El poder y el individuo en Galíndez Montserrat Magariños Fidalgo Lectora de español Universidad de Piatigorsk Germán Arciniegas filosofaba a veces sobre la doble moral y la juzgaba inseparable de la democracia. Sólo los totalitarismos pueden intentar imponer una moral, aunque fracasen en el empeño. La democracia necesita un poder dispuesto a construir y practicar la doble moral, de lo contrario perece por culpa de su propia inocencia e indefensión. (Galíndez, p. 59)1 Afirmaciones como ésta abundan en Galíndez, donde Manuel Vázquez Montalbán reconstruye las circunstancias que rodearon la desaparición y la muerte de Jesús Galíndez Suárez. Aborda en este libro varios de los temas habituales en su obra, entre los que destaca el poder y la búsqueda del sentido ético de la historia. El propio autor ha expresado su opinión sobre estos temas en numerosos artículos y entrevistas y, en este sentido, el libro difícilmente podría ser más explícito: tesis, reflexiones, explicaciones, nombres y datos son expuestos abierta y crudamente. Partiendo de este punto, es bastante banal la lectura de Galíndez como una denuncia de la doble moral y de la impunidad del poder; lectura que lo reduce a una anécdota, a la que podemos otorgar mayor o menor consideración, pero una anécdota entre tantas, al fin y al cabo. Por otro lado, decir a estas alturas que la política internacional carece de moral (que no de ética) es una afirmación que no puede sorprender a nadie. Se ha hablado y se ha escrito ya demasiado sobre estos temas, desde todas las perspectivas posibles. Pero en este contexto en que nos encontramos, aparece Galíndez, en el que se reconstruye la historia de un personaje histórico, partiendo de la ficción de una estudiante estadounidense, Muriel Coibert, que prepara una tesis con el título “La ética de la resistencia: el caso Galíndez”. Desde esta base Montalbán crea un collage polifónico en el que, en una narración siempre móvil y variada, se intercalan cartas, poemas, canciones, artículos de prensa, citas de libros, informes diplomáticos, discursos, etc. de las más diversas orientaciones, algunos de ellos históricos y otros ficticios, sin que sepamos en ningún momento en qué aguas nos encontramos. Es con estos materiales dispersos, en continuo movimiento y que escapan toda clasificación, con los que la investigadora ha de rescribir la vida de Galíndez y las circunstancias que rodearon su muerte. Paralelamente, el lector ha de reconstruir también una historia que se dice y se contradice a sí misma, en un juego dialéctico al que el autor le ha arrojado y ante el que le ha dejado desasistido. Sobre su intención al escribir esta novela de este modo, Montalbán ha declarado: “No he querido hacer una novela biográfica, sino que el personaje de Galíndez quedara como un elemento instigador de fondo. He tratado de buscar lo que llamaría el efecto Zelig, como en la película de Woody Allen, es decir, alcanzar un nivel en el que lo real pueda parecer ficción y la ficción pueda parecer real 2 : la vida de Galíndez parece ceder terreno ante otros propósitos. A pesar de esto, la primera pregunta que se impone es ¿quién fue Galíndez? ¿Por qué la 1 2 La paginación de las citas es según: Vázquez Montalbán, Manuel, Galíndez, Planeta, Barcelona, 1998. Navarro Arisa, J. J., “Investigación”, El País, 15/4/1990. elección de este personaje? Jesús Galíndez Suárez es ante todo un personaje ambiguo, oscuro, contradictorio. Fue abogado, escritor y combatiente por el nacionalismo vasco en la República Española; exiliado en 1939 en la República Dominicana - donde ocupó cargos oficiales durante el régimen de Trujillo - se trasladó en 1946 a Nueva York. Allí fue profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Columbia, representante del PNV ante el Departamento de Estado y la ONU, e informador para el FBI y la CIA de las actividades de los grupos comunistas en el exilio. En febrero de 1956 presentó su tesis doctoral, en la que denunciaban las atrocidades de la dictadura de Trujillo, días más tarde, el 12 de marzo de 1956, desapareció, presuntamente secuestrado por orden de Trujillo, que había intentado presionarle para que no presentara su tesis. Fue dado oficialmente por muerto el 30 de agosto de 1963, pero su cadáver nunca ha aparecido. Esta breve biografía nos sirve como introducción al primero y más evidente de los temas que trata la novela: el poder. Como político y como informador, Galíndez estuvo en