"Presencia del hombre". Prólogo / Rafael Altamira Leer obra

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PRESENCIA DEL HOMBRE
EDICIÓN ESPECIAL DE C I E N
EJEMPLARES NUMERADOS.
NV
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M A R Í N
CI
V E R A
PRESENCIA
DEL HOMBRE
PRÓLOGO DE
RAFAEL ALTAMIRA
EDICIONES "MEDITERRANI"
MÈXIC», D. F.
MCMXLVIl
Derechos reservados por el
autor. Hecho el depósito
que marca la Ley.
PROLOGO
A LITERATURA del emigrado, del que ha
perdido su patria y no puede volver a ella,
tiene ya a su favor numerosas obras en prosa y en verso, y no pocas de gran valor: novedad
que remedia en nuestra historia, tan llena de peregrinaciones motivadas por las guerras civiles, la
pobreza de las fuentes de ese hecho en los siglos
pasados, incluso el de los liberales que pudieron escapar a Fernando VII y que en Inglaterra y en
Francia singularmente implantaron otras creaciones espirituales.
La de ahora ofrece dos direcciones muy especializadas y bien determinadas: la política, y la
que podríamos llamar elegiaca. Esta segunda pinta más o menos vigorosamente los sufrimientos de
los desterrados en algunas de las naciones europeas
donde buscaron refugio y más de una vez recibieron martirio o devolución injusta a la tierra de que
huyeron, cuya consecuencia era la muerte, el tormento o el presidio.
El presente libro, cuyo Prólogo escribo gustosamente, difiere mucho de esos temas, aunque procede de la misma fuente. En él, un emigrado tra-
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MARÍN CIVERA
ta de consolarse de serlo por la recreación de su
ser espiritual mediante una serie de introspecciones y de comentarios sobre los hechos de los demás
hombres y las ideas y sentimientos de algunos de
ellos, poetas y filósofos. La explicación de esta actitud (podríamos decir también de este argumento del libro) la hallarán inmediatamente los lectores en los tres primeros párrafos de la "Introducción" que ha escrito el autor. Con esto, posee una
originalidad que se dibuja bien sobre el fondo de
los otros libros que conocemos, y que constituye
su primer mérito.
Pocas veces he leído —y medita do— u n libro
con mayor curiosidad espiritual, que emana ya de
su título, "Presencia del hombre"; y no sólo porque la literatura, más o menos psicológica, con que
desde hace algunos años se ha pretendido llegar a
definir la especie humana (acordaos de "L'homme cet inconnu", que tuvo gran éxito) para los que
han olvidado que, en esa materia, el rey Salomón,
o quien escribiera los libros que se le atribuyen,
dijo que "no hay nada nuevo bajo el sol"
o cosa parecida. Nuestro Cabrera de Córdoba,
repitió algunos siglos después el mismo pensamiento aunque con otro sentido, al decir "una misma
manera de mundo es todo". Verdad es que uno
y otro se referían al orden moral común a todos los
pueblos y razas, y que el hombre espiritual es algo más que el hombre moral.
De todos modos, vuelvo a decir que he leído el
libro de Civera con una afanosa curiosidad de saber cómo él ha visto a los hombres y cree que son
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en todo lo que expresa su espiritualidad. Ese afán
proviene, no sólo de la seguridad que tengo de que
Civera no puede decir más que ideas sustanciosas,
sino también porque yo llevo años de observar las
unidades y colectividades de la especie a que pertenezco, tanto en su universalidad como en la concreción de uno de sus pueblos más característicos:
el nuestro. En el primer sentido, confieso que la
conclusión a que ha llegado mi ancianidad es pesimista; y en el segundo sentido, declaro sinceramente que continúo no comprendiendo todavía u n a
parte de la espiritualidad española.
Dados estos precedentes, comencé la lectura con
el miedo de que Civera compartiese conmigo el
escepticismo, y a la vez con la esperanza de que
me aclarase algunas de mis dudas y meditaciones.
Respecto de lo primero, m e serenó pronto el párrafo último de la "Introducción": "Presencia del
hombre que m e hizo vivir en las horas amargas,
y que dio contenido al tiempo en las más gratas de
todas las sensaciones: en la manifestación de lo sincero sobré el fondo magnífico de lo bello, dando
la paz a mi alma y consuelo a mi desgracia".
De hecho, el libro se caracteriza, a juicio mío,
por la supremacía numérica de las introspecciones
que, naturalmente, el autor realiza sobre sí mismo. Ahora bien, eso° sondeos son expresados con
una belleza literaria que bastaría —dejando a u n
lado las conclusiones psicológicas, cualquiera que
sea su sentencia— para dar aliciente a su lectura
y que constituye el segundo de los méritos de esta
obra. Por lo que toca a las introspecciones en que,
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MARÍN CIVERA
según acabo de decir, la personalidad del autor representa a todos los hombres, su resultado es el
que tiene que producirse cuando ese buceo del alma lo ejerce un espíritu que sabe meditar y que,
necesariamente, ayudado por las observaciones del
prójimo percibidas en el trato social, ahonde en sí
mismo más de lo que podría ahondar en los otros,
puesto que lo suyo es tan humanidad (de hecho,
más humanidad para él) que la objetiva hallada
en los demás.
Otra novedad del libro es que su autor no se
limita a observar al hombre, sino que aduce frecuentemente doctrinas para modificar favorablemente su ser actual, que no es —a juicio suyo—
el que debería de ser. Esta perfección que busca
y predica (lo cual debe suponer que espera se realice) para sí y para los otros, se expresa en un altruismo que hace imposible motejar de egoísta al
autor. Lea el lector, a este propósito, el capítulo
que se titula "La timidez".
De vez en cuando, a Civera le gusta asustar al
lector con palabras fuertes; por ejemplo, el "Hay
que desmoralizar" al hombre. Pero es una pura
treta de humorismo. El problema que plantea y
defiende viene a resultar el más moral del mundo.
Lo inquietante para mí —hombre sereno y alegre, no al estilo vulgar, sino al más serio de que
los hombres somos capaces— es que el autor se
me aparece como un espíritu inquieto, a quien falta la paz interna y la serenidad ante la vida, y que
además es triste. Ver el "Cambio de alma". Pero las dos líneas finales de ese mismo capítulo me
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li
tranquilizan, pues dicen: "por artificial que sea el
alma, sé seguro que calmará la inquietud mía en
estos momentos de turbulencia y de intranquilidad
forzada". No es más, por tanto, que uno de esos
incidentes pasajeros que a muchos (o a todos) nos
hace desfallecer y aun dudar de nuestras más arraigadas convicciones; y de los que reaccionamos bien
pronto.
No creo necesario decir más que lo dicho de este libro. Sólo me queda por dar al público un consejo, que está muy lejos de ser una adulación: lea
"Presencia del hombre' 5 . Aprenderá mucho y hallará a cada paso trozos de la más bella condición
literaria.
RAFAEL ALTAMIRA
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