Firma invitada Foto: Javier Sarasola Villaverde, del CPEIP “Catalina de Foix”, Zizur Mayor, Navarra. EL APRENDIZAJE DEL ESFUERZO EN EDUCACIÓN INFANTIL Por Sagrario Pinto, maestra y escritora, autora del método “Cachalote”. Al igual que ha ocurrido con facultades humanas como la memoria o la voluntad, la disciplina y el esfuerzo personal han sido minusvalorados por parte de ciertas tendencias pedagógicas, muy en boga en tiempos recientes, que han dado un excesivo valor a la espontaneidad. S IN embargo, en la actualidad no existe ninguna duda acerca de la importancia que debe tener el esfuerzo en la educación, tanto es así que la Ley de Calidad de la Enseñanza, en su Preámbulo, habla expresamente de la cultura del esfuerzo y afirma que «la valoración del esfuerzo y de la exigencia son condiciones básicas de la calidad del sistema educativo». La voluntad de aprender En todas las etapas de la enseñanza, pero especialmente en Educación Infantil, es necesario tener en cuenta que la capacidad de esforzarse también se aprende. Y, lo que es aún más importante, que puede potenciarse si sabemos emplear las estrategias adecuadas. Todo aprendizaje implica un esfuerzo. Un factor determinante del éxito escolar es el desarrollo, cultivo y afianzamiento de la voluntad de aprender, cuyos pilares básicos son la constancia y la capacidad de sobreponerse a las frustraciones. 26 Un ejemplo representativo de la importancia del esfuerzo en niños pequeños es la experiencia que llevó a cabo el psicólogo austriaco Walter Mischel (Viena, 1930), que en la década de 1960 realizó una investigación con alumnos estadounidenses de cuatro años a los que les planteó el siguiente dilema: podrían coger una golosina que el psicólogo había dejado a su alcance, pero si realizaban el esfuerzo de aguantar durante 20 minutos sin cogerla, mientras él se ausentaba de clase, les recompensaría con dos golosinas. La investigación siguió el rastro de estos alumnos hasta el periodo adolescente y puso de relieve las diferencias que existían entre los niños que se apresuraron a coger la golosina y quienes demoraron la gratificación. Estos últimos eran socialmente más competentes y estaban mejor preparados para afrontar las dificultades de la vida. Esta experiencia subraya cómo es en la etapa de Educación Infantil donde deben establecerse las bases para que el alumno pueda ir interiorizando la necesidad de esforzarse como parte esencial de su responsabilidad en el proceso educativo. De hecho, ya la mera incorporación del niño a la vida escolar implica la necesidad de hacer frente a diversas situaciones que le suponen un esfuerzo hasta entonces inédito: adaptarse al grupo, al nuevo espacio del colegio, a los nuevos indicadores de tiempo que van a Firma invitada determinar sus periodos de aprendizaje, a los propios aprendizajes… Además, desde el primer momento los nuevos alumnos deberán esforzarse para poder alcanzar los objetivos fundamentales de esta etapa, entre los que figuran: • Ir conquistando progresivamente su autonomía personal: ser capaces de vestirse y desnudarse ellos solos, mantener el propio aseo personal, cuidar del entorno en el que se desenvuelven, etc. frustración. Al mismo tiempo, hay que insistirles para que exterioricen sus sentimientos y sepan expresar sus alegrías y temores, porque al realizar el esfuerzo de verbalizar lo que les preocupa, habrán dado el primer paso para poder encontrar soluciones y descubrirán en sí mismos potencialidades que desconocían. 4. Mantener la continuidad en la exigencia, para lo cual es imprescindible que haya una excelente coordinación entre los diferentes docentes que intervienen en el proceso educativo. • Avanzar en el control de sus impulsos y emociones con el fin de lograr el equilibrio personal: saber evitar las rabietas y asimilar las pequeñas frustraciones de cada día. • Aprender a jugar con los demás, lo que implica aceptar las reglas del juego, respetar los turnos y aceptar los resultados. • Saber compartir no solo los objetos sino también los afectos. • Aprender a escuchar, a memorizar, a ejercitar destrezas manuales y, en general, a utilizar facultades que hasta entonces han sido empleadas sin objetivos precisos. El educador frente a las necesidades individuales y del grupo El papel del educador en esta etapa debe orientarse de forma prioritaria a favorecer la implicación de los alumnos y a estimular su capacidad de esforzarse. Para ello deberá establecer pautas educativas que se adecuen tanto a las necesidades del grupo como a las de cada uno de los alumnos. Desde esta perspectiva, cuya finalidad es la personalización del esfuerzo, la acción educativa deberá tener en cuenta los siguientes objetivos: 1. Suscitar el interés de los alumnos diseñando una variedad de actividades motivadoras que promuevan y faciliten el esfuerzo y logren captar el interés del niño. Por ejemplo, se puede recurrir a un personaje que sea el encargado de comunicar y transmitir determinados conocimientos, como las mascotas de la clase que nos proporcionan muchos de los actuales métodos educativos o cualquier otro personaje que ideemos. 2. Ayudar a organizar la información y ofrecer las herramientas necesarias que posibiliten la adquisición de conocimientos y refuercen la confianza en las propias capacidades. En este sentido, es importante saber seleccionar los materiales apropiados: juegos, láminas, libros de imágenes, audiciones musicales… 3. Diseñar estrategias para superar las dificultades, disfrutar los logros y compartir unas y otras experiencias con los demás. Es importante ayudar a los alumnos a controlar sus impulsos para que sean capaces de demorar las gratificaciones y tolerar la La capacidad de esforzarse también se aprende. El diseño de las actividades escolares, cuya progresiva superación de dificultades debe ir acompañada de una también creciente capacidad de exigencia, ha de tener presente la doble dimensión, individual y colectiva, en que se produce el proceso educativo. En este sentido, hay que procurar combinar de forma adecuada las actividades tendentes a potenciar el esfuerzo individual (a través de trabajos personales) con otras que requieran un esfuerzo colectivo basado en las aportaciones individuales (murales en grupo, dramatizaciones, canciones, juegos…) La recompensa de la valoración Con ser importantes los aspectos antes enumerados para potenciar el rendimiento de los alumnos desde su incorporación a la vida escolar reglada, la estrategia más adecuada para estimular el esfuerzo es la de valorarlo. Un factor decisivo, que a veces tiende a dejarse un poco de lado, es el de subrayar la alegría como resultado del logro, de los objetivos alcanzados. Para que esto sea posible de modo eficiente es preciso plantear metas a corto plazo, concretas, diarias, que se puedan controlar fácilmente: recoger los juguetes, acabar lo que se comienza, etc. De esta forma, los alumnos podrán tener conciencia de sus progresos, lo que redundará en el fortalecimiento de su autoestima. Es preciso, sin embargo, presentar el esfuerzo como una actitud sostenida a lo largo de un proceso de aprendizaje y no tanto como un impulso particular ligado a la consecución de un objetivo inmediato. 27