Estado, poder político y acumulación capitalista entre los siglos XVI

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Tipo de documento: Capítulo de libro
Autor: Roberto Regalado
Título del libro: América Latina entre siglos: dominación, crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda (edición actualizada)
Editorial: Ocean Sur
Lugar de publicación: México D.F.
Año de publicación: 2006
Páginas: 27-31
Temas: Historia y características, Democracia burguesa
Estado, poder político y acumulación capitalista entre los siglos XVI y XIX
Como parte del proceso de concentración de la propiedad y la producción que condujo a la acumulación originaria del capital, la sociedad burguesa
concentra también la población y el poder político.1 Desde su etapa de despliegue y afianzamiento, el sistema de producción capitalista necesita un
territorio dentro del cual crear condiciones uniformes y estables para valorizar el capital, y un poder político capaz de defender esa valorización. Este
territorio es la nación, unificada y centralizada, y ese poder político lo ejerce el Estado burgués, un Estado que es nacional por su forma y capitalista
por su contenido.
El Estado burgués cumple sus funciones mediante medios y métodos que varían acorde a las condiciones histórico■concretas. Entre tales
variaciones se encuentra la fluctuación del grado de coerción y violencia empleado para garantizar la valorización del capital, que decrece en la
medida que el desarrollo económico, político y social capitalista no solo permite, sino incluso compulsa a la burguesía a recurrir a formas indirectas,
mediadas, menos ostensibles, de ejercer su dominación sobre las clases subordinadas. En las naciones capitalistas industrializadas se registra una
variación histórica de las formas de dominación política, que comienza con el empleo descarnado de la coerción y la violencia, desde el período de
acumulación originaria del capital hasta alrededor de la sexta década del siglo XIX. A partir de ese momento, se sustituye de manera progresiva y
fluctuante la coerción y la violencia, por formas mediadas de dominación en algunas naciones desarrolladas, mientras en otras, como Alemania e
Italia, se recrudecen y desembocan en el fascismo. Las formas mediadas de dominación alcanzan su punto de máximo desarrollo durante la segunda
posguerra del siglo XX, en los países de Europa Occidental en los que se implanta el mal llamado Estado de Bienestar. Sin abandonar las formas
mediadas de dominación, la coerción y la violencia vuelven a incrementarse a partir de la oleada neoliberal de la década de 1980.
«El capital –dijo Marx– viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza».2 Aunque la acumulación originaria
«presenta una modalidad diversa en cada país, y en cada uno de ellos recorre las diferentes fases en distinta gradación y en épocas históricas
diversas»,3 el caso inglés, que Marx cataloga de clásico, sirve para ilustrar la sangre y el lodo chorreadas en el parto del capital.
En Inglaterra, la acumulación originaria se inicia con el licenciamiento de las huestes feudales y continúa con el desalojo de los pequeños productores
agrícolas (propietarios, arrendatarios y aparceros) por parte de los grandes señores feudales, quienes también se apropian mediante la fuerza de las
tierras comunales, en ambos casos, con el objetivo de incrementar las áreas de pastoreo ovino dedicadas a suministrar materia prima a la producción
lanera. Como resultado de este proceso, una gran masa de la población rural desplazada se concentra en las ciudades, donde cumple la doble
función de aportar la mano de obra asalariada para la manufactura y conformar un mercado para ella. Debido a que la incipiente producción
capitalista es incapaz de asimilar a todos los desplazados, sobreviene un masivo vagabundaje, reprimido con extrema violencia.4 Un nuevo impulso
recibe el desalojo de la población rural en el siglo XVI mediante la expropiación de tierras de que es objeto la Iglesia Católica durante la Reforma,
proceso que proletariza a la masa de labradores pobres que hasta entonces cultivaba las tierras de esa institución. «El patrimonio eclesiástico –dice
