Taller de Letras N° 39: 163-207, 2006 Reseñas issn 0716-0798 ALEJANDRO ZAMBRA BONSÁI Barcelona: Anagrama, 2006. 95 pp. “Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) ha publicado, en su país, los libros de poesía Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003). Escribe sobre literatura en diversos medios de prensa chilenos (Las Últimas Noticias, “Revista de libros” de El Mercurio, y The Clinic, principalmente). Ha colaborado también en la revista Turia y en el suplemento “Babelia” de El País. Actualmente es profesor de literatura de la Universidad Diego Portales. “Bonsái es su primera novela”, dice el texto de la solapa de este libro venido desde Barcelona. La presente publicación con Anagrama, sello editorial de marcada tendencia hacia la literatura de buena calidad –y convengamos: una tendencia, no una constante–, ha llamado adicionalmente la atención sobre el trabajo literario de Zambra; debemos constatar que, junto a Roberto Bolaño y Pedro Lemebel, Alejandro Zambra es cronológicamente el tercer chileno en la corte del rey Herralde. La inverosímil polémica que este hecho ha suscitado en el reducido mundo literario de Chile no es el objeto de esta reseña, desde luego; lo menciono solo como una curiosidad de barrio. Porque, así como las generaciones de recambio suelen modular el saludable deseo de matar al padre, pareciera que algunos miembros de la otra generación, esa que quiere matar al recién nacido, desean ahogar al heredero nonato. En otras palabras, la singularidad de esta pequeña circunstancia consiste en que la relativa negación de Bonsái ha comenzado antes de Bonsái. Su afirmación, a la inversa, tampoco se ha hecho esperar por parte de los lectores con los que esta novela ya cuenta, aun en las pocas semanas desde su aparición. Por mi parte, en estas páginas no me propongo otra cosa que entregar una resumida historia de mi lectura de Bonsái. El libro se abre con una dedicatoria, “Para Alhelí”, un nombre propio que se nos plantea junto al de la novela; así, un bonsái para una alhelí nos planta en un terreno que por lo menos es la ternura de un juego infantil: la ternura de una ficción juguetona. Le siguen dos epígrafes. El primero es: “Pasaban los años, y la única persona que no cambiaba era la joven de su libro”, de Yasunari Kawabata, que nos anticipa, como ingredientes de lo que leeremos, el paso del 163 ■ Taller de Letras N° 39: 163-207, 2006 tiempo, una variedad de personas, la presencia de una joven, un libro, alguien que escribe y/o que lee ese libro. El segundo epígrafe es: “El dolor se talla y se detalla”, de Gonzalo Millán, donde el dolor puede ser, a la vez, el sujeto de una oración refleja (“el dolor se talla y se detalla a sí mismo”), el sujeto paciente de una oración en voz pasiva (“el dolor es lo tallado y lo detallado”) y el complemento directo de una oración de sujeto indeterminado (“se talla y se detalla el dolor”). El fragmento de Kawabata enfatiza la inmutabilidad vital de un personaje literario; el de Millán, la centralidad del dolor como sujeto y objeto de registro. En el acto de tallar divisamos, incluso, el antiguo oficio de estilos y estiletes: configuraciones de la propia personalidad en la obra. Comoquiera que sean activadas en el curso de la lectura, estas dos claves convergen en una señal: vida y escritura son términos distinguibles y, al mismo tiempo, posibles de identificar entre sí; la vida puede devenir escritura y la escritura puede devenir vida... No es poco lo que Zambra ha hecho con esta selección. Nos hacemos la expectativa, entonces, de que su texto se despliegue en la frecuencia de esta señal. Veremos qué ocurre. Bonsái está dividido en cinco partes numeradas en romano, cada una subdividida en cuatro fragmentos las tres primeras, y en tres las dos finales, sin numeración. La parte I, “Bulto”, determina un comienzo in extremas res para todo el libro, ya que su primer párrafo es como una bajada de texto periodístico, escrito a la manera de una crónica de final anunciado; sigue con el momento en que se conocieron los jóvenes Emilia y Julio, los antecedentes amatorios de cada uno, y el comienzo de la historia de pareja que vivirían, muy relacionada con la lectura de relatos y poemas. En “Tantalia”, parte II, leemos el hallazgo que hacen del relato homónimo de Macedonio Fernández, en el que una pareja decide cuidar una planta como símbolo del amor que viven; leemos también el posterior rechazo hacia el autor, y la ruptura de Emilia y Julio, que parece prefigurada por el cuento del argentino, y de la cual se nos entrega solo el detalle de haber dejado inconcluso uno de los tomos de Proust. “Préstamos” se refiere a la anécdota en que Emilia se acompaña del marido de Anita, amiga de infancia, en una reunión de trabajo, y la visita de Anita a Emilia en Madrid, ciudad donde esta última reaparece tras la ruptura con Julio. “Sobras” nos cuenta cómo Julio pierde la ocasión de transcribir la última novela del escritor Gazmuri, de la que solo sabe el inicio, y cómo va fabulando el argumento y el desarrollo de esa historia para sí mismo y para María, la mujer con quien comienza otra relación amorosa; el libro de Gazmuri se intitularía “Sobras”, y la historia de Julio, “Bonsái”, cuya concepción asume lo vivido con Emilia y anticipa algo más. Finalmente, en “Dos dibujos”, iniciado con un epígrafe de Chico Buarque, están las últimas experiencias de Julio: entre otras, sus dibujos de una mujer y un bonsái, su confección de un bonsái y la noticia del desenlace de Emilia, que hace eco no solo del verso de Buarque, sino también de “Bonsái” y, con ella, de Bonsái completo. ■ 164 Reseñas A la hora de valorar este libro, una hora que llega siempre, el narrador es especialmente importante. En tercera persona, combinando estilo directo e indirecto, el narrador plantea sus propias opiniones y conjeturas sobre la historia de Emilia y Julio. Porque, en rigor, lo que leemos es una historia referida, no relatada; aunque ella cubra casi todo el libro. La contratapa nos lo describe como la novela-resumen recomendada por Borges; otra vía, el resumen, de referirse a una historia. Sin embargo, el narrador de Bonsái da reiteradas muestras de no estar haciendo un resumen; disquisiciones sobre vocablos y sobre el curso de la historia misma, semejantes a un plan de escritura. “Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio” (13); “follar”, “culiar” o culear” (15); “esta es, entonces, una historia liviana que se pone pesada” (25); “la historia de Julio y Emilia continúa, pero no sigue” (40); “en este relato la madre de Anita y Anita no importan, son personajes secundarios” (47); “es increíble, pero eso dijo” (54), “el final de esta historia debería ilusionarnos, pero no nos ilusiona” (83). Pasajes sin anuncios, paréntesis, guiones ni bajadas al pie; variaciones de la figura correctionis; pensamientos en voz alta. Señales de la búsqueda de exactitud, de un nudo indiscutible. Como lo muestra la parquedad de las denominaciones: contención esencial. Pero antes de la escritura definitiva. Ficción mediante, Bonsái es la escritura a la vez conjetural y segura, caprichosa y voluntariosa, como la confección de un bonsái, de las acciones obradas y omitidas por unos personajes particulares. Talvez es un relato enmarcado: la historia de los amantes dentro del plan del narrador; aquella más visible que este. Incluso si es la ficción de un relato oral, con interacción de relator y narratarios, estamos ante dos conjuntos: personajes, acciones, circunstancias y perspectivas posibles, disyuntivas, preferencias; todo a la vista. La relevancia de este matiz es el modelo ficcional que es generado en definitiva: el borrador. Bonsái es un libro de escritura autoconsciente; está cerca de Borges, Lihn, Millán, Proust, Bolaño, el mismo Macedonio Fernández, cierto Neruda, y de otras marcas registradas de garantía internacional, como para ganar el automático aprecio de algunos lectores. Pero también está cerca de las fábulas: breve relato ficticio con intención didáctica, en la que incluso ciertos libros, y hasta un bonsái, pueden ser personajes. El primer párrafo termina: “El resto es literatura”, que ya es lugar común; por eso Zambra hace bien al omitir puntales del tipo “como dice Fulano JLB…”, pero hace mejor al dar la vuelta de tuerca a la vuelta de la cita: la cierra con dos puntos, y la historia comienza. Una patente moraleja abre todo: lo que leeremos es imaginación, fabulación, invención. Como en tantos casos, nos recibe de entrada un narrador con conciencia de sí, que establece la distinción realidad-ficción dentro de la ficción, para luego mover un gozne hacia la verdad ficticia. La ficción de Bonsái, acentuada en esa temprana advertencia, se manifestará, además, en una liviandad expresiva permanente, paralela a la profundidad que siempre es aludida. Hasta vemos un 165 ■ Taller de Letras N° 39: 163-207, 2006 juego en dos dimensiones: los personajes del narrador, lectores con libros, son como niños con juguetes, y el narrador mismo es como un jugador, ya que con citas e intervenciones, al subrayar el marco del relato, coloca la narración en una caja con ventanas por las que observamos la historia en relación a otras. De ahí que la abundancia, latente y manifiesta, de autores y títulos más bien facilite el curso del relato; siempre está la distancia consciente del juego. Dinamismo narrativo con apariencia de indeterminación: libertad lúdica. Bonsái es el borrador de una fábula, y se despliega en la frecuencia ofrecida: vida y escritura son realidades distintas que se hacen una. Todo, obra del juego de la literatura. Como en el breve Borges; como en el extenso Bolaño. ¿Novelita burguesa o novela proletaria? Bien por Anagrama. ¿Cuento largo o novela corta? Bien por lectores y lectoras. ¿Nouvelle, nivola? Sí: otra hoja del Libro. Roberto Onell H. Pontificia Universidad Católica de Chile ■ 166