DEL MISMO AMOR ARDIENDO (recepción de la literatura española

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ENCUENTROS EN VERINES 2007
Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
DEL MISMO AMOR ARDIENDO
(recepción de la literatura española en el exterior)
Juan Carlos Méndez Guédez
En alguna ocasión una amiga madrileña me contó su sorpresa al llegar a una
librería italiana y comprobar que dentro de ellas no se establecía distinción ninguna
entre autores hispanoamericanos y españoles. Tal vez compartí esa perplejidad
inicial, pero desde ese momento comprendí que hay situaciones obvias que sólo se
revelan para quien puede contemplarlas con distancia.
La historia de los diálogos culturales entre España e Hispanoamérica se
encuentra llena de encuentros y desencuentros. No olvidemos que el siglo XIX fue
época de sangre y pólvora, de odios y rencillas, de guerras civiles, y eso desembocó
en un forzado divorcio entre una y otra orilla del idioma. En lo que a Hispanoamérica
se refiere, la clase militar se dedicó desde entonces y hasta ahora a cobrarse con
largueza sus servicios a aquellas frágiles patrias que surgían como improvisados
campamentos, y tal vez por la necesidad de reafirmar identidades nacionales que en
ocasiones surgieron del fragor de una batalla o de la voluntad de uno o de dos de esos
caudillos militares, la conexión cultural con España se vio recortada a límites
asfixiantes.
Para subrayar muy brevemente el caso concreto de Venezuela, en el siglo
XIX sólo los canarios fueron acogidos por políticas gubernamentales para que con su
trabajo se dedicasen a las labores agrícolas que tanto se requerían en ese país
arrasado y pobre que surgió de las gestas bolivarianas. Venezuela desarrolló un
identidad que se sostenía en la lejanía con España. Un país entero concentrado en el
ombligo heroico de sus batallas del siglo XIX, y que por sobre todo se vivía a sí
mismo como hijo de la voluntad y la genialidad impoluta de Simón Bolívar, el
Bolívar militar que había expulsado a los españoles y que continuó siendo un icono
durante el siglo XX.”1.
Situaciones similares debieron vivirse en otros países de la zona, pues resulta
un hecho que hubo décadas de incomunicación profunda, una incomunicación que
según Rubén Darío también fue responsabilidad de la antigua metrópoli. No en vano
el poeta nicaragüense exclamó en 1897: “¿Pero quién ha tenido la culpa sino la
madre España, la cual, una vez roto el vínculo primitivo, se metió en su Escorial y
olvidó cuidar la simiente moral que aquí dejaba? ...La innegable decadencia
española aumentó nuestro desvío, y el verdadero o aparente aire de protección
mental y de desprecio que respecto al pensamiento de América manifestaran algunos
escritores peninsulares, secó en absoluto nuestras simpatías y nos alejó tanto de la
antigua madre patria que la actual generación intelectual, los pensadores y artistas
que hoy representan el alma americana, tienen más relación con cualquiera de las
naciones de Europa que con España...”.2
Afirman los investigadores que fue el propio Darío el responsable principal
que ese vínculo se reestableciese. Desde luego en su Autobiografía3 nos relata sus
múltiples encuentros con autores españoles de la época. Y como sabemos, los finales
del XIX y principios del XX nos descubren de nuevo un intercambio fructífero entre
autores de la península Ibérica y del continente americano. La propia muerte de
Rubén Darío genera multitud de testimonios adoloridos de autores españoles, como
Antonio y Manuel Machado, Cansino Assens, o el propio Miguel de Unamuno, quien
1
En los años cincuenta y sesenta del siglo XX miles de españoles, legales e ilegales, emigraron a Venezuela. Una emigración
bien acogida, que se integró con rapidez a la vida del país, pero que vivió situaciones paradójicas y absurdas pues el discurso
integrador del patriotismo venezolano no dejaba de excluirlos. De allí que la propia educación impartida en los colegios
generase disparatadas situaciones como cuando chicos inmigrantes nacidos en España, llegaban a sus casas y llenos de ira
podían comentarle a sus padres gallegos, canarios, asturianos, (campesinos o humildes obreros de la posguerra que por arte de
magia quedaban convertidos en emisarios de Fernando VII): “Hoy no quiero hablar, esta mañana descubrí que ustedes vinieron
a esclavizarnos. Menos mal que aquí nació un Superman que se llama Bolívar y nos salvó”.
2
Rubén DARÍO, España contemporánea, Lumen, Madrid, 1987.
