1.25 - El rico insensato

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Kapitel07
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El rico insensato
Lucas 12:13-21
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El Señor Jesús había sido retado por un oyente: «¡Di a mi hermano que comparta conmigo la herencia!» Pero el Señor no dejó que lo
pusieran como juez, para juzgar sobre bienes terrenales. Sin embargo dio un consejo a todos los que escuchaban:«Guardaos de toda avaricia (ansia de poseer), porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee». Para que la multitud comprendiera que todas las riquezas terrenales adquiridas no tienen valor en el más allá, les narró la parábola del rico insensato.
Los niños toman conocimiento que la vida terrenal es el tiempo de preparación para la vida
eterna. Reconocen que hay cosas más importantes por las cuales preocuparse que tan sólo de
las riquezas terrenales, quedando pobres ante Dios.
E
n la misma época de Jesús, vivían dos hermanos en un pequeño poblado cerca del río Jordán. Ambos
eran campesinos y tuvieron una pelea por dinero. La envidia
moraba en sus corazones y los había hecho gruñones y amargados. Uno de los dos hermanos, al que llamaremos Seb, se
enteró de una novedad bajo el gran árbol en la plaza del
pueblo.
«Jesús de Nazaret está en las cercanías», escuchó decir a la
gente, que animada, contaba acerca de todo lo que había oído de este hombre especial.
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«Iremos a su encuentro», propuso alguien. Todos estuvieron
de acuerdo y se pusieron en camino sin demora. Muy pronto
se encontraron con el Señor Jesús y sus acompañantes. El
Señor impresionó a las personas que en silencio y con inquietud prestaban atención a sus relatos sobre Dios. Anunciaba que se debía amar a Dios y al prójimo.
De pronto, se le ocurrió a Seb: «Éste es el momento propicio,
este Jesús es respetado por todos; todo el mundo presta atención a sus palabras. Si delante de todas las personas le dice a
mi hermano que me dé algo de dinero, éste no se podrá ne-
gar». Seb se adelantó hasta llegar cerca del Señor Jesús y a
pesar del nudo que se le había hecho en la garganta, logró
balbucear: «¡Di a mi hermano que comparta su dinero heredado conmigo!»
Repentinamente se hizo un gran silencio. El Señor Jesús miró
a Seb a los ojos. Pudo observar cuán infeliz y amargado estaba.
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Entonces, el Señor Jesús le contestó: «Yo no soy tu juez y
tampoco el juez de tu hermano. Ésa no es mi función, es por
ello que no te puedo decir qué debe ocurrir con el dinero.
Pero os doy un consejo a todos vosotros, que me habéis escuchado: Tened cuidado de volveros codiciosos o avaros
porque el sentido de la vida no radica en poseer mucho dinero. Y quiero explicaros lo que intento decir, mediante un
ejemplo: Había una vez un hombre rico, un campesino, que
tenía muchos siervos y grandes campos. Un año había cosechado especialmente mucho. De sus campos sembrados
había obtenido mucho grano y gran cantidad de frutos. El
amado Dios le había dado tanto que el campesino no sabía
dónde almacenar todo».
«Seguramente invitó a una gran fiesta de agradecimiento por
la cosecha», interrumpió un tejedor del poblado. El Señor
Jesús dirigió una mirada seria al hombre y le replicó: «No, no
se tomó el tiempo para agradecer a Dios, sino que se pre-
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Jesucristo es la resurrección
guntó: ‘¿Qué haré ahora? Primero derribaré mis graneros
y construiré rápidamente otros de mayor tamaño para almacenar todo y que nada se pudra’. Cuando los graneros estuvieron por fin listos, el hombre se sintió satisfecho. Se dijo:
‘Querida alma, ahora has reunido una gran provisión. Esto alcanzará para muchos años, ahora podrás comer y beber y estar alegre sin problemas’».
«¡Yo también quisiera ser tan rico!», exclamó espontáneamente
un oyente. «Pero ¿cuál es el final de la historia?»
Jesucristo prosiguió: «Dios dijo al hombre: ‘¡Necio! Esta noche
te será requerida el alma y deberás morir. ¿Qué has hecho
por tu alma?’ – El hombre había pasado toda su vida trabajando y ahorrando pero por su alma nunca había hecho nada.
Delante del Señor, el Creador, se hallaba pobre como un
mendigo a pesar de haber sido rico en vida, porque no había
acumulado tesoros verdaderos para enriquecer el alma».
Ambos hermanos se miraron furtivamente. ¿Qué pensamientos se habrán cruzado en sus mentes?
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Un campesino había cosechado mucho. Tuvo que construir graneros nuevos. Se hizo muy rico pero olvidó que su alma viviría eternamente. Ante
Dios, el campesino era pobre porque no había cuidado de su alma.
El Señor Jesús nos aconseja reunir tesoros eternos. ¿Cuáles son los tesoros
que cuentan ante Dios?
Los niños se ponen en la situación de los habitantes del poblado e intercambian sus comentarios respecto a
lo que escucharon de Jesucristo.
¿Llegó Cristo a este mundo para decir qué tenía que suceder con el dinero o cualquier otra posesión terrenal?
¿Cuál era su misión? (Nos explicó la voluntad de Dios, se sacrificó para que nuestros pecados pudieran ser
perdonados, fue un ejemplo.)
Contemplamos la ilustración. Elaboramos los conceptos con los niños respecto al valor de las riquezas ante
Dios (fe, amor, confianza en Dios, gratitud, actuar de manera que Dios esté contento con ello, etc.)
Incentivamos a los niños para que piensen en las posibles reacciones de ambos hermanos y cuál sería el juicio que merecen. Podrían dibujar al campesino pobre (Seb) y a su hermano.
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