la judicatura colombiana depositaria de esta riqueza jurídica y espiritual, sumada a sus reconocidas dotes de hombre conciliador, pero de convicciones propias y muy profundas. Nadie, de quienes tuvimos el privilegio de acercarnos a él, una vez lo conocía, podía pasar desapercibido su don de gentes, la percepción de lo justo, la calidez en el trato, el sentido del humor, los apuntes certeros y la desbordada pasión por la geografía de su patria y por hacer de ella el escenario de una sociedad más democrática y justa, en convivencia con la paz; eso sí, con el debido uso de los instrumentos que ofrece un sistema político coherente. Tales cualidades no surgieron en forma gratuita ni fueron producto de la improvisación o del azar sino el reflejo nítido de la inteligencia, constancia y paciencia de un ser humano que, como predecible resultado del empeño que imprimía a cada una de sus acciones, logró adquirir una condición digna de la mayor admiración y reconocimiento. Particularmente en el interior de la Sala de Casación Civil su juicioso raciocinio contribuyó decididamente, dado el profundo conocimiento que poseía acerca de las diversas instituciones del derecho civil y comercial, a más de otras disciplinas, a la formación de la jurisprudencia, con el exclusivo propósito de hacer efectiva la normatividad jurídica, teniendo siempre la mirada en la aplicación de los más caros principios generales del derecho. Por otro lado, afirmaba cómo “en una sociedad donde los miedos se desgranan como gotas de agua en las tardes de lluvia, muchas veces [la 71 Corte Suprema de Justicia • Revista 21 Corte Suprema de Justicia] ha elevado –incluso solitariamente– su voz para hacer sentir su presencia en momentos difíciles para la seguridad de los ciudadanos y en orden a los más altos fines que atañen con la dignidad de la justicia y con la preservación del Estado de derecho dentro de la democracia, con claro respeto de la independencia de los poderes públicos y sin ninguna claudicación”1. Pero, cuando hablaba, su voz no solo era la voz de la Corte Suprema, era la voz de todos y cada uno de los jueces de la Nación; su voz, asimismo, retumbaba y hacía eco de los silencios de aquellos que no son escuchados o que no se atreven a hablar por temor a ser acallados. Para él, “quizás como en ninguna otra época la administración de justicia, desde la más alta cúspide encarnada por la Corte Suprema y hasta el juez del último rincón de Colombia, si aún queda juez en ese lugar –recalcaba con ironía–, se ha encontrado en situación de peligro tan grande que, de no adoptarse oportunamente los correctivos constitucionales y legales pertinentes, se puede perder la estabilidad y respetabilidad del poder judicial, en la medida en que la magistratura, en ámbitos distintos de la justicia ordinaria, ha sido socavada con la presencia de hombres dóciles que, por serlo, sirven de instrumento de los otros poderes públicos o que resultan fácil presa de sus ambiciones políticas personales, extrañas a un verdadero juez”2. Silvio Fernando Trejos Bueno sabía que defender estas ideas y administrar justicia requiere ecuanimidad, porque las confrontaciones de argumentos “exigen rectitud, pausa, reflexión y carácter”, cualidades que le sobraban y lo llevaron a ser conciencia viva de juez y voz de demócrata integral. Esas fortalezas –confesó en alguna ocasión en su Riosucio natal– le sirvieron para expresar, de manera reposada pero en tono firme y enérgico, “… a nombre de la justicia colombiana”, que contaba con “... la plena convicción…” de que se debía “… preservar su independencia como un bien de la democracia y para beneficio del ciudadano, voz que en ocasiones …” trataron “… de acallar distintos malquerientes de las instituciones, pero que permanecerá con vigor para bien de Colombia y de los colombianos …”. Con estos pensamientos arrancaba ovaciones a los públicos ante quienes exponía. Resultan memorables, entre otras, sus intervenciones en Villavicencio, Pereira e Ibagué, en las que asumió con decoro la representación