Vivir muriendo La historia de Evelyn Werner Nombre: Eva Paredes Salas Curso: 2º C.F.G.S. Interpretación de Lengua de Signos Me llamo Evelyn Werner. Son la ocho de la mañana. Estoy tumbada en la cama; tranquila, si, muy tranquila.soy libre. “La bestia” ya no volverá. Seis meses antes. Las 7:40. ¡Dios mío! Me he dormido. No me dará tiempo. Él se va a despertar. El desayuno no está preparado. ¡Dios! Me doy prisa. Justo en el último momento. La mesa está puesta. Él se levanta. Desayuna. Se va al trabajo. No me ha dicho nada en toda la mañana. Mejor. No hemos discutido. Ya se ha ido. Cuatro horas de tranquilidad, creo. Voy a la compra. Limpio la casa. Todo ha de estar perfecto, si no será peor. Llega la hora de la comida. Él ya ha llegado. Entra en la cocina; se sienta en la mesa. Sólo articula palabra para decir que la sopa está sosa; y me golpea otra vez, sí, su puño irrumpe con brutalidad en mi rostro. El golpe no me duele, es costumbre, lo que me duele es algo más interno. Tengo la cara marcada, como muchas otras veces. No me importa, lo sé disimular bien, ya es costumbre. Ya se ha vuelto a marchar. Creo que la tarde será tranquila; dolorosa, pero tranquila. Me encuentro con una vecina, amiga: – ¿Por qué vas tan tapada? ¡No hace tanto frío, mujer! –me dice. – Tengo gripe –afirmo. – Estos cambios de tiempo no son buenos. – Sí, no son buenos. Me voy. Los ojos se me han llenado de lágrimas; no quiero que nadie me vea, no aguanto que se entrometan en mi vida. Nadie puede cambiar mi situación, sólo empeorarla. Me da miedo que si alguien se entera, las cosas vayan a peor. Me puede matar. ¡Dios Mío! Sé que puede llegar a matarme. Estoy sola en casa. Es muy tarde, él no ha regresado. Mejor que no lo haga. Siento esa opresión que he sentido tantas veces, un agobio interior corroe mis entrañas. Mi hija me mira aterrorizada. ¡Dios Mío! ¡Sólo tiene cuatro años! ¿Por qué tiene que sufrir esto? ¿Por qué ha de existir tanta crueldad? Oigo la puerta. Ya viene. No sé qué hacer. Angustia. Le pondré la cena. Me mira de manera extraña. – Me das asco. Genial. No me dirige la palabra en todo el día y ahora me encuentro con esto; estupendo. Resignación. No contesto. Esta es la vida que me ha tocado vivir. Siempre me he conformado, hasta ahora, no sé, pero ahora comienzo a pensar en mi hija, en su futuro, en mi vida, incluso en mí; sí, creo que por primera vez pienso en mí; y descubro que no soy feliz. – He dicho que me das asco, ¿oyes? ¡Me das asco! Por una vez tengo valor. Miro a mi hija, inmóvil en un rincón, me llena de fuerza: – No me importa lo que me digas. Tú, ¿sabes una cosa? Tú me das pena, no es por mí, sino por ti mismo, no sabes en lo que te has convertido, has… Me golpea más fuerte que nunca. Caigo al suelo, me he derrumbado por completo. ¡Pobre infeliz! Pero, ¿cómo pude pensar que llegaría a alguna parte? Me vuelve a golpear, esta vez con más fuerza, en mi espalda; yo me cubro la cabeza, sé que los golpes en esta zona son los que más me afectan. Me da patadas, me apalea como a un perro, y siempre ha sido así, ya hasta creo que es normal. Él sale de la casa, malhumorado; yo quedo tendida en el suelo. Me arrastro hasta la cama; consigo mi objetivo. Intento descansar un poco, seguro que él no vuelve en toda la noche, ya lo ha hecho más veces. Él. Siempre pienso en él, pero no como las demás mujeres piensan en