3
Rubén DARÍO, Autobiografía, Shade, Madrid, 1945.
tal vez para disculparse por algún desafortunado chiste que realizó sobre Darío,
afirmó que: “Nadie como él nos tocó en ciertas fibras; nadie como él sutilizó nuestra
comprensión poética. Su canto fue como el de la alondra; nos obligó a mirar un
cielo más ancho, por encima de las tapias en que cantaban, en la enramada, los
ruiseñores indígenas. Su canto nos fue un nuevo horizonte, pero no un horizonte
para la vista, sino para el oído”.4
De allí que resulte natural que en 1925 Max Enrique Ureña subraye con desbordado
optimismo: “En la actualidad el intercambio de influencias entre unos y otros países
de la América española, y entre todos estos y España se hace cada vez más intenso,
gracias al reconocimiento recíproco, y a la simpatía intelectual, con lo cual la
producción literaria de habla castellana adquiere cierto carácter de unidad....”.5
Delicioso panorama que la guerra civil española hizo saltar por los aires. Una vez
fracturado este país, las simpatías intelectuales hispanoamericanas se inclinaron
mayoritariamente por la derrotada república, y aunque los diálogos no se
interrumpieron del todo (tanto la dictadura franquista como el exilio mantuvieron sus
conexiones con aquellos países), los años sesenta nos encontraron sometidos de
nuevo a una profunda incomunicación. La narrativa hispanoamericana causó
verdadera sorpresa en el mundo español. Una sorpresa que como vemos en ese libro
espléndido que es La llegada de los Bárbaros6 de Joaquín Marcos y Jordi Gracia,
estuvo teñida de admiración, una admiración que derivaba en cierta forma del
desconocimiento. España quedó fascinada por Vargas Llosa, por Cortázar, por
Fuentes, por García Márquez, pero también por Borges, por Rulfo, por Donoso, por
Cabrera Infante, por Onetti. De un solo golpe, aquí se descubrió el fragor de una
literatura que llevaba década expandiéndose y creciendo en su vigor imaginativo.
4
Juan GONZÁLEZ OLMEDILLA, La ofrenda de España a Rubén Darío, editorial América, Madrid, 1916.
5
Max HENRIQUE UREÑA, El intercambio de influencias literarias entre España y América durante los últimos
cincuenta años (1875-1925), Cuba contemporánea, La Habana, 1926. También en áreas como la música o el cine estos años
generaron interesantes diálogos como puede leerse en, Marina DÍAZ LÓPEZ, Música y teatro en el primer cine trasnacional
en español: Raquel Meller, una cupletista en el cine, (inédito).
6
Joaquín MARCOS, Jordi GRACIA, La llegada de los bárbaros, Edhasa, Barcelona, 2004.
Una fascinación que del lado de muchos escritores españoles se transformó en
verdadera incomprensión y recelo, como el que alguna vez expresaron autores como
Juan Benet, o como Ángel María de Lera .
Pero más allá de estas debilidades humanas quiero resaltar que en ese
momento y en los años posteriores, una y otra literatura continuaron percibiéndose
como dos espacios divergentes. Quizás porque lo eran de una manera tangible;
aunque precisamente lo que deseo subrayar en este momento a partir de esa anécdota
que les he comentado al principio de estas palabras (esos anaqueles de librerías
europeas en las que la literatura en español convive con naturalidad) , es que en el
inicio del siglo XXI podría estarse dibujando un mapa diferente, un mapa que ya se
percibe en lugares como Italia y como los países escandinavos7.
Es posible que ya no se trate tan sólo de que los autores de una y de otra orilla
dialoguen de manera fluida, sino que cada vez están y son más concientes de su
proximidad (Joaquín Marco ya dijo en su momento sobre nuestras literaturas que
somos “una unidad en la diversidad”). Yo me atrevería a pensar que en este
momento, las diferencias entre la narrativa española y venezolana pueden ser las
mismas que entre la venezolana y la uruguaya, o muy similares a las que se expresan
entre la narrativa colombiana y chilena, de allí que se me antoja que al menos en lo
que a algunos autores del siglo XXI se refiere, es posible intuir la existencia de
narradores en los que la adscripción a un país o a sólo un segmento de la narrativa
elaborada en castellano resulta una definición incompleta. Pienso como ejemplo
concreto en narradores como el peruano Fernando Iwasaki, el argentino Rodrigo
Fresán, o en mi propio caso, que aparecemos incorporados a antologías
hispanoamericanas, pero también a antologías de narradores españoles, tal y como si
nuestro trabajo pudiese moverse sin demasiadas fricciones en uno y en otro
territorio8.
