Han pasado eones desde que el profeta persa Zara

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Han pasado eones desde que el profeta persa Zaratustra (nacido en la actual Mazar-e Sharif, al norte del
país) calculó que, cuando el sol alcanzara su altura máxima sobre este arenal, sería de día en todo el hemisferio oriental. Así, llamó a este punto Nim Roz, «mediodía» en lengua persa. Mil años más tarde llegaría el
islam y Zaranj se convertiría en una de las principales
paradas en la Ruta de la Seda hasta que Tamerlán, otro
persa ilustre, la destruyó por completo en el siglo XIV.
Desde entonces, este enclave en mitad del Dasht-e
Margo, el «desierto de la muerte», quedaría relegado a
la periferia de los sucesivos imperios: desde el safávida
hasta el soviético.
En el siglo XXI, el único objeto digno de pertenecer
al escudo de armas de la ciudad sería uno de esos bidones de plástico omnipresentes por toda la ciudad. Pueden ser amarillos o verdes, con agua o gasolina de contrabando, siempre descargados de carros tirados por
un burro o de los moto-rickshaws. Quitando las granadinas de Kandahar, o las uvas y sandías que llegan de
la vecina Helmand, casi todo lo que allí se compra llega
de Irán y se paga en moneda iraní. Son 900 kilómetros
hasta Kabul, pero apenas dos hasta el puesto de frontera
persa.
Abandono sistemático. Cuando no lo impide una de
las frecuentes tormentas de arena, un único vuelo comercial a la semana conecta este remoto confín con
Kabul. Operado por una compañía aérea afgana de
nombre tan sugerente como East Horizon (Horizonte
del este), se trata de un aparato de hélice de fabricación
china alquilado a una compañía tayika y cuya tripulación –un afgano, un azerí y un ucraniano– utiliza el
ruso como lengua franca.
Como si de un macabro mensaje en morse se tratara,
las piedras que golpean el fuselaje de la aeronave durante el despegue y el aterrizaje nos recuerdan que en
Nimroz nunca hubo un Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT, en sus siglas en inglés). Así se conoce a los
2 6 zazpika
contingentes civiles y militares extranjeros supuestamente responsables del desarrollo y la seguridad de
todas las provincias afganas, menos dos. La otra es Dai
Kundi, en el centro del país.
«No le puedo decir por qué Nimroz ha sido olvidada,
porque desconozco la razón», admite el Gobernador
provincial, Amir Mohammad Akhudzada, un mulá
procedente de la vecina provincia de Helmand. Y resulta sorprendente, porque si esta última alberga los
mayores cultivos de amapola del país y, por ende, del
mundo, la práctica totalidad de la producción de opio
y heroína atraviesa Nimroz en su ruta hacia Occidente.
Haji Abdullah Baloch, comandante de la Policía de
Zaranj, tampoco se lo explica: «Las carreteras principales están bajo control talibán, porque éste es uno de
los mayores puntos de paso de drogas y armas de toda
Asia. ¿Cómo se entiende que la ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán)
se desplegara por todo el país menos aquí?», se pregunta este baluche local.
Un documento publicado en 2010 por la consultora
de seguridad norteamericana IDS International aporta
algunas claves sobre dicha particularidad, asegurando
que «la mayor parte de Nimroz resulta inaccesible para
las tropas de la ISAF por razones tanto de seguridad
como políticas». La región, subraya el manual, «está
fuertemente minada y alberga numerosos puntos de
cruce para los talibán –‘caminos de ratas’ en la jerga
militar– entre la vecina región de Helmand e Irán». Los
obstáculos políticos tienen que ver con la frontera con
Irán.
Precariedad y muros. Desde la oficina de prensa de
la ISAF en Kabul, el comandante Paul L. Greenberg traslada a 7K que la ausencia de tropas internacionales en
Nimroz es «una prueba del progreso de las fuerzas de
seguridad afganas, y su capacidad de ser autosuficientes e independientes». Sin embargo, el responsable de
la Policía de Frontera de Nimroz, el comandante Zahir
Gul Moqbel, contradice la versión de su homólogo norteamericano de forma tajante: «Nos faltan hombres.
Necesitaríamos diez policías por cada kilómetro de
frontera y solo tenemos 1.100 para más de 400 kilómetros», lamenta este pastún de la provincia de Ghazni,
que también reconoce tener problemas de combustible.
«A menudo nuestras patrullas se tienen que quedar en
la base porque no tenemos gasolina para nuestros vehículos: esa, y no otra, es la realidad de nuestro contingente».
A la acuciante precariedad se le añaden las fricciones
que provoca con el vecino la construcción del muro levantado por las autoridades iraníes a lo largo de la frontera. «Por el momento cubre 50 km de los 225 que compartimos de frontera común», explica Moqbel sobre
un mapa de la zona desplegado sobre su mesa.
Aparentemente, la barrera de hormigón, de cinco
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