¿Se deben llevar las grandes novelas al cine?

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¿Se deben llevar las grandes novelas al cine?
Algunas consideraciones sobre una cuestión
polémica
Manuel Cabello Pino
Universidad de Huelva
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Las conflictivas relaciones entre novela y cine han venido siendo objeto de
análisis ya desde el mismo nacimiento del cine como género. Son muchos los
aspectos de estas relaciones entre ambos géneros en los que tras más de un siglo de
reflexión e investigación se ha conseguido llegar a un acuerdo entre los estudiosos y
hay un cierto consenso. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no estamos
hablando de dos ciencias exactas, sino de dos formas de expresión artística
caracterizadas por la subjetividad, y por ello todavía existen algunos puntos de
conflicto. Uno de los aspectos que aún hoy día sigue generando mayor debate es el
del problema de la “fidelidad” a la hora de adaptar una novela al cine. Por ello en este
ensayo vamos a tratar de realizar algunas reflexiones acerca de este concepto, el de la
fidelidad, y la problemática que trae aparejada para el cine cuando trata de adaptar a
la novela. Para ello vamos a tomar como base de nuestra argumentación las opiniones
y experiencias de algunos de los más prestigiosos directores, escritores y guionistas
que se han tenido que enfrentar a una adaptación de este tipo.
Tal vez lo primero que debieramos ver es qué se entiende por “adaptación”. Según
Sánchez Noriega (2000, 47):
Globalmente podemos definir como adaptación el proceso por el que
un relato, la narración de una historia, expresado en forma de texto
literario, deviene, mediante sucesivas transformaciones en la estructura
(enunciación, organización y vertebración temporal), en el contenido
narrativo y en la puesta en imágenes (supresiones, comprensiones,
añadidos, desarrollos, descripciones visuales, dialoguizaciones, sumarios,
unificaciones o sustituciones), en otro relato muy similar expresado en
forma de texto fílmico.
No hay nada que objetar a esta definición. Queda bastante claro en qué consiste
una adaptación y es una cuestión que no admite dudas ni para los escritores, ni para
los cineastas, ni para los estudiosos. El problema llega a la hora de responder a una
pregunta que queda fuera de la definición que acabamos de ver: ¿para qué?, es decir,
desde un punto de vista estrictamente artístico [1] ¿qué sentido tiene realizar una
adaptación cinematográfica de una novela? O mejor, ¿cuál debiera ser el objetivo del
cineasta al llevar una novela a la pantalla? Ni siquiera sobre una pregunta tan básica
como ésta se ha llegado a una solución consensuada entre la gente del cine y la
literatura, y hay desde quienes ponderan la libertad absoluta del cineasta y opinan que
éste no tiene ningún tipo de obligación para con la obra original hasta los que
sostienen que precisamente la única obligación real del cineasta es la de mantenerse
fiel al original literario. Pero para nosotros la opinión que de forma más certera ha
logrado expresar cuál debe ser el objetivo de una adaptación tal vez sea la que
expresó allá por 1985 el escritor Francisco Ayala en un artículo a propósito de la
adaptación al medio televisivo de la novela de Thomas Mann Los Buddenbrock.
Según se desprendía de su análisis el objetivo de una adaptación fílmica de una
novela debía ser el de que sus autores lograsen “una obra válida en sus propios
términos, una obra audiovisual capaz de hacernos olvidar su modelo narrativo”
(1996: 114). Es decir, se infiere de esta frase que el objetivo de la adaptación debe ser
el de conseguir una película que supere al original literario, que sea “mejor”. Pero
entramos aquí en otro terreno conflictivo. Estamos por desgracia acostumbrados a oír
a la salida de los cines pronunciar con total ligereza comentarios como “la novela es
mejor que la película” o “la película es mejor que la novela” (aunque ésta última
bastante menos frecuente). Pero, ¿qué quiere decir “mejor”? Con respecto a esta
cuestión, estamos totalmente de acuerdo con Gabriel García Márquez quien ya en
1987 decía:
“Creo que hemos llegado a un punto en el que es absolutamente
imposible meterle al espectador en la cabeza la idea de que se trata de
géneros completamente distintos, y que además hay una concepción, una
estructura y unas soluciones para la novela, completamente distintas a las
que hay para el cine”. (2003: 82)
Pero claro, surge entonces un problema: si se trata de dos géneros totalmente
distintos que no se pueden comparar directamente, ¿cómo podemos entonces
determinar si una adaptación cinematográfica es superior a su original literario? En
este sentido creemos que el único criterio posible es el que establece Sánchez Noriega
en su magnífico análisis comparativo entre la novela de Miguel Delibes Los santos
inocentes y su adaptación fílmica llevada a cabo por Mario Camus. Según Sánchez
Noriega (2002, 112) una adaptación sólo será superior al original si muestra una
película de mayor nivel estético que la novela cuya historia adapta; es decir, que el
filme, dentro de la Historia del Cine y de la filmografía de su autor, ocupa un lugar
preeminente o tiene mayor calidad artística que la que posee la novela dentro de la
Historia de la Literatura y de la obra literaria de su autor.
Una vez establecido el criterio para decidir si una adaptación es superior a su
original literario, esto nos lleva a la siguiente reflexión: hay muchos estudiosos, como
Gurpegui, que opinan que se puede establecer una ecuación entre la calidad de una
novela y su adaptación cinematográfica: cuanto mayor sea la calidad narrativa menor
será la calidad audiovisual. Esta opinión es compartida entre otros por Gabriel García
Márquez quien en más de una ocasión a dicho “He visto muchas películas buenas
hechas sobre malas novelas, pero nunca he visto una buena película hecha sobre una
buena novela” (1991, 251). Si esto es así, la posibilidad de que una película sea
superior a la novela que adapta es perfectamente factible cuando se trata de una
novela cuyo valor literario o narrativo no es demasiado elevado, debido
fundamentalmente a tres motivos:
En primer lugar y el más obvio, porque el nivel de calidad que tiene que alcanzar
la película para superar al original literario, es decir, para ser considerada mejor como
película de lo que la novela lo es como novela, es menor.
En segundo lugar, porque si la calidad narrativa y la calidad audiovisual son
inversamente proporcionales, cuanto menos calidad narrativa atesore una novela
menor será el trabajo de adaptación, de “conversión” al medio fílmico necesario para
obtener de dicho material literario una buena película.
Y en tercer lugar porque cuanta menor sea la calidad literaria, la importancia y el
prestigio de una novela, menos obligación tendrá el cineasta de mantenerse fiel a la
misma y más libertad tendrá para utilizar ese material como considere necesario para
producir una película con tal que el resultado sea una obra artística con una calidad
superior. En este mismo sentido se expresaba el reputado escritor y guionista cubano
Senel Paz en referencia a su trabajo para la película Fresa y chocolate adaptación de
su cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo:
“Titón y yo no partimos de la base de llevar un texto de Senel Paz a la
pantalla, como uno ve que se ha hecho con la obra de García Márquez, lo
cual es más complejo. Como yo no soy García Márquez se puede tener
mucha más libertad, estás menos preso del autor porque mis textos los
conocen en Cuba pero no en otro lugar, y eso le da más libertad al
espectador.” (2003, 196)
Sin embargo, como apunta Senel Paz, el problema surge cuando la novela que se
pretende adaptar es un clásico de la literatura mundial por su elevada calidad
narrativa, ya que en este caso el cineasta se encuentra ante una disyuntiva sin
solución: ¿Mantenerse o no fiel a la novela original? Si elige mantenerse fiel a la
novela es muy difícil que consiga realizar una buena película, ya que si una novela es
considerada un clásico de la literatura es porque ostenta unas altísimas cualidades
literarias, y éstas al ser trasladadas al cine no sólo dejan de ser cualidades, sino que, a
menudo se convierten en lastre, en auténticos defectos en una película. En este
sentido, como ha señalado Gurpegui (2001, 214), en numerosos casos podemos
encontrar al mismo tiempo una excelente adaptación (entendiéndose por “excelente”
una adaptación que se ha mantenido fiel al espíritu de la novela y que ha sabido
captar buena parte de las intenciones del original literario) y una mediocre película.
En esta misma línea se han expresado profesionales tan respetados en el mundo del
cine como el escritor Francisco Ayala quien en el mismo artículo que mencionamos
anteriormente sobre la adaptación de un clásico de la literatura como es la novela de
Thomas Mann Los Buddenbrook, decía:
“(...) la escrupulosa fidelidad al texto de la novela, que desde un cierto
punto de vista constituye uno de sus mayores méritos, parecería conspirar
contra el éxito de la obra cinematográfica. No creo que sea demasiado
difícil explicarse el porqué. Para empezar, el ritmo de un relato novelesco
requiere del lector una actitud distendida que le permita acomodar la
lectura a la velocidad variable del curso narrativo, demorarse en sus
meandros, divertirse con sus derivaciones, apresurarse en los saltos
inesperados o recrearse en las recapitulaciones; mientras que el ritmo
propio del medio audiovisual, como dramático que es, está gobernado por
la tensión del presente, en que se hace discurrir una acción ante los ojos
del espectador, y todo aquello que tenga carácter digresivo, a menos que
sea administrado con parquedad suma a la manera de brevísimo respiro,
producirá el indeseable efecto de desinteresarle, rebajando enseguida el
nivel de su atención.” (1996: 112)
O ya en posturas más extremas encontramos al propio García Márquez quien en
1989 en una entrevista para The Times Literary Supplement decía:
“People go to see a film of a book they liked, or didn´t like and always
say things like “I didn´t like it because it isn´t the book.” When it´s got
least connection with the book, it´s more of a film. I think it´s better to
keep the different media separate.” (Castaño: 1989, 1152)
E incluso el reputado guionista francés Jean-Claude Carrière ha llegado a expresar
opiniones tan radicales como que:
“Podría decirse que el mayor peligro para un guionista es la literatura
(...)
Hay que partir de la base de que el guión no es lenguaje literario, sino
algo distinto. En una novela hay cosas que no pueden pasar en una
película porque son reflexiones interiores, introspectivas, que se leen (...)
Hay que liberarse de la fidelidad a la obra, y eso depende mucho de la
relación con el autor (...)
Se podría decir, incluso, que la literatura es el enemigo número uno del
guión; el sentido, la belleza literaria, la buena escritura, que tanto satisface
al leerla, no se puede poner en la pantalla.” (2003, 159, 161-62, 172)
Por lo tanto, como vemos, si el cineasta decide mantenerse fiel a la novela tiene
todos estos problemas. Pero si por otra parte el cineasta, consciente de esta
imposibilidad de adaptar fielmente la novela, decide apostar por la segunda opción y
liberarse, como apunta Carrière de la fidelidad a la obra original para tratar de realizar
una película válida en sus propios términos, surge entonces otra pregunta: si, como
hemos visto, la calidad literaria es totalmente incompatible con la calidad
cinematográfica, si las virtudes literarias al ser trasladadas al cine dejan de ser
virtudes para, a menudo, convertirse en defectos que lastran una película, y si, por lo
tanto, éstas tienen que ser transformadas en otra cosa distinta o simplemente
sacrificadas para obtener una buena película, entonces, ¿qué sentido tiene realizar
versiones cinematográficas de los grandes clásicos de la novela mundial, si para
obtener como resultado una película sólida, prácticamente todas las virtudes por las
que destacaba esa novela como material literario se van a perder en el proceso de
adaptación de un medio a otro? Y es que como ha señalado Sánchez Noriega:
“(...) el cineasta no puede elaborar un guión sobre una obra que admira
para eliminar aquellos elementos por los que precisamente esa obra le
resulta valiosa. En este sentido, la fidelidad viene exigida por la calidad
de una obra literaria reconocida como obra maestra por el autor
cinematográfico, quien, con un mínimo de coherencia ha de aceptarla
como es. (...) No es que la fidelidad dimane del respeto al original
concebido como obra intocable, sino que ha de ser fruto de la coherencia
con un material narrativo considerado valioso.” (Sánchez Noriega: 2000,
55)
Probablemente sea esta contradicción sin solución aparente la que ha llevado
siempre al cine a un “querer y no poder” respecto a los grandes clásicos de la novela
mundial, y la que ha llevado a un autor tan admirado como García Márquez a negarse
repetidamente a que su obra cumbre Cien años de soledad sea llevada a la pantalla.
El escritor colombiano mantiene una postura tan radical respecto a la relación entre
literatura y cine [2] que ha llegado a decir que:
“(...) la existencia de una base literaria es una prueba de la servidumbre
que el cine arrastra aún en relación con la literatura. (...) Pensando como
escritor y no como cineasta, yo creo que el ideal es que los escritores nos
dediquemos a escribir nuestros libros y los directores sean capaces de
contar sus películas directamente, sin utilizar esa base literaria. El cine
tiene urgencia de eso, porque aunque no le faltan directores ni fotógrafos
ni sonidistas ni técnicos de ninguna clase, no tiene grandes guionistas. Y
los directores-que al fin y al cabo, queramos o no los escritores son los
autores de la película--, tienen que decidirse a hacer ellos mismos su
historia sin base literaria. Ese es mi punto de vista.” (Kennedy: 2003, 82)
Más acertada nos parece la opinión respecto a este problema de un cineasta tan
prestigioso como el director húngaro István Szabó, quien de forma menos radical y
tal vez más realista ha dicho:
Mi opinión es que las grandes obras maestras de la literatura no deben
ser filmadas sino leídas. En ellas los mensajes están en las palabras, que
se relacionan unas con otras y, por lo tanto, al convertirlas en imágenes lo
que se hace es una duplicación. No quiero decir que se echen a perder; lo
que sucede es que siempre se convierten en otra cosa, mientras que en
esas obras maestras las palabras llevaban el peso. Por ejemplo, me parece
imposible que Cien años de soledad se lleve al cine, pero quien se atreva
a hacerlo deberá ser castigado fuertemente. Es posible hacer películas
basadas en libros en los que haya algo, pero que ese algo todavía no sea lo
verdadero. (Szabó: 2003, 93)
Y es que, tal vez, la clave esté en esta última afirmación. Desde nuestro punto de
vista, la única conclusión posible a la que se puede llegar sobre esta polémica
cuestión es que la responsabilidad última de tomar la decisión de llevar a cabo o no
una adaptación cinematográfica de una novela es del director. Y por lo tanto es el
director quien a la hora de afrontar la adaptación de una novela debiera ser consciente
de qué tipo de material literario es el que tiene entre manos. Antes de comenzar dicha
adaptación, debiera preguntarse qué es ese “algo” al que alude Szabó que hay en la
novela que le interesa y analizar honestamente si ese “algo” puede ser realmente
trasladado al medio cinematográfico sin que se pierda en el proceso de adaptación.
Sólo en el caso de que esto sea posible se debiera continuar adelante con la
adaptación. Es decir, que una novela debiera ser adaptada al cine sólo si el contenido
de la misma al ser “traducido” al lenguaje fílmico va a ganar en interés y va a
producir una película, como mínimo con tanta calidad como película como la novela
lo es como novela. En definitiva debe ser la propia naturaleza de la novela la que
determine la posibilidad de una adaptación al cine y, como hemos visto, con los
grandes clásicos de la novela esta posibilidad es prácticamente nula.
Notas:
[1] Vamos a dejar aquí a un lado las motivaciones económicas, aunque somos
plenamente consciente de que en realidad son precisamente éstas las que
están detrás de la mayoría de las adaptaciones fílmicas de obras literarias que
se realizan.
[2] No en vano ya su admirado Cesare Zavattini fue uno de los cineastas de su
época que se mostró más radicalmente en contra de las adaptaciones
literarias, condenando desde crieterios tanto artísticos como ideológicos la
“orientación literaria” del séptimo arte (Peña-Ardid, 1996)
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© Manuel Cabello Pino 2005
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
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