7
“Un elevado porcentaje de lectores italianos no traza fronteras netas entre la narrativa en español europea y la que nace en
Hispanoamérica o es escrita en España por hispanoamericanos. Este enorme patrimonio se capta como un conjunto multiforme,
cuyas orillas se alimentan y acentúan mutuamente”, Ni en la plaza de toros, ni al borde de un ataque de nervios, Nuria PÉREZ y
Danilo MANERA, Revista QUIMERA., No 273, p. 35. “Las editoriales (escandinavas) no distinguen entre autores de un lado u
otro del océano, tampoco lo hacen los lectores en su gran mayoría. Muchos autores latinoamericanos publican y viven en
España y todos los autores que escriben en español se enriquecen mutuamente formando una exuberante cultura global”, La
literatura actual en Escandinavia: una asignatura pendiente. Ken BENSON y José María IZQUIERDO. Revista Quimera, No
273. p. 61.
8
Puede verse la antología de cuentistas hispanoamericanos: Líneas aéreas, Lengua de trapo, Madrid, 1999; y la antología de
cuentistas españoles: Pequeñas resistencias I, Páginas de espuma, Madrid, 2001, en la que se confirman estas coincidencias.
Luego puede subrayarse que Fernando Iwasaki también forma parte de antologías estrictamente peruanas como: Ricardo
GONZALEZ VIGIL, El cuento peruano, 1990-2000, ediciones Copé, Lima 2001; Fresán aparece incorporado a Eduardo
HOJMAN, Cuentos argentinos (una antología), Madrid, 2004., y mis relatos son recogidos por las dos más recientes
Y no sólo considero, que autores hispanoamericanos que viven en España, y
han leído con idéntica fascinación a Onetti y a Muñoz Molina; a Cortázar y a Vila
Matas; a Donoso y a Manuel de Lope; participan de ese espacio virtual; creo también
que unos cuantos autores españoles habitan en esa vecindad espiritual, creadora, en la
que los pasaportes se diluyen y el idioma se convierte en un nexo que los funde con
aquellos que de la otra orilla hemos llegado. Dicho de otra manera: no creo que
pueda decirse que en este momento del siglo XXI autores hispanoamericanos y
españoles se comuniquen con especial fluidez; más bien pienso que algunos de ellos
son una unidad diversa, una polifonía expresada en la singularidad de sus obras.
Sospecho que el reino de Cervantes, como lo llamó Arturo Uslar Pietri; o el territorio
de la Mancha; como lo denominó Carlos Fuentes9; son una realidad tangible que
comienza a desplegar sus señales definitorias.
Porque si bien el propio Fuentes en la edición de 1974 de La nueva novela
hispanoamericana expresaba que los novelistas hispanoamericanos debían poseer
una lengua que no les pertenecía del todo (pues era el lenguaje de la conquista, de las
academias, de los diversos disfraces de lo real), y que los españoles debían
desposeerse de ella, y recobrar frente a sus palabras el desamparo; a estas alturas el
camino recorrido desde entonces por unos y por otros, los ha aproximado al punto de
que de que ambos experimentan la lengua como su casa amable, su vértigo
expresivo, su adversaria, su aliada. En fin, que frente a ella, unos y otros viven como
en el verso de San Juan de la Cruz: “del mismo amor ardiendo”.
Creo que en autores como Fernando Iwasaki; Ernesto Pérez Zúñiga; Jorge
Eduardo Benavides; Blanca Riestra; Juan Carlos Chirinos; Nicolás Melini; Javier
Azpeitia; Andrés Neuman; Juan Gabriel Vásquez; Anelio Rodríguez Concepción;
Marías Fasce; Hipólito G. Navarro, Doménico Chiappe, Eduardo Jordá o Fernando
antologías del cuento venezolano: Antonio LÓPEZ ORTEGA, La voces secretas, Alfaguara, Caracas, 2006; y Rubi GUERRA,
21 del XXI, Ediciones B, Caracas, 2007.
9
Uslar Pietri definió el Reino de Cervantes como ese “sentimiento espontáneo y visible de ser una sola gente, con un pasado
común y una visión básica del ser y el hacer” que une a Hispanoamérica con España; y Carlos Fuentes habla del Territorio de la
Mancha como esa: “mancha lingüística en expansión, 400 millones de seres humanos...lengua de migración...de mestizaje”
Royuela, esa lengua que los unifica deriva en la búsqueda de novelas y relatos
cargados de un riguroso sentido anecdótico que se sostiene en tensiones líricas y en
ajustadas estrategias compositivas. Se trata de autores que necesitan seducir a sus
lectores con la antigua y siempre invalorable potencia de una espléndida historia,
aunque también emplean en su justa medida las posibilidades de recursos técnicos
que logren una hondura mayor para el cuerpo del relato que intentan desarrollar.