estrecho contacto con dos poderes: el autocrático de Rafael Leónidas Trujillo y el democrático de los Estados Unidos, los conoció desde dentro y hasta sus últimas consecuencias. El retrato que de ello nos ofrece Montalbán es una buena ilustración de los dos modelos de poder que propone Foucault en Discipline and Punish3 , y no aportan nada nuevo a lo ya conocido. Los episodios de la tortura de Galíndez y, en definitiva, aquellos que se desarrollan alrededor de la figura de Trujillo, corresponderían, pues, a la imagen de The Scaffold. Se trata de un poder personalizado, localizado, que no se oculta (aunque la tortura en este caso se lleve a cabo a puertas cerradas), sino que, antes bien, se mantiene y se perpetúa por medio de la manifestación espectacular de sus capacidades, la fuerza física, la desproporción entre la impotencia del sujeto y el poder del soberano, la aplicación racional de la crueldad, y el terror. Así, la tortura es una puesta en escena necesaria y ocasional, donde el “soberano” recupera la autoridad cuestionada por el agresor, un momento solemne y ritual. El otro modelo de Foucault, the Panopticon es representado por personajes como Robert Robards o Voltaire - o no es representado, pues este poder no es ya un nombre, un “algo” que se pueda representar, sino una acción que (eso sí) podemos ver desarrollarse, es una “presencia” invisible pero sentida. La estrategia se fundamenta ahora en la ocultación, en el secreto, y sobre todo en una observación fría y continuada de los sujetos, en un flujo ininterrumpido de datos, en la clasificación de los individuos y en la delimitación de sus espacios por medio de esta observación y de estos datos. Se trata de una actuación constante, sin interrupción, dispersa en las actuaciones de una multitud de agentes anónimos, calculadas hasta los más pequeños detalles, formando una red de mecanismos siempre a alerta (La alarma por la tesis de Muriel surge cuando "de pronto llegó un informe rutinario” a la mesa de Robert Robards, sin que él mismo sepa quién lo puso allí [p. 47]). A diferencia del modelo anterior, este poder adquiere su inviolabilidad de su acefalia y del anonimato de sus agentes: nombres sin contenido, que ignoran tanto su propio significado como el de sus compañeros o el de las actuaciones que realizan, es decir, que virtualmente no existen (por ejemplo, no pueden ser llevados ante los tribunales, como le recuerda Robards a Norman Radcliffe al final de su entrevista [p. 49]). Este sistema no utiliza aparentemente la violencia, pero resulta tanto o más intolerable que el anterior por su programación fría y exhaustiva, y por el cinismo de su retórica, que utiliza nombres como “encuestador” o “funcionario” y que vela sus amenazas como ayudas. Resulta intolerable porque utiliza como coartada la ilusión de una cierta libertad. Sin embargo, no se diferencia este poder del que se exhibe la celda trujillista: el “fingimiento del odio” es sustituido por otro tipo de crueldad “de diseño”, pero busca la humillación, el dolor y el miedo gratuitos de la víctima tanto como su antecesor. Durante el 3 La terminología es de Foucault, Discipline and Punish: The Birth of the Prison, Nueva York, 1979. interrogatorio de Muriel, los agentes salen un momento de la habitación para que reflexione, y el narrador hace notar: Te están interrogando con guantes de cirujano, incluso si te dejaran acercarte les olerías la profilaxis por encima de este hedor de cloroformo que te envuelve. Probablemente debe ser la hora de la comida, del bocadillo de hamburguesa y la coca cola y lo que interpretas como artimaña sea simplemente un fragmento de ritual, ese fragmento de ritual que todo matarife necesita para seguir matando: la comida, (p. 332) Poco más tarde, al no obtener la respuesta que esperaban, volverán a salir para dar paso a cuatro agentes dominicanos, que serán los encargados de matarla. Lo que Montalbán nos presenta, y lo que parece ser el interés central, es el Poder (con mayúsculas), más allá de cualquier clasificación tipológica que podamos operar sobre él, y de cualquier encarnación. Nos enfrentamos entonces con un ente no dialéctico, situado más allá del bien o del mal, al que no podemos interrogar ni cuestionar. No es ni un medio ni un fin, sino que se da a sí mismo su propia existencia, y él mismo es su causa, efecto, justificación... metamorfoseándose en distintas personae en el proceso. Está en todas partes y en ninguna, es