Apuntes Sobre La Mirada - Escuela Freudiana de Buenos Aires

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"Apuntes Sobre La Mirada"
(*) Escuela Freudiana De Buenos Aires, 2014.-
Silvia Tomas
“Digo que la perspectiva del Renacimiento es un hecho de cultura, que la percepción es
polimorfa y que si se vuelve euclidiana es porque se deja orientar por el sistema (1)”.
A esta cita que extraigo de Maurice Merleau Ponty en su escrito sobre lo visible y lo invisible,
le formulo la siguiente pregunta que es exactamente el reverso de la que este autor propone
en su texto:
¿Cómo se puede pasar de la percepción en bruto o salvaje a la percepción modelada por la
cultura? o ¿Cuál es el movimiento por medio del cual lo fenoménico se vuelve cultural?
En el Seminario 11 “Los cuatro conceptos fundamentales” encontramos importantes clases
dedicadas a la mirada .
Allí en una clara distinción respecto a la vista, la mirada aparece como objeto pulsional. Se
trata de la esquicia del sujeto trabajada a lo largo de todo este Seminario en relación a la
hiancia que implica al inconsciente como estado de hendija, fisura, hiato. Es así como
particularmente Lacan abordará aquí a esa ranura en relación a un objeto ligado al deseo: la
mirada.
La referencia a Merleau Ponty y su obra “Lo visible y lo invisible” en donde este autor
presenta el quiasmo no solo respecto a la relación sujeto- objeto sino precisamente la de
alguien que ve el mundo y desde allí es visto, resulta ser no solo un homenaje de Lacan a su
amigo y colega por el texto póstumo , sino que tiene la intención de citar la posición de Ponty
que pareciera dirigirse a una búsqueda original respecto de la filosofía clásica, una búsqueda
en la que el inconsciente está presente . Veamos como lo dice el filósofo: “La escisión no es
solamente para sí y para Otro (sujeto-objeto) es más precisamente la de alguien que va al
mundo y que desde el exterior parecería quedar en su sueño”.
Lejos de hablar de la mirada como órgano de la vista, Lacan se refiere por ejemplo en estas
clases a un ruido repentino de hojas, oído mientras alguien está de caza, ruidos que dan
cuenta de una presencia, o unos pasos que se oyen en el pasillo en el momento mismo de
mirar por el ojo de la cerradura donde, una mirada lo sorprende como voyeur, lo desconcierta
perturbándolo y lo reduce a un sentimiento de vergüenza.
La mirada de la que se trata es el sentimiento de la presencia del Otro como tal, el Otro en
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tanto sujeto de deseo.
Entonces tenemos que la mirada no es la vista. Pero volviendo a nuestra pregunta original:
¿cómo se pasa de la percepción fenoménica al espacio euclidiano?demos una vuelta de
tuerca para preguntarnos: ¿Cómo se instaura la mirada en el sujeto?
En este sentido planteamos nuevamente que es necesario establecer la diferencia
fundamental entre la mirada subjetivante y la función fisiológica de la visión.
La primera está relacionada con el deseo del Otro materno y es la que introduce al niño en la
imagen del cuerpo propio como unidad. Hay un primer tiempo lógico donde el niño es mirado,
es una especie de cuadro fotografiado por la mirada del Otro que encarna la luz, tiempo en el
cual el sujeto formaría parte del cuadro.
Es en ese primer tiempo donde el sujeto mira que es mirado por otro en un juego especular,
porque tanto él se mira en el Otro como el Otro se mira en ese rostro que su mirada convierte
en humano. Para que un niño advenga humano no solo tiene que ser visto, sino mirado
porque esa mirada de la madre le proporciona la estructura humanizante.
Sabemos por Spitz, que en los años cincuenta dio a conocer como la hospitalización muestra
la cara del horror en el marasmo, que la estructura subjetiva no es genética ni hereditaria.
Hemos conocido a través de este autor que nos enfrentó con la muerte psíquica, que la
mirada de un Otro deseante es insustituible para el sujeto. En “Dos notas sobre el niño”,
Lacan se refiere a la necesidad de contar con un deseo particularísimo para el sujeto, que no
es lo mismo que contar con los “cuidados” que otorgue un semejante anónimo.
A partir de esta concepción de la mirada como subjetivante, planteamos que un doble riesgo
amenaza al sujeto: si por un lado la ausencia de mirada de un Otro deseante impediría la
inscripción en el campo simbólico, por el otro costado, la presencia sin límite de la mirada
del Otro se tornará amenaza devoradora e impondrá la omnipotencia del goce escópico del
Otro. Decimos que: mientras el deseo del Otro es tocado por la castración y vehiculiza el
Nombre del padre, el goce del escópico del Otro sin borde deviene estragante.
Es necesario por tanto introducir en la mirada la dialéctica del fort-da en una suerte de juego
se fue- acá está, juego del pañuelo o la servilleta que permite ocultar y hacer desparecer la
mirada. Porque tan imprescindible se torna la mirada del Otro como su borde, su corte, algo
que ponga límite al ojo voraz.
Un niño entra a su escuela especial donde concurre por un diagnóstico de TGD y ante la
mirada de sus maestros que lo reciben en la puerta se tapa la cara y corre a esconderse
debajo de los bancos. Cuando lo nombran, lo saludan o hablan de él se oculta, luego sale
cuando ya no le prestan atención y los maestros se dirigen a otros. La mirada en tanto goce
se torna devastadora.
Una mujer relata una anécdota infantil que le fue transmitida con gracia, aunque al contarla se
da cuenta que esa pequeña situación resulta condensar la relación que tuvo con su padre. De
pequeña, cuando contaba con alrededor del año y medio, se quedó una tarde al cuidado de él.
Los dos sentados ante una mesa, el padre trabajando con sus papeles, la niña a su lado. Al
regresar la madre luego de dos horas descubre que la pequeña había estado comiendo
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papeles en cantidad sin que su padre lo advirtiera.
La mirada que está ausente.
Esta situación contada como anécdota familiar risueña es vista de otra manera a partir de ser
llevada al análisis, cambia la mirada.
Una joven cuenta que de niña, se sentaba almorzar y su abuela al lado. La abuela le
preparaba el almuerzo y la miraba comer. Ante el pedido de que ya no la mire, la abuela le
contestaba “si no hago nada… solo te miro”. La mirada que come.
La primera experiencia con el Otro es la mirada de la madre, mirada como nominación, como
modo de nombrar a un sujeto. En la mirada de la madre se hace presente el nombre del padre
siempre que esté en juego el movimiento fort –daico de la presencia ausencia. Así , una
mirada funda al niño en un imaginario más allá de lo visible.
En este recorrido, me detengo por invitación de Lacan ante el cuadro “Los embajadores” de
Hans Holbein apodado el joven. Allí está la anamorfosis. Se trata de la deformación de una
imagen producida por medio de un procedimiento óptico o matemático. Un efecto de
perspectiva utilizado en arte para forzar al observador a un determinado punto de vista
privilegiado, es la calavera que puede apreciarse solo desde un punto del costado del marco.
Si constituye un enigma la introducción de una calavera en el cuadro donde los embajadores
ostentan una apariencia fascinante es porque dicho objeto permite puntuar el prototipo del
resto, de la no reparación ante la fatuidad del yo.Allí donde lo imaginario tapona la falta, el
cuadro presenta a la muerte.
Ante el falicismo de la imagen englobante de los embajadores cubiertos por oropeles, capas,
collares, pieles, para Lacan la calavera de Holbein representa la castración escrita como
menos fi. Castración sobre la cual gira la organización de los deseos a través del marco de las
pulsiones.
No basta la función fisiológica de la vista, para el sujeto se hace necesario renunciar a ser
visto en todo momento, perder ese goce escópico que el niño podrá recuperar en el juego.
Es Freud quien ubica la mirada en el campo de las pulsiones cuando nos dice que a diferencia
de lo oral y lo anal la mirada no surge de la apoyatura en la autoconservación, no está
articulada a la necesidad. En “Pulsiones y sus destinos” ubicamos el engarce freudiano
entre el mirar y la sexualidad.
Allí donde menciona el placer de mirar el miembro sexual, refiere al placer de mirar uno
mismo el objeto ajeno y también al placer de mostrar, dar a ver, exhibir.
También Freud relacionó la pulsión escópica con el afán de saber. En el análisis del pequeño
Hans donde trata la constitución de una fobia hay un primer momento donde el niño es objeto
sin marco de la mirada del Otro que lo retiene y que no solo lo mira sino que le da a ver todo,
hasta las bragas.Del lado del padre, el pequeño es objeto de múltiples escudriñamientos con
el fin de contribuir a la teoría freudiana sobre la sexualidad infantil.
Sucede un segundo momento donde el pequeño tiene que vérselas con la castración en el
sexo de su hermana,porque a ella le falta el wiwimacher, pero luego le crecerá, le dicen. Así
rehusa darse por enterado de la castración porque supropia posesión entra en peligro.
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Más tarde, cuando pasa a enunciar que todo ser viviente tiene un wiwimacher se traza una
primera distinción entre seres animados y seres inanimados, de allí irá luego a la diferencia de
los sexos.
El discurrir de los tiempos lógicos produce angustia, lo cual es una demostración de que la
metáfora paterna ha operado.
Luego la fobia será un borde que focalizará la mirada en una apelación al padre para que
ponga límite al goce del Otro, mirada excesiva y devoradora.
Juanito no devino fetichista, no erigió un monumento al horror de la castración ni se fascinó
con un objeto como las bragas de la madre, sino que su mirada se desplazó hasta desarrollar
la fobia a los caballos. Ahí donde la fobia resulta un marco puesto a la mirada penetrante del
Otro, el niño logró colocar una trampa para cazar miradas.
A partir de allí, para él, el espacio se tornó normado, un espacio que le permitió ubicar
donde sí y donde no, introduciendo una suerte de escansión que le faltaba Hans, logra domar
el goce escópico del Otro.
Si nos preguntábamos al comienzo del trabajo, con Ponty, por el pasaje de la percepción
polimorfa a la ecuclidiana remarcamos que Lacan dio varios pasos más y apoyado en la
topología, se sirvió de la figura del cross cap, en la que nunca hay un circulo con reducción
puntiforme, para abordar la posibilidad de un tipo irreductible de falta y ese tipo de falta
irreductible es la constitución misma de la subjetividad. La marca de la castración como
pérdida de goce en la mirada, con la renuncia a ser visto todo el tiempo permitió a Hans
balizar un espacio que reconfigura su corte, su ranura, contando con la inscripción de la
castración a la manera de la calavera que nos propone Holbein en el cuadro de los insuflados
embajadores.
NOTAS:
(1) Maurice Merleau –Ponty “Lo visible y lo invisible”
Bibliografía .
Amigo, Silvia. “Clínica de los fracasos del fantasma”. 2005 Homo Sapiens Edicionees.
Freud, Sigmund. “Pulsiones y sus destinos”. 1915 Editorial Amorrortu.
Freud, Sigmund. “Análisis de la Fobia de un niño de cinco años”. 1909 Editorial Amorrortu.
Lacan, Jacques. Seminario 11 “Los cuatro conceptos fundamentales”. 1964 Paidós Editorial.
Maurice Merleau Ponty “Lo visible y lo invisible “. 1964 editorial Gallimard.
Cuadro “Los embajadores” Hans Holbein. National Gallery
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