Encontrar nuestro verdadero tesoro: el camino de Jesús Homilía del P.G. Gregory Gay, C.M. Superior General 10 de agosto del 2013 Hay un anuncio muy popular en la televisión norteamericana sobre un gran banco y una compañía de tarjetas de crédito que veo con frecuencia cuando voy a casa en EE.UU para mis vacaciones de verano. Comienza con un grupo de invasores de aspecto salvaje, como de guerreros vikingos, asaltando calles, centros comerciales y otros espacios públicos, que aterrizan a todos a su paso. Cuando acorralan a sus presas, en vez de atacarlas, se paran y les preguntan: “¿Qué llevas en la cartera hoy?” Se trata naturalmente de llamar la atención sobre la tarjeta de crédito expedida por este banco, de manera que uno esté bien preparado ante cualquier emergencia, ¡incluso ante un supuesto grupo de bandoleros armados con porras! Pero por muy fantasioso que este anuncio sea, toca una de las principales preocupaciones de muchas personas de hoy en día: ¿Qué hay en mi cartera? ¿Con cuántos fondos cuento que hacer frente a mis necesidades diarias? ¿Cómo puedo conseguir lo que necesito que ocuparme de mis seres queridos? Como cualquier buen anuncio, está destinado a divertir y a picar al consumidor y así finalmente, la persona acabe comprando el producto. En el evangelio de hoy, Jesús hace una pregunta similar a la de este anuncio: ¿Cuál es tu verdadero tesoro? ¿En qué pones verdaderamente el deseo de tu corazón? Es una llamada a mirar más allá de las apariencias de la riqueza del mundo y del estatus social y reflexionar sobre lo que es duradero, y lo que verdaderamente tiene valor. Y Jesús comienza esta enseñanza como lo hace a menudo, con una simple negación: "No tengáis miedo" (Lc 12, 32). Cada vez que veo esta frase, siempre me preparo a mí mismo, porque sé que el Señor va a abrir nuevas sendas, y tengo que estar listo para responder. ¿No es irónico que estemos aquí en una conferencia sobre "La sabia administración del dinero” y cuando Jesús nos invita a su "reino" se nos dice "Vended vuestros bienes y dad limosna"? (Lc 12, 33). ¡Según las normas del mundo, esta es difícilmente una fórmula para administrar sabiamente el dinero! Pero las líneas que siguen a continuación son fundamentales para la comprensión de lo que el Señor pide: "Haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla” (Lc 12, 34). Jesús siempre llega al meollo de la cuestión ¿no es así? Al hablar de un "tesoro inagotable", lo presenta de la forma en que muchos les gustaría que fuera: un flujo interminable de dinero, edificios confortables y bien mantenidos, y ministerios totalmente remunerados. No, "tesoro en el cielo", es una llamada a dar un salto más radical en la fe. Para el ojo inexperto y sin la perspectiva de la fe, este recurso puede parecer ingenuo o poco inteligente. Pero cuando se ve como parte de nuestra condición de discípulos de Cristo y de la herencia de la que somos portadores como seguidores de San Vicente, estas palabras de Jesús son a la vez reconfortantes y estimulantes. Son reconfortantes en que nos recuerdan que todos nuestros esfuerzos no proceden ni finalizan de nosotros mismos y de nuestras propias provincias 1 u organizaciones. Un dicho sobre la entrada de un monasterio trapense recuerda a los visitantes una verdad eterna: "Dios provee". Y esta era una creencia que S. Vicente mantuvo con mucha fuerza, como se ve en su devoción a la doctrina de la Divina Providencia. Recordad con cuanta frecuencia S. Vicente emprendía una nueva empresa y a pesar de toda su planificación, los problemas surgían inevitablemente. Cuando todo parecía tornarse contra un proyecto, por lo general debido a problemas financieros o personales, Vicente era un modelo de paciencia y de fe. Estaba convencido de que su tesoro estaba en el cielo y de que la voluntad de Dios y la persona de Jesucristo, le llevarían a buen puerto. Todo esto, -no los elogios humanosera su criterio último que en todo le fuera bien. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy también nos desafían. “Porque dónde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lc 12, 35). Esta sutil y preciosa observación de Jesús, da en el clavo de lo que verdaderamente está en nuestra cartera (en nuestro monedero). El Reino de Dios que Jesús predicaba, sobre el que enseñaba y el que pidió que todos sus discípulos abrazaran, no es un lugar manifestado en los signos externos de los honores y la armonía terrena. No, el Reino de Dios se revela en el Misterio Pascual, en la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. Es un itinerario interior que nos invita a un cambio de corazón, a nuevas perspectivas, a “mirar más allá” del materialismo banal del mundo actual, a esperar vigilantes la llegada del Maestro, que nos guiará más profundamente en el misterio de su amor por nosotros. Afortunadamente, las lecturas de hoy nos dan el ejemplo de una gran persona de fe que permitió que Dios le guiara hasta encontrar verdaderos tesoros. Imaginaos la difícil situación de Abraham, nuestro padre en la fe. Cuando ya era anciano y vivía asentado en sus costumbres, fue llamado por Dios para ponerse en pie y salir hacia un país extranjero. También se le dijo que él y su esposa concebirían un hijo en sus años ancianos, para iniciar con él una nueva nación como pueblo escogido de Dios. ¿Qué fue lo que le hizo a Abraham a aceptar los desafíos que Dios puso ante él? La lectura de Hebreos nos dice simplemente que fue la fe. Abraham "creyó que el que había hecho la promesa era digno de confianza" (Heb 11, 10) Y entonces voluntariamente dejó sus tesoros terrenales: su hogar, sus pertenencias, lo que le era familiar, confiando en que las promesas de Dios le serían reveladas más tarde. ¡Hablen acerca de dar el salto definitivo de la fe! Durante este tiempo que hemos pasado juntos, hemos reflexionado mucho sobre la atención y vigilancia que exigen vuestro trabajo cómo personas imbuidas del carisma vicenciano. Cuando las obligaciones y tensiones del ministerio nos parezcan agobiantes y sofocantes, no debemos olvidar las últimas palabras de este evangelio que se nos ha proclamado: “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá…” (Lc 12, 48). Hemos de recordar que a cada uno de nosotros se nos ha dado la oportunidad de ser ese “administrador fiel” que se mantiene vigilante en espera del Maestro. Pero esta parábola no pretende ser una táctica para atemorizar, sino una invitación a comprometerse más de lleno en el servicio y a confiar en el Señor Jesús. ¿Cómo vamos a hacer esto? Aceptando el "tesoro inagotable" de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, que se nos dan como alimento, fuerza y claridad de pensamiento y acción, para que podamos mostrar a los demás lo que es hoy una "fiel administración cristiana". Al reflexionar sobre lo que hemos vivido y aprendido en estos días, busquemos siempre el "tesoro 2 inagotable" de la sabiduría de Dios, manifestado en la Palabra, en los sacramentos, y en la presencia de Jesús. Al hacerlo, veremos cómo realmente nuestro tesoro y nuestro corazón serán uno y lo mismo. Entonces, nos convertiremos, siguiendo las palabras de la primera lectura en "los hijos de los justos" (Sab 18, 9). Lecturas del domingo XIX del Tiempo Ordinario, Ciclo C Sabiduría 18, 6-9, Hebreos 11, 1-2, 8-12, Lucas 12, 32-48 3