institucional de la Corte y encarnó con solvencia la vocería de la jurisdicción ordinaria, de las que aún se escucha el eco de su sabiduría en mañanas como estas. En estas intervenciones, y para no olvidarlo nunca, proclamaba con ahínco la pertenencia de los jueces y fiscales de manera que conformaran “un solo haz humano” que rescatara la independencia y autonomía de la rama judicial; y ahí mismo aseguraba, parodiando al gran Napoleón, cómo aunque habíamos retrocedido demasiado, había llegado el momento de 1 2 En palabras pronunciadas en el homenaje que le ofreció la Gobernación de Caldas en Manizales el 23 de julio de 2004. Discurso de clausura del VI Encuentro de la Jurisdicción Ordinaria. Ibagué, 26 de septiembre de 2003. Corte Suprema de Justicia • Revista 21 avanzar. “Acordaos, decía, que mi costumbre es dormir en el campo de batalla”. Como si toda esta herencia espiritual no fuera suficiente, que seguramente pronto se convertirá en un libro según su propio deseo, el doctor Trejos Bueno se preparaba para continuar su lucha por el derecho desde su oficina de abogado. Por ser un hombre inagotable, como ya lo manifesté, hace poco menos de un año dejó la magistratura de la Corte Suprema de Justicia para trasladar ese objeto de sus desvelos al ejercicio profesional independiente. Y lo hacía de esa manera porque siempre fue consciente de que la batalla por la justicia no es exclusiva de los jueces y del Estado, sino que involucra a cada ciudadano. Un espíritu tan noble como este no puede morir. Ha terminado su fugaz pero fructífero tránsito por el mundo perecedero de los humanos para elevarse a la eternidad. Allí lo espera su señora madre, así como su entrañable hijo Gabriel Fernando y su inolvidable hermano Gabriel para abrirle las puertas de la inmortalidad, porque, entre nosotros, su voz se seguirá escuchando en sus ideales. En suma, un balance vital semejante, como el que nos deja Silvio Fernando, antes que despertar tristeza o escepticismo, solamente puede arrojar frutos espléndidos, vigorosos y sanos. A las generaciones presentes y venideras habrá de servir de inspiración para su formación académica, bajo el entendido inequívoco de que el esfuerzo, la constancia, la paciencia y el rigor científico, sin atajos de ninguna especie, son bases esenciales para edificar un sólido y fundado criterio personal. Gracias a su esposa, a sus hijos, a su padre y a sus hermanos por todo el tiempo que nos lo prestaron. Clemencia: a buen seguro escuchó decirle a su esposo que usted era “esa flor manizaleña” que siempre lo había apoyado en todas las circunstancias de la vida y que los unía un amor sin medida e indestructible. Ricardo y Carolina: también de ustedes dijo Silvio Fernando que eran “la adoración vuelta ya hombre”. Doctor Gabriel Trejos Espinosa: tras afirmar su hijo que usted era “ejemplo de vida por seguir”, en una palmaria reafirmación de sus sólidos principios éticos y morales, expuso cómo “su honestidad a toda prueba resultaba paradigmática en una sociedad como la nuestra... infestada de corrupción”. En fin, la justicia y la patria entera quedan en deuda con toda la Familia Trejos. Ojalá el gran servicio que deja a todo un país la antorcha encendida por ese espíritu de luz conocido como Silvio Fernando Trejos Bueno en algo los consuele en estas horas de tribulación y dolor. No cabe duda de que el carácter, la nobleza y personalidad de Silvio Fernando, a quien despedimos el día de hoy con los sentimientos inevitables que suscita su temprana desaparición, permanecerán de manera indeleble en la memoria de los que hacemos parte de la institución, en la de aquellos que tuvimos el privilegio de conocerlo y disfrutar de su amistad y, naturalmente, en la de todos los ciudadanos a quienes está dirigida la sagrada misión de administrar justicia. El doctor Silvio Fernando Trejos Bueno fallece, y no en el momento propicio para Colombia. Colombia lo necesitaba, y el adalid de las causas nobles ha partido y se ha ido para no volver, a un lugar donde solo alcanzan los recuerdos. 72