impermeable a todo lo que no sea él mismo, pero lo inunda todo, afectando o infectando todas las parcelas del comportamiento y de la personalidad de los individuos, porque no hay un “afuera” en el que poder situarse. Sea cual sea la apariencia o los mecanismos del Poder, éste es siempre pernicioso en su relación con el individuo, llegando aquél a la destrucción de éste, pero nunca al revés. En otro nivel, la obra plantea el problema de la historia y su reescritura, aspecto que ha sido estudiado por José F. Colmeiro en el capítulo dedicado a Galíndez de su libro Crónica del desencanto: la narrativa de Manuel Vázquez Montalbán4. El privilegio del poder no es tan sólo el de hacer la Historia, como mantiene Robards en su entrevista con Norman Radcliffe, sino, sobre todo, el de escribirla. Esta escritura es también anónimamente realizada por la multitud de sus agentes: [...] y mientras Driscoll hablaba, se justificaba, te justificaba, como si estuviera escribiendo la Historia en las páginas de su agenda y en clave secreta... (p. 69). Una de las consecuencias de este modelo de construcción lo vemos en la visita que Muriel Coibert hace a los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores: la polifonía y la diversidad dentro del discurso oficial. Sin embargo, pese a las modificaciones y las contradicciones internas que la tesis oficial pueda sufrir, no por ello deja de ser una construcción monolítica, hermética a las modificaciones de todo lo que sea externo a esta corriente hegemónica. Es en este plano en el que la amenaza que para el poder suponen Muriel y Galíndez, y la conexión que existe entre ambos se hace clara: su capacidad, como los autores de dos tesis doctorales, de transformar la historia mediante su reescritura. Pero hablar de Historia es hablar de la memoria, una palabra clave en este libro y en toda la obra de Montalbán, así como en buena parte de la literatura española contemporánea. En su artículo “Sobre la 4 Colmeiro, José F., Crónica del desencanto: la narrativa de Manuel Vázquez Montalbán, North South Center Press, 1996. memoria de la oposición antifranquista” 5, Montalbán propone ...la estrategia de la memoria, la estrategia de la araña que quería retener en la tela de la memoria prohibida todas las falsificaciones de vida e historia perpetradas por el franquismo” como la principal arma de la oposición a un régimen totalitario que, como todos los de su clase, “se asienta sobre la usurpación y el monopolio de la memoria...6. Pero la recuperación de la memoria, o la autonomía para poseer una memoria propia, no supone sólo una situación particular hacia el pasado en un presente de “desmemoriados” o “amnésicos”. Sobre el libro de Mormón, se dice en un momento del relato que: “gracias a ese libro teníais memoria y futuro” (p.330). Esta pequeña observación, que pasa casi desapercibida, es clave para entender en qué consiste la “memoria” de Montalbán: es un conocimiento - entendido este conocimiento no como un saber (o dato) particular, sino como una aprehensión más profunda de la realidad, y por lo tanto, un elemento fundamental en la identidad del individuo - que se dirige hacia el futuro, es la conciencia de la continuidad de que habla la canción de Mikel Laboa que Muriel repetirá al final de su historia. Es un conocimiento cardinal para el individuo, sin el cual “sólo se vive al día y no hay esperanza de cambiar nada” (p. 25). Al margen del contenido que se le quiera dar a este futuro, es evidente que un cambio en la memoria oficial, la del poder hegemónico, supone no sólo el cuestionamiento del pasado, sino una brecha en una historia que el poder desea construir monolítica, una posibilidad de cambio, de construcción de nuevas historias/realidades, la transformación de una estructura hermética en una abierta. Es esto lo que personajes como Robards pretenden proteger al presionar a Muriel para que abandone su investigación; esta reestructuración del discurso oficial es más temible que el futuro de las personas implicadas en el caso Galíndez. Lo que Galíndez y Muriel han hecho, en un plano más profundo, es no sólo cuestionar la realidad edificada por el poder, sino la potestad misma del poder como único generador de realidad, proponiéndose a sí mismos (e indirectamente a quien quiera seguir esta vía) como generadores de realidades alternativas. Han pretendido ponerse al mismo nivel que el poder, usurpar su principal prerrogativa, y son para él una