sus maridos, no con amor. Yo pienso en él, sí, pero con terror, con miedo, siento horror hacia su presencia. Nunca me había parado a pensar esto, creo que la mirada de mi hija de esta tarde me ha abierto los ojos; emanaba pena, tristeza, a la vez que una mezcla de amor y odio. Creo que estoy reaccionando; no soy tan débil como él piensa, él me ha hecho creer que soy frágil, pero no es así, puedo llenarme de fuerza y luchar por mi felicidad. Por un momento me siento altiva, segura de mi misma, la verdad es que decirlo resulta fácil, pero, ¿tendré el valor para enfrentarme a ese monstruo? Aparece mi hija frente a mí. De pie, en el umbral de la puerta de mi cuarto, tenue, su piel pálida resplandece, sus ojos azules me miran fijamente. Sus ojos. Falta algo en sus ojos. Felicidad. Tal vez sean el reflejo de los míos. – ¿Por qué papá es malo? Tienes que hacer algo, no quiero que venga, papá no es bueno. Es impresionante. Sus palabras cortan el aire y atraviesan mi alma como un puñal de frío acero. Ella, tan pequeña, tan sensible, y yo, hasta ahora, tan ciega. Es impactante. Sus ojos me irradian una fuerza sobrehumana. Ahora me veo capaz, sí, busco la felicidad de mi hija, busco mi propio bienestar por una vez en la vida. Consigo dormir, tranquila, en cierto modo. Mañana pondré fin a esta pesadilla, espero. Me levanto. Él todavía no ha aparecido por aquí. Yo esperaba eso. He oído en la radio que existen ciertas instituciones que ha apoyado a mujeres en mi caso. Me dirijo a una de esas instituciones, “Woman´s savior” Me detengo frente a la puerta. Me siento paralizada. Dudo un instante; recuerdo la mirada de mi hija, recuerdo su fuerza, parece irónico, una mirada cambia toda una vida. Entro. Me recibe una gran sala. Al fondo hay un gran escritorio, rústico, de madera. En él está sentada una mujer, parece mayor, aunque en realidad no creo que tenga más de cincuenta. Me dirijo hacia ella. –¿Puedo ayudarla? Su voz cálida, amable, aporta confianza. – No sé por dónde empezar. – Tranquila, aquí seguro que podemos ayudarla. Me llamo Anne, desde ahora soy tú psicóloga y amiga. Pasemos a la oficina, estaremos más tranquilas. Entramos en la sala contigua. Es más amplia que la anterior y más acogedora. Los muebles continúan siendo rústicos. La mesa es semejante a la de fuera, pero más grande; a cada lado de ella hay cómodas butacas. La luz es tenue; huele a jazmín, madreselva o a alguna flor semejante. Me siento protegida, a gusto, amparada. – Bien, siéntese, relájese, y cuénteme. ¿Por qué ha acudido a nuestra asociación? – Mi marido… no sé, cómo decirlo…, él…, tal vez no haya sido buena idea venir. – Me levanto. – Espere, todas las personas de aquí hemos pasado por ello. – Se descubre el torso y me enseña una gran cicatriz. – Yo sé lo que sientes. – Angustia. Resignación. Miedo. Eso siento. – Lo sé. Pondremos fin a tu problema. Me cuenta cómo es posible que yo, mediante una denuncia, ponga fin a mi tragedia; me dice que no se acaba el mundo, que podré construir una nueva vida, cuando esté a salvo; que si no pongo fin a esta situación ahora, nunca lo haré. Me he decidido. Voy a denunciarlo. Voy a casa a por unos documentos necesarios. Abro la puerta. ¡Dios Mío! Él ya ha regresado. – ¡Infeliz! ¿Dónde te habías metido? ¿Crees que puedes hacer lo que te venga en gana? Vuelve a pegarme. Caigo al suelo, pero me levanto. –Ya no te aguanto más ¿sabes? – ¡Cállate!