Marx– era el baluarte religioso detrás del cual se atrincheraba el régimen antiguo de propiedad territorial. Al derrumbarse aquél, éste tampoco podía
mantenerse en pie».5 La expropiación y apropiación de tierras, que comienza en abierto desafío al poder político, un poder político aún feudal que
trata infructuosamente de detener la concentración de la propiedad rural, prosigue después con su apoyo, en la medida en que ese poder político
pasa a ser de naturaleza capitalista. La apropiación de tierras comunales, que durante los siglos XVI y XVII se realiza en contra de la ley, se convierte
en legal y alcanza proporciones sin precedentes en el siglo XVIII.6
El Estado en transición entre el feudalismo y el capitalismo tarda ciento cincuenta años –entre los siglos XVI y XVIII– en ejercer el poder político para
promover la concentración de la propiedad de la tierra. Sin embargo, en lo referente a imponer condiciones extremas de explotación del trabajo
asalariado, ese mismo Estado desempeña un papel activo desde mediados del siglo XIV. La primera legislación inglesa destinada a regular el trabajo
asalariado es el Estatuto de Obreros (Statute of Labourers) promulgado por Eduardo III en 1349. Poco después se aprueba en Francia la Ordenanza
de 1350. Ambas fijan límites salariales máximos para todas las actividades laborales urbanas y rurales, y establecen penas de cárcel para quienes
paguen y para quienes perciban salarios superiores a los topes establecidos. Vale la pena anotar que eran más severas las sanciones para quienes
percibieran que para quienes pagasen salarios por encima de lo permitido.
Aunque en el transcurso del siglo XVI hay un aumento nominal de los salarios, éste es muy inferior a la depreciación del dinero y el incremento de los
precios, por lo que, en realidad, se produce una reducción del salario real que agudiza en extremo la situación de los obreros. No obstante, se
mantienen vigentes las leyes laborales, que incluyen sanciones tales como cortar una oreja y marcar con hierro candente a los infractores. En
Inglaterra, estas leyes son ampliadas, endurecidas y extendidas, en la medida que el desarrollo capitalista abre nuevos sectores laborales.
Si bien, en lo que Marx llama el período propiamente manufacturero, la producción capitalista ya no necesita ni puede hacer cumplir las leyes
antiobreras, éstas se mantienen durante un largo período. Su derogación fue escalonada: en 1813 quedan sin efecto las restricciones salariales; en
1825 se deroga la prohibición de establecer organizaciones obreras; en 1859 se levantan lo que Marx llama «algunos hermosos vestigios de esos
antiguos estatutos», y en 1871 el parlamento británico se compromete a reconocer a los sindicatos, pero otra ley restablece la prohibición de manera
diferente.7
No es casual que el cambio en los medios y métodos utilizados por el poder político, incluida la moderación y fluctuación del uso de la coerción y la
violencia, ocurra en la década de 1860, que Lenin cataloga como la de mayor auge del capitalismo premonopolista. En el Prefacio a la edición de
1892 de La clase obrera en Inglaterra, Engels explica que, en la medida en que la producción capitalista adquiere una determinada madurez, el gran
industrial no necesita recurrir a «aquellas trampas mezquinas y pequeñas raterías que distinguen el período inicial de su desarrollo», por lo que
adopta la apariencia de estar «más de acuerdo con los requerimientos de la moralidad».8
La ampliación progresiva de los derechos políticos a toda la sociedad constituye el resultado de dos procesos paralelos, uno objetivo y otro subjetivo
que, como ya se indicó, alcanzan la madurez a partir de la sexta década del siglo XIX: el proceso objetivo es el desarrollo económico registrado por
las potencias capitalistas, en primer término por Inglaterra, en virtud de los avances en el sistema de producción capitalista y la explotación del mundo
colonial, mientras el proceso subjetivo es el aumento de la organización y combatividad de los movimientos obrero, socialista y feminista, que logran
aprovechar elementos de la democracia burguesa y el sistema de partidos políticos que la burguesía había implantado para la defensa exclusiva de
sus intereses.
Antonio Gramsci ayuda a comprender la redistribución de riqueza por parte del Estado capitalista, cuando afirma que «debería ser una máxima de
gobierno el tratar de elevar el nivel de vida material de todo el pueblo», sin que ello obedezca a «un motivo especial “humanitario” y ni siquiera una
tendencia “democrática”», sino con el propósito de garantizar la «preexistencia de una zona de descenso suficiente para que la resistencia “biológica”
y por tanto, psicológica del pueblo no se quebrante», en caso que una guerra o una crisis económica provoque su brusco decrecimiento.9
Notas
1 Carlos
Marx y Federico Engels: «Manifiesto del Partido Comunista», Obras Escogidas en tres tomos, t.1, Editorial Progreso, Moscú, 1972, p. 115.
2 Carlos
Marx: «El Capital. Capítulo XXIV: La llamada acumulación originaria», Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas en tres tomos, t.2,
Editorial Progreso, Moscú, 1981, p. 148.
3
Ibídem: p. 104.
4 «Los
contingentes expulsados de sus tierras al disolverse las huestes feudales y ser expropiados a empellones y por la fuerza formaban un
proletariado libre y privado de medios de existencia, que no podía ser absorbido por las manufacturas con la misma rapidez con que aparecía en el
mundo. Por otra parte, estos seres que de repente se veían lanzados fuera de su órbita acostumbrada de vida no podían adaptarse con la misma
celeridad a la disciplina de su nuevo estado. Y así, una masa de ellos fue convirtiéndose en mendigos, salteadores y vagabundos; algunos por
inclinación, pero los más, obligados por las circunstancias. De aquí que a fines del siglo XV y durante todo el siglo XVI se dictase en toda Europa
Occidental una legislación sangrienta persiguiendo el vagabundaje. De este modo, los padres de la clase obrera moderna empezaron viéndose
castigados por algo de que ellos mismos eran víctimas, por verse reducidos a vagabundos y mendigos. La legislación los trataba como a delincuentes
“voluntarios”, como si dependiese de su buena voluntad continuar trabajando en las condiciones ya abolidas». Ibídem: p. 122.
5 Ibídem:
110.
6 «Hemos
visto que la usurpación violenta de estos bienes, acompañada casi siempre por la transformación de las tierras de labor en pastos,
comienza a fines del siglo XV y prosigue a lo largo del XVI. Sin embargo, en aquellos tiempos revestía la forma de una serie de actos individuales de
violencia, contra los que la legislación luchó infructuosamente durante 150 años. El progreso aportado por el siglo XVIII consiste en que ahora la
propia ley se convierte en vehículo de esa depredación de los bienes del pueblo, aunque los grandes arrendatarios sigan empleando también, de
paso, sus pequeños métodos personales e independientes». Ibídem: p. 113. «Finalmente –explica Marx–, el último proceso de expropiación de los
agricultores es el llamado Clearing of Estates (“limpieza de fincas”, que en realidad consistía en barrer de ellas a los hombres). Todos los métodos
ingleses que hemos venido estudiando culminan con esta “limpieza” [...] ahora que ya no había labradores independientes que barrer, las “limpias”
llegan a barrer los mismos cottages, no dejando a los braceros del campo sitio para alojarse siquiera en las tierras que trabajan». Ibídem: p. 117.
7 Ibídem:
pp. 126■127.
8 Federico
Engels: “Prefacio a la segunda edición alemana de 1892” de «La situación de la clase obrera en Inglaterra», Carlos Marx y Federico
Engels, Obras Escogidas en tres tomos, t. 3, Editora Política, La Habana, 1963, pp. 274■275.
9 Antonio
Gramsci: Cuadernos de la Cárcel en cuatro tomos, t.3, Ediciones Era, México D.F., 1984, pp. 59■60.
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