amenaza más que patente, de la que debe defenderse. Y su defensa es un ataque: el poder elimina la realidad y la identidad del individuo. Un Estado libre necesita unas ciertas garantías frente a esa libertad sin límite de los ciudadanos y una de esas garantías es la información, saber qué uso hacen los ciudadanos de su libertad y así estar en condiciones de detectar el momento en que esa libertad se orienta contra el Estado, es decir, contra el bien común (pág.35). Toda esta información es recogida de manera incesante y desapercibida, y posteriormente clasificada, ordenada y almacenada en archivos. El relato está lleno de “ficheros”, “archivos”, “carpetas”, “fichas” “expedientes” y “dossiers”, donde se guardan datos sobre personas que son observadas sin saberlo. La mejor imagen de esta actividad incesante la tenemos en la conversación que mantienen Robards y Norman Radcliffe. Nos 5 6 Vázquez Montalbán, Manuel, “Sobre la memoria de la oposición antifranquista”, El País, 26/10/1988. Vázquez Montalbán, Manuel, “De la ciudad socialista a la ciudad de la barbarie”, El País, 27/11/1997. sorprende sobre todo por lo que entrevemos de su posible contenido (“Es un dato tan insólito [que a Radcliffe no le gusten las hamburguesas], incluso en un profesor de Ética norteamericano, que ni siquiera figura en su fichero.” [pág.37]). Estos ficheros son el espacio - visible en las hojas que Radcliffe despliega sobre su mesa para estudiar los casos - en el que el poder encierra a los individuos, la identidad que les concede y el nombre que les otorga. Es de este modo como el poder construye y clasifica al individuo, como una colección de datos que éste no puede ni conocer ni modificar y que responden a unos esquemas preestablecidos (“Tengo colegas, excelentes encuestadores, que son más incómodos que yo y no dejan que el otro se salga del sí o del no” [p. 35]); el individuo es reificado, y ese es el primer paso para su instrumentalización. En el caso de Radcliffe, estos datos informan sobre su pasado, pero también sobre su futuro (una hipoteca, una hija...), y con ello sobre sus debilidades y sus miedos, lo que permite a Robards utilizarlo como medio para presionar a Muriel. Esta es una de las maneras en que el poder se adueña de la identidad del individuo y la construye según su voluntad: Galíndez es el caso “Rojas-NY 5075”, Muriel es también otro caso y otro fichero, y poco a poco otros personajes dejarán de ser ellos mismos para ser una carpeta: Conservó [...] en sus manos el tacto de la carpeta, no ya el de su superficie de plástico, sino el tacto de la vida, del movimiento pasado y futuro que llevaba dentro, como si la muchacha fuera una pequeña presencia que rebullía en su encierro provisional (pág. 271). Desde ese momento nada hay que pueda asistir a la persona. El peligro de estos ficheros y “encuestas” “de manual” es que los datos pueden ser erróneos, pero debido a su carácter inamovible, las consecuencias de estos errores no pueden ser evitadas. Sobre estos errores ironiza Montalbán haciendo que un compañero de Robards, al leer su ficha, crea que sigue casado: Conoce la historia del hombre y ha leído una ficha, pero tal vez no sea la del mismo hombre (p. 104). La identidad es sustituida por la información de una ficha, y en un mundo donde las personalidades y las vivencias están en carpetas, éstas pueden ser fácilmente eliminadas, como hizo Balaguer tras la muerte de Trujillo. Este movimiento de información forma parte de una de las estrategias del poder más productivas: es utilizado como motivo y excusa para sus actuaciones (las torturas de Galíndez y Muriel no buscan nueva información, pues no admiten más respuesta que la que ya conocen de antemano; son un elemento más de la puesta en escena). Otro modo de utilizar estos datos es el juego de informaciones falsas y verdaderas que son distribuidas en el camino de Galíndez y Muriel. En el caso de Galíndez, le suministran listas falsas de agentes trujillistas y antitrujillistas donde uno de sus mejores amigos y colaboradores es clasificado como agente de Trujillo. En unos momentos en que las ideologías estaban polarizadas, el cambio de adjetivo en una ficha supone no sólo la perversión de su ideología y de su identidad, sino una abierta amenaza a la vida (como en el caso del yerno de De la Maza). En los encuentros de Voltaire y Areces con Muriel, éstos le proporcionan datos históricos que ella ya conoce y otros inventados con