La Fragua de los Tiempos 11 de marzo de 2012. N° 943 El Palacio Alvarado y su entorno original. Jesús Vargas Valdés. En 1899 la producción de la mina La Palmilla llegó al apogeo, en unos meses las leyes de plata aumentaron vertiginosamente provocando el asombro entre los mineros de la región y de otras latitudes. Parecía que la suerte del propietario no tenía límite; sin embargo el joven minero Pedro Alvarado no se perdía en la ambición, él seguía formando parte de la comunidad como lo había hecho siempre, conviviendo con sus trabajadores, acudiendo a la misa dominical, revolviéndose entre todos los parroquianos, ayudando a los menesterosos que se acogían a su generosidad y sobre todas las cosas, disfrutando de su matrimonio, de sus pequeños hijos porque la verdadera fortuna de Pedro era Virginia Griensen, la mujer con quien se había casado. Fueron quizá los años más felices del matrimonio, sólo les faltaba la casa, una residencia grande donde pudieran estar juntos él, sus hijos, su mujer y también los hermanos Griensen que habían quedado a cargo de ella y de él desde antes de que se unieran en matrimonio. Había llegado pues el momento de construir la casa familiar, y decidieron hacerlo en el solar que había pertenecido a la familia Alvarado desde años antes, sólo faltaba conseguir al constructor que les hiciera los planos y el diseño de la casa. Hay quienes afirman que Pedro Alvarado viajó con ese objetivo a la ciudad de México y que él mismo contrató al arquitecto F. Amerigo Rouvier; no conozco ninguna evidencia documental, sólo aproximaciones. De haber sucedido así, el viaje y la relación entre Pedro y el arquitecto tendría que haber sucedido entre 1898 y 1899. Los datos precisos que tengo de la presencia del arquitecto en el estado de Chihuahua los encontré en dos sellos impresos en las páginas de un antiguo libro de 1895 titulado Compendio elemental práctico de construcción, del ingeniero Enrique Trompeta en 1895. En uno de los sellos está impreso en color rojo el nombre del propietario y residencia: “F. Amerigo Rouvier, Chihuahua”. En el otro sello aparece el nombre del librero “Elías Hernández, comisionista de Chihuahua”, y lo más interesante es que en la parte inferior aparece la fecha en que se vendió el libro: 3 de junio de 1899. Con estos datos y con los que obtuve en las entrevistas a la señora Lilia y Lucía Vázquez Alvarado, puedo afirmar que Amerigo Rouvier permaneció en estas tierras aproximadamente diez años, de 1900 a 1910, y que fue el constructor de varios edificios en Chihuahua y en Parral. Intercambiando información con el investigador parralense Roberto Baca, él me informó que Rouvier había nacido en 1840 en la provincia de Matanzas, Cuba y que había permanecido en la isla hasta 1897, distinguiéndose como escenógrafo y pintor. Este dato lo corroboré en otra publicación donde se menciona a Rouvier como uno de los decoradores del teatro Principal de la ciudad de México. Como quiera que sea, no es esta la única interrogante, el Palacio Alvarado está rodeado, desde su origen, de grandes enigmas, baste decir que no se ha encontrado ni siquiera la referencia exacta de la fecha en que se inició la construcción, sólo puedo sugerir que esto pudo haber sido durante el segundo semestre del año 1901, o quizá en los primeros meses de 1902. Mientras se llevaron a cabo los trabajos de la gran residencia, el matrimonio ocupó una casa muy modesta que se encontraba enfrente del palacio, por la orilla opuesta del río. Esta casa todavía existe y durante muchos años fue propiedad de la familia Ramírez. De todas las grandes residencias del Parral porfiriano quizá ninguna se edificó y se amuebló con tanta amplitud de recursos económicos, con tantos detalles, como el Palacio Alvarado. El afortunado propietario no se limitaba en los gastos ni en los recursos y no es que pretendiera la ostentación de su poder, todo lo hacia para halagar a su esposa que había vivido sus años de juventud en la orfandad haciéndose cargo de todos sus hermanos. No se sabe cuándo se instalaron los Alvarado Griensen en su palacio, es otra de las incógnitas, probablemente fue a