- me vuelve a golpear. – No vas a mantenerme en silencio más tiempo. ¡No aguantaré más! ¡Voy a denunciarte! – ¡He dicho que te calles!- Me percute en el tórax. Yo vuelvo a levantarme. Me encierro en la habitación y busco los papeles a toda prisa. Ya los tengo. Él consigue entrar. Se abalanza sobre mí. Me apalea de nuevo. No sé cómo logro escabullirme. Cojo a mi hija y nos vamos corriendo de la casa. Bajo las escaleras velozmente; me doy cuenta de que no me sigue, que tonta, ¿Cómo se va a preocupar tanto? No me ve capaz de hacer nada, pero está equivocado. Vuelvo a “Woman´s savior”. Me ofrecen toda la ayuda necesaria para formalizar la denuncia. No necesito más pruebas. Los hematomas de mi cuerpo hablan por sí mismos, es suficiente; aún así un médico me revisa. Están todos los trámites hechos. En cuarenta y ocho horas unos agentes de policía irán a mi casa a arrestar a mi marido. Me frecen quedarme estos dos días en una residencia adaptada para mujeres en mi caso. Acepto; mi hija viene conmigo. Nos instalamos en una habitación agradable; tengo una compañera; también tiene un hijo, mi niña y él enseguida comienzan a jugar. – Ellos se alegran rápidamente.- me dice mientras los observa –No tienes que avergonzarte de nada. – ¿Cómo dices? – Es tu rostro. Todas tenemos una mirada semejante cuando llegamos a este punto. Mi marido estuvo a punto de estrangularme hace tres semanas; eso me empujó a tomar esta decisión. – Pero yo no me veo capaz de volver a mi casa, sola. – Eso es normal. Yo estaré aquí una temporada; aunque sé que él está encerrado, sigo necesitando una terapia. Tranquila, se acaba superando. – ¿Cómo estás tan segura? – Confía en mí. Recuperaras tu vida. – Supongo que tienes razón. – Intenta dormir algo, lo necesitas, estos dos días serán los más duros. Ha llegado el día. Vienen a buscarme dos policías, junto con Anne, mi psicóloga. He de acompañarles. Vamos a mi casa. Estoy muy nerviosa. Mi marido abre la puerta. Me alegro de que mi hija no haya venido; mi compañera de cuarto la cuidará bien; no quiero que vea esto. Cuando mi marido ve a los agentes intenta huir. Por fin he podido comprobar que soy más fuerte de lo que parece. Los policías le retienen. Le ponen unas esposas. Es una escena horrible. Él comienza a insultarme. Aunque pretendo no escucharle no puedo evitar derrumbarme en el rellano de la escalera. Y rompo a llorar. Rompo a llorar mientras él desaparece con los policías. Anne me abraza y trata de calmarme. Mis nervios ya no pueden más. Me tiemblan las piernas. No puedo parar de llorar. Pero ya ha pasado todo. Regreso con Anne a la residencia. Me quedaré aquí una temporada, siguiendo una terapia, al igual que mi compañera de cuarto. Mi hija está conmigo. Así me siento más fuerte. Juntas lo superaremos. Han pasado seis meses. Hoy regreso a mi casa. Al fin. Anne me lleva hasta allí. Me despido de ella. La verdad es que me ha ayudado mucho. Estoy en mi casa. No parece la misma. Pero estoy con mi hija; y con nuestra fuerza para seguir adelante. Vamos a dormir. La primera noche de una nueva vida. Son las ocho de la mañana. Me llamo Evelyn Werner. Estoy tumbada en la cama; tranquila; sí, muy tranquila. Soy libre. “La bestia” ya no volverá. Me siento relajada; es como si hubiese resucitado. Estaba muerta en vida. He abierto los ojos. Soy feliz. -FIN-