apariencias de verdad. En los casos más obvios encontramos informaciones dobles, que se contradicen las unas a las otras, como los informes de Porter y Ernst (“Todo lo que Porter había puesto en blanco, Ernst lo puso en negro” [p. 108]), o documentos falsos, como la carta que Trujillo lee a Galíndez y que éste no reconoce haber escrito, o la nota de suicidio de De la Maza. Otro elemento en esta “ceremonia de la confusión” es la abundancia de pseudónimos y alias: Jesús Galíndez / Rojas / José Galindo, Voltaire / Angelito, Robert Robards / Edward Hook / Alfred, Gloria Vieira / Gogi, Martínez Jara / El cojo / Manuel Hernández / Sastre Arranz, John Khane / Joseph Frank, Almoina / Gregorio Bustamante / la Trujilla, Espaillat / El navajita ... De algunos conocemos su nombre verdadero, de otros no; los personajes mismos lo desconocen en muchas ocasiones. Es un mundo donde los personajes se multiplican, como en un laberinto de espejos, apareciendo incluso personajes fantasmas, nombres que no designan a nadie, como el de Dante Laforja Campos. Incluso los secuestradores de Muriel no conciben que ésta no tenga ningún seudónimo. La confusión roza el ridículo cuando los torturadores de Galíndez le preguntan si Lendakari es el seudónimo de Aguirre. También abundan las alusiones al teatro, a la escenificación, a la actuación. Son evidentes durante la tortura de Galíndez, y personajes como Voltaire o Robards consideran su trabajo como una representación teatral que ensayan ante sus gatos o en el avión. Es un juego que confunde a sus “víctimas”, espectadores inadvertidos, tanto como a los actores. Uno de los personajes más ambiguos de esta trama, Voltaire, declara: Me conoce mal, Robards o como se llame. Me ha pasado toda la vida interpretando, tanto que ya no sé muchas veces quien soy yo, yo mismo (p. 264). Todo es falso en esta historia: todos los personajes representan un papel, ante los demás y ante sí mismos, a veces empujados por la situación del momento y a veces por motivos más egoístas; engañan y son engañados en un mundo de ...personajes que nunca fueron lo que aparentaban ser y que en cambio afirmaban ser de una pieza, como la Historia que les había hecho (p. 344). Montalbán ha reconstruido las circunstancias de la desaparición de Jesús Galíndez, y éstas son un universo donde la identidad del individuo se ve sujeta a un proceso continuo de fragmentación y dispersión, de sustitución y perversión, que desdibuja sus límites una y otra vez. Es un mundo donde la realidad y la identidad se han diluido hasta perderse irremediablemente en este juego de confusión, donde las referencias o se anulan o se multiplican, dejando tan sólo, como en los versos de T. S. Elliot que se citan en el libro, “a heap of broken images”. El resultado último de estos juegos, con la realidad y el individuo, es la no existencia. Lo vemos en la desaparición de Galíndez, una tortura y una muerte que aunque han sido reales, no existen, así como no existe su cadáver, y como su memoria no se encuentra ni en los relatos de los testigos ni en el monumento a su recuerdo ni en la calle con su nombre. Vemos esta no existencia en la desaparición de Muriel, a quien la historia no reivindicará, en las fichas eliminadas por Balaguer y en tantos personajes - individuos - que en las páginas del libro desaparecen para no poder ser recuperados. Éstas son las consecuencias del enfrentamiento entre el individuo y el poder, y en este sentido llaman la atención las declaraciones de Montalbán sobre las actividades de oposición al régimen de Franco: A cambio de eso [las actividades de oposición] casi no existían, pero recibías dividendos importantes de satisfacciones morales y estéticas y una inmensa capacidad de sueño, nunca concreto; nunca fue un sueño en el que apareciera una sociedad definitivamente apellidada, pero sí una sociedad caracterizada por ser la negación a todo lo oprobioso7. Pero el efecto de este poder tampoco se reduce a esto, otra de las consecuencias más perturbadoras, deducible de lo anterior, es la eliminación de la razón, de la lógica, porque el poder, ese ente ensimismado, se encuentra al margen de la moral y de la lógica, y reduce al individuo al absurdo, a la contemplación impotente de algo que se le escapa por todos los lados. Así, durante el interrogatorio de Muriel leemos: Pero mientras ellos consideren que debes contestar [el cuestionario] permaneceréis en esta fase, permanecerás y lo que ahora te da miedo es que ellos mismos decidan terminar con esta situación absurda, porque no tienen otra, de momento no tienes otra alternativa que esta situación absurda (p. 337). Es en este contexto de no identidad, de no existencia y en la carencia de una lógica, en el que la estructura del libro, que mencionábamos al principio, adquiere una nueva dimensión. Es un libro sin tesis, cuya estructura refleja este juego que hemos descrito, lo reproduce y lo amplifica. Es en este sentido, un libro sin tregua, que no ofrece ningún soporte para la reescritura que la investigadora - y su doble, el lector -debe hacer. Es una novela nada inocente, en la que, en palabras de su autor, ... si hay en ella alguna tesis, es que cada generación hace frente a sus desafíos y que aún queda una raza de inocentes dispuestos a asumir riesgos éticos 8. ¿Cómo hemos de interpretar esto cuando todas las referencias han sido eliminadas? ¿Dónde está la ejemplaridad de Galíndez y Muriel para esta pretendida tesis? Galíndez no era inocente, como tampoco lo era Muriel (cualquier rastro de inocencia que pudiera tener esta norteamericana que de pequeña veía cómo “la policía democrática cazaba black panthers por la calle” [p. 13], la ha perdido en el transcurso de sus investigaciones). Son dos personajes sin identidad, dos vencidos por la historia. Galíndez muere por “una riña de taberna” (p. 226), por más que se engañe diciéndose hacerlo por la libertad, y sus intentos por tener una muerte heroica, o siquiera digna, y su búsqueda de algo trascendente que decir terminan en una exhalación de “aire pestilente, podrido” (p. 230). Tampoco Muriel ha conseguido acercarse a la verdad que buscaba sin saber cuál era, sino que se ha alejado de ella a medida que avanzaba hacia una muerte mezquina. El único momento digno que ambos han tenido, la resistencia que los dos han ejercido, son dos negaciones: la de Galíndez, un lacónico “Esta vez no. Pepe” (p. 57), y la de Muriel en la carta a Radcliffe: Estoy cerca del final de la acumulación de testimonios pero lejos, muy lejos de meterme todavía en la escritura definitiva, es decir, que si me retiran la beca me hacen polvo. Pero estoy dispuesta a asumir ese riesgo (p. 78) Es una negación - resolución que se pronuncia de una manera más o menos consciente 7 Vázquez Montalbán, Manuel, “Sobre la memoria de la oposición antifranquista”,El País, 26/10/1988. 8 Navarro Arisa, J. J., “Investigación”, El País, 15/4/1990. (Galíndez creía en la inmunidad de su situación, y Muriel, que las consecuencias de su decisión eran meramente económicas), pero que constituye el momento decisivo de resistencia ante este poder que lo abarca todo, de una actitud que ya no abandonarán. Supone también la apertura de un nuevo camino, que han de emprender solos, sin saber exactamente en qué consiste ni a donde les va a llevar, pero que a partir de entonces deja de ser una huida. Es, acaso, un anhelo vago, pero el de su elección - la única sincera que se puede hacer desde la ambigüedad de su situación en relación al poder, que para Muriel es la búsqueda de una verdad y para Galíndez representa una comunión con su tierra de “memoria y deseo”: Pero algún día me tenderé a dormir junto al chopo que escogí en lo alto de la colina, en un valle solitario de mi pueblo, a solas con mi tierra y con mi lluvia. Ellas me comprenderán al fin. (p. 72). La resistencia se resume en un “no”, que no sabe lo que niega ni lo que afirma, si es que afirma algo, pero que es la única actitud digna que se puede tomar desde el absurdo que supone la relación del individuo con el poder. Esto es lo que traspasa lo anecdótico de las situaciones de Galíndez y Muriel, dos personajes tan lejanos que no se encuentran más que a través de esta negación visceral, y lo que puede, tal vez, traspasar la narración hasta llegar al lector, pues, como mantiene Muriel: La ética de la resistencia [...] es algo más que una situación historifícada. Es un principio, una actitud ante el poder, porque el poder es connaturalmente sospechoso y no digo esto como un eco del pensamiento anarquista, sino como una constatación empírica. Todo poder tiende a ensimismarse y a autolegitimarse desde ese ensimismamiento, aunque sea el poder democrático (p. 245) Aunque, en este contexto, y en este libro que no ofrece ni un respiro, tan poco inocente, tal vez debamos recoger una advertencia lanzada al aire entre sus páginas: Pero tal vez ni siquiera esto sea cierto... (p. 73).