finales del año 1903, cuando el pintor italiano Decanini estaba concluyendo las pinturas de los muros del patio central y cuando aún faltaban varios muebles por llegar. A casi cien años de distancia, haciendo una revisión de lo que ha quedado de esta residencia, no puedo dejar de pensar en que se erigió como una inspiración, como una manifestación del amor de Pedro por Virginia. En la construcción y la decoración del palacio Alvarado quedó la evidencia del desprendimiento. Nunca conoceremos en detalle todo lo que adquirió don Pedro para la casa de su familia, y es que la fama del minero alcanzó a resonar en las grandes empresas muebleras y entre los vendedores de obras de arte, nacionales y extranjeros. Así llegaron a Parral muebles finos para todos los espacios interiores, costosas pinturas al óleo provenientes de los lugares más inusitados, instrumentos musicales de todos tipos, como el gran orquestonio que asombró a los visitantes que tuvieron la suerte de escuchar sus melodías, enormes espejos repartidos en toda la casa, como para que el lujo se reprodujera visualmente una y mil veces, objetos finísimos esparcidos por los grandes salones; en fin, el arte desbordado. En cuanto al vestido del palacio, es decir, el trabajo de la cantera del interior y exterior del edificio, fue tan portentoso que muy pocas construcciones en el estado se podrían igualar en lo que respecta a la delicadeza de los diseños labrados por manos muy expertas en el oficio. Se puede sugerir que, en esta obra, el arquitecto Rouvier se propuso como objetivo exaltar el arte de los talladores de cantera mexicanos, unos provenientes de Zacatecas y San Luis Potosí, y otros residentes en la capital del estado y en Parral. Todo iba bien para ellos, la felicidad era plena en la familia del minero, su esposa y sus cuatro pequeños hijos, pero en medio de las manifestaciones de optimismo y generosidad, se fue incubando la fatalidad. La vida le tenía preparado a Pedro y Virginia un final atroz. No se tiene información precisa, porque la tragedia familiar es otro de los enigmas, pero es probable que al iniciarse el año 1904 se haya declarado la enfermedad de Virginia que poco después la levó a la muerte dejando a su rico marido en la desolación y la tristeza que lo acompañó hasta sus últimos días. Esta y muchas historias palpitan en el interior de este edificio que tiene su historia, sus leyendas, sus enigmas, su magia y que ahora se encuentra en litigio porque se tiene previsto hacerle cambios en su entorno. ¿Para qué y por qué quitarle y agregarle? El Palacio Alvarado es la obra arquitectónica donde confluyen historias y leyendas de Parral: de la minería y los gambusinos, de los revolucionarios villistas que voltearon el mundo al revés, de los talladores de cantera y , sobre todo, de la magia de un amor en todas las expresiones posibles. Sin lugar a dudarlo, el Palacio Alvarado es el monumento emblemático de la ciudad y ahora se busca la forma de cambiar el entorno. ¿Para qué? Se entiende que la intención es buena, que se trata de resaltar el monumento arquitectónico, se argumenta que se desea resaltar el edificio y se le dice a la gente que no hay que resistirse a los cambios pero, ¿el cambio que se propone es bueno realmente? En su momento, cuando Pedro Alvarado decidió edificar su residencia, tuvo recursos para extenderse todo lo que hubiera querido. Si se lo hubiera propuesto hubiera comprado a cada vecino al precio que cada quien hubiera fijado y él no hubiera regateado; sin embargo se limitó al terreno que había pertenecido a su padre y respetó la traza que se había conformado en el barrio de la Alfareña desde la época colonial. Dejó que las casas de adobe, más o menos sencillas, más o menos vistosas sirvieran de compañía a su residencia. Los vecinos que llegaron después respetaron alturas, a nadie se le ocurrió levantar un edificio que obstruyera, a nadie se le ocurrió un estacionamiento o levantar una edificación que contaminara el espacio. El entorno del Palacio Alvarado se respetó más de cien años. Ahora, en el proyecto que se ha presentado a la comunidad encuentro que se agregan artificios que rompen la originalidad, encuentro que al Palacio Alvarado en nada le benefician los cambios propuestos sino todo lo contrario. Ese proyecto es una agresión para el palacio y para la ciudad. Por la importancia que tiene Parral, por la importancia que tiene el Palacio Alvarado para el turismo histórico o cultural, lo que se debería de hacer es respetar y conservar el edificio en su entorno original, tal y como decidió el rico minero; pero además, no sólo dejar las cosas como están, sino restaurar en la medida de lo posible todo lo que hay en los alrededores, en el tradicional barrio de La Alfareña que es uno de los más representativos de la ciudad. La caída de las hojas, poema de Fernando Celada. El 12 de febrero publiqué el poema La fragua; en esta ocasión presento una de las composiciones más conocidas del poeta mexicano. Lo incluyo en esta página porque puedo imaginar que el minero Alvarado lo hubiera hecho suyo en los momentos trágicos que se iba consumiendo la llama de su joven amada Virginia. La caída de las hojas. Cayó como una rosa en mar revuelto... y desde entonces a llevar no he vuelto a su sepulcro lágrimas ni amores. Es que el ingrato corazón olvida, cuando está en los deleites de la vida, que los sepulcros necesitan flores. Murió aquella mujer con la dulzura de un lirio deshojándose en la albura del manto de una virgen solitaria; su pasión fue más honda que el misterio, vivió como una nota de salterio, murió como una enferma pasionaria. Espera, –me decía suplicante– todavía el desengaño está distante... no me dejes recuerdos ni congojas; aún podemos amar con mucho fuego; no te apartes de mí, yo te lo ruego; espera la caída de las hojas. Espera la llegada de las brumas, cuando caigan las hojas y las plumas, en los arroyos de aguas entumidas, cuando no haya en el bosque enredaderas y noviembre deshoje las postreras rosas fragantes al amor nacidas. ¡No te vayas, por Dios...! Hay muchos nidos y rompen los claveles encendidos con un beso sus vírgenes corolas; todavía tiene el alma arrobamientos y se pueden juntar dos pensamientos como se pueden confundir dos olas. Deja que nuestras almas soñadoras, con el recuerdo de perdidas horas, cierren y entibien sus alitas pálidas, y que se rompa nuestro amor en besos, cual se rompe en los árboles espesos, en abril, un torrente de crisálidas. Hoy no te vayas, alejarte fuera no acabar de vivir la primavera de nuestro amor, que se consume y arde; todavía no hay caléndulas marchitas y para que llores necesitas esperar la llegada de la tarde. Entonces, desplomando tu cabeza en mi pecho, que es nido de tristeza, me dirás lo que en sueños me decías pondrás tus labios en mi rostro enjuto y anudarás con un listón de luto mis manos cadavéricas y frías. ¿No ves como el amor late y anida en todas las arterias de la vida que se me escapa ya?... Te quiero tanto, que esta pasión que mi tristeza cubre, me llevará como un flor de octubre a dormir para siempre al camposanto. Me da pena morir siendo tan joven, porque me causa celo que me roben este cariño que la muerte trunca! Y me presagia el corazón enfermo que si en la noche del sepulcro duermo, no he de volver a contemplarte nunca. ¡Nunca!... ¡Jamás!... En mi postrer regazo no escucharé ya el eco de tu paso, ni el eco de tu voz... ¡Secreto eterno! Si dura mi pasión tras de la muerte y ya no puedo cariñosa verte, me voy a condenar en un infierno. ¡Ay, tanto amor para tan breve instante! ¿Por qué la vida, cuando más amante es más fugaz? Por qué nos brinda flores, flores que se marchitan sin tardanza, al reflejo del sol de la esperanza, que nunca deja de verter fulgores? ¡No te alejes de mí, que estoy enferma! Espérame un instante... cuando duerma, cuando ya no contemples mis congojas... ¡perdona si con lágrimas te aflijo!... –Y cerrando sus párpados, me dijo: ¡espera la caída de las hojas! ...................................................... ¡Ha mucho tiempo el corazón cobarde la olvidó para siempre! Ya no arde aquel amor de los lejanos días... Pero ¡ay! a veces al soñarla, siento que estremecen mi ser calenturiento sus manos cadavéricas y frías...!