Pero aparte de esas conexiones expresivas y estéticas que se establecen entre
algunos autores de una y otra orilla del océano, creo que en ellos se escenifica un
panorama que no puedo dejar de subrayar. Frente a los malentendidos y los excesos
que signaron la relación entre los escritores españoles o hispanoamericanos del siglo
pasado (pienso en esos años veinte cuando Giménez Caballero decretó la primacía de
Madrid al denominarla meridiano intelectual de Hispanoamérica; o los años sesenta
en los que toda la atención de los lectores se centraba en los narradores
hispanoamericanos), ahora se vive una síntesis de propuestas, en las que lo literario
priva por encima de las precisiones geográficas, y sin que nadie pretenda que el
mayor peso de la creación narrativa en español se encuentra sostenido sobre uno u
otro espacio.
De allí que al pensar en el tema de este encuentro: la recepción de la literatura
española en Europa, no deje de plantearme cómo primera duda ( y comprendan que
un novelista rara vez ofrece respuestas, sino que asoma interrogantes), si no se
aproxima el momento en que debamos pensar no en la literatura española, o la
literatura guatemalteca, o venezolana, o paraguaya, como entes absolutamente
fragmentados e independientes, sino en la literatura en español. Primero, porque de
ese modo se perciben a sí mismos unos cuántos novelistas y cuentistas
contemporáneos. Luego porque como les refería al principio de estas palabras en
algunos países de Europa ya se piensa en las literaturas hispánicas como un conjunto;
y finalmente porque me cuesta pensar que todo lo bueno, lo positivo, que pueda
ocurrirle a los novelistas hispanoamericanos actuales no termine siendo positivo para
un narrador nacido en España, o viceversa, me resulta complicado que el espacio
abierto en el exterior para un novelista español no sea la posibilidad futura de un
espacio para un autor nacido en Hispanoamérica. Sospecho que lo prometedor, lo
horrible, lo indiferente que nos aguarda allí afuera, nos alcanzará a todos de manera
semejante.
Otro punto será reconocer cuál es la exacta dimensión de la visibilidad que
compartimos afuera10. Conocemos cuáles son actualmente los sólidos narradores
traducidos a idiomas europeos con reseñable éxito: García Márquez; Vargas Llosa;
Javier Marías; Muñoz Molina; Eduardo Mendoza; Juan Marsé; Rafael Chirbes;
Enrique Vila Matas, etcétera. Sabemos que por otro lado las propuestas comerciales
de best seller o de literatura veraniega logran infinitos espacios de divulgación. Pero
para un escritor no es posible vivir y pensar sus libros intentando adecuar su voz para
que se asemeje a las expectativas que puedan poseer los lectores y críticos de nuestro
idioma o de otras lenguas. Un escritor enamorado de su trabajo aspira a que la
honestidad de sus historias seduzcan a esos lectores, que los atraigan, que los
enganchen, pero desde la sinceridad más nítida de su propia voz.
De hecho, Enrique Vila Matas afirma en su artículo Situarse el mundo11 que
logró proyectar su trabajo fuera escribiendo “contra el superficial canon nacional que
algunos críticos nefastos crearon en los años ochenta” en España, canon que según
sus palabras consistía en exaltar la copia de los mejores estilistas del boom. Es decir,
escribió a contracorriente de lo que en un momento dado sintió eran las expectativas
que podía despertar un novelista nacido en España. Quizás allí radique la respuesta
de lo puede hacer un escritor de lengua española para contribuir a la difusión de su
cultura. Escribir las novelas que lleva dentro, (una, dos, trescientas) desde la visión
propia que sus palabras levantan en torno al mundo. Escribir los libros que él
necesita escribir, sin importar que sean o no los libros que despierten el aplauso
10
Junto a los ya citados trabajos de la revista QUIMERA, también vale la pena consultar Juan Manuel GARCÍA RUIZ, La
novela española en la red del Instituto Cervantes, (inédito, texto leído en el encuentro sobre novela de Zaragoza, 2007).
11
Enrique VILA MATAS, Situarse en el mundo, “El País”, 05/07/07
inmediato de cada país. Crear sus lectores, enamorarlos; crecer con ellos y en ellos a
partir de la verdad de su escritura.
Quizás al hilo de esta última frase, necesito entonces cerrar estas palabras con
los versos de Keats que tradujo Julio Cortázar: “La belleza es verdad y la verdad
belleza... Nada más / se sabe en esta tierra y no más hace falta”.
Verines